martes, 3 de junio de 2008

AMISTAD ETERNA

Puso en mi camino el cielo
el alma más noble y generosa,
ternura hecha mujer
que del olvido rescató
mis caras ilusiones,
sueños que otra rompió
sin proponerse.

¡Gracias doy a Dios por conocerte!

Purísimo corazón
que arrebató de amor
mi alma y mis sentidos,
visión angelical tan deseada
para hacerla
mi eterna compañera.

Ansiado anhelo,
soñada perfección
siempre prohibida,
humano tesoro
que no debía arriesgar:
Por una amistad,
-más duradera-
resigné mi amor...

¡Para quererte siempre!


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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EL CÓLERA

Esas diarreas incontrolables, deshidratares en extremo, que terminaban dejando apergaminado el cuerpo, gris y sin aliento hasta causar la muerte, fueron para los indios desde tiempos sin memoria una situación corriente, no por la fatalidad, sino por la frecuencia de sus brotes. Uno tras otro se sucedían sin conocer su origen mientras los moradores seguían acudiendo a los estanques de agua bendita, donde los hombres piadosos se bañaban, y de aquella agua sagrada y curativa se servían sin temor. Arrojaban las deposiciones de los enfermos a las calles y contaminaban sin imaginarlo las fuentes de agua. Y cuando los peregrinos, por millares, llegaban al Ganges y a los sitios sagrados, la mortandad se tornaba indescriptible. Y es que para su propagación, peregrinaciones y guerras fueron las mejores aliadas. Presente estuvo el cólera en Medina y en la Meca, en diecisiete mil de las muertes de la Guerra de Crimea y en las doce mil de la guerra de independencia norteamericana. En cientos de miles se contaban en cada país los muertos de cada epidemia, pero nunca fueron tantos como en la India que en una sola peregrinación a Hardwar tuvo dos millones de peregrinos muertos.

Confinado por muchos siglos, hasta el XIX a Asia y particularmente a la India, tuvo el cólera con la evolución del transporte el mejor vehículo para diseminarse por el mundo. Más efectivos resultaron en su propagación los grandes vapores, los trenes y hasta las diligencias, que los lentos y pequeños veleros de otras épocas.

Sólo en la Edad Moderna Europa comenzó a tener el cólera entre la fuente de sus preocupaciones. En 1817 se inició en la India una epidemia que paseó por el mundo su sombra de terror y de muerte. Llegó a Indochina en 1819, luego a Filipinas y en 1821 a Oriente Medio, al Japón en 1822 y un año después a Rusia y de allí a Polonia, Hungría y Austria. En barcos la llevaron a Inglaterra; a Canadá llegó con los inmigrantes irlandeses. En 1833 ya hasta México la padecía procedente de los Estados Unidos.

La epidemia del cólera en Egipto en 1883, movió a Francia y a Alemania a aplicar todos sus esfuerzos al esclarecimiento de la enfermedad. Dos comisiones del más alto nivel viajaron al país africano. Una conformada por Thuillier, Nocard y Roux, colaboradores de Pasteur, y otra alemana presidida por Robert Koch. Debían enfrentar un enemigo totalmente desconocido. ¿Dónde encontrarlo? ¿En la sangre? ¿En la saliva? ¿En el sudor? ¿En la orina? ¿En las heces? ¿Acaso en el aire espirado? Estudiaron tejidos y productos corporales, realizaron inoculaciones y cultivos, estudiaron el ambiente, el suelo, el agua.

Mientras la comisión francesa perdía por el cólera a uno de sus integrantes, el doctor Thuillier, la alemana realizaba un hallazgo interesante. Todas las muestras de intestino, así como las heces frescas de los enfermos, mostraban sin falta un bastoncillo curvo nunca antes observado. Sin resultados significativos los franceses regresaron, Koch por el contrario viajó a la India y confirmo en Colombo y en Calcuta sus hallazgos. Vibriones se llamaron aquellos bacilos de tan vivo movimiento. Tras meses de trabajo agotador consiguió un cultivo puro. Siguió luego la huella del que denominó “bacilo vírgula” y señaló a las aguas de la India, sagradas o mundanas, como el vehículo que trasmitía la enfermedad. Contaminadas por los enfermos terminaban ingeridas por las personas saludables. Demostró que a pesar de la mortalidad que causaba, el bacilo era frágil, perecía en el medio seco y no se trasmitía por el aire. El ciclo de la enfermedad era sencillo, el germen se eliminaba solamente en las deposiciones y se adquiría exclusivamente por la boca.

De vuelta a Egipto pudo diferenciar el cólera de la disentería tropical al descubrir como agente causal de ésta a un organismo mayor, tanto o más grande que las células del cuerpo, la ameba, parásito ya descrito por Lösch en 1875 en las deposiciones. Aunque las enseñanzas de Koch tardaron en aplicarse fuera de su patria, con el tiempo terminaron por hacerse innecesarias las hogueras, como la que aún en 1884 encendió Marsella para purificar el aire, y las fumigaciones con azufre a los viajeros. Las medidas higiénicas, la vacunación y los antibióticos terminaron por derrotar los brotes epidémicos.

Para la Primera Guerra Mundial, se dispuso de la inmunización activa y la guerra y el cólera, por fuerza de los adelantos científicos, dejaron de ser aliados.


BIBLIOGRAFÍA
1. Carpenter Charles C. Cólera. En Tratado de Medicina Interna de Cecil. 15ª. Ed. México: Interamericana. 1983: 550
2. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
3. Farreras Valenti Medicina Interna. Barcelona: Editorial Marín S.A. 1967: Tomo I, 1084
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5. Metchnikoff Elias. Estudios sobre la naturaleza humana. Buenos Aires: Orientación Integral Humana. 1946: 223-225
6. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 61 (ilustración), 58-68, 62 (ilustración), 211-221, 226-227, 272-278
7. Wallace Craig K. Cholera. En Infectious diseases and medical microbiology. 2ª. Ed Philadelphia: W. B. Saunders. 1986: 911-912


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")


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