jueves, 18 de febrero de 2010

ERES COMO NINGUNA

Semejante y diferente a todas,
sólo tu agitas en mi ser
el mundo de los gozos.
Más hermosas que tú
no refulgen igual ante mis ojos.

Entre todas las voces
mi oído te distingue;
a oscuras mi olfato te descubre:
es único tu aroma entre miles de fragancias;
a ciegas mi tacto te percibe:
sin igual es tu piel,
terciopelo sensual que me arrebata;
insuperables son tus labios
y el néctar que me sacia.

Ante otros ojos pasarás sin que te adviertan,
no ante los míos,
ansiosos de mirarte.
Una más podrás ser sobre la faz del mundo,
pero no en mi cosmos
que en ti tiene su estrella;
no en mi orbe,
atento a tus suspiros,
que gira con el ímpetu que le da tu vida,
que vibra con tu cuerpo y se alboroza
mientras sueña la dicha de tenerte,
que sufre y se atormenta
cuando la realidad advierte
que esa dicha acabará
cuando tu faltes.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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viernes, 12 de febrero de 2010

FEMINISMO ABSURDO Y FEMINISMO RAZONABLE

Decían de Eleonora que era una copia de su padre y que tan sólo se sometía a su propio pensamiento. Aunque encantaba, a la hora de una relación los hombres le temían a su independencia y a su personalidad arrolladora. José sabía que tenía responsabilidad en ello. Desde el colegio había descubierto en su hija posiciones críticas y alguna rebeldía, y las había alentado. Las quejas no eran motivo para reprenderla. Más que su juez era su cómplice. ¿Qué más podía hacer si le hallaba fundamento a sus razones? No actuaba como otros padres que hacían llover sobre sus hijos truenos y centellas por culpa del colegio, y si algún malestar manifestaba, era menor que el que realmente sentía. La tiranía de las cargas académicas lo rebelaba contra el sistema educativo que veía carente de humanidad e ingenio; que criticado por directivas y maestros, por padres y estudiantes, a pesar de impopular seguía vigente.
«Es un sistema que por desconocer la diversidad, está dispuesto para la formación en serie. Que pasa por su horma millones de temperamentos infantiles en procura de réplicas idénticas que deben saber y comportarse de la misma forma. ¡Como el producto perfecto de una industria! ¿Así cultiva el país los genios que lo saquen de su atraso?». La nota escrita en un cuaderno de su hija, nunca causó el revuelo que esperaba. Apenas la manifestación de algunos profesores que se declararon otras víctimas del sistema educativo.
Con tanta tecnología para aplicar en la enseñanza, la metodología tradicional le parecía ridícula. Bastaba ver a Eleonora aprendiendo en los canales culturales de la televisión, en forma amena y sin afanes, para corroborar que sus críticas eran valederas. Los brotes de desaplicación de Eleonora fueron pasajeros y la culminación del bachillerato fue una tarea sin mucho esfuerzo.
El influjo analítico de José y la obstinación de Elisa fraguaron en su hija una personalidad inquebrantable, pero con una arrogancia tan bien atemperada que terminaba por confundirse con su gracia. Al igual que su padre, odiaba hacer parte de la generalidad, y creía que la mujer no debía ser objeto de discriminación ni privilegio. Y como creía que nada diferente a los méritos debían obrar a su favor, el trato preferencial le fastidiaba. Le parecía humillante que las mujeres aceptaran que la ley las sobreprotegiera como si fueran seres inferiores. Estaba convencida de la igualdad entre los sexos, mas no por artificio. El voceado maltrato a la mujer poco la convencía, pues descubría algo incitador intrínseco en las mujeres sometidas, y una propensión de sus demás congéneres a atormentar al hombre. Era la influencia de las experiencias vividas en su infancia, el recuerdo de las miradas cómplices que se cruzaba con su padre cuando Elisa hablaba del maltrato femenino. «Los hombres por orgullo no se quejan», prorrumpía Eleonora. «La mujer ejecuta otro tipo de violencia», decía él, mostrando que de cada enfrentamiento salía sin un rasguño... salvo los raspaduras en la dignidad y en el afecto.
Cuando adquirió conocimiento de todo el ideario de su padre, Eleonora interpretó con sentido constructivo los textos que le tachaban de machistas por revelar la naturaleza masculina. «Quien se atreve a develar los verdaderos sentimientos de los hombres –señalaba– nos hace un favor a las mujeres. Machista es quien promueve la superioridad de los varones». Y recalcaba la paradoja advertida por su padre, según la cual el instinto subyuga al hombre a la mujer, mientras que los escrúpulos morales lo fuerzan a resistirse a ella; y más aún, terminan haciendo a la mujer victima de discriminación y servidumbre. «La cultura y el dogma se han confabulado contra ellas y no es Dios el artífice de tamaño despropósito», afirmaba José aludiendo al trato inferior que les dan a las mujeres las grandes religiones.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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sábado, 6 de febrero de 2010

CARTA XLVII: OJALÁ NO EXISTIERAN INFIDELIDAD NI CELOS

Octubre 3

Copito:

Para hacer caso omiso de los celos y dar muestras de fidelidad sólo requiere el hombre, tan evolucionado y lúcido, controlar lo más primitivo e irracional de su conducta. ¡Qué paradoja! Es lo que más le cuesta. De todas sus proezas, es la que parece menos realizable.

Tal vez se puedan dominar los celos; hablo por mí. Experimento por ti la confianza de quien lo ha logrado. No sé si una fidelidad inagotable se consiga, pero constancia si doy de que mientras el amor subsiste hay a la infidelidad muy poca tolerancia. El absolutamente enamorado es refractario a los todos los deslices.

La capacidad para dominar estos instintos depende sin embargo más de características innatas que de perseverancia. Quien carece de ese don, diría la humanidad entera, sólo convertirá su obstinación en permanente, insostenible e infructuoso sufrimiento. No todo el que se propone ser fiel, ni todo el que evita ser celoso lo consigue. Contra los instintos la voluntad no basta.

Soñamos con la fidelidad y nos martirizamos con los celos, que son la antítesis del amor y el peor de los instintos. Otra sería la historia de la humanidad si el enamoramiento durara para siempre.

Hoy mi pecho palpita de fidelidad y amor, y mi corazón no abriga desconfianza. ¿Habrá escrito el destino para siempre serenidad semejante en nuestras vidas? Así, de todo corazón, lo aguardo.



Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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