jueves, 18 de septiembre de 2008

SOY

Vida soy
que a cambio de nada se subasta,
inútil bien que sueña en imposibles.

Llama soy de libertad ardiente
que no teme en cenizas transformarse,
sangre hirviente de un corazón
que anhela desangrarse:
defensor suicida de ideales.

Espíritu soy
que subyugan los placeres,
clamor que al hombre recrimina
su vocación de esclavo
que el goce desdeña de la vida.

Soy razón indómita
que a la existencia
no encuentra su sentido,
y sentimiento al que embriaga
lo bello de la vida.

Soy voluntad inquebrantable,
aleación de principios y razones,
corazón que el déspota subleva,
doblega el débil,
y embriaga la mujer
con su ternura.

Corcel soy en que el valor cabalga,
encontrando el riesgo apetecido,
alma atraída por la parca,
tempestad en la lucha,
tenacidad
que no se detiene ante el abismo.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE POEMA

JOSEPH LISTER - LA ANTISEPSIA

Sin el control de la infección era imposible concebir el éxito de la cirugía. En el tiempo se pierden los fracasados intentos que a causa de la sepsis culminaban en la muerte.

Inspirado en los estudios de Pasteur, Joseph Lister (1827-1912), profesor de cirugía en Glasgow, relacionó la sepsis postoperatoria con los fenómenos de la fermentación descritos por el sabio francés, responsabilizó a los microorganismos de la putrefacción de las heridas e implantó en 1867 la técnica antiséptica en cirugía.

Abstraído en la infección de las fracturas abiertas, que a diferencia de las cerradas estaban hasta su época condenadas a la amputación por la gangrena y la fiebre purulenta, Lister buscó al fenómeno una explicación, y postuló al final de sus cavilaciones que el aire rico en bacterias, como lo había demostrado Pasteur, era el responsable. El 18 de febrero de 1847 le escribía al genio francés: "Permítame que le manifieste mi mayor reconocimiento por haberme demostrado, mediante sus brillantes investigaciones, la teoría de los gérmenes de putrefacción, con lo cual me ha indicado el principio para conducir a buen fin el sistema antiséptico”.

Poco lo convencía la teoría de los gases y los miasmas que causaban fermentaciones y putrefacciones al entrar en las heridas. En cambio era admirador ferviente de aquél francés aún desconocido, que había responsabilizado de la fermentación y la putrefacción a microorganismos de rápido crecimiento. "Si buscamos las causas por las que una herida exterior, comunicada con el núcleo de la fractura, puede provocar consecuencias graves, nos vemos forzados a atribuir el hecho a la descomposición por influencia atmosférica de la sangre derramada en mayor o menor cantidad. [...] El químico francés ha demostrado de un modo palpable que el aire no tiene esta propiedad a causa del oxígeno, sino debido a partículas muy pequeñas que flotan en él y que no son más que los gérmenes de diferentes seres vivos inferiores", anotaba Lister. Sus adversarios opinaban sin embargo que no eran aquéllos causa sino consecuencia de la descomposición. Dispuesto a comprobar que la putrefacción de las heridas era un fenómeno similar al estudiado por Pasteur y con origen común en los microbios, Lister inició la desinfección química de las heridas. Pasteur había descubierto el calor para eliminar microbios, pero el método no era aplicable a ellas. Utilizó por tanto cloruro de zinc, sulfatos y ácido fénico. El éxito del doctor Crooks, al eliminar con fenol el olor fétidos de la tierra, lo afirmó en la bondad del ácido fénico contra los microbios. En 1866 se atrevió a utilizarlo en las heridas.

Ante la irritación de la piel por el químico, ideó un vendaje oclusivo de ácido fénico y parafina con ocho capas de gasa y una de seda impermeable, que se hizo famoso, y que debía bloquear como un filtro, según su parecer, la llegada de los microorganismos a los tejidos. El experimento fue exitoso: en 1870 el método de Lister había disminuido de 45 a 15% la mortalidad en los amputados.

Su confianza en el procedimiento fue tal, que a su hermana Isabel Sofía con un cáncer de seno, la sometió a una intervención antes mortal. Con el éxito de la operación se acrecentó su confianza en el fenol.

Ante la Medical British Society presentó sus hallazgos, inculpó a los microorganismos de la infección postquirúrgica y presentó un método capaz de destruirlos. Pero la ovación esperada se trasmutó en ataques que afirmaban que su método ni era nuevo ni servía. Le recordaba Simpson, que en 1865 el farmaceuta francés Jules Lemaire había descubierto la acción antiséptica del fenol, y que Necker había usado el alcohol y Velpeau la tintura de yodo. Simpson obstinadamente se opuso a Lister y con él se trenzó en guerra de artículos en "The Lancet". Lister no había visto las bacterias pero creía en ellas, sus contradictores no las habían visto ni aceptaban que existieran. Era difícil para ellos entender que los microbios eran la causa de la fiebre purulenta.

Mientras los médicos que aplicaban mal el método confirmaban la idea de que el fenol no servía, Lister convencido de su bondad lo extendía al aseo de las manos, del instrumental, de la piel del enfermo, y a la desinfección del ambiente, construyendo un famoso pulverizador que llevaría su nombre. La guerra franco-prusiana permitió confirmar la excelencia de su aporte. Fueron los alemanes los primeros en creerle y los más fieles defensores de su método, luego lo hicieron los suizos y final, pero lentamente todo el mundo.

Al término de sus días pudo gozar de los honores que en justicia merecía. Fue elegido presidente de la Royal Society y recibió de la Reina Victoria el título de lord.

Bottini en Italia, Billroth en Alemania y Lucas-Championière en Francia fueron los primeros en seguirlo. Los médicos viejos, resistentes al cambio, en la medida en que fueron relevados o perdieron por su obstinación los pacientes, permitieron el afianzamiento de la técnica de Lister. Daba pereza implantar tanto ritual quirúrgico; Billroth lo llamaba "la limpieza exorbitante", y los cirujanos exclamaban con sorna: "cerrad pronto la puerta no vayan a entrar los microbios de Lister".

Entre sus opositores figuraba Lawson Tait, cirujano de Birminhgam quien tercamente obstinado contra la antisepsia de Lister, diríase que expresaba más una antipatía personal. Consciente de que la suciedad conducía a la infección de las heridas practicó otras formas de desinfección que merecen consignarse. Usaba jabones y lavaba con cepillo sus manos; hervía elementos y utilizaba mucha agua hervida, aunque no dejaba de sostener entre sus dientes suturas y escalpelo cuando sus manos se ocupaban. Pero cuando sus manos se contaminaban con material séptico, durante días dejaba de operar, realizaba pequeñas incisiones, apenas suficientes e intervenía con rapidez; razones suficientes para explicar sus bajas tasas de infección.

La limpieza prequirúrgica también se conseguía en tiempos de Bassini (segunda mitad del siglo XIX), mediante cepillos y lejía concentrada de jabón, en exhaustivo lavado que rebasa notablemente el área quirúrgica, la cual se afeitaba y se trataba con soluciones antisépticas.

La desinfección con fenol descubierta por Lister se fue extendiendo por todos los quirófanos. Pulverizado sobre el campo operatorio, en paños y esponjas, en cubetas para el lavado de manos, del instrumental y las suturas; empleado en un principio sobre los tejidos en las intervenciones externas, más tarde en la cavidad abdominal que se lavaba con litros de solución y finalmente rociado sobre la médula. Las salas de cirugía que antes olían a "matadero", comenzaron a hacerlo a fenol y cloroformo: a antisepsia y anestesia. Tan amigo se había vuelto el mundo del fenol, como temeroso había sido de las infecciones. Sin embargo no era inocuo e intoxicaciones sistémicas se presentaron entre el personal que asistía a las intervenciones.

Cuando se lograron estudiar los gérmenes del aire se descubrió que no había tantos y tan peligrosos como los que se descubrían en la tierra y en las heridas infectadas. Lister consideró entonces (1887) innecesario su pulverizador. En el cirujano, en su ropa, en el instrumental, estaba el enemigo. No debía hablarse más del aire venenoso, tan sólo de la infección por contacto como lo había señalado Semmelweis.


BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966: 124-127
2. Bolton Sarah K. Héroes de la ciencia. Buenos Aires: Editorial Futuro. 1944: 207, 208
3. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
4. Enciclopedia Barsa. Editores Encyclopaedia Britannica, INC. 1960: Tomo 11: 363
5. Encyclopédie pur l’image, Pasteur. París: Librairie Hachette. 1950: 32, 132
6. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 468
7. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 97 (ilustración), 125-133
8. Metchnikoff Elias. Estudios sobre la naturaleza humana. Buenos Aires: Orientación Integral Humana. 1946: 225
9. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI: 6
10. Pfeiffer John. La célula. En Colección Científica de Life. México: Ed. Offset Multicolor SA. 1965: 184
11. Pujol Carlos. Forjadores del mundo contemporáneo. Barcelona: Editorial Planeta. 1979: Tomo 3, 240, 414-416, 419-421
12. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 259-260
13. Tamargo J, Delpon E. Antisépticos y desinfectantes. En Farmacología. 16ª. Ed. Madrid: Interamericana-McGraw-Hill. 1996: 885
14. ToPley W. C, Wilson G. S, Miles A. A. Bacteriología e inmunidad 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1949: 11
15. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 281, 282, 291, 296, 299, 299 (ilustración), 300, 315, 316, 402
16. Thorwald Jürgen. El Triunfo de la cirugía. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1960: 5, 133, 144-152, 155, 156, 258, 273
17. Thwaites J. C. Modernos descubrimientos en medicina. Madrid: Ediciones Aguilar. 1962: 264
18. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 152, 154


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

VER ÍNDICE
VER SIGUIENTE CAPÍTULO