viernes, 7 de agosto de 2009

DEL AMOR, DE LA RAZÓN Y LOS SENTIDOS - PRÓLOGO SEGUNDA EDICIÓN


En el inventario de los sentimientos, las pasiones y las ideas que ineludiblemente hacemos de nuestra vida con cierta regularidad, vamos estratificando los sentimientos por su pureza, las pasiones por su intensidad y las ideas por su autenticidad, entendiendo por autenticidad la concordancia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se obra. Cualquiera que sea la unidad de medida para evaluar estos tres componentes del corazón y el raciocinio humano, su expresión en la poesía y el verso es -sin lugar a duda- la más hermosa forma de presentación de éstos para que, con el ropaje de la belleza en el lenguaje, lleguen al alma, se regocijen en sus aguas mansas y muevan a la reflexión o simplemente conmuevan para provocar una lágrima o una sonrisa leve.

Luis María Murillo tiene el don de la palabra. El don de plasmar en una hoja de papel sus sentimientos e ilusiones, sus esperanzas y desesperanzas, sus anhelos y frustraciones, sus pasiones y sus remembranzas, sus locuras y sus coherencias. A lo largo de estas páginas desfila ante el lector el corazón de un poeta. Desnudo, descarnado, ingenuo, espontáneo, palpitante, sangrante.

Todos hemos pensado, sentido alguna vez lo que Luis María Murillo expone con elocuencia abstracta, con vapores casi mudos, casi tenues, casi frágiles. El los organiza (si se puede llamar así), los clasifica (si se puede decir así), los desmenuza (si se puede entender así) y nos los presenta sin tapujos, sin repulsiones, sin eufemismos, sin pretensiones diferentes a que los leamos si nos provoca, los disfrutemos si nos apetece o los desechemos si nos place.

Un poeta es un ser privilegiado. Cuando se acaben todos los oficios del mundo, perdurarán dos hasta el final de los tiempos: el curandero y el poeta. Luis María Murillo reúne a los dos en su ser delicado y pausado. Me imagino verlo hace muchos milenios, saliendo de su cueva a contemplar el deshielo, a descubrir los primeros brotes de la primavera, armado de sus venenos y pócimas, llevando en su mochila de cuero un carbón y unas losas para plasmar sus sentimientos, con la esperanza de que tras muchos deshielos y otras tantas primaveras, otros seres humanos, nietos de aquellos que comparten con él el calor y la luz que emana de las hogueras cavernarias, degusten los sabores de un alma inquieta, transparente y luminosa que, a través de los siglos y milenios, transmita la pureza y la frescura de veintiocho letras engarzadas en una magistral sinfonía de frases fantásticas.


DAVID VÁSQUEZ AWAD

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