domingo, 29 de junio de 2008

SOLAMENTE NACÍ PARA SOÑARTE

He perdido la ilusión de poseerte,
eres producto de mis sueños,
en realidad...
no existes.

¡Nací para soñarte!

Te quise delicada y sensitiva
para gozar con tu ternura,
para cambiar mis tristezas
por tu sonrisa
pura y cautivante.

¡Nací para anhelarte!

Soné tu suave tacto,
tu aroma de mujer,
tu palpitante corazón,
tus dulces labios...

¡Nací para quererte!

Quise tu esencia frágil
para brindarle protección
entre mis brazos fuertes;
quise tu genio angelical
para colmarlo
de íntimas ternezas.

¡Nací para adorarte!

Quise que nada pareciera
igual sin tu presencia,
pero del mundo marcharé
sin conocerte.

¡Mi penosa soledad
ya sueña con la muerte!

¡No nací para tenerte!


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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LA SEPSIS PUERPERAL

A mediados del siglo XIX, aún en las clínicas de París, Londres y Berlín una de cada tres o cuatro parturientas sufrían la fiebre puerperal. Para la respetable Escuela Superior de Medicina de Viena, haber alcanzado incidencia tan alta cuando con el profesor Boer llegaba apenas a 1.25%, era verdaderamente vergonzoso. Por ello la clínica de parturientas se convirtió en el lunar de la Escuela.

Ignaz Philipp Semmelweis, médico alemán nacido en Hungría llegó como ayudante de obstetricia al Hospital General de Viena y en su primer mes vio morir de fiebre puerperal a 36 de 208 maternas. Había en aquéllas muertes algo absurdo: afectaba primordialmente a la sección de los estudiantes de medicina, mientras la mortalidad en la sección de las comadronas era diez veces menor, apenas de 1-3%.

Las explicaciones no convencían. Todas eran mujeres pobres, las únicas que acudían al Hospital; las de alcurnia tenían a sus hijos en la casa.

Se invocaban los miasmas del aire, los cambios atmosféricos, la leche descompuesta, la ruina de la edificación. Se culpó a las pacientes, como a la exploración brutal de los estudiantes. Herido el pudor de las mujeres por las manos masculinas, aquéllas se hacían más susceptibles a la epidemia, explicaba el profesor Klein. Pero la causa de las muertes continuaba en el misterio. A Semmelweis explicaciones tan poco razonables no le podían satisfacer. Al fin y al cabo las dos secciones compartían las mismas condiciones. Tan válido era lo que se afirmara para una como para la otra. Semmelweis se volvería finalmente incómodo para el profesor Klein.

Entre tanto, las pacientes imploraban no ser enviadas a la primera sección, que simbolizaba la muerte, sino a la de las parteras. Alternándose los días para la admisión entre los dos pabellones, las pacientes resistían sus dolores esperando que llegase el nuevo día en que serían admitidas en la sección de las comadronas.

"Podían verse escenas que destrozaban el corazón, cuando las mujeres arrodilladas, suplicaban que las dejasen marchar antes de ser destinadas a la clínica primera en vez de la clínica segunda, en donde querían entrar... Mujeres parturientas, con temperatura muy alta y lengua seca, es decir, gravemente afectadas por la fiebre puerperal, afirmaban pocas horas antes de su muerte, estar completamente sanas, sólo porque no querían ser tratadas por los médicos, ya que sabían que el tratamiento de éstos significaba la muerte", escribía Semmelweis.

En un intento por arrancar de la fiebre puerperal a las pacientes, Semmelweis hizo a los estudiantes repetir con exactitud los procedimientos de las comadronas durante el parto, pero igual murieron las maternas. Cada vez había más sepsis, más cadáveres y más autopsias buscando la resolución del enigma. Intuyendo un miasma venenoso transportado por los estudiantes, exigió el lavado de manos. Todos se revelaron y Klein lo despidió. Pero a los dos meses estuvo de vuelta, en el mes de marzo de 1847.

La muerte del profesor Kolletschka, su amigo, le brindaría la posibilidad de develar el misterio. Kolletschka había fallecido tras ser pinchado en una autopsia por uno de sus discípulos. Sus síntomas habían sido los de la infección puerperal. Semmelweis revisó el acta de su autopsia, encontrando las mismas supuraciones generales que las de los cadáveres de las parturientas que él disecaba. Los mismos que los estudiantes manipulaban antes de atender los partos. Eran ellos quienes estaban diseminando la fiebre puerperal. No lo hacían las comadronas porque no asistían a las autopsias. Esto explicaba porqué en los partos rápidos y en período de vacaciones era menor la frecuencia de la fiebre puerperal. Para demostrar su hipótesis, y no teniendo cabida en la sección de Klein, entró a la de las comadronas, a cargo del profesor Bartch, y consiguió con su ayuda que estudiantes y parteras intercambiaran los pabellones. La mortalidad entonces se invirtió. ¡Sí eran responsables los estudiantes! Semmelweis ordenó entonces la desinfección de las manos con cloruro de calcio. Nadie podía salir de la sala de autopsias para atender partos sin lavarse con la solución. La mortalidad descendió al 3%. Había puesto por primera vez en evidencia la infección por contacto.

Relacionando la sorpresiva muerte de varias maternas con la proximidad de su cama con la de otra paciente con un tumor infectado, concluyó que también entre enfermas, y no solamente de cadáver a paciente se transmitía la enfermedad. Exigió por tanto más limpieza, y consiguió por fin que la mortalidad igualara a la de la sección de las comadronas (0.25%). Pero sus exigentes medidas terminaron por odiosas en su relevo. El cuerpo médico que aún no comprendía su descubrimiento, insistía tercamente en purgas y sangrías.

Sintiéndose responsable por aquéllas muertes, su conquista lejos de alegrarlo lo atormentó y hasta pensó en suicidarse. "Sólo Dios conoce el número de parturientas que por mi culpa bajaron antes de tiempo a la tumba" afirmaba conmovido. Hizo enfáticas afirmaciones sobre la responsabilidad médica en la muerte de las pacientes, granjeándose la enemistad de los tocólogos, quienes llegaron a sentirse tratados como criminales. Gustav Adolf Michaelis, profesor de obstetricia en Kiel, atormentado por las muertes que Semmelweis atribuía a la falta de asepsia de los obstetras puso fin a sus días. "Hay que acabar con la matanza", insistía Semmelweis; e increpaba a Scanzoni: "Si sigue usted, señor consejero de la corte, educando a sus discípulos en la enseñanza de la fiebre puerperal epidémica, sin haber refutado mi tesis, le declararé ante Dios y el mundo un asesino, y la historia de la fiebre puerperal no será injusta al denominarle el Nerón de la medicina por haber sido el primero en oponerse a mi enseñanza salvadora".

Desanimado viajó a su ciudad natal, Budapest y en su hospital repitió los ensayos. Demostró además que la ropa sucia, con secreciones purulentas ayudaba a transmitir las infecciones. Hasta entonces eran habituales los delantales negros para el cirujano, acaso para ocultar la mugre. Impuso también allí el lavado de manos con agua clorada. Pero sus seguidores eran muy escasos, y sus recomendaciones despreciadas.

Iracundo siguió escribiendo a los grandes profesores de la obstetricia como Späth, Siebold y Scanzoni. Los trataba de asesinos. Su mente se había trastornado.

En agosto de 1865 quiso la ironía del destino que cortándose en una intervención quirúrgica, Semmelweis terminara sus días a los 47 años víctima de una de septicemia. Cuatro años antes había aparecido su obra "Etiología, concepto y profilaxis de la fiebre puerperal".

Semmelweiss siempre intuyó un agente venenoso en la etiología pero no tuvo un conocimiento de los microorganismos como lo tendrían Pasteur o Koch. El sabio francés quien también hizo objeto de su estudio a la sepsis puerperal, clasificó a los futuros estreptococos, agentes de la infección como "microbios en rosario de granos". Semmelweiss pasaría a la historia como el "salvador de las madres", luego de haber demostrado las características endémicas y contagiosas de la fiebre puerperal y de haber formulado las normas para prevenirla.


BIBLIOGRAFÍA
1. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
2. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 100-109
3. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p
4. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI, 6
5. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
6. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 243-245
7. Tamargo J, Delpon E. Antisépticos y desinfectantes. En Farmacología. 16ª. Ed. Madrid: Interamericana-McGraw-Hill. 1996: 885
8. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 250, 252, 253, 255, 256, 259, 267, 288 (ilustración), 313
9. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 138-145


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")


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viernes, 20 de junio de 2008

EN LOS UMBRALES DE LA MUERTE

Entre el ser y la nada
se deshace la razón sin comprenderte.
Vacilante entre sombras tenebrosas,
y una apacible inmensidad
de generosa refulgencia.

Tu oscura faz es implacable,
rigidez es, es cuerpo gélido,
soledad de camposanto,
dolor profundo, incomprensible,
alfa u omega,
herida abierta al infinito,
que abrupta deja desvanecer la vida.

Y sin embargo te presiento
el sueño más plácido y profundo
y refugio en las tormentas de la vida.

¡En ti burla el hombre sometido,
toda cadena que lo hace prisionero!

Obsesión de mis íntimos deseos:
¡no tiemblo ante tu mísera guadaña!
Esclavo no soy de tu designio.
¿Acaso soy soberbio al desafiarte?

Tus brazos he buscado en mis tristezas,
tus umbrales he soñado queriendo conocerte,
mis gozos no opaca tu temida sombra.
Peregrino de un destino incomprendido
no ansío anclar en el mundo
persiguiendo un sentido
pasajero a la existencia.

Tu visita llegará sin sorprenderme.
¡Tu sentencia acepto, perenne compañera!
Mis alegrías las dejo al mundo,
a tu encuentro llevo mis pesares.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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CARTA XXVI: NUESTRA DISTANCIA

Julio 23

Dulce Copito:

Tal vez sea mi estatura menor que la que estimas y la tuya mayor de lo que piensas, porque no siento inconmensurable como dices, la barrera social que nos separa. Desheredada no estás de la fortuna, tu existencia es tu real tesoro. Cerca de ti los aromas de bondad abundan.

Fácil se hace un profesional, bueno o mediocre: en un lustro de su vida se ha formado. Un ser bueno demanda mucho tiempo. Comienza a forjarse de la nada. Debe desde el nacimiento cultivarse. Un ser torcido puede inclusive maquillarse para aparentar las virtudes que no tiene. ¿En cuántos profesionales tocados por el éxito no hay más que espíritus sucios, malintencionados, que sacan provecho de sus semejantes? Dulce Copito, prefiero tu substrato, ese filón, esa alma noble y generosa. Profesionalmente eres una piedra por pulir. A mi amparo serás la Nightingale prodigiosa que has soñado.

Creo que mientras mi sombra te proteja deberías dejar de trabajar. ¡Inicia tus estudios! Dedica tu tiempo a tus hijos, a tu carrera y a nuestro tierno sentimiento. Descansa del sacrificio, del trato indolente y de las arduas jornadas laborales.

Ten confianza. De mi mano conquistarás mi mundo. Convertiré tus sueños en mis sueños, y mis sueños -nuestros sueños- se volverán reales.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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CARTA XXV: OTRO POEMA


MI NÍVEA REALIDAD

Eres como un sueño
transportado en una nube nívea,
invención de mi pensamiento peregrino,
abstracción que se pierde en los confines
de ese cielo de poetas y de amantes.

Tienes la esencia de mis sueños,
y todas sus virtudes.

En mi ilusión onírica palpitas
con la fuerza de una realidad irrefrenable.
No he más de imaginarte:
Eres realidad,
la realidad que parecía imposible.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")



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jueves, 12 de junio de 2008

NI CONSERVADURISMO EXTREMO NI CULTO AL SER HUMANO

José era incapaz de rendirle culto al ser humano, reconocía virtudes y talento, sentía respeto, admiración, pero no reverenciaba a nadie. Respetaba los derechos de los demás pero no se subyugaba a sus razones. Era pugnaz crítico contra el servilismo. Y las subordinaciones que surgían del poder lo exasperaban. «Por meros accidentes de fortuna unos están mejor que otros, unos son vasallos y otros reyes, unos jefes y otros dependientes». Hasta ese punto Javier lo secundaba. Pero las diferencias asomaban cuando los argumentos terminaban en la crítica a las opiniones de los papas, vistos por José como otros más de los mortales. Para Javier era dogma la infalibilidad del Papa.

–Papas ha habido sabios y santos, conservadores y dogmáticos, progresistas y libertinos y hasta criminales e impostores –dijo José en medio del debate.
Y recordó a Alejandro VI, de quien dijo que como buen Borgia, había sido esclavo de los placeres terrenales. También mencionó a Julio II, de quien elogió su mecenazgo, pero con tono burlón criticó el negocio en que convirtió el perdón de los pecados. «¿Quién sabe si llegarían al Cielo quienes comprando indulgencias ayudaron a construir su iglesia?». Se refería a la de San Pedro, la mayor basílica romana.
–De pronto sí –le contestó Javier–, porque en el arte se expresa la perfección de Dios.
José siguió con apuntes hilarantes de los que no escapó la mención de la papisa Juana y su parto en plena procesión. Javier lo desmintió aduciendo que era una leyenda. Y le advirtió antes de que siguiera enumerando papas:
–El pontificado entonces no era como ahora. Estaba en manos de hombres sin formación sacerdotal, y de nobles codiciosos. Yo te doy fe de los pontífices de ahora.
José aceptó su relevancia:
–Si a Juan XXIII, a Paulo VI y a Juan Pablo II te refieres, acepto el adjetivo de admirables. No escapé a la seducción del «Papa Bueno», y a su pensamiento renovador y progresista, inusitado en un anciano. Fue él quien demostró que la Iglesia sí es capaz de remozarse. Tampoco olvido el liderazgo espiritual de Pablo VI, ni desconozco en Juan Pablo II su carisma. Conservador en asuntos de doctrina, es un líder mundial indiscutible. Su protagonismo para abatir los abominables totalitarismos de la órbita soviética, desde ya lo vuelve perenne en mi recuerdo.
José insistió en la renovación sin que Javier con nada se inmutara. Al escritor le parecía curioso que su amigo ponía en práctica, sin objeción alguna –acaso por no haber vivido la transformación– todos los cambios del segundo Concilio Vaticano, resistido por tanto ortodoxo en su momento. Se preguntó entonces si cuando otro Papa se decidiera a un nuevo aggiornamento y se volviera normal que las religiosas celebraran misa y los sacerdotes se casaran, Javier transigiría. De pronto lo de su amigo era más obediencia que conservadurismo. E imaginó que Javier ante nuevos vientos renovadores no estaría en la órbita de los desavenidos. «No serás un nuevo Lefebvre dijo José», pero Javier se quedó sin entenderle. Entonces le planteó su reacción si esos cambios ocurrieran, y Javier como dándole la razón a su presentimiento, le contestó: «Tanto progresismo no imagino, y si se diera, ¿quien sería yo para poner en tela de juicio las decisiones de un pontífice?».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")



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EL ENGAÑOSO SOMETIMIENTO A LA JUSTICIA*

Dando visos de filantropía y bondad a cuantas empresas se acometen en su nombre, en nombre de la paz el país ha llegado temerariamente a negociarlo todo, ante el rechazo de pocos y la insensatez y cobardía de muchos.

Pero ha de ser efímera la paz que se consiga negociando la autoridad y los principios**, porque en concesiones que fomentan el delito no puede ella racionalmente sustentarse, más cuando los delincuentes que nos dicen sometidos mantienen incólume su negocio miserable; mientras sin garantías los ciudadanos probos que defienden la moral, deben hacerlo a costa del sacrificio de su propia vida.

A cambio de lo moralmente deseable, el pragmatismo de hoy en materia de narcotráfico nos muestra tolerantes y rendidos, y nos mostrará mañana, nuevamente, ante la subversión vencidos, de persistir en aturdidos diálogos, poco exigentes, con hordas criminales sin palabra y que al parecer no acatan dirección alguna.

Aunque por desgracia la paz también es populista, instemos al gobierno a edificarla, fundándola en el ejercicio pleno de la autoridad, en el acatamiento a la ley y en el sometimiento real a la justicia. Así consolidada, la paz sí será entonces perdurable.


* Este texto escrito el 29 de octubre de 1991 conserva alguna actualidad en sus apartes. La autoridad que se invocaba por fin encontró en Uribe Vélez el presidente que la materializara; pero a la mano dura, el desmonte de tantas empresas criminales también demandó benevolencia con los malhechores, que será tolerable en la medida en que sea perdurable la paz que así se obtenga.
** La figura del sometimiento a la justicia nacida en la administración del presidente César Gavira Trujillo, fue una cadena de concesiones para que los delincuentes se entregaran. ¿Fue realmente la ley la que se sometió a los delincuentes?


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

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martes, 3 de junio de 2008

AMISTAD ETERNA

Puso en mi camino el cielo
el alma más noble y generosa,
ternura hecha mujer
que del olvido rescató
mis caras ilusiones,
sueños que otra rompió
sin proponerse.

¡Gracias doy a Dios por conocerte!

Purísimo corazón
que arrebató de amor
mi alma y mis sentidos,
visión angelical tan deseada
para hacerla
mi eterna compañera.

Ansiado anhelo,
soñada perfección
siempre prohibida,
humano tesoro
que no debía arriesgar:
Por una amistad,
-más duradera-
resigné mi amor...

¡Para quererte siempre!


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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EL CÓLERA

Esas diarreas incontrolables, deshidratares en extremo, que terminaban dejando apergaminado el cuerpo, gris y sin aliento hasta causar la muerte, fueron para los indios desde tiempos sin memoria una situación corriente, no por la fatalidad, sino por la frecuencia de sus brotes. Uno tras otro se sucedían sin conocer su origen mientras los moradores seguían acudiendo a los estanques de agua bendita, donde los hombres piadosos se bañaban, y de aquella agua sagrada y curativa se servían sin temor. Arrojaban las deposiciones de los enfermos a las calles y contaminaban sin imaginarlo las fuentes de agua. Y cuando los peregrinos, por millares, llegaban al Ganges y a los sitios sagrados, la mortandad se tornaba indescriptible. Y es que para su propagación, peregrinaciones y guerras fueron las mejores aliadas. Presente estuvo el cólera en Medina y en la Meca, en diecisiete mil de las muertes de la Guerra de Crimea y en las doce mil de la guerra de independencia norteamericana. En cientos de miles se contaban en cada país los muertos de cada epidemia, pero nunca fueron tantos como en la India que en una sola peregrinación a Hardwar tuvo dos millones de peregrinos muertos.

Confinado por muchos siglos, hasta el XIX a Asia y particularmente a la India, tuvo el cólera con la evolución del transporte el mejor vehículo para diseminarse por el mundo. Más efectivos resultaron en su propagación los grandes vapores, los trenes y hasta las diligencias, que los lentos y pequeños veleros de otras épocas.

Sólo en la Edad Moderna Europa comenzó a tener el cólera entre la fuente de sus preocupaciones. En 1817 se inició en la India una epidemia que paseó por el mundo su sombra de terror y de muerte. Llegó a Indochina en 1819, luego a Filipinas y en 1821 a Oriente Medio, al Japón en 1822 y un año después a Rusia y de allí a Polonia, Hungría y Austria. En barcos la llevaron a Inglaterra; a Canadá llegó con los inmigrantes irlandeses. En 1833 ya hasta México la padecía procedente de los Estados Unidos.

La epidemia del cólera en Egipto en 1883, movió a Francia y a Alemania a aplicar todos sus esfuerzos al esclarecimiento de la enfermedad. Dos comisiones del más alto nivel viajaron al país africano. Una conformada por Thuillier, Nocard y Roux, colaboradores de Pasteur, y otra alemana presidida por Robert Koch. Debían enfrentar un enemigo totalmente desconocido. ¿Dónde encontrarlo? ¿En la sangre? ¿En la saliva? ¿En el sudor? ¿En la orina? ¿En las heces? ¿Acaso en el aire espirado? Estudiaron tejidos y productos corporales, realizaron inoculaciones y cultivos, estudiaron el ambiente, el suelo, el agua.

Mientras la comisión francesa perdía por el cólera a uno de sus integrantes, el doctor Thuillier, la alemana realizaba un hallazgo interesante. Todas las muestras de intestino, así como las heces frescas de los enfermos, mostraban sin falta un bastoncillo curvo nunca antes observado. Sin resultados significativos los franceses regresaron, Koch por el contrario viajó a la India y confirmo en Colombo y en Calcuta sus hallazgos. Vibriones se llamaron aquellos bacilos de tan vivo movimiento. Tras meses de trabajo agotador consiguió un cultivo puro. Siguió luego la huella del que denominó “bacilo vírgula” y señaló a las aguas de la India, sagradas o mundanas, como el vehículo que trasmitía la enfermedad. Contaminadas por los enfermos terminaban ingeridas por las personas saludables. Demostró que a pesar de la mortalidad que causaba, el bacilo era frágil, perecía en el medio seco y no se trasmitía por el aire. El ciclo de la enfermedad era sencillo, el germen se eliminaba solamente en las deposiciones y se adquiría exclusivamente por la boca.

De vuelta a Egipto pudo diferenciar el cólera de la disentería tropical al descubrir como agente causal de ésta a un organismo mayor, tanto o más grande que las células del cuerpo, la ameba, parásito ya descrito por Lösch en 1875 en las deposiciones. Aunque las enseñanzas de Koch tardaron en aplicarse fuera de su patria, con el tiempo terminaron por hacerse innecesarias las hogueras, como la que aún en 1884 encendió Marsella para purificar el aire, y las fumigaciones con azufre a los viajeros. Las medidas higiénicas, la vacunación y los antibióticos terminaron por derrotar los brotes epidémicos.

Para la Primera Guerra Mundial, se dispuso de la inmunización activa y la guerra y el cólera, por fuerza de los adelantos científicos, dejaron de ser aliados.


BIBLIOGRAFÍA
1. Carpenter Charles C. Cólera. En Tratado de Medicina Interna de Cecil. 15ª. Ed. México: Interamericana. 1983: 550
2. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
3. Farreras Valenti Medicina Interna. Barcelona: Editorial Marín S.A. 1967: Tomo I, 1084
4. Guzman Miguel. Cólera. En Medicina Interna. 3ª. Ed. Bogotá: Editorial Presencia. 1998: 718-719
5. Metchnikoff Elias. Estudios sobre la naturaleza humana. Buenos Aires: Orientación Integral Humana. 1946: 223-225
6. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 61 (ilustración), 58-68, 62 (ilustración), 211-221, 226-227, 272-278
7. Wallace Craig K. Cholera. En Infectious diseases and medical microbiology. 2ª. Ed Philadelphia: W. B. Saunders. 1986: 911-912


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")


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