sábado, 30 de agosto de 2008

LAS NUBES

Habitantes volátiles del cielo
de caprichosas formas
que la imaginación recrean.

Eterno rincón de soñadores,
refugio de poéticas quimeras,
balcones a los que asciende el alma
queriendo dominar el infinito.

Copos purísimos, gráciles siluetas,
perfiles que evocan íntimas figuras,
vaporosos seres que crecen
y se esfuman al querer del viento.

Blancas estelas que se incendian
con el sol en el poniente,
trazos de gris zigzagueante
que interrumpen el azul del cielo.

Espectros trashumantes de la noche
que sólo ante la luna se revelan,
mágicas montañas de profunda bruma,
que en estrecho abrazo se confunden.

Cuerpos etéreos oscuros y profundos
que cargados de tristeza,
en llanto torrencial se precipitan.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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LAS VACUNAS: LA RABIA Y EL CARBUNCO

La historia de la inmunización también toca a Pasteur. Se encontró accidentalmente con ella al inyectar cultivos viejos de Pasteurella pestis, bacilos del cólera de las gallinas. Esta inoculación no ocasionó la muerte de las gallinas y en cambio previno su aparición ante una nueva inyección de cultivos frescos.

Demostrada la atenuación del bacilo colérico de las gallinas en cultivos adecuados, Pasteur se introdujo en las técnicas de atenuación viral. Ignorando aún el agente causal, Pasteur sospechó que debía encontrarlo en el sistema nervioso central, y tuvo la fortuna de aislar en él, el "tóxico" de la rabia. Tras exitosas experiencias con perros sanos y rabiosos, las mordeduras recibidas de un perro con rabia por el joven Joseph Meister le brindaron la posibilidad de utilizar por primera vez en el ser humano, el 6 de julio de 1885, la vacuna contra la rabia.

El paso del virus de la saliva del perro enfermo por el cerebro del conejo terminaba en la obtención de un "virus fixe" con toda la virulencia. Pero el virus recuperado de la médula espinal del animal muerto, luego de haber sido secada al aire estéril durante dos semanas, perdía la virulencia, y protegía de la enfermedad a los perros expuestos a la forma virulenta. Había obtenido un virus atenuado.

Escribió Pasteur: “Tome dos perros, los hice morder por un perro rabioso. Vacuné a uno, dejando al otro sin tratamiento. El último pereció de hidrofobia; el primero la resistió. Sin embargo yo debería multiplicar los casos de protección de perros, y pienso que mis manos temblarán cuando tengan que llegar al hombre”. Más de un año transcurrió para que se diera ese momento decisivo.

Un joven alsaciano con 14 heridas en su cuerpo causadas por un perro rabioso, y quien además no había recibido el tratamiento con ácido carbólico -que se recomendaba entonces-, dio por fin la oportunidad de probar la vacuna de Pasteur. ¿Qué más podía ofrecerse a quien inevitablemente se asomaba a la muerte?

Durante diez días, trece veces inoculó Pasteur a Joseph Meister con médula espinal de un conejo muerto de rabia dos semanas atrás. La inmunidad inducida impidió la enfermedad y lo protegió además del virus fijo utilizado por Pasteur para confirmar la bondad del tratamiento. Un segundo caso se dio cuando un pastor mordido seis días atrás, fue inoculado por Pasteur, salvándole la vida. En seis meses, de 350 casos, sólo una niña mordida 37 días antes de vacunarse, perdió la vida. Un año después de la inoculación de Meister unas 2500 personas habían sido vacunadas contra la rabia.

Cuatro años antes de la histórica experiencia, el 31 de mayo de 1881, Pasteur había realizado otro gran experimento, la famosa vacunación de ovejas con bacilos del carbunco. Las 24 vacunadas sobrevivieron, de las no vacunadas todas enfermaron y murieron. Esta vez había sido el calor el responsable de la atenuación accidental de la bacteria.

El resultado del experimento había sido anticipado por Pasteur: “Tómense cincuenta corderos, inocúlense a 25 con cultivos de virus de antrax y algunos días después inocúlense a todos los cincuenta con un cultivo muy virulento. Los veinticinco no previamente inoculados perecerán todos, mientras los ya inoculados sobrevivirán”. Médicos, veterinarios y agricultores acudieron entre escépticos y burlones a observar el ensayo. Pidieron, para evitar trampas, que se aplicaran dosis mayores de los cultivos virulentos. Pasteur con seguridad en sus afirmaciones aceptó todos los condicionamientos. Transcurridos los angustiosos días, los testigos descubrieron veintidós corderos muertos, dos agonizantes y uno enfermo, los veinticinco vacunados estaban por el contrario saludables.

El científico se convirtió en el "hijo más ilustre de Francia" y se le honró con la Gran Cruz de la Legión de Honor. Los triunfos de su genialidad fueron el germen del hoy célebre Instituto Pasteur, inaugurado el 14 de noviembre de 1888, obra de una suscripción popular organizada por sus entusiastas sus admiradores.


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LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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