viernes, 12 de febrero de 2010

FEMINISMO ABSURDO Y FEMINISMO RAZONABLE

Decían de Eleonora que era una copia de su padre y que tan sólo se sometía a su propio pensamiento. Aunque encantaba, a la hora de una relación los hombres le temían a su independencia y a su personalidad arrolladora. José sabía que tenía responsabilidad en ello. Desde el colegio había descubierto en su hija posiciones críticas y alguna rebeldía, y las había alentado. Las quejas no eran motivo para reprenderla. Más que su juez era su cómplice. ¿Qué más podía hacer si le hallaba fundamento a sus razones? No actuaba como otros padres que hacían llover sobre sus hijos truenos y centellas por culpa del colegio, y si algún malestar manifestaba, era menor que el que realmente sentía. La tiranía de las cargas académicas lo rebelaba contra el sistema educativo que veía carente de humanidad e ingenio; que criticado por directivas y maestros, por padres y estudiantes, a pesar de impopular seguía vigente.
«Es un sistema que por desconocer la diversidad, está dispuesto para la formación en serie. Que pasa por su horma millones de temperamentos infantiles en procura de réplicas idénticas que deben saber y comportarse de la misma forma. ¡Como el producto perfecto de una industria! ¿Así cultiva el país los genios que lo saquen de su atraso?». La nota escrita en un cuaderno de su hija, nunca causó el revuelo que esperaba. Apenas la manifestación de algunos profesores que se declararon otras víctimas del sistema educativo.
Con tanta tecnología para aplicar en la enseñanza, la metodología tradicional le parecía ridícula. Bastaba ver a Eleonora aprendiendo en los canales culturales de la televisión, en forma amena y sin afanes, para corroborar que sus críticas eran valederas. Los brotes de desaplicación de Eleonora fueron pasajeros y la culminación del bachillerato fue una tarea sin mucho esfuerzo.
El influjo analítico de José y la obstinación de Elisa fraguaron en su hija una personalidad inquebrantable, pero con una arrogancia tan bien atemperada que terminaba por confundirse con su gracia. Al igual que su padre, odiaba hacer parte de la generalidad, y creía que la mujer no debía ser objeto de discriminación ni privilegio. Y como creía que nada diferente a los méritos debían obrar a su favor, el trato preferencial le fastidiaba. Le parecía humillante que las mujeres aceptaran que la ley las sobreprotegiera como si fueran seres inferiores. Estaba convencida de la igualdad entre los sexos, mas no por artificio. El voceado maltrato a la mujer poco la convencía, pues descubría algo incitador intrínseco en las mujeres sometidas, y una propensión de sus demás congéneres a atormentar al hombre. Era la influencia de las experiencias vividas en su infancia, el recuerdo de las miradas cómplices que se cruzaba con su padre cuando Elisa hablaba del maltrato femenino. «Los hombres por orgullo no se quejan», prorrumpía Eleonora. «La mujer ejecuta otro tipo de violencia», decía él, mostrando que de cada enfrentamiento salía sin un rasguño... salvo los raspaduras en la dignidad y en el afecto.
Cuando adquirió conocimiento de todo el ideario de su padre, Eleonora interpretó con sentido constructivo los textos que le tachaban de machistas por revelar la naturaleza masculina. «Quien se atreve a develar los verdaderos sentimientos de los hombres –señalaba– nos hace un favor a las mujeres. Machista es quien promueve la superioridad de los varones». Y recalcaba la paradoja advertida por su padre, según la cual el instinto subyuga al hombre a la mujer, mientras que los escrúpulos morales lo fuerzan a resistirse a ella; y más aún, terminan haciendo a la mujer victima de discriminación y servidumbre. «La cultura y el dogma se han confabulado contra ellas y no es Dios el artífice de tamaño despropósito», afirmaba José aludiendo al trato inferior que les dan a las mujeres las grandes religiones.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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