viernes, 14 de septiembre de 2012

ALICIA

Alicia suele llegar en la mañana. Aunque no tiene obligaciones imperiosas, ha adquirido compromisos en que se le van las tardes; unas en el gimnasio, otras en la escuela de artes y la cinemateca, y las que restan en reuniones con amigas que no faltan. 
Casi siempre llega con algún periódico, porque sabe que me entretengo con las columnas de opinión y los editoriales. Antes llegaba con revistas y otro tipo de lecturas, pero consciente de que le quitaban tiempo a mi oficio de escribir optó por restringirlas. 
Antes de volver costumbre su visita con los diarios, sus mimos se traducían en viandas y golosinas que satisfacían el manido pregón de mis goces gastronómicos. Al apartamento llegaba con platos exquisitos que yo degustaba a pesar de las molestias. Luego, cuando mi estómago se negó a aceptarlos, mermaron las porciones; casi todo se quedaba en la bandeja. Optó entonces por alimentos más ligeros. Finalmente no volvió a comprarlos, ¿para que hacerlo cuando literalmente todo iba a parar a la caneca? La dieta dejó de estimular mi paladar, y en una alimentación por gastroclisis feneció mi hedonismo gastronómico. Por una sonda y sin placer alguno comenzaron a alimentarme con una mezcla de alimentos licuados y suplementos de diversa índole. 
Ayer Alicia llegó cargada de uvas y manzanas, ni pensar que fueran para mí: las repartió entre las auxiliares que salían de turno. Abrió las cortinas para que la luz entrara a borbollones, luego se recostó a mi lado y se puso conmigo a revisar la prensa. La enfermera al verla no le hizo buena cara. Si algo las contraría es que los visitantes se sienten en la cama. No dijo nada porque ya sabe que en esa materia no acepto sus reclamos.
Un artículo sobre el insomnio fue el punto de partida para terminar hablando de los sueños. Le conté el del día anterior en que un especialista rectificó el dictamen. «Alguna esperanza muy oculta de vivir todavía tienes guardada», me dijo sin poner circunspección a sus palabras. Ella se acostumbró a hablar de mi muerte sin temores. No porque no la sienta –y la siente como nadie–, sino porque pactamos incluirla en nuestras conversación como algo cotidiano. No la contradije. ¿Cómo hacerlo si los sueños se alimentan de nuestros sentimientos más recónditos?. Por el contrario, le conté otros sueños reiterados en que mi imaginación reflexionaba sobre el destino tras la muerte. Me dijo entonces: «En ellos especulas con todas las opciones, ¿pero no te has preguntado cuál es la que en verdad quisieras?». Me pareció su observación interesante, y expresé mi parecer como insinuándole al destino que debía considerarla: «Esa inquietud no se resuelve con argumentos lógicos, a la hora de responder el interés es lo que cuenta. No espero padecer, es la respuesta. Si ello implica que con mi cuerpo se destruya el alma, la solución es bienvenida. Si mi existencia ha de perdurar de cualquier otra manera, hago votos por un mundo en que sea innata la bondad de los seres que lo habitan, en que nadie atente contra nadie, en que se dé el bien espontáneamente y sin esfuerzo, y en que todas las almas sean felices». «¿Me lo harás saber –me dijo Alicia– para irme preparando?».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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