Las tertulias, reuniones informales dispuestas al diálogo sobre diversas temáticas, en las que la conversación lo abarca todo, y lo literario suele ser centro de atención, son de vieja data. Venidas de Europa, tienen las nuestras un ancestro español. De pronto, en su incierto origen, sí hayan nacido en aquellos corredores de los teatros llamados tertulias en los que los espectadores charlaban antes de la función y los críticos después de las obras teatrales.
La tertulia no nació con Tertuliano, pero
probablemente gracias a él tomó su nombre. Las obras del escritor y padre de la
Iglesia del siglo II Quinto Septimio Florente Tertuliano habrían originado las
tertulias cuando se volvieron motivo de discusión entre nobles y aristócratas
durante el reinado del rey Felipe IV en el siglo XVII. Pero también pudieron
surgir con las reuniones de escritores de las academias literarias del Siglo de
Oro Español (1492-1659), o en los corrales de comedias del teatro público de
los siglos XVI y XVII.
En 1852
el diccionario de la Real Academia Española definió las tertulias como “junta
de personas de ambos sexos, para conversación, juego y otras diversiones
honestas”. Hoy las define como “reunión de personas que se juntan habitualmente
para conversar o recrearse”.
Y si de charlar se trata, la tertulia
tuvo que anteceder a todo cenáculo o coloquio, porque conversar ha debido ser
un rasgo de la especie desde que adquirió la facultad para comunicarse. Con la
aparición de la cultura se refinó y se llamó tertulia.
Las tertulias
animan a pensar y a debatir, a ilustrase y compartir conocimientos, y a
aligerar, muchas veces, la solemnidad y la tensión con el humor, la chispa y el
ingenio. Las tertulias fomentan relaciones, promueven amistades y,
eventualmente, dada la condición humana, antipatías y envidias.
El
coloquio, la charla amena y el intercambio de pensamientos y saberes es el alma
de la tertulia. La informalidad es más la regla que
la excepción, al punto que aquellas más estrictas y formales, y que constituyen
mayor fuente de saber, probablemente tengan, por fuerza del hábito, menos alma
de tertulia que las más ligeras que con toda propiedad se arropan con el
calificativo. Estas cuartillas son un homenaje a las unas y a las otras,
realmente de todas, con su propio estilo y con sus propias
normas... o sin ellas.
El
término tertulia es amplio, flexible, cobija desde la cita de encumbrados
intelectuales hasta la de ligeros opinadores. Se asocia mucho con la
literatura, pero estrictamente literarias no son la inmensa mayoría, incluidas
las denominadas como tales.
Y es
que la tertulia es como el pensamiento, vuela y discurre por tantos caminos
que, aunque trate de concentrarse en una materia, termina en otras enfrascado.
Es flexible, es promiscua, es tertulia, al fin y al cabo; luego tiene licencia
para hablar de todo. Las hay que giran en torno a la poesía, la literatura, la
historia, la música, el arte, la ciencia, la política, los negocios, el
deporte, el día a día, y cuantos intereses tocan la mente humana. Pueden ser
informales o sobrias, como entretenidas o profundas; improvisadas o
programadas, como exquisitas u ordinarias. Pueden ser charla, recital o
conferencia. Pueden llevarse a cabo en gran salón, en auditorio, en casa de los
contertulios, en los cafés como en los parques. Pueden ser un círculo cerrado
de contertulios, o reuniones abiertas al público, con una “población flotante”
en las que los únicos asistentes habituales y comprometidos son los organizadores.
Muchas reuniones
culturales se han adjudicado tal denominación y a fuerza de convivir con ellas
como tertulias las vamos aceptando.
Así
entendidas, tratar de clasificarlas puede ser tarea titánica. En Colombia son
una multitud, más de corta que de larga vida, más intrascendentes que
trascendentes, más ignoradas en los anales, que citadas. Muchas ni tertulias
fueron. Eso puede decirse del ayer, eso puede decirse del presente.
Luis
María Murillo Sarmiento MD.