sábado, 29 de enero de 2011

UNA TARDE HABLANDO DE INFIDELIDAD, DE INSTINTO Y DE PAREJA

La mente de José siguió siendo en su enfermedad un mundo en permanente ebullición, que contrastaba con el sosiego de su cuerpo. Incluso cuando escribía, se le veía como dormido, a pesar de tener el papel y la pluma entre sus manos. Y cuando se entregaba a los recuerdos y las meditaciones, había que concentrarse en el ritmo de su respiración para afirmar que estaba vivo.
Esta vez estaba ausente, aislado de su entorno, con los párpados cerrados, al punto que la enfermera pensó que estaba amodorrado e intentó quitarle las hojas que sostenían sus manos, pero el reflejo del enfermo la contuvo.
–No estoy durmiendo –dijo José al aferrarse a ellas–. ¿No ve, Inés, que las estoy leyendo?
Y lo hacía, solo que por momentos se quedaba inmerso en los recuerdos que aquel documento reavivaba:
–La mujer es un costoso objeto de placer –dijo José.
–En su juventud –completó Joaquín, para pulir la idea.
–No –replicó José–, en su madurez, cuando sus atributos se marchitan pero seguimos en deuda por un placer que se acabó hace tiempo.
–Como la buena mesa –volvió Joaquín a intervenir–. Con gusto pagamos lo que un plato delicioso cuesta, pero nos negamos a cancelar cuando el platillo sin ser sabroso también nos indigesta. Porque la pérdida de la belleza de pronto es lo de menos, son los malos tratos y los sermones reiterados los que más nos pesan.
–Hablas como un casado –sentenció José–. Y llamamos cantaletas a ese odioso suplicio que las mujeres no ven como maltrato. ¡Lo que hay que tolerar cuando ellas nos cuentan entre sus pertenencias!
–¿El hombre posesión de la mujer?, parece un chiste.
–Es la tragedia del hombre que se casa. Mira Joaquín de lo que te has salvado.
–¡Qué falta de amor, cuánto insolencia! –exclamó Federico, cansado de participar con su mutismo.
–El amor es un delirio – dictaminó Joaquín.
–No creo en el amor de las parejas –dijo José corroborándolo–, porque es un sentimiento egoísta; en últimas destruye. Basta observar, para probarlo, el comportamiento de un amante despechado. Del enamoramiento al amor el trecho es largo, del enamoramiento al odio, es breve. De otra manera debiéramos llamarlo.
–Los despechados son ustedes –expuso Federico–, que a falta de afecto duradero se obnubilaron con el placer y el sexo.
–Es pragmatismo –se defendió Joaquín–. ¿Es depravación pensar en la mujer como un objeto erótico?
–Es que la vida de pareja no se reduce a lo sensual.
–Sin sexo de por medio, y me perdonas, la compañera de un hombre es un amigo. La pareja –puntualizó José–, es ante todo erótica.
–Insisto en el amor con una visión de largo plazo. Para los viejos que pierden el encanto de su cuerpo la pasión es lo de menos. Lo urgente es tener amor y compañía. Pero un amor filantrópico como el amor al prójimo. De los otros amores no doy cuenta; tampoco creo que el enamoramiento dure hasta la muerte, y acepto que la infidelidad existe. Existirá mientras exista el hombre, porque a la seducción y al desliz no hay nadie inmune. Lo que propongo es que las parejas asuman actitudes razonables para darse la mano en la vejez cuando las mayores penurias aparecen. Olvidando si es del caso que alguna vez fueron amantes.
–¡Vaya propuesta! –dijo Joaquín–. Tan razonable es, como imposible.
–Un argumento espléndido y sencillo –le pareció a José–. Una razón convincente para que las parejas perseveren. Tan solo temo que esa necesidad se sienta demasiado tarde, cuando ya ha hecho estragos el amor, y el odio sea irreconciliable.
A Federico le pareció una opinión muy pesimista y persistió en su empeño.
Argumentando se les fue esa tarde, entre conceptos ponderados, intelectuales, picantes y explosivos, que al anfitrión le parecieron de no dejar perder. Por eso con los apuntes redactó un coloquio. Varios lustros después esa conversación era la que lo ensimismaba, releyendo el artículo que anteponía a sus ojos:
–José Robayo (JR): ¿No estaremos haciendo ver a la mujer y al hombre como irreconciliables adversarios?
–Joaquín Ospina (JO): Pues si lo hicimos, declaro que el asunto no es tan grave.
–Federico Castañeda (FC): Nunca dejarán de atraerse la mujer y el hombre: es un axioma. Las contrariedades que surgen no afectan a los géneros. La animosidad cuando se da, es cosa de individuos.
–JO: También así lo estimo. La pésima relación con mi mujer, caso hipotético, no puede llevarme a desdeñar a sus congéneres. Tanto que son las demás las que resaltan los defectos de la única mujer que se torna inaguantable.
–FC: Algo presiento de Dostoyevsky en esa frase. Una edad, según él, hay en el hombre en que todas las mujeres gustan... excluyendo a una.
–JR: Nada hay más cierto en el amor. Evoluciona de la mujer exclusiva a la mujer excluida, de la mujer preferida a la mujer repudiada. Es un afecto en declinación constante, en que la unión se mantiene por intereses ajenos al amor.
–JO: Pero la pasión busca salidas porque jamás claudica.
–FC: La infidelidad... o el cambio de pareja.
–JO: La infidelidad, que por clandestina es más emocionante. Algo tiene el peligro que hace perder al hombre.
–FC: Ese peligro, como una enfermedad, es epidémico.
–JO: Diría más bien pandémico, porque es universal.
–JR: Universal sí, pero habitual como una endemia. En últimas la infidelidad es connatural al hombre.
–JO: Luego ejercerla es un derecho.
–JR: Así lo planteé en «Déjenos ser infieles», texto que jamás fue publicado.
–FC: E hiciste bien, hubiera sido un exabrupto. La relación se arruina con sólo proponerlo.
–JR: Sería distinto si la mujer comprendiera la idiosincrasia masculina. Su reacción ante la infidelidad no es analítica. Peca por violenta y visceral.
–FC: La del hombre no lo es menos, diría que más brutal.
–JR: Ni quien lo dude. Aclaro que el derecho a la infidelidad es para todos, y por igual ambos sexos merecen el perdón. Y volviendo a mi razonamiento, afirmo que a la mujer no la preparan para tratar con hombres de este mundo: descorteses, desacomedidos, prácticos, sensuales, infieles y poco detallistas; sino que la dejan soñar con un príncipe azul inexistente. ¿Por qué no les contamos que sin dejar de ser importante la pareja en la vida de cada hombre, otras mujeres siempre despertarán una provocación constante? ¿Por qué no somos francos y abiertamente les decimos que por complacerles, no estamos dispuestos a ir eternamente en contra de nuestras propias ansias?
–FC: Igual de claras deberían ser las mujeres con nosotros.
–JR: Eso es justicia.
–JO: Me parece muy racional, como para que pueda funcionar donde obran los instintos. La infidelidad, toca reconocerlo, llega antes de que las parejas solucionen por vía de la razón sus diferencias. Definitivamente no es perdurable la relación monógama. Es contraria a la naturaleza humana. Ni que el hombre fuera una codorniz, que tiene grabada la monogamia entre sus genes.
–JR: He deducido al ahondar en el origen de la poligamia, que la creación especializó a la hembra en el cuidado del fruto y al macho en la diseminación de la semilla. Le dio al hombre la capacidad de engendrar en forma permanente y a la mujer la misión de albergar en su vientre una gestación bastante prolongada. Para compensar el ritmo reproductivo lento de la hembra –el embarazo dura nueve meses–, la naturaleza hizo que el macho en ese lapso pudiera preñar a muchas compañeras. La ley natural no fue por tanto un hombre emparejado con la misma hembra, sino un macho para muchas hembras, a fin de que la especie humana se extendiera. Hoy, cuando somos más de 6000 millones, la poligamia carece de sentido, pero quedó el vestigio en que la infidelidad asienta.
–FC: Si es la propagación de la especie el argumento, ¿cómo explicas que existan especies monógamas que no se han extinguido?
–JR: Porque son muchas las crías que nacen de cada apareamiento. En los humanos, en cambio, el embarazo gemelar ya es una extravagancia.
–FC: Si la monogamia es contranatural, debe desaparecer el matrimonio.
–JR: No necesariamente. El peso de la tradición lo mantendrá. Mi invocación al comportamiento instintivo del hombre primitivo, es apenas la explicación a una conducta como la infidelidad, no la expedición de un certificado de defunción al matrimonio. Creo que por exigencia cultural la infidelidad seguirá sin aceptarse. Haciendo a un lado toda intención jocosa, no quiero decir, como Joaquín, que el hombre debe ser infiel, sino que debe ser comprendido si llegara a serlo. La razón del hombre hasta cierto punto modula sus pasiones. De tal forma que seguirá asumiendo, en la medida de sus capacidades, las exigencias que demanda el matrimonio.
–JO: En palabras más sencillas, el ser humano seguirá siendo monógamo en público y polígamo en privado.
–JR: Exactamente, pues el hombre con sólo aparentar resuelve sus dilemas.
–FC: No imagino la panacea para los conflictos afectivos. No es fácil conciliar lo ideal con lo posible, el deber con el ser. Si la sociedad consintiera la poligamia, no encontraría una forma práctica de llevarla a cabo. La igualdad de la mujer y el hombre en occidente descartaría el harem que conocemos, porque al hombre con varias esposas, se sumaría la mujer con múltiples maridos. Y al no existir una cabeza evidente en esa estructura tan extraña, ese modelo trastornaría la organización de la familia. Hasta el asiento natural del hogar podría quedar convertido en varios domicilios. Tal vez serían los hijos una propiedad colectiva, y desaparecería la presunción de paternidad ante la multitud de potenciales padres. Y esos son apenas unos escasas reparos que aparecen de improviso ante la propuesta sorpresiva. ¿Quien pone a marchar una familia en esas condiciones? De hecho sería un modelo más promiscuo y más anárquico que el actual, censurado por su hipocresía. El matrimonio actual se mantendrá con todo y sus defectos.
–JO: Difícil rebatir tan poderosos argumentos. Pero les faltó lo más sencillo, que la batalla por la poligamia nunca se dará porque los hombres no ansiamos que nos la legalicen. ¡Líbrenos Dios de tamaña esclavitud! Queremos apenas disfrutar a las mujeres subrepticiamente.
–JR: El modelo matrimonial existente es antinatural, es imperfecto, pero como dijera Churchill de la democracia, el menos malo. El problema no es la organización familiar, sino la psiquis. El hombre se hastía fácil. Sus sentidos se saturan con el mismo estímulo, con la rutina se adormecen. La infidelidad rompe con la monotonía.
–FC: Y desintegra a la pareja, porque lo que para un cónyuge representa el remedio de su hastío, para el otro encarna el desengaño.
–JO: Traición que no suele ser premeditada.
–JR: En eso estoy de acuerdo. La intención del infiel no es causar daño, por eso oculta. Con frecuencia el hombre que cede a una tentación ama a su esposa y no percibe la infidelidad como falta imperdonable. Al disociar el amor y la pasión, siente que esta saciando su deseo sin arriesgar su verdadero afecto.
–JO: Como quien dice que ama a su mujer; a las demás escasamente las desea.
–JR: Tratándose del desliz corriente, porque en la relación con una amante de verdad, el amor es el primer damnificado.
–FC: Justificada o no, la infidelidad y la pareja no conviven. La tasa de separaciones por su causa lo confirma.
–JO: De todas formas el modelo marital jamás será cerrado, sin importar que se siga pregonando el matrimonio como una unión que debe durar hasta la muerte. Seguiremos viendo una sucesión de monogamias con algo de infidelidad a cuestas.
–FC: ¿Es lo mismo que separaciones a granel tras matrimonios breves?
–JO: Exactamente.
–FC: Muchos moralistas se van erizar con nuestros vaticinios.
–JR: Allá sus dogmas. La fuerza de los hechos es más poderosa que los caprichos de los hombres. No sobrevivió el puritanismo victoriano a los embates de las conductas liberales; ni la Inquisición, que pasó de la intimidación a la vergüenza.
–FC: Los que ayer fueron vicios hoy son costumbres, como lo dijo Séneca.
–JR: Y así parece. Los pecados del futuro no serán el amor libre, ni las conductas sexuales licenciosas. Con más dureza se castigarán los embarazos impensados y las infecciones venéreas negligentes, porque en un mundo que vela cada vez más por sus recursos, esos descuidos cuentan como que un pecado grave.
José pasó la página, y en la siguiente se encontró con frases sueltas, sin paternidad alguna. Aunque al leerlas recordó que eran las conclusiones que él había planteado. Hubieran sido producto del consenso, pero prefirió dejarlas con el sesgo de su pensamiento.

«El enamoramiento es una psicosis pasajera, una trampa con que la naturaleza busca perpetuar la especie».
«Sólo una psicosis explica que un extraño que apenas irrumpe en la vida de otro, se haga sin esfuerzo a un afecto mayor al que éste le profesa a sus familiares más queridos».
«No es de extrañar, por tanto, que tras la estupefacción del enamoramiento vuelva a ser el amor a la familia el dominante».
«De la pareja se espera felicidad. Si no la proporciona la unión carece de sentido. Sacrificarse para padecer es insensato».
«El matrimonio comienza a derrumbarse cuando se hacen conscientes las obligaciones, las restricciones de la libertad y la disonancia de los caracteres».
«Los miembros de la pareja no se pertenecen. Los seres humanos sólo pertenecen a sí mismos».
«El éxito de la convivencia depende de la afinidad de las personas».
«Las personalidades antagónicos, gracias a los renunciamientos absurdos del amor, son las que más padecen las consecuencias del enamoramiento».
«La convivencia estrecha satura a la pareja. El hastío es un mal habitual de los cónyuges y una rara aflicción de los amantes».
«Como los actos ajenos se juzgan a la luz de los propios sentimientos, la naturaleza tan desigual del hombre y la mujer hace imposible que uno comprenda al otro. La solidaridad de género, en cambio, se ve favorecida. Los hombres –o mujeres– dice el adagio, se tapan con la misma colcha».

–Señor Robayo, creí que ya se había dormido –insistió de nuevo la enfermera, y le ofreció un calmante.
José apartó la vista de los textos, miró sobre sus lentes, y guiado por la voz se encontró con su mirada.
–¿Qué horas tiene?, Inés
–Van a ser las dos de la mañana.
–En este amanecer sobra el calmante –dijo José–, el bienestar llegó con los recuerdos. Definitivamente evocar lleva otra vida.
Pero Inés no entendió lo que quería decirle. El lo intuyó, por eso dijo:
–Releyendo estos viejos documentos se me ha ido tanto tiempo como el que tomó escribirlos.
La enfermera compuso la cama mientras el escritor guardaba en la carpeta sus papeles.
–¿Se la pongo en la silla?
–Déjemela en la mesa, me queda más a mano.
–¿Le apago la luz?
–¡Definitivamente! No porque me espere un sueño irreversible me voy a perder del placer de dormir en este mundo.
No supo Inés que responder. Así que en silencio apagó la luz y le cerró la puerta.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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