viernes, 29 de febrero de 2008

LAS BATALLAS CONYUGALES

Elisa no era una persona fácil. Se parecía mucho a Mariana, aunque más acoplada con la realidad. José, sin embargo, no percibía la semejanza. En Elisa sólo reconocía agravantes, en Mariana, no veía más que atenuantes. Era natural, al fin y al cabo Mariana era su hermana.

Elisa era presa del resentimiento. «A cambio de flores –decía José– ella riega todos los días su matorral de odio». Ese nefasto sentimiento, que había crecido como pan con levadura, terminó con su objetividad, a tal punto que toda acción u opinión de José era blanco de sus dardos. Era hiriente y malintencionada, al decir de José a sus más íntimos amigos. «Sus comentarios son públicos y despiadados, ansían arrasar mi reputación, pero sólo consiguen el rechazo de quienes me conocen. Es que fácilmente se descubre el veneno que hay en sus palabras». Y era cierto, aunque Elisa contaba con amigos solidarios, José lejos del desprestigio que ella procuraba, solía salir indemne; unas veces con la conmiseración de las personas, otras con su solidaridad, y en no pocas ocasiones con su aprecio. Tenía carisma. Tal vez por eso cuando decidió separarse, ni Javier, el más reaccionario de sus amigos, se esforzó en mantener casada a la pareja. Pero también hay que decirlo, el círculo más próximo a su esposa lo repudiaba y se apoyaba en sus escritos provocadores para condenarlo.

Al ver el punto de no retorno al que la enemistad había llegado, resultaba difícil pensar que un día había sido feliz esa pareja. «¿Cuándo –se preguntaba José– brotó esa semilla virulenta?». Analizaba la relación, y más que descubrir motivos de unión, terminaba por declararse incapaz de entender como habían podido atraerse personas tan opuestos. Echaba la culpa al enamoramiento, con su poder perturbador. Sus personalidades eran el agua y el aceite. Que su mujer no participara de su mundo intelectual carecía de trascendencia, era excusable; cualquier mujer, apenas simpática, lo habría podido hacer feliz sin tener que penetrar en el lado erudito de su vida; pero Elisa a más de menospreciar sus más preciados intereses, erigía dogmas contra todo cuanto la intelectualidad de su esposo defendía. Con los años, todo lo de José le fastidiaba a Elisa, y todo lo de Elisa a José lo exasperaba.

De los enfrentamientos José aprendió a guardar silencio. «Sin adversario la discusión se acaba». El deseo de defender a brazo partido sus ideas no tenía sentido frente a una mente negada a escuchar sus argumentos. «La cantaleta es un murmullo inaudible en mi mente; dejo de escucharla antes de que se acabe. Y se acaba porque ni yo le presto oídos, ni Elisa tiene argumentos para prolongar su insípido monólogo. Su disparatada perorata dejó hace tiempo de incitar mi deseo de refutarla. Más interesante me parece tratar de descifrar los morbos de su corazón y de su mente».
El tedio de esa relación siempre lo llevó a Alicia, su eterna confidente. Ella identificaba con certera precisión los motivos de sus cambios de ánimo, y descubría en sus escritos lo íntimo y lo oculto, que pasaba por impersonal al lector desprevenido.

«El apego enfermizo a la responsabilidad puede hacer que algunas personas cumplan con sus deberes. Preparan el desayuno, tienden las camas, lavan la ropa, asean la casa, hacen mercado, dirigen las tareas y pagan las pensiones; cuánta perfección, si no fuera por el odio con que las realizan, cobrando con agravios a los beneficiarios de sus acciones obligadas. Porque sin amor toda obra, por insignificante que parezca, es para quien la efectúa un enfadoso sacrificio; en tanto el auténtico sacrificio, realizado con amor, es el mayor de los placeres».

– ¿Aprovechaste –dijo Alicia– que Elisa no te lee para retratarla de cuerpo entero en el artículo?
–Si me leyera probablemente no se reconocería. Para sí misma, ella es perfecta.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")


VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE ESCRITO

CARTA XV: ME HACES SOÑAR DESPIERTO. ES HORA DE QUE SEPAS QUE TE AMO

Julio 4

Paolita:

He ahuyentado esta noche de mi mente todo pensamiento. No ansío razones, tan sólo el placer que tu ser me proporcione. Tal vez no conozco de ti lo suficiente, pero ya por ti mi corazón palpita. Eres un descubrimiento tan reciente, pero en mi vida tienes más raíces que lo añejo. Me he perdido en tu rostro angelical porque refleja la ternura con que sueño... Entre versos pareces concebida.

No quiero hoy ruido ni luz que me distraiga, sólo silencio... un espacio y un tiempo infinitos para que tú lo llenes. Quiero soñar contigo, quiero extasiarme con cada palmo de cuerpo, quiero imaginarme frente a frente, inmóviles mis ojos en tus ojos, subyugados ambos, los tuyos y los míos, en un lenguaje explícito y silente; recorriendo tu frente, tu nariz, tus labios, con la tímida y trémula yema de mis dedos. Aproximando mis labios a tu boca, escasamente con candor rozándolos. Besando sin malicia, sin violencia, ni pasión, apenas con ternura, tu frente, tus ojos, tu nariz, tu boca... Adivinarme cerca de ti, inhalando el aire que respiras; junto a ti sintiendo la tibieza de tu cuerpo, a ti abrazado, ciñendo tu cintura, descansando en tu pecho, al arrullo de tus rítmicos latidos. Entrelazando tus manos, sintiendo sobre mi piel tu suave tacto. Durmiendo a tu lado y despertando contigo entre mis brazos. Irrumpiendo en tus sueños y guiando tus quimeras, haciéndome imperceptiblemente a tu cuerpo y a tu alma, con la suavidad del más dulce sentimiento.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

VER SIGUIENTE CARTA
VOLVER AL ÍNDICE

EL CARBUNCO

En 1849 Alois Pollander de Wipperfürth descubrió en la sangre de reses muertas de carbunco unos bastoncillos que no aparecían en las reses sanas, los describió como cuerpos vegetales pero no supo si eran causa o consecuencia de la enfermedad. De su importante hallazgo sólo supo el mundo científico hasta 1856, escrupuloso como era el investigador alemán con el resultado de sus experimentos. Casimir Davaine (1812-1882) quien también hizo la misma observación en 1850, le dio a esos bastoncillos el nombre de "bacteridia carbuncosa", y centró su estudio en la inoculación de ovejas sanas con sangre de enfermas provocándoles el padecimiento. Era el año de 1863. Desafortunadamente a estos trabajos no se les dio importancia. Estaba aún por aclararse si la "bacteridia" era la causa de la enfermedad, pues sangre aparentemente sin bacilos también la transmitía. Afortunadamente Louis Pasteur y Robert Koch retomaron el interés por la enfermedad. Koch conseguió cultivar la bacteria y demostrar por primera vez la etiología de las enfermedades infecciosas y el ciclo biológico del agente causal. Pasteur a su vez descubrió los factores que modifican su virulencia.

Terminada en 1870 la guerra que enfrentó a Francia y Alemania, Koch se dedicó al estudio del carbunco. Con una astilla esterilizada al fuego tomó sangre del típico bazo negro de una oveja enferma y la sembró en el humor acuoso de un ojo de buey. Puso el medio a cultivar a temperatura corporal obtenida con una estufa improvisada y hora a hora siguió el crecimiento de los bastoncillos, también el de los cocos que habían contaminado su cultivo. Inoculó los bastoncillos en la cola de un ratón, y muerto éste recuperó de su bazo el germen del carbunco. La repetición del experimento le confirmó sus hallazgos. Y buscando respuesta a la supervivencia de los microorganismos en ambientes hostiles durante semanas, observó su comportamiento a diferentes temperaturas, y descubrió la formación de esporas, formas que por años podían sobrevivir fuera del organismo.

El botánico Ferdinand Cohn (1828-1898), contemporáneo de Koch, en 1876 difundió en los "Comentarios a la biología de las plantas", los estudios del sabio. Sintetizando los resultados de sus investigaciones Koch postuló los elementos necesarios para considerar a un microorganismo causante de una enfermedad: hallarlo en forma regular en los individuos afectados, poderlo cultivar y causar al inocularlo la misma dolencia.

Había hecho Koch por primera vez la más estricta descripción científica de las bacterias, dando al mundo los elementos para conocer los microorganismos causantes de las fiebres purulentas. La teoría de los miasmas quedaba sepultada para siempre. En lo sucesivo se reconocería para cada infección un agente causal: una etiología específica.

BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966: 127-130
2. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
3. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 469
4. Laín Estralgo Pedro. Historia universal de la medicina. 1a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1980: Tomo 7, 169
5. Nordenskiöld Erik. Evolución histórica de las ciencias biológicas. Buenos Aires: Espasa – Calpe Argentina S.A. 1949: 613-614
6. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p (ilustración)
7. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI, 5, 6
8. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
9. Pujol Carlos. Forjadores del mundo contemporáneo. Barcelona: Editorial Planeta. 1979: Tomo 3, 408
10. Singer Charles. Historia de la biología. Buenos Aires: Espasa - Calpe Argentina S.A. 1947: 429-434
11. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 239, 240, 251, 252, 254
12. ToPley W. C, Wilson G. S, Miles A. A. Bacteriología e inmunidad 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1949: 1, 2, 9
13. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 306-309
14. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 147, 148, 165-185, 254


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")
VER ÍNDICE
VER SIGUIENTE CAPÍTULO

UNA TARDE DE AÑORANZA

Una tarde fue
como cualquiera hubiese sido,
pero fue la más larga en tu presencia,
la más feliz,
- y qué breve -
que he vivido.

De pasión, no fue,
pero en éxtasis mi alma
sintió tu cercanía.
No sentí tu amor ni tus caricias,
tampoco estreché tu cuerpo
entre mis brazos,
no vislumbre siquiera una esperanza,
pero el aire rebosó
fragancias de bondad, de afecto
y de añoranza.

Comunión de un mutuo sentimiento,
comunión de almas
que cuentan su nostalgia,
comunión de miradas por la piedad iluminadas,
sentimiento puro y trasparente.

Y se marchó la luz,
y en la penumbra
unos ojos preciosos se perdieron,
iluminaron la noche dos luceros,
la noche en que murió esa tarde.
La más feliz,
la más profunda,
la más larga
- y tan corta -
en tu presencia.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)


VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE POEMA

NO AL ABORTO*

Ante una nación que se disuelve en la pérdida del respeto por la vida, nada más absurdo que implantar por ley el más repudiable de los crímenes.

Tal es la desintegración moral de nuestra patria, que triste y vergonzosamente hoy se enarbolan como banderas anhelantes de victoria, propuestas como la de Emilio Urrea, que pretenden legalmente atentar contra la vida. ¡Abominable crímen contra la más inerme de las criaturas!

Que no procure para ello contar con nuestro auxilio. Como médico gineco-obstetra sólo me anima el deber de defender la vida, nunca de ultrajarla.

Equivocado está este candidato, a quien nadie ha coartado su derecho a la existencia. No es su carácter de legal el que exime al aborto de sus complicaciones, como tampoco el que hace limpia una conducta inmoral abiertamente.

Si sus argumentos tuvieran asidero inteligente, tal vez un día suprimiríamos la pobreza con el exterminio de las clases bajas, pero también con la pena de muerte acometeríamos contra la deshonestidad de nuestra clase dirigente.

Y si se hace realidad la afrenta y son fieles mis colegas a la rectitud y a sus principios, sería sólo el ponente de este penoso desatino quien en persona ejecutase los crímenes de su propuesta.


* Esta nota fue publicada en el diario colombiano “El Espectador” el 22 de enero de 1990 (pág. 4A) y hacía referencia a la propuesta de Emilio Urrea Delgado, dirigente liberal, senador y alcalde de Bogotá. Entonces el proyecto fracasó en el Congreso. Diez y seis años después, la sentencia C-355 del 2006 de la Corte Constitucional despenalizó el aborto en casos de abuso sexual, grave enfermedad materna y enfermedad fetal incompatible con la vida extrauterina.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE ESCRITO

MI PASO POR SAN GIL

Retumba el Chicamocha
en la profundidad del risco
y de cima a sima
la vista se deslumbra.

Paisaje abismal que sobrecoge,
hachazo de Dios en la montaña,
lienzo soñado de perfectos trazos,
espectáculo frenético
que tienta los sentidos,
exaltación que El Gallineral transforma
en plácida caricia.

¡Parque del edén!
¡Estancia del amor!
¡Apacible refugio de las almas!

Gallineros y ceibas centenarias,
de grises y largas cabelleras,
ropaje de festones naturales;
talles descomunales de recio maderamen,
añosos brazos de cuarteada piel,
ramal indoblegable
que cuelga de los cielos.

Savia añeja cargada de recuerdos,
testimonio mudo que la memoria
guarda de los guanes;
de Cuchicute,
excéntricas andanzas;
del suelo que la nutre
la indómita braveza.

Caja musical en que resuenan
de las chicharras,
su canto electrizante,
y susurros de tonos armoniosos,
concierto de intérpretes virtuosos:
canturreo exquisito, nacido entre plumajes
de encendidos y vívidos colores.

Paraje fértil de fuentes generosas:
caudal sonoro de aguas cristalinas,
quebrada que en obligados tumbos
entre las rocas cuela
su dócil trasparencia.

Y en los confines,
un torrente de aguas impetuosas:
Fonce indomable,
que a otras tierras lleva
un soplo del edén en su corriente.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

VOLVER AL ÍNDICE

viernes, 22 de febrero de 2008

¿QUÉ ES EL PECADO?

«¿Qué es el pecado? ¿La rebeldía a la voluntad de Dios, una voluntad que poco conocemos? ¿O una absurda condición heredable como el pecado original, el curioso invento de San Agustín y Tertuliano? ¿Entonces el placer y el sexo, satanizados por la religión?». En ello pensaba José en el preámbulo del inventario moral de su existencia. Confrontaba su vida con los patrones que le habían proporcionado, y no encontraba un modelo que no contraviniera su razón. Que era tanto como hallar un modelo que no hubiera quebrantado.

Polémica había sido su vida amorosa, por lo que resultaba forzoso recordar a sus amantes. Alguna recóndita culpa debía sentir para que fuera tan reiterativo en su defensa. «¿Pero era censurable?» –se preguntaba–. «Claro que no». Porque no encontraba pecado en los amantes. «¡Ideas fanáticas de puritanos resabiados! Noción del bien y del mal que no comparto aunque esté a las puertas de la muerte».
Se negaba a transigir mientras pudiera demostrar que su existencia se había enmarcado dentro una moral tallada meticulosamente, muy personal y sólida; racional y práctica. «Los mayores males del hombre no provienen del amor –argumentaba pensando en los amantes–, sino del rencor, la ira, la envidia, la avaricia, el egoísmo y la soberbia. Ruindades que persiguen la desgracia ajena». Y guardaba para su tranquilidad la convicción de haber obrado siempre previniendo el daño de sus semejantes y examinando la bondad de sus acciones. Tenía la certeza de que el infierno nada tenía que ver con los instintos.

«Copular, comer y dormir son actos instintivos, pero fueron elevados a pecado; pecados pretenciosos, de la carne, la gula y la pereza. Ni muriéndome voy a reconocer como falta la fuente de mis dichas. Busquen en el abuso sexual, o en la paternidad irresponsable los verdaderos pecados de las carne. Más que pecados son verdaderos crímenes».

Su escrupuloso inventario también le exigía cuantificar la falta. «¿Se peca únicamente con la intención perversa, o sólo cuando se logra materializar el daño?». Y deducía que la injuria que no se cristaliza por motivos ajenos a quien la concibe no rebaja la condición pecaminosa; y que en cambio la responsabilidad se eclipsa con la sola renuncia a cometer la falta. «Se registrará en la conciencia como un pensamiento más, inocuo y censurable». Y exponía que la ejecución del acto malévolo es la falta realmente punible. «Para castigar no basta la ideación. A diario todos albergamos oscuros sentimientos. Atajarlos es ya un éxito de la virtud. Es la voluntad, que mueve al individuo a la cristalización del mal que ha imaginado, la que confiere el carácter pecaminoso a los deseos». Así llegaba a la conclusión de que no hay que pagar por los pensamientos reprochables. Y se juzgaba tan profundamente lógico, que no albergaba temor por lo que debiera responder en otra vida.
Cada deducción lo incitaba a un nuevo análisis; y cada análisis a nuevas conjeturas. «¿Y cuánto pesa en la tasación de la falta el sentimiento de quien fue agredido?». Parecía lógico que quien tasara el daño fuera el ofendido. Pero no todo evento percibido por la víctima como perjuicio lo era en realidad. Pensó en Elisa deliberadamente. Le bastó el recuerdo de su esposa para concluir que debía dejar a la conciencia el discernimiento de sus propios yerros. Alguna imparcialidad –se dijo– debía tener su conciencia, cuando era capaz de señalar sus faltas y de celebrar que contuviera sus impulsos ruines. «Es falta indiscutible agredir a quien no nos ha agredido; no tratar de impedir que alguien cauce daño a un tercero es moralmente cuestionable, ¿pero qué falta puede haber en no dar gusto o someterse a alguien?». Cerró ese capítulo y volcó su interés en el daño autoinfligido.

Se dijo que la agresión contra sí mismo no es pecado porque es un daño consentido por la víctima, y que además no había forma de castigar al agresor sin perjudicar al agraviado. Una graciosa encrucijada con la que desechaba de la noción de pecado todo comportamiento en que terceros no fueran afectados. Su argumento lo llevó a simplificar la relación consigo mismo. Reducido a un absurdo el comportamiento contrario a los propios deseos, pregonó el hedonismo: «Hago conmigo cuanto deseo y tolero, si yerro, no son censurables mis equivocaciones porque cuentan con mi consentimiento; a nadie más violentan».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE ESCRITO

CARTA XIV: LAS PROMESAS DE AMOR. UNA PIZCA DE RAZÓN ANTES DE VOLVERNOS INSENSATOS

Julio 3

Querida mía:

Provengo de una relación que me atormenta, tengo una ilusión personificada en tu existencia, no soy novato en el amor y tengo un sentido demasiado crítico. No quiero engañarme ni engañarte, sé que el amor no dura eternamente, mas quiero que se vuelva duradero. No quiero llenarte de promesas, pero tampoco quiero negarte mis buenas intenciones. Te escribo esta carta con la razón, porque seguramente el corazón será el autor de las próximas que escriba.

Las promesas de amor suelen ser para nuestro pesar sólo promesas. No las obliga la vehemencia con que se pronuncian, la realidad no tiene relación con ellas. Y no se quebrantan por mala voluntad ni infames intenciones, sino por el efecto impredecible de los sentimientos, ajenos al deseo de quien pretende controlarlos.

¡Qué poco sentido tienen en el amor los juramentos! En el amor sólo se podría jurar a posteriori: sobre hechos consumados. Como quien da solemne testimonio de que una determinada circunstancia existe o ya ha pasado. Pero comprometer el futuro en juramento, el futuro incierto y lleno de avatares, no es más que arriesgarse a no cumplir con lo pactado. Jurar para la posteridad es apenas un deseo, es abrigar la esperanza de poder cumplir una promesa, ¿Si se incumple en lo racional y calculado, que se podrá decir sobre los pactos impensados que ofrecen los amantes?

Siempre y jamás, palabras del exquisito lenguaje del amor, no tienen en la realidad cabida. Se expresan sin certeza, apenas con candor, con la efervescencia del momento.

Otras serán probablemente mis palabras cuando sucumba del todo mi razón al influjo de este nuevo sentimiento. A cada instante siento que tú y yo actuamos con menos objetividad y menos calma. No quiero arrebatar tu libertad, tampoco comprometer la mía. Pero también anhelo amar y ser amado.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

VER SIGUIENTE CARTA
VOLVER AL ÍNDICE

CARTA XIII: ¿ENCARNAS ACASO MI UTOPÍA?

Julio 2

Paolita:

Siempre en la mujer imaginé la sublimación de los más delicados sentimientos. ¡Qué pocas veces he confirmado que puede ser realidad esa utopía!

Confiado en la imagen maternal de la mujer, que sólo despide amor en su regazo, concebí la ternura como el don característico de la feminidad, pero ahora sé que esa virtud escasamente al hijo pertenece. ¡Qué pocas mujeres he encontrado en esencia dulces y sensibles!

Hoy que tu ser parece materializar mi fantasía, se asoman mis sentidos a una realidad que parecía imposible. Admiro y adoro tu temperamento sensible, suave como tu piel, que trasmite la ternura de un infante. Gozo con tu figura de mujer menuda y frágil, que proyecta un espíritu bello que rebosa de bondad. Los trazos de tu cuerpo me obsesionan, y sin embargo no son más hermosos que tu alma. Ésta es el objeto de mis anhelos más sentidos, aquél, objeto de mis gozos terrenales.

Tu esencia frágil condensa la naturaleza femenina, que para proteger, mis brazos reclamaban.

Que el destino no endurezca tus facciones, ni el tiempo me vuelva refractario a tus virtudes.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

VER SIGUIENTE CARTA
VOLVER AL ÍNDICE

ROBERT KOCH

Pocas figuras trascienden tanto como Koch en la historia de la ciencia. Perdido para la medicina clínica, Robert Koch (1843-1910), hizo a cambio los más importantes aportes al conocimiento de las enfermedades infecciosas. Además de sus estudios sobre el carbunco, descubrió el bacilo tuberculoso y el vibrión colérico, e introdujo las técnicas de incubación de microorganismos al calor y el cultivo en gelatina, así como los procedimientos de fijación y coloración con anilinas de las preparaciones bacterianas, basado en su descubrimiento de la afinidad de las bacterias por ciertos colorantes, con lo que fue posible distinguirlas. Trabajos que serían precursores de las técnicas de tinción de Weigert, Gram y Löffler, tan importantes en el descubrimiento y estudio de los agentes infecciosos.

Fue Koch quien reemplazó los líquidos de cultivo, en los que las bacterias se mezclaban haciendo difícil la identificación de las especies, por una gelatina en un comienzo y después por un producto de las algas, el agar-agar, que hizo sencillo el aislamiento de los microorganismos. A sus placas de vidrio las reemplazaron las hoy conocidas cajas de Petri, introducidas por su discípulo Richard Petri (1852-1921).

Sus estudios también demostraron que no era cierto que las bacterias bajo algunos efectos se transformaran unas en otras. La semejanza morfológica de muchas de ellas y la calidad deficiente de muchos microscopios hacía incurrir con frecuencia en el error.

Establecido a sus veintiocho años como médico de la comarca de Wollstein, llamó su atención un problema eminentemente veterinario en apariencia, la extrema mortalidad de vacas y ovejas a causa del carbunco. Tantas observaciones y descubrimientos no habían conseguido hasta entonces esclarecer su origen y mucho menos proporcionar un tratamiento eficaz. La aplicación de Koch al estudio del carbunco fue el inicio de una exitosa vida dedicada a la investigación, que lo llevó por Asia, Africa y Oceanía tras el cólera, la peste bubónica, el paludismo y la enfermedad del sueño, en pos de los agentes causales y atraído por el estudio de las enfermedades que azotaban esos continentes.


BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966: 127-130
2. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
3. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 469
4. Laín Estralgo Pedro. Historia universal de la medicina. 1a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1980: Tomo 7, 169
5. Nordenskiöld Erik. Evolución histórica de las ciencias biológicas. Buenos Aires: Espasa – Calpe Argentina S.A. 1949: 613-614
6. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p (ilustración)
7. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI, 5, 6
8. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
9. Pujol Carlos. Forjadores del mundo contemporáneo. Barcelona: Editorial Planeta. 1979: Tomo 3, 408
10. Singer Charles. Historia de la biología. Buenos Aires: Espasa - Calpe Argentina S.A. 1947: 429-434
11. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 239, 240, 251, 252, 254
12. ToPley W. C, Wilson G. S, Miles A. A. Bacteriología e inmunidad 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1949: 1, 2, 9
13. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 306-309
14. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 147, 148, 165-185, 254


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

VER ÍNDICE
VER SIGUIENTE CAPÍTULO

EL CONCEPTO DE CONTAGIO Y EL AISLAMIENTO DE LOS MICROORGANISMOS

El hombre había observado que la transmisión de muchos padecimientos tenía relación con objetos pertenecientes a los enfermos, e intuía cierto efecto perjudicial en el ambiente que lo instó en las epidemias a utilizar hogueras con la intención de purificar el aire.

De oriente provenía el concepto de la difusión de las epidemias por contagio, pero no era clara la forma de evitarlas. En Italia, Fracastoro de Verona (1478-1553) alcanzó a sospechar un "contagium vivium" en la génesis de las enfermedades.

Las "Investigaciones patológicas" del alemán Jakob Henle fueron un interesante aporte al estudio de las infecciones. Señalaba a los miasmas como la materia infecciosa que causaba enfermedad y que provenía del ambiente, a diferencia del contagio, que provenía del hombre. Por miasmas, según la teoría, se diseminaba el paludismo, por contagio la sífilis. Para Henle los agentes causantes de las enfermedades infecciosas eran semejante a las levaduras, pero nunca pudo demostrarlos y sus ideas no fueron acogidas.

En el siglo XIX, caracterizado por la lucha exitosa contra las epidemias, se dio el salto de la interpretación divina a la explicación científica de las enfermedades. No obstante el concepto tiene muy antiguos precursores, por ejemplo Varro, quien en el siglo I a. C. afirmaba que "En lugares húmedos crecen animalitos muy pequeños, que no se pueden percibir con la vista, y que entran en el cuerpo con el aire a través de la boca y la nariz provocando graves enfermedades". Pero su creencia sólo tuvo visos de verdad dieciséis siglos después, cuando el jesuita Athanasius Kircher observó bajo el microscopio pequeños organismos en la pus y en la sangre de los enfermos con peste. Realmente no eran bacterias, pero Kircher los asoció con la enfermedad bajo la idea del "contagium animatum". Eran apenas leucocitos y hematíes, pero cumplían la importante misión de preservar la valiosa la idea.

Más adelante los trabajos de Megendie, Rayer y Davaine sobre la rabia, el muermo y el carbunco respectivamente, demostraron que estas enfermedades podían inocularse experimentalmente. Pero serían las investigaciones de Robert Koch sobre el carbunco las que darían total claridad al conocimiento de las enfermedades contagiosas.

BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966: 127-130
2. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
3. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 469
4. Laín Estralgo Pedro. Historia universal de la medicina. 1a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1980: Tomo 7, 169
5. Nordenskiöld Erik. Evolución histórica de las ciencias biológicas. Buenos Aires: Espasa – Calpe Argentina S.A. 1949: 613-614
6. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p (ilustración)
7. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI, 5, 6
8. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
9. Pujol Carlos. Forjadores del mundo contemporáneo. Barcelona: Editorial Planeta. 1979: Tomo 3, 408
10. Singer Charles. Historia de la biología. Buenos Aires: Espasa - Calpe Argentina S.A. 1947: 429-434
11. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 239, 240, 251, 252, 254
12. ToPley W. C, Wilson G. S, Miles A. A. Bacteriología e inmunidad 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1949: 1, 2, 9
13. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 306-309
14. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 147, 148, 165-185, 254

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

VER ÍNDICE
VER SIGUIENTE CAPÍTULO

EL CORAJE EJEMPLAR DE "EL ESPECTADOR" *

Con la degradación de las costumbres, hoy lo incuestionable y natural se vuelve exótico, y la defensa de la moral y de las leyes parece ser la empresa de unos cuantos quijotes valerosos.

Aún así, dichosos quienes crecimos al abrigo de rígidos principios, persuadidos por la necesidad y las bondades del camino recto, y convencidos de anteponer el deber hasta a la misma vida. Pero una patria cuya juventud se forja sin el apego a sanos ideales, resultado de padres y maestros negligentes o que también de ellos carecieron, es una patria que sus males multiplica, víctima postrada por el delito que se agigante con su permisividad y tolerancia.

La salud de la nación exige el concurso urgente de la educación y la justicia, para que forme la una ciudadanos rectos, para que la otra todo su rigor aplique.


En esta patria agobiada por quienes perdieron de ella su calidad de hijos, la noble lucha de la familia Cano es paradigma. No están, ni deben estar solos en una batalla que a todos compromete, en una guerra en la que la neutralidad no existe, porque cómplice es de los delitos quien manifieste debilidad, indiferencia o cobardía.

Señores directores, la actitud valerosa de El Espectador, enorgullece a la Colombia honrada que solidaria quiere combatir a su lado en pos del órden, el bien y la justicia.


* El Espectador periódico colombiano fundado en 1889, padeció como ninguno otro su postura vertical contra Pablo Escobar y contra el narcotráfico. Consecuencia de ello fue el asesinato de su director, don Guillermo Cano, y la destrucción de su sede en un atentado dinamitero. Esta carta fue dirigida a Juan Guillermo y a Fernando Cano Busquets, con motivo del atentado a las instalaciones del diario.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE ESCRITO

ANHELO IMPOSIBLE

Si no puedes amarme,
no lo intentes.
¡De amar no somos libres!

Dejar de amarte,
tampoco yo podría,
aunque otro sea tu mundo...
tan ajeno al mío.

Al cielo por tu ventura pido,
mas me angustia
que con otro
la dicha te conceda.

La luz del día
tu ausencia me compensa,
pero el atardecer
me invade de nostalgia
y la noche me sume
entre tinieblas abismales.

Añoro espontánea tu presencia,
el mayor bien que el cielo me depare,
la inspiración por quien la vida es bella,
consuelo a mis tristezas y a mis males.

Cada momento en tu existencia pienso,
de tu recuerdo vivo
para no buscarte,
útil quiero ser a tu ser
mas nunca importunarte.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE POEMA

EL VERDADERO AMOR NO LO CONOCES

Estás enamorado cuando tu corazón
que sólo palpitaba,
necesita el estímulo del amor
para seguir latiendo;
cuando la vida sonríe y aún en la obscuridad
el sol sigue brillando;
cuando sólo virtudes descubres
en el ser querido,
cuando su ausencia duele
como la misma muerte,
cuando con nadie puedes compartirlo.

¿Pero acaso amas?
¿Es acaso amor ese fuego intenso
tan poco duradero?
¿Esa llama que obnubila el pensamiento
y anula las razones?

No digas que es amor
esa psicosis pasajera
que a todos nos abrasa.

El verdadero amor nunca se extingue,
es dicha por la felicidad ajena,
perdón y tolerancia,
sublime sentimiento excento de egoísmo,
dar sin recibir a cambio,
exaltación de la ternura,
expresión de la bondad,
respeto a la libertad del ser amado,
albedrío para ser,
para pensar y amar sin restricciones.

¡Pobre humanidad
que por el enamoramiento seducida,
hecha jirones despierta
de ese embrujo sin haber amado!


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE POEMA

viernes, 15 de febrero de 2008

ENTRE LA AMANTE Y UN MATRIMONIO MAL LLEVADO

Los comentarios de José contra el matrimonio y las esposas tenían ponzoña casi siempre. Él afirmaba que se daban instintivamente, como algo que guardaba en su inconsciente. Y de pronto era verdad. Su matrimonio lo había predispuesto contra el matrimonio; y el comportamiento de Elisa, indispuesto con todas las esposas. «No hay duda –decía–, lo mejor que pudimos hacer ella y yo fue separarnos; aunque confieso que para el momento de la separación ya no me inmutaban sus ofensas. No la odiaba, porque el odio es un veneno que sólo amarga a quien lo proporciona. Apenas la ignoraba. Me ultrajaba, pero sordo a su alegato, no me daba cuenta cuándo terminaba. Era la percepción repentina del silencio la que me ponía al tanto de su ausencia». Pero sus amigos poco creían en el dominio de la situación que él invocaba. «¿Dónde quedan las represalias del crítico pugnaz?» –se preguntaban–. «¿Dónde la decisión del hombre indómito y audaz de tanto escrito?». En últimas les parecía que el escritor decidido y frentero no podía con su mujer. ¡La eterna paradoja! El hombre ingobernable, el invencible, el dominador del mundo, acorralado por su mujer en un rincón de su propio apartamento. A José le producía desazón la interpretación de los hechos, más que los propios hechos.

En su hogar la situación se había vuelto crónica, por crónica tolerable, y por tolerable sin solución. Evitaba discutir con Elisa y oponía el silencio a sus gruñidos. No como expresión de derrota, sino como manifestación de indiferencia. Pero de puertas para afuera todo era diferente. El problema era más que el eterno enfrentamiento con su mujer: era la presión de sus amigos demandando solución. Pero no fue por ello que se consiguió una amante, aunque la amante sirvió para aplacar las críticas; al menos por un tiempo. «No me siento por mi infidelidad culpable. Cada ultraje de Elisa es en mi conciencia un cargo menos. Cada encuentro con Pilar me compensa con creces un disgusto con Elisa», les explicaba a sus amigos, cual si ellos que habían propiciado la infidelidad, demandaran justificación alguna. Ellos lo celebraban, percibían que por fin se sacudía el yugo, que castigaba, que tomaba represalias. Era explicable, la confrontación entre Elisa y José había polarizado a muchos de sus allegados, y se diría que como en una justa, tomaban partido y esperaban el siguiente golpe para festejarlo o para exigir una revancha. Pero a él no parecía animarlo la venganza. «Todo ha sido casual –decía– y tan exquisito, que siento la necesidad de prolongarlo. Pilar existe para mi propia satisfacción, no es un medio para escarmentar a nadie». Pero Francesca, una amiga de iluminado pensamiento, siempre insistió en que Pilar era el castigo perfecto para Elisa, y para que el suplicio obrara todos sus efectos, Elisa debía ser notificada. Aunque siempre lo negó, fue ella quien envió el anónimo: «José no volverá a ser el blanco de tu infamia. Una mujer mejor que tú se ha conseguido».

Con Pilar, decía José, Elisa encontró el pretexto para justificar sus atropellos pasados, presentes y futuros. «A todos hizo ver que su ira contra mí no era gratuita. Decía que esa maldita infidelidad –que no llevaba ni seis meses– había horadado “hacía años” toda su confianza. Que había acabado con el amor. Amor que muchos sospechaban que Elisa jamás había sentido». Y su relación con Pilar, hasta ese momento, un verdadero oasis, comenzó a debilitarse.

Pilar era comprensiva, amorosa, paciente, prudente, considerada. La perfecta amante. Siempre a su sombra, siempre pasando desapercibida, siempre ocultando o negando la relación en público, pero viviéndola en privado con toda intensidad. Demasiado buena, creía José, para sobrevivir a los ímpetus destructores de un mujer burlada. Elisa enfiló su furia contra ella; la persiguió, la humilló, la difamó, la puso en boca de todos, en los peores términos. Y el idilio de hadas comenzó a esfumarse.

Nuevas mujeres llegaron a su vida, pero en más clandestinidad y más secreto. Ya no enteraba a todos sus amigos; para la mayoría era un hombre solitario, un hombre mal casado y sin pareja. Volvieron las críticas a su pasividad y las presiones: «Lo que tienes que hacer es separarte». Finalmente le pareció correcto y terminó por divorciarse.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE ESCRITO

CARTA XII: ANTES DE SER DERROTADO POR CUPIDO

Julio 1

Querida Paola:

Mi razón está naufragando por tu causa en las ilusorias aguas del afecto. ¿Por qué no compartir contigo las atrevidas reflexiones del último acto cuerdo antes de que el arquero del amor me hiera irremediablemente?

Tal vez porque conozco el éxtasis del amor desmedido, como la gélida indiferencia en que termina, he hecho presa de mis pensamientos los acontecimientos descarnados de la relación amorosa, constantemente contrapuestos al ideal ansiado.

Una simple atracción es la semilla del más descomunal afecto, de un amor que no conoce límite, de un vínculo que ingenuamente creemos para siempre. Con la conquista el interés decrece, con la convivencia los defectos ocultan las virtudes y un mundo de obligaciones y labores convierte en mísero recuerdo la llama ardiente que flameó al comienzo.

Y se podrá convivir por otros intereses, mas no por el motivo primordial: el amor. Es la triste evolución de la relación de la pareja humana, y no hay maquillaje moral ni religioso que cambie esa realidad indefectible. No hay censura ni excomunión que la transforme. Quiera el Cielo si nos acerca tanto como yo pretendo, que ese no llegue a ser nuestro destino. Hermoso es poder albergar una esperanza. Una esperanza que borre las oscuras sombras que rondan por mi mente.

He visto prolongarse relaciones bajo el influjo de cánones sociales, religiosos o morales, pero a cambio de una desazón profunda. Porque es imposible avenirse a una norma que no toma en cuenta una realidad que le es enteramente opuesta. ¿Quién puede admitir serenamente que el día es resplandeciente, cuando la razón y los sentidos revelan una noche fría y tormentosa? ¿Quién puede aceptar que vive un sentimiento eterno, cuando hace tiempo que se extinguió su llama?

Hoy mi corazón se debate entre la incertidumbre y el deseo de entregarme de lleno a la conquista. Veo en ti y en mí almas bondadosas, que aman y anhelan ser amadas, que le tienen preparada al amor una morada inmejorable.

No hay duda, están haciendo efecto las flechas de Cupido. Así tanta racionalidad no sirve para nada.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

VER SIGUIENTE CARTA
VOLVER AL ÍNDICE

LA GENERACIÓN ESPONTÁNEA O ABIOGÉNESIS

Creían sus defensores en la génesis de los seres vivos a partir de la materia descompuesta. Y tal era su convencimiento, que Helmholtz en el siglo XVI presentó una formula para hacer ratones.

Aristóteles, más teórico que práctico, acogió la creencia primitiva de que espontáneamente de la materia en descomposición surgía la vida.

La oposición a la teoría, finalmente derrotada por Pasteur, se inició con Harvey en 1650. Fueron dos siglos de alternativos avances y retrocesos. Francesco Redi (1621-1698), médico, naturalista y poeta florentino, con un sencillo experimento en 1688 creyó sepultar la teoría. Impidiendo mediante una tela el acceso de las moscas a la carne putrefacta, enseñó que era de los huevos puestos en la tela y no de la carne, donde se generaban los gusanos. Pero su descubrimiento sólo le valió un proceso por herejía en 1674. “En la Biblia está escrito que del cadáver de un león salió todo un enjambre de abejas, por lo tanto es falso lo de las moscas y los huevos”, se escribió en el proceso contra el ateo.

El asunto de la generación espontánea enfrentó por mucho tiempo las teorías mecanicista y vitalista. La primera, defendida por el filósofo francés René Descartes (1596-1650) y por el médico y botánico holandés Hermann Boerhaave (1668-1738), entre otros, promulgaba unas mismas leyes para el mundo viviente y el inanimado; la vitalista, sostenida por el médico alemán Georg Ernst Stahl (1660-1734), proponía leyes diferentes para esos dos mundos. La existencia de la abiogénesis era fundamental para las dos teorías. Si de lo inanimado podía surgir la vida la teoría mecanicista se confirmaba, si no era asi, la brecha entre lo animado y lo inanimado corroboraba los postulados de la filosofía vitalista.

Años después, en 1745 o 1748, el sacerdote católico irlandés John Turberville Needham (1713-1781) seguro de haber destruido con el calor todo vestigio de vida en los matraces de su laboratorio, fortaleció la idea de la abiogénesis, al convencerse de la generación espontánea en el líquido putrescible que ellos contenían. Needham y el biólogo francés Buffon postularon la teoría de la fuerza vital, que consideraba a los organismos vistos bajo el microscopio como la fuerza particular que “vitalizaba la vida”. Para Lazzaro Spallanzani (1729-1799) el calentamiento y el aislamiento de los frascos para asegurar la esterilidad había sido insuficiente, así lo afirmaba al no obtener en experimentos semejantes, iguales resultados.

La aparición del microscopio, paradójicamente en sus inicios, llegó a fortalecer la idea de la generación espontánea al mostrar nuevas formas vivas que no se sabía de donde procedían. Aunque Anton van Leeuwenhoek descubrió con su microscopio los diminutos organismos de las materias orgánicas descompuestas, nunca defendió la teoría de la abiogénesis, siempre creyó que procedían del aire.

Enemigo de la teoría, Theodor Schwann, pregonaba en 1834 sin hallar eco a sus palabras, que la carne sólo se corrompía cuando la contaminaban impurezas como las portadas por el aire. Pasteur siempre pensó que tales organismos debían proceder de otros semejante: "omnis cellula e cellula". Pero la resistencia a Pasteur llevó a afirmar que los microbios no eran los responsables de las infecciones sino otros gérmenes surgidos de la abiogénesis. Sus ingeniosos experimentos deshicieron finalmente y por siempre tal creencia. Confirmó primero la presencia de microorganismos en el aire, luego esterilizó soluciones orgánicas con calor y las expuso al aire filtrado (libre de contaminación) demostrando que no surgía en ellas la vida, a diferencia de aquéllas sometidas al aire corriente. Fueron el último y temporal escollo las bacterias más resistentes al calor, aquéllas capaces de formar esporas. Bajo el amparo de esa circunstancia pudieron rebatir por más tiempo los amigos de la teoría, como Bastián o Félix Pouchet, los conceptos en contra de la generación espontánea expuestos por Pasteur. Pero esterilizando bajo presión y a 120 grados centígrados, el sabio francés destruyó no sólo las formas bacterianas resistentes, sino la resistente teoría de la abiogénesis.

Los dos siglos de enfrentamiento entre defensores y opositores de la teoría llevaron a la Academia de Ciencias de Francia a ofrecer en 1860 un premio a quien resolviera las dudas sobre el controvertido fenómeno. En las manos del químico francés quedó la recompensa.


BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966: 44-48
2. Bastian Hartmut. La gran aventura de la humanidad. Barcelona: Ediciones Destino. 1961: 433
3. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
4. Loeb Jacques. El organismo vivo en la biología moderna. Madrid: Imprenta Clásica Española. 1920: 31
5. Margenau Henry, Bergamini David. El científico. En Colección Científica de Life. México: Offsett Multicolor. 1966: 28
6. Nordenskiöld Erik. Evolución histórica de las ciencias biológicas. Buenos Aires: Espasa – Calpe Argentina S.A. 1949: 481, 482, 486, 487, 489-491
7. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p
8. Pasteur Luis. Estudios sobre generación espontánea. Colección héroes de la ciencia. Buenos Aires: Emecé Editores S.A. 1944: 272p
9. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI, 5, 6
10. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
11. Pfeiffer John. La célula. En Colección Científica de Life. México: Ed. Offset Multicolor SA. 1965: 82, 86
12. Radl EM. Historia de las teorías biológicas. Madrid: Revista de Occidente. 1931: Tomo I, 181, 182, 206, 207
13. Radl EM. Historia de las teorías biológicas. Madrid: Revista de Occidente. 1931: Tomo II, 218-222
14. Singer Charles. Historia de la biología. Buenos Aires: Espasa - Calpe Argentina S.A. 1947: 361-363, 419-429
15. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 118, 251 (ilustración)
16. ToPley W. C, Wilson G. S, Miles A. A. Bacteriología e inmunidad 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1949: 4-7
17. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 115-147


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")


VER ÍNDICE
VER SIGUIENTE CAPÍTULO

FUERZA SÓRDIDA*

A la actitud valerosa de nuestro presidente y de nuestro Ministro de Gobierno**, y al sacrificio de cuanto ciudadano honesto ha levantado su voz contra la siniestra actividad del narcotráfico, no puede oponerse la fuerza sórdida y minúscula de quienes con malas artes se han apoderado de la representación del pueblo y de los honores preservados a los más dignos ciudadanos.

Bajo su sombra los principios que deberían defender son ultrajados, porque estos huérfanos de honestidad y valentía han desterrado del Parlamento todas las virtudes.

Mientras encontramos los medios para despojar a los usurpadores de tan alta como inmerecida investidura, señalemos a nuestros conciudadanos ignorantes y confiados, los individuos que deben quedar para siempre proscritos del Congreso, y grabemos para la posteridad los nombres de quienes hoy en vergonzosa afrenta pretenden entregar la Patria a las mafias de cuyos dineros probablemente se nutrieron.

¡Caiga sobre sus hombros indignos todo el peso de la historia !

* Publicada en el periódico colombiano "El Espectador", diciembre 10 de 1989, pág. 4A
** El presidente de Colombia Virgilio Barco y el entonces ministro Lemos Simmonds prefirieron hundir en el Congreso la reforma constitucional que ellos propusieron, antes que permitir la prohibición de la extradición introducida por parlamentarios influenciados por la mafia.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")


VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE ESCRITO

SOLEDAD INSONDABLE

Venus que la dicha eres
de tantos corazones,
¿qué recóndito dolor lleva tu entraña?

¿Cómo tú, que la felicidad desbordas,
puedes albergar siquiera
un pensamiento triste?

¿Sufres la ausencia de un amor
-desconocido-
que a la vida devuelva su sentido?
¿Sientes la soledad que ningún
amor puede curarte?

¿Para ser feliz qué te hace falta?
No el amor que en exceso
de mi ser rebosa,
sólo el de aquél,
que soñado en tus suspiros
inflame tus sentidos y tu alma.

Si buscando tu ventura yo pudiera
los hilos al destino trastocarle,
a mi vida el tiempo devolviera
y para amarte
transformado regresara
a la imagen de tu príncipe soñado.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE POEMA

NOSTALGIA (II)

¿Por qué es triste la vida,
si rebosa de alegría por tu presencia?

¿Por qué es triste la noche,
si eres de ella lucero que refulge?
¿Si de pasión se arroban los amantes?

¿Por qué mis días parecen tristes,
si se iluminan con el sol de tu mirada?

¿Por qué a mis sueños la tristeza los invade,
si son la ilusión
para sentirte mía?

¿Por qué mis pensamientos
son presa de nostalgias,
si en ellos tu vives presente?

¿Por qué de la muerte
no temo su llegada?

¡Porque tu existencia
fue en mi vida una quimera!
En otro mundo...
seré al menos
el ángel que te guarde.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE POEMA

VER O BAJAR "POEMAS DE AMOR Y AUSENCIA" EN FORMATO PDF

NOSTALGIA

Reminiscencia de la felicidad perdida,
deseada evocación
que nos desgarra el alma,
ambiguo sentimiento que confunde
venturas y aflicciones;
ilusión desvanecida
de un futuro irrealizable.

Recuerdos vívidos
de seres que anhelamos,
abrazo que se extiende al infinito
estrechando a quienes marcharon
para siempre.
Añoranza de tiempos y costumbres,
de amores malogrados
que a nuestro lado
quisimos florecidos.

¡Intento inútil de volver
nuestros pasos al pasado!


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE POEMA

OBSESIÓN

Imaginó mi alma la ternura
y los frutos más dulces del amor,
y desde entonces,
buscó esa irrenunciable obsesión...
sin conseguirla.

Espejismos de un amor ideal
deslumbraron mis sentidos,
vacuas formas de mujer,
sin alma femenina.

Otras,
oasis de ternura incomparable,
de virtuosos encantos
y aroma espiritual y delicado,
cruzaron sin tocar mi vida:
elíxires prohibidos de Afrodita.

Almas desatinadas
que imaginan el amor todo dulzura,
que para amar no ponen condiciones,
que sólo dan, sin recibir a cambio,
incomprendidos seres
que con candor desnudan
sus íntimos secretos,
que en sus propios afectos se consumen.

Como aquéllas,
busqué en la tierra
expresiones puras del amor
que desbordaron siempre
la condición humana:
¡encumbrados anhelos
en cenizas transmutados!

Ha de ser mi obsesión irrealizable sueño:
¡El amor terrenal es flama
que se extingue sin remedio!

Para después de mi muerte
postergaré mis ilusiones.
En otra vida,
quizá,
el amor será más generoso.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE POEMA

domingo, 10 de febrero de 2008

LO QUE VA DEL SUEÑO A LO REAL

La vida suele tomar rumbos que se apartan de los objetivos idealizados en la infancia. José, como en los cuentos de hadas, soñó con una casa encantada, inundada de fragancias, con una doncella tierna y amorosa, y con un hogar dichoso y duradero. Fue su visión inocente de la vida. Tuvo un techo –para no quejarse– que lo resguardó del frío, pero sin los aromas romántico soñados. La doncella fantaseada, «fue un hechizo de pésima factura», él lo decía. «Amantes no previstas me endulzaron el amargo destilado de la reina de la casa». Los niños fueron el único sueño que dejó la realidad incólume. Ellos, que eran en su fantasía el elemento menos trascendente, a través de su hija se convirtieron en un suceso inesperado y grato.

Los patrones que le inculcaron en el hogar y en el colegio los reemplazó José, por fuerza de las circunstancias, por un modelo propio. Uno excéntrico, realizable y práctico, en oposición a uno ideal, pero imposible. La mujer esposa, amante, amiga, ama de casa y madre, no fue la que encontró en Elisa. Su dicha con ella fue fugaz. «El título de esposa apenas es un mote con el que fundamenta su derecho a infligirme todo tipo de agresiones». En ausencia de la esposa-amiga-amante, como compensación buscó auténticas amigas y auténticas amantes. Sin embargo, ya herido por su enfermedad, con un dejo de nostálgico reclamo decía que había que contentarse con lo real que era lo único contable. Y lo decía pensando en los sueños frustrados de su juventud, pero también, en la incertidumbre del futuro: en lo que sería «su vida» tras la muerte. «Son reales mis gozos y mis sufrimientos, lo que di y lo que me brindaron, lo que conquisté y lo que me arrebataron. En cambio el más allá acaso no sea más que un sentimiento o un deseo. Una eventualidad nebulosa, como la suerte, contraria a lo que deseamos... de pronto inexistente».

Creía en la felicidad como objetivo primordial del hombre. «La quiero aquí y ahora. Otros mortificándose la desechan aquí, con la esperanza de que en el otro mundo los esté aguardando. Algunos la quieren ahora sin importar su precio, inclusive el daño de sus semejantes. Yo la anhelo con cordura y sin afanes, a sabiendas de que entre la búsqueda y el hallazgo, la felicidad a veces se refunde». Consciente de que era amo del presente, pero incierto dueño del mañana, no la pospuso cuando tuvo la posibilidad de tenerla entre sus manos. El placer fue su fuente, pero también lo fueron sus desvelos cuando significaron la dicha de los suyos. Porque la felicidad que reclamaba era goce sensual, pero también satisfacción espiritual.

Había dicho que no estaba dispuesto a tener al final de sus días un saldo negativo. Lo consiguió. El balance le era favorable. «No estoy arrepentido. Mis padecimientos fueron estrictamente necesarios, no padecí por gusto. No practiqué la templaza innecesariamente. Tampoco ambicioné el poder y la riqueza, en cuya consecución el hombre sin darse cuenta arruina su ventura. A mi modo de ver, el poder no da felicidad sino esclaviza. Mi hedonismo fue mal interpretado, mis críticos sólo imaginaron en el placer el desenfreno, el sexo, la droga y el alcohol. Pero de ellos, el goce erótico fue el único que me sedujo. Mi hedonismo fue una refinada estimulación de los sentidos: el horizonte encendido del ocaso, el sol resplandeciente, el cielo azul inmaculado, el vivo verdor de la naturaleza, el agua cantarina, el mar espumoso y murmurante, la brisa cálida, el arenal dorado, el canto melodioso de las aves, el aire puro y perfumado. O la contemplación de una pintura, el arrobamiento por una nota musical, la lectura de un poema, un buen vino, un suculento plato, un concierto, una película, una alegre compañía. Todo eso tuve, así como el éxtasis sobre la piel desnuda. He cumplido, no tuve que arrepentirme de lo que dejé de hacer... porque lo hice. Nunca pasaron el alcohol ni las drogas por mi vida, nada que pudiera someter mi voluntad, porque el contrasentido del placer es terminar esclavo del estímulo que lo propicia. El vicioso disfruta menos que lo que padece».

Pero tuvo que explicar su concepción del placer para borrar la idea de la conducta disoluta. Exculpado su modelo por no ser licencioso, tacharon entonces su hedonismo de egoísta. Nada que le hubiera preocupado, porque explicaba que egoísta ha sido siempre el ser humano. «Alberga malos sentimientos, pero también una extraña disposición a prodigar felicidad a otros. Hace parte de su esencia. El niño al convertirse en adulto se pervierte, pero también renuncia al egoísmo absoluto de la infancia. El niño que arrebata el bocado a sus papás, se transforma en el padre protector que ayuna antes que privar a su hijo de un bocado. Esa sorprendente sensación de bienestar al prodigarse, también quedó incluida en mi lista de placeres. Regocijarse cuando alcanza la felicidad el oprimido, conmoverse con la gratitud de quien hemos consolado, sentirse inmenso cuando se calma la necesidad de un niño hambriento, sentir como propia la felicidad de quien sale con nuestra ayuda de un trance doloroso... Esos fueron placeres filantrópicos».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE ESCRITO

SEGUIRÉ VIVIENDO - ÍNDICE

Prólogo
A enfrentar la muerte y a disfrutar la vida
Hedonismo ante la muerte
El moribundo piensa en conciliarse
La búsqueda de la verdad y lo correcto
José descubre que su cáncer científicamente es fascinante
Lo que va del sueño a lo real
Entre la amante y un matrimonio mal llevado
¿Qué es el pecado?
Las batallas conyugales
Las contradicciones del corazón de la mujer
José y Javier, unidos por la amistad y separados por el dogma
Entre la salvación y el sufrimiento
Por temor a la muerte se ama la vida
Joaquín y José, entre pícaros y filosóficos
El germen de la infidelidad
Ni conservadurismo extremo ni culto al ser humano
Para todas las religiones es el Cielo
El concepto de placer
Las navidades y la reminiscencia del dictamen
El último prólogo
La nostalgia de un amor duradero
Muerte y bondad: objeto de mis sueños
Los peligros de la sociedad y del Estado
Eutanasia
Pensar en la muerte es saludable
Lo que el hombre oculta
Inevitablemente el hombre es religioso
Mariana
Ideario del moribundo, sus máximas y frases incisivas
Un juicio en mi inconsciente
Conflicto entre la razón y las creencias
El estoicismo
Feminismo absurdo y feminismo razonable
Nunca sojuzgado
El doloroso mundo de las calles
Mi superyó onírico
El demonio es el hombre
Mujer, sexo y ternura
El mundo por descubrir no es el soñado
¿Terminé amando la vida?
Fustigar al poder, como defender la autoridad, es necesario
Juicios de Dios y de loa hombres
Una tarde hablando de infidelidad, de instinto y de pareja
Irma y el conocimiento del amor
La caja gris de las amantes
Lo mejor, la infancia
Un pensamiento lleno de contrastes
Nunca se pierde la esperanza
Educar no es formar. ¿Es la enseñanza un proceso en bancarrota?
Alicia
Nuestro mundo, lo que tenemos más a mano

VER O BAJAR "SEGUIRÉ VIVIENDO" EN FORMATO PDF

REGRESAR A PÁGINA PRINCIPAL LUIS MARÍA MURILLO REFLEXIÓN Y CRITICA
REGRESAR A PÁGINA PRINCIPAL LUIS MARÍA MURILLO PROSA Y POESÍA

sábado, 9 de febrero de 2008

JOSÉ DESCUBRE QUE SU CÁNCER CIENTÍFICAMENTE ES FASCINANTE

Ante la inminencia de la muerte y la posibilidad del sufrimiento, el tema del suicidio y la eutanasia rondó la mente de José, pero a pesar de la connotación afectiva no dejó de ser un ejercicio intelectual y frío. En lo personal poco lo seducía. Aceptaba la vida como fruto de la creación divina, pues algo tan complejo y maravilloso no lo consideraba producto del azar. Pero le reconocía una individualidad intocable, lo que quería decir que era un bien del que sólo debía su dueño disponer. Y para José el dueño de la vida era el morador del cuerpo en el que ella residía. De modo que sin compartir los motivos del suicida, reconocía su pleno derecho a terminar su vida. Bajo esa perspectiva la eutanasia también tenía su asentimiento. Pero involucrar a un tercero haciendo de verdugo no lo convencía: «Por piedad a nadie le quitaría la vida. Acepto el derecho que tiene el moribundo de acelerar su fin, pero es mejor que lo consiga por sus propios medios». Para sí, no tenía previsto un desenlace tan extremo; estaba preparado a una muerte natural, ajena también a las medidas heroicas que prolongan la vida encarnizadamente.

Esas reflexiones lo llevaron a la tasación de la existencia. Se preguntaba cuánto valía la vida, y si era el don de mayor precio. Decía que sí, tratándose de la vida ajena, pero no podía ser tan rotundo con la propia. Siempre había dicho que otros valores como la libertad, la más preciada de sus convicciones, estaba por encima de ella: «Por la libertad, hasta la misma vida».

Su descuido por vivir parecía real, pero también podía traducir cierto apego a la existencia bajo el criterio de que tanto cuidado es ominoso, y que siempre se pierde lo que más se quiere; pues su indolencia con su salud y con su cuerpo no iba a la par con el esmero con que procedía con la existencia ajena. De todas formas sin importar cual fuera el verdadero sentimiento, a José no le faltaban los arrestos para hacer mofa de su circunstancia: «Claro que si hubiera sido menos descuidado no estaría muriendo de éste cáncer... otra dolencia a la tumba me estaría llevando».

Y con esa tranquilidad se puso a investigar, aunque tarde, sobre los síntomas de su dolencia. Decía que su interés era sólo académico porque ya no iban a cambiar las cosas. «Al menos sirve para exculpar a mi estómago, que siempre me avisó que estaba enfermo». Recordaba, por ejemplo, las heces oscuras que él desestimaba por ser tan infrecuentes, o la pérdida de peso por la que sus amigos lo encontraban más apuesto. Y síntomas que toda la vida lo habían acompañado, como el meteorismo, la epigastralgia, la náusea y la dispepsia, que a fuerza de soportarlos los identificaba como manifestaciones benignas de un mal sin mayores consecuencias.

En las lecturas iniciales se encontró con el Helicobacter pylori, una referencia obligada en los artículos sobre el cáncer gástrico. Muchas veces tuvo esa bacteria, numerosas veces lo trataron, en otras tantas no le formularon nada. Sin ánimo de reclamar, un día se lo comentó al doctor Mendoza, y él le sacó de la cabeza la idea de que ese microorganismo y el cáncer de estómago fueran inseparables. «¿Qué tal, José, que le sacáramos el estómago a todos los que tienen la infección cuando sólo una proporción minúscula de los infectados llega al cáncer gástrico? Su presencia no es suficiente, tampoco es necesaria. Ni siquiera se ha aprobado el tratamiento para todos los que portan la bacteria».

Con las indagaciones la enfermedad se volvió afectivamente menos pérfida y científicamente más interesante. «Es que es apasionante –le decía a Eleonora– saber como esos cambios en un mundo microscópico terminan por matar a una persona. Todo es sutil e imperceptible, molecular y celular, lento pero seguro. No es un error de la naturaleza, sino una transformación infalible que busca la extinción. Tan precisa como el proceso que mantiene la existencia. Una transformación que articula armoniosamente la vida con la muerte. Una ley imperiosa de la naturaleza. Toma la gastritis atrófica como el punto de partida y observa esta evolución tan fascinante: La inflamación de la gastritis crea con su renovación celular acelerada, una condición propicias para el cáncer. Si la atrofia de la mucosa se le suma, decrece la acidez, y con menos acidez en el estómago, los organismos que transforman en cancerígenas ciertas sustancias de los alimentos proliferan. Esas sustancias son los nitritos que aquéllos convierten en nitrosaminas. Pero antes que cáncer, hay metaplasia intestinal y más tarde displasias, enfermedades que pueden regresar. Y en cada paso puede el enfermo intervenir, previniendo o alentando la transformación maligna. Los tumores, Eleonora, no nacen de improviso». Y su enfermedad no había sido la excepción. Todo los pasos los habían cumplido. Mientras hubo sensatez en sus controles las biopsias descubrieron la gastritis crónica, la gastritis atrófica y hasta la metaplasia intestinal, a la que por ignorancia no le encontró su real significado.

Sus escritos, como sus visitantes, mantenían fresca la historia de su enfermedad: Había atribuido a los tragos de un coctel las náuseas y un fuerte dolor en la boca del estómago, y esperó como siempre que los síntomas se calmaran con el hidróxido de aluminio, la ratinidina y la metoclopramida. Pero la indisposición progresó hasta doblegarlo. Una diarrea como alquitrán lo hizo temer que el tratamiento estuviera fuera de sus manos. Pero fue el vómito, mezcla de un líquido verdoso con grumos de color café, coágulos y sangre fresca, el que lo hizo consciente de que era urgente la asistencia médica. En ambulancia Eleonora lo llevó a la clínica. Resultó breve la que creyeron una estancia prolongada. La hemorragia se controló y la transfusión lo dejó en inmejorables condiciones. Sólo la incertidumbre del diagnóstico los mantuvo en vilo. Finalmente llegó la noticia presentida: Adenocarcinoma antral, moderadamente diferenciado e infiltrante. Nada nuevo en su expediente, pues el informe de la endoscopia ya lo sugería, sólo que el médico no había querido notificarlo sin el soporte de la patología. En la endoscopia se había observado una masa antes del píloro, con pliegues engrosados y bordes imprecisos, sorprendentemente ni ulcerada ni sangrante. Era el cáncer. Vecina a ella, una zona de gastritis erosiva explicaba la hemorragia. ¡Vaya hallazgo! Un cáncer avanzando silencioso, y una gastritis causando el alboroto que terminaba por delatar la enfermedad maligna.

José se había reservado placeres para colmar los últimos días de su existencia, pero prefirió esperar más que un indicio. Con los hallazgos de la ultrasonografía endoscópica y de la tomografía axial computarizada, se convenció de que la enfermedad había llegado a un punto sin regreso. La laparoscopia, intervención menor que le recomendaron, la difirió hasta que realizó sus sueños. Fue un tiempo que no propiamente podría calificarse de perdido, pese a que llevó al tumor al último de los estados. Restablecido de la laparoscopia, el doctor Botero le reveló en detalle todos sus hallazgos y le explicó el acelerado deterioro que vendría. José recibió quimioterapia paliativa y volvió a su apartamento. Su estado en decadencia motivó una atención más esmerada. Eleonora procuró brindársela a costa de un trajín insostenible. José se oponía a la contratación de una enfermera y sólo admitía que Javier, Piedad y Alicia anduvieran con toda libertad por sus dominios. Aunque su colaboración era valiosa, muchas eran las horas en que José quedaba solo, horas de interminable tensión para Eleonora. Había aceptado volver al hospital cuando no pudiera beber ni un sorbo de agua, pero fue un severo dolor el que lo hizo despedirse de su apartamento definitivamente. Tan intenso fue, que no se opuso a que lo transportaran de urgencia en ambulancia. Cosas de los paramédicos que insistieron en llevarlo. Ellos pensaban en su vida, José tan sólo en el dolor, y apenas pedía un calmante para morir tranquilo. En el hospital tuvo varias hemorragias digestivas y fue objeto de varias transfusiones. Incólume el tumor siguió creciendo; llegó al páncreas, comprometió el duodeno, y se arraigó en el hígado, en el pulmón, la pleura, la vesícula biliar, el epiplón y el mesenterio.

«De pronto otra sería tu suerte –se atrevió a decirle alguna vez Federico Castañeda– si hubieras aceptado luchar contra el mal desde un principio». «Eso no es cierto –le dijo José, en tono perentorio–. En un análisis de pronto masoquista, confronté mi decisión a la luz de las exploraciones posteriores. No me equivoqué. Las conjeturas hechas con el auxilio de los médicos indicaron que al momento de la biopsia la enfermedad ya era avanzada. Era un estado III, en una clasificación progresiva que sólo contempla cuatro etapas. Con un tumor enquistado en la profundidad del estómago, llegando hasta su músculo, e invadiendo los ganglios vecinos de la aorta, las posibilidades de recuperación eran muy pocas». Aludía a la tomografía y la ecografía endoscópica en que se fundó el estudio de extensión, como llaman los médicos a los exámenes que determinan la magnitud de la propagación del cáncer. «Sentirme mejor de lo que los estudios revelaban no era ninguna garantía. Hasta mi hígado, cuando ya mostraba en los exámenes señales de metástasis, era normal para los médicos que lo palpaban. ¡Es que estando herido de muerte se puede pasar por saludable! Si me hubiera entusiasmado con curas milagrosas, me hubieran abierto el abdomen para extirpar un tumor irresecable, me hubieran practicado quimio o radioterapia en sesiones intensivas, todo por una minúscula esperanza. En todos esos martirios se hubiera ido mi vida, dejando frustrados mis últimos anhelos». Tenía razón. Muchas de las conductas que con él tomaron demostraron responsabilidad y celo infinito por la vida. Humanamente no eran necesarias. «¿Qué hubieran hecho si un tromboembolismo pulmonar que sospecharon hubiera resultado cierto? ¿Hubiera muerto en la unidad de cuidados intensivos con todos los suplicios?», preguntaba José, a sabiendas de que a un moribundo desahuciado no hay por qué rescatarlo de la muerte.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

VER SIGUIENTE ESCRITO

LOS PIONEROS DE LA TRANSFUSIÓN INTRAUTERINA EN COLOMBIA*

En la barbarie en que Colombia parece disolvese, se reconforta el espíritu con la labor meritoria que tantos colombianos realizan en silencio, y que nos hace comprender que los cimientos de la nación lejos están de derrumbarse y que su ley no podrá imponerla, pese a todo el dolor que cause, un minúsculo puñado de caines.

Entusiasma entonces, la difusión de nuestros logros y resulta particularnmente grato para quienes a nuestro cuidado tenemos a las madres y a sus futuros hijos, la publicación del periódico sobre la transfusión intrauterina.

Para quienes hemos sido testigos cercanos del desarrollo en nuestro medio de los nuevos procedimientos que han permitido la manipulación intrauterina del feto con fines diagnósticos y terapéuticos, la labor de sus pioneros, tan callada como fructífera, no puede permanecer ignota. El trabajo de estos iniciadores, los doctores Eduardo Acosta Lleras y Eduardo Acosta Cajiao, tan alejada de todo afán publicitario como lucrativo, como el de todo enamorado de la humanidad y de la ciencia, no puede sin embargo ser anónimo. Injusto sería que una patria que en su memoria guarda el nombre de quienes la desangran, no perpetuara también en el recuerdo el de sus mejores y abnegados hijos.

Al exaltar su labor, permitamos que este reconocimiento merecido, se convierta a la vez en estímulo a su misión consagrada.

* A los directores de el periódico colombiano El Espectador, noviembre 18 de 1989


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE ESCRITO

CARTA XI: ÉSTE SOY, DEBES CONOCERME

Junio 28

Paolita:

Éste que conoces, consentidor y tierno, también tiene en sus venas sangre en ebullición, savia indomable. Por eso me proclamo libre de amar y profesar afectos, amo de mi libertad y señor de la voluntad que Dios y la naturaleza me entregaron. Por ella lucho hasta la muerte.

No me someto a las hipócritas reglas de los hombres, sólo atiendo a mi razón y a mi conciencia. Actúo siempre con la frente en alto; expongo mi pecho a los agravios. Por mis convicciones todo sacrificio es vivificador y lícito, ni siquiera la parca me detiene.

Soy hombre de ideas y de ideales, desmitificador e iconoclasta, propenso al peligro, con la injusticia, intolerante; flexible con las debilidades de la carne, acérrimo enemigo del comportamiento santurrón y solapado.

En lo laboral de las jerarquías me mofo, en lo social me burlo de las clases: meros accidentes del destino. Quien hoy más bajo, puede ser mañana poderoso. Sólo miro el corazón y la bondad humana. A los humildes sirvo con agrado, con más gusto que a los poderosos que llegan a creer que me han comprado. No admito esclavitud o servidumbre, ni acepto que la mujer le pertenezca al hombre, o que por artimaña de un ridículo contrato, dueño se vuelva un cónyuge del otro. Sólo concibo uniones que duren por afecto, por el consentimiento pleno y deseado, aquéllas en que el ser sea libre, y toda expresión del instinto tolerada.

Lo que recibo ofrezco, y tantos derechos y libertad concedo, como los que la consecución de mi felicidad exige. En la infidelidad no creo como pecado, es instinto natural por todos cometido. ¡Los que de amor son, no son pecados!

Me repugnan los celos aunque sean normales, tampoco concibo el destino de las almas atado a la cohibición y al sacrificio. Hedonista soy confeso y practicante.

Únicamente la bondad tiene por norte mis acciones. Nunca esperes de mí un ataque por la espalda.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

VER SIGUIENTE CARTA
VOLVER AL ÍNDICE

CARTA X: UN COMPLICADO PARADIGMA

Junio 25

Querida Paola:

Me dice la experiencia que tratar de reunir en un solo ser todas las virtudes que el hombre anhela en su pareja no es posible. ¿Cuántas veces es una misma mujer la mejor amiga, la mejor confidente, la mejor compañera, la mejor madre, la mejor ama de casa y la mejor amante? Casi nunca. No son más que esperanzas que se frustran y energías que se pierden en pos de un modelo que con dificultad se logra.

Hace tiempos pensé en un novedoso paradigma ¿Qué pasaría, me preguntaba, si cada necesidad fuera satisfecha por una persona diferente? Porque una buena madre puede ser muy mala amante, pero otra habrá apasionada y amorosa, otra que se destaque como amiga, otra como ama de casa insuperable.

Y conocí buenas amigas, buenas amantes y buenas confidentes, cual si el modelo sin duda funcionara. De hecho guardo el recuerdo de provechosas experiencias. Pero aunque encontré mujeres maternales, reemplazar a una madre, es imposible. El hijo la amará siempre a pesar de sus errores. Me olvidé del complejo paradigma. El de la madre de los hijos y una amante sigue siendo a mi modo de ver el que mejor funciona.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

VER SIGUIENTE CARTA
VOLVER AL ÍNDICE

CARTA IX: ¿CÓMO NO HE DE SER INFIEL?

Junio 22

Princesita:

He llegado a ti luego de una penosa travesía por las sendas espinosas del amor. Más maltrecho que victorioso, pero más experto.

Éste que vez luciendo, casi cínico, el diploma de su infidelidad, un día fue un cándido marido que creía en el amor y en la perennidad del matrimonio. Que fiel a ese pensamiento soportó con resignación maltratos, suplicó mil veces, perdonó otras tantas y pidió perdón sin ser culpable. Todo por prolongar un sentimiento absurdo: un amor hilado a punta de ofensas y desprecios. A punta de suspicacias y recelos.

Me acogí a los santos, a Dios, al firmamento entero. Rogaba por la transformación de aquel temperamento inicuo. Y debió escuchar el Cielo mi llamado, porque aunque los ultrajes no cesaron, ni nunca brotó de sus labios una palabra amable, el amor por ese ser por quien yo daba la vida se evanesció definitivamente, me sentí intempestivamente libre, nuestras diferencias dejaron de importarme, de nuevo me dejé tentar por las mujeres. Se acabó la lealtad con quien me había fallado.

Sufrí mientras amé sin entender la razón de las actitudes agresivas. Con el tiempo me forjé un espacio para el romance fructífero y furtivo. Y no llegué a sentir contrición por mis deslices, por el contrario, cada aventura fue la compensación a cada instante amargo. Así, tan descarnado como lees, me volví infiel sin remordimiento alguno.

Ya ves, no es gratuita mi actitud ante el amor, ni mi infidelidad está libre de motivo.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

VER SIGUIENTE CARTA

CARTA VIII: MÁS ALLÁ DE LAS FORMAS

Junio 19

Paolita:

Sin las formas perfectas de tu cuerpo me hubiera perdido la oportunidad de conocer tu alma. Porque sin la aproximación de los sentidos pocos pasos al encuentro con la mujer damos los hombres.

Tras de tu sensualidad hallé ternura. Y el cielo que observa mis pecados, sabe que si débil a la carne es mi materia, no lo es menos a la ternura mi alma. La dulzura y la belleza que tu ser a raudales proporciona, constituyen la combinación de atributos en que siempre mi corazón y mi razón se pierden. No hay atenuante a tus encantos, tus líneas son perfectas, equilibrio supremo de tu genio y de tu aspecto. Tan bellos como profundos son tus ojos, mirada abismal en la que deseo precipitarme sin temores; mirada perturbadora y compasiva; ruego enternecedor que me domina. Tu tersa piel es más que un ingrediente suave de tu cuerpo, es una esencia, un efluvio sereno y delicado que emerge de tu entraña. Todo lo externo en ti tan armonioso apenas es destello de un interior que más bello se adivina.

Gracias hermosa mujer por revelarme las bellas cualidades de tu espíritu, presiento que ante ellas estaré rendido.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

VER SIGUIENTE CARTA

SOÑANDO LO IMPOSIBLE

Cierro los ojos
para hallarte en mis ensueños.

Y brota de mis sueños
tu grácil esencia juvenil...
tan fresca;
tu larga caballera de azabache,
- noches profundas
atrapadas en tu pelo -
tu límpida mirada,
espejo de tu alma cristalina,
que irradia la bondad y la pureza;
tus labios encendidos,
que enmarcan blancura tan hermosa;
tu sonrisa amplia y generosa
- surtidor de alegrías y de dulzura -
tus manos finas
- delicada expresión
de afecto y de ternura-.

Cierro mis ojos
para hallarte en mis ensueños.

!Que plácida es mi vida
en tu presencia!
Imaginar tu amor
rendido a mi cariño.

En mi sueño tiemblo al abrazo
de tu cuerpo cálido,
en tu pecho reclinado siento,
el cadencioso palpitar
del corazón enamorado,
a tu oído musito
los versos más hermosos,
entrelazo tus manos con mis manos
y ellas atrapan los dones de Cupido,
imagino besarte con dulzura,
y entregarte mi ser
en la más tierna caricia,

Irresistible atracción
que sueña lo imposible,
locura de un pecho delirante,
momentáneo extravío
de una razón que sabe
que no dirás nunca...
te quiero.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

VER SIGUIENTE POEMA

MARTHICA

Brilló a mis ojos tu ser
desde el primer instante,
y en tu encanto
mis sentidos se perdieron.

Y refulgió la dulzura en tu mirada
y doblegó mi corazón...
sin esperanzas.

Tomó entonces la placidez tu nombre
y tu imagen dominó mis sueños,
y mía creí esa onírica ilusión,
y el encendido rubí de tu sonrisa,
y el brillante azabache de tu pelo,
y la ternura que en tu ser irradia
el fino tejido de tu alma.

Embriagó tu existencia mi existencia,
y mis penumbras,
a tu luz desvanecieron,
y exhaló cada suspiro
un nombre amado:
Marthica,
constante evocación
de un dulce pensamiento.

¡Oh ilusión fugaz por la realidad estremecida!
¡Oh parpadear del amor,
que en un instante se graba para siempre!
¡Oh anhelo imposible,
que busca consuelo en tu mirada!


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)

VER SIGUIENTE POEMA

TUS ROSAS AMARILLAS

Nunca reparé en tu ser,
tantas veces a mi vista indiferente;
nunca imaginé tus pétalos al viento,
ni tus hojas cargadas de rocío,
ni tu flor entumecida al alba
y sedienta al sol del mediodía.

Sabía de la pasión
de tus flores encendidas
y el simbólico dolor de tus espinas.
Hoy sé que existen tus flores amarillas,
las que conmueven al ser
que anida en mis ensueños,
las que su corazón alegran,
las que me deparan
una mirada tierna,
las que la más bella sonrisa
me regalan,
por las que alcanzo a imaginar
una caricia.

Porque tú las prefieres,
yo las quiero,
rosas amarillas,
testigos,
cómplices de mis afectos,
símbolo de mi perenne sentimiento.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)


VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE POEMA

VER O BAJAR "POEMAS DE AMOR Y AUSENCIA" EN FORMATO PDF