viernes, 25 de junio de 2010

RECORDANDO UN CENTENARIO*

Queriendo arrebatar del olvido una existencia dedicada al humanismo y a la ciencia, que vio la luz hace 100 años, el mismo día en que se extinguía trágicamente la del poeta Silva, deseo traer al presente el recuerdo de Luis María Murillo Quinche (1896-1974), pionero en el estudio de los insectos y en la represión biológica de las plagas en el país, y fundador el 19 de Octubre de 1927 de los servicios de Sanidad Vegetal y de Entomología Económica en Colombia.

Aunque fue esa su mayor contribución al progreso de la nación, su mente inquieta, fascinada con todas las expresiones del entendimiento, desarrolló su afición hacia muchas disciplinas. Por ello podemos descubrirlo como el naturalista autodidacta que recorría los cerros bogotanos con Otto de Greiff y Rigoberto Eslaba; como el entusiasta intelectual que conformó con sus entrañables amigos Carlos y Juan Lozano y Lozano, y Augusto Ramírez Moreno la Sociedad Literaria Rufino Cuervo; como el estudioso de la química, la física y las ciencias nucleares, bajo la influencia de su sabio maestro Antonio María Barriga Villalba; como escritor y como periodista; como ávido lector, como profundo conocer del arte y virtuoso del pincel y la pluma, aplicados primordialmente a su labor científica; y como consagrado académico y profesor universitario, miembro o fundador de academias e institutos nacionales.

Los conocimientos entomológicos de otras latitudes, no aplicables a nuestro medio fueron estímulo decisivo a sus investigaciones. Recorrió el país entero descubriendo plagas y describiendo sus hábitos, su relación con el ambiente, su distribución geográfica y nuevas formas para combatirlas; e inició en 1918 una colección que llegaría a más de 100.000 insectos, y que sometida a constantes y lamentables pérdidas, encontró morada definitiva en Tibaitatá, donde conforma la Colección Nacional de Insectos. Al Museo Nacional de Washington llegaron también duplicados de sus especímenes, como manifestación del aprecio del científico norteamericano Edward Chapin por su obra.

Temeroso del daño de los ecosistemas por los insecticidas, centró sus investigaciones en la lucha biológica de las plagas, cuya primera aplicación conoció el país en 1913 cuando Federico Lleras Acosta y Luis Zea Uribe combatieron la langosta invasora con un cocobacilo. En la obra de Murillo reverdecen los estudios del sabio Caldas, se agiganta la obra del geógrafo Francisco Javier Vergara y Velasco, y encuentran los descubridores de la lucha biológica, Erasmo Darwin y Vallisniere, al primer gran abanderado de ella en nuestro medio. Sus cuatro décadas de servicio al Estado iniciadas en el entonces Ministerio de Industrias, fueron su lucha permanente contra el uso indiscriminado de insecticidas y en favor de la represión de las plagas por sus predadores naturales; trabajos que le valieron su ingreso como miembro honorario a la Real Sociedad de Entomología de Bélgica y en Colombia el reconocimiento con la Cruz de Boyacá durante el gobierno de Alberto Lleras Camargo.

Utilizando la avispita Aphelinus Mali, Luis María Murillo controlaría al Eriosoma Lanígerus de los manzanos de Boyacá en 1929; se valdría del Critolaemus Monstrousieri contra la palomilla del café; reprimiría a la Diatrea Sacharalis, gusano barrenador de la caña, mediante la Trichogramma Minutum; introduciría un hematófago originario de las Filipinas, la Spalangidae, para combatir la Lyperosia, mosca brava hematófaga, azote de los ganados en el Huila; haría objeto del más completo estudio al gusano rosado colombiano del algodón, Sacadodes Pyralis y a la Aphanteles Turbariae, avispa parásita de sus rosadas larvas, medio eficaz de reprimirlo y principal motivo de su obra "Sentido de una Lucha Biológica"; y con Francisco José Otoya, Hernando Osorno y Carlos Marín, eminentes colombianos, entonces sus colaboradores, en 1948 haría lo que calificaría como una espectacular lucha biológica, al erradicar la Icerya Purchasy, plaga de las plantas ornamentales con la Rodolia Cardinalis.

Miembro de la Academia Colombiana de Historia, de la Sociedad Geográfica de Colombia, del Ateneo de Altos Estudios, de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales, de la Real Sociedad de Entomología de Bélgica y de la Real Academia de Ciencias de España, tuvo su mayor vínculo y dedicación con la Academia Colombiana de Ciencias Exactas Físicas y Naturales de la cual fue miembro fundador. Constituida mediante decreto del presidente López Pumarejo en 1936, fue la materialización del deseo de José Joaquín Casas, quien gestionó en Madrid ante la Real Academia de Ciencias la creación de su correspondiente en Colombia. Se perpetuaba así la obra de Mutis y de Caldas, y también la Sociedad Científica de la Salle, antecesora de la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales, fundada por el sabio francés Hermano Apolinar María, en la que había iniciado Murillo su vocación científica.

Como subsecretario de la corporación, Luis María Murillo propició en 1949 el renacimiento de la vida académica cuando la institución parecía extinguirse a la vez que la vida de su primer presidente. Con Belisario Ruiz Wilches en la presidencia, la academia reencontró su rumbo. Desde entonces y por varios años Murillo se encargó de la edición y dirección de su revista, publicación que gozó desde su nacimiento de prestigio dentro y fuera de nuestras fronteras.

Contemporáneo y amigo de don Gabriel Cano y de Eduardo y Enrique Santos Montejo, no escapó a la influencia del periodismo; así se vinculó a El Tiempo durante 15 años con su columna "Desde mi Universidad", tuvo a su cargo la sección de agricultura de El Diario Nacional, y fue colaborador de El Espectador en su sección agrícola. Guardan aquellas páginas prácticas lecciones de entomología y la expresión de su vena literaria.

De su fértil pluma, quedaron entre otras publicaciones: "Los insectos y el clima", "Treinta años de sanidad vegetal", "La sanidad vegetal en Colombia", "El amor y la sabiduría de Caldas", "Francisco José de Caldas y los principios científicos del federalismo", y sus obras más importantes: "Sentido de una lucha biológica", "Colombia un archipiélago biológico" y el "Cantar de los cantares".

Señor presidente al repasar de nuevo la vida de mi padre, los innumerables documentos que han pasado por mis manos, amarillos ya por el paso de los años, han confirmado la trascendencia de los hombres a pesar de su efímero paso por el mundo.

Al confundirse la vida de Luis María Murillo Quinche con el origen de nuestra entomología, he querido compartir la celebración del primer centenario de su nacimiento con la Sociedad Colombiana de Entomología, animado por la simpatía que él profesó a la floreciente sociedad y con el convencimiento de que ella será la mejor depositaria de su quehacer científico, como celosa guarda ha de ser de la historia de esa disciplina.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Este artículo fue escrito en homenaje a la memoria de mi padre al cumplirse el centenario de su nacimiento el 24 de mayo de 1996. Como carta, su destinatario fue el doctor Aristóbulo López, Presidente de la SOCIEDAD COLOMBIANA DE ENTOMOLOGIA, Sociedad científica que conmemoró en su Congreso en Cartagena (Colombia) el natalicio.


VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE ESCRITO

viernes, 18 de junio de 2010

LEVEDAD

Que flote ligero mi cuerpo sobre el agua,
sumido en el susurro sedante de las olas;
que se remonte como la pluma mecida por el viento,
como la hoja que de la fronda el céfiro desprende.

Que vuele mi cuerpo al infinito,
y por los aires ingrávido se alce;
que conquiste la dicha de las aves,
y la levedad de las almas trashumantes.

Que escale vaporoso cual las sombras,
y viaje con la presteza de las ondas.
Que corone las cimas,
y desborde la cúpula del cielo.

Que extienda sin temor sus alas,
y marche al encuentro con la nada.
Que ronde lo inmaterial y lo absoluto,
y allende penetre en sus raíces:
en el origen del tiempo y de lo eterno.

Que se haga etéreo
y escape a los confines,
a los dominios de Dios,
en los feudos infinitos del espacio.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE POEMA

VER O BAJAR "INTERMEZZO POÉTICO" EN FORMATO PDF

viernes, 11 de junio de 2010

EL DEMONIO ES EL HOMBRE

A diferencia de todas las enfermeras de la clínica, Aminta sí disponía de todo el tiempo para escuchar y de no poco para hablar. Era su oficio. Eleonora le pagaba el turno para acompañar a su padre las noches en que más decaído lo veía. Con Irma, José no necesitaba hablar, que no sobraba, pero su dicha mayor era admirar su figura menuda, seductora y tierna. Con Aminta bastaban el diálogo en la penumbra de la alcoba, nada de ella le interesaba ver, era al fin y al cabo una mujer entrada en años.
«En el diablo, Aminta, yo no creo, y es bien osado que lo diga cuando puedo estar a punto de ser recibido en el infierno». Aminta se rió con la ocurrencia de José, pero algo le advirtió que no hablaba con la ironía siempre. Entonces amplió su explicación: «El demonio es el hombre mismo. Él, que concibe sus propias maldades; él, que por su propia voluntad decide causar daño. Pero como lleva en su ser la inclinación de achacar a otros sus errores, se inventó la tentación del diablo y lo hizo responsable de sus faltas». A Aminta le extraño su tono; con otra entonación hubiera entendido que algo de humor guardaban sus palabras. No era así. El paciente de aquel día estaba agrio. Y como su diatriba estaba encaminada, continuó diciendo: «Es que es fácil desacreditar a nuestra especie. Porque soy hombre no creo en los hombres ciegamente, conozco nuestras debilidades, nuestro egoísmo, nuestra tendencia al mal. Bueno –dijo como arrepentido–, también sé que somos presas de temores, y sensibles al amor y la tristeza. A punto de partir debo afirmar que encontré una creación maravillosa, pero con un depredador espeluznante: el hombre; criatura egoísta, capaz de los más perversos sentimientos; inteligente, mas no lo suficiente como para armonizar su felicidad con el progreso. Lo veo esclavo de la productividad y de las normas; sepultando su dicha en una carrera desbocada de producir sin tregua. A buena hora me marcho y sin ganas de volver. Jamás regresaría a un mundo que pueda someterme». Aminta estaba sorprendida, esa animosidad no se la conocía. Cosas del ánimo, pensó, que saca a relucir su lado negativo. ¿Y es que se le podía pedir a un enfermo más control que el que José mostraba? Tampoco podía estar eternamente sonriéndole a la desgracia y a la muerte. Su estado era más que lamentable y su contrariedad tenía todo el derecho de expresarse.
José recapacitó en su fugaz misantropía y le pareció que debía apaciguar su juicio. Con la intención de ser ecuánime le dijo a Aminta: «El hombre genera todo tipo de pasiones. A veces conmueve con su solidaridad y su bondad; otras impresiona por su maldad, erigiéndose como el ser más dañino de la Tierra, que causa dolor por el sólo placer de disfrutarlo. “Arcilla maldita” lo llamé algún día; pero qué hubiera sido de mi felicidad sin los seres maravillosos que llegaron a mi vida. En aras de la verdad, del ser humano por igual derivan venturas y tristezas».
Su sentimiento era lábil, y la acritud finalizó en tristeza, y la tristeza terminó en vergüenza cuando para evacuar tuvo que pedir ayuda. Tras de pedir el pato a la enfermera, lo cohibió la inmundicia cuando tuvo que entregarlo. Lleno de heces olorosas, lo avergonzó en forma desmedida. Aminta consciente de su incomodidad procuró tranquilizarlo: «Es algo muy natural señor Robayo, miles de esos recipientes he tenido que vaciar y lavar en tantos años de practicar la enfermería». Pero lejos de tranquilizarlo, le acrecentó su pena.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE ESCRITO

sábado, 5 de junio de 2010

CARTA LI: ¿DÓNDE TE ENCUENTRAS?

Octubre 14

Mi amor:

Nadie da razón de ti. Los vecinos dicen que saliste en carrera con tus niños, que cargabas afán, pero no angustia, que lucías apresurada pero saludable. ¿Adónde condujo tanta prisa que no permitió ni un mísero mensaje?

Aunque no siento el asedio de los celos, ni temo que tu salud esté en peligro, el germen de la soledad ya horadó toda mi calma.

Cuánto siento tu ausencia. Es un silencio inexplicable que me desgarra el alma, un vacío insondable colmado de tristezas, una oscuridad aterradora en que infructuosamente mi corazón te busca.

Se acostumbró mi vida a tu presencia, se acostumbró mi piel a tus caricias, a tu compañía mi soledad, a tus besos mis labios y a tu ternura mi alma.

¿Cómo no extrañarte, cómo no sufrir por ti, si tanto te amo?


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

VER SIGUIENTE CARTA
VOLVER AL ÍNDICE