viernes, 8 de agosto de 2008

FATALIDAD

Frágil esencia
del barro modelada
que vuelve a ser tierra
en el ocaso.

!Vida efímera¡
!Destino irremediable¡

Al ser, son los anhelos,
pasiones y dolores...
infinitos;
raudos en cambio
los abrasa el tiempo.

Es la existencia exhalación de gozos,
sucesión de interminables sacrificios,
inútil carrera
tras la plenitud inalcanzable,
esclavitud al mundo
arbitrario de los hombres,
que sin razón postergan
el goce de la vida.

Efímeras dichas,
constante incertidumbre,
¡Angustia de vivir!
¡Angustia por vivir!
¡Angustia por la muerte!


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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LAS VACUNAS: LA VIRUELA

La viruela, al igual que la peste y muchas otras epidemias, se propagó siguiendo las rutas comerciales. Su rastro en la antigüedad es difícil de seguir, pero se sabe que China y la India la padecieron con todos sus rigores, que África la sufrió en el siglo VI y Francia fue devastada por ella en el año 570. A partir de este momento la documentación es más florida y da testimonio de sus innumerables brotes en el mundo; cada uno con una estela de miles de cadáveres.

En 1766 dos millones de rusos muertos dejó la epidemia. Al continente americano llegó con la conquista y con el comercio de esclavos procedentes de África. Su virulencia pareció mayor que en los brotes europeos. La mitad de la población de México (tres millones y medio) fallecieron en la epidemia de 1520. Doscientas mil personas murieron en la primera epidemia de la letal enfermedad en la Española en 1515. En el Nuevo Reino de Granada desaparecieron en los brotes de 1558, 1566 y 1587 poblaciones enteras. Por igual tocaron a indios y a españoles, a nobles y a plebeyos. Treinta años duró la última de ellas en la que sólo sobrevivió 10% de la población indígena de Tunja.

La viruela acabó con el ejército del emperador germánico Federico Barbarroja en el siglo XII, se llevó entre sus víctimas a Fernando VI de España y a su esposa, y al rey Luis XV de Francia, contagiado por una de sus jóvenes amantes. Embarazoso fue su funeral cuando en su corte todos sintieron temor de manipular su cuerpo.

El horror a la muerte y a la desfiguración fue el único sentimiento que la viruela inspiró a la humanidad que conoció de sus peligros. Por siglos, el hombre convivió con dos formas del padecimiento, presentaciones que guardaban el secreto de la inmunidad: una epidemia grave con muchas víctimas y otra benigna con baja mortalidad que confería inmunidad a ambas.

En Asia Central, China, India, Turquía y África, el conocimiento empírico del fenómeno originó medidas de protección contra el padecimiento. En la India, en las epidemias ligeras, se vestía a los niños con la ropa de los enfermos, y en Asia Central se inoculaba con agujas el pus de la viruela. Otra forma de variolación, como se conoció el procedimiento, consistió en colocar hilos impregnados con pus seco sobre rasguños frescos practicados a los así vacunados. En África la utilizaron los amos con sus esclavos y en Turquía con las bellas esclavas caucásicas, en quienes más la desfiguración que la muerte, era temida. Y hasta en el Nuevo Reino de Granada fue practicada por el sabio Mutis.

Conocida la variolación por lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador inglés en Constantinopla, en forma arriesgada la experimentó en sus hijos, y con arrojo la propuso a la princesa de Gales para los suyos. Corría el año de 1722. El consejo fue aceptado, no sin antes confirmar su eficacia en seis huérfanos y siete criminales. Con el ejemplo real el procedimiento se difundió rápidamente en Inglaterra, al punto que se establecieron casas especiales para realizarlo. Tronchin lo llevó a Ginebra y Voltaire lo difundió en Francia. Aún así sus riesgos generaron desconfianza. Aunque la viruela presentó nuevos brotes la vacunación no se generalizó. Se temía la transmisión de otras enfermedades como la sífilis o la adquisición de una viruela grave. De hecho muchos la padecieron y murieron. Sería el inglés Edward Jenner, médico rural de Gloucestershine, quien proveería a la humanidad de una vacuna segura.

La viruela de las vacas "varidae vaccinae", como la llamó Jenner, era una enfermedad con aparición de costras semejantes a las de la viruela. Era transmisible al hombre, que infectado de los bovinos padecía una enfermedad totalmente inofensiva con aparición de costras que hasta el pueblo relacionaba con la resistencia a la viruela; tanto que el colono Benjamín Jetsy, como tantos otros, en 1774 inoculó a su mujer pústulas de vaca, con la intención de protegerla. Pero nunca con rigor científico se analizó el fenómeno. Los médicos menospreciaban la creencia popular. Jenner no lo haría.

La ausencia de efectos a la variolación entre la servidumbre de los terratenientes llamó la atención a Jenner, quien centró sus estudios en esa manifestación. Comenzó por convencer a quienes habían padecido la viruela vacuna de dejarse inocular con la viruela auténtica. Así confirmó sin lugar a dudas el efecto protector. El 14 de mayo de 1796 vacunó al joven James Phipps, con material proveniente de costras de una muchacha infectada con la viruela de las vacas. Inoculado James 16 días después con la viruela verdadera, no tuvo reacción alguna.

El descubrimiento de la vacuna ideal, no convenció sin embargo a los miembros de la “Royal Society”. Les parecía absurdo que una enfermedad animal protegiera contra una propia de los hombres.

De las repetidas experiencias de Jenner nacieron entre 1798 y 1800 tres publicaciones que buscaron convencer al mundo escéptico, de la bondad de sus hallazgos. En 1799 Viena conoció el descubrimiento, que fue difundido por Jean de Carro. No obstante el gobierno prohibió la aplicación de la vacuna. Sin embargo la epidemia de 1800 hizo fijar de nuevo los ojos en el esperanzador descubrimiento. Los experimentos comprobaron su validez y el gobierno terminó recomendándola.

En 1802 el parlamento inglés con una donación de 10 mil libras expresó a Jenner su gratitud en nombre de toda la nación. Un desencanto transitorio llegó al confirmar que el efecto de la vacuna era temporal. Sin embargo repitiendo su aplicación el problema era solucionable.


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LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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