sábado, 27 de diciembre de 2008

EVOCACIÓN MARINA

Ondulante inmensidad
de enigmáticos encantos,
de verdes y azules fascinantes,
que en blanca explosión,
-baño espumoso y burbujeante-
se ofrece a las playas sedientas,
de arena calcinada.

Ondas trémulas mecidas por la brisa,
atomizadas briznas
que expanden su fragancia:
salino aroma que imprime en la memoria
el plácido recuerdo de las playas,
radiante cielo ,
aguas azules, límpidas y cálidas,
rumor de olas,
murmullo de palmeras que despeina el viento,
cortejo de alcatraces,
-certeros pescadores-
que arrebatan al mar la refundida presa.

Despertar marino
que entre desvanecidas brumas
ve emerger del horizonte
los rayos de la vida.
Áureo mar del poniente, en que naufraga
el incendiario cortejo que despide el día.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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sábado, 20 de diciembre de 2008

LOS GUANTES DE CIRUGÍA

Johannes de Mikulicz, célebre cirujano alemán, contribuyó a la asepsia con el vestido blanco que impuso en el quirófano: gorra, mascarilla, bata, pantalones y zapatos de goma. Enseñaba que los elementos quirúrgicos solamente con pinzas esterilizadas debían manipularse.

Para esterilizar los instrumentos el calor era excelente, pero ¿qué hacer para controlar los gérmenes de las manos de los cirujanos? El fenol a muchos les causaba dermatitis, y tal vez más eficiente que el mismo fenol era la exhaustiva limpieza con agua y jabón para retirarlo.

Mickulicz quien practicaba exámenes microscópicos de los residuos bajo las uñas y advertía públicamente a los cirujanos de su mala desinfección, estaba convencido de la insuficiente asepsia de las manos con el jabón, el alcohol y la solución de sublimado. Por ello introdujo los guantes esterilizados de hilo para las intervenciones. Pero siendo de algodón, se humedecían y debían cambiarse con frecuencia en una misma operación.

En 1890 William Steward Halsted, profesor de cirugía en Baltimore, introdujo los guantes de goma, no propiamente con fines asépticos, sino procurando preservar de la dermatitis provocada por el sublimado corrosivo de las salas de cirugía a la enfermera Carolina Hampton, su futura esposa. De la Good Year Rubber Company obtuvo la fabricación de unos guantes tan delicados que parecían una segunda piel. Fueron los ayudantes de Halsted menos románticos y más científicos quienes terminaron por imponerlos en las cirugías. Mickulicz llevaría a Breslau los guantes de goma inventados por Halsted.


BIBLIOGRAFÍA
1. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 220-221
2. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 113-116, 124, 132
3. Laín Estralgo Pedro. Historia universal de la medicina. 1a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1980: Tomo 7: 405
4. Phair S, Warren P. Enfermedades infecciosas. 5ª. Ed. México: Ed. McGraw Hill Interamericana. 1998: 118
5. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI: 6, 405
6. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 92, 97 (ilustración), 253, 258, 260
7. ToPley W. C, Wilson G. S, Miles A. A. Bacteriología e inmunidad 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1949: 100, 106-108, 110, 111, 118-128
8. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 23, 272-273, 272 (ilustración), 317, 318, 320 (ilustración), 323
9. Thorwald Jürgen. El Triunfo de la cirugía. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1960: 256, 377-378
10. Thwaites J. C. Modernos descubrimientos en medicina. Madrid: Ediciones Aguilar. 1962: 59
11. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 197-198


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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viernes, 12 de diciembre de 2008

LOS PELIGROS DE LA SOCIEDAD Y DEL ESTADO

José podía parecer inalterable, pero era temperamental y apasionado. Un hombre de pasiones intelectuales y afectivas, pero conciliador: «Soy amigo de tolerar lo tolerable». Y en efecto, en el trato personal buscaba más la concordia que el conflicto. Tras una explosión de ira podía albergar sentimientos de destrucción y de venganza, pero al igual que una tormenta terminaba en calma, con un pensamiento despejado, convencido de que las hieles del rencor sólo amargan a quienes lo pretenden, y casi nada a quienes son su objeto.
Su apasionamiento contra la altivez era un clamor contra las injusticias, traducido a veces en un manifiesto de su pluma, otras en el deseo de una contienda a muerte, que sabía de antemano que nunca libraría, y en últimas, en una pretensión mágica en que imaginaba que su espíritu volvería a este mundo convertido en ángel justiciero. «No para cobrar afrentas personales, pues no soy rencoroso, sino para causar suplicio a quienes se ensañan con quienes no tienen posibilidad de defenderse».
Lo social lo apasionaba. Le permitía expresar el rasgo filantrópico de su personalidad. «No hablo por mí, que jamás padecí el rigor de la pobreza». Y sus columnas podían convertirse en un emotivo discurso social en que exponía la voracidad del hombre y la indolencia de las clases dirigentes. Que contrastaba con el énfasis que podía darle a la autoridad, a la globalización y a la libre empresa, que lo hacía percibir como un hombre de derecha. «¿Dónde quedaron tus concepciones izquierdistas?», decían unos. «¿Dónde quedaron tus ideas conservadoras?», se preguntaban otros. «Ni lo uno, ni lo otro», contestaba. «Ninguna ideología lo explica o lo resuelve todo. Menos cuando se sitúan en los extremos. Ni siempre blanco, ni siempre negro; las tonalidades de gris condensan mejor la sabiduría y la prudencia. No me caso con ideologías ajenas, apenas en parte las acepto. Sólo sigo por entero mi propio pensamiento. ¿Cómo pueden dudar que soy ecléctico?».
La libertad y la bondad eran el eje de su filosofía. Actuando sin atropellarse debían –según él– conseguir un punto de equilibrio en el que la sociedad y el hombre encontraran la máxima felicidad factible. Era un modelo que armonizaba el interés propio y el interés ajeno, pero que sólo podía surgir del convencimiento de todos los mortales. Pero algo tan elemental para su mente no había sido obvio para sus semejantes. Era la historia de la humanidad rendida a la codicia. José así lo percibía: «En el principio la Tierra tuvo que pertenecer a todos. ¿Cómo pudieron tan pocos acumular tanto y demasiados quedar desamparados? La selección natural en nuestra especie fue más allá de la supervivencia, hipertrofiando la ambición y estimulando a los más aprovechados a acaparar más que lo necesario. [...] Surgieron la familia, la sociedad y el Estado, todos tocados por el egoísmo. La autoridad, llamada a restablecer el equilibrio, terminó en la mira de los codiciosos que debía aquietar. Símbolo de supremacía y dominio, vive dispuesta a servir al poder y a la ambición. […] El poder que da el ejercicio de la autoridad hace perder al hombre la sensibilidad, lo hace olvidar la obligación de servir y lo lleva a actuar en su propio beneficio. ¡Desconfiad de quien busca el ejercicio del poder! Es sospechoso hasta que se demuestre lo contrario. Pocos se someten a tantos sacrificios sin recompensa diferente a la satisfacción de su servicio. [...] El hombre con poder ambiciona los bienes que tiene a su cuidado, es negligente con las necesidades de sus gobernados, desconoce de ellos sus penurias, y arbitrario, pasa temerariamente sobre sus deseos; imagina la realidad, porque la desconoce, de ahí sus normas absurdas, de ahí sus yerros en inversiones y proyectos. [...] La persecución de los vendedores ambulantes, la desidia con los desplazados, la reducción de la nómina para dejar a miles sin empleo, prueba la falta de sensibilidad de los hombres con poder, ciegos de jactancia al drama que causan sus déspotas medidas. El Estado en esas manos se corrompe. Tal vez la organización tradicional del Estado y el poder deban ser objeto de la reingeniería más drástica».
Veía que la asociación era forzosa, pero no por ello se olvidaba de sus riegos. «La sociedad es pertinente para progresar, pero el hombre organizado socialmente también es peligroso. Fácil intimida y anula a quienes sospecha en disidencia. Lo hacen desde hombres que parecen santos, hasta los peores engendros criminales. Desde las organizaciones que mediante sanciones amordazan a sus miembros, hasta las mafias que acallan con la muerte. La fuerza de muchos fácilmente arrasa la resistencia de unos pocos. Y sobran los ejemplos: sacerdotes extrañados por sus superiores, militares confinados a las peores guarniciones, trabajadores arrojados de su empleo, opositores de gobiernos tras las rejas, fustigadores de la corrupción ultimados en las calles. Si el hombre fuera por instinto recto, las organizaciones más rígidas, como el Estado, la mayor amenaza para la libertad, jamás tendrían sentido».
Le parecía el Estado una estructura a la vez necesaria y peligrosa. Su naturaleza era una de sus preocupaciones, y examinando modelos, se quedaba con el capitalismo. «Aunque lejos de la perfección, genera riqueza y honra la libertad. Concentrará el capital en quienes más lo tienen, pero de alguna manera llega a los que más lo necesitan. Otros como el comunismo no generan riqueza, reparten pobreza y silencian las ideas. ¿Y qué hombre vive con dignidad cuando se le controla el alma?». Claro que hacía una nítida distinción entre la izquierda democrática y la totalitaria; contra ésta le parecían lícitos todos los medios para aniquilarla: «Porque es artera y le niega a sus opositores las prerrogativas que exige para sí. Cuando un totalitarismo asienta en el poder no existe forma pacífica para deponerlo». Pensando en ello, recordaba la lucha de clases del marxismo: «torpe engendro de ingenuos o malintencionados comunistas».
Odiaba la polarización entre patronos y trabajadores, y preguntaba: «Si la prosperidad de unos está en el esfuerzo de los otros, ¿de dónde el absurdo enfrentamiento? ¿Por qué no entender que sin empresarios no hay capital; sin capital, industria; y sin industria, empleo? ¿Y que sin los trabajadores no hay producción ni empresa que perdure? ¿Cómo contradecir un planteamiento tan sencillo?».


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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sábado, 6 de diciembre de 2008

ESE ES EL HOMBRE

El hombre es lo que siente,
y lo que siente es lo que agita
su alma y su materia.
El hombre es lo que sueña,
y lo que sueña
es su mundo de imposibles.
El hombre es lo que sufre,
y lo que sufre
una huella indeleble en su recuerdo.

El hombre es lo que goza,
y lo que goza
compensa su infortunio.
El hombre es lo que cree,
y lo que cree
explica lo absoluto.
El hombre es lo que oculta,
y lo que oculta
su faz aterradora.

El hombre es lo que niega,
y niega lo que lo deshonra.


El hombre es lo que crea,
y lo que crea
es lo que lo trasciende.
El hombre es lo que piensa,
y lo que piensa
lo que le sobrevive.

Lo que siente, lo que sueña y lo que sufre...
lo que goza...
lo que cree, lo que oculta y lo que niega,
con él se extingue
cuando la llama de su ser se apaga.

Lo que piensa y lo que crea nunca sucumbe,
es su forma de perdurar tras de la muerte.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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viernes, 28 de noviembre de 2008

EL FALLO DE LA CORTE, UN FALLO PELIGROSO *

Nuevamente vuelve a rendirse la justicia a la fascinación de la forma, y el apego a lo "jurídico", conmina a la familia y a la sociedad a los peligros de la farmacodependencia.

El fallo de la Corte Constitucional que despenaliza el uso de los estupefacientes, demuestra una vez más la atolondrada deformación de nuestra justicia, que dejó de ser práctica (tal vez nunca lo ha sido), y que a más de ciega se ha tornado amoral e intelectualmente deficiente. Sus juicios desatinados no sólo no procuran, sino que atentan contra el bien común.

Qué penosa demostración de la extrema ineptitud que carcome al país en todas sus instancias, que hasta tan altos tribunales hayan llegado personas sin el aplomo moral, sin sabiduría y sin la capacidad de discernimiento suficiente para asumir tan delicadas responsabilidades.

Un país que en aberrante impunidad clama justicia, no puede contemporizar con magistrados que más parecen cómplices de los carteles de la droga. La nación indignada reclama la satisfacción de su renuncia, la Colombia honesta, por el contrario, exalta a aquéllos magistrados, como Vladimiro Naranjo, que aunque en minoría, encarnan la rectitud y la sabiduría.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Este texto fue publicado en el diario colombiano El Espectador el 18 mayo de 1994 (pág. 4A) y mostraba mi total rechazo a la despenalización del uso de estupefacientes. Hoy ha vuelto al Congreso de Colombia un nuevo proyecto de penalización ante la insistencia del presidente Uribe; y vuelvo a cuestionarme pero sin la exaltación de entonces. No puedo albergar duda del daño de las dependencias, pero sí reconozco ahora un serio conflicto con el principio de autonomía y la libertad del individuo para decidir su destino, más exactamente, en este caso, para dirigir torpemente su destino.

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viernes, 21 de noviembre de 2008

DESPEDIDA

Cuando me marche,
mi alma tenderá
a la libertad sus alas
traspasando la puerta de la muerte;
y la última ilusión
exhalaré de la felicidad,
ese sueño imposible de la vida.

Cuando me marche,
derramará la lluvia su llanto
sobre mi cuerpo gélido,
me arropará la arcilla
que me dio la vida
y compañero seré
de las sombras de la noche.

Cuando me marche,
una rosa amarilla
añorará mi tumba,
un símbolo
en que mi amor siga latiendo.

Cuando me marche,
que nadie por mi muerte se conduela:
¡No advierto con tristeza su llegada!

Decid que desee la parca,
también quise la vida;
que siempre desafié la muerte
y finalmente me marché con ella.

Decid que padecí la vida,
aunque le arrebaté sus goces,
y esclavo fui que al mundo
cuestionó sus normas.

Cuando me marche...
tal vez el mundo
no notará mi ausencia.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)

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sábado, 15 de noviembre de 2008

CARTA XXXVI: SOY HEDONISTA, PERO PARA MÍ EL PLACER NO ES DESENFRENO

Agosto 22


Copito:

Cuando me declaro proclive a los placeres puede pensar la gente que vivo en un mundo superficial y depravado.

Aún recuerdo tus hermosos ojos salidos de sus órbitas por una confesión tan precoz como inocente. Apenas me estabas conociendo cuando solté una frase que provocó tu asombro. Debiste pensar en un maniático dispuesto al atropello. Hoy sabes que no es así, que nuestro placer está dosificado, que es un equilibrio sano entre los goces del cuerpo y del espíritu, que abreva en el amor y puede ser incluso paradigma.

Existir para el placer no es necesariamente cultivar bajas pasiones, ni vivir sometido por los vicios, no es libertinaje. Es no negarse todas las satisfacciones permitidas. Todas aquéllas que no buscan la autodestrucción ni la desgracia ajena.

La libertad supera a mi hedonismo. No aceptaría nunca placeres que me pongan bajo su dependencia. Adicciones por ejemplo de las que sea su esclavo. El gozo no debe someternos, debe estar por nosotros sometido, debe servir al hombre, no de él servirse.

Al éxtasis me llevan la naturaleza, al arte, la poesía, la música, la buena mesa y las mujeres bellas. Enamorado vivo del amor, pero lo anhelo libre. Sin ataduras de papel y sin contratos.

Así te quiero a ti, no como la mujer sometida que aún el macho añora. Te deseo libre, dueña de tu cuerpo, de tu alma y tus acciones. Sin amo ni señor. Cerca de mí, respetada y protegida, nunca bajo mi dependencia.

Seré de tus decisiones respetuoso, de tus razones convencido; de tus proyectos, apoyo permanente.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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viernes, 7 de noviembre de 2008

CARTA XXXV: SOÑAR DE NUEVO

Agosto 18

Amor: Es esta carta otro poema.


SOÑAR DE NUEVO

Qué exquisita nostalgia
revive en mi corazón
con tu presencia.

Resignados anhelos
de una añeja aflicción,
retornan al presente.

No son ya lúgubres,
ni inalcanzables,
simplemente felices,
como toda dicha
que viene de tu mano.

Con tu vida se alejan de mi vida
las sombras de la muerte,
mi existencia por tanto, a ti te pertenece.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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viernes, 31 de octubre de 2008

PARA PODER VIVIR: UN FIN INALCANZABLE

Voy en pos de un sueño que la realidad
no encuentre en esta vida.
Voy en pos de una verdad inalcanzable.
Busco una estrella que brille cada vez más lejos.
Busco una cuenta infinita de luceros,
que mi tiempo no alcance a enumerarlos.
Busco una mujer inmune al tiempo:
una piel tersa que nunca se marchite.
Anhelo una conquista surcada de imposibles,
una quimera que mantenga la llama de la vida;
un objetivo irrealizable
que distraiga mis días
hasta la muerte.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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sábado, 25 de octubre de 2008

MUERTE Y BONDAD: OBJETO DE MIS SUEÑOS

Ante la premura de la muerte decidí inventariar mis pertenencias. Entre las más queridas estaban mis escritos. Se hallaban dispersos por el apartamento, en libros, en revistas, en carpetas, en el computador, en cajas, o simplemente en hojas sueltas que hacían parte de todo mi desorden. Intenté reunirlos y clasificarlos. No todos habían sido publicados. Muchos eran personales, íntimos y comprometedores. Ponían, por ejemplo, en evidencia a mis amantes; contaban con detalle cada encuentro, al punto que la magia de las palabras revelaba más que una cinta de video. Releí muchas páginas que creí atrevidas, las puse en la cajita gris y les sellé su suerte. Las rocié con alcohol y les prendí fuego metiéndolas en la chimenea. Tenían que desaparecer; no debían ser por nadie descubiertas. Revisé todo: estantes, cajas y cajones. Examiné el guardarropa, ya no tenía objeto renovarlo. De pronto a otros cuerpos cubriría la ropa allí guardada. Igual habría de pasar con tantas cosas que habrían de servir a un nuevo dueño. Tantas otras se quedarían esperándome en los anaqueles de los almacenes, porque mis impulsos por adquirir cosas nuevas habían dejado de tener sentido. No había duda, cuanto nos pertenece apenas es prestado; con nada marchamos a otro mundo. Un sentimiento de resignación me estremeció. Vestí el mejor de mis pijamas y me metí en la cama a esperar que todo terminara. Había más desaliento en mi alma que en mi cuerpo.
Dispuesto a clausurar todo contacto con el mundo, inicié mi cuenta regresiva. Pasaron los segundos, los minutos, las horas y los días. Las semanas se volvieron meses. Llegaron los años y aún seguía viviendo. Rechazaba la vida porque me había traicionado cuando más la amaba; era un amante despechado. A pesar de mi desgano mi cuerpo se resistía a morir. Seguía funcionando por inercia. La micción, las evacuaciones intestinales, el hambre y la sed me obligaban a levantarme y a mantener el contacto con el mundo.
Esperando la muerte el tiempo se hizo eterno. El rostro se ajó, los ojos se hundieron, la piel ciñó los huesos. Los metros de barba completamente cana daban cuenta del tiempo transcurrido. Los montones de pelo entretejido habían reemplazado el colchón y las cobijas, el pijama nuevo ya era un jirón de tela maloliente. La oscuridad reinaba por doquier, como el silencio. Pero no era ausencia de luz y de sonidos, sino la sordera y la visión de sombras del anciano. Al adivinar con mis sentidos torpes el esqueleto forrado con la piel macilenta, entendí que la vida había respondido con la inmortalidad a mis reproches. «Si quieres desparecer, ¡suicídate!», dijo una voz interior. Pero me di cuenta de que ya ni siquiera tenía fuerzas para hacerlo. Sentí más angustia de seguir viviendo que la que había sentido cuando supe que debía morir.
«¡Que llegue pronto la muerte!», dije con desconsuelo cuando al despertar reencontré la realidad apacible de mi cuarto. ¿De dónde acá aparecía en mis sueños un yo desconocido? Era mi antítesis. El yo que conocía no estaba dispuesto a suplicar la vida, ni a privarse de sus gustos sólo por verse de cara con la muerte. Lo que quedara de existencia no era como en el sueño para esperar la parca, era para explotarlo hasta el último respiro. Obras, objetos y vestidos nuevos por alguien serían utilizados, no iba a inhibirme de comprarlos. Todo el sueño me pareció impugnable. ¿Algo estaba tratando de manifestarme el inconsciente?
Pero tanto como lo físico me apasionaba lo moral. De hecho el bien y el mal aparecían en mis sueños en forma recurrente. A veces cuestionando, a veces confirmando mi escala de valores. Pero despierto tenía claro que actuar bien es comportarse sin causar daño objetivo e intencional a los demás, y sin tener que renunciar innecesariamente a la libertad y a los derechos. Ese fue el marco que me sirvió de límite, y así se lo enseñé a mi hija. Le mostré los extremos para que ella por sí misma descubriera el medio.
«En los límites del comportamiento estarán de una parte quienes desprecian y sacrifican a sus semejantes en aras de sus propios intereses; y de la otra, los que renuncian a su bienestar sin que su sacrificio se traduzca en bien tangible para alguien». «Explícamelo mejor», pidió Eleonora. Le dije entonces: «Distinguir entre la buena y la mala acción; entre la virtud y el vicio, entre la bondad y la maldad no siempre es tan sencillo. Sin embargo el ser humano está obligado a tomar decisiones en forma permanente. Bien o mal tomadas, son ineludibles. Hacerlo en beneficio propio es el camino fácil. Lo hace el que toma la mejor porción dejando sin nada a otros comensales, el que abandona las obligaciones que le son molestas, el que se apropia de los fondos de una buena causa, el que secuestra o el que mata. En otro extremo está el que se flagela, el que se priva de las cosas agradables de la vida, el que piensa que los placeres son diabólicos, el que se niega horas de ocio, comidas exquisitas, un poco de sensualidad y picardía; el que sólo admite una férrea disciplina, así no redunde en provecho para nadie».
Ella vio con claridad que la primera actitud era a todas luces condenable, que no se debe causar daño a los demás por satisfacer las propias ambiciones, pero no comprendió que renuncias innecesarias tratando de ser bueno merecieran algún tipo de censura. Entonces se lo presenté como algo improductivo, como un intento místico de ganar un premio o de evitar una condena. Hoy pese a mis nuevas experiencias sigo creyendo que es un sacrificio innecesario, no tan vano, quizás, como pensaba entonces. De pronto con algunos puntos de más lo premie el Cielo. En todo caso yo, amante de la libertad y el goce, no fui capaz de privaciones vanas. Hice caso a mi conciencia cuando me guió a un bien indiscutible, e hice caso a mis sentidos ávidos de gratificaciones permanentes, pero me abstuve cuando implicaron perjuicio para alguien. Otro tipo de renuncia ni mi hedonismo ni mi razón lo hubieran permitido. Actué bien por convicción. Porque creí que ser justo es bueno en sí mismo, no por la esperanza de una recompensa. Y si me equivoqué, ya se acabó el tiempo para remediarlo. No deseché lo fácil con la idea de que lo difícil es lo que más se aprecia. ¿Desde cuándo lo arduo es preferible a lo sencillo? Lo importante es lo bueno, no lo difícil ni lo fácil. Y si lo bueno llega sin mayor esfuerzo, nada hay que reprocharle.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")


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viernes, 17 de octubre de 2008

LA ASEPSIA: Las complicaciones infecciosas quirúrgicas

Las infecciones generalmente mortales y el dolor de las intervenciones quirúrgicas retrasaron notablemente el desarrollo de la cirugía. A ella sólo podía recurrirse en situaciones extremas, y aun así el enfermo muchas veces prefería la muerte. Las intervenciones eran crueles, tanto como el dolor que evocan las cauterizaciones con hierro al rojo vivo, con arsénico, cal viva, ácido clorhídrico y ácido sulfúrico en las heridas quirúrgicas de las hernias inguinales en pos de una fuerte cicatriz.

Las heridas provocadas por la guerra fueron campo fértil para el progreso de la cirugía. Hemorragia e infección pusieron a prueba la imaginación del hombre para controlarlas. En las guerras de Europa del siglo XVI el aceite hirviente fue empleado como profilaxis para la infección, procedimiento cruel que por el contrario la favorecía; como accidentalmente lo descubrió Ambrosio Paré (1510-1590), cuando agotado el aceite lo reemplazó por bálsamo y las heridas curaron. Gracias a él la dolorosa cauterización de los muñones también fue reemplazada por la ligadura hemostática de las arterias. Sin embargo hasta pleno siglo XVIII habrían de llegar muchos de los procedimientos aterradores de la medicina antigua.

La cavidad abdominal era impenetrable, "la apertura del peritoneo y el contacto del intestino con el aire frío origina una inflamación mortal", afirmaba Hamilton. La fiebre purulenta que solía complicar las cirugías casi siempre terminaba con la muerte. A pus olían los pacientes operados; 80% de ellos fallecían aún en el siglo XIX.

La teoría del aire venenoso condujo a aislar las heridas mediante caperuzas francesas -a las que se les extraía el aire con campanas neumáticas- o con apósitos de algodón de Guérin, que no se cambiaban en semanas. Opuesta a estas vendas nauseabundas estaba la razonable idea de Kern de dejar las heridas siempre descubiertas.

No tuvieron efecto sobre la infección los baños helados de Von Esmarch en Kiel, como tampoco los baños de calor, ni las cajas térmicas de Guyot, utilizadas en la creencia del efecto profiláctico del clima cálido en la fiebre purulenta, enseñanza médica que había dejado la expedición de Napoleón a Egipto.

Buscando evitar que el aire venenoso pasara de uno a otro pabellón, en la guerra de secesión en Norteaméricana se construyeron hospitales con una particular estructura. Se construían de tal forma que las edificaciones nunca quedaran alineadas.

Descubierta la anestesia a mediados del siglo XIX, pudieron por fin practicarse libres de dolor muchas intervenciones, pero las infecciones sin control aún siguieron siendo fatales para los pacientes. Pasarían algunas décadas antes de descubrir los estreptococos de la erisipela, los estafilococos de la fiebre purulenta, y los clostridium del tétanos y la gangrena. Descubrimiento vertiginoso de microorganismos que caracterizó el final del siglo XIX.


BIBLIOGRAFÍA
1. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 220-221
2. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 113-116, 124, 132
3. Laín Estralgo Pedro. Historia universal de la medicina. 1a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1980: Tomo 7: 405
4. Phair S, Warren P. Enfermedades infecciosas. 5ª. Ed. México: Ed. McGraw Hill Interamericana. 1998: 118
5. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI: 6, 405
6. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 92, 97 (ilustración), 253, 258, 260
7. ToPley W. C, Wilson G. S, Miles A. A. Bacteriología e inmunidad 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1949: 100, 106-108, 110, 111, 118-128
8. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 23, 272-273, 272 (ilustración), 317, 318, 320 (ilustración), 323
9. Thorwald Jürgen. El Triunfo de la cirugía. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1960: 256, 377-378
10. Thwaites J. C. Modernos descubrimientos en medicina. Madrid: Ediciones Aguilar. 1962: 59
11. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 197-198

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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LA ASEPSIA: De las antiguas salas de cirugía al quirófano moderno

El conocimiento de la asepsia y la antisepsia cambió radicalmente el aspecto de las salas de cirugía. De las intervenciones improvisadas en el lecho del enfermo, o en la sala o el comedor de su casa, se pasó a los quirófanos como sitio obligado. Antes se suponía natural la suciedad en los centros quirúrgicos. En traje de calle, con salpicaduras de sangre y de pus, los cirujanos operaban sin lavarse, esperando como inevitable y natural la infección de las heridas quirúrgicas, no siempre suturadas. Cuando el instrumental caía al suelo era levantado para seguir operando. A este médico lo reemplazó un cirujano que acompañado por un anestesista armado de su mascarilla para aplicar el cloroformo, operaba en mangas de camisa y con delantal, que sumergía sus pinzas en cubetas con fenol y utilizaba esponjas para secar y aplicar el ácido fénico. Al final se impondría el uniforme quirúrgico y la estricta asepsia que prevalecen hoy en las salas de cirugía.


BIBLIOGRAFÍA
1. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 220-221
2. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 113-116, 124, 132
3. Laín Estralgo Pedro. Historia universal de la medicina. 1a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1980: Tomo 7: 405
4. Phair S, Warren P. Enfermedades infecciosas. 5ª. Ed. México: Ed. McGraw Hill Interamericana. 1998: 118
5. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI: 6, 405
6. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 92, 97 (ilustración), 253, 258, 260
7. ToPley W. C, Wilson G. S, Miles A. A. Bacteriología e inmunidad 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1949: 100, 106-108, 110, 111, 118-128
8. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 23, 272-273, 272 (ilustración), 317, 318, 320 (ilustración), 323
9. Thorwald Jürgen. El Triunfo de la cirugía. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1960: 256, 377-378
10. Thwaites J. C. Modernos descubrimientos en medicina. Madrid: Ediciones Aguilar. 1962: 59
11. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 197-198

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")


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sábado, 11 de octubre de 2008

PARÁBOLA DE LA VIDA HUMANA

Periplo de la vida,
subjetiva infinitud
enmarcada por la nada.

Nacimiento

Final feliz
de un viaje indeseado,
despertar a un sueño
colmado de ilusiones,
encuentro de un destino
incomprendido... incierto.

Infancia

Edad del alma cristalina,
y de la vida pura,
y sin dobleces,
años de lúdica inocencia,
de veniales travesuras,
ajenas a la carga
pesada de la vida.

Juventud

Fragua de ardorosos sentimientos,
forja de rebeldes desafíos,
derroche de vitalidad,
cruzada quijotesca
que endereza el mundo,
ímpetu renovador
cargado de ilusiones.

Vejez

Cantera excavada,
memoria de fecundas experiencias,
libro de lecciones infinitas,
frágil humanidad
en que termina
la energía de los años juveniles.

Muerte

Descanso al final de la jornada,
que descubre el misterio más temido,
aparente reencuentro con la nada,
vano anhelo de vida perdurable.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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viernes, 3 de octubre de 2008

CARTA XXXIV: LAS VIRTUDES DE LA AMANTE

Agosto 16

Mi amor:

Amante puede ser la compañera desconocida y fugaz de un encuentro no pensado, la mujer galante que nos trata con bondad y finge afecto, la confidente que compensa nuestra soledad, la querida que semanalmente comparte nuestro lecho, pero ninguna tan sublime como aquella enamorada que llena todo nuestro espacio, aquel ser que equilibra la vida del hombre atropellado y sin aliento. Aquélla que tiene siempre a flor de piel un atributo que calma nuestro enojo.

La amante es un oasis que aplaca la aridez de un vínculo que hastía. El ser dispuesto a la comprensión y a la palabra tierna. A su lado no hay gritos, no hay ultrajes, no hay rutinas ni trabajos extenuantes. No hay reclamos. Sabe de otra mujer y lo tolera. Al fin y al cabo siempre intuye que contrario a lo que se diga con encono, ella no es la otra, es la primera.

Ese ser socialmente incomprendido tiene la capacidad de transformar en lo más íntimo la vida y el corazón del hombre. Amor y lealtad son virtudes para ganarse el cielo. Resignada a la relación oculta y clandestina, renuncia la amante a la honra y los honores, al bienestar y a los derechos que solamente con el vínculo legal se brindan. ¡Qué justo premio serían a su nobleza!

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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viernes, 26 de septiembre de 2008

LA NOSTALGIA DE UN AMOR DURADERO

Los encuentros con Piedad eran para José regocijantes. Le sentía devoción, y muchos intuían que eran amantes. Se confesaban con picardía su intimidad y se apoyaban en sus conspiraciones amorosas. Entre ellos no había pasión, aunque la hubiera habido de acceder Piedad a los requerimientos de su amigo. Pero en su momento Piedad no lo juzgó oportuno, y cuando creyó que podía ser, el ardor de José, de tanto aguardar, se había extinguido. «Fue mejor así», él mismo lo decía: «De otra manera no nos hubiéramos vuelto compinches entrañables». Y es que como tales, se empeñaban en hacerse felices mutuamente, y en solucionarse recíprocamente todos los problemas.
–Esa es la vida Piedad –José le subrayaba–, cuando la relación es buena se sufre por el temor de perder a la mujer amada, cuando la convivencia es perniciosa, el sufrimiento es soportarla.

Eran los tiempos de Pilar, en quien José afirmaba que había encontrado la armonía perfecta. Pero Piedad no creía que él pudiera ser feliz con una doble vida.
–La relación clandestina vive en la incertidumbre.
–La incertidumbre del infiel no es porque la relación termine –le respondía José–, sino porque el hogar se acabe.
Y se jactaba de que con su aventura no arriesgaba nada, porque su matrimonio no podía más malograrse.
–Por el contrario, Piedad, mi amante es una descomunal ganancia.
–Sepárate –ella insistía.
–Por Eleonora no lo hago –argumentaba.

Y por Eleonora no lo hizo hasta que Elisa tomó la iniciativa. Pero en ese momento no hubo vacilación en secundarla. Cierto arrepentimiento lo acompañó por años, aunque su hija jamás le hizo un reproche. Ella sabía mejor que sus padres que el divorcio era una solución inevitable. José entonces comenzó a escribir de sus amantes, aunque cohibido, al presentir que en algún momento pasaría su autobiografía por las manos de Eleonora. Pero lo hizo para evitar que otros contaran la historia a su acomodo. Y fue medido, de pronto menos que lo que había deseado.

Era notorio su fervor por las mujeres. Todas entrañaban un potencial romance. Ideaba cortejos en su imaginación, aún durante los meses armoniosos de su matrimonio, cuando por indebidos los rechazaba de inmediato. Sin embargo a medida que se agriaron las relaciones con Elisa, fue concediendo más libertad a su imaginación para tejer idilios; y fue apareciendo el interés de que alguno en la realidad se concretara. Sólo el temor a la negativa contenía su arrojo, por lo que tras dar el primer paso, esperaba con prudencia una respuesta favorable que lo invitara a seguir en la conquista. Solía concebir romances descabellados que se quedaban inéditos entre sus más recóndito secretos, de forma que las implicadas habitualmente ignoraban que las había deseado.

Al final de sus días alcanzó a lamentar que el enamoramiento no durara para siempre, y que la especie humana no fuera en realidad monógama, porque en el fondo de su ser sí le habría gustado disfrutar tanta armonía. No lo expresaba, porque se hubiera dicho que se estaba retractando de cuanto había dicho, escrito y publicado, aunque él no lo veía de esa manera. Pensaba que había sido un cronista de la realidad de las parejas y no un instigador de adversidades. Si otra hubiera sido su convivencia con Elisa, diferente hubiera sido el mundo de su pluma. Más que la triste realidad de la pareja, habría sido su objeto la exaltación de las espléndidas, aunque fugaces, delicias del amor. Su vida amorosa también hubiera tenido un desenlace más amable. Tantos amores truncos le habían deparado dichas, pero también soledad y sufrimiento.

Al tratar de contar a sus amantes se daba cuenta de que eran menos que las que había supuesto, pues descartando encuentros casuales que terminaban en una entrega inesperada, «deliciosa pasión al rojo vivo, aunque sin mucho afecto», y excluyendo a Alicia –apenas un amor platónico–, a Piedad y a Carolina, terminaba apenas con Pilar y Claudia, a las únicas a las que les concedía la exquisitez de las amantes. Y de las dos, Claudia era la única que seguía presente, aunque su amor ya era fraterno, independientemente de lo que José pensara.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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LAS VICISITUDES DEL QUEHACER MÉDICO*

Los reiterados juicios sobre la responsabilidad médica en la asistencia pública con frecuencia conducen a afirmaciones ligeras que fundadas presumiblemente más en el desconocimiento que en la mala intención, van socavando en forma imperceptible la relación médico paciente y destruyendo la armonía que debe existir entre el cuerpo médico y la comunidad.

Lejos de ser un quehacer infalible, la medicina a pesar de su prodigioso desarrollo tiene fracasos y genera complicaciones que son desafortunadamente explotadas por el sensacionalismo periodístico, en ocasiones por el ánimo demagógico de las autoridades y no pocas veces por quienes pretenden obtener del médico beneficios materiales.

Entristece y desmotiva al médico honesto, prudente y responsable que el ejercicio de un apostolado pueda transmutarse en una labor riesgosa que conculca sus derechos. Que desproveído de las garantías consagradas para sus pacientes, se vea abocado a la adquisición de enfermedades que no pocas veces conducen a la muerte, o que se vea afrontando como criminal los estrados judiciales por servir abnegadamente a instituciones que como muchas de las del estado carecen de los recursos para ofrecer una asistencia médica segura.

No debe perder la comunidad la confianza en quienes deposita el cuidado del preciado don de la existencia, tampoco aquéllos deben defraudarla, ni debe el Estado abandonar al médico a una atención con míseros recursos, que le niega los medios para aplicar su ciencia y lo aboca a una práctica censurada por sus propias leyes.

La labor silenciosa tantas veces angustiante y siempre humanitaria es la que en mente debe prevalecer del médico, profundo conocedor de los problemas sociales de su entorno, pero absurdamente alejado de las decisiones gubernamentales que rigen la salud.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Estas reflexiones que me asaltaban hace 15 años y que fueron publicadas en el diario colombiano “El Espectador” (diciembre 6 de 1993, pág. 4A), no dejan de ser válidas a pesar del tiempo transcurrido

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jueves, 18 de septiembre de 2008

SOY

Vida soy
que a cambio de nada se subasta,
inútil bien que sueña en imposibles.

Llama soy de libertad ardiente
que no teme en cenizas transformarse,
sangre hirviente de un corazón
que anhela desangrarse:
defensor suicida de ideales.

Espíritu soy
que subyugan los placeres,
clamor que al hombre recrimina
su vocación de esclavo
que el goce desdeña de la vida.

Soy razón indómita
que a la existencia
no encuentra su sentido,
y sentimiento al que embriaga
lo bello de la vida.

Soy voluntad inquebrantable,
aleación de principios y razones,
corazón que el déspota subleva,
doblega el débil,
y embriaga la mujer
con su ternura.

Corcel soy en que el valor cabalga,
encontrando el riesgo apetecido,
alma atraída por la parca,
tempestad en la lucha,
tenacidad
que no se detiene ante el abismo.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)

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JOSEPH LISTER - LA ANTISEPSIA

Sin el control de la infección era imposible concebir el éxito de la cirugía. En el tiempo se pierden los fracasados intentos que a causa de la sepsis culminaban en la muerte.

Inspirado en los estudios de Pasteur, Joseph Lister (1827-1912), profesor de cirugía en Glasgow, relacionó la sepsis postoperatoria con los fenómenos de la fermentación descritos por el sabio francés, responsabilizó a los microorganismos de la putrefacción de las heridas e implantó en 1867 la técnica antiséptica en cirugía.

Abstraído en la infección de las fracturas abiertas, que a diferencia de las cerradas estaban hasta su época condenadas a la amputación por la gangrena y la fiebre purulenta, Lister buscó al fenómeno una explicación, y postuló al final de sus cavilaciones que el aire rico en bacterias, como lo había demostrado Pasteur, era el responsable. El 18 de febrero de 1847 le escribía al genio francés: "Permítame que le manifieste mi mayor reconocimiento por haberme demostrado, mediante sus brillantes investigaciones, la teoría de los gérmenes de putrefacción, con lo cual me ha indicado el principio para conducir a buen fin el sistema antiséptico”.

Poco lo convencía la teoría de los gases y los miasmas que causaban fermentaciones y putrefacciones al entrar en las heridas. En cambio era admirador ferviente de aquél francés aún desconocido, que había responsabilizado de la fermentación y la putrefacción a microorganismos de rápido crecimiento. "Si buscamos las causas por las que una herida exterior, comunicada con el núcleo de la fractura, puede provocar consecuencias graves, nos vemos forzados a atribuir el hecho a la descomposición por influencia atmosférica de la sangre derramada en mayor o menor cantidad. [...] El químico francés ha demostrado de un modo palpable que el aire no tiene esta propiedad a causa del oxígeno, sino debido a partículas muy pequeñas que flotan en él y que no son más que los gérmenes de diferentes seres vivos inferiores", anotaba Lister. Sus adversarios opinaban sin embargo que no eran aquéllos causa sino consecuencia de la descomposición. Dispuesto a comprobar que la putrefacción de las heridas era un fenómeno similar al estudiado por Pasteur y con origen común en los microbios, Lister inició la desinfección química de las heridas. Pasteur había descubierto el calor para eliminar microbios, pero el método no era aplicable a ellas. Utilizó por tanto cloruro de zinc, sulfatos y ácido fénico. El éxito del doctor Crooks, al eliminar con fenol el olor fétidos de la tierra, lo afirmó en la bondad del ácido fénico contra los microbios. En 1866 se atrevió a utilizarlo en las heridas.

Ante la irritación de la piel por el químico, ideó un vendaje oclusivo de ácido fénico y parafina con ocho capas de gasa y una de seda impermeable, que se hizo famoso, y que debía bloquear como un filtro, según su parecer, la llegada de los microorganismos a los tejidos. El experimento fue exitoso: en 1870 el método de Lister había disminuido de 45 a 15% la mortalidad en los amputados.

Su confianza en el procedimiento fue tal, que a su hermana Isabel Sofía con un cáncer de seno, la sometió a una intervención antes mortal. Con el éxito de la operación se acrecentó su confianza en el fenol.

Ante la Medical British Society presentó sus hallazgos, inculpó a los microorganismos de la infección postquirúrgica y presentó un método capaz de destruirlos. Pero la ovación esperada se trasmutó en ataques que afirmaban que su método ni era nuevo ni servía. Le recordaba Simpson, que en 1865 el farmaceuta francés Jules Lemaire había descubierto la acción antiséptica del fenol, y que Necker había usado el alcohol y Velpeau la tintura de yodo. Simpson obstinadamente se opuso a Lister y con él se trenzó en guerra de artículos en "The Lancet". Lister no había visto las bacterias pero creía en ellas, sus contradictores no las habían visto ni aceptaban que existieran. Era difícil para ellos entender que los microbios eran la causa de la fiebre purulenta.

Mientras los médicos que aplicaban mal el método confirmaban la idea de que el fenol no servía, Lister convencido de su bondad lo extendía al aseo de las manos, del instrumental, de la piel del enfermo, y a la desinfección del ambiente, construyendo un famoso pulverizador que llevaría su nombre. La guerra franco-prusiana permitió confirmar la excelencia de su aporte. Fueron los alemanes los primeros en creerle y los más fieles defensores de su método, luego lo hicieron los suizos y final, pero lentamente todo el mundo.

Al término de sus días pudo gozar de los honores que en justicia merecía. Fue elegido presidente de la Royal Society y recibió de la Reina Victoria el título de lord.

Bottini en Italia, Billroth en Alemania y Lucas-Championière en Francia fueron los primeros en seguirlo. Los médicos viejos, resistentes al cambio, en la medida en que fueron relevados o perdieron por su obstinación los pacientes, permitieron el afianzamiento de la técnica de Lister. Daba pereza implantar tanto ritual quirúrgico; Billroth lo llamaba "la limpieza exorbitante", y los cirujanos exclamaban con sorna: "cerrad pronto la puerta no vayan a entrar los microbios de Lister".

Entre sus opositores figuraba Lawson Tait, cirujano de Birminhgam quien tercamente obstinado contra la antisepsia de Lister, diríase que expresaba más una antipatía personal. Consciente de que la suciedad conducía a la infección de las heridas practicó otras formas de desinfección que merecen consignarse. Usaba jabones y lavaba con cepillo sus manos; hervía elementos y utilizaba mucha agua hervida, aunque no dejaba de sostener entre sus dientes suturas y escalpelo cuando sus manos se ocupaban. Pero cuando sus manos se contaminaban con material séptico, durante días dejaba de operar, realizaba pequeñas incisiones, apenas suficientes e intervenía con rapidez; razones suficientes para explicar sus bajas tasas de infección.

La limpieza prequirúrgica también se conseguía en tiempos de Bassini (segunda mitad del siglo XIX), mediante cepillos y lejía concentrada de jabón, en exhaustivo lavado que rebasa notablemente el área quirúrgica, la cual se afeitaba y se trataba con soluciones antisépticas.

La desinfección con fenol descubierta por Lister se fue extendiendo por todos los quirófanos. Pulverizado sobre el campo operatorio, en paños y esponjas, en cubetas para el lavado de manos, del instrumental y las suturas; empleado en un principio sobre los tejidos en las intervenciones externas, más tarde en la cavidad abdominal que se lavaba con litros de solución y finalmente rociado sobre la médula. Las salas de cirugía que antes olían a "matadero", comenzaron a hacerlo a fenol y cloroformo: a antisepsia y anestesia. Tan amigo se había vuelto el mundo del fenol, como temeroso había sido de las infecciones. Sin embargo no era inocuo e intoxicaciones sistémicas se presentaron entre el personal que asistía a las intervenciones.

Cuando se lograron estudiar los gérmenes del aire se descubrió que no había tantos y tan peligrosos como los que se descubrían en la tierra y en las heridas infectadas. Lister consideró entonces (1887) innecesario su pulverizador. En el cirujano, en su ropa, en el instrumental, estaba el enemigo. No debía hablarse más del aire venenoso, tan sólo de la infección por contacto como lo había señalado Semmelweis.


BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966: 124-127
2. Bolton Sarah K. Héroes de la ciencia. Buenos Aires: Editorial Futuro. 1944: 207, 208
3. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
4. Enciclopedia Barsa. Editores Encyclopaedia Britannica, INC. 1960: Tomo 11: 363
5. Encyclopédie pur l’image, Pasteur. París: Librairie Hachette. 1950: 32, 132
6. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 468
7. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 97 (ilustración), 125-133
8. Metchnikoff Elias. Estudios sobre la naturaleza humana. Buenos Aires: Orientación Integral Humana. 1946: 225
9. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI: 6
10. Pfeiffer John. La célula. En Colección Científica de Life. México: Ed. Offset Multicolor SA. 1965: 184
11. Pujol Carlos. Forjadores del mundo contemporáneo. Barcelona: Editorial Planeta. 1979: Tomo 3, 240, 414-416, 419-421
12. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 259-260
13. Tamargo J, Delpon E. Antisépticos y desinfectantes. En Farmacología. 16ª. Ed. Madrid: Interamericana-McGraw-Hill. 1996: 885
14. ToPley W. C, Wilson G. S, Miles A. A. Bacteriología e inmunidad 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1949: 11
15. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 281, 282, 291, 296, 299, 299 (ilustración), 300, 315, 316, 402
16. Thorwald Jürgen. El Triunfo de la cirugía. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1960: 5, 133, 144-152, 155, 156, 258, 273
17. Thwaites J. C. Modernos descubrimientos en medicina. Madrid: Ediciones Aguilar. 1962: 264
18. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 152, 154


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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viernes, 12 de septiembre de 2008

ASÍ HE DE AMARTE

Cubriré tu cuerpo con mis besos
sobre un lecho de tus flores favoritas,
y esparciré fragancias que rimen con tu aroma.
Haré que el frenesí se funda con el arrullo tierno
y tu pudor se rinda a mi tímido arrebato.
Deshojaré cual pétalos tus velos
y expondré tu perfección desnuda:
tibia piel, inédita y radiante.
Abrigaré tu desnudez con mis caricias:
declaración de un sentimiento palpitante.
Haré de tus susurros y los míos
-secreto rumor de las palabras-,
un florilegio, una romanza,
una canción de amor beatífica y profana.
Exploraré las tentadoras dichas de tu cuerpo,
surcaré tus caminos y meandros,
y sembraré el carmín de mi pasión
en una posesión inolvidable


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")
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CARTA XXXIII: QUE TU EX MARIDO NO TE EMBAUQUE

Agosto 14

Copito de algodón:

Sólo eso nos faltaba, que quiera volver tu ex marido a la conquista. No habrás creído que es un hombre diferente y que te quiere. Con suficiencia conoces sus defectos como para que te repliegues al pasado. La personalidad no cambia así de fácil. Aquellas promesas apenas son argucias, malas artes con que intenta persuadirte aquel infame.

En pos de un interés apetecido todo hombre es capaz de ocultar sus más intolerables rasgos. El cambio milagroso ocurre en apariencia, pero tras la seguridad de la conquista se advierte que la personalidad nada ha cambiado. ¡No deja de ser quien siempre ha sido!

El arte de la convivencia radica en las afinidades, cielo mío. Disparate es pensar que se atraen los temperamentos opuestos, cuando por el contrario siempre se repelen.

Cuanto más distantes sean las inclinaciones, los proyectos, las creencias, las motivaciones y los hábitos, más difícil será la convivencia. Tras la embestida de Cupido, llega el halago, el deseo de complacer al otro, aun sacrificando todos nuestros gustos. Hay felicidad en la renuncia. Pero ¡Ay del momento en que regresa la cordura! Resulta imposible mantener las concesiones. Resultan odiosas las renuncias.
Alfredo nunca fue un ser afín a tu carácter. Si un espíritu próximo buscabas, en mí lo has encontrado.

Cuanto menos deba dejar para seguirte, cuanto menos debas ceder para seguir mi paso, más fácil perdurará el amor, pues más fácil coincidirá la realidad con nuestra fantasía.

Cuanta ventaja lleva el amor signado por la afinidad de la pareja. El resto son reglas elementales que deben hacer la vida en común confiable y transparente. Pautas viables, que pueda cumplir el individuo. No las inalcanzables que la sociedad estila, sino aquéllas que pacten los amantes.

Entre nosotros son bien claras: los derechos que no tienes no me los concedas, lo que no te ofrezco tampoco te lo exijo, y las obligaciones deben ser para los dos las mismos.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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sábado, 6 de septiembre de 2008

EL ÚLTIMO PRÓLOGO

Todo en mi es pasado, poco o nada queda por vivir. Todo pertenece a los recuerdos, los hechos de hoy y del mañana. El futuro que queda lo escribiré en pasado porque ya tiene punto final el libro de mi vida. Evocar es mi destino; todo el tiempo está dispuesto para ello, y sin afanes. No tiene que pasar mi vida en un instante, tampoco toda tiene que desfilar ante mis ojos. Dosificada por mi memoria transcurre lentamente, enlentecida por las reflexiones que siempre la asaltaron. Porque reflexiones y pensamientos, más que hechos, fueron los que entretejieron la trama de mi vida.
No sé cuantos días le queden al péndulo de mi existencia, pero esta hospitalización tiene el sabor de una solemne despedida. Si me hubiera apresurado hubiera publicado mis memorias, pero siempre me interesó más escribir del mundo que de mis propias cosas. Pero quedan mis notas para quienes después de haber muerto quieran conocerme. No detallan lo material, ni dicen dónde nací, con quién crecí... ni el lugar, ni la hora de mi muerte. En cambio desnudan mis ideas, la auténtica fuente para saber quién fui. Porque el hombre es lo que piensa; y lo que piensa, lo que le sobrevive.
De todas formas mi mente briosa no comprende que un cuerpo escuálido y vencido la arrastre en su pendiente. Por eso la fuerza de mi pluma aún no se extingue, y sigue dando frutos al vaivén del ánimo de mis postreros días, azuzada por ideas propias del pensamiento de los moribundos. Y mientras baja el telón, se seguirá inspirando en los asuntos de siempre, en hechos cotidianos, en los recuerdos y las divagaciones, y hasta en los sueños que intentan conocer el rostro de la muerte.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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NUESTRO TRÁNSITO CAÓTICO *

Mientras los cargos en la administración pública se sigan constituyendo en fortín con que se halaga al amigo o se pagan vergonzosas "contraprestaciones" políticas, sólo por azar podremos encontrar funcionarios idóneos en las dependencias del gobierno.

La saciedad de esas insanas ansias de poder, solamente dejan gestiones estériles, producto del desconocimiento y el desinterés por los problemas de la comunidad, y de la ausencia de conocimientos técnicos que provean las soluciones.

Bogotá, fiel reflejo de los males del país, padece entre sus muchas dolencias el caos vial más aterrador de su historia, generado en gran medida por la actitud negligente de las autoridades.

Con la idea del reciclaje, se arrasan grandes tramos de pavimento de importantes avenidas y con indolencia se causa daño a los vehículos y se prolongan por meses innecesarias congestiones.

A la Secretaria de Tránsito ha llegado un experto en trasportes con la intención de agilizar el tráfico. Desde ya podemos intuir que no lo logrará. No cuando a un problema tan complejo contribuye el desinterés de los agentes de tránsito, incapaces de controlar el instinto contraventor y criminal de tantos conductores de buses y camiones; y más cuando ellos mismos infringen las normas que deben hacer respetar y crean inimaginables obstrucciones como las de la autopista norte, con los lentísimos cortejos fúnebres que ahora encabezados por los mismos patrulleros se toman el más veloz de los carriles.

Si el Secretario no conoce ni a sus mismos subalternos, ¿cómo podría con su concurso implantar los correctivos?

Más fructíferos probablemente serían en los cargos públicos ciudadanos comunes que al menos conocen y padecen el caos de una ciudad intolerable y anárquica.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Quince años después de publicada esta epístola en el diario colombiano El Espectador (agosto 3 de 1993, pág. 4A) los hechos referidos no han perdido actualidad. Sigue por ejemplo candente el tema del clientelismo político, el de la movilidad en Bogotá llegó a su punto más crítico, y hoy como ayer se siguen reparando con lentitud desesperante vías que no justifican costosos arreglos, mientras las más destrozadas siguen marginadas del mantenimiento necesario. Resulta de Perogrullo afirmar que la historia siempre se repite.



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sábado, 30 de agosto de 2008

LAS NUBES

Habitantes volátiles del cielo
de caprichosas formas
que la imaginación recrean.

Eterno rincón de soñadores,
refugio de poéticas quimeras,
balcones a los que asciende el alma
queriendo dominar el infinito.

Copos purísimos, gráciles siluetas,
perfiles que evocan íntimas figuras,
vaporosos seres que crecen
y se esfuman al querer del viento.

Blancas estelas que se incendian
con el sol en el poniente,
trazos de gris zigzagueante
que interrumpen el azul del cielo.

Espectros trashumantes de la noche
que sólo ante la luna se revelan,
mágicas montañas de profunda bruma,
que en estrecho abrazo se confunden.

Cuerpos etéreos oscuros y profundos
que cargados de tristeza,
en llanto torrencial se precipitan.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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LAS VACUNAS: LA RABIA Y EL CARBUNCO

La historia de la inmunización también toca a Pasteur. Se encontró accidentalmente con ella al inyectar cultivos viejos de Pasteurella pestis, bacilos del cólera de las gallinas. Esta inoculación no ocasionó la muerte de las gallinas y en cambio previno su aparición ante una nueva inyección de cultivos frescos.

Demostrada la atenuación del bacilo colérico de las gallinas en cultivos adecuados, Pasteur se introdujo en las técnicas de atenuación viral. Ignorando aún el agente causal, Pasteur sospechó que debía encontrarlo en el sistema nervioso central, y tuvo la fortuna de aislar en él, el "tóxico" de la rabia. Tras exitosas experiencias con perros sanos y rabiosos, las mordeduras recibidas de un perro con rabia por el joven Joseph Meister le brindaron la posibilidad de utilizar por primera vez en el ser humano, el 6 de julio de 1885, la vacuna contra la rabia.

El paso del virus de la saliva del perro enfermo por el cerebro del conejo terminaba en la obtención de un "virus fixe" con toda la virulencia. Pero el virus recuperado de la médula espinal del animal muerto, luego de haber sido secada al aire estéril durante dos semanas, perdía la virulencia, y protegía de la enfermedad a los perros expuestos a la forma virulenta. Había obtenido un virus atenuado.

Escribió Pasteur: “Tome dos perros, los hice morder por un perro rabioso. Vacuné a uno, dejando al otro sin tratamiento. El último pereció de hidrofobia; el primero la resistió. Sin embargo yo debería multiplicar los casos de protección de perros, y pienso que mis manos temblarán cuando tengan que llegar al hombre”. Más de un año transcurrió para que se diera ese momento decisivo.

Un joven alsaciano con 14 heridas en su cuerpo causadas por un perro rabioso, y quien además no había recibido el tratamiento con ácido carbólico -que se recomendaba entonces-, dio por fin la oportunidad de probar la vacuna de Pasteur. ¿Qué más podía ofrecerse a quien inevitablemente se asomaba a la muerte?

Durante diez días, trece veces inoculó Pasteur a Joseph Meister con médula espinal de un conejo muerto de rabia dos semanas atrás. La inmunidad inducida impidió la enfermedad y lo protegió además del virus fijo utilizado por Pasteur para confirmar la bondad del tratamiento. Un segundo caso se dio cuando un pastor mordido seis días atrás, fue inoculado por Pasteur, salvándole la vida. En seis meses, de 350 casos, sólo una niña mordida 37 días antes de vacunarse, perdió la vida. Un año después de la inoculación de Meister unas 2500 personas habían sido vacunadas contra la rabia.

Cuatro años antes de la histórica experiencia, el 31 de mayo de 1881, Pasteur había realizado otro gran experimento, la famosa vacunación de ovejas con bacilos del carbunco. Las 24 vacunadas sobrevivieron, de las no vacunadas todas enfermaron y murieron. Esta vez había sido el calor el responsable de la atenuación accidental de la bacteria.

El resultado del experimento había sido anticipado por Pasteur: “Tómense cincuenta corderos, inocúlense a 25 con cultivos de virus de antrax y algunos días después inocúlense a todos los cincuenta con un cultivo muy virulento. Los veinticinco no previamente inoculados perecerán todos, mientras los ya inoculados sobrevivirán”. Médicos, veterinarios y agricultores acudieron entre escépticos y burlones a observar el ensayo. Pidieron, para evitar trampas, que se aplicaran dosis mayores de los cultivos virulentos. Pasteur con seguridad en sus afirmaciones aceptó todos los condicionamientos. Transcurridos los angustiosos días, los testigos descubrieron veintidós corderos muertos, dos agonizantes y uno enfermo, los veinticinco vacunados estaban por el contrario saludables.

El científico se convirtió en el "hijo más ilustre de Francia" y se le honró con la Gran Cruz de la Legión de Honor. Los triunfos de su genialidad fueron el germen del hoy célebre Instituto Pasteur, inaugurado el 14 de noviembre de 1888, obra de una suscripción popular organizada por sus entusiastas sus admiradores.


BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966: 122-124, 127-130
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13. Murillo L. M. La medicina del Viejo y Nuevo Mundo del Descubrimiento a la Colonia. Conferencia en Simposio de Medicina Precolombina y Colonial, julio 1992, 5, 6
14. Nisenson Samuel, Cane Philip. Gigantes de la ciencia. Buenos Aires: Plaza & Janés S.A. 1964: 121-124, 177-183, 270
15. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI: 6
16. Pfeiffer John. La célula. En Colección Científica de Life. México: Ed. Offset Multicolor SA. 1965: 172, 180 (ilustración), 181
17. Phair S, Warren P. Enfermedades infecciosas. 5ª. Ed. México: Ed. McGraw Hill Interamericana. 1998: 3, 669
18. Pujol Carlos. Forjadores del mundo contemporáneo. Barcelona: Editorial Planeta. 1979: Tomo 3: 406, 409, 410
19. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 175-178, 184 (ilustración)
20. Soriano Lleras Andrés, La medicina en el Nuevo Reino de Granada, durante la Conquista y la Colonia. 2a. Ed. Bogotá: Editorial Kelly. 1972: 192
21. Thwaites J. C. Modernos descubrimientos en medicina. Madrid: Ediciones Aguilar. 1962: 54
22. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 28, 123-132, 157, 159, 161, 165

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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viernes, 22 de agosto de 2008

CARTA XXXII: TU SENTIDO DE JUSTICIA

Agosto 12

Copito encantador:

Debo confesar que aún me sorprende tu defensa del co-merciante de la calle. Y no por el convencimiento con que actuaste, sino por esa actitud valerosa y enérgica que no te conocía. Apenas alcanzaba a imaginar tu cuerpo frágil, dueño de tanta fortaleza. Tu humanidad menuda, propicia a los cuidados, actuando como escudo.

Ya ves como opera la fortaleza del Estado. Débil con los fuertes y fuerte con los desvalidos. Al pobre diablo le decomisaron toda su mercancía. De nada valieron tus argumentos ni tu enojo. Sencillamente no tenía aquél derecho al uso del espacio público. Queda sólo el pesar por el hambre y las necesidades que ya estará pasando con toda su familia. No me atrevo sin embargo, a culpar como tú, a los pobres policías. ¿Obligados al cumplimiento estricto y ciego de las órdenes, que más opción tenían? Antes toleraron con estoicismo tus reclamos.

Ahí tienes la cotidiana ruptura entre la ley y el deber ser, entre lo moral y lo jurídico. ¿Qué vale más, un espacio despejado o el derecho de un hombre a alimentarse? Acaso hubo con su vecino mejor motivo para el decomiso. Sorprendido con copias de discos ilegales, a él también se lo llevaron. ¿Pero habrá justicia en ese proceder? Porque en ese delito hay más culpables: el que abusivamente copia, el que indebidamente compra y sobre todo los que codiciosamente fijan el precio del producto auténtico. Éstos, en procura de ambiciosos rendimientos marginan de su mercado al pobre, olvidan la función social del arte y favorecen las copias ilegales.

Pienso que el Estado habitualmente confabulado con quien tiene el poder y la riqueza no tiene interés en poner límites a la ganancia codiciosa. Y pensar que a un precio justo los discos originales estarían al alcance de todos los bolsillos y la rebaja se vería seguramente compensada con la mayor demanda.

En fin, no da para más el incidente. En conclusión eres una mujer justa y sensible. Y a nuestros ojos, que son más objetivos, pesa más la humanidad y el poder de la razón que cualquier medida intransigente.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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CARTA XXXI: LO QUE OTROS DESEAN, YO A MIS ANCHAS LO DISFRUTO

Agosto 10

Dulce copito:

Qué hermosamente ciñen tu cuerpo los encajes, cuánto esa ropa íntima resalta con tus formas. Esas diminutas prendas que guardan tus secretos, que no cubren nada, pero lo ocultan todo, son el objeto del más apasionante juego. Blancas, negras o amarillas, igual destacan las líneas jugosas de tu cuerpo, igual desencadenan la cascada de un gozo inevitable. Desde que mis ojos se apropiaron de tus íntimos espacios, no dejo de evocar los momentos en que fuiste mía.

Y cuando veo las miradas inquietas con que los hombres te devoran, lejos de disgustarme, inflo mi ego. Cuanto ellos desean, yo en abundancia lo poseo.

Abrevo en tu cuerpo y no me sacio nunca. Le conozco su fragancia y todos sus humores, lo exploro con frecuencia por todos sus resquicios. Nunca termino. Tu piel es infinita. Siempre comienzo cuando el recorrido acaba. Soy catador empedernido de tu cuerpo, en él libo y me deleito hasta el cansancio. Cansancio del que no advertiré nunca su llegada. Contigo cada nueva ocasión es la primera.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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viernes, 15 de agosto de 2008

LAS NAVIDADES Y LA REMINISCENCIA DEL DICTAMEN

La Navidad siempre fue feliz para José porque nunca le permitió la entrada a la nostalgia. Era para él un tiempo para disfrutar y descansar, para mostrar una sonrisa, para olvidar las penas, para ser indulgente y complaciente. Gozaba con las luces y el retumbar de la pólvora, con el árbol, con el pesebre, con la música y los arreglos navideños.
Recién había el año comenzado, cuando él se convenció de que la próxima Navidad no lo encontraría presente. La entrevista con el médico había sido terminante. Prefirió olvidarse del porvenir y sumirse en el pasado, dejando desfilar una a una las navidades por su mente.
Primero vio entre brumas un tumulto de chiquillos en plena algarabía, entre ellos él, de tres o cuatro años, insistiendo en tocar su pandereta, mientras los adultos intentaban sin éxito imponer la disciplina para cantar los villancicos. Llegaron luego recuerdos más nítidos, como el primer regalo de Navidad del que tenía conciencia. Lo había dejado –le habían dicho– el Niño Dios sobre su cama. Era un triciclo de colores vivos. También llegó la memoria de la Nochebuena en que confirmó que los regalos los traían los padres, y la primera Navidad en compañía de su primer amor. Hasta las navidades en casa de Elisa asaltaron su memoria: era una reminiscencia digna, nada premonitoria de los malos ratos que vendrían. Evocó la primera Navidad con Eleonora, colmada de amor y de regalos. Años maravillosos en que retribuyó como padre todo el afecto que recibió de niño. Pero Eleonora creció, y en ausencia del alborozo infantil, la Navidad se volvió más sobria y solitaria. Vino a su mente Scrooge como encarnación de quienes la detestan, y pensó en los que con la Navidad arropan su tristeza. Él no era ni lo uno ni lo uno. De pronto en ausencia de alguna compañía la Nochebuena lo había cogido en la intimidad de su estudio, solo sí, mas no afligido, pues tal era su alborozo que preparaba el apartamento como para una fiesta, una fiesta con sólo un convidado. Encendía todos los focos, inundando de luz hasta el más pequeño de los rincones del apartamento, prendía el equipo de sonido, lo cargaba con discos compactos de melodías tradicionales, y se sentaba a degustar un buen licor en su silla favorita. Poco antes de la media noche se servía un exquisito lomo de cerdo en salsa de ciruelas, el que siempre prefería al pavo acostumbrado, y a eso de las doce de la noche se asomaba al balcón a ver el espectáculo multicolor de los juegos pirotécnicos. Esa soledad plácida se interrumpía con las llamadas de costumbre: de Piedad, de Alicia, de Claudia –la ex amante que nunca lo olvidaba– y de Eleonora. Aunque lo más frecuente era que su hija lo acompañara desde la media noche, después de cumplir las mismas obligaciones con su madre.
No habría más navidades, se dijo con nostalgia. El médico había sido demasiado franco al explicarle que había entrado en un deterioro acelerado que conduciría a la muerte.
–Señor Robayo, no soy amigo de ponerle plazo a mis enfermos, pero es un hecho que el tiempo se nos está agotando.
Le recalcó que el final de la vida era tan natural como llegar al mundo, y le habló del cuidado paliativo.
–Ese cuidado significa que se controlará el dolor, que tendrá descanso reparador, que lo mantendremos hidratado, y que buscaremos la forma de alimentarlo de la mejor manera. Tendrá compañía en todo momento, así como la atención profesional que necesite. Podemos entrenar familiares en los aspectos técnicos de la asistencia. Morir en su casa, tranquilamente, disfrutando del afecto de los seres queridos es el ideal de la mayoría de los enfermos.
José pensó que era mejor alejar la sombra del hospital en su agonía, pero cierto presentimiento le indicaba que no sería posible. Cuando llegaron las complicaciones el hospital se convirtió en su casa.
Recordar aquel episodio lo hizo revivir el día en que le dieron el dictamen. La muerte había sido por años, y sin necesidad, el eje de sus pensamientos, y aseguraba que celebraría con un abrazo su llegada. Pero cuando el doctor Mendoza le confirmó el diagnóstico, ni remotamente esperó estrechar a la parca entre sus brazos. Tampoco perdió la compostura. Con desazón escucho las explicaciones pertinentes. Desde que el cáncer inicial se llama in situ y es curable, hasta que el suyo era un infiltrante que le quitaría la vida. Él lo entendió así, aunque el médico en ningún momento abatió sus esperanzas. Del consultorio salió sereno, al encuentro de su hija que lo esperaba en la sala de recibo. «Malas noticias, ha comenzado la cuenta regresiva». Se trenzaron en un estrecho abrazo. Fue parco, le dio pocos detalles. Le pidió que lo dejara sólo, para poder ordenar sus pensamientos. Ella se marchó en el auto y José se fue perdiendo entre los transeúntes. Pensó que todo moribundo debía hacer un balance, como quien deja un cargo, y vertiginosamente fue pasando su vida por su mente. Se sintió satisfecho. Pero al volver al presente lo sobresaltó la certeza de su deterioro lento y progresivo, doloroso sin lugar a dudas. De todas maneras nada que miles de millones de humanos no hubieran padecido.
Angustia por el momento de la muerte no sentía. El recuerdo de los amigos idos le hacía ver con naturalidad el trance. Aunque el recuerdo de cada desenlace parecía más motivo de intranquilidad que de sosiego. Cada fin era particular e inolvidable. ¿Sería el suyo como lo había planeado?
En los días siguientes la muerte lo puso a pensar en demasiadas cosas. Los asuntos de sus bienes y su sucesión hacía tiempo los tenía resueltos. Pensaba en los proyectos postergados que se quedarían aplazados definitivamente; pensaba en su obra, que sería uno de los medios para recordarlo; pensaba en sus seres queridos y en el trance de la separación; y pensaba, ¿por qué no?, en un reencuentro, pues no tenía indicio que le impidiera suponer que se reuniría con quienes lo habían antecedido.
Comenzó a enfrascarse en cuestiones religiosas y morales. Quisiéralo o no, la muerte tenía que ver con ellas. La posibilidad de un más allá, de un encuentro con Dios, de un premio o de un castigo, eran asuntos de los que no podían dar testimonio ni el más creyente, ni el más reacio de todos los agnósticos. El bien, el mal, lo mundano, la virtud, los instintos, el pecado, la infidelidad, el placer, la libertad, la ira, la venganza, la santidad, los sentidos, la eutanasia, eran ideas perseverantes en su mente. Todas tenían que ver con la suerte de quien traspasa las fronteras de lo conocido. Las hizo objeto de sus reflexiones, y como buen escritor, las fue consignando en una agenda, y en últimas en lo que tuviera a mano. A veces las mezclaba con los sucesos diarios y les ponía un título que le permitiera identificar el contenido, como «El último prólogo», «Muerte y bondad: objeto de mis sueños», «Eutanasia», «Mariana», «Un juicio en mi inconsciente», «El estoicismo», «Javier», «Alicia», «Mujer, sexo y ternura», «La santidad», «Irma y el conocimiento del amor», «Juicio de Dios y de los hombres», «En lo íntimo, ni la religión ni la moral», «Al fin frente a la muerte» o «Lo mejor, la infancia».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")


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EL MINISTERIO DE SALUD EN MANOS AJENAS*

Contaminada por los desprestigiados vicios de la política, la función directiva en la administración pública poco puede interesar a quienes guiados por un apostolado, nos inclinamos por destinos con más nobles y halagadores ideales.

Así, en forma imperceptible, los médicos nos fuimos alejando de la dirección de la salud hasta aceptar en forma resignada la afrentosa imposición de un ministro guerrillero. Pero más que por una sensibilidad herida por la usurpación en el gobierno de una posición que debía correspondernos, debemos sentir pena por habernos dejado marginar de una responsabilidad social que deberíamos juzgar ineludible.

Tal vez ahora cuando se da la circunstancia feliz de un relevo en el ministerio de salud, y cuando el presidente comienza a enderezar sus vacilantes pasos, pueda por fin el gobierno devolver el manejo de la salud a quienes ciencia, razón y moral asiste para dirigirla.


* Esta epístola fue publicada en el diario El Espectador el 5 de enero de 1993 (pág. 4A). Sigue siendo válida en la medida de que los médicos en Colombia preferimos ser más espectadores o víctimas de las políticas de salud que rectores de su destino. Por el contrario, la que consideré en su momento afrentosa imposición de un ministro guerrillero (Antonio Navarro Wolf) merece hoy una rectificación. Desmovilizado del M-19, Navarro ha sido como ministro, congresista, constituyente, alcalde y gobernador el mejor ejemplo de la reincorporación de un guerrillero a la sociedad.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")


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viernes, 8 de agosto de 2008

FATALIDAD

Frágil esencia
del barro modelada
que vuelve a ser tierra
en el ocaso.

!Vida efímera¡
!Destino irremediable¡

Al ser, son los anhelos,
pasiones y dolores...
infinitos;
raudos en cambio
los abrasa el tiempo.

Es la existencia exhalación de gozos,
sucesión de interminables sacrificios,
inútil carrera
tras la plenitud inalcanzable,
esclavitud al mundo
arbitrario de los hombres,
que sin razón postergan
el goce de la vida.

Efímeras dichas,
constante incertidumbre,
¡Angustia de vivir!
¡Angustia por vivir!
¡Angustia por la muerte!


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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LAS VACUNAS: LA VIRUELA

La viruela, al igual que la peste y muchas otras epidemias, se propagó siguiendo las rutas comerciales. Su rastro en la antigüedad es difícil de seguir, pero se sabe que China y la India la padecieron con todos sus rigores, que África la sufrió en el siglo VI y Francia fue devastada por ella en el año 570. A partir de este momento la documentación es más florida y da testimonio de sus innumerables brotes en el mundo; cada uno con una estela de miles de cadáveres.

En 1766 dos millones de rusos muertos dejó la epidemia. Al continente americano llegó con la conquista y con el comercio de esclavos procedentes de África. Su virulencia pareció mayor que en los brotes europeos. La mitad de la población de México (tres millones y medio) fallecieron en la epidemia de 1520. Doscientas mil personas murieron en la primera epidemia de la letal enfermedad en la Española en 1515. En el Nuevo Reino de Granada desaparecieron en los brotes de 1558, 1566 y 1587 poblaciones enteras. Por igual tocaron a indios y a españoles, a nobles y a plebeyos. Treinta años duró la última de ellas en la que sólo sobrevivió 10% de la población indígena de Tunja.

La viruela acabó con el ejército del emperador germánico Federico Barbarroja en el siglo XII, se llevó entre sus víctimas a Fernando VI de España y a su esposa, y al rey Luis XV de Francia, contagiado por una de sus jóvenes amantes. Embarazoso fue su funeral cuando en su corte todos sintieron temor de manipular su cuerpo.

El horror a la muerte y a la desfiguración fue el único sentimiento que la viruela inspiró a la humanidad que conoció de sus peligros. Por siglos, el hombre convivió con dos formas del padecimiento, presentaciones que guardaban el secreto de la inmunidad: una epidemia grave con muchas víctimas y otra benigna con baja mortalidad que confería inmunidad a ambas.

En Asia Central, China, India, Turquía y África, el conocimiento empírico del fenómeno originó medidas de protección contra el padecimiento. En la India, en las epidemias ligeras, se vestía a los niños con la ropa de los enfermos, y en Asia Central se inoculaba con agujas el pus de la viruela. Otra forma de variolación, como se conoció el procedimiento, consistió en colocar hilos impregnados con pus seco sobre rasguños frescos practicados a los así vacunados. En África la utilizaron los amos con sus esclavos y en Turquía con las bellas esclavas caucásicas, en quienes más la desfiguración que la muerte, era temida. Y hasta en el Nuevo Reino de Granada fue practicada por el sabio Mutis.

Conocida la variolación por lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador inglés en Constantinopla, en forma arriesgada la experimentó en sus hijos, y con arrojo la propuso a la princesa de Gales para los suyos. Corría el año de 1722. El consejo fue aceptado, no sin antes confirmar su eficacia en seis huérfanos y siete criminales. Con el ejemplo real el procedimiento se difundió rápidamente en Inglaterra, al punto que se establecieron casas especiales para realizarlo. Tronchin lo llevó a Ginebra y Voltaire lo difundió en Francia. Aún así sus riesgos generaron desconfianza. Aunque la viruela presentó nuevos brotes la vacunación no se generalizó. Se temía la transmisión de otras enfermedades como la sífilis o la adquisición de una viruela grave. De hecho muchos la padecieron y murieron. Sería el inglés Edward Jenner, médico rural de Gloucestershine, quien proveería a la humanidad de una vacuna segura.

La viruela de las vacas "varidae vaccinae", como la llamó Jenner, era una enfermedad con aparición de costras semejantes a las de la viruela. Era transmisible al hombre, que infectado de los bovinos padecía una enfermedad totalmente inofensiva con aparición de costras que hasta el pueblo relacionaba con la resistencia a la viruela; tanto que el colono Benjamín Jetsy, como tantos otros, en 1774 inoculó a su mujer pústulas de vaca, con la intención de protegerla. Pero nunca con rigor científico se analizó el fenómeno. Los médicos menospreciaban la creencia popular. Jenner no lo haría.

La ausencia de efectos a la variolación entre la servidumbre de los terratenientes llamó la atención a Jenner, quien centró sus estudios en esa manifestación. Comenzó por convencer a quienes habían padecido la viruela vacuna de dejarse inocular con la viruela auténtica. Así confirmó sin lugar a dudas el efecto protector. El 14 de mayo de 1796 vacunó al joven James Phipps, con material proveniente de costras de una muchacha infectada con la viruela de las vacas. Inoculado James 16 días después con la viruela verdadera, no tuvo reacción alguna.

El descubrimiento de la vacuna ideal, no convenció sin embargo a los miembros de la “Royal Society”. Les parecía absurdo que una enfermedad animal protegiera contra una propia de los hombres.

De las repetidas experiencias de Jenner nacieron entre 1798 y 1800 tres publicaciones que buscaron convencer al mundo escéptico, de la bondad de sus hallazgos. En 1799 Viena conoció el descubrimiento, que fue difundido por Jean de Carro. No obstante el gobierno prohibió la aplicación de la vacuna. Sin embargo la epidemia de 1800 hizo fijar de nuevo los ojos en el esperanzador descubrimiento. Los experimentos comprobaron su validez y el gobierno terminó recomendándola.

En 1802 el parlamento inglés con una donación de 10 mil libras expresó a Jenner su gratitud en nombre de toda la nación. Un desencanto transitorio llegó al confirmar que el efecto de la vacuna era temporal. Sin embargo repitiendo su aplicación el problema era solucionable.


BIBLIOGRAFÍA
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LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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viernes, 1 de agosto de 2008

CARTA XXX: ESTOY ENAMORADO

Agosto 6

Copito mío:

La atracción entre los sexos, el enamoramiento y el amor no pueden evitarse, la naturaleza los decreta. El instinto, más que las inhibiciones, la cultura, la familia y la sociedad deja su huella.

El enamoramiento es una expresión suprema del afecto. Desequilibrado, extremo, el enamoramiento no conoce racionalidad ni límite, y tiene tanto de fugaz como profundo. Bajo su influjo yerra la razón y los sentidos alucinan. La realidad se distorsiona y las sensaciones placenteras no saben de fronteras. Es el imperio de la dicha inagotable, pero igual que el fuego, abrasa y se consume, y se extingue inexplicablemente, sembrando en su agonía el peor de todos los tormentos.

Me has llevado al clímax del amor, y quiero volver este momento eterno, pero conozco el abismo que ronda sus costados. ¿Cómo podría conseguir la seguridad de que este placer es para siempre? Copito, la estabilidad de mi vida está en tus manos.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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CARTA XXIX: DESPUÉS DE NUESTRO ENCUENTRO

Agosto 4

Enternecedor copito:

Arde aún en mi piel el fuego de nuestro primer encuentro, y palpita mi corazón con la misma intensidad de cuando fuiste mía. Mi tacto trémulo guarda todavía el maravilloso recuerdo de tus íntimos secretos. Que hermosa comunión de dos seres que se aman, arrebato sublime en que se funden los cuerpos y las almas.

La maternidad que tan duras cuentas de cobro pasa a la belleza, fue indulgente con tu cuerpo y por ti pasó sin alterarte. No hay estría que delate la existencia de tus hijos, suave es tu piel, firmes tus senos, duros tus muslos, exquisito tu sexo como la fruta fresca.

Guardo el recuerdo de tus manos y tus labios aventurándose en mi cuerpo con temor, contenidos por un pudor no deseado. Guiados por el instinto y la pasión. Ansían mas no se atreven, esperan un guiño de mi parte. Pausadamente entro en tu piel, avanzo firme, exploro con ternura y con deseo. Voy en pos de tus zonas más ardientes, dejando en ellas el sello de mis labios. Tembloroso, siento tu ser bullir. El fuego abrasa, siento que gimes en éxtasis supremo.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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