viernes, 5 de junio de 2009

LA INMUNIDAD: ANTITOXINAS, FAGOCITOS Y ANTICUERPOS

Emil von Behring (1854-1917), médico militar y profesor de higiene, puso al descubierto las antitoxinas con que el organismo inactiva los productos tóxicos de las bacterias.

Comenzó por observar que los filtrados sin bacilos diftéricos provocaban los síntomas de la enfermedad. En los estudios para determinar la dosis letal de estos filtrados en animales de experimentación, encontró en una toxina la explicación al fenómeno y observó además que los animales terminaban por hacerse inmunes.

Procurando descubrir las sustancias protectoras, utilizó suero de animales resistentes en cobayos previamente inyectados con toxina. Los cobayos sobrevivieron. También sobrevivieron aquéllos sometidos a toxinas tratadas con suero de animal inmune. No solamente los animales diftéricos formaban antitoxinas, sino aquéllos sometidos a la acción de la toxina y no de la bacteria. En un nuevo experimento, inyectó Behring la antitoxina al hombre y demostró que prevenía la enfermedad o la curaba cuando ya se había iniciado. Daban inicio estos hallazgos al uso de los antisueros y a la inmunización pasiva o artificial, en las que el organismo no fabrica, sino que recibe del exterior las sustancias protectoras, y cuya primera aplicación fueron los sueros antitetánicos de Behring y Kitasato, y el antidiftérico de Behring y Wernicke. Este último fue puesto en conocimiento del mundo científico en 1892. La inmunización activa con vacunas se había iniciado desde finales del siglo XVIII, con las inoculaciones de Jenner contra la viruela.

En 1890 Behring y Kitasato, discípulos de Koch, descubrieron el suero antitetánico al observar que dosis no letales de toxina tetánica conferían a los organismos inoculados la posibilidad de prevenir la enfermedad. Tres años más tarde Pfeiffer pudo confirmar esos hallazgos en la bacteriolisis del vibrión colérico en el peritoneo de conejos inoculados con cultivos muertos, y en la supervivencia de animales expuestos a bacilos del cólera y tratados con suero inmune; suero que perdía esa cualidad al calentarse, como lo experimentó Jules Bordet, cuyos trabajos en 1895 dieron cuenta de las características del suero de los animales inmunizados, como aglutinación y hemólisis.

Gracias al descubrimiento de Behring 78% de los enfermos de difteria del hospital de Trieste pudieron sobrevivir a la epidemia. La mortalidad fue en cambio del 50% cuando el suero se terminó. Nadie dudó entonces de contribución tan importante. Por él recibiría el Premio Nobel en 1901. El escéptico Virhow terminaría por escribir: “Todas las observaciones teóricas deben retroceder ante la elocuencia abrumadora de los números, que no admiten contradicción”.

Para 1925 la mortalidad de la enfermedad había disminuido en un 90%. La otra antitoxina, la antitetánica sería de uso obligado en la II Guerra Mundial. También se dispuso para entonces, como profilaxis de la difteria y el tétanos, de las anatoxinas, en las que los microorganismos fueron reemplazados por exotoxinas tratadas con calor y formol.

Emil Roux, Alexandre Yersin, Friedrich Löffler y Kund Faber habían descubierto que la acción patógena de los microbios estaba mediada en buena forma por toxinas. Desde final del siglo XIX gracias a estos trabajos se tuvo conocimiento de las exotoxinas. En 1933 las investigaciones de Boivin y Mesrobeanu llevaron a la identificación de las endotoxinas.

En 1880 se había observado que la mezcla del agente patógeno con sangre del huésped inmune constituía grumos de microorganismos aglutinados, que eran así más fácilmente atacados por los leucocitos. Las sustancias del cuerpo responsables de estos efectos se denominaron anticuerpos, las inductoras del fenómeno inmunitario, antígenos. Con los años se demostró que la producción de anticuerpos se conseguía no sólo con bacterias y virus completos, sino con fracciones suyas y aún con sólo alguna de sus proteínas.

El descubrimiento de los anticuerpos llevó al desarrollo de antisueros y al empleo de gamaglobulinas, tras los estudios de Landsteiner, Marrack, Heildelberg y Kendall sobre la reacción antígeno anticuerpo. Los experimentos de Landsteiner demostraron la especificidad de la reacción antígeno-anticuerpo. Habiendo inducido la producción de un anticuerpo contra un antígeno proteico, modificó Landsteiner el antígeno hasta determinar los cambios que impedían su reconocimiento. Estos resultaron mínimos.
El concepto de inmunidad se desarrolló en la primera década del siglo XX con el descubrimiento en París de la fagocitosis por el ruso de origen judío Elie Metschnikoff sobre la fagocitosis, fuente de la inmunidad celular; con las teorías de Paul Ehrlich sobre la formación de anticuerpos y la sospecha de receptores para ellos en las células, y con los trabajos de Pfeifer y Bordet.

La inmunología, ligada en sus comienzos a la bacteriología, adquiría con todo este desarrollo estatus de disciplina independiente

En 1924 el alemán Aschoff propuso la designación como sistema retículo endotelial, al conjunto de células conjuntivas con acción fagocítica. En él se involucraban los dos tipos de fagocitos descritos por Metschnikoff, los macrófagos y los micrófagos.

Al sistema de inmunidad celular de Metschnikoff se opuso la inmunidad humoral de Bordet, al final ambos sistemas demostrarían su existencia.

En un principio se postuló la producción de los anticuerpos y las antitoxinas en ganglios linfáticos, médula ósea, bazo y células del sistema retículo endotelial. Conociendo sus acciones mas no su naturaleza, riñeron entre sí dos teorías, la pluralista y la unitaria, que defendían la existencia de muchos o un único anticuerpo como responsable de las diferentes acciones.

Sobrevendría la invención de la electroforesis por Tiselius y Kabat en 1937 para demostrar en 1939 la presencia de los anticuerpos en la fracción gamma de las globulinas. Paulatinamente se fueron identificando los anticuerpos. Primero la Ig G, luego la M, en 1958 la A por Heremans, luego la D y finalmente la E por Rowe Ishizaka y Fahey; hasta llegar en la década de los sesenta del siglo pasado al conocimiento de la estructura molecular de ellas, trabajo de Porter y Edelman laureado con el premio Nobel de Medicina en 1972, veinte años después de que se utilizaran por primera vez las gamaglobulinas en una inmunodeficiencia.

El complemento intuido desde finales del siglo antepasado, fue descifrado como un sistema cuyos componentes se fueron conociendo con el transcurso del siglo XX. Los dos primeros los descubrió Ferrara comenzando esa centuria.


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LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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