viernes, 4 de abril de 2008

CARTA XXI: LA INFIDELIDAD SÍ ES MI TEMA PREDILECTO

Julio 13

Mi vida:

Has encontrado a alguien que no teme hablar de la infidelidad con desparpajo y que además la practica sin sonrojo.

No rehuyo el tema, gozo cuando de los cuernos tomo al toro. De la infidelidad me gusta hablar con franqueza, con naturalidad y sin temores. Sin el repudio social que la condena... en público. Pues a la humanidad la subyuga la apariencia, se interesa más por lo visible, más que por lo que es, por lo que ostenta. Descubrir su doblez es mi deleite. Prefiero la verdad amarga al halagador engaño, el anonimato al prestigio mal habido.

Para suplicio de los hombres imprimió el Creador en la condición humana dos impulsos poderosos y contradictorios en extremo. Los celos y la infidelidad, presentes simultáneamente. Cuida el uno con intransigencia su dominio, codicia el otro las conquistas que prohíbe. Un instinto establece para sí las ventajas que el otro convierte en impedimentos para la pareja. Si de justicia supiera el corazón humano, el infiel silenciaría sus celos y el celoso exhibiría una fidelidad acrisolada.

Controlar las tentaciones puede ser tan difícil como controlar los celos. El destino ha sido conmigo compasivo. No soy un amante posesivo, soy por desgracia, en cambio, dependiente. Tan dependiente como para tolerar la infidelidad de mi pareja, mientras no deje su afecto de irradiarme.

No podemos exigir fidelidad a nuestra especie, escrita está la infidelidad en sus genes. También la mujer es proclive a lo prohibido. Más reprimida, más discreta. Producto seguramente de los siglos de sometimiento por el hombre

La fidelidad hace caso omiso a los dictados de la razón, de la moral y la justicia, y en toda relación está latente. Tiene sus reglas, para ocultarse, para adaptarse, para existir sin que se note. Mas no por ella debe mantenerse la pareja en tormentosa incertidumbre. Quien sabe disfrutar el amor vive el momento, no se arropa con la duda del engaño, vive y deja vivir en libertad: la mejor medicina para que el amor perviva. Y mide no en términos de fidelidad, sino de afecto y solidaridad la magnitud del compromiso.

No he sido el amante usual que a la vez disfruta dos manjares. No amo a dos mujeres, no amo a una mientras deseo a la otra. He sido infiel porque mantengo un matrimonio necesario en la práctica pero afectivamente inútil, mientras busco el amor en la distancia. Que no juzguen mi infidelidad con ligereza.

Y a quienes por otros motivos son infieles, los absuelvo; al fin y al cabo no inventaron ellos el amor, los genes, las hormonas, el instinto, ni la atracción entre los sexos, son apenas esclavos de su influjo.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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CARTA XX: CUENTA CONMIGO EN TUS APUROS

Julio 11

Mi amor:

Conozco tus graves aprietos económicos, sé que son más serios de lo que tú escasamente cuentas. Tu mamá no ha podido ocultármelos más tiempo.

Sé que son tres los arriendos que debes, que Alfredo dejó de cumplir sus obligaciones con los niños, que el colegio los expulsará si no pagan la pensión que viene y que en la tienda ya no tienes crédito expedito.

Tu mamá me explicó que no rechazas mi oferta por orgullo sino por temor a que la deuda quede sin pagarse. Si así fuera, tampoco me preocupa. Presiento que no tienes más opción que consentir mi ayuda.

¡Indiferente no puedo ser a tus angustias! ¿Cómo puedo ser insensible a tus aprietos? Aunque los recursos sean escasos, mi firme decisión es apoyarte. A tu servicio pongo mis medios para solucionar tu crisis.

¿Si hemos de compartir intimidad y afectos, que impedimento habría en compartir dinero?. Así que he dejado con tu mamá algunos pesos que aliviarán las cargas. Reclámaselos y dales el destino más propicio.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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LA SÍFILIS

Considerada una enfermedad pecaminosa nacida del placer, no generó como otras compasión, sino que condujo, por el contrario, a la deshonra a quienes la padecieron. Europa como América negaron ser la fuente de la infección, y aún hoy, su origen geográfico sigue siendo incierto. Las lesiones sifilíticas en fósiles americanos anteriores a la llegada de Colón cuentan a favor de su origen en el Nuevo Mundo, pero no falta quien sostenga que fue sólo en Europa, bajo la influencia de un clima y de un medio ambiente diferente que la sífilis se volvió venérea.

Durante 1495 la sífilis comenzó a propagarse por Europa. En la campaña de Carlos VIII de Francia contra Nápoles, la sífilis apareció como epidemia. La enfermedad se difundió durante el Renacimiento y miles de muertes provocó en Europa durante los siglos XV y XVI.

Europa culpó a América de la llegada de la Sífilis. Se dijo que los soldados españoles que con Gonzalo de Córdoba y en defensa de Nápoles había enviado la corona, difundieron la enfermedad. También se cuenta como cierto, acaso para inculpar al Nuevo Mundo, que los marinos de Colón en el primer viaje adquirieron de los indios una enfermedad ulcerativa genital que curaba aparentemente sola. Según esa versión los hombres de Colón la transmitieron en España, de allí pasó a Nápoles, de Nápoles a toda Europa y de Europa a China, a la India y al mundo entero.

Expulsadas de Nápoles las más hermosas y jóvenes mujeres con el pretexto de la hambruna por el sitio, los franceses las recibieron con tanto amor y desenfreno que pronto todos se vieron cubiertos por la roséola sifilítica. Terminada la expedición se disolvieron los ejércitos, esparciendo la enfermedad por todas partes. Cada país le daba el nombre del vecino de donde procedía; enfermedad de Nápoles la llamaban los franceses, enfermedad de los franceses decían los alemanes, de enfermedad alemana la tildaban los polacos y como enfermedad polaca fue en Rusia conocida.

Perfectamente un centenar de nombres recibió la enfermedad. Sin embargo los dos nombres que trascendieron la historia fueron dados casi simultáneamente por Jacob de Bethencourt que la denominó lúes venérea (mal venéreo), y por el veronés Girolamo Fracastoro quien en un poema aparecido en 1530, dio cuenta de Sifilos, pastor griego quien pagó con la enfermedad su insolencia con el dios Helios, al construir en la montaña altares prohibidos. En 1546 el mismo Fracastoro escribía sobre su origen: “la sífilis no es causada por una sombra misteriosa o miasma, ni tampoco por humores obstruidos, sino por algún tipo de semilla”. Semillas pequeñas e invisibles que se propagaban de una a otra persona produciendo la enfermedad. Y postuló tres mecanismos para el contagio de la sífilis, por contacto directo, a través de vestidos y sábanas, y a distancia.

La enfermedad la padecieron pobres, ricos, genios, nobles, plebeyos y hasta reyes. La sufrieron Carlos VIII, quien murió de sífilis en 1498, Carlos V, Enrique VIII, Felipe II, Alejandro VI y Julio II. Pero hipócritamente el mundo se avergonzaba de la enfermedad. Hubo leyes que le prohibieron a los enfermos el trato con el resto del mundo. Erasmo por ejemplo propuso la castración como medida punitiva contra los cónyuges enfermos. Pensar que a él la sífilis le fue diagnosticada tras su muerte.

Los médicos poco podían hacer para tratarla. Se hicieron plegarias, se exhortó a la abstinencia, se persiguió a las prostitutas, y se buscó a San Dionisio como patrono de los sifilíticos. El mal venéreo era un castigo contra los excesos sexuales, por ellos se afirmaba “el cuerpo se debilita y finalmente enferma”.

Nada se sabía aún de los organismos infecciosos. Se llegó inclusive a confundir la blenorragia con la sífilis. Se pensaba que aquélla era un síntoma precoz de ésta. Hunter, quien en el siglo XVIII defendió esta idea, se inoculó secreciones uretrales gonocóccicas, adquirió la sífilis y murió de un aneurisma convencido de su error. Solamente hasta 1800 Philip Reicort estudiando en París más de mil casos, demostró que lúes y gonorrea eran enfermedades diferentes.

Las casas de baño, que las había para el pueblo y para nobles y caballeros, fueron sitio ideal de transmisión y terminaron por cerrarse: los europeos no volvieron a bañarse.

Clasificada la sífilis como sarna maligna o venenosa, encontró un primer tratamiento en las pomadas mercuriales que se usaban contra la escabiosis. Se aplicaban por todo el cuerpo en "cámaras de sudor" llegando hasta la intoxicación. Eran los síntomas generales de ésta tan severos, que muchos afectados por la enfermedad Gálica preferían la muerte.

Si en el Nuevo Mundo, se pensaba, se encontró el mal, en él podía estar el remedio. Las infusiones con madera del guaiac, usadas por los indios, pronto fueron importadas. Aunque de nada sirvieron, grandes cargamentos del árbol llegaron a Europa a considerable precio. La prescribían los médicos, mientras los barberos, trataban a los pobres con la pomada mercurial.

Para los inmigrantes enfermos se impuso la expulsión, para los naturales la reclusión en lazaretos. Por primera vez los leprosos podían sentir repulsión de los afectados por otra enfermedad. Nacieron entonces para no juntarlos, las "casas de viruelas".

La primera oleada de sífilis fue maligna y mortal, luego se atenuó llegando a ser su curso clínico semejante al de nuestros días. Por ello tardó en relacionarse su presencia con las graves afecciones de la enfermedad tardía. Se le perdió el miedo por "curar" espontáneamente. En el siglo XVII se le llamó la "enfermedad galante" y hasta cierto orgullo se sintió al sufrirla: "Si hasta el mismo Rey Sol la había padecido...". Con guantes, pelucas y maquillaje se ocultaban sus estigmas. Pero la mala salud y el envejecimiento y la muerte prematura causaron de nuevo alarma: "si no temes a Dios, témele a la sífilis".

Tras muchos intentos frustrados por descubrir el agente causal, en 1905 Fritz Schaudinn presentó a la Sociedad Médica de Berlín al responsable: la espiroqueta. Era tan pálida y pequeña, y se teñía tan poco, que había escapado a la vista de quienes hasta entonces trataban de encontrarla. Sólo la vista más aguda, valida de la coloración de Gimsa y de los mejores microscopios podía observarla. De su aspecto tenue derivó el nombre de la especie: Pallida. Wassermann, Neisser y Bruck en 1906 describieron la primera reacción serológica para diagnosticar la sífilis. Paul Ehrlich introdujo cuatro años después el Salvarsán, que aunque no curaba, si impedía el contagio y eliminaba las lesiones cutáneas. Pero la enfermedad tardía finalmente emergía llevando a la demencia; pasando antes, como se afirmaba al ver la producción magnífica de tantos pintores, músicos, poetas y pensadores que la padecieron, por un período de genialidad.

El control llegó finalmente con la Penicilina. Su advenimiento fue recibido con júbilo, tanto, que el American Journal of Veneral Disease, dejó por "innecesario" de publicarse en los años cincuenta. Pero la enfermedad arremetió de nuevo, un año después.


BIBLIOGRAFÍA
1. David Charles. Sífilis. En Clínicas Obstétricas y Ginecológicas 1983; 1: 143, 149
2. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
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4. Laín Estralgo Pedro. Historia universal de la medicina. 1a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1980: Tomo 7, 130, 276, 277
5. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p
6. Orosco M. Beatriz. La sífilis: una enfermedad tan antigua como vigente. Medicina & Laboratorio, 1998; 8:4: 187-189
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10. Phair S, Warren P. Enfermedades infecciosas. 5ª. Ed. México: Ed. McGraw Hill Interamericana. 1998: 3
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12. Spence Michael, Gonococia, en Clínicas obstétricas y ginecológicas 1983; 1:128
13. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 223-226

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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¡ ATRÁS LA COBARDIA ! *

Sólo cuando la Colombia que se dice buena decida despojarse de su cómplice y reprochable cobardía, podrá la patria reencontrase con la senda perdida de la paz y la grandeza. Cuando el pueblo entero sea ante el criminal acusador y altivo, mas no implorante, y la autoridad se ejerza con valor para someter al delincuente sin vacilación ni concesiones, los violentos de todas las pelambres estarán perdiendo su mísera batalla.

Ante el delito común, o la barbarie narcoterrorista y subversiva, de nada valen desgarradoras demostraciones de dolor y tímidas censuras. Ante la flaqueza colectiva, las pocas voces valerosas seguirán condenadas a la muerte.

De El Espectador, centenario defensor de pulcros ideales, de nuestros mártires recientes, cuya sangre brutalmente vertieron los mismos criminales que hoy seguimos enfrentando, recibamos el ejemplo de su inmaculado y valerosos proceder, y a su huella unamos nuestra huella para rescatar a Colombia de su sórdido presente.

Quiera el cielo transmutar la cobardía de tanta gente “buena”, con el delito permisiva, e incapaz de anteponer a su vida dignidad, principios e ideales.


* No ha sido el coraje un rasgo que copiosamente brote entre los colombianos. El rechazo al criminal habitualmente muere en el terror que sus represalias le generan. Los valientes suelen luchar en solitario y morir acribillados. A la ausencia de una conducta colectiva y valerosa hace referencia el escrito del autor del blog que fue publicado en el diario colombiano El Espectador en mayo 19 de 1991 (pág. 4A)

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

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