miércoles, 26 de octubre de 2011

PALABRAS DEL AUTOR DE “ESTE NO ES MI MUNDO” EN EL LANZAMIENTO DE SU OBRA


He concebido la literatura como la creación que nos sorprende por la belleza de su forma y por la hondura de su contenido, y en el caso particular de la poesía por la expresión más sublime del sentimiento humano. 

En mi caso la poesía y la prosa han sido el vehículo de mi pensamiento. No pocos sentimientos han convertido en poema mis palabras, y no por ello han escapado al influjo de mi racionalidad. Diría entonces que mi poesía es la expresión de un sentimiento reflexivo y crítico. Mente y razón en unión inquebrantable. 


Y no es una confesión que realice con alarde, por el contrario, cierta contrición tiene mi confidencia, dado que independientemente de la misión que cumplan mis poemas, sigo concibiendo la poesía como la expresión más natural del sentimiento, la más exquisita, la más pura. Entonces pienso si es justo que pasen por el filtro de la razón los versos, y si debo considerar la poesía un fin o sólo un medio. Si es un fin, debo pedir perdón por haberme servido de ella. Al menos sé que en el ámbito popular es el verso sencillo, espontáneo, lleno de sentimiento, el de mejor recibo. Más lectores, al menos, tengo cuando siento que cuando filosofo. En fin, no está de más este debate, mas no es el objetivo de esta tarde. 


Volviendo al poemario que hoy presento, conjuga reflexión y sentimiento. Intromisión del afecto en el discernimiento, intrusión de la razón en el afecto. Hay sentimiento emocionado y nostálgico cuando le formulo al mundo mis reparos, en juicio intelectual y muy severo. Existe, en contraste, racionalidad, cuando le canto al desamor con tono de amante agradecido, ajeno a recriminaciones y rencores.


En ese aventurado ejercicio de mis sentimientos y de mis pensamientos debo decir que no percibo campo que pueda quedar vedado a mis poemas.


Expreso la pasión varonil confesando a la mujer que los hombres somos carnales ante todo:
“Necesito que tu carne palpitante me arrebate…” “Debo sentir la tentación de la materia / para descubrir lo inmaterial que en ti se alberga…” “Necesito, mujer, tu piel / para acceder a tu alma persuadido”.

Rindo homenaje a los amores idos, con la consigna de agradecer y no de recriminar los sentimientos:
“Fuiste felicidad, / promesa eterna, / y sin embargo… / la dicha -en un instante- te llevaste; / sin asomo de maldad / -yo lo presumo-". 
[…]  “En vez de condenarte / te venero, / no puedo dejar de agradecerte lo vivido”. […] “.., porque sólo cuentan en el amor las bendiciones; / las desgracias no merecen rencor, / sino el olvido”.

No dejo, ni en prosa ni en verso de reflexionar sobre el hombre, sobre su naturaleza y sus impulsos:
“Nadie sabe realmente qué es el hombre, / si un hito fugaz e intrascendente, / si la manifestación de una materia palpitante, / si una naturaleza inextinguible y trashumante”.

“Nadie sabe con certeza qué es la mente, / si el proceso químico de un órgano que piensa, / si un aliento, si un impulso, si un mágico misterio, / si la exteriorización de un alma que llevamos dentro”.
 


Ni pasa desapercibida por mi mente la hipocresía del hombre, de pronto prefiera su cinismo. Debo confesar que me entretiene poner el comportamiento oculto del hombre en evidencia. Producto de esa inclinación afirmo en un poema:
“Que en su piel se encumbra la lascivia / y en su carne se arruina la virtud”. […] “Pero a su lecho llega / el amo y el vasallo, / el señor, el letrado y el villano, / y el lúbrico abstinente, / que hipócrita y saciado, / disfraza con reproches / su doble condición”.

“Que todos los que sufren / merezcan el consuelo, / que haya más bondad / que hipócritas condenas. / Que haya más sonrojo / ante auténticas vilezas / que postizo rubor / ante los impulsos / de la naturaleza”.
 


¿Qué sentido tiene la ambición y la riqueza?:

“Tras la fortuna esquiva trajinamos / intuyendo alivio con los bienes. / ¡Oh ironía! / El hombre afortunado / cuidando su riqueza se desvela, / mientras el andrajoso, / que pide limosna en cada esquina, / sin nada que cuidar, / ni nada que perder, / y sin fortuna que lo vuelva esclavo, / en cualquier callejón / duerme tranquilo”. 

Ni soy puritano ni me agobia la manifestación de los placeres, veo en el cuerpo instinto y no pecado:
“Primitivo, incapaz de la mesura y poco austero, / el cuerpo es medio en que transito lo tangible. / Con él penetro el hedonismo y los excesos / proclives a su ser precipitado, / a su esencia mortal y pasajera / ajustada a este mundo intrascendente”.
“Pero el cuerpo en este mundo no es mortaja / para mi ser intemporal -viajero impenitente-. / Cuando fenezca su materia, / llegará el momento en que el alma anuncie la partida. / Y cuando en la desdicha de su ruina me libere, / -en la última exhalación de su agonía- / retornaré al refugio de lo eterno, / a lo exquisito, / a un paraje sin desgracias ni temores, / a los dominios de todo lo sereno”.


Apolítico no soy ni me declaro indiferente o neutral en los conflictos. Testigo he sido del comunismo, sus fracasadas ideas y sus desmanes. Frentero declaro en un poema que “Atrás quedaron los tiempos de la hoz y del martillo”:
“Hombres hay que por ignorancia / procuran ser vasallos / de déspotas que anuncian la igualdad / hermanando a todos como esclavos.” “Hombres que en la opresión nada protestan / y en la democracia por todo se resienten.”

"Hombres hay que agitan y perturban / propagando el odio entre las clases. / Hombres hay que proclaman redenciones / que terminan en peores opresiones”.


No me satisface el mundo, debo confesarlo. No como producto de mi misantropía sino como ausencia de su filantropía. No me satisface en la medida en que el hombre lo transformó en conflicto. De ahí la afirmación del poema central y título de la obra: “Este no es mi mundo”, una voz de protesta y rebeldía.


“Este no es mi mundo, / escenario de contiendas arraigadas / que eternamente repite sus errores, / conflicto de sumisión y desacato / que se niega a vivir en armonía”.

“Este no es mi mundo, / imperio del disfraz y la mentira, / de la afirmación inculta a la artimaña, / del engaño casual al dogma reiterado, / de absolutos que no pueden probarse”.

“Este no es mi mundo, / entorno apocado y temeroso, / en que suelen callar las voces probas, / en que afrentan audaces las perversas, / en que la bondad siempre es cobarde”.

“Este no es mi mundo, / porque no transige mi afán con sus valores, / porque su necedad no puede someterme, / porque no puedo enderezar su rumbo… / ¡Ya no me debe interesar su suerte!”.
 


Pero que no me satisfaga el comportamiento humano, no ensombrece mi arrobamiento por la creación y la naturaleza. Puedo así afirmar que:
“Amo el concierto / que las aves me regalan / en el sosiego de la creación dormida”.
“Y más los amo / cuando advierto la paz arrinconada, / la concordia vencida… / en retirada”.


Y amo la Patria, como el “Feudo grandioso que sin ser mi heredad me pertenece”. Por eso le canto, por ejemplo, a San Andrés y su mar de los mágicos colores:
“Sube el pincel del mar a la montaña / y baja con el verde de la loma, / arrastra el amarillo de la playa / y plasma su inspiración entre las olas”. “Es el mar de los mágicos colores / en que el azul se viste con todos los matices”.

Y siendo bogotano, le canto a Medellín, tierra pujante:
“Dejas, Medellín, en mi memoria / el recuerdo de tus hitos perdurables: / San Diego, Las Palmas, La Alpujarra, / Junín, La Playa y Carabobo. / Y un cortejo de flores en agosto, / de la calle San Juan a Santa Elena”.

“Más de tres centurias la historia te proclama, / y en vez de envejecer rejuveneces, / es el ímpetu juvenil, arranque de tu casta, / por el que cada amanecer / más bella te levantas”.
 


La muerte es un asunto médico, dirán ustedes, sí digo yo, pero desde lo material y biológico. Poco, me atrevo a asegurar, para el galeno, trascendental y filosófico. Pero inmerso en el mundo de la medicina, y del escritor que filosofa y hace versos, encuentro en la muerte una exquisita atracción, un delicioso encanto: el de la seducción de lo especulativo. Y qué más especulativo que lo desconocido, que la muerte de la que nadie sabe, de la que todo el mundo en su ignorancia habla. 


En mi novela “Seguiré viviendo”, que tiene por protagonista un moribundo planteo del más allá un escenario augusto con todas las creencias, desde las salvadoras hasta las punitivas e infernales. En mis poemas he querido compartir la ilusión amable de la muerte, por ello escribo:
“Nadie sabe con certeza que es la muerte, / si el fin de la sustancia corruptible, / si un nuevo amanecer, si un nacimiento…” “Por eso cuando la ruina de mi cuerpo sea inminente / presentiré el triunfo del alma… con la muerte”. 


La muerte es un universo de preguntas, por ejemplo el destino de las almas:
“¿Dónde están las almas que amaron a su prójimo / -prefiriendo a la dicha el sacrificio-? / ¿Dónde están sus sentimientos admirables? / ¿Dónde están sus conciencias impecables? / ¿Dónde están sus corazones indulgentes? / ¿Dónde sus razones intachables? / ¿Dónde están sus sublimes ideales? / En otro mundo han de albergarse, / porque una cripta es poco espacio / para el fruto inmaterial del hombre: / ¡En un sepulcro vulgar no cabe el alma!” “Su inmensidad demanda un universo / -que además compense sus cuitas terrenales-. / Un universo acorde a sus virtudes. / un universo que premie sus desvelos, / un universo en que la perfección no sea improbable”. 


De pronto mire con pedantería a la muerte, quien lea estos versos así podría explicarlo:
“Mas no quiero un cuerpo rendido por los años, / quiero dejar la imagen de mi enjundia, / no he de irme del mundo derrotado. / Años por eso le quitaría a la vida / para ser un muerto rozagante, / un cuerpo recio apenas por la parca dominado, / un cadáver robusto / sin seña de derrota, / sin surcos en la piel, sin torso arqueado”.

Y poniendo punto final a la presentación del libro, a manera de epílogo dejo un poema que puede llegar a ser un epitafio. ¿Por qué no ha de ser la muerte un triunfo del espíritu y la compensación por tantos apuros corporales?:
“¿Por qué hacéis de la arcilla menguada una derrota? / ¿Y de unos restos el fin inexorable? / ¿Es que no habéis visto mi vuelo al infinito, / liberado al fin de la atadura mortal que me postraba? / ¡Dirigid al cielo la mirada / y veréis en el cenit mi ser en su apogeo!”

Luis María Murillo Sarmiento MD