viernes, 28 de marzo de 2008

CARTA XIX: PARA TI, MI PRIMER POEMA

Julio 9

Amor mío:

El dolor y el amor son un surtidor inagotable de palabras, un manantial en el que abrevan los poetas y todos lo que escriben.

Yo, que resurjo de la tristeza con las tímidas caricias de un amor que nace, siento pletórico mi pecho de una inclinación lírica que apenas conocía.

Siento bajo el influjo del amor almíbar en mi boca y palabras que brotan en mágicos acordes. No tiene el hechizo más nombre que tu nombre, ni mis versos diferente razón ni otro destino. Acoge con todo mi amor mi balbuceo poético.

“He sido” nació la noche memorable de la tercera cita, en que por primera vez mis brazos te rodearon y las barreras de la discreción saltaron en pedazos. Desde ese momento mis tristezas se escriben en pasado.

HE SIDO

Un hombre he sido,
sin ilusión y sin futuro;
un hombre que anticipó con su tristeza
el pago de una dicha duradera.

Un hombre receloso,
ante el destino incrédulo,
que espera de la providencia un desagravio,
que se pague con gozo y con ternura.

Un hombre confundido
por la realidad y la quimera,
sediento de una voz amable
y esclavo de una imagen tierna.

Un hombre que anhelando un destino generoso,
construyó en sus sueños
la mujer perfecta.

Un hombre que da cita
en la noche a sus delirios
para soñar con ella.

Un hombre en pos
de una utopía,
de una esperanza que ronde el infinito,
de una ilusión inédita,
que presumo alcanzar
cuando cruzo mi brazo
por tu talle.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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LA PESTE

Devastadoras fueron las epidemias que padeció la humanidad y que postraron con igual severidad a humildes pueblos como a poderosos imperios. En el año 430 a. C. Atenas padeció la Peste de Tucídides que acabó con la vida de Pericles y la de un tercio de los atenienses. En Roma en el año 167, la Peste Antonina redujo a la mitad la población romana. La peste que surgió en el puerto egipcio de Pelusium en el año 542, se propagó por Asia y Europa y cien millones de personas perdieron la vida. Más cerca de nuestros días, en 1720, Marsella sufrió la peste que dejó hasta mil víctimas fatales por día. Son apenas ejemplos de las muchas veces en que la peste asoló al hombre. Cuadros de dolor plasmados por el pincel y la pluma en las obras de importantes artistas y escritores, algunos de los cuales bajaron a la tumba como trágicos protagonistas de las epidemias por ellos retratadas.

La idea del castigo divino prevalecía aún en las mentes más esclarecidas del siglo XVII. “Indudablemente el hecho de que la peste nos haya visitado es un castigo del cielo... un mensaje de su venganza” escribía Daniel Defoe en 1665.

La muerte negra (peste bubónica), que en 1348 acabó con casi un tercio de la humanidad, partió probablemente en 1347 de Asia para propagarse por Europa. Huyendo de los tártaros, sitiadores de Caffa, a su vez exterminados por la peste, los genoveses se hicieron a la mar llevando consigo la más temible compañía, la peste negra. Los pocos que llegaron a la patria, uno de cada mil de los que partieron, tras la alegría inicial de su regreso fueron rechazados, y de puerto en puerto, sin poder desembarcar, fueron dejando tras de sí, por toda Europa, el horror de la peste negra. Doce de cada trece enfermos se dice que morían.

Almas caritativas hubo sin embargo dispuestas al sacrificio, que cuidaron a los apestados, pero las más de las veces la epidemia "había provocado tal horror en el corazón de los hombres y mujeres, que el hermano abandonaba al hermano, la mujer al marido y hasta los padres temían mirar y cuidar a sus hijos..." escribió Bocaccio.

Contra el macabro espectáculo de la muerte, el mundo no tuvo otra alternativa que acogerse a Dios. Clemente VI adelantó el año santo para la Pascua de 1348. Un millón doscientos mil fieles en piadosa peregrinación llegaron a Roma, más de un millón, víctimas mortales de la peste, jamás regresarían.

Los médicos no podían aconsejar más que huir de los sitios apestados. Previniendo el contagio, los médicos del siglo XVII vestían trajes de cuero o túnicas que los cubrían de la cabeza a los pies, protegían con vidrios sus ojos y utilizaban curiosas máscaras con llamativo pico, que contenía las esencias aromáticas con que pretendían neutralizar los miasmas. Desconocedores de su origen, evitaban todo contacto con el paciente, se protegían de su mirada, de su aliento y del pestilente olor de los bubones, los que drenaban y cauterizaban con un hierro al rojo vivo. Esencias de canela, nuez, alcanfor, azafrán y ámbar (de exclusivo uso real), se usaban en las vestimentas para prevenir la peste. Nada más que colonias y perfumes heredaría al porvenir tal terapéutica.

Los enfermos eran obligados a permanecer en su casa, so pena de muerte, y tras su fallecimiento se prendía fuego a su vivienda. Los cadáveres eran dejados en las noches a la puerta de las casas, para ser recogidos y cargados en carretas. Las fosas comunes abundaban, y grandes fogatas con sahumerios se hacían para purificar el aire. La creencia en la bondad de las hogueras persistió hasta final del siglo XIX. En Marsella y en Tolón se emplearon contra el cólera en 1884 por orden de las autoridades.

Para evitar la introducción de la peste los inmigrantes eran aislados, "quaranta giorno", que fueron el origen de la cuarentena. Detectada la peste la gente huía de las ciudades. Finalmente en el siglo XVIII se optó por la cuarentena de las poblaciones evitando la diseminación y se cerraron las fronteras. Menos frecuente fue la peste, pero no desapareció.

En más de tres siglos de buscar Europa remedio a tantas epidemias, pocos fueron los progresos. La ciencia sobre su origen no aportaba luces. Sólo con los grandes descubrimientos del siglo XIX el hombre pudo hacerles frente. Las disparatadas terapéuticas dieron paso entonces al análisis de secreciones y tejidos en pos del agente causal, a la desinfección con fenol, al tratamiento cuidadoso de los excrementos, al aseo de los tendidos, de las vestimentas del enfermo y de las paredes de los hospitales que se procuraron mantener inmaculados. Aunque la peste era la misma de hacía siglos, las sencillas medidas de higiene finalmente permitieron controlarlas.

Un inesperado accidente fue, como en tantos otros descubrimientos, el punto de partida que permitió conocer el origen de la peste. En 1897 Georg Sticker, miembro de la Comisión Investigadora de la Peste en la India, adquirió la enfermedad al ser picado por las pulgas de las ratas. En la pústula de la inoculación, se descubrió el bacilo de la peste. Simmond se ingenió entonces un sencillo experimento. Colgó a diversas alturas jaulas con conejos y confirmó que los animales colgados a mayor altura que la del salto de las pulgas no enfermaron, los demás por el contrario adquirieron la peste y fallecieron. Eran en conclusión las pulgas las que transmitían la enfermedad tras tomar de las ratas enfermas los bacilos. Por eso la cuarentena y los cierres de fronteras no eran medidas eficaces. Impedían el desplazamiento del enfermo pero no el de las ratas ni las pulgas. Con el aseo en los hospitales y el control de las pulgas desapareció la peste. Se podía finalmente explicar cinco siglos después la bondad de la incineración de las basuras que el médico judío Balavignus propuso a su ghetto durante la peste europea del siglo XIV. Los judíos sufrieron solamente 5% de las muertes que afligieron a las demás comunidades europeas. La quema ahuyentó del barrio judío a las ratas con todo y las pulgas que portaban el germen de la peste.

Pensar que de muy antiguo viendo morir por millones a las ratas durante la epidemia, se llegó a imaginarlas culpables de su propagación, o cuanto menos presagio de la enfermedad, pero tan interesante observación jamás fue sometida a un análisis profundo.


BIBLIOGRAFÍA
1. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
2. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 9 (ilustración), 11-29, 13 (ilustración),
3. Metchnikoff Elias. Estudios sobre la naturaleza humana. Buenos Aires: Orientación Integral Humana. 1946: 224-225
4. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p
5. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
6. Pfeiffer John. La célula. En Colección Científica de Life. México: Ed. Offset Multicolor SA. 1965: 171, 171 (ilustración), 178, 178(ilustración),
7. Phair S, Warren P. Enfermedades infecciosas. 5ª. Ed. México: Ed. McGraw Hill Interamericana. 1998: 3
8. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 17, 18, 20, 25 (ilustración), 26, 27 (ilustración), 32, 33, 114, 279-284


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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¿SOBRAN LAS NORMAS DE TRÁNSITO?*

Las normas de tránsito a fuerza de permanentes violaciones, infringidas ya ante la mirada indiferente de la autoridad, y aun por ella misma, han perdido su razón de ser en un estado tan pragmático como cohibido en el ejercicio pleno del poder.

Tan indignante como ver a los transgresores cometer airosos tantas infracciones, es sentirse ridículamente apegado a unas normas cuya violación no ofende ni a quienes las han establecido.

¿Porqué no retirar de la capital tantas señales restrictivas en beneficio de los pocos que con obsesividad las seguimos respetando?, O ¿está en capacidad el gobierno distrital de sancionar con valor y rigor ejemplar a quienes quieren convertir la ley en letra muerta?


* Epístola al Secretario de Tránsito y Transportes de Bogotá, en enero 20 de 1991, en vista de la transgresión campante y reiterada de las normas.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

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HE VISTO EL DESDÉN EN TU MIRADA

Cuatro meses
fueron de ilusión.
Cuatro
de acariciar
un tierno sentimiento,
de soñar con placeres
de pródigos amantes,
de colmarte de detalles,
de temblar al roce
de tu mano tibia,
de mudo balbucir mi amor
ante tus ojos,
de ahondar en tu mirada,
buscando en tu alma
el mismo sentimiento,
de gozar con tus risas,
de sufrir tu ausencia,
de conocer tus gustos
queriendo complacerte,
de cantar al amor...
a tu belleza.

Cuatro meses
de absurda fantasía:
jamás fue mío,
de tu pecho,
ni un suspiro.

Hoy he visto el desdén
en tu mirada.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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viernes, 21 de marzo de 2008

ENTRE LA SALVACIÓN Y EL SUFRIMIENTO

José pensaba en Dios sin oponerse a su destino. Decía con cierta presunción que otros moribundos, en cambio, se acercaban a Él en busca de un milagro, implorando consuelo ante lo inevitable o suplicando piedad ante un porvenir inescrutable. Él en términos generales se sentía tranquilo. Hablaba con Dios como consigo mismo, reacio a repetir oraciones de memoria «que inconscientemente pronunciadas se recitan sin saber lo qué se está diciendo». Lo hacía mediante reflexiones en las que le justificaba –o se justificaba– todos sus motivos. Tenía a la fe por sentimiento: «Razones del corazón que la razón no siempre entiende, convicciones que desafían, a veces, lo evidente». Luego la fe era más para sentirla que para razonarla. Vivía lo básico y desechaba lo superfluo. Sabía que todas las religiones tenían contradicciones, pero también un fundamento valedero. ¿Qué podía importarle que Jesús hubiese amado a Magdalena, o que la Virgen realmente lo fuera? «Esos son asuntos apenas relevantes para los dogmáticos que ven tambalear su fe con controversias tan triviales. Yo apegado a lo esencial, lo que descubro es bondad en esos personajes. [...] El misterio de la Trinidad no me trasnocha: no cabe ni en la cabeza de los doctos que pretenden explicarla. [...] Me sobra y me basta saber que Dios existe, y aceptar a Jesús como modelo. [...] No tengo más fe en lo que como sagrado me presentan, porque siento desconfianza de los hombres. Lo que me revelan en nombre del Altísimo, Corán, Biblia o Talmud, lo siento contaminado con la huella humana, es decir con el sesgo de sus intenciones».

Como no era hombre de preceptos religiosos, cumplía tan solo con lo que su razón le permitía. «Las cohibiciones son imposibles de cumplir. Acaso existan por aquello de que entre más prohibiciones menos se desbordan la libertad y los instintos».

De la mano de sus padres José creció a la sombra de la fe católica. De niño contuvo los impulsos «mefistofélicos» de su naturaleza; adolescente, comenzó a dudar de lo tenido por perverso. Luego dejó a un lado el bien y el mal y se conmovió con el dolor humano. «¿Cómo consiente el sufrimiento un dios tan bondadoso? ¿Cómo permite que la gente muera? ¿Por qué tiene que ser la muerte tan amarga? Si al menos se invirtiera la secuencia de la vida... La desaparición de un gameto no sería tan dolorosa».

Las catástrofes y las enfermedades de pronto adquirieron otra dimensión en su conciencia. Dejaron de ser reseñas frívolas y se convirtieron en una desazón desesperante. En un comienzo experimentó la misma inclinación del hombre primitivo: atribuírselas a la disipación humana. Pero hipótesis tan débil no resistió el naciente raciocinio. «El paso del hombre por el mundo es sufrimiento, sufren los malos con justificación, pero también sufren los buenos sin motivo. Para todos puede ser la vida un purgatorio, y hasta el mismo infierno. Y muchas veces el bueno es el que más padece y el malo el que se sale con la suya». En ausencia de falta no podía ser el sufrimiento castigo de Dios al mal comportamiento. «Tan sólo si expiáramos en la Tierra faltas anteriores a esta vida. ¡Un despropósito! Porque sin conciencia de ellas el castigo más que sanción resulta una injusticia».

Una febril actividad acontecía en su mente tras el sosiego aparente de sus meditaciones.
«¿Acaso conseguimos con el dolor el tiquete al anhelado paraíso?». Y recordó que el binomio dolor y salvación inspiró la autoflagelación de muchos santos. Causarse dolor para ganar el Cielo, atormentar el cuerpo para salvar el alma. «¿Pero con un dolor autoinfligido que de recompensable tiene el sufrimiento? Si hay un premio en el Reino Celestial, alguna buena acción, y no un mero latigazo, ha de haber para ganarlo. Más me parece que a punta de bondad se gana el Cielo. Sufrir por sufrir carece de sentido». De por sí pensaba que el bien practicado por interés o por temor tenía poca virtud: «Para mí son primordiales el convencimiento y la satisfacción al realizar las buenas obras».

Como todas sus especulaciones terminaban en una encrucijada, se concentró por último en el sufrimiento causado por el hombre. Y esas cavilaciones le dieron al final una respuesta sencilla y convincente: «Siendo capaz el hombre de causar daño deliberado, imagina en cada infortunio una intención oculta y busca a un ser sobrenatural para inculparlo. Bien dice que lo provocó el demonio o que Dios no quiso detenerlo. No contempla que Dios creó un universo con sus leyes y un hombre con libertad sobre sus actos». Entendió, entonces, que hay que buscar en la psiquis del hombre, y no en el Creador, la fuente de los perjuicios ocasionados por el ser humano; y que tratándose de los desastres naturales, hay que exonerarlos de maldad alguna. «Las leyes de la naturaleza son neutrales, carecen de intención, luego es accidental el sufrimiento que ocasionan. Y cuando es el hombre el autor de las desgracias, no es porque Dios así lo determine. Es porque el hombre ejerce mal la libertad que recibió para mejores cosas. Automáticamente la creación funciona, sin que meta Dios su mano a cada instante».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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jueves, 20 de marzo de 2008

CARTA XVIII: CONFÍO EN TI: NO IMAGINO DAÑO QUE DE TI PROVENGA

Julio 8

Mi amor:

Me basto verte para intuir tu esencia noble. Tus suaves ademanes con otra naturaleza no armonizan. Algo hay en la voz y en el semblante de todo ser humano que delata el verdadero ser y las reales intenciones.

He visto, por ejemplo, en ocasiones, la belleza plasmada en los trazos perfectos de rostros femeninos, que sin embargo no encubren con su fascinación su ánimo perverso.

Presumo que la bondad perfila la belleza hasta convertir en angelical un rostro simplemente hermoso. Tú, dulce ensoñación, tienes ese halo, esas alas blancas y esa aureola que me hacen abandonarme en ti sin desconfianza. No imagino daño que de ti provenga, no al menos intencional o voluntario. Tus manos fueron hechas para sanar, nunca provocarán heridas.

Creo en ti, y no soy hombre crédulo. Soy receloso y olfateo los malos corazones. Los presiento en los rostros adustos negados a la más leve sonrisa, en los semblantes impasibles, que reflejan un alma inconmovible, en quienes intoxican con la amargura que destilan, en los prepotentes que exageran sus virtudes, en los intolerantes con los niños, en los que abominan a los animales, en todo aquél que no tiene humor ni lo permite. Todos ellos algo sórdido esconden en su entraña. La auténtica bondad traduce agrado, ternura, suavidad, jovialidad y mansedumbre.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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LA CIRUGÍA EN EL TRATAMIENTO DE LAS INFECCIONES - LOS ABSCESOS

Aunque la infección fue la consecuencia inevitable y fatal de las intervenciones quirúrgicas, también fueron éstas, y desde la antigüedad, el tratamiento empleado en muchos de los procesos infecciosos.

Abscesos pulmonares, pleurales, renales, se trataban en época de Hipócrates (siglos IV y III a. C.), perforando el sitio donde se creía descubrir la colección mayor, aquél en el que primero se secaba un paño húmedo. Paulus de Egira prefería quemar la piel sobre el absceso.

Hasta el siglo XVI se usaron hierros candentes para drenar abscesos pleurales; luego de Paré se utilizaron las incisiones intercostales, sin embargo la muerte acompañaba a muchos de estos procedimientos. Tanto se les temía que el célebre cirujano Dupuytren llegó a preferir para sí, la muerte "por la mano de Dios, antes que por la mano del hombre". La causa era el fenómeno desconocido del neumotórax. Complicación tan misteriosa llevó a vendar las heridas torácicas en la obscuridad para evitar que a ellas llegaran los maleficios que hacían mortal el tratamiento. El "aire venenoso" que en la antigüedad se culpó de la muerte en las heridas del abdomen, también fue responsabilizado de la muerte precipitada por las incisiones en el tórax. Solamente hasta el siglo XIX Hewson demostró que era el neumotórax resultante el que ocasionaba la fatal complicación.

Probablemente fue el doctor Smile en New Hampshire quien primero drenó un absceso sin dolor empleando el éter como disolvente del opio. No fue consciente de su descubrimiento, y sus colegas convencidos de que el efecto era del opio, usado por tantos siglos, lo hicieron desistir de sus ensayos ante el riesgo de una intoxicación mortal.

Con el auge de la cirugía en el siglo XIX, no llegó a haber órgano del cuerpo vedado para los cirujanos, fue así como William McEvern (1848-1924) drenó por primera vez con éxito un absceso cerebral.


BIBLIOGRAFÍA
1. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 112, 215, 384 (ilustración), 394, 395, 397
2. Thorwald Jürgen. El Triunfo de la cirugía. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1960: 123-134, 320 (ilustración), 347-370


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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DEFENSA DE UN MINISTRO VALEROSO*

El justificado dolor por el crimen repudiable del joven dirigente de la Unión Patriótica Bernardo Jaramillo Ossa, no debe ingenua o malintencionadamente desvirtuarse con acusaciones temerarias, aprovechadas por los oportunistas anarquistas de izquierda, amigos perennes del desorden y acérrimos enemigos del Estado.

Las desafortunadas declaraciones del ministro Carlos Lemos Simmonds, más por inoportunas que irreales, no pueden convertirse en mancha, cuando apenas ayer ensalzábamos su voz, que igual de franca y valerosa se alzaba contra un parlamento atrapado en la red del narcoterrorismo.

Hacerse eco de las injurias contra un ministro honesto, es confabularse con las mafias, que hoy cobran ese “agravio” y su postura valiente, con un crimen atroz que aprovecha sus malinterpretadas palabras para destruirlo3.

Albergando en su seno hombres sin tacha, a la Unión Patriótica (UP) no son por desgracia ajenos los violentos. Y si aplicáramos a la UP el razonamiento con que hoy atacan al Ministro de Gobierno, la complicidad del Estado en el asesinato de sus miembros, de tiempo atrás por ellos invocada, debería interpretarse como la orden ciega y criminal que día a día enluta a nuestras Fuerzas Armadas. Pero nadie con sentido de justicia dudaría de la probidad de quienes son ahora, del joven partido, sus máximos dirigentes.

Quienes hoy exaltados incurren en desmanes, deberían acoger el ejemplo de quienes no menos adoloridos, pero en paz, condujeron a Luis Carlos Galán a su última morada, porque el comportamiento de los seguidores, ha de ser forjado a la imagen de sus dirigentes.


* Esta nota fue escrita el 23 de marzo de 1990 en defensa de Carlos Lemos Simmonds, Ministro de Gobierno. Se pretendió entonces que unas declaraciones del ministro habían conducido al asesinato del dirigente de la Unión Patriótica. Hoy el entonces Ministerio de Gobierno de Colombia corresponde al Ministerio del Interior y de Justicia. La Unión Patriótica desapareció tras el asesinato de un número enorme de sus militantes. Su carácter de brazo político de las Farc lo hizo objeto de exterminio por fuerzas extremistas y narcotraficantes. En el 2003 falleció Carlos Lemos Simmonds. Había sido durante 9 días presidente de Colombia.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

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AGONÍA

Negras rosas de lacerante vástago
irrumpen en mi pecho estremecido.

Su amargo aroma
al cielo se remonta,
llevando mi congoja:
dolor abismal que en mi mutismo,
tan sólo el Creador advierte,
Él, que conoce la hondura de las almas.

Vacío mi ser
navega por el reino de las sombras,
e incesante un palpitar,
inclemente se niega a detenerse.

En lúgubre vuelo se lleva el dolor,
el encanto de la vida.

Aterradora,
la soledad congela
en mi ser las horas más amargas,
refractarios se tornan mis sentidos
a dichas o dolores corporales,
sólo existe un absoluto abismo,
eterno e insondable
al que mi espíritu
en lenta agonía se precipita.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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INTIMIDAD

Deshojar tu intimidad anhelo
como el alba,
que a la noche arranca
sus cómplices secretos,
apartando los velos
que ocultan sus misterios.

Ansío tu desnudez,
silueta perfecta que imagino
bañada por los rayos de la luna,
pudorosa imagen
tímidamente emergida
de los entretelones de la noche,
silueta juvenil y recatada,
congelada por el pincel del tiempo.

Y tu alma anhelo conocer desprevenida
despojada de toda desconfianza,
desnuda y trasparente,
exquisita fuente de deseo,
refugio apacible de amor y de ternura.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)


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viernes, 14 de marzo de 2008

JOSÉ Y JAVIER, UNIDOS POR LA AMISTAD Y SEPARADOS POR EL DOGMA

Javier llegó apresurado, imaginando a su amigo en otra dimensión. Un recado mal dado le hizo temer que llegaba demasiado tarde. A paso acelerado recorrió los pasillos esquivando con zigzagueante habilidad a todas las personas.
–¿Padre va para la 801?
La pregunta lanzada desde la central de enfermería contuvo su carrera.
–¿Cómo así? ¿No está el señor Robayo en la 820?
–Y allí está. Lo que pasa es que en la 801 se necesita un sacerdote.
Siguió de largo, no se dio por enterado. Su corazón palpitaba. La puerta del cuarto entreabierta dejaba colar algunas voces. Aunque débil, reconoció la su amigo. Le volvió el aliento. Dos auxiliares lo acomodaban sobre el tendido blanco. Javier irrumpió en la habitación en forma atropellada. Su sotana impidió que lo sacaran. «Siga padre. Ya terminamos y los dejamos solos». El saludo fue de emoción inusitada.
–Me conmueves –dijo José.
–Es que me emociona verte. Te imaginé peor. Traje hasta los santos óleos.
–!Exageras! –le aseguró José–. Serán para otro día.
Y era verdad. La crisis que acababa de pasar, aunque grave, estaba conjurada. José estaba pálido pero fuera de peligro. Una sonda drenaba sangre oscura de su estómago, y por la vena, gota a gota, le reponían toda la que había perdido. El sacerdote se sentó, más con la intención de acompañarlo que de hacerlo hablar, dadas las escasas fuerzas del enfermo.

Las mejores amistades nacen en impensadas circunstancias. Y fueron las quejas de Elisa las que originaron esa amistad tan entrañable. Javier era un sacerdote recién llegado a la parroquia cuando Elisa lo buscó para narrarle sus congojas. Acusó a José de sus desdichas y buscó poner al sacerdote de su parte. Sin embargo Javier terminó por sentir cariño por aquél hombre que en palabras de su esposa era el demonio. El trato amable de José, su serenidad y su prudencia lo convencieron de todo lo contrario. Mostraba, además, razones que deshacían en forma convincente tantas acusaciones. Y guardaba largos silencios ante las admoniciones, que Javier interpretaba como señal de aceptación de sus consejos. Eran apenas de respeto; deseo de no controvertir. Algún día supo Javier que los mutismos sepulcrales significaban un rechazo oculto, con el que José evitada refutar a las personas que estimaba. Con el tiempo la crisis matrimonial perdió interés, la intelectualidad de José ganó notoriedad, y su biblioteca se convirtió en lugar obligado de las consultas del joven sacerdote.

José era católico, pero un crítico implacable con todo lo dogmático. Y eran dogmas los que colmaban la mente de Javier.

Cuando el padre se marchó, la memoria de José se atiborró con sus recuerdos.

La primera controversia con Javier fue por culpa de la planificación de la familia.
–La Iglesia no debería oponerse. Basta echar un vistazo a la pobreza y reparar en la irresponsabilidad con que los hijos se conciben, para aceptar su conveniencia. Los niños llegan al mundo sin amor, sin conciencia de lo que su formación entraña, sin condiciones para brindarles los mínimos cuidados, condenados al hambre, a la mendicidad y a la delincuencia para sobrevivir.
–La vida es un don de Dios. Un mandato divino inalterable.
–Pobre argumento para un intelectual.
Entonces Javier recurrió a razones demográficas:
–Los países desarrollados que combatieron la natalidad se equivocaron. Hoy sufren las consecuencias de una población envejecida. La falta de esos niños puso en riesgo la seguridad social y el ritmo productivo. Toda generación cuando declina, necesita que la que la sucede la sostenga. Como ves, es más que un capricho de la Iglesia, es una ley natural; tan elemental, que hasta los más pobres, que carecen de instrucción, la aplican. Tienen hijos para multiplicar el trabajo y el ingreso, ponen en esos niños la esperanza de un mejor futuro.
Pero José se opuso:
–Rechazo por utilitarista el argumento. Es una tesis en contra de la planificación, pero una tesis nada decorosa. ¿Como justificar la existencia de un ser humano por la utilidad que tiene para otros?
–Así lo has querido ver, porque tu apreciación prescinde del amor que yo percibo en los hogares pobres.
–Más que eso veo las privaciones de los niños indigentes.
–Sin esos niños el mundo sería lúgubre, ellos traducen la alegría de Dios.
–Justamente por ellos es que el mundo debe ser planificado. En la mesura está que la población ni se exceda ni se extinga. La superpoblación termina en la pobreza extrema, aquélla que no remedian ni los gobierno de buenas intenciones.
La discusión entonces terminó con un Javier exasperado que se negó a seguir tratando el tema.

Otra veces una conversación bien llevada podía echarse a pique por asuntos baladíes y comentarios insensatos.
«Es más fácil para un sacerdote ser célibe que para un casado mantenerse fiel», había dicho Javier en hilarante apunte. Y José aprovechó el jocoso entremés para enfilar sus críticas contra la castidad exigida a los miembros de la Iglesia; pero se valió, para comenzar, de un argumento tonto que resultó ofensivo.
–¿No le estará abriendo el celibato a los homosexuales las puertas de la Iglesia?
Javier juzgó confusa la pregunta, pero la asociación de los términos le pareció chocante.
–Digo, Javier, que puede haber muchachos que toman los hábitos para disimular tras la sotana su inclinación sexual.
–¿Te convertirse en caja de resonancia de quienes agreden a la Iglesia? Igual hay homosexuales que se casan con idéntico propósito.
José sintió vergüenza, pensó que había sido un comentario estúpido, porque a la hora de la verdad los menos de los homosexuales actuaban con recato. Se había vuelto cotidiano que se exhibieran con descaro o proclamaran su condición con inaudito orgullo. En ese momento imaginó que el sacerdote también había podido creer que él dudaba de su hombría. Pero Javier haciendo caso omiso de la ligereza, apenas le pidió a José que desterrara de la conversación esas cuestiones.

En otras ocasiones el hedonismo, la separación y la infalibilidad del Papa fueron la causa de las desavenencias. Los diálogos sobre el divorcio no eran fáciles, pero cosa curiosa, con el suyo Javier fue tolerante. «Muy en el fondo de su corazón comprendió que me era imposible convivir con un ser tan altanero», contaba José con aire triunfalista. De todas maneras era un asunto que preferían eludir el escritor y el sacerdote.

El aborto, en cambio, era una materia que los reconciliaba. Aunque diferentes eran sus motivos, hombro a hombro terminaban unidos por la misma causa. Para Javier el rechazo provenía de su convicción del carácter sagrado de la vida; para José del respeto de la vida ajena, pues no digería la tesis de que es viable porque la mujer es dueña de su cuerpo. «Dueña es la madre de su propio cuerpo, pero no por tenerla en su vientre lo es de su criatura». Esa afirmación regocijaba tanto a Javier que hasta olvidaba que con parecidos argumentos José justificaba el suicidio y la eutanasia. Claro que José condenaba el aborto, pero no le daba la connotación de homicidio malintencionado, pues reconocía la carga emocional de quienes lo pretenden. «Los verdaderos homicidas son quienes lo practican y quienes fríamente en nombre de otros lo reclaman», lo escribía jactancioso, exponiéndose al repudio de las asociaciones feministas.

Con la unión de homosexuales, la situación se parecía. Para Javier ofendía la esencia de uno de los sacramentos más hermosos. Tenía carácter de herejía, tomada en su acepción de fe. Para José esa herejía tenía la acepción de disparate. Le parecía un despropósito, un ridículo supino, porque convencido de que la pareja era un fenómeno natural para perpetuar la especie, no veía dónde podían caber en ese fin dos personas con el mismo sexo. Tan caricaturesco le parecía el asunto, que solía ahorrase disquisiciones y le daba el trato frívolo que en su criterio merecía. «Si terminan mal las parejas heterosexuales, como podrán terminar las un par de m...» Esa vez se abstuvo de terminar la frase, pero Javier con una sonrisa socarrona dio muestras de entenderlo todo. «Dizque pensando en contraer matrimonio en un mundo en que son más los que se separaran que los se casan, deberían sentirse felices de ser libres, de que no exista norma que los mortifique. De tantas sociedades que podían formar no se les ocurrió otra peor que la matrimonial, la de peor augurio». Lo pensó, mas no lo dijo. ¿Para que cambiarle a la conversación el rumbo entretenido?

Al principio en las conversaciones primaba la cautela, con la familiaridad surgió la intemperancia; la desazón de sus enfrentamientos los llevó a una relativa tolerancia; y finalmente, la amistad decantada a la mesura. Las discusiones obstinadas los enfrentaron al dilema de renunciar a su amistad o preservarla de las batallas a que llevaba el carácter irrebatible de sus argumentos. Como respuesta, de una parte dejaron de defender con tanto ahínco sus posiciones antagónicas, y de otra, se fueron olvidando de tratar los asuntos que resultaban más polémicos. En sus primeras discusiones ambos recurrían a la ilustración para llegar fortalecidos al siguiente encuentro, y buscaban la información que doblegara la razón del adversario. Con el tiempo todas esas estrategias pasaron al olvido. Y los temas se volvieron más mundanos, tan poco trascendentes, que difícilmente surgían las diferencias De pronto la literatura o el cine tocaban puntos neurálgicos que revivían las discusiones. Que se especulara, por ejemplo, con la esposa o los hijos de Jesús exasperaba al sacerdote, y se contrariaba cuando José defendía el derecho a teorizar de los autores. «Jesús no necesita que te sobresaltes por asuntos de tan poca monta, su grandeza no reside en no haber tenido hermanos, en no haber tenido hijos o no haberse casado. Si esas versiones, ciertas o falsas, ponen a tambalear la fe, los cimientos del cristianismo son de barro. Me molestaría que se pusiera en duda su bondad, o se expusiera que el Mesías fue un pícaro. Ese sí sería un petardo para volar la fe o un verdadero agravio».
Con una familia tan restringida y tan distante, Javier adquirió para José el estatus de un hermano, que aunque menor, se sentía su superego por obra de sus férreos principios moralistas. José entrañablemente lo apreciaba, a despecho del roce de sus ideologías. Tenía muy claro que la amistad estaba por encima de cualquier doctrina. «Las diferencias ideológicas sólo entre fundamentalistas llevan a la enemistad. Entre ellos son el fermento natural de sus contiendas».

En tantos años, pasaron por las manos de Javier buena parte de los artículos, columnas y libros de José. Por respeto los criticaba con prudencia, soltando algún elogio al estilo del autor, para no resultar tan antipático. Pero también había escritos que lo satisfacían, y que leía y releía con entusiasmo.

A pesar de las diferencias religiosas, José reconocía la influencia de Javier en su existencia. Aunque no le aceptaba la mayoría de sus preceptos, lo reconocía como el polo que lo reconciliaba con Dios, y que lo hacía volver, y con frecuencia, su mirada al Cielo. También José se había proyectado en la mente de Javier, no tanto como para cambiar sus convicciones, pero sí para acrecentar su tolerancia. Con los años el sacerdote terminó por aceptar sin aspaviento el influjo del instinto, y pidiendo a las mujeres que consolidaran el matrimonio mediante la comprensión de las debilidades de los hombres. También a regañadientes aceptó el divorcio: «A veces siento que me queda grande el ministerio. Ante lo inevitable, les imploro al menos, que se separen sin ocasionar dolor y sin hacerse daño».


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CARTA XVII: ¿EL ENAMORADO AMA?

Julio 7

Cielo mío:

No conoce, quien ama, el egoísmo, y es generoso en comprensión, perdón y tolerancia. El objeto de su afecto lo protege y no piensa jamás en destruirlo. El enamoramiento, en cambio, es egoísta, busca siempre retribución a su cariño, anhela poseer, nunca compartir al ser amado.

En el enamoramiento odio y destrucción están latentes, el sentimiento es fugaz, exclusivo y excluyente. El verdadero amor es perdurable, es generoso; todas las pruebas las resiste. Aquél tan inestable, es una llamarada que un simple soplo acaba en un instante.

El enamoramiento es una conspiración de la naturaleza para perpetuar la especie, un brote sicótico, una chifladura, una deliciosa dolencia que nos vuelve ciegos: bajo su efecto el ser amado carece de defectos y es dueño de las más grandes virtudes.

Anhelo, que nuestra relación progrese y tenga del amor sus atributos. Que tanto como él perdure, y con el ímpetu del enamoramiento.


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PASTEUR, LA FERMENTACIÓN Y LA PUTREFACCIÓN

Estudiando las soluciones azucaradas en 1836, el físico e ingeniero francés Cagniard de la Tour (1777-1859) descubrió que la fermetación sólo se producía cuando unos corpúsculos de rápida multiplicación, que él había observado, estaban presentes. Los describió como glóbulos ovoides que se reproducían "como las plantas de un jardín". Eran las levaduras, organismos vivos, unicelulares, microscópicos, que sólo serían reconocidos como tales tras las investigaciones de Pasteur. El interesante hallazgo de Cagniard de la Tour fue olvidado ante la idea predominante de Liebig que postulaba la fermentación como una descomposición.

Leeuwenhoek en 1660 había observado las levaduras sin sospechar que fuesen seres vivos. Dos siglos después, en 1843 Helmholtz quien prosiguió las investigaciones sobre ese proceso demostró el papel de las levaduras en la fermentación alcohólica.

Pasteur, quien era químico, también dedicó muchos años de sus investigaciones al conocimiento de la fermentación. Confirmó las descripciones de Cagniard de la Tour y a través de este fenómeno conoció las bacterias. Ellas terminarían por atarlo totalmente al campo de la bacteriología. Introducido en los estudios microbiológicos por la industria vinícula, terminó por extender a los procesos industriales los beneficios de la bacteriología.

Leche, mantequilla y vino descompuestos, que se volvían agrios, centraron su interés. Primero aisló, en 1857, la bacteria responsable de la fermentación láctica, luego descubrió la acción bacteriana en la fermentación butírica.

Pasteur demostró que el fermento láctico es un organismo vivo, y la fermentación un fenómeno vital, no como se imaginaba entonces, resultado de la muerte y la descomposición. Toda fermentación es obra de un microbio especial afirmaba Pasteur.

Preservando del aire las sustancias que se suelen descomponer Pasteur demostró cómo se evitaba la putrefacción. Creyó que así como las levaduras artificialmente introducidas eran las responsables de la fermentación alcohólica, podrían ser también microorganismos, seguramente procedentes del ambiente, los que causaban la descomposición. Pasteur demostró su hipótesis calentando el vino de un barril que se conservó sin cambios frente a otro sin calentar. Había descubierto además que las bacterias no suelen sobrevivir a temperaturas mayores de 60 a 90 grados, cuando son sometidas a ellas durante 20 minutos. Tan sencilla práctica impidió que la industria vinícola terminara en la producción de vinagre, e inició el proceso conocido como pasteurización. A partir de estos conocimientos comenzarían a girar las investigaciones en pos de la etiología de las enfermedades infecciosas.

Pasteur es con justicia uno de los personajes más reverenciados en la historia de la ciencia. A él debe la bacteriología las técnicas de cultivo y estudio de las bacterias. Pasteur demostró que el medio apropiado para el crecimiento de un microorganismo no era adecuado para otro, que las bacterias podían identificarse por su morfología y por sus requerimientos al cultivarse, y que factores como cantidad de azúcar y acidez, eran determinantes en el estímulo o inhibición de los microorganismos.

Opuesto a la generación espontánea defendida por Pouchet, rezago de antiguas ideas naturalistas, demostró también en forma convincente, que no era posible que un microorganismo se transformara en otro. A partir de sus trabajos la medicina comenzó a hablar de atenuación y virulencia. El descubrió que cultivos de bacterias atenuadas podían utilizarse como vacunas. Con Pasteur cobró además gran importancia la esterilización. Autoclave, aire seco, flameado directo, estufa de vapor, serían sólo algunos de los métodos utilizados.


BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966:112-116
2. Ballester Escalas Rafael. Los forjadores del siglo XX. Barcelona: Gassó Hermanos Editores. 1964: 234
3. Bolton Sarah K. Héroes de la ciencia. Buenos Aires: Editorial Futuro. 1944: 201-211
4. Dietz David. Historia de la ciencia. Buenos Aires: Santiago Rueda – Editor. 1943: 301, 302
5. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
6. Enciclopedia Barsa. Editores Encyclopaedia Britannica, INC. 1960: Tomo 7, 20
7. Enciclopedia Barsa. Editores Encyclopaedia Britannica, INC. 1960: Tomo 11, 362
8. Encyclopédie pur l’image, Pasteur. París: Librairie Hachette. 1950: 22, 23, 123
9. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 466
10. Grant Madeleine. El mundo maravilloso de los microbios. Barcelona: Editorial Ramón Sopena S.A. 1960: 21, 24
11. Iribarren Manuel. Los grandes hombres ante la muerte. Barcelona: Montaner y Simón S.A. 1951: 319-321
12. Metchnikoff Elias. Estudios sobre la naturaleza humana. Buenos Aires: Orientación Integral Humana. 1946: 225
13. Nisenson Samuel, Cane Philip. Gigantes de la ciencia. Buenos Aires: Plaza & Janés S.A. 1964:177-183
14. Nordenskiöld Erik. Evolución histórica de las ciencias biológicas. Buenos Aires: Espasa – Calpe Argentina S.A. 1949:487-489
15. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p (ilustración)
16. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
17. Pujol Carlos. Forjadores del mundo contemporáneo. Barcelona: Editorial Planeta. 1979: Tomo 3, 404, 408
18. Singer Charles. Historia de la biología. Buenos Aires: Espasa - Calpe Argentina S.A. 1947: 425, 426
19. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 241, 248, 249
20. ToPley W. C, Wilson G. S, Miles A. A. Bacteriología e inmunidad 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1949: 2, 4, 7, 8
21. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 305 (ilustración)
22. Thorwald Jürgen. El Triunfo de la cirugía. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1960: 481p.
23. Thwaites J. C. Modernos descubrimientos en medicina. Madrid: Ediciones Aguilar. 1962: 57
24. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 149-165


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")


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LAS BANDERAS VICTORIOSAS DE GALÁN *

Bien parece que que a la sombre inmaculada de Luis Carlos Galán, ya atisbamos las cenizas de la política corrupta que sembró en el Congreso su propia picardía, que desterró de él la moral y le transmutó todos sus principios, y que en actitud abusiva y descarada sigue traicionado al pueblo al que engañosamente representa.

En ausencia del líder pulquérimo, cuyas banderas hoy izamos victoriosas, es usted, doctor Mario Galán, artífice de su vida trasparente, quien mejor lo representa. No es usted sólo el mejor de sus soldados, es la senda recta que hizo al mártir y el sendero que puede encauzar la vida de un congreso descarriado.

Tan grande como el dolor en aquel agosto triste**, es hoy el júbilo, porque esa Colombia Nueva de Luis Carlos se vislumbra, porque su pensamiento y su recuerdo se han quedado para siempre entre nosotros, y su semilla ya germina en quienes mañana serán sus dirigentes.

Y desde las alturas, Dios y nuestro sacrificado líder guíen a quienes ahora por abrumadora mayoría pondrán en marcha su proyecto.


* Carta al doctor Mario Galán Gómez padre de Luis Carlos Galán, por su elección como Senador de la República, publicada en el diario colombiano El Espectador el 19 de marzo de 1990, pág. 4A.
** El 19 de agosto de 1989 fue asesinado por combatir el narcotráfico, Luis Carlos Galán Sarmiento, uno de los líderes políticos más pulcros que ha tenido Colombia, y quien ya se vislumbrara como presidente del país para el período 1990-1994.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

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RECUERDO DE UN DELIRIO

Vivos recuerdos guarda mi memoria
de un pasado inexistente:
anhelos en realidad no convertidos;
de un amor sublimado hasta el delirio,
esfumada ilusión de una mujer
que poseyó mi espíritu.

Alucinación o realidad,
¿acaso importa?
Igual soñó mi ser,
igual vivió en mi mente,
igual no fueron mis brazos
capaces de alcanzarla.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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CARTAGENA IDÍLICA

Conocía de ti la Cartagena heroica,
la épica, la histórica,
la amurallada de hispánicos cañones,
altiva y soberana.
La Cartagena erguida, indoblegable,
de fortines, de esclavos y de mártires.

Hoy he vuelto a ti
embriagado de un amor lejano,
de un amor ausente,
de un amor que respiro
entre sueños imposibles,
de una pasión
que alucina en tus rincones.
Que imagina a esa dulce mujer
asida de mi mano
bajo la luna llena;
de luceros y perlas adornada;
por la brisa arrullada
sobre mi pecho ardiente;
tierna y amorosa
en una cálida noche de romance,
de calles coloniales,
de coches, de balcones, y de flores;
de secretos balbucientes
perdidos entre el rumor lejano...
de las olas.

Cartagena, eres nostálgica,
idílica, poética.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)

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viernes, 7 de marzo de 2008

LAS CONTRADICCIONES DEL CORAZÓN DE LA MUJER

Alicia era una joven agraciada, extrovertida y bella cuando la conoció José. Despertó sus impulsos pasionales cuando por primera vez la vio en la empresa. Pero la conquista se quedó en deseo. Ella cohibió sus intenciones con las constantes alusiones a Mauricio, el novio que creía perfecto. Aún así la frecuentaba, porque encontraba en ella algo que trascendía el interés erótico y que lo hacía disfrutar su compañía. Alicia compartía sus argumentos, su concepción del mundo y de la vida, y abría progresivamente, de par en par su corazón, dejándolo ver con confianza inusitada sus secretos y su sentimientos. José correspondió descubriéndole los suyos. Imperceptiblemente se volvieron amigos entrañables. José afirmaba que si hubieran sido amantes la relación no hubiera sido tan duradera y tan perfecta. Era cierto, estaban a prueba de los desengaños que sufren las parejas, y exentos de reprimirse, como los esposos, la confesión de sus secretos. José llegó a conocer mejor que Mauricio las insatisfacciones de Alicia, sus orgasmos fingidos, sus tentaciones, sus frustraciones, sus aspiraciones y todos sus proyectos. Y ella, de la vida de José nada ignoraba. Baste decir que era la primera en enterarse en detalle de sus infidelidades desde el momento mismo en que eran una inconsistente fantasía. Aunque Joaquín también participaba de las confidencias de ese mundo reservado, José temía su indiscreción y sus impertinencias. Con Alicia no había, en cambio, prevención alguna.

Alicia se casó con su príncipe azul, pero un día, como en las desventuradas historias de José, descubrió cuando le buscaba explicación al desinterés de su marido, la traición que se ocultaba en su desgano. Lo aborreció al instante, y le exigió que se fuera para siempre de la casa. Mauricio suplicó, hizo promesas desesperadas, pidió otra oportunidad, ofreció renuncias humillantes. Nada valió. El odio se había apoderado del corazón de Alicia.

Ella consciente de sus contradicciones le contó a José que quería a Mauricio pero lo había sacado de su corazón; que era incapaz de soportarlo, pero iba a ser duro no volver a verlo; que le sentía asco, pero añoraba sus caricias. José, versado en la incoherencia de los sentimientos femeninos, le explicó mientras la consolaba que en la mujer no sólo se enfrentan la razón y el corazón, sino los mismos sentimientos: «Entran en conflicto la mitad del corazón que odia, con la mitad del corazón que ama.. Las mujeres odian aunque sufran, son implacables aunque amen, quieren y no quieren, y quieren sin que deban. En síntesis echan a su pareja y luego lloran porque les hace falta. Viven en permanente contravía con sus instintos. Los hombres, más elementales, nos dejamos dirigir por ellos. Para pasar la pena me buscaría una amante». Y Alicia dio por seria esa recomendación desprevenida. No duró mucho la aventura, pero distrajo su pena y sus rencores. «No sé si ahora lo comprendo, pero estoy segura de que esta ilusión me quita tiempo para odiarlo», le respondió a José, cuando él la hizo consciente de que Mauricio ya podía reprocharle lo mismo que ella a él le censuraba. El tono burlón de José era de aplauso, y ella reconoció que lo que sufrió como esposa, lo estaba disfrutando como amante. Sarcásticas lecciones del destino, y más evidencia para José, que aprovechó la experiencia de su amiga en sus escritos: «Más durarían los matrimonios si las esposas actuaran con el desinterés de las amantes, dispuestas a recibir las migajas de la abundancia que no sacia a las legítimas esposas. [...] Nada como un amor prohibido para cambiar la escala de los juicio, porque todo el que incurre en lo que juzga termina enjuiciando con más benevolencia».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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CARTA XVI: QUE MIS PALABRAS NO LAS BORRE EL VIENTO

Julio 5

Mi amor:

Nada que quiera el hombre repudiar lo pone por escrito. El compromiso fugaz se deja a las palabras con el ánimo de que las borre el viento. Han perdido las palabras su majestad y su decoro, salvo cuando atrapadas por la pluma sirven para rubricar el pensamiento. La palabra escrita es historia, es juramento, es prueba. Es la manifestación de quien con seguridad se expresa, de quien honra un compromiso. Así querida princesita habrás de soportar mis cartas cuantos días seas dueña de mi afecto. Cada epístola será el testimonio de que con amor terminó el día y será a la vez indicio de que a la mañana siguiente la llama del amor sigue presente. Muchas cosas tienen los amantes por decirse, siempre habrá un sentimiento, un tema, un recuerdo que llene los renglones. Seré como un articulista que publica con religiosa puntualidad su columna en el diario de tu vida. ¡Y que nunca comience a claudicar mi pluma!, porque en ese momento sabrás que el amor se está agotando.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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PULSO FIRME*

Cual si la represión biológica de las especies inferiores también se diese en los humanos de peor calaña, hoy cuando un gobierno presidido por un hombre como pocos valeroso*, ha frenado el ímpetu devastador del narcoterrorismo, asistimos al desbordamiento de la subversión: plaga destructora parcialmente por aquélla controlada.

Los últimos y dolorosos sucesos nos enseñan que la ausencia de un estado autoritario, permite fácilmente el surgimiento de las conductas más aberrantes y dañinas, y perpetúa los mayores horrores de que es capaz el ser humano.

Ante la ausencia de una ofensiva y enérgica respuesta militar, la comprensible reacción de autodefensa de quienes son víctimas inermes de la atroz criminalidad de la guerrilla, termina suplantada por bandas de asesinos miserables que sin distingos se ensañan casi siempre no contra los malos hijos de esta patria, sino contra los buenos ciudadanos de Colombia.

Invoquemos pues, de este gobierno valeroso, toda su energía en el aniquilamiento de los obtusos movimientos subversivos, generadores por reacción, de esa otra violencia que tampoco desean los colombianos.

¡Señor presidente, con ellos, no más flexibilidad, tan sólo pulso firme!


Era en marzo de 1990 presidente de Colombia, Virgilio Barco Vargas, quien valientemente hizo frente al embate del cartel de Medellín, pero otros dos fenómenos desestabilizaban al país: un movimiento guerrillero ya para entonces viejo y sanguinario -las FARC-, y las autodefensas, que también pasaron a la historia como paramilitares, y que surgieron como fuerza para enfrentar a la guerrilla ante la debilidad del Estado. Este artículo fue publicado en el diario colombiano El Tiempo el 12 de marzo de 1990 (pág. 5D)

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

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CRONOLOGÍA DEL DESCUBRIMIENTO DE ALGUNOS DE LOS AGENTES ETIOLÓGICOS DE LAS ENFERMEDADES INFECCIOSAS

AÑO

DESCUBRIDOR


GÉRMEN

1849

A. Pollander, Devaine (1850), Koch (1876)

Bacilo del carbunco

1873

Otto Obermeier

Espiroqueta de la fiebre recurrente

1873

Armauer Hansen

Bacilo de la lepra

1874

Billroth

Estreptococo

1878

Albert Neisser

Gonococo

1880

Carl Eberth, Gaffky, Koch

Bacilo de la fiebre tifoidea

1880

Alphonse Laveran

Plasmodium

1881

Robert Koch

Bacilo del heno (Bacillus subtilis)

1881

J. Rosenbach – Ogston

Estafilococo

1882

Robert Koch

Bacilo de la tuberculosis

1882

Friedrich Löffler y Schütz

Bacilo del muermo

1883

Robert Koch

Vibrión colérico

1883

Fehleisen

Estreptococo de la erisipela

1883

Carl Friedländer

Klebsiella pneumoniae

1883

Friedrich Löeffler y Klebs

Bacilo de la difteria

1884

Robert Koch

Ameba de la disentería tropical

1885

Arthur Nicolaier

Bacilo del tétanos

1885

Hauser

Proteus

1886

Theodor Escherich

Enterococo

1886

Albert Fränkel

Diplococo de la neumonía

1887

David Bruce

Micrococo de la fiebre de Malta

1887

Anton Weichselbaum

Meningococo

1892

Richard Pfeiffer

Haemophylus influenzae

1892

Nutall

Clostridium welchii

1894

Shibasaburo Kitasato y Alexander Yersin

Bacilo de la peste (Pasteurella pestis)

1896

Victor Morax

Moxarella

1896

Emilie Van Ermengem

Clostridium botulinum

1897

Czaplewski – Hensel

Bacilo de la tos ferina

1898

Veillon y Zuber

Bacteroides fragilis

1898

Kigoshi Shiga

Bacilo disentérico

1901

Everett Dutton, Forde y Bruce

Tripanosoma gambiense

1905

Fritz Schaudinn y Hoffman

Espiroqueta de la sífilis

1905

Samuel Darling

Histoplasma capsulatum

1908

Karl Landsteiner, Simon Flexner

Virus de la poliomielitis

1965

Baruch Blumberg

Virus hepatitis B

1908

Karl Landsteiner, Simon Flexner

Virus de la poliomielitis

1965

Baruch Blumberg

Virus hepatitis B



Comenzando el siglo XX ya se habían descubierto la mayoría de los microorganismos causantes de las enfermedades infecciosas y se habían establecido o se sospechaban al menos sus relaciones con las diferentes entidades. Surgía y se aclaraba el concepto etiopatológico de las enfermedades. El paso siguiente llevaría a la consecución de medios sintéticos y selectivos para el adecuados crecimiento de las bacterias en el laboratorio y a la búsqueda de una terapéutica eficaz que librara al ser humano de las fatales consecuencias de las infecciones bacterianas.

BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966: 167
2. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
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10. Wallace Craig K. Cholera. En Infectious diseases and medical microbiology. 2ª. Ed Philadelphia: W. B. Saunders. 1986: 912


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