sábado, 30 de agosto de 2008

LAS NUBES

Habitantes volátiles del cielo
de caprichosas formas
que la imaginación recrean.

Eterno rincón de soñadores,
refugio de poéticas quimeras,
balcones a los que asciende el alma
queriendo dominar el infinito.

Copos purísimos, gráciles siluetas,
perfiles que evocan íntimas figuras,
vaporosos seres que crecen
y se esfuman al querer del viento.

Blancas estelas que se incendian
con el sol en el poniente,
trazos de gris zigzagueante
que interrumpen el azul del cielo.

Espectros trashumantes de la noche
que sólo ante la luna se revelan,
mágicas montañas de profunda bruma,
que en estrecho abrazo se confunden.

Cuerpos etéreos oscuros y profundos
que cargados de tristeza,
en llanto torrencial se precipitan.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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LAS VACUNAS: LA RABIA Y EL CARBUNCO

La historia de la inmunización también toca a Pasteur. Se encontró accidentalmente con ella al inyectar cultivos viejos de Pasteurella pestis, bacilos del cólera de las gallinas. Esta inoculación no ocasionó la muerte de las gallinas y en cambio previno su aparición ante una nueva inyección de cultivos frescos.

Demostrada la atenuación del bacilo colérico de las gallinas en cultivos adecuados, Pasteur se introdujo en las técnicas de atenuación viral. Ignorando aún el agente causal, Pasteur sospechó que debía encontrarlo en el sistema nervioso central, y tuvo la fortuna de aislar en él, el "tóxico" de la rabia. Tras exitosas experiencias con perros sanos y rabiosos, las mordeduras recibidas de un perro con rabia por el joven Joseph Meister le brindaron la posibilidad de utilizar por primera vez en el ser humano, el 6 de julio de 1885, la vacuna contra la rabia.

El paso del virus de la saliva del perro enfermo por el cerebro del conejo terminaba en la obtención de un "virus fixe" con toda la virulencia. Pero el virus recuperado de la médula espinal del animal muerto, luego de haber sido secada al aire estéril durante dos semanas, perdía la virulencia, y protegía de la enfermedad a los perros expuestos a la forma virulenta. Había obtenido un virus atenuado.

Escribió Pasteur: “Tome dos perros, los hice morder por un perro rabioso. Vacuné a uno, dejando al otro sin tratamiento. El último pereció de hidrofobia; el primero la resistió. Sin embargo yo debería multiplicar los casos de protección de perros, y pienso que mis manos temblarán cuando tengan que llegar al hombre”. Más de un año transcurrió para que se diera ese momento decisivo.

Un joven alsaciano con 14 heridas en su cuerpo causadas por un perro rabioso, y quien además no había recibido el tratamiento con ácido carbólico -que se recomendaba entonces-, dio por fin la oportunidad de probar la vacuna de Pasteur. ¿Qué más podía ofrecerse a quien inevitablemente se asomaba a la muerte?

Durante diez días, trece veces inoculó Pasteur a Joseph Meister con médula espinal de un conejo muerto de rabia dos semanas atrás. La inmunidad inducida impidió la enfermedad y lo protegió además del virus fijo utilizado por Pasteur para confirmar la bondad del tratamiento. Un segundo caso se dio cuando un pastor mordido seis días atrás, fue inoculado por Pasteur, salvándole la vida. En seis meses, de 350 casos, sólo una niña mordida 37 días antes de vacunarse, perdió la vida. Un año después de la inoculación de Meister unas 2500 personas habían sido vacunadas contra la rabia.

Cuatro años antes de la histórica experiencia, el 31 de mayo de 1881, Pasteur había realizado otro gran experimento, la famosa vacunación de ovejas con bacilos del carbunco. Las 24 vacunadas sobrevivieron, de las no vacunadas todas enfermaron y murieron. Esta vez había sido el calor el responsable de la atenuación accidental de la bacteria.

El resultado del experimento había sido anticipado por Pasteur: “Tómense cincuenta corderos, inocúlense a 25 con cultivos de virus de antrax y algunos días después inocúlense a todos los cincuenta con un cultivo muy virulento. Los veinticinco no previamente inoculados perecerán todos, mientras los ya inoculados sobrevivirán”. Médicos, veterinarios y agricultores acudieron entre escépticos y burlones a observar el ensayo. Pidieron, para evitar trampas, que se aplicaran dosis mayores de los cultivos virulentos. Pasteur con seguridad en sus afirmaciones aceptó todos los condicionamientos. Transcurridos los angustiosos días, los testigos descubrieron veintidós corderos muertos, dos agonizantes y uno enfermo, los veinticinco vacunados estaban por el contrario saludables.

El científico se convirtió en el "hijo más ilustre de Francia" y se le honró con la Gran Cruz de la Legión de Honor. Los triunfos de su genialidad fueron el germen del hoy célebre Instituto Pasteur, inaugurado el 14 de noviembre de 1888, obra de una suscripción popular organizada por sus entusiastas sus admiradores.


BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966: 122-124, 127-130
2. Ballester Escalas Rafael. Los forjadores del siglo XX. Barcelona: Gassó Hermanos Editores. 1964: 234
3. Bolton Sarah K. Héroes de la ciencia. Buenos Aires: Editorial Futuro. 1944: 210-211
4. Butler J. A. V. La vida de la célula. Barcelona: Editorial Labor S.A. 1965: 43-52, 121
5. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
6. Enciclopedia Barsa. Editores Encyclopaedia Britannica, INC. 1960: Tomo 1, 462p
7. Enciclopedia Barsa. Editores Encyclopaedia Britannica, INC. 1960: Tomo 7, 411p
8. Enciclopedia Barsa. Editores Encyclopaedia Britannica, INC. 1960: Tomo 11: 363
9. Encyclopédie pur l’image, Pasteur. París: Librairie Hachette. 1950: 17
10. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 468
11. Farreras Valenti Medicina Interna. Barcelona: Editorial Marín S.A. 1967: Tomo II, 921
12. Grant Madeleine. El mundo maravilloso de los microbios. Barcelona: Editorial Ramón Sopena S.A. 1960: 135-143
13. Murillo L. M. La medicina del Viejo y Nuevo Mundo del Descubrimiento a la Colonia. Conferencia en Simposio de Medicina Precolombina y Colonial, julio 1992, 5, 6
14. Nisenson Samuel, Cane Philip. Gigantes de la ciencia. Buenos Aires: Plaza & Janés S.A. 1964: 121-124, 177-183, 270
15. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI: 6
16. Pfeiffer John. La célula. En Colección Científica de Life. México: Ed. Offset Multicolor SA. 1965: 172, 180 (ilustración), 181
17. Phair S, Warren P. Enfermedades infecciosas. 5ª. Ed. México: Ed. McGraw Hill Interamericana. 1998: 3, 669
18. Pujol Carlos. Forjadores del mundo contemporáneo. Barcelona: Editorial Planeta. 1979: Tomo 3: 406, 409, 410
19. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 175-178, 184 (ilustración)
20. Soriano Lleras Andrés, La medicina en el Nuevo Reino de Granada, durante la Conquista y la Colonia. 2a. Ed. Bogotá: Editorial Kelly. 1972: 192
21. Thwaites J. C. Modernos descubrimientos en medicina. Madrid: Ediciones Aguilar. 1962: 54
22. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 28, 123-132, 157, 159, 161, 165

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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viernes, 22 de agosto de 2008

CARTA XXXII: TU SENTIDO DE JUSTICIA

Agosto 12

Copito encantador:

Debo confesar que aún me sorprende tu defensa del co-merciante de la calle. Y no por el convencimiento con que actuaste, sino por esa actitud valerosa y enérgica que no te conocía. Apenas alcanzaba a imaginar tu cuerpo frágil, dueño de tanta fortaleza. Tu humanidad menuda, propicia a los cuidados, actuando como escudo.

Ya ves como opera la fortaleza del Estado. Débil con los fuertes y fuerte con los desvalidos. Al pobre diablo le decomisaron toda su mercancía. De nada valieron tus argumentos ni tu enojo. Sencillamente no tenía aquél derecho al uso del espacio público. Queda sólo el pesar por el hambre y las necesidades que ya estará pasando con toda su familia. No me atrevo sin embargo, a culpar como tú, a los pobres policías. ¿Obligados al cumplimiento estricto y ciego de las órdenes, que más opción tenían? Antes toleraron con estoicismo tus reclamos.

Ahí tienes la cotidiana ruptura entre la ley y el deber ser, entre lo moral y lo jurídico. ¿Qué vale más, un espacio despejado o el derecho de un hombre a alimentarse? Acaso hubo con su vecino mejor motivo para el decomiso. Sorprendido con copias de discos ilegales, a él también se lo llevaron. ¿Pero habrá justicia en ese proceder? Porque en ese delito hay más culpables: el que abusivamente copia, el que indebidamente compra y sobre todo los que codiciosamente fijan el precio del producto auténtico. Éstos, en procura de ambiciosos rendimientos marginan de su mercado al pobre, olvidan la función social del arte y favorecen las copias ilegales.

Pienso que el Estado habitualmente confabulado con quien tiene el poder y la riqueza no tiene interés en poner límites a la ganancia codiciosa. Y pensar que a un precio justo los discos originales estarían al alcance de todos los bolsillos y la rebaja se vería seguramente compensada con la mayor demanda.

En fin, no da para más el incidente. En conclusión eres una mujer justa y sensible. Y a nuestros ojos, que son más objetivos, pesa más la humanidad y el poder de la razón que cualquier medida intransigente.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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CARTA XXXI: LO QUE OTROS DESEAN, YO A MIS ANCHAS LO DISFRUTO

Agosto 10

Dulce copito:

Qué hermosamente ciñen tu cuerpo los encajes, cuánto esa ropa íntima resalta con tus formas. Esas diminutas prendas que guardan tus secretos, que no cubren nada, pero lo ocultan todo, son el objeto del más apasionante juego. Blancas, negras o amarillas, igual destacan las líneas jugosas de tu cuerpo, igual desencadenan la cascada de un gozo inevitable. Desde que mis ojos se apropiaron de tus íntimos espacios, no dejo de evocar los momentos en que fuiste mía.

Y cuando veo las miradas inquietas con que los hombres te devoran, lejos de disgustarme, inflo mi ego. Cuanto ellos desean, yo en abundancia lo poseo.

Abrevo en tu cuerpo y no me sacio nunca. Le conozco su fragancia y todos sus humores, lo exploro con frecuencia por todos sus resquicios. Nunca termino. Tu piel es infinita. Siempre comienzo cuando el recorrido acaba. Soy catador empedernido de tu cuerpo, en él libo y me deleito hasta el cansancio. Cansancio del que no advertiré nunca su llegada. Contigo cada nueva ocasión es la primera.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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viernes, 15 de agosto de 2008

LAS NAVIDADES Y LA REMINISCENCIA DEL DICTAMEN

La Navidad siempre fue feliz para José porque nunca le permitió la entrada a la nostalgia. Era para él un tiempo para disfrutar y descansar, para mostrar una sonrisa, para olvidar las penas, para ser indulgente y complaciente. Gozaba con las luces y el retumbar de la pólvora, con el árbol, con el pesebre, con la música y los arreglos navideños.
Recién había el año comenzado, cuando él se convenció de que la próxima Navidad no lo encontraría presente. La entrevista con el médico había sido terminante. Prefirió olvidarse del porvenir y sumirse en el pasado, dejando desfilar una a una las navidades por su mente.
Primero vio entre brumas un tumulto de chiquillos en plena algarabía, entre ellos él, de tres o cuatro años, insistiendo en tocar su pandereta, mientras los adultos intentaban sin éxito imponer la disciplina para cantar los villancicos. Llegaron luego recuerdos más nítidos, como el primer regalo de Navidad del que tenía conciencia. Lo había dejado –le habían dicho– el Niño Dios sobre su cama. Era un triciclo de colores vivos. También llegó la memoria de la Nochebuena en que confirmó que los regalos los traían los padres, y la primera Navidad en compañía de su primer amor. Hasta las navidades en casa de Elisa asaltaron su memoria: era una reminiscencia digna, nada premonitoria de los malos ratos que vendrían. Evocó la primera Navidad con Eleonora, colmada de amor y de regalos. Años maravillosos en que retribuyó como padre todo el afecto que recibió de niño. Pero Eleonora creció, y en ausencia del alborozo infantil, la Navidad se volvió más sobria y solitaria. Vino a su mente Scrooge como encarnación de quienes la detestan, y pensó en los que con la Navidad arropan su tristeza. Él no era ni lo uno ni lo uno. De pronto en ausencia de alguna compañía la Nochebuena lo había cogido en la intimidad de su estudio, solo sí, mas no afligido, pues tal era su alborozo que preparaba el apartamento como para una fiesta, una fiesta con sólo un convidado. Encendía todos los focos, inundando de luz hasta el más pequeño de los rincones del apartamento, prendía el equipo de sonido, lo cargaba con discos compactos de melodías tradicionales, y se sentaba a degustar un buen licor en su silla favorita. Poco antes de la media noche se servía un exquisito lomo de cerdo en salsa de ciruelas, el que siempre prefería al pavo acostumbrado, y a eso de las doce de la noche se asomaba al balcón a ver el espectáculo multicolor de los juegos pirotécnicos. Esa soledad plácida se interrumpía con las llamadas de costumbre: de Piedad, de Alicia, de Claudia –la ex amante que nunca lo olvidaba– y de Eleonora. Aunque lo más frecuente era que su hija lo acompañara desde la media noche, después de cumplir las mismas obligaciones con su madre.
No habría más navidades, se dijo con nostalgia. El médico había sido demasiado franco al explicarle que había entrado en un deterioro acelerado que conduciría a la muerte.
–Señor Robayo, no soy amigo de ponerle plazo a mis enfermos, pero es un hecho que el tiempo se nos está agotando.
Le recalcó que el final de la vida era tan natural como llegar al mundo, y le habló del cuidado paliativo.
–Ese cuidado significa que se controlará el dolor, que tendrá descanso reparador, que lo mantendremos hidratado, y que buscaremos la forma de alimentarlo de la mejor manera. Tendrá compañía en todo momento, así como la atención profesional que necesite. Podemos entrenar familiares en los aspectos técnicos de la asistencia. Morir en su casa, tranquilamente, disfrutando del afecto de los seres queridos es el ideal de la mayoría de los enfermos.
José pensó que era mejor alejar la sombra del hospital en su agonía, pero cierto presentimiento le indicaba que no sería posible. Cuando llegaron las complicaciones el hospital se convirtió en su casa.
Recordar aquel episodio lo hizo revivir el día en que le dieron el dictamen. La muerte había sido por años, y sin necesidad, el eje de sus pensamientos, y aseguraba que celebraría con un abrazo su llegada. Pero cuando el doctor Mendoza le confirmó el diagnóstico, ni remotamente esperó estrechar a la parca entre sus brazos. Tampoco perdió la compostura. Con desazón escucho las explicaciones pertinentes. Desde que el cáncer inicial se llama in situ y es curable, hasta que el suyo era un infiltrante que le quitaría la vida. Él lo entendió así, aunque el médico en ningún momento abatió sus esperanzas. Del consultorio salió sereno, al encuentro de su hija que lo esperaba en la sala de recibo. «Malas noticias, ha comenzado la cuenta regresiva». Se trenzaron en un estrecho abrazo. Fue parco, le dio pocos detalles. Le pidió que lo dejara sólo, para poder ordenar sus pensamientos. Ella se marchó en el auto y José se fue perdiendo entre los transeúntes. Pensó que todo moribundo debía hacer un balance, como quien deja un cargo, y vertiginosamente fue pasando su vida por su mente. Se sintió satisfecho. Pero al volver al presente lo sobresaltó la certeza de su deterioro lento y progresivo, doloroso sin lugar a dudas. De todas maneras nada que miles de millones de humanos no hubieran padecido.
Angustia por el momento de la muerte no sentía. El recuerdo de los amigos idos le hacía ver con naturalidad el trance. Aunque el recuerdo de cada desenlace parecía más motivo de intranquilidad que de sosiego. Cada fin era particular e inolvidable. ¿Sería el suyo como lo había planeado?
En los días siguientes la muerte lo puso a pensar en demasiadas cosas. Los asuntos de sus bienes y su sucesión hacía tiempo los tenía resueltos. Pensaba en los proyectos postergados que se quedarían aplazados definitivamente; pensaba en su obra, que sería uno de los medios para recordarlo; pensaba en sus seres queridos y en el trance de la separación; y pensaba, ¿por qué no?, en un reencuentro, pues no tenía indicio que le impidiera suponer que se reuniría con quienes lo habían antecedido.
Comenzó a enfrascarse en cuestiones religiosas y morales. Quisiéralo o no, la muerte tenía que ver con ellas. La posibilidad de un más allá, de un encuentro con Dios, de un premio o de un castigo, eran asuntos de los que no podían dar testimonio ni el más creyente, ni el más reacio de todos los agnósticos. El bien, el mal, lo mundano, la virtud, los instintos, el pecado, la infidelidad, el placer, la libertad, la ira, la venganza, la santidad, los sentidos, la eutanasia, eran ideas perseverantes en su mente. Todas tenían que ver con la suerte de quien traspasa las fronteras de lo conocido. Las hizo objeto de sus reflexiones, y como buen escritor, las fue consignando en una agenda, y en últimas en lo que tuviera a mano. A veces las mezclaba con los sucesos diarios y les ponía un título que le permitiera identificar el contenido, como «El último prólogo», «Muerte y bondad: objeto de mis sueños», «Eutanasia», «Mariana», «Un juicio en mi inconsciente», «El estoicismo», «Javier», «Alicia», «Mujer, sexo y ternura», «La santidad», «Irma y el conocimiento del amor», «Juicio de Dios y de los hombres», «En lo íntimo, ni la religión ni la moral», «Al fin frente a la muerte» o «Lo mejor, la infancia».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")


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EL MINISTERIO DE SALUD EN MANOS AJENAS*

Contaminada por los desprestigiados vicios de la política, la función directiva en la administración pública poco puede interesar a quienes guiados por un apostolado, nos inclinamos por destinos con más nobles y halagadores ideales.

Así, en forma imperceptible, los médicos nos fuimos alejando de la dirección de la salud hasta aceptar en forma resignada la afrentosa imposición de un ministro guerrillero. Pero más que por una sensibilidad herida por la usurpación en el gobierno de una posición que debía correspondernos, debemos sentir pena por habernos dejado marginar de una responsabilidad social que deberíamos juzgar ineludible.

Tal vez ahora cuando se da la circunstancia feliz de un relevo en el ministerio de salud, y cuando el presidente comienza a enderezar sus vacilantes pasos, pueda por fin el gobierno devolver el manejo de la salud a quienes ciencia, razón y moral asiste para dirigirla.


* Esta epístola fue publicada en el diario El Espectador el 5 de enero de 1993 (pág. 4A). Sigue siendo válida en la medida de que los médicos en Colombia preferimos ser más espectadores o víctimas de las políticas de salud que rectores de su destino. Por el contrario, la que consideré en su momento afrentosa imposición de un ministro guerrillero (Antonio Navarro Wolf) merece hoy una rectificación. Desmovilizado del M-19, Navarro ha sido como ministro, congresista, constituyente, alcalde y gobernador el mejor ejemplo de la reincorporación de un guerrillero a la sociedad.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")


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viernes, 8 de agosto de 2008

FATALIDAD

Frágil esencia
del barro modelada
que vuelve a ser tierra
en el ocaso.

!Vida efímera¡
!Destino irremediable¡

Al ser, son los anhelos,
pasiones y dolores...
infinitos;
raudos en cambio
los abrasa el tiempo.

Es la existencia exhalación de gozos,
sucesión de interminables sacrificios,
inútil carrera
tras la plenitud inalcanzable,
esclavitud al mundo
arbitrario de los hombres,
que sin razón postergan
el goce de la vida.

Efímeras dichas,
constante incertidumbre,
¡Angustia de vivir!
¡Angustia por vivir!
¡Angustia por la muerte!


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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LAS VACUNAS: LA VIRUELA

La viruela, al igual que la peste y muchas otras epidemias, se propagó siguiendo las rutas comerciales. Su rastro en la antigüedad es difícil de seguir, pero se sabe que China y la India la padecieron con todos sus rigores, que África la sufrió en el siglo VI y Francia fue devastada por ella en el año 570. A partir de este momento la documentación es más florida y da testimonio de sus innumerables brotes en el mundo; cada uno con una estela de miles de cadáveres.

En 1766 dos millones de rusos muertos dejó la epidemia. Al continente americano llegó con la conquista y con el comercio de esclavos procedentes de África. Su virulencia pareció mayor que en los brotes europeos. La mitad de la población de México (tres millones y medio) fallecieron en la epidemia de 1520. Doscientas mil personas murieron en la primera epidemia de la letal enfermedad en la Española en 1515. En el Nuevo Reino de Granada desaparecieron en los brotes de 1558, 1566 y 1587 poblaciones enteras. Por igual tocaron a indios y a españoles, a nobles y a plebeyos. Treinta años duró la última de ellas en la que sólo sobrevivió 10% de la población indígena de Tunja.

La viruela acabó con el ejército del emperador germánico Federico Barbarroja en el siglo XII, se llevó entre sus víctimas a Fernando VI de España y a su esposa, y al rey Luis XV de Francia, contagiado por una de sus jóvenes amantes. Embarazoso fue su funeral cuando en su corte todos sintieron temor de manipular su cuerpo.

El horror a la muerte y a la desfiguración fue el único sentimiento que la viruela inspiró a la humanidad que conoció de sus peligros. Por siglos, el hombre convivió con dos formas del padecimiento, presentaciones que guardaban el secreto de la inmunidad: una epidemia grave con muchas víctimas y otra benigna con baja mortalidad que confería inmunidad a ambas.

En Asia Central, China, India, Turquía y África, el conocimiento empírico del fenómeno originó medidas de protección contra el padecimiento. En la India, en las epidemias ligeras, se vestía a los niños con la ropa de los enfermos, y en Asia Central se inoculaba con agujas el pus de la viruela. Otra forma de variolación, como se conoció el procedimiento, consistió en colocar hilos impregnados con pus seco sobre rasguños frescos practicados a los así vacunados. En África la utilizaron los amos con sus esclavos y en Turquía con las bellas esclavas caucásicas, en quienes más la desfiguración que la muerte, era temida. Y hasta en el Nuevo Reino de Granada fue practicada por el sabio Mutis.

Conocida la variolación por lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador inglés en Constantinopla, en forma arriesgada la experimentó en sus hijos, y con arrojo la propuso a la princesa de Gales para los suyos. Corría el año de 1722. El consejo fue aceptado, no sin antes confirmar su eficacia en seis huérfanos y siete criminales. Con el ejemplo real el procedimiento se difundió rápidamente en Inglaterra, al punto que se establecieron casas especiales para realizarlo. Tronchin lo llevó a Ginebra y Voltaire lo difundió en Francia. Aún así sus riesgos generaron desconfianza. Aunque la viruela presentó nuevos brotes la vacunación no se generalizó. Se temía la transmisión de otras enfermedades como la sífilis o la adquisición de una viruela grave. De hecho muchos la padecieron y murieron. Sería el inglés Edward Jenner, médico rural de Gloucestershine, quien proveería a la humanidad de una vacuna segura.

La viruela de las vacas "varidae vaccinae", como la llamó Jenner, era una enfermedad con aparición de costras semejantes a las de la viruela. Era transmisible al hombre, que infectado de los bovinos padecía una enfermedad totalmente inofensiva con aparición de costras que hasta el pueblo relacionaba con la resistencia a la viruela; tanto que el colono Benjamín Jetsy, como tantos otros, en 1774 inoculó a su mujer pústulas de vaca, con la intención de protegerla. Pero nunca con rigor científico se analizó el fenómeno. Los médicos menospreciaban la creencia popular. Jenner no lo haría.

La ausencia de efectos a la variolación entre la servidumbre de los terratenientes llamó la atención a Jenner, quien centró sus estudios en esa manifestación. Comenzó por convencer a quienes habían padecido la viruela vacuna de dejarse inocular con la viruela auténtica. Así confirmó sin lugar a dudas el efecto protector. El 14 de mayo de 1796 vacunó al joven James Phipps, con material proveniente de costras de una muchacha infectada con la viruela de las vacas. Inoculado James 16 días después con la viruela verdadera, no tuvo reacción alguna.

El descubrimiento de la vacuna ideal, no convenció sin embargo a los miembros de la “Royal Society”. Les parecía absurdo que una enfermedad animal protegiera contra una propia de los hombres.

De las repetidas experiencias de Jenner nacieron entre 1798 y 1800 tres publicaciones que buscaron convencer al mundo escéptico, de la bondad de sus hallazgos. En 1799 Viena conoció el descubrimiento, que fue difundido por Jean de Carro. No obstante el gobierno prohibió la aplicación de la vacuna. Sin embargo la epidemia de 1800 hizo fijar de nuevo los ojos en el esperanzador descubrimiento. Los experimentos comprobaron su validez y el gobierno terminó recomendándola.

En 1802 el parlamento inglés con una donación de 10 mil libras expresó a Jenner su gratitud en nombre de toda la nación. Un desencanto transitorio llegó al confirmar que el efecto de la vacuna era temporal. Sin embargo repitiendo su aplicación el problema era solucionable.


BIBLIOGRAFÍA
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22. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 28, 123-132, 157, 159, 161, 165


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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viernes, 1 de agosto de 2008

CARTA XXX: ESTOY ENAMORADO

Agosto 6

Copito mío:

La atracción entre los sexos, el enamoramiento y el amor no pueden evitarse, la naturaleza los decreta. El instinto, más que las inhibiciones, la cultura, la familia y la sociedad deja su huella.

El enamoramiento es una expresión suprema del afecto. Desequilibrado, extremo, el enamoramiento no conoce racionalidad ni límite, y tiene tanto de fugaz como profundo. Bajo su influjo yerra la razón y los sentidos alucinan. La realidad se distorsiona y las sensaciones placenteras no saben de fronteras. Es el imperio de la dicha inagotable, pero igual que el fuego, abrasa y se consume, y se extingue inexplicablemente, sembrando en su agonía el peor de todos los tormentos.

Me has llevado al clímax del amor, y quiero volver este momento eterno, pero conozco el abismo que ronda sus costados. ¿Cómo podría conseguir la seguridad de que este placer es para siempre? Copito, la estabilidad de mi vida está en tus manos.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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CARTA XXIX: DESPUÉS DE NUESTRO ENCUENTRO

Agosto 4

Enternecedor copito:

Arde aún en mi piel el fuego de nuestro primer encuentro, y palpita mi corazón con la misma intensidad de cuando fuiste mía. Mi tacto trémulo guarda todavía el maravilloso recuerdo de tus íntimos secretos. Que hermosa comunión de dos seres que se aman, arrebato sublime en que se funden los cuerpos y las almas.

La maternidad que tan duras cuentas de cobro pasa a la belleza, fue indulgente con tu cuerpo y por ti pasó sin alterarte. No hay estría que delate la existencia de tus hijos, suave es tu piel, firmes tus senos, duros tus muslos, exquisito tu sexo como la fruta fresca.

Guardo el recuerdo de tus manos y tus labios aventurándose en mi cuerpo con temor, contenidos por un pudor no deseado. Guiados por el instinto y la pasión. Ansían mas no se atreven, esperan un guiño de mi parte. Pausadamente entro en tu piel, avanzo firme, exploro con ternura y con deseo. Voy en pos de tus zonas más ardientes, dejando en ellas el sello de mis labios. Tembloroso, siento tu ser bullir. El fuego abrasa, siento que gimes en éxtasis supremo.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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