viernes, 28 de marzo de 2008

CARTA XIX: PARA TI, MI PRIMER POEMA

Julio 9

Amor mío:

El dolor y el amor son un surtidor inagotable de palabras, un manantial en el que abrevan los poetas y todos lo que escriben.

Yo, que resurjo de la tristeza con las tímidas caricias de un amor que nace, siento pletórico mi pecho de una inclinación lírica que apenas conocía.

Siento bajo el influjo del amor almíbar en mi boca y palabras que brotan en mágicos acordes. No tiene el hechizo más nombre que tu nombre, ni mis versos diferente razón ni otro destino. Acoge con todo mi amor mi balbuceo poético.

“He sido” nació la noche memorable de la tercera cita, en que por primera vez mis brazos te rodearon y las barreras de la discreción saltaron en pedazos. Desde ese momento mis tristezas se escriben en pasado.

HE SIDO

Un hombre he sido,
sin ilusión y sin futuro;
un hombre que anticipó con su tristeza
el pago de una dicha duradera.

Un hombre receloso,
ante el destino incrédulo,
que espera de la providencia un desagravio,
que se pague con gozo y con ternura.

Un hombre confundido
por la realidad y la quimera,
sediento de una voz amable
y esclavo de una imagen tierna.

Un hombre que anhelando un destino generoso,
construyó en sus sueños
la mujer perfecta.

Un hombre que da cita
en la noche a sus delirios
para soñar con ella.

Un hombre en pos
de una utopía,
de una esperanza que ronde el infinito,
de una ilusión inédita,
que presumo alcanzar
cuando cruzo mi brazo
por tu talle.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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LA PESTE

Devastadoras fueron las epidemias que padeció la humanidad y que postraron con igual severidad a humildes pueblos como a poderosos imperios. En el año 430 a. C. Atenas padeció la Peste de Tucídides que acabó con la vida de Pericles y la de un tercio de los atenienses. En Roma en el año 167, la Peste Antonina redujo a la mitad la población romana. La peste que surgió en el puerto egipcio de Pelusium en el año 542, se propagó por Asia y Europa y cien millones de personas perdieron la vida. Más cerca de nuestros días, en 1720, Marsella sufrió la peste que dejó hasta mil víctimas fatales por día. Son apenas ejemplos de las muchas veces en que la peste asoló al hombre. Cuadros de dolor plasmados por el pincel y la pluma en las obras de importantes artistas y escritores, algunos de los cuales bajaron a la tumba como trágicos protagonistas de las epidemias por ellos retratadas.

La idea del castigo divino prevalecía aún en las mentes más esclarecidas del siglo XVII. “Indudablemente el hecho de que la peste nos haya visitado es un castigo del cielo... un mensaje de su venganza” escribía Daniel Defoe en 1665.

La muerte negra (peste bubónica), que en 1348 acabó con casi un tercio de la humanidad, partió probablemente en 1347 de Asia para propagarse por Europa. Huyendo de los tártaros, sitiadores de Caffa, a su vez exterminados por la peste, los genoveses se hicieron a la mar llevando consigo la más temible compañía, la peste negra. Los pocos que llegaron a la patria, uno de cada mil de los que partieron, tras la alegría inicial de su regreso fueron rechazados, y de puerto en puerto, sin poder desembarcar, fueron dejando tras de sí, por toda Europa, el horror de la peste negra. Doce de cada trece enfermos se dice que morían.

Almas caritativas hubo sin embargo dispuestas al sacrificio, que cuidaron a los apestados, pero las más de las veces la epidemia "había provocado tal horror en el corazón de los hombres y mujeres, que el hermano abandonaba al hermano, la mujer al marido y hasta los padres temían mirar y cuidar a sus hijos..." escribió Bocaccio.

Contra el macabro espectáculo de la muerte, el mundo no tuvo otra alternativa que acogerse a Dios. Clemente VI adelantó el año santo para la Pascua de 1348. Un millón doscientos mil fieles en piadosa peregrinación llegaron a Roma, más de un millón, víctimas mortales de la peste, jamás regresarían.

Los médicos no podían aconsejar más que huir de los sitios apestados. Previniendo el contagio, los médicos del siglo XVII vestían trajes de cuero o túnicas que los cubrían de la cabeza a los pies, protegían con vidrios sus ojos y utilizaban curiosas máscaras con llamativo pico, que contenía las esencias aromáticas con que pretendían neutralizar los miasmas. Desconocedores de su origen, evitaban todo contacto con el paciente, se protegían de su mirada, de su aliento y del pestilente olor de los bubones, los que drenaban y cauterizaban con un hierro al rojo vivo. Esencias de canela, nuez, alcanfor, azafrán y ámbar (de exclusivo uso real), se usaban en las vestimentas para prevenir la peste. Nada más que colonias y perfumes heredaría al porvenir tal terapéutica.

Los enfermos eran obligados a permanecer en su casa, so pena de muerte, y tras su fallecimiento se prendía fuego a su vivienda. Los cadáveres eran dejados en las noches a la puerta de las casas, para ser recogidos y cargados en carretas. Las fosas comunes abundaban, y grandes fogatas con sahumerios se hacían para purificar el aire. La creencia en la bondad de las hogueras persistió hasta final del siglo XIX. En Marsella y en Tolón se emplearon contra el cólera en 1884 por orden de las autoridades.

Para evitar la introducción de la peste los inmigrantes eran aislados, "quaranta giorno", que fueron el origen de la cuarentena. Detectada la peste la gente huía de las ciudades. Finalmente en el siglo XVIII se optó por la cuarentena de las poblaciones evitando la diseminación y se cerraron las fronteras. Menos frecuente fue la peste, pero no desapareció.

En más de tres siglos de buscar Europa remedio a tantas epidemias, pocos fueron los progresos. La ciencia sobre su origen no aportaba luces. Sólo con los grandes descubrimientos del siglo XIX el hombre pudo hacerles frente. Las disparatadas terapéuticas dieron paso entonces al análisis de secreciones y tejidos en pos del agente causal, a la desinfección con fenol, al tratamiento cuidadoso de los excrementos, al aseo de los tendidos, de las vestimentas del enfermo y de las paredes de los hospitales que se procuraron mantener inmaculados. Aunque la peste era la misma de hacía siglos, las sencillas medidas de higiene finalmente permitieron controlarlas.

Un inesperado accidente fue, como en tantos otros descubrimientos, el punto de partida que permitió conocer el origen de la peste. En 1897 Georg Sticker, miembro de la Comisión Investigadora de la Peste en la India, adquirió la enfermedad al ser picado por las pulgas de las ratas. En la pústula de la inoculación, se descubrió el bacilo de la peste. Simmond se ingenió entonces un sencillo experimento. Colgó a diversas alturas jaulas con conejos y confirmó que los animales colgados a mayor altura que la del salto de las pulgas no enfermaron, los demás por el contrario adquirieron la peste y fallecieron. Eran en conclusión las pulgas las que transmitían la enfermedad tras tomar de las ratas enfermas los bacilos. Por eso la cuarentena y los cierres de fronteras no eran medidas eficaces. Impedían el desplazamiento del enfermo pero no el de las ratas ni las pulgas. Con el aseo en los hospitales y el control de las pulgas desapareció la peste. Se podía finalmente explicar cinco siglos después la bondad de la incineración de las basuras que el médico judío Balavignus propuso a su ghetto durante la peste europea del siglo XIV. Los judíos sufrieron solamente 5% de las muertes que afligieron a las demás comunidades europeas. La quema ahuyentó del barrio judío a las ratas con todo y las pulgas que portaban el germen de la peste.

Pensar que de muy antiguo viendo morir por millones a las ratas durante la epidemia, se llegó a imaginarlas culpables de su propagación, o cuanto menos presagio de la enfermedad, pero tan interesante observación jamás fue sometida a un análisis profundo.


BIBLIOGRAFÍA
1. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
2. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 9 (ilustración), 11-29, 13 (ilustración),
3. Metchnikoff Elias. Estudios sobre la naturaleza humana. Buenos Aires: Orientación Integral Humana. 1946: 224-225
4. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p
5. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
6. Pfeiffer John. La célula. En Colección Científica de Life. México: Ed. Offset Multicolor SA. 1965: 171, 171 (ilustración), 178, 178(ilustración),
7. Phair S, Warren P. Enfermedades infecciosas. 5ª. Ed. México: Ed. McGraw Hill Interamericana. 1998: 3
8. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 17, 18, 20, 25 (ilustración), 26, 27 (ilustración), 32, 33, 114, 279-284


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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¿SOBRAN LAS NORMAS DE TRÁNSITO?*

Las normas de tránsito a fuerza de permanentes violaciones, infringidas ya ante la mirada indiferente de la autoridad, y aun por ella misma, han perdido su razón de ser en un estado tan pragmático como cohibido en el ejercicio pleno del poder.

Tan indignante como ver a los transgresores cometer airosos tantas infracciones, es sentirse ridículamente apegado a unas normas cuya violación no ofende ni a quienes las han establecido.

¿Porqué no retirar de la capital tantas señales restrictivas en beneficio de los pocos que con obsesividad las seguimos respetando?, O ¿está en capacidad el gobierno distrital de sancionar con valor y rigor ejemplar a quienes quieren convertir la ley en letra muerta?


* Epístola al Secretario de Tránsito y Transportes de Bogotá, en enero 20 de 1991, en vista de la transgresión campante y reiterada de las normas.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

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HE VISTO EL DESDÉN EN TU MIRADA

Cuatro meses
fueron de ilusión.
Cuatro
de acariciar
un tierno sentimiento,
de soñar con placeres
de pródigos amantes,
de colmarte de detalles,
de temblar al roce
de tu mano tibia,
de mudo balbucir mi amor
ante tus ojos,
de ahondar en tu mirada,
buscando en tu alma
el mismo sentimiento,
de gozar con tus risas,
de sufrir tu ausencia,
de conocer tus gustos
queriendo complacerte,
de cantar al amor...
a tu belleza.

Cuatro meses
de absurda fantasía:
jamás fue mío,
de tu pecho,
ni un suspiro.

Hoy he visto el desdén
en tu mirada.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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