viernes, 25 de diciembre de 2009

UN MÉDICO EJEMPLAR *

La riqueza del doctor Jaime Ruiz Carrillo no era aquélla que pretendían quienes lo secuestraron. Ensimismados con un rescate fabuloso, aquéllos seres infames que le arrebataron su libertad, no pudieron tener de él, como nosotros, el conocimiento de su riqueza espiritual, de su existencia noble, de la grandeza de su corazón, de la abnegación por sus pacientes, de la dedicación a sus discípulos y del trato amable y respetuoso hacia sus semejantes.

Nos duele profundamente a quienes de él recibimos sus lecciones, su atroz asesinato, el martirio que su humanidad enferma jamás imaginó como retribución al desprendido ejercicio de su profesión.

Mientras la vida de sus asesinos corrompe la tierra de la que son su expresión más fútil y menos trascendente, la existencia de hombres nobles, como el doctor Ruiz Carrillo, se transmuta, pero jamás se desvanece, porque trasciende a través de la grata reminiscencia de su obra y del cariño de sus semejantes. ¿De sus asesinos, quien siquiera llorará su muerte?


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Esta nota fue publicada hace 14 años en el diario colombiano El Espectador (octubre 17 de 1995, pág. 4A) y se refería al secuestro y posterior asesinato de un afamado ginecólogo y profesor universitario de la facultad de medicina de la Universidad del Rosario por los subversivos de las Farc. Ni el cáncer avanzado que padecía valió su compasión. Tantos años después, el país sigue presenciando su barbarie. Aunque mermadas, lo poco que queda de ellas sigue mostrando su instinto asesino. Así su última ‘hazaña’, conocida mundialmente, fue el degollamiento del gobernador del departamento de Caquetá, Luis Francisco Cuéllar.

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jueves, 17 de diciembre de 2009

CON EL ODIO TU FELICIDAD HUYÓ DESPAVORIDA

Estás cargando la cruz
que tu misma forjaste,
el peso de un recuerdo
que merecía el olvido.

Has desafiado al tiempo que sana las heridas
-el recuerdo de un mal no dura eternamente-,
como una maldición cargas la tuya,
una llaga que no dejas sanar,
una llaga que sólo a ti te duele.

En pos de una expiación que nunca se termine,
no buscas satisfacción sino venganza;
nada aplaca tu corazón dispuesto al exterminio.
Envileces tu sangre con la pócima
que viertes contra tu enemigo.
Víctima eres de tu propia pestilencia.

La poción desdibujó tus labios,
la amargura se apostó en tu cara,
se agrió el ceño con la mueca de tu encono.

Presto el veneno corroyó tu entraña
y horrorizada con tu malevolencia
la felicidad huyó despavorida;
marchó para tu desventura
con quien fue el motivo
de tu malquerencia.

Eres un juez brutal...
así serás juzgada.

No tienes paz.
¡Infeliz serás hasta la muerte!

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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viernes, 11 de diciembre de 2009

CONFLICTO ENTRE LA RAZÓN Y LAS CREENCIAS

Reconocido como noble y bondadoso, José también era severo; visto como reflexivo y sereno, también era impulsivo. Enjuiciaba las normas, pero las cumplía. Era un crítico mas no un antisocial. Caía bien, a tal punto que la ampolla que levantaba su escritura, se desvanecía cuando los contradictores trataban al autor. A veces porque la exposición de sus motivos convencía, otras más, porque algo en su naturaleza llevaba a apreciar al escritor pasando por alto sus escritos.
Su sentido de justicia y su inclinación por los pobres, mostraba un espíritu sensible; su tolerancia lo hacía ver comprensivo, incluso complaciente. Pero la consideración con la opinión ajena no era inagotable, y el encomiado equilibrio de su personalidad se derrumbaba al ver la libertad amenazada. Ese era el motivo de su encono con los comunistas y los puritanos, en apariencia tan opuestos, pero equiparables, como amenaza, para la libre determinación. Y eso no lo entendían quienes veían en él a un hombre recto, preocupado por las injusticias; un hombre que a simple visto no debía estar en la mira de puritanos ni marxistas.
Indiferente de la simpatía que suscitaba, se la jugaba en sus columnas liberales. Muchas veces fue interpretado como ateo; pero tenía fe, y más que creer en Dios, tenía certeza, porque era producto de su entendimiento. Había vivido años de pugnaz enfrentamiento contra el dogma y los mandatos de la religión, pero se había aplacado. Sin embargo cuando la polémica se daba, quedaba patente que sus juicios no se habían quebrantado con los años. Y esa constancia en sus conceptos se comprobaba leyendo un viejo ensayo de sus años escolares, tal vez el primer escrito suyo que generó debate.
Sabía que su artículo podía causar irritación en un plantel católico, pero el pecho se le inflamaba de orgullo al imaginar que iba a ser el único estudiante en controvertir lo incuestionable. Estaba a punto de dar un paso histórico y convertirse en héroe, aunque en momentos de más lucidez y menos arrebato, pensaba que el héroe podía ser martirizado. Y estaban sus compañeros para recordárselo: «Robayo, ¿para qué se arriesga? Eso no le va a complacer a los padres del colegio». «Pidieron un ensayo sobre la Biblia y eso es lo que estoy por entregarles».
Pero no fueron los padres, sino unas viejas camanduleras las que condenaron la herejía. El prefecto lo defendió: «El joven es crítico, y en medio de su rebeldía se advierte una buena intención, una clara seducción por la persona de Jesús, y un cuestionamiento interior, poco habitual en un adolescente». Y lo aleccionó en privado: «Robayo, ha acertado usted al descubrir en la divinidad de Jesús la esencia de nuestra fe, pero no comparto sus conceptos sobre el Viejo Testamento. La interpretación de la Palabra es complicada, no se puede desentrañar literalmente. Hay que saber de teología para comprender el significado de lo que allí se dice». En otras palabras que buena parte de sus críticas provenían de su ignorancia. «Hay que meterle ciencia a lo sagrado –pensaba José– para que sea creíble». Sin embargo, en ese momento lo realmente valioso era que el buen corazón de su prefecto lo había favorecido. La rectificación que exigían las beatas parecía haber quedado en el olvido, y el orgullo de José, como su texto, intacto. Una polémica con su salvador hubiera sido un riesgo innecesario, y ante todo una ingratitud muy grande. «Y sin embargo gira», repitió mentalmente al abandonar el aula, recordando al astrónomo que se salvó del fuego.
Casi cincuenta años después estuvo de nuevo en sus manos el envejecido testimonio. Tras observar cuánto cambian las costumbres con el tiempo, pensó que ni volviéndolo sacrílego generaría polémica, es más, ahora la ley ampararía sus opiniones.
«El hombre manosea a Dios, habla en su nombre, le adjudica normas, le inventa juicios, conoce su voluntad y sus deseos; por Él promueve guerras que apellida santas y crea en su nombre una picaresca y un mundo fraudulento. [...] No hay ilación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, sus divinidades parecen antagónicas: una es el Señor implacable de las Viejas Escrituras, la otra el Dios magnánimo de los evangelios. El primero una deidad local, judía, temible y vengativa; el segundo, un Dios universal, indulgente y misericordioso, más aún, víctima de su propio pueblo. Veo en aquél un dios intolerante que moldeó imperfectos a los hombres para drásticamente cobrarles sus errores; un ser brutal proclive a los sacrificios sanguinarios, que se ceba en la vida de chivos inocentes y en el extermino de los pecadores. En Jesús, por el contrario, advierto la deidad que comprende al pecador y va en su auxilio. Descubro al reformador que escandaliza a los hipócritas y al maestro que instruye con impecable juicio. Cuando lo siento con los humildes bueno y apacible, y duro con los despiadados y soberbios, tengo que reconocerme entre sus seguidores».
Se preguntó si esas líneas eran tan heréticas. Creyó más bien que el puritanismo de la época había llevado a magnificar su atrevimiento. Pasó entonces a las conclusiones para recordar los motivos que habían herido la susceptibilidad de los creyentes.

«La escritura antigua, armada en las tinieblas del pasado, es una mezcla de realidad y fantasía; de mitología, de verdad y de leyenda. Los textos son más fantasiosos e imprecisos a medida que las citas sagradas se alejan en el tiempo».
«El Antiguo Testamento es la historia de una deidad judía, un dato tangencial para un cristiano. El Nuevo, por la proximidad del tiempo, me parece más verídico y confrontable con la historia».
«Los escritos bíblicos son la recreación mitológica de un mundo extraño a la fe de los católicos, y son equiparables a la mitología de nuestros indios. No afirmo por ello que el Antiguo Testamento sea menos admirable, sino más ficticio».
«De Dios no dudo, pero no creo que sea suyo todo lo que nos presentan en su nombre. En la Biblia la mano manipuladora del hombre debe estar presente, como también la fuerza poética de los autores».
«Encuentro falta de coherencia entre el cristianismo y la tradición que lo antecede, y entre Jesús y los jerarcas que con posterioridad guiaron su iglesia».

La página siguiente estaba en blanco, pero pegado al ensayo con un gancho que manchaba con el óxido, había un papel, y en él una apostilla: «Otra incongruencia para mostrarle al padre Lucho». Denotaba el ánimo de seguir polemizando, y rezaba en trazos tan legibles que se asombraba de sus actual caligrafía: «Tan sagradas como las judeo-cristianas son las tradiciones musulmanas; pero tan manipulada es la historia sagrado por los hombres, que el hijo ilegítimo de Abraham para los mahometanos no es Ismael, el hijo de la esclava, sino Isaac, el hijo de Sara, a quien de paso no consideran esposa del patriarca. Para ellos Ismael, y no Isaac, fue el hijo favorito de Abraham. Así que en su versión fue Ismael el que estuvo a punto de ser sacrificado. ¿Cuál es la verdadera historia, si cada cual la cuenta a su manera? ¿Privilegiarían los musulmanes, descendientes de Ismael, la historia de Isaac, antecesor de los judíos? ¿O engrandecerían judíos y cristianos a Ismael, minimizando a Isaac, el fundamento de sus tradiciones?»
No habiendo más que leer, puso de nuevo el gancho y guardó los documentos. Era admirable ver como habían prevalecido los mismos pensamientos a través del tiempo. Eran los del viejo idénticos a los del adolescente, y los mismos que el hombre maduro controvertía al amigo sacerdote; con la diferencia de que la jerarquía del crítico se había acrecentado con los años. Y se sintió exponiendo ante Javier los mismos argumentos que había defendido con timidez ante el prefecto. Lo había hecho muchas veces, pero esta vez se acordó de aquélla que ocurrió al término de una eucaristía. «No es la palabra de Dios, sino la del evangelista», le dijo para refutarle la expresión «es palabra de Dios» con que Javier había terminado una lectura del Nuevo Testamento. También rechazó la narración de Lucas: «Hecho a la idea de la bondad de Cristo, no puedo aceptar la autenticidad de ese pasaje, incongruente con sus amorosas enseñanzas». Se refería al ultimátum de Jesús a quienes lo seguían, conminados a abandonar a sus seres más queridos, sin poderlos enterrar siquiera. Y con el propósito de contradecirlo todo, recurrió al Génesis para mostrar su discrepancia con el carácter de verdad que le daba la Iglesia Católica a la mitología judía: «Aferrada al Antiguo Testamento, más parece la Iglesia católica la continuidad del judaísmo. ¿Será que no le basta la historia de Jesús a su grandeza?»
Cuánto contraste había entre el joven subordinado y temeroso, y el crítico seguro y respetado. Entre el muchacho enjuiciado por sus superiores y el pensador que ponía en el banquillo a sus contradictores. Era cual si el tiempo hubiera convertido en inmolador al inmolado.

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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martes, 1 de diciembre de 2009

LA DESHUMANIZACIÓN EN LA SALUD, CONSIDERACIONES DE UN PROTAGONISTA - INTRODUCCIÓN


Protagonista y testigo de más de tres décadas de nuestra medicina, cuento para mis reflexiones con el privilegio de haber visto desde primera fila sus transformaciones profundas e impensadas, y con el abatimiento y las satisfacciones que se sienten al ejercer el noble arte de aliviar y de curar.

La humanidad, cuestión que me impacienta, no es menos que los avances científicos y tecnológicos de nuestras profesiones, es el norte de una ciencia que existe en la medida en que ve padecer al hombre enfermo. Tal vez en otros campos quiera el científico rivalizar con Dios y construir, de pronto, un altar a su soberbia; en éste, su aliento debe ser humilde, benigno y compasivo.

Enfrascado en el examen de la bondad en el ejercicio de la labor asistencial, expondré en las próximas líneas fundamentos y consideraciones sobre la humanidad en el ejercicio de la medicina, y mi percepción sobre los avances y vicisitudes de una ciencia cuya práctica demanda altruismo como ninguna otra.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO M.D.

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viernes, 27 de noviembre de 2009

CARTA XLV: EL PODER CARECE DE NOBLEZA

Septiembre 26

Copito:

La forma déspota en que te han tratado en la comisaría, me hace hervir la sangre.

No hay duda, ha corrompido el hombre el poder y el poder ha corrompido al hombre. Ese instrumento sin par para servir a los semejantes es aprovechado por él para su propio y tantas veces mezquino beneficio.

Los cargos públicos se buscan no solamente sin vocación de servir, sino con voracidad por los bienes del Estado. El poder convive con el sometimiento, con la persecución y la ganancia mal habida. Pocas veces con la utilidad pública y el beneficio colectivo.

El poder compra y se deja comprar, la justicia se agiliza con las dádivas, los trámites desaparecen con una propina generosa. Tu desgracia mujer, ha sido la pobreza. Por ella te cierran las puertas cuando no te conminan a interminables antesalas.

El amor que opera con reglas tan opuestas, que antes que pedir, ofrece, te entrega a cambio, abiertas, las puertas de todos mis afectos.

Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 20 de noviembre de 2009

SEUDOMORALISTAS*

Las voces seudomoralistas que hoy censuran una serie de televisión, probablemente no se han alzado tan alto para oponerse a las más extremas expresiones de corrupción y de violencia que hubiéramos podido imaginar en nuestra patria.

Pero es que éste es el país de las contradicciones, de las ambigüedades y de las paradojas; de las normas incontables, hechas todas para no cumplirse: país de la justicia inflexible contra el delito culposo, pero transaccional con los verdaderos y peligrosos criminales, país que desmotiva y constriñe a sus fuerzas armadas, mientras tolera las acciones sanguinarias de la subversión; país que vela más por los derechos humanos de quienes arrasan con la vida, que por los de quienes viven a merced de aquéllos. En fin, país que se extravía solo en la búsqueda de sus propias soluciones; patria boba capaz de desgastarse en la discusión de una serie televisiva inocua; país “crítico” que teme más a la realidad y a la violencia de su pantalla chica que a la espeluznante de sus campos y ciudades; país ingenuo que evade sus temores destruyendo el espejo que refleja una realidad indeseada.

No parece sensato que quienes pretenden rescatar a nuestra televisión de la mediocridad, introduciendo temáticas que se apartan del común de las insípidas producciones latinoamericanas y nacionales que pretenden imitarlas, sean castigados con la coartación de su libertad de expresión y con la imposición de límites a su creatividad.

En este caso en particular (“Pecado Santo**”), no solamente no se lesiona la imagen de la Iglesia, sino que se muestra la dimensión humana de sus miembros. No se hace ni mucho menos apología de un malintencionado pecador, sino que se trata con mesura el caso de un atormentado religioso que lucha contra la más natural de las tentaciones.

La realidad ofrece casos más ricos para la polémica, el padre Hoyos*** por ejemplo, o para la censura, el cura asesino del ELN****.

¿Será que con tan poco sentido común el país tendrá futuro?


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* El Espectador, diario colombiano me publicó esta nota (pág. 4A) el 2 de octubre 1995.
** Telenovela colombiana exitosa como polémica, en que un miembro de la iglesia católica, que investiga los supuestos milagros de un guerrillero, termina envuelto en un amor muy terrenal.
*** Sacerdote católico impulsivo y provocador que consiguió por elección popular la alcaldía de Barranquilla pero terminó inmerso en diversos procesos de índole penal.
**** Sacerdote y guerrillero español que comando el ELN, grupo subversivo colombiano.


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viernes, 13 de noviembre de 2009

SI QUIERES SER MI AMANTE

Si quieres ser mi amante,
destierra los celos de tu vida,
vive para el amor y nunca intentes
encadenar los sentimientos.

Deja el pudor
y reclama mi cuerpo sin recato.
No finjas emociones que no sientas
ni despiertes con celos mis pasiones.

No encubras tu interés,
ni busques con indiferencia cautivarme.
Una negativa en el lenguaje del amor
es excitante,
mas no he de buscar un mensaje oculto
en tus señales.

No coartes mi libertad
ni me satures.
No pienses que soy tu posesión
ni me controles.

Vive para el placer,
reclámame como objeto de tus goces;
vive el presente,
desdeña el sobresalto del mañana.

Sé femenina y tierna,
angelical y dócil,
sé bálsamo que sane mis heridas,
y lecho en que mi esencia se refunda.

Habla a mi oído con dulzura,
y prodígame con suavidad tu tacto.
Pon la miel de tus labios en los míos,
y compensa con ellos mis desgracias:
que una amante es fuente de satisfacción
mas no de hastío.

Entiende mis motivos,
tolera mis flaquezas,
comprende mi naturaleza perfectible
propensa a los placeres.

Si sabes ser mi amante, no menos seré yo;
¡Aun sin prometerlo te lo auguro!

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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viernes, 30 de octubre de 2009

UN JUICIO EN MI INCONSCIENTE

No alcanzaba a comprender como había llegado a aquél paraje. Era amplio y pleno de luz, pero brumoso. Parecía campestre, ocupado por poltronas blancas y mullidas. Aunque próximas a mi vista, debía esforzarme para saber si estaban ocupadas. Cuando casi tenía la certeza de que estaban vacías, la última mirada me convenció de todo lo contrario. Desconfiando de mi vista avancé dispuesto a esclarecerlo con el tacto, pero mi mano atravesó el cuerpo allí sentado. Todos los concurrentes resultaron traslúcidos y vaporosos. Sentí como si alguna extraña dimensión de mí los separara.
–Puede sentarse.
La voz me obligó a buscar su procedencia. Frente a un tabernáculo, blanco también, de grandes dimensiones, estaba quien aquéllas palabras pronunciaba. La imagen deslumbraba impidiéndome distinguirle sus facciones. Su voz, aunque firme, era cordial; denotaba superioridad y no infundía temor. Inducía una extraña sensación de paz.
–¡Tus días en la tierra terminaron!
Asombrado, mi instinto me hizo inspeccionar mi cuerpo. Era tan transparente y tan difícil de apreciar como el de los seres que ocupaban las poltronas. Sorprendido descubrí que había ya traspasado, sin darme cuenta, la frontera de la muerte. Con cuanta tranquilidad –pensé– se vive lo que se imagina con angustia.
–¿Qué crees que mereces, el premio o el castigo? –dijo la voz reavivando la incertidumbre que por instantes había imaginado cosa del pasado.
–No soy yo quien deba precisarlo. Actué bien y actué mal. Establecí mi propio código de comportamiento, fui coherente con mi pensamiento.
–¿Y tu pensamiento fue infalible?
–Mi pensamiento pudo errar, porque de la verdad moral no tiene ningún hombre certeza.
–¿Y la palabra de Dios?
–Es infalible, pero nunca la que el hombre a su acomodo le atribuye.
–No fueron tus aciertos, ni tus errores, sino tus intenciones, el empeño por hacer lo justo lo que te trajo a este paraje.
Y su mano señaló a miles, millones más bien, de seres que resplandecieron fosforecidos por un aura.
–Son los escogidos.
¿Cómo no había reparado que eran tantos? Era una muchedumbre ocupando filas interminables de poltronas que en el infinito se perdían.
–Estos millones de almas cometieron errores, pero tuvieron bondad; causaron daño, pero se arrepintieron; hicieron mal, pero lo repararon. Y la bondad excede en méritos a la fe, a la disciplina, a la pureza, a la templanza.
Me quise abrazar regocijado a aquella imagen celestial, pero era etérea. Me sentí feliz y lo declaré en voz alta: ¡Feliz! ¡Feliz! ¡Feliz!
Una mano cariñosa rozó mi frente e interrumpió el letargo. Al abrir los ojos frente a mí estaba mi hija, ajena por completo a mi delirio.
–Que bueno papá que seas feliz.
Había sido otro de mis sueños de ultratumba. Desde la predicción de mi muerte me había vuelto un viajero frecuente al más allá. Cruzaba la frontera para reencontrarme con mis muertos. Acaso buscaba a quienes habrían de ser mis futuros compañeros; tal vez eran ellos los que me ponían la cita. Hasta personas que habían abandonado mi memoria, eran ahora asiduas en ese mundo espectral que cobraba vida en mis sopores. Exteriorizaba despreocupación ante el fin de mis días, pero otra cosa maquinaba mi inconsciente, a juzgar por los reiterados sueños con la muerte. Más aún, sueños como el de hoy, respondiendo a Dios por mis acciones, demuestran que a la idea de un juicio final no soy indiferente. Esa incertidumbre hasta los ateos han de tenerla en su agonía, aunque por coherencia no se atrevan a expresarlo.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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viernes, 23 de octubre de 2009

CARTA XLIV: TU AUSENCIA

Septiembre 22

Tierno Copito:

Tanto más escasos, más apreciados se vuelven los momentos que juntos disfrutamos. ¡Ah! Si las obligaciones supieran cuanta irritación producen. ¡El deber repugna cuando el placer aguarda!

En esta forzada ausencia no imaginas cuantas veces te he estrechado desde el último abrazo que nos dimos. Contigo estoy aunque me sientas lejos.

En la soledad comprendo que quiero ser la causa de los más hermosos momentos que recuerdes, el instrumento con que Dios repare las heridas abiertas por el destino esquivo y poco generoso.

Cuando estas ausente hurgo la realidad para convencerme de que existes y me perteneces. Estoy deslumbrado por esta verdad maravillosa. Apenas puedo creer que estés hecha a mi medida.

Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 16 de octubre de 2009

EPÍLOGO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

Aunque las páginas finales de este libro parecen el anuncio de un mundo libre de infecciones, sustentado en el advenimiento feliz de los antimicrobianos y en progresos científicos y tecnológicos antes nunca imaginados, el dominio del hombre sobre las infecciones, si satisfactorio, lejos está aún del control absoluto y deseado; y el siglo XXI ha nacido bajo el sino amenazante de la resistencia bacteriana, aun a los que se imaginaron poderosos antibióticos, y ensombrecido por la aparición de nuevas y mortales infecciones.

El ocaso de la centuria pasada presenció la aparición de infecciones como la enfermedad de Lyme (1962), la enfermedad de los legionarios (1977), el SIDA (1981), el síndrome de choque tóxico (1981), el síndrome pulmonar por Hantavirus (1993), enfermedades que hacen pensar que pese a los progresos de la ciencia, las infecciones seguirán siendo un azote para la humanidad. De tal manera que la historia que pone su punto final en esta página, marca sin duda el comienzo de otra igual de apasionante, en la que el imperio de la inteligencia y la razón habrá de resultar triunfante.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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jueves, 8 de octubre de 2009

EL TRISTE CALVARIO DE LA SALUD EN COLOMBIA *

No alcanzan a imaginar los jóvenes que hoy tocan las puertas de las universidades el delicado paso que pueden dar sus vidas al cruzar el umbral equivocado, o al abrazar con vocación y mística una profesión cuya realidad trunca sueños e ilusiones.

Quienes fieles a la idea de un apostolado que los inclina al cuidado de la salud y de la vida consiguen derrotar una adversidad pródiga en dificultades para el ingreso a una facultad, que demanda las matrículas más costosas, que obliga a profundos y prolongados estudios y a sacrificadas prácticas, que exigen desde el primer momento la responsabilidad suprema que no consiente el humano derecho a errar ni la fatiga, desconocen aún, a pesar de tantas pruebas, el tortuoso ejercicio en el país, de las profesiones consagradas al cuidado de la vida.

Los trágicos sucesos que por azar le han correspondido al Hospital de Kennedy**, merecen un análisis más juicioso que el derivado del espectacular despliegue periodístico y de la ejemplar severidad de una justicia que acaso oculta en su rigor con una enfermera que tiene tras las rejas, sin aún haber sido condenada, la debilidad que le permite conceder el beneficio de excarcelación a verdaderos delincuentes.

Podrá ser tranquilizador para la opinión pública que se encuentre un responsable material de tan penosa falla humana y que reciba todo el peso de la ley, pero no será honesto con la comunidad que se sirve de los hospitales del Estado, que se ignoren las verdaderas fallas que hacen riesgosa la asistencia y condenan a muchas instituciones hospitalarias a repetir fatales accidentes.

El error inherente a la condición humana de médicos y enfermeras, podrá tener connotación más grave tratándose del cuidado de la vida humana, pero no podrá interpretarse jamás como el malintencionado descuido, impensable en quienes por fortuna son dueños de una moral muy bien introyectada.

Pero ese error, posible en mínima proporción, se acrecienta en la medida en que se hacen precarias las condiciones para la labor asistencial. Por eso debemos recordarles a nuestros gobernantes, que acaso complacidos con la voluminosa e ilusoria estadística de pacientes atendidos, olvidan la poca calidad de esa atención, la penosa realidad que con contadas excepciones se oculta tras la puerta de los hospitales: recursos físicos, técnicos y humanos insuficientes; enfermos graves que se reciben sin contar con los medios adecuados para su tratamiento; pacientes que tienen que compartir su lecho, o recibir en el suelo los cuidados médicos; medios diagnósticos insuficientes; médicos y enfermeras que en contra de normas universalmente aceptadas, deben atender una multitud de pacientes que desborda su capacidad y da al traste con todo sentido de humanización; profesionales que enfrentan extenuantes jornadas sin descanso, que deben trabajar 16 horas diarias, repartidas en dos o más instituciones para mejorar sus míseros salarios, o que incapaces de multiplicarse tienen que dejar en las manos inexpertas de los estudiantes que deberían supervisar la delicada atención de los pacientes.

Circunstancias que tienen común origen en el desamparo presupuestal de la salud por parte del Estado, y que se perpetuará en la medida en que los gobernantes sin pleno convencimiento del valor sagrado de la vida humana, despojen a los programas de salud de su carácter prioritario.

Si en pos de una modernización mal entendida se aplican las nuevas tendencias en administración que obligan a las instituciones de asistencia pública a dejar utilidades, se habrá convertido al enfermo en un producto más, que vale por lo rentable y no por cuanto su existencia tiene de espiritual e inconmensurable, así se esperará en los hospitales mayor atención al menor costo, mayor cobertura con pésima asistencia, con escaso personal mal remunerado, medicina masificada que racionará al paciente lo poco que hoy puede prodigarle, medicina definitivamente deshumanizada y deshumanizadora.

La afrentosa mancha ya traducida en agresiones físicas que en contra del personal de la salud ha propiciado el apresurado juzgamiento extrajudicial de los sucesos del Hospital de Kennedy, merece el enfático rechazo del cuerpo médico, que no puede concebir que paulatinamente las fallas institucionales originadas en erradas políticas del Estado, socaven un apostolado transmutado ahora en práctica riesgosa que amenaza con perder su sentido humanitario.

A la hora de rectificar políticas de salud mal encauzadas, queremos ofrecer los médicos nuestro incondicional servicio, nuestra experiencia y nuestras luces y convocar a la comunidad y a las autoridades en pro de una causa que merece un mejor destino por sus nobles ideales.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Artículo del autor del blog publicado en el diario Colombiano “El Espectador”, mayo 25 de 1995, pág. 4A, y reproducido también en el Boletín del Hospital Kennedy, Vol.3, No.2, julio 1995
** La muerte de varios recién nacidos en el citado hospital por un error asistencial.

Catorce años han pasado desde aquéllos sucesos, y sigue siendo inquietante el panorama de la salud en Colombia, y probablemente en todos los países. La deshumanización campea en un mundo que tiene la mente fija en la productividad.


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viernes, 2 de octubre de 2009

COLOQUIO CON LAS PARCAS

Deja Cloto* de hilar,
que para mí todo es pasado,
poco o nada queda por vivir,
todo pertenece a los recuerdos,
los hechos de hoy…
los del mañana.

Evocar es mi destino,
en el tiempo precario que me aguarda;
amalgamar en mi mente
las tristezas con mis dichas;
devanar la vida;
inventariar mi suerte;
reconocer a Láquesis**
su prodigalidad…
o su avaricia.

Mi futuro exangüe
lo escribiré en pasado:
presiento la prisa de Átropos***
por cercenar la vida.
Y mientras tanto,
que mi memoria sobre el ayer discurra,
pausada y sin afanes,
y en los espectros que rondan mis visiones
se anticipen los enigmas
que está a punto el más allá de develarme.

* La parca que hilaba la vida
** La parca que distribuía la suerte y determinaba la duración de la
existencia.
*** La parca que cortaba el hilo de la vida


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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viernes, 25 de septiembre de 2009

IDEARIO DEL MORIBUNDO, SUS MÁXIMAS Y FRASES INCISIVAS

Eleonora iba apenas por unos pijamas para llevárselas a José, pero se tropezó con tanto desorden en la habitación, que decidió primero organizarlo. Así había quedado el cuarto cuando tuvieron que salir con celeridad para la clínica. Había ropa arrugada y sin doblar sobre la cama, un par de camisas en la silla, y sobre ellas un par de corbatas y una bata. Las pantuflas a la entrada del baño; libros, periódicos doblados, lapiceros, discos compactos, hojas impresas y manuscritos, esparcidos sobre la mesa de noche, en un montículo a punto de caer. Con paciencia Eleonora cambió la cara de aquél cuarto caótico. Por último se dedicó a guardar en una carpeta los escritos de su padre, ojeando una que otra línea con curiosidad, luego examinando párrafos y por último devorando los documentos por completo. Entre sollozos volvió a su infancia en un artículo dedicado a la niñez.
«Cuánto menospreciamos los adultos el mundo de la infancia, la etapa más propicia para la felicidad del hombre. No es menos el mundo infantil que el del adulto, no son menos sus insatisfacciones ni sus padecimientos. Tan seria es la contrariedad del niño que no recibió el dulce que anhelaba, como la del adulto que perdió su empleo. Los sufrimientos del infante son pequeños para el adulto que los desestima, nunca para él que los soporta. El buen padre sabe valorar las necesidades y las angustias de sus hijos, y es capaz de sumergirse en su universo compartiendo todos los elementos de su pequeño mundo. La vida del niño debe ser feliz. Ese debe ser el mínimo propósito de quienes no le pidieron su consentimiento para traerlo al mundo». Nadie, pensó Eleonora, lo hubiera dicho con más autoridad. Lo allí plasmado era el reflejo de lo que José había sido como padre. Ante todo un hombre dedicado y amoroso.
Había también apuntes sobre la infidelidad y el matrimonio. No los leyó, no lo creyó prudente. No estaba interesada en encontrar revelaciones que probaran los reproches de su madre. Por amor y por respeto siempre se mantuvo al margen de aquéllas discusiones. No le concernían los comentarios que hacía Elisa sobre las amantes de su padre. «No soy quien para juzgarlo». Alguna solidaridad de género le debía a su madre, pero la gratitud con José, quien por ella se había resignado a la vida de perros que le daba Elisa, era más grande. Sabía que la aventura con Pilar era creíble; aunque parco, su padre la aceptaba. Las demás, no tenían a su parecer mucho asidero. Tampoco le importaba. Hasta mejor que fueran ciertas, decía su corazón, en medio escabrosos pensamientos: «Mejor que alguien le haya dado amor y comprensión. La ortodoxia es lo de menos». E imaginaba, viendo que Claudia, Piedad, Alicia y Carolina con tanta solicitud lo visitaban, que alguna o tal vez todas habían tenido con él algún idilio: «Ojalá haya sido menos infeliz que lo que yo pensaba».
Desterrando de su mente tanto pensamiento improcedente, se concretó por fin en la finalidad de su mandado. Tomó los pijamas, y acosada por la hora, salió para el hospital de prisa. José la aguardada de buen ánimo. Estaba plácido, con los síntomas aplacados por los medicamentos, disfrutando en el sofá el sol que atravesaba la ventana. Eleonora dejó el paquete sobre la cama y se sentó su lado. Con paciencia le dio el caldo que trajo la enfermera. Sorbiendo con lentitud y pasando con trabajo cada cucharada, no alcanzó a tomar ni media taza. «Si tomo más el dolor me arruina este momento». Eleonora puso el pocillo en el charol, y el charol en la mesita. Y con su padre revisaron un maletín cargado de lecturas. A Eleonora le llamó la atención una. «Es otro escrito –imaginó– de papá sobre la muerte», y lo leyó en voz alta: «Me he habituado tanto a ella, que su imagen no sólo no tiene nada de espantoso para mí, sino precisamente, mucho de tranquilidad y de consuelo. Nunca me acuesto en mi cama sin pensar en que aún siendo tan joven, quizá ya no vea el siguiente día; y sin embargo, ninguna de las personas que me conocen podrá decir que mi trato sea hosco o triste». «Lo escribió en su juventud –pensó–, cuando batalló con ella hasta aceptarla». «No es mío», le contó José. «Pertenece a Mozart, y lo conservo por la extraordinaria coincidencia de nuestros pensamientos. No es frecuente pensar en la vejez, en las enfermedades y en la muerte mientras hay salud y lozanía. Parece un ejercicio innecesario, pero no lo fue para el gran compositor que murió de 35 años; tampoco para mí, que quería prepararme para el trance».
Sus planes juveniles no aceptaban que la muerte le pudiera perturbar la vida; buscando subyugarla, terminó conociendo la actitud de los grandes hombres frente a ella. Hecha la explicación, Eleonora le planteó una aspiración de vieja data: «Papá, ¿qué dirías de una publicación que resumiera en sentencias todo tu ideario? ¿Qué diera idea de tus razonamientos magistrales y tus enseñanzas?». A José lo primero que se le vino en mente fue la ausencia de tiempo para hacerlo. Pero no alcanzó a exponerle su motivo, cuando Eleonora le manifestó que sería ella quien lo hiciera. Y le esbozó todo el proyecto. Fue una sorpresa para José enterarse de que su hija venía compilando desde hacía rato sus frases incisivas. «¿Te puedes imaginar que me he puesto en la tarea de descubrir las frases más tajantes de todos tus escritos? ¿Me autorizas a que las publique? Haré un libro que sintetice tus mejores pensamientos». Los ojos de José brillaron con humedad vidriosa, empañados al ritmo de su corazón acelerado. Llevó a Eleonora contra su pecho y la beso en la frente. Sin saberlo ella, estaba por hacer algo con lo que José soñaba.
–Hija, nadie tiene más derecho que tú sobre mis bienes, nadie más que tú sobre mis obras. ¿Quién cuidaría mejor mi pensamiento?
–Sabía de antemano tu respuesta –respondió Eleonora.
Y sacando de su portafolio un borrador lo puso entre sus manos: «JOSÉ ROBAYO - MÁXIMAS Y PENSAMIENTOS». Tras el título se aglomeraban sin orden las frases anunciadas:

«El único inconveniente de la libertad es que nos toca responder por todo lo que hacemos».
«Debe respetarse la diversidad, pero no dejarse someter por ella».
«Los adultos somos un cúmulo de maldades que crece con los años».
«Sólo creo en la inocencia de los niños».
«El niño ve con naturalidad lo que el moralizador ve con malicia».
«Para la justicia humana más importante que esclarecer la verdad, es beneficiar a quien con más sagacidad utiliza sus recursos».
«Nada más peligroso que las minorías, que procuran someter a la mayoría con el pretexto de su desventaja».
«La rebeldía juvenil es la respuesta obvia a la intransigencia del adulto, siempre poseedor de la verdad, siempre dueño de las normas».
«Si Dios quisiera que el proceder humano se ciñera a un modelo inquebrantable, no hubiera infundido en el hombre la razón, la voluntad y la conciencia».
«Los mandatos de Dios se conocen descubriendo las leyes de la naturaleza».
«Reconocer los derechos de la mujer no es conferirle cuotas burocráticas que sólo toman en consideración los genitales. Es reconocerles, sin excepción, su dignidad humana, para que sus méritos compitan con los del hombre en igualdad de condiciones».
«Tan despiadada se tornó la humanidad, que sin sonrojo mide las incapacidades y las muertes en términos de producción perdida. ¡Ah tiempos en que el hombre sin tener que producir era valioso!».
«Gracias a la productividad el hombre va en camino de su propia destrucción».
«La mujer burlada es implacable».
«La fe sin demostraciones de benevolencia no conduce a nada».
«No todo en la vida es trascendente, dejemos de posar de serios».
«Las hieles del rencor sólo amargan a quienes lo pretenden, y casi nada a quienes son su objeto».
«No se tiene autoridad moral para sentenciar a quienes cometen nuestras mismas faltas».
«Quien desconoce el amor y el perdón ha de ser buen huésped del infierno».
«El placer sólo es malo cuando ocasiona un daño manifiesto».
«Sin intención de daño no hay pecado».
«Tanta maldad concibe el hombre, que no le hace falta demonio que lo inspire».
«El demonio es el hombre, el diablo es la disculpa para excusar sus faltas».
«Las mayorías nunca pretenden tantos derechos como las minorías. Las minorías son insaciables».
«El idealista está dispuesto a morir por sus ideas, el revolucionario, a asesinar por ellas».
«Al igual que todos los humanos, no soy poseedor de la verdad, apenas soy dueño de la mía».
«Defender las creencias es lícito, imponerlas censurable».
«La verdad absoluta es ignota para el hombre».
«Los comunistas son fósiles y su combustible mortal para la democracia».
«Tan peligrosas como el totalitarismo, llegan a ser la religión y la moral, para la libertad del hombre».
«Es cuestión de tiempo, para que los temperamentos tiránicos y envanecidos luzcan disminuidos y en desgracia».
«Creen las empresas a sus trabajadores artículos de su inventario. Los cohíben y disponen de ellos en un auténtico secuestro laboral».
«A los movimientos totalitarios, como el comunismo, se les deben proscribir los derechos que da la democracia. Se valen de ella para acceder al poder y luego exterminarla».
«La justicia es una ruleta rusa: por igual acierta o se equivoca».
«La verdad es lo que satisface la razón. Luego es apenas una certeza personal cuando existen millones de razones».
«La irracionalidad del placer reside en terminar siendo esclavo del estímulo que lo propicia».
«Es la honestidad en la búsqueda de lo correcto, más que el acierto en la consecución de la verdad, lo que ennoblece la conducta de los hombres».
«La justicia es ciega... porque no le importa donde quede el fiel de su balanza».
«Dios es universal, no puede ser apenas la deidad de unos creyentes. Dios es uno y el mismo para todos».
«¿Violentar, sojuzgar o matar en nombre de la fe, qué tiene de divino?».
«Las guerras santas son malignas, de virtud no tienen nada. Son obra de ciegos fundamentalistas que en su estupidez no se dan cuenta de que ofenden al dios por el que luchan».
«La felicidad no es un regalo, es una obligación con todo ser humano. ¿Hacen felices los padres a los hijos? ¿Hacen felices los colegios a los niños? ¿Hacen felices las empresas sus trabajadores?».
«Los niños a estudiar y los adultos a trabajar: ¡Qué vida tan miserable la del ser humano!».
«Todo lo vanguardista muere como retardatario».
«La aplanadora del sexo y el instinto no se ataja con principios y valores, pero intentarlo es lo sensato».
«Quien incurre en lo que juzga, termina enjuiciando con más benevolencia».
«Para el hombre, frente a la mujer sólo existen deberes; para la mujer, frente al hombre sólo existen derechos ».
«Lo que muchas mujeres ansían no es un hombre, sino una mascota bien domesticada».
«Los esposos no son más que extraños que se creen con derechos el uno sobre el otro».
«Nunca como en el colegio se pierde tanto tiempo y tanto esfuerzo en adquirir conocimientos que nunca se recuerdan».
«Si la socialización es lo poco rescatable de la vida escolar, los colegios deberían transformarse en clubes para niños».
«Sólo la crítica supera en subjetividad al arte y al artista».
«Los críticos creen conocer a artistas y escritores mejor que lo que ellos mismos se conocen. Saben más de las obras que quienes las crearon».
«Ser fiel demanda ser perfecto. Que la pareja sea perfecta, aunque ayuda, no garantiza nada».
«Quien ama, encuentra gratos motivos para vivir y profundas satisfacciones para morir tranquilo».
«Las únicas normas imperiosas son las que previenen el daño que un ser humano puede causar a otro. Las que sólo pretenden subyugarlo con frecuencia deben transgredirse».
«En materia sexual lo único reprobable es lo abusivo. En lo consentido, la intromisión es la indebida.
«Para la sociedad es más importante el castigo de la falta que el arrepentimiento del culpable; más la condena que lastime, que la rehabilitación del infractor».
«Nuestra naturaleza humana y vulnerable yerra fácil; se agita entre el bien y el mal, entre el pecado y el perdón; y absuelve para ser absuelta».
«Los políticos no suelen representar al pueblo: representan sus propios intereses».
«El enamoramiento es una psicosis deliciosa que cura el matrimonio».
«Hay que ser demasiado tonto para creer en el amor eterno».
«La fidelidad no es una obligación tan obvia. Se anhela como un dictado inconsciente del egoísmo de cada ser humano, dispuesto a apropiarse de las personas como hace con las cosas».
«Entendí la rebeldía juvenil, porque vi en ella una respuesta honesta a un mundo discutible, en el que la verdad a nadie pertenece».
«La rebeldía del joven termina en la resignación del adulto; y el conformismo del adulto en la intolerancia del anciano, al final doblegado por el tiempo».
«La sociedad siempre ha manipulado la verdad, la ética y las normas al amaño de sus propia conveniencia».
«No debemos sentirnos culpables de no poder cambiar lo inevitable, sino satisfechos de haber realizado lo debido».
«No hay nada más rebatible y siniestro que las afirmaciones de una mujer que ha sido traicionada».
«El enamoramiento es el más imperfecto de todos los amores».
«Hay dos etapas sucesivas e indefectibles en la relación de la pareja: la del amor y la del resentimiento».
«Los instintos buscan la preservación del individuo y de la especie. Simplemente existen. Ponerlos al escrutinio del bien y el mal es realizarle un juicio al creador del universo».
«La moral debe ser respetuosa del instinto. Su campo es lo sujeto a la voluntad y el albedrío».
«La mujer es para el hombre lo que el juguete es para el niño».
«La concepción humana suele ser un accidente inesperado y no pocas veces un suceso indeseado. Así que es la crianza y no la vida la que merece el agradecimiento de los hijos».
«Disfruta el placer sin permitirle convertirse en vicio. Sé medido con el gozo para que nunca pueda someterte».
«Dejarnos subyugar por cuanto más nos gusta termina por cansarnos, o por forjar una costumbre que duele cuando no se sacia».
«Los valores del hombre son mentira, todos los violenta, todos los incumple. Los proclama en publico, y los vuelve añicos en privado».
«El hombre cree por naturaleza; en su esencia está Dios, y nada lo acerca más a Él que sus penas y sus sobresaltos».
«El ser humano es contradictorio. Se somete al jefe opresor, pero desacata al jefe bondadoso. Eterno inconforme, encuentra desasosiego en la paz y propicia la guerra; víctima de la guerra, implora la paz».

Eran tantas sentencias, que la tarde se fue sin abarcarlas todas. Cada cual tenía su historia, en cada una un recuerdo se anunciaba. Muchas eran sus expresiones cotidianas, otras producto del rebusque de Eleonora. José, como en sus buenos tiempos de corrector de pruebas, se quedó toda la noche arreglando el documento, poniendo notas al margen, corrigiendo y resaltando; con tal ensimismamiento que no supo la enfermera si su sosiego era producto de la concentración o del calmante.

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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jueves, 17 de septiembre de 2009

CARTA XLIII: ESA FORMA DE SER TAN EXQUISITA

Septiembre 18

Copito:

Me asombra tu ser tan juvenil, lleno de sorpresas, colmado a la vez de experiencia y de virtudes, de cualidades que únicamente se forjan con los años y sólo se dan en corazones nobles.

Eres el ser exquisito que buscaba, la hermosa imagen que anhelaba mi corazón para inspirarse, el espíritu comprensivo y amoroso para llenar de placidez mi vida.

Inconmensurable es tu dulzura, un mar inmenso en que se ahogan todas mis desdichas.

Tu corazón es bondadoso, libre de resentimiento a pesar de tantas amarguras.

Sabes ser madre, sembrando amor en el corazón de tus pequeños. Tu mano no sabe de castigos, porque tu sabio instinto maternal conoce la expresión de las caricias. Tus reproches son alentadores y efectivos porque inculcas el amor e induces el respeto. ¡Ay de aquéllos que forman sin ingenio, que someten por temor, sembrando en los hijos el germen de la rebeldía!

No todo el que recibe amor puede tornarlo, pero quien nunca lo ha tenido con dificultad podrá expresarlo. Fomentar el amor es una obligación ineludible de los padres con la sociedad y con los hijos. No hay ingrediente más efectivo que el amor para la convivencia.

Me fascina ver que concedes a tus hijos toda su importancia, que no le demeritas, por pequeños, sus razones. Que escapas a la torpeza de quienes consideran que la mente y la afectividad del niño corren a la par que su pequeño cuerpo. Que consideran que sus derechos, sus emociones y deseos son frente a los de los adultos menos importantes. Que sus aspiraciones y sus sueños pueden postergarse. Que su pequeño mundo tiene escasa trascendencia.

Creo que tu forma de ser me ha rendido para siempre: Eres en todo cuanto haces, todo lo que busco.

Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 11 de septiembre de 2009

LA HIGIENE PÚBLICA

En el siglo VI a. C. ya los romanos mediante la construcción de canales recogían las aguas negras de la ciudad para verterlas en el Tíber. En el siglo IV también llevaban, mediante acueducto, agua pura de la montaña a la ciudad.

Griegos y romanos consiguieron un gran desarrollo de la higiene en la antigüedad, pero al llegar la Edad Media, con la supremacía del alma, fue tornándose en innecesario el baño, el ejercicio y los cuidados corporales y los acueductos perdieron su importancia. Pero las grandes epidemias obligaron de nuevo a Europa a la acción sanitaria. La tuberculosis, el sarampión, la peste, la viruela, la malaria, el tifus exantemático, la fiebre puerperal fueron flagelos bien recordados de la época.

Abanderado del razonable criterio de prevenir en vez de curar fue Johann Peter Frank (1745-1821), médico relevante de la ciencia del siglo XVIII. Propuso la idea de una policía sanitaria, de un estado que dictara normas para proteger a sus súbditos, criterio que riñó con las concepciones filosóficas de la época, ansiosas de libertad en los albores de la revolución francesa. Filósofos, como Rousseau, se opusieron a aquél parecer convencidos de que “de arriba no puede venir nada bueno.” Apreciado en Baden, Göttingen, Pavía, Viena, San Petesburgo, también recibió Frank, de Napoleón, el ofrecimiento para instalarse en Paris.

La obra de Frank tocó muchos temas, molestó a ciertas clases sociales y agredió la libertad con sus normas rigurosas.

Convencido de la necesidad del control de las enfermedades venéreas, aceptadas como inevitables, e interpretadas entonces como las “flechas envenenadas de Venus, cuyas heridas cura Cupido”, propuso poner a las prostitutas bajo vigilancia en los cuarteles y obligarlas a recibir tratamiento, aunque efectivo no había ninguno. También instó a que toda persona con este tipo de enfermedades viviera separada hasta ofrecer la seguridad de su curación. Lo seis tomos de su obra, sucedidos unos a otros en el transcurso de muchos años, no dejaron materia de higiene por tratar. Pero muerto Frank, el poder policíaco se debilitó y el movimiento higiénico vio encumbrase una nueva revolución que lo eclipsaba, la revolución industrial.

La revolución industrial llevó al hacinamiento del hombre en los sitios de trabajo y propició con tan pésimas condiciones higiénicas la reactivación de las enfermedades contagiosas y de las grandes epidemias. Inglaterra, el país más industrializado, debió convertirse también en pionero de la higiene pública. Así promulgó en 1848 la “Ley para la mejora de la sanidad pública”, construyó acueductos y canales, y dio inicio a la vigilancia de los alimentos.

El estudio del agua fue fundamental en el control de las infecciones. Koch había demostrado como el cólera, la enfermedad que más hacía tomar conciencia de la higiene, se diseminaba por el agua. Las heces del enfermo contaminaban la tierra, ésta al agua y el agua a las personas.

Max Josef von Pettenkofer (1818 – 1901), químico de Múnich y padre de la higiene experimental, estudio las vestimentas, los alimentos, las viviendas, la iluminación, los excrementos, las inhumaciones y muchos otros factores en busca de la influencia del ambiente sobre la salud del hombre. Sin embargo, se opuso a la teoría de Koch sobre la propagación del cólera. Mientras Koch y los ‘contagionistas’ defendían la desinfección de los excrementos, el aislamiento del enfermo y la vigilancia del agua potable, los ‘localistas’ con Pettenkofer a la cabeza proponían el saneamiento del suelo al que consideraban punto de partida de la enfermedad. Era el suelo, según la teoría localista, más que el enfermo de cólera, el origen de las epidemias. “Las bacterias debían madurar en el exterior antes de causar enfermedades en el hombre”. Ellas pasan al suelo, explicaba Pettenkofer, donde maduran si está seco y elevándose al aire con el polvo, terminaban infectando al ser humano. No cabía en su teoría posibilidad alguna para que la enfermedad se trasmitiera directamente del individuo enfermo al individuo sano. Queriendo controvertir la hipótesis de Koch según la cual los bacilos coléricos debían ser la única causa de la enfermedad, Pettenkofer pidió a aquél un cultivo puro de cólera, Koch intuyendo sus intenciones le proporcionó el menos virulento, y Pettenkofer ingirió un centímetro cúbico de bacilos, con tan buena suerte que que solamente enfermó de poca gravedad. Ya había padecido el cólera en 1854. Con el experimento retrasó el triunfo de la teoría contagionista. Definitivamente había fenómenos naturales en el huésped que ayudaban a resistir la infección.

El papel del agua infectada era indiscutible, sin embrago Pettenkofer trataba de explicar el extraño comportamiento del cólera que a veces se propagaba con inusitada celeridad y en otros no desarrollaba epidemia. Al fin y al cabo ya se había demostrado que en la fiebre tifoidea, las aguas y el suelo podían aparecer libres del germen causal a pesar de haber sido contaminadas, como si ellas mismas se hubieran purificado.

Por su extensa difusión como por la mortalidad tan elevada que causaba, el cólera fue el prototipo de enfermedad que más urgentes medidas exigió a la salud pública. Esclarecido su origen y su epidemiología, qué fáciles parecieron las medidas para prevenirlo. Surgido el brote, se debía proceder a la búsqueda del foco, al aislamiento de los enfermos y a la desinfección de sus excrementos, medidas que debían ser complementadas con la sana costumbre de hervir el agua y con la construcción de acueductos que transportaran agua potable y alcantarillados para recoger las aguas negras. Todas estas normas propuestas por Koch fueron paulatinamente incorporadas por los países en sus leyes contra las epidemias; convirtiéndose en ocasiones, en reglamentaciones severas y estrictas, de las que Koch, a diferencia de Frank, era poco amigo, respetuoso como fue de no fastidiar a las personas.


BIBLIOGRAFÍA
1. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 782, 979
2. Encyclopédie pur l’image, Pasteur. París: Librairie Hachette. 1950:108
3. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 32 (ilustración),
4. Morus Richard L. Revelación del futuro. Barcelona: Ediciones Destino. 1962: 212
5. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 167, 170, 174, 267-270
6. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 219-221, 275 (ilustración)


Luis María Murillo Sarmiento ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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viernes, 4 de septiembre de 2009

UNA SECRETARÍA INEFICIENTE *

En una ciudad tan caótica como la capital de la República, nada resulta tan exasperante como la ineptitud de sus autoridades.

Las de tránsito, por ejemplo, incapaces de resolver las congestiones, se han aplicado con ahínco a exigir el cinturón de seguridad en los trancones. Disciplinados y enérgicos los agentes en tan peligrosa misión, son en cambio flexibles (¿temerosos?) a la hora de reprimir los desmanes de cuanto rufián en Bogotá conduce los vehículos de servicio público. Seguros han de ser esos cinturones en nuestras congestionadas calles; seguros para entregar atada la víctima a los atracadores que merodean en los atascos.

Materia de seguridad para la Secretaría, en cambio, no parece, puesto que no se ve que se sancione, tanta buseta sin puerta trasera, ni tanto bus ejecutivo, de aquéllos que no llevan pasajeros de pie, repletos en horas pico de pasajeros sin asiento. ¿Cuántas personas más tendrán que calcinarse?

Lo prioritario no se hace, porque no existe racionalidad ni planeación; se despilfarra, por el contrario, el presupuesto, invadiendo la ciudad con señales que no parecen necesarias, que imponen absurdamente -si no es que hay de por medio un contrato lucrativo- sentido único a vías sin flujo o a las calles interiores de los barrios, para dificultar su acceso e incrementar el uso de combustible en recorridos que no se justifican; se señaliza lo obvio y se colocan semáforos donde no los recomienda la prudencia. Otras medidas, como las reglas para la recolección de pasajeros, las restricciones al tráfico pesado, y la prohibición de cruces, incapaz la Secretaría de Tránsito de hacerlas respetar, debería recogerlas en provecho de su propia imagen. ¿Para qué propiciar su propia burla?

No hay autoridad para impedir que buses, camiones y carrozas fúnebres se apropien con paso lento de los carriles rápidos de las autopistas, No hay imaginación para imponer una velocidad mínima, pero sí derroche de ingenio para anunciar sanciones al excéntrico chofer contraventor del programa “Locos Videos”, cuando cualquier mente lúcida no descubre más que una graciosa e ingenua manifestación de humor en la extravagancia de aquel conductor que no hace más que una caricaturesca censura de la indisciplina social. Contrasta tanta severidad con la negligencia para sancionar con rigor a cuanto vehículo público hace cruces indebidos, hace caso omiso de los semáforos en rojo, transita por calles que le son vedadas y obstruye, recogiendo pasajeros, los puentes que deberían agilizar el tránsito. Si no respetan al agente –indiferente- que debería sancionar el irrespeto de la norma, menos la señal que lo prohíbe.

Los contribuyentes demandamos de la Secretaría de Tránsito una gestión más eficiente y un uso más racional de los recursos. Antes que derrochar el presupuesto colocando alocadamente los semáforos y las señales, se debe ejercer la autoridad con valentía, sancionando al conductor en proporción directa a la gravedad de su infracción y no al estilo de nuestras justicia: en relación inversa a la peligrosidad del delincuente.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* La carta enviada el 21 de enero de 1995 a Antanas Mockus, Alcalde Mayor de Santafé de Bogotá, consignaba parte de los males del tráfico de la urbe colombiana. El programa de cultura ciudadana del ingenioso alcalde propició el respeto por las normas y la consideración por las personas. Su sucesor, Enrique Peñalosa se apuntó con la inauguración de “Transmilenio”, sistema masivo de transporte, un éxito rotundo. Pero el sistema ágil, cómodo, seguro y ordenado, con la masificación ha perdido sus virtudes. Su sobrecupo ya es peor que el de aquellos buses que en la carta criticaba, y de la seguridad tan pregonada se ha pasado a la desconfianza que generan los atracos. Se impuso el “Pico y Placa”, restricción para que los vehículos circulen ciertos días, pero hoy los que transitan (60%) son más que todos los que existían cuando se impuso la medida. En conclusión los males no han desaparecido, apenas han cambiado.

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sábado, 29 de agosto de 2009

ANTECEDÍ TUS PASOS

Antecesor soy de tus pasos,
porque antes que tú,
conocí yo el sol, la luna y las estrellas,
las olas del mar, las congojas, las sombras…
la perfidia humana.

Antecesor soy de tus yerros,
precursor incluso de tus faltas;
conozco el futuro de tu vida,
porque ya lo recorrió mi planta:
mis noches son tus días,
mi omega tu alfa.

Antecesor soy de tu suerte,
atalayador de tus riegos y venturas.
De la felicidad conozco los atajos,
del mal, el olor que lo delata.
Soy la vanguardia de tus pasos,
la avanzada de tu mundo inexplorado.

Antecesor soy de tu historia
-un ciclo que siempre se repite-
memoria y moraleja dispuesta a tu enseñanza.
Y seré custodio, preceptor y guía,
hasta que tu ser se espigue como el roble
y adquiera tu genio el temple del acero.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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viernes, 21 de agosto de 2009

MARIANA

Aunque había varias personas en la habitación, no sentía deseos de entablar conversación con nadie. Estaba adolorido a pesar de los calmantes y aún me sentía atontado por los anestésicos. Conservaba un vago recuerdo de una cara oculta tras el tapabocas. «Todo salió bien», me había dicho, si bien no estaba seguro de que fuera cierto. El atolondramiento era tal, que ni siquiera me importaba preguntar por el desenlace de la cirugía. Aunque me molestaba dormir en presencia de los visitantes, cerré los ojos, y en mis sueños afloró la última cara que había reconocido. Vi a Mariana, vestida de novia, alejarse en carrera desesperada, mientras Arturo la perseguía sin alcanzarla. Luego aparecía mugrienta, mal vestida, con el pelo revuelto, vociferando, lanzando toda clase de improperios. «¡No soy su esposa, sino su sirvienta! ¡Es un explotador! ¡A las sirvientas al menos les pagan prestaciones!» «Mira, José, la ropa lujosa que me compra», y metía los dedos entre los rotos de un vestido hecho jirones. La imagen de Mariana iba y volvía, cada vez diferente, con nuevo aspecto, con diferente traje, en diferente ambiente, pero siempre renegando de su mala suerte, siempre culpando a Arturo de toda su desgracia. «Hasta que se revuelque con otras mujeres tengo que aguantarle».
Mariana era mi hermana. Menor que yo, había crecido lejos del hogar, pues por su rebeldía la mandaron a estudiar a un internado. Prácticamente adulta, regresó a la casa. Fue por breve tiempo. Conoció a Arturo, y tras un corto noviazgo se casaron. No sé cuánto tiempo pudieron ser felices. Tal vez jamás lo fueron. Nos visitaba con frecuencia, pero pienso que no tanto por vernos, como por manifestarnos una insatisfacción creciente. Culpaba a Arturo de haber apresurado el matrimonio. Arturo aseguraba todo lo contrario. Mi mamá aunque advertía que Arturo parecía un buen hombre, siempre se ponía del lado de Mariana. Papá para entonces, ya había muerto.
Aunque era proverbial el temperamento de mi hermana, a la hora de la solidaridad todos parecíamos olvidar los malos tratos y sus alaridos traspasando las paredes de la casa por una insatisfacción intrascendente. Ese horrible genio era el que frenaba la reacción de la familia contra el comportamiento «reprochable» de su esposo. «No es que lo disculpe –decía mi madre–, pero ese pobre hombre de pronto se comporta así trastornado por tantos arrebatos».
Yo advertí en Arturo un hombre noble y tolerante; y le manifesté mi apreció hasta que las quejas de mi hermana comenzaron a horadar la simpatía. Aunque a decir verdad, por nuestros propios ojos no nos constaba nada. Pero casi todas las afirmaciones de Mariana las dábamos por ciertas. Una cosa era su mal humor, otra una disposición a la calumnia que no le conocíamos. Un día el tema de la infidelidad se volvió reiterativo. Me decía: «Ya he tenido que aguantarme a Ana, a Nubia, y a Roxana, ¿cuántas más me faltan?». Una noche me llamó iracunda, exaltada porque «el bellaco» de su esposo, con el pretexto de un supuesto seminario, se había perdido varias horas con la amante. Pero ocurrió que el seminario sí era cierto, y yo había sido uno de los participantes; peor aún, Arturo había estado todo el tiempo al alcance de mi vista. Comencé a dudar, aunque no dije nada. Tal vez ese cínico magistral que Mariana denunciaba, de buenas maneras en público y comportamiento en privado reprobable, era inocente. De pronto no era cierto todo el sufrimiento que le infringía a mi hermana. A esas alturas Arturo era para la familia un mujeriego empedernido, un déspota, un tacaño, un irresponsable, un abusivo. Sin embargo Mariana no quería que reclamáramos, ni Arturo nos daba directamente motivo para iniciar una disputa. Había que reconocer que era conciliador y amable.
Muchas veces tuve intenciones de enfrentarlo, pero no lo hice. Finalmente fue Arturo quien me buscó con una revelación para la que el buen clima creado por mi descubrimiento resultaba imprescindible. Me dijo que de los familiares de Mariana yo era el que le inspiraba más confianza, y que él sabía que mi hermana nos venía dando de él las peores referencias, por lo que había llegado el momento de deshacerse de tan mala fama. Y abriendo un sobre me entregó el concepto de un psiquiatra. Decía que mi hermana padecía un trastorno paranoide de personalidad, una condición siquiátrica caracterizada por la desconfianza extrema.
Veía a Arturo frente a mí, nervioso, temeroso de mi reacción. No me sentía molesto con él, pero sí sorprendido del dictamen. «Algo así empezaba a sospechar», le dije. Nos sentamos y comencé a escucharlo. «Siempre me trató de loco, y me mandaba al psiquiatra en cada discusión. Con tanta insistencia terminé por visitarlo. Le conté el comportamiento de Mariana. Me dijo: “Tráigamela, que algún desorden tiene”. La convencí con el argumento de que sin su presencia yo no mejoraría. El doctor me había advertido que nunca mencionara que ella era la enferma. Hubo resistencia, pero me acompañó, apenas dos sesiones, pues precozmente comenzó su paranoia. Decía: “¿Por qué pregunta cosas mías, no se supone que es usted el paciente? [...] Yo creo que usted y ese medicucho están confabulados. […] Vaya sólo a sus terapias, al fin y al cabo usted es el enfermo”». Al final Arturo me propuso que lo acompañara al consultorio del doctor Benítez.
El psiquiatra me explicó que su padecimiento era menos que locura, pues ella no había perdido el contacto con la realidad, ni tenía alucinaciones o delirios, al punto que socialmente su perturbación no era evidente. «Tiene un patrón de conducta que afecta el trabajo y las relaciones personales», dijo. Y agregó que las personas suelen enfrentar el estrés con un estilo propio, en soledad, ignorándolo, acudiendo a un amigo, por ejemplo, pero buscan alternativas cuando el mecanismo no funciona. En cambio quien padece un trastorno de personalidad, carece de adaptabilidad y mantiene el mismo comportamiento a pesar de las consecuencias negativas. La explicación me apasionaba a pesar de tratarse de mi hermana. El psiquiatra insistía en ilustrarme y yo me empeñaba en escucharlo: «La personalidad paranoide utiliza mucho la proyección, mecanismo por el que el enfermo atribuye a otros sus propios sentimientos. Personas como Mariana proyectan sus propios conflictos y sus hostilidades». Y Arturo lo confirmó al instante: «Ante las andanadas de Mariana terminé por no inmutarme, pues sentía que me estaba descubriendo sus flaquezas. Mis supuestas faltas, eran sus defectos. Me los atribuía a mí, pero yo sabía que eran los suyos». «No son conscientes –prosiguió el siquiatra– de que su comportamiento y sus patrones de pensamiento son inapropiados, los consideran normales, atribuyendo sus problemas a las demás personas. Suelen ser fríos, malhumorados y distantes; descubren intenciones malévolas y ocultas en actos inocentes. No tienen objetividad para juzgarse y por reacción a su autoestima baja, se sienten en exceso suficientes, por eso no soportan las críticas ni las contradicciones. Su sensibilidad es excesiva a las afrentas, son incapaces de perdonar agravios y tienen fuerte predisposición a los rencores. También tienen tendencia a los celos patológicos, sospechan conspiraciones y suelen arruinar sus relaciones». Arturo asintió en este punto con una expresión exagerada. «Una descripción de Mariana jamás fue tan precisa», me confesó al oído. Y emocionado nos relató la anécdota que confirmó la tesis: «El despido de Nubia de la empresa era el hecho para narrar del día, por eso se lo conté a Mariana cuando llegué a la casa. Engañado con un interés que adiviné genuino, le respondí a mi esposa todas sus preguntas. ¡Qué iba a pensar en sus ocultas intenciones! Que si era casada, que si tenía hijos, que cómo era, que con quién vivía, que cuál era la causa del despedido. Al final conocía de Nubia lo que yo sabía. La sorpresa sobrevino un mes más tarde cuando Nubia sorpresivamente me buscó en la empresa. Iba con el único propósito de reclamarme que estuviera revelando su intimidad a los extraños. Me tachó de enamoradizo y fanfarrón, y en medio de mi asombro me exigió que dejara de delirar con ella. La imaginé chiflada hasta que me enteré de que Mariana la había llamado para conminarla a terminar conmigo un romance que jamás había existido. En su confabulación mezcló con sus sospechas los hechos reales que le había contado, y armó su propia historia. La precisión de los detalles que yo le había confiado le dieron fuerza de verdad a toda su patraña. Le aseguró a Nubia, sin sonrojo, que yo había aceptado que ella era mi amante, le dio detalles de su vida, que sólo por mi boca conocía; y tras ultrajarla, le reveló mi hipocresía y mis malas intenciones. Nubia nunca me perdonó. Sobra decir que tampoco aceptó que todo hubiera sido un treta de Mariana. Desde entonces opté por no contarle nada».
No tuvimos más remedio que encarar el comportamiento de mi hermana. De pronto se había desvanecido el mundo que nos había pintado. Siguiendo línea por línea el manual de psiquiatría, comprobamos, con asombro, que todas las manifestaciones las tenía presentes. No eran sus sobrinos los demonios que mi hermana mencionaba, sino ella la del genio endiablado con los niños; no era Arturo el embustero, sino la víctima de sus mentiras; no eran sus vecinos las personas intratables, sino ella la distante y desconfiada. Me esforcé en recordar las quejas de Mariana, sometiéndolas indefectiblemente al escrutinio de la desconfianza: «Patricia, no es buena idea que traigas a los niños de visita; aunque Arturo parezca tan atento, las onces que les doy siempre me las reclama. […] Mamá, el tipo es loco. Se pega de una idea, y de la cabeza no se la saca nadie. […] Me contradice todo, me cela, y cuando salgo a la calle la rabia lo devora. No lo dice, pero sé que su furia es porque imagina que me voy a ver con un amante. […] Ya llegó al colmo del descaro; antes al menos disimulaba sus enredos, ahora con cinismo me pasa sus queridas por la cara». Igual rondaron por mi mente las afirmaciones que a Arturo que nunca le creímos, y las que me contó frente al psiquiatra: «La inclinación de Mariana por lo material es desmedida, su cólera no tiene limite cuando me opongo a sus negocios; pero sin mi prudencia hubiéramos feriado la casa en el primero de sus arrebatos. Y sin embargo afirma que yo soy el maníaco. […] Llegaba a casa con ropa regalada, quejándose de que tenía que pedirle a su mamá «los trapos» que era mi obligación comprarle. Entonces yo inquiría: “¿De dónde salieron los vestidos del ropero? ¿Se le olvida que fue de mi bolsillo?” […] Siempre extiende un manto de duda sobre todas mis acciones: “¿Por qué siempre llega a la casa cuando yo no estoy? ¿De dónde va a inventar que viene? ¿Por qué tiene que entrar sin hacer ruido?”. Sus celos son extremos y enfermizos. Un simple saludo le basta para armar romances; una llamada cualquiera para imaginar traiciones. […] Sufre de cambios repentinos de ánimo, aunque su malhumor es casi permanente. Siente aversión a la vida social, esquiva el saludo de todos los vecinos, no le gusta que los trate y dice que la estoy desacreditando cuando me ve con ellos. […] Abre las puertas intempestivamente con la sospecha de que escucho sus conversaciones, y ha llegado a afirmar que el teléfono se lo tengo interceptado. […] Dice que la llevé a la Iglesia con engaños, y me ha tildado de homosexual y pederasta. A sus ojos he sido gay, violador, infiel, hipócrita, ladrón, embustero, sanguinario, blasfemo y mil cosas más para las que mi memoria no da abasto».
Todo era confrontable. Lo tenido por real era mentira y lo que parecía engañoso era sincero. Arturo no era un «egoísta despreciable», ni un «idólatra amante del dinero». Con escritura en mano refutó los cargos de avaricia y nos mostró que Mariana figuraba como propietaria de la casa que él había comprado.
Volvimos a reconocer en Arturo un hombre noble, lo exaltamos por su resignación, y hasta una aureola de santo le buscamos. «Cuando uno sabe que está enferma la aprende a ver inofensiva», nos dijo al pedirnos que no dramatizáramos. Eso fue finalmente lo que hicimos. De una parte desdeñamos sus protestas, de otra, con sutileza le mostramos sus errores.
Intempestivamente el contacto de una mano le puso punto final a mis recuerdos. Era la auxiliar que deslizaba un termómetro bajo mi axila, mientras su jefe me inyectaba un medicamento por la vena. Me invadió de nuevo un sopor extraño y placentero, un «intermezzo» sin estímulos; al final una desconexión total, un encuentro exquisito con la nada. Imagino que habré estado merodeado en el «lobby» de la muerte.



LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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sábado, 15 de agosto de 2009

CARTA XLII: ¿QUÉ TAN LEJOS DE DIOS NOS ENCONTRAMOS?

Septiembre 14

Mi amor:

No imaginas cuánto gozo con las plácidas horas en tu compañía, tanto que termino en mi sueño prolongándolas. Y has de saber que cuando físicamente dejas de estar presente, vuelves a mi mente arropada en mi memoria en una rutina inevitable que reproduce nuestros momentos cotidianos. Son impresiones sensoriales, pero también reflexiones. Pensamientos como los que nos ocuparon esta tarde, consideraciones que bien valen unos renglones de este interminable epistolario, que más parece un diario. Razonamientos que demuestran que tanto como nuestros cuerpos están nuestros pensamientos en perfecta consonancia.

Dices que alguna relación tiene con Dios el hombre, aun para negarlo. No deja de ser cierto. Para mí, la maravillosa complejidad del mundo y de la vida es suficiente demostración de su existencia. No soy como lo has visto un creyente practicante. Pero en Dios creo. Rechazo el dogma y no practico el rito, y siento que estoy con Dios cuando albergo en mi corazón buenos sentimientos, cuando soy sensible al dolor de mis semejantes, cuando soy solidario con ellos, por ejemplo. Tengo la certeza de que sin bondad hacia la humanidad cualquier amor a Dios sólo es mentira.

No me gusta hablar a Dios con palabras prestadas, no disfruto las oraciones prefabricadas que sin digerir, de memoria se recitan. Me molestan las manifestaciones exageradas de religiosidad, que imagino fruto de enfermedad mental o expresión de adulación inútil. Creo que la manifestación religiosa sana es mesurada.

Henos aquí, en medio de una relación pecaminosa, tú y yo hablando de bondad, de Dios, y acercándonos al Creador, para agradecerle este hermoso sentimiento. No es ironía, tampoco paradoja. ¿Pero quién realmente diferencia el bien del mal cuando de amor se trata? ¿Quién hay que pueda reprochar en nombre de Dios la expresión de un sentimiento de ascendencia tan divina? El ambiente religioso seudomoralista que rodea al amor no pasa de ser un sainete impuesto por conveniencia social y dudosas tradiciones culturales.

Sí, amor. Disentimos de las costumbres de nuestra sociedad, pero a diferencia de quienes en la oscuridad esconden sus vergüenzas, nosotros a la luz del día exhibimos nuestro afecto. Un amor que se encubre, no es auténtico. Una verdad que no se proclama no convence. No es genuino un principio por el que no se lucha hasta la muerte.


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 7 de agosto de 2009

DEL AMOR, DE LA RAZÓN Y LOS SENTIDOS - PRÓLOGO SEGUNDA EDICIÓN


En el inventario de los sentimientos, las pasiones y las ideas que ineludiblemente hacemos de nuestra vida con cierta regularidad, vamos estratificando los sentimientos por su pureza, las pasiones por su intensidad y las ideas por su autenticidad, entendiendo por autenticidad la concordancia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se obra. Cualquiera que sea la unidad de medida para evaluar estos tres componentes del corazón y el raciocinio humano, su expresión en la poesía y el verso es -sin lugar a duda- la más hermosa forma de presentación de éstos para que, con el ropaje de la belleza en el lenguaje, lleguen al alma, se regocijen en sus aguas mansas y muevan a la reflexión o simplemente conmuevan para provocar una lágrima o una sonrisa leve.

Luis María Murillo tiene el don de la palabra. El don de plasmar en una hoja de papel sus sentimientos e ilusiones, sus esperanzas y desesperanzas, sus anhelos y frustraciones, sus pasiones y sus remembranzas, sus locuras y sus coherencias. A lo largo de estas páginas desfila ante el lector el corazón de un poeta. Desnudo, descarnado, ingenuo, espontáneo, palpitante, sangrante.

Todos hemos pensado, sentido alguna vez lo que Luis María Murillo expone con elocuencia abstracta, con vapores casi mudos, casi tenues, casi frágiles. El los organiza (si se puede llamar así), los clasifica (si se puede decir así), los desmenuza (si se puede entender así) y nos los presenta sin tapujos, sin repulsiones, sin eufemismos, sin pretensiones diferentes a que los leamos si nos provoca, los disfrutemos si nos apetece o los desechemos si nos place.

Un poeta es un ser privilegiado. Cuando se acaben todos los oficios del mundo, perdurarán dos hasta el final de los tiempos: el curandero y el poeta. Luis María Murillo reúne a los dos en su ser delicado y pausado. Me imagino verlo hace muchos milenios, saliendo de su cueva a contemplar el deshielo, a descubrir los primeros brotes de la primavera, armado de sus venenos y pócimas, llevando en su mochila de cuero un carbón y unas losas para plasmar sus sentimientos, con la esperanza de que tras muchos deshielos y otras tantas primaveras, otros seres humanos, nietos de aquellos que comparten con él el calor y la luz que emana de las hogueras cavernarias, degusten los sabores de un alma inquieta, transparente y luminosa que, a través de los siglos y milenios, transmita la pureza y la frescura de veintiocho letras engarzadas en una magistral sinfonía de frases fantásticas.


DAVID VÁSQUEZ AWAD

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sábado, 1 de agosto de 2009

PIENSO EN TI

Pienso en ti
cuando la noche
me invade con el manto de los sueños,
-el último eres de mis pensamientos
y la primera ilusión de mis ensueños-.

Pienso en ti
cuando el alba
atraviesa mi ventana
y vuelve a ser real
tu onírica figura,
-eres del día el primero,
el más bello pensamiento-.

Pienso en ti
cuando las tardes grises,
cargadas de nostalgia,
reviven la tristeza
que me trae tu ausencia.

Pienso en ti
cuando la luna
colma la noche de idílicos encantos,
te extraño y sufro al no sentirte mía.

Pienso en ti
cuando el amor toma mi pluma.
¡Dulce inspiración,
son para ti todos mis versos!

Pienso en ti
cuando la lluvia
se confunde con el llanto,
y se estremece el alma
añorando tus caricias

Pienso en ti
cuando las flores
exhalan su fragancia
-perfumes exquisitos
que cambio por tu aroma-.

Pienso en ti
cuando la soledad me asalta.
!Congoja tan profunda
que nace de un amor sin esperanza!

Pienso en ti
cuando mi paso
recorre la senda que dejó tu huella,
cuando te evoco
en las cosas que frecuentas,
cuando de ti me hablan tus gustos…
tus rosas amarillas.

Pienso en ti
en mis alegrías
cargadas de nostalgia,
de íntima añoranza,
de compartir contigo
todos mis momentos.

Pienso en ti...

Porque te quiero.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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sábado, 25 de julio de 2009

LOS VIRUS

El descubrimiento de las bacterias no permitió explicar todas las enfermedades contagiosas. En padecimientos como la viruela, el sarampión y la influenza, los filtros no atrapaban más que microorganismos contaminantes, y al microscopio de luz los gérmenes patógenos resultaban invisibles. Pero tal fue el convencimiento de su existencia, que no cupo duda alguna de que se estaba en presencia de microorganismos extremadamente pequeños. La razón podía intuirlos antes de poderlos observar. “Seres de razón” los llamó por ello Roux. Finalmente se llamarían virus, palabra antigua que utilizó Celso para referirse a la saliva de los perros rabiosos, que después designó un veneno inanimado, y terminó por identificar a todo tipo de agentes sin relación alguna con los virus verdaderos.

Estos pequeñísimos organismos llamaron la atención a Iwanowsky, Löeffler, French, Beijerinck y Nocard, quienes con sus investigaciones confirmaron su existencia finalizando el siglo XIX y comenzando el pasado.

Estudiando el mosaico del tabaco, descubrió Iwanowsky en 1892 que el jugo de las hojas de la planta transmitía la enfermedad a pesar de haber sido filtrado en porcelana. No se trataba de bacterias de menor tamaño afirmaba Beijerink en 1898, acaso ni siquiera poseían naturaleza corpuscular. Remlinger en 1906 optaría por llamarlos virus filtrables.

Cinco años después de Iwanowsky, Löeffler y Frosch demostraron otro agente filtrable, el de la glosopeda. Landsteiner estudió la parálisis infantil, Paschen la viruela, y Levaditi la encefalitis. Los procedimientos empleados para la purificación de las proteínas se aplicaron a los virus obteniendo su aislamiento. Wender Meredith Stanley en 1935 consiguió de esta manera, de la savia de plantas de tabaco infectadas, una proteína de gran peso molecular que frotada sobre las plantas sanas provocaba la enfermedad. Aunque era una sustancia cristalizable, semejante en apariencia a cualquiera otra proteína, tenía una particularidad: se autoreproducía al penetrar en las hojas vivas del tabaco. Pero a diferencia de las bacterias no podía por si sola reproducirse en los medios artificiales. Además los virus podían penetrar y destruir bacterias, como le ocurrió a Twort en 1915 cuando los cultivos que realizaba se aclararon por la fragmentación de las bacterias. D´Herrelle explicó el fenómeno por la presencia de virus bacterianos que recibieron el nombre de bacteriófagos.

Como los medios comunes resultaron un fracaso, se intentó inútilmente cultivarlos, hasta que en 1910 Carrel y Riverso, del Instituto Rockefeller, utilizando por primera vez tejidos vivos y jugo embrionario consiguieron su crecimiento. La innovación fue exitosa. Veinte años después serían material ideal los huevos embrionados, práctica introducida por Ernest William Goodpature en 1931 con el uso de embriones vivos de pollo. Conservando en medios adecuados riñón de mono, Salk cultivó el virus de la poliomielitis.

En los años treinta del siglo XX se describieron como enfermedades virales la encefalitis, la influenza, el sarampión y la rubeola. Al finalizar la década siguiente Dalldorf y Sickles aislaron los virus Coxackie.

En 1937 apareció el microscopio electrónico, invento fabuloso de Ruska, Kausche y Borries, que con técnicas específicas para tal fin desarrolladas, permitió finalmente ver los más diminutos agentes responsables de las enfermedades infecciosas. Unos eran grandes, otros pequeños, unos esféricos, otros romboidales. El primero descubierto, el virus del mosaico del tabaco, resultó ser un bastoncillo largo de 150 por 2500 a 2800 angstroms.

Estudiando la composición química del virus del mosaico del tabaco, Pirie, de la Rothamstead Agricultural Research Station, hizo otro formidable hallazgo, los virus contenían ácido nucleico. Eran nucleoproteínas infectantes, como demostraron Fraenkel-Conrad y Schramm, aunque en menor magnitud que el virus íntegro. Y en la clínica, Hopkins demostró en 1935 que una infección viral hacía difícil la aparición de otra. El estudio de este fenómeno de interferencia llevó finalmente a Isaacs y Lindermann a descubrir el interferón en 1957.

Si lento había sido el desarrollo en el campo terapéutico de las enfermedades virales, mucho camino llevaba adelantado la profilaxis, desde la vacuna que introdujera Jenner, cuando nada sobre los virus se conocía.


BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966:163-168
2. Butler J. A. V. La vida de la célula. Barcelona: Editorial Labor S.A. 1965:51-58
3. Farreras Valenti Medicina Interna. Barcelona: Editorial Marín S.A. 1967: Tomo II, 921
4. Laín Estralgo Pedro. Historia universal de la medicina. 1a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1980: Tomo 7:169, 282
5. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI:7, 614, 615
6. Pujol Carlos. Forjadores del mundo contemporáneo. Barcelona: Editorial Planeta. 1979: Tomo 3:409
7. Thwaites J. C. Modernos descubrimientos en medicina. Madrid: Ediciones Aguilar. 1962: 9-10
8. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 347-356

Luis María Murillo Sarmiento ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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viernes, 17 de julio de 2009

LOS DERECHOS DEL MÉDICO*

Bajo una concepción universal de la ética, una resolución que estableció en 1991 los derechos del paciente, hace pensar en una norma similar que consagre los derechos del personal de la salud. Para el Comité de Ética del Hospital de Kennedy los derechos de unos y otros son razón fundamental de su misión, por ello ante la ausencia de aquella norma, he creído conveniente encauzar parte de su labor a la promulgación mediante resolución del Ministerio de Salud de los Derechos del Médico y por extensión del personal paramédico.

El siguiente constituye el proyecto que pongo a consideración de todo el personal de salud, esperando que sea profunda y juiciosamente analizado.

DERECHOS DEL MÉDICO

- Derecho al buen trato, humano y digno de la comunidad, de los colegas, superiores y subalternos y del paciente y sus familiares.

- Derecho a disponer durante su trabajo de los implementos, equipos y condiciones que garanticen la seguridad de sus pacientes, pudiendo rehusar su atención cuando no se cumplan estas garantías.

- Derecho a ser informado por el paciente o sus familiares de las condiciones clínicas del enfermo que impliquen al médico riesgos para su salud.

- Derecho al respeto de sus principios, quedando exento de la práctica de procedimientos contrarios a su moral, así estén o lleguen a ser consentidos por la ley (métodos de planificación, procedimientos de fertilización, eutanasia, aborto, etc.)

- Derecho a rehusar la atención de pacientes con causa justificada, salvo en circunstancias de urgencia o cuando sea el único profesional disponible.

- Derecho al buen nombre, y a que todo cuestionamiento sobre su conducta sea manejado de manera prudente, responsable y reservada y dentro de las normas establecidas en la ley 23 de 1981.

- Derecho a conocer la misión, política y objetivos de la institución en que labora y las modificaciones fundamentales que en ellos se susciten. Así como los cambios que se impongan a su trabajo, los que serán en lo posible concertados con él.

- Derecho a recibir de las instituciones en que labora todos los medios de que dispone la ciencia para la protección del personal de salud, en la prevención de enfermedades profesionales.

- Derecho a que las instituciones a las que presta sus servicios programen racionalmente su trabajo de tal forma que ni el volumen desmedido de pacientes, ni el agotamiento lo induzcan a cometer errores.

- Derecho a que la institución a la que sirve lo desarrolle como persona y lo capacite y actualice como profesional.

- Derecho a la solidaridad y a la asesoría jurídica por parte de las instituciones en que labora cuando las complicaciones en el tratamiento de sus pacientes conduzcan a reclamaciones de carácter civil y penal, en tanto aquéllas no provengan de actuaciones médicas inapropiadas.

- Derecho a que solamente él y su paciente se beneficien del ejercicio de su profesión. El acto médico no tiene por objeto el lucro de terceros e intermediarios.

- Derecho a recibir una remuneración digna, semejante a la de los demás profesionales universitarios.

NOTA: Los derechos anteriormente enunciados son extensivos a todo el personal de salud en la medida en que por la naturaleza de sus funciones les sean aplicables.

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")



* Esta propuesta fue publicada por primera vez en el Boletín del Hospital de Kennedy (Vol. 2 No.3, dic 1994). Aunque el personal de la salud que la conoce la estima conveniente, no ha suscitado hasta el presente interés gubernamental.


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viernes, 10 de julio de 2009

SOY ALMA YERTA

No funde el sol el hielo de mi alma,
ni su refulgencia aclara mi penumbra.
Para mi aliento vencido,
es gélido el aire abrasador del mediodía.
Inmune al tropel es mi entraña solitaria.

¡Soy alma yerta que apenas se estremece!

Siento en cada suspiro
el parto doloroso de un recuerdo;
y las ilusiones desfilando
-de riguroso negro-
en fúnebre cortejo.
Soy presa de las fobias,
insensible a la esplendor del universo.

¡Soy alma yerta que apenas se estremece!

Advierto el terror de la noche
despierto en la bestia del insomnio;
y presiento las pesadillas
danzando en el tinglado de mis sueños.
Siento mi aliento lindante con la muerte;
y la muerte…
como un anhelo sin premio ni dolores:
expresión tan sólo de la nada.

¡Soy alma yerta que apenas se estremece!

Jadea mi pecho asfíctico,
detenido en una congoja interminable.
Más que oxígeno reclamo en mi agonía:
sólo acepto la muerte o tu presencia.

¡Soy alma yerta que apenas se estremece!


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético")

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viernes, 3 de julio de 2009

INEVITABLEMENTE EL HOMBRE ES RELIGIOSO

La muerte carece de expertos que absuelvan el menor interrogante. Sin embargo cuando por curiosidad hizo José el intento de buscarlos, miles de páginas de embaucadores aparecieron en los motores de búsqueda de la internet.
Para él la empresa era una pesquisa sin respuesta, especulativa sin remedio y presa de la vacilación de siempre: el premio o el castigo, la reencarnación, la eternidad... la nada. Se preguntó sin ánimo de responderse: «¿Quién conoce el verdadero mundo que se alberga al otro lado del cadáver?». Era obvio que sólo «viviendo» la muerte se podía despejar la incertidumbre.
Sus cavilaciones lo condujeron por reflexiones religiosas que al cabo de mucho tiempo no le aportaron nada. «En materia de fe la racionalidad no cabe –y era con razones que buscaba alimentar su entendimiento–. [...] Más allá de la existencia de Dios, todo es indecisión, hipótesis, deseo. [...] El hombre se vuelve más religioso en los momentos críticos, transa con la divinidad sacando beneficios». Recapacitó en ello y negó que tal fuera su caso. No se acercaba a Dios abjurando del pasado, ni presintiendo que el piso firme de sus creencias se volvería inestable. Le pareció grotesco retractarse en el último momento, y por puro sobresalto, de cuanto había hecho enteramente convencido.
Explorando el más allá, inasequible, José terminó inmerso en cuestiones religiosas desconectadas por completo del porvenir y de la muerte. Asuntos que tenían que ver con la historia de sus críticas y sus creencias.
No habiendo dado nunca claras muestras de fervor, el juicio a sus escritos lo ubicaba como agnóstico, libre pensador o ateo. Su propia mujer lo había presentado ante el párroco como un blasfemo. Pero a la hora de la verdad José sí era cristiano. Se había formado en colegios religiosos; había experimentado el contagio de un pasajero brote nihilista juvenil de corto vuelo, frenado por el rigor de su personalidad; más formado, había entrado en un período de impetuosa actividad crítica; y finalmente sus juicios se habían decantado con las reflexiones de la madurez. Ahora releía sus artículos de antaño y encontraba algunos un poco irreverentes. Tal vez el trato con Javier lo había moderado en las opiniones religiosas, acaso el tema se había vuelto frívolo y ya no merecía ardorosas discusiones. Tampoco descartaba que el sosiego de su enfermedad le hubiera arrebatado sus arranques críticos.
Cuando revisaba los artículos se sorprendía de la cantidad de temas que habían sido blanco de su pluma. En uno, por ejemplo, se refería a las imágenes, y manifestaba extrañeza de que los católicos abusaran de la de Jesús martirizado; que reverenciaran y oraran a los clavos, a la cruz y a las espinas que habían sido el tormento de un hombre compasivo. Aceptaba que la cruz fuera símbolo del cristianismo, pero le costaba entender que se veneraran objetos que fueron la fuente del martirio. «¿Quién pondría en un altar el arma que segó una vida para rendir homenaje al inmolado? ¿Quién exhibiría feliz la foto del cadáver de su ser querido? ¿Quién la imagen de un ser amado en pleno sufrimiento? ¿Por qué en cambio de Jesús crucificado, no impone la Iglesia la imagen de Jesús resucitado?». En fin, eran asuntos de fe que a nadie lastimaban. En cambio pensaba en las cruzadas y en las guerras santas, esas, decía, sí merecían una opinión más contundente. Opinión que estaba consignada en uno de sus libros: «No se cuántos crímenes se hayan cometido en nombre de la razón, pero en nombre de la fe se han cometido infinidades. En nombre de la fe nuestra propia Iglesia asesinó; y en nombre de su credo los fundamentalistas musulmanes matan».
Pero su papel de crítico estaba muy lejos de mostrar sus emociones. Tras de esa imagen de enjuiciador imperturbable se escondía un hombre reverente, de pronto fervoroso. Pero tan reservado en asuntos de fe, que no la compartía ni siquiera con su amigo el sacerdote. A él, como a todo el mundo, apenas le constaban los juicios de racionalidad que hacía de las creencias. Nadie lo hubiera imaginando dialogando con Dios, tanto que algún día Javier tuvo la impresión de que José no se sabía ni el Padrenuestro.
–Es que no te vi gesticular palabra –dijo Javier al término de una eucaristía.
–Porque son intimas las manifestaciones de mi religiosidad. Exteriorizarlas es presumir de bueno.
–Mientras no sea que te avergüenzas...
–Para que sepas, conozco esa oración mejor que los que la recitan a diario sin tener conciencia de lo que están diciendo. Lo más importante es que con ella nos comprometemos a perdonar para que nos perdonen. Más que para adular, como lo hacen la mayoría de las plegarias, el Padrenuestro es para hacer con Dios un razonable acuerdo. Es una oración de la mejor factura, una plegaria enseñada por el mismo Jesucristo.
Javier se sorprendió. «Ha de pensar que no todo está perdido», especuló José, mientras intentaba descifrar la expresión del sacerdote. Y para que no quedara duda de su ilustración, apuntaló su comentario sobre el Padrenuestro con el conocimiento de otras enseñanzas:
–Los católicos son más dados a rezar que a practicar, a recriminar a los demás, que a examinarse interiormente. Olvidan cuando censuran, que la viga más que en ojo ajeno está en el propio. Lanzan la piedra sin estar libres de culpa, prefieren que el pecador muera, más que se arrepienta y viva. Si todos entendiéramos lo que es poner la otra mejilla, jamás habría violencia.
–Estás salvado –dijo Javier– si has hecho tuyas tantas enseñanzas.
Y José le dijo para recalcarle que no se estaba subordinando a sus exhortaciones:
–El discurso de Jesús alienta por igual al creyente dogmático que al revolucionario. Por igual anima a quienes luchan por la justicia en la Tierra, que a quienes convocan las almas para el Cielo.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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