viernes, 30 de julio de 2010

CARTA LIII: LA EXPLICACIÓN Y TU REGRESO

Octubre 18

Copito:

Sólo quiero contarte que tanta dicha como por tu regreso adviertes, fue la aflicción que me hizo padecer tu ausencia.

Que decidiste un viaje de forma sorpresiva, que de afán recogiste a tu mamá, que corriendo llegaste a la estación de buses, y aun así el autobús casi te deja. Todo lo comprendo, pero me niego a aceptar que en ese maratónico periplo no hubieses conseguido el medio para darme parte. Al menos un pensamiento me hubieras dedicado. Acepto cuanto afirmas y no insistiré en conocer el motivo por el que no crucé ni un instante por tu mente.

Si la excursión no se hubiera organizado con urgencia, hubiéramos planeado todos un viaje placentero. No es cierto como tú piensas que me hubiera molestado viajar con tu mamá y los niños. La limitación es más de tiempo y coartada. La próxima vez no habrá disculpa que me margine del paseo. Un supuesto viaje de negocios puede ser la coartada perfecta que permita que tú y yo viajemos juntos. Y si has de viajar sin mí, recuerda para no tener remordí-mientos, que sólo basta que me anuncies tu partida.


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 23 de julio de 2010

REFLEXIÓN SOBRE EL PROCESO 8000 *

A riesgo de que la eficiente labor del fiscal Alfonso Valdivieso en contra de las corruptas costumbres políticas del país conduzca como producto de nuestra idiosincrasia a la erección de un ente incontrolable -el único en la actualidad capaz de ejercer la autoridad con ejemplar firmeza- debemos brindar los colombianos a la Fiscalía todo nuestro respaldo y demandar que el ejemplo moralizador impuesto por esa institución se extienda a otras entidades del Estado.

Buen tránsito tendría por ejemplo la Procuraduría si pasara de las manos de un político cuestionado -Orlando Vásquez Velásquez**- a las del vice fiscal Adolfo Salamanca, honesto, altivo y valeroso funcionario, no contaminado aún por la vacilante y permisiva cobardía propia de nuestros amedrentados coterráneos.

En medio de la controvertida permanencia de nuestro presidente*** en el poder, son más quizás los frutos dados por el proceso, al someter al imperio de la ley a políticos de reprochable condición moral. Más que la cabeza de un dignatario, urgía al país el aniquilamiento de una maquinaria desvergonzadamente entronizada.

Del presidente quisiéramos esperar los colombianos un juicio ceñido a la verdad y a la justicia****, ante instancias preferiblemente de naturaleza judicial que le confirieran al fallo una credibilidad incuestionable, conveniente aun, para el mismo procesado, ante la eventualidad de un veredicto absolutorio.

No obligado, el presidente, a dejar el poder sin fallo previo en contra, la delicadeza de quien asume tan alta investidura aconseja el retiro voluntario, porque tan importante como la pureza de sus actos es el convencimiento público de que han sido transparentes.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Esta epístola fue escrita el 12 de mayo de 1996. Aludía al proceso abierto contra el presidente Ernesto Samper y los políticos que recibieron dineros del Cartel de Cali para sus campañas políticas.

** Finalmente encausado dentro del proceso 8000

*** Ernesto Samper Pizano

**** El presidente Samper fue juzgado por la Cámara de Representantes cuyos miembros precluyeron el proceso.



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domingo, 18 de julio de 2010

¿DEL AMOR QUE DICHA HE CONOCIDO?

¿Del amor que dicha he conocido,
si el único destello
se convirtió en tortura?
¿Si la sombra del desdén
persigue mis afectos?
¿Si a fuerza de tristezas
se volvió mi corazón de piedra?
¿Si de la felicidad ambicionada
sólo existen las fantasías
que fabricó mi mente?
¿Si me acostumbré a soñar
-en pos de una quimera-
y a despertar
en una realidad sin esperanza?

¿Si las mujeres que amé
son un recuerdo triste y doloroso?
¿Si las semillas que esparcí
en sus tiernos corazones
murieron sin mostrar
el brote más sutil
de un puro sentimiento?
¿Si hube de soñar
pagando los placeres
que a otros da el amor,
gratuito y generoso?

Aún hoy, postrados mis afectos,
como quisiera conseguir un amor...

El amor que me quisiera.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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sábado, 10 de julio de 2010

MUJER, SEXO Y TERNURA

Joaquín ha sido otra voz en mi conciencia. La que aminoró los obstáculos a la fogosidad de mis instintos; la voz que estimulaba mi arrojo y echaba por la borda la templanza. Es un buen hombre; honesto, amable, muy libidinoso y poco refinado; y no porque le hubiera faltado formación, sino porque le sobró, al decir de sus palabras. «Era –dice– la reacción a una instrucción insoportable, a una etiqueta y a unas maneras que no van conmigo». No es mi antítesis, al fin y al cabo yo era como él, un hedonista convencido; él, desenfrenado y lenguaraz, yo más pulcro y contenido.
Recuerdo que pocos como Joaquín cuestionaron la apología que hice de la ternura femenina:
–¿Tiernas dices tú, con la intensidad tan desmedida con que odian? ¿Con la rudeza con que tratan a los hijos? Tiernos nosotros, que sabemos consentir, que como padres somos verdaderas madres. Y no lo digo con enfado, tampoco por despecho. Tu sabes que no podría vivir sin ellas. Sin las mujeres mis mayores placeres estarían proscritos.
Tenía razón. Bastaba ver las estadísticas de la violencia en los hogares para saber que hay más maltrato de la mujer contra sus hijos que del hombre contra ellas. Rectifiqué. Más que en las mujeres, la ternura estaba en mí imaginación, como una cualidad que esperaba materializar en alguien, y que brotaba en la proximidad de esos seres exquisitos. Tal vez no fueran los entes encantados con que yo soñaba, pero ningún otro me hubiera embriagado tan intensamente.
–Las mujeres son a la vez dulces y amargas –terminé afirmando.
–¡Pero adorables! –apuntó Joaquín– dándole la razón a mis razones.
–¡Adorables mas no para casarte! –le dije a sabiendas de su fobia.
–¡Qué observación más necia! No soy de los que con una sola mujer se satisface. No hay además hechizo que aguante un matrimonio. Para casarse se necesita una vocación como la tuya.
–¿Así de estoica?
–Desde luego. Harías prodigios con una mujer menos rabiosa.
Fui entonces yo quien protesté contra tamaña idea:
–No me tiraría con un matrimonio la dicha de un romance.
–Te podrías casar con una amante. De paso te sacarías el clavo.
–¿Sólo por el placer de la venganza? ¡Nunca! No quiero ser materia de rencores.
Sin embargo me asaltó una idea descabellada y le dije que tal vez lo haría cuando la muerte me rondara.
–Digna de ti tamaña extravagancia.
–Inaudita en verdad. Pero un matrimonio cuando la muerte acecha es tan fugaz que no da tiempo al desengaño.
–Ese sí «hasta que la muerte los separe».
–Y más allá, porque el recuerdo de la relación estará libre de agravios, y sublimado por la compasión y la ternura.
–¿Si no es para agriar la placidez de Elisa, qué razón tendrías para casarte?.
–Asegurar una compañera en mis peores días y compensar a las amantes. Enaltecer a una para hacerle un reconocimiento a todas. Escarmentar a quienes las humillan, haciéndolas partícipes de los privilegios de que gozan las señoras «dignas».
–Aunque romántico, tu gesto pasaría sin advertirse. Para llamar la atención tendrías que vivir en la era victoriana. Ya nada escandaliza. Hoy novias, esposas o amantes son la misma cosa. Para colmo de males desde tu separación tus queridas perdieron la condición de amantes.
–Desafortunadamente las amantes no existen en la agenda de los hombres libres. Me tocará llamarlas novias; son las consecuencias de romper mis ataduras.
–Lo dices con nostalgia porque el matrimonio te dejó marcado. La novia tiene el hedor de la consorte, la amante la holgura de los amores clandestinos.
–No me atrevo a ser tan descarnado, pero el vocablo esposa algo desagradable produce en mis entrañas, a sabiendas de que las puede haber maravillosas.
Finalmente me he visto de cara con la muerte, y sin la intención de proponerle a nadie matrimonio. ¿Cómo habría de plantear tamaño disparate? Se lo acabo de recordar a Joaquín, quien ya ni se acordaba. Y aunque retomamos la conversación de tantos años, terminamos hablando de la connotación que tiene el sexo para el ser humano. Le expuse mi teoría de que el sexo es para el hombre un fin y para la mujer un medio. Un medio para halagar o asegurar a su pareja, y no pocas veces para escalar y asegurar el éxito.
–No es vital para la mujer –me dijo Joaquín al despedirse–. Pero sin él, en cambio, sería impensable la vida para el hombre.
Esa afirmación inobjetable me obligó a pensar cuán importante había sido en mi existencia. Me remonté a mi adolescencia, en que por juzgarlo poco intelectual y demasiado maquinal le dedique muy pocos pensamientos. Y aunque no fue motivo de mis reflexiones, sí sucumbí entre contrito y apenado a sus momentáneos arrebatos. Del sexo tan solo me molestaba que sólo fuera instinto. ¡Quién hubiera pensado que terminaría librando batallas en su nombre!
De tanto observar, llegué a la conclusión de que el apareamiento no surge solamente del deseo, pues la frustración y la ansiedad son otras fuentes que lo determinan. Pensando en mí, recordé que las embestidas de Elisa me impulsaban a los brazos de mi amante; no como expresión de venganza, sino en busca de un bienestar que anulara la desazón y la tristeza. Era una fuerza refleja y repentina que surgía tras el disgusto. ¡Ah, maravillosas endorfinas! Si no hubiera invertido en el amor la energía reprimida de mis furias, cuántos males hubieran sido causados por mi ira. Debo afirmar que desde mi temprana adolescencia intuí que el sexo calmaba la ansiedad, que era una salida por la que escapaban las tensiones. Y no fue el producto de un caso personal; el efecto colectivo lo deduje al apreciar el índice de nacimientos en una población sometida a situaciones críticas.
Cuando me vieron disociar el sexo del amor en mis escritos mis contradictores opinaron que era el efecto de la malograda experiencia de mi matrimonio. No entendían que pudiera quitarle a la actividad sexual el aura romántica con que siempre ha sido maquillada para que no parezca el instinto animal que es verdaderamente. Fue en efecto mi experiencia, pero también la observación de mis congéneres, la que me dio elementos para llegar a tan provocadoras conclusiones. Estando más allá del bien y el mal, me mantengo en que la actividad sexual es una práctica que se relaciona más que con el amor con la ansiedad, y que actúa más como una válvula de escape, que como demostración de afecto. Es una práctica egoísta, que por saciarse mutuamente, como tal no alcanza a percibirse. Pero utilitaria o generosa, es de todas formas un resarcimiento delicioso por todas las agresiones de la vida.
Nada como las ideas sobre la sexualidad reflejan mi trasformación del niño timorato al adulto irreverente. ¡A qué punto llegué a rebelarme contra las prédicas que el sexo satanizan! ¡Cuántas veces sentí deseos de mandar a Javier a los infiernos!. La vida sexual es un asunto privado, privado hasta para la religión, quise decirle. ¿Cómo osa un sacerdote inmiscuir sus narices en lo que sólo concierne al individuo? Pero siempre me controlé, nunca supo él las centellas que me desencadenaban sus rígidos conceptos.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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sábado, 3 de julio de 2010

CARTAS LII: UNA TARDE GRIS

Octubre 16

Paolita:

No es ésta una tarde corriente, así esté sentado, como siempre, frente al computador, tratando de escribirte. No es la alegría, sino la soledad y el desconcierto, los motivos que animan este escrito. Sé al menos, por una vecina, que viajaste.

Un vacío estremece mis sentidos. Mi mirada vuela al infinito. Ni siquiera el cielo me brinda su azul reconfortante, las nubes tras su espesura lo refunden. Sus caprichosas formas tiñen de un gris de ausencia la tarde y se anuncia una noche prematura.

Adivino el viento por la forma en que desplaza y compacta los densos nubarrones. El ambiente es hostil y de nostalgia. Esos acariciantes copos que tanto me alegran cuando levitan en el cielo iluminado, están ausentes. Hoy son cúmulos negros, presagio de tormenta.

Mi mirada termina en el infinito, absorta, ausente. Escasamente repara en la realidad que tras el cristal asoma. Ya no está pendiente de los árboles, ni de las nubes, ni de las calles, ni de los transeúntes. Cuanto más ensimismada parece mi atención en ese mundo externo, más sumida está en realidad en el universo de mis sobresaltos. El vidrio de la ventana, martillado por la lluvia, opaco y sudoroso, ofrece tan poca nitidez del mundo, que toda mi atención naufraga irremediablemente en mis presentimientos.

Que hermosa es la certeza de saber que me piensas aunque te encuentres lejos, que alegre es saber serenamente que tu cariño es mío. Qué desesperante, en cambio, esta incertidumbre; este dolor -acaso apresurado- que te presiente perdida sin remedio, que teme que tus sentimientos estén en retirada.

Creo que escribo más para mí que para ti. ¿Será que llega a tus manos esta carta?



Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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