viernes, 23 de mayo de 2008

TU AUSENCIA

Cuánto anhelo contarte mis pesares,
esos espectros que nacen
de tu ausencia;
fantasmales moradores de la noche,
alados, volátiles, rapaces,
que asaltan mi alma
volviéndola jirones

Cuánto anhelo decirte
que estoy triste,
que anhelo tu consuelo
y tu consejo tierno.

Cuánto anhelo refugiarme
en la paz de tus palabras;
cuánto contarte nuevamente
el diario acontecer de mi existencia.

Hoy que encuentro ausente
el brillo de tus ojos,
y el calor de tu ser
se ha disipado,
cuánto extraño
que seas mi confidente
para confesarte el secreto dolor
que el temor de perderte
me depara.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)

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CARTA XXIV: DE HOY EN ADELANTE TE LLAMARÉ COPITO

Julio 21

Amor mío:

Todo cuanto de ti percibo tiene la virtud del terciopelo.

Tu pelo, tu piel, tus labios, tu voz, tus sentimientos, tus gestos y maneras estimulan mis sentidos de forma suave, profunda y permanente.

Eres al tacto delicada, al gusto dulce, al oído armónica y serena; al olfato apacible y perfumada y a la vista sosegada y refulgente.

Todo en ti es sedoso, manso, benévolo y sumiso, como de felpa, como de algodón. Como la bolita nívea que frota la herida sin provocar martirio, como el copito blanco que acaricia cuando frota.

Cuando te estrecho tu suavidad me calma, cuando te oigo me sereno, cuando me duermo entre tus mimos, siento que floto entre nubes de singular blancura, siento de plumas el colchón y de algodón las mantas.

En tu regazo siento que eres un copito delicado, ese copito de algodón que no lastima nunca, por eso desde hoy te llamaré Copito.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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viernes, 16 de mayo de 2008

EL GERMEN DE LA INFIDELIDAD

Aunque cursaban carreras diferentes, el encuentro diario en el billar del bienestar estudiantil terminó por forjar entre Joaquín y José una amistad inquebrantable, que creció a pesar de la renuencia de José a participar en las francachelas que Joaquín organizaba los fines de semana. Parrandero y mujeriego, Joaquín tenía fama de llevar una vida sibarita, de visitar lugares poco santos y de entablar noviazgo con jóvenes mundanas. Él siempre negó las murmuraciones más audaces, y José no llegó jamás a comprobarlas. Para él era un muchacho locuaz sin nada censurable.

Como ignoraban los padres de José las malas lenguas, le abrieron las puertas de la casa y le asignaron puesto en la mesa todos los domingos. Y esa rutina se conservó por años, hasta que los miembros del hogar se dispersaron. Entonces concibió Joaquín una tertulia de solteros en la que dio a José carácter honorario. En ella de todo se hablaba sin mesura, y al calor del ron y el aguardiente disecaban lo celestial y lo profano. Al amparo de Joaquín el culto al amor libre y a la infidelidad se volvió consigna entre los tertulianos.

El amor romántico tuvo pocas opciones en la vida de Joaquín, marcada por la vertiginosa sucesión de lances pasionales. Por eso la infidelidad que él defendía, tenía connotación distinta a la de quienes habían puesto alguna vez en el amor todo su aliento. «La infidelidad no es ni falta ni traición. Dado su origen instintivo luchar contra ella es batallar consigo mismo. Pasarse toda la vida cohibiendo los instintos es un desgaste inútil, aceptar la naturaleza es lo sensato». Eso expresaba Joaquín, pero sus contertulios, en razón de su temperamento lujurioso, opinaban que no era reflexivo su argumento. Creían que era un pretexto para justificarse. A José, por el contrario, le admitían sus juicios, aunque llegaran a las mismas conclusiones. Y era que José, que sí creía en las explicaciones de Joaquín, ahondaba en el tema con alardes de erudito, se apoyaba en su pluma bien calificada y no tenía en su contra una vida licenciosa.

José había considerado válidas las razones de Joaquín aún en tiempos en que el amor le sonreía. Tras el fracaso con Elisa su pensamiento se afianzó y sus hábitos cambiaron. Y no fue por influencia de Joaquín como creyeron muchos, sino por un impulso propio de conseguir más dicha y menos decepciones. Perdida toda la esperanza en el amor, comenzó a pensar más en la satisfacción sexual; y aunque se le volvieron tolerables las consejas de Joaquín, fue tímido en seguirlas. Cuestión de estilo, el suyo era más refinado. El mismo lo insinuaba: «El instinto de los hombres tiene más diferencias de forma que de fondo». Así que las afirmaciones de Joaquín, no obstante su rudeza, eran tenidas por José por válidas. Decía Joaquín: «¿Cómo vamos a entendernos, si las mujeres únicamente piensan en el amor, cuando nosotros sólo pensamos en el sexo? Y sin embargo, si no fuera por el sexo nada tendríamos en común con las mujeres […] El amor romántico es un lujo que no a todos importa. [...] Tarde o temprano pasa el tiempo de la costosa inversión y la paciencia; y de esperar con calma el beso o la caricia. Los hombres anhelamos satisfacciones al instante... y fáciles».

Si hubiera tenido José que dar sobre el amor su testimonio, habría dicho que sólo le había quedado frustración y dolor de un ideal que juzgaba un espejismo; que su matrimonio, desastroso, había arrasado con los sueños más tiernos de su juventud; que gracias a su brutalidad se habían vuelto más cursis las quimeras del primer amor; y que la luna de miel había sido el preámbulo del mayor yerro de su vida.

Las decepciones inmanentes al amor, afirmaron en José el convencimiento de la trivialidad y finitud de la pareja. En su análisis la rutina y la incompatibilidad de las personalidades, como en su caso, daban cuenta del fracaso de los matrimonios, junto a otra causa universalmente señalada: la infidelidad, a la que él recurrió tarde, pero con la fortuna de que precipitó la separación que lo libró de mantener una relación tormentosa hasta la muerte. Sin tener que hablar bien del amor, multiplicó sus escritos sobre la infidelidad. Primero ensalzándola y oponiéndola a la relación tradicional, luego disculpándola y justificándola, y por último previéndola y hasta lamentándola. «La infidelidad es una condición latente ineludible. No la defiendo, apenas la acepto como un hecho natural y cotidiano. [...] La fidelidad y el amor eterno no brotan por exigencias culturales. [...] Intentemos ser fieles hasta donde nuestra naturaleza lo permita... al menos nos aligera la conciencia cuando llega. [...] La relación de pareja es más sólida cuando se cimienta en la solidaridad y más frágil cuando se funda en la fidelidad».

Viendo a José convertir la infidelidad en tal torrente de meditaciones, Joaquín optó por animarlo a una promiscuidad incitadora, contándole que era como probar los mejores platos en las mejores mesas, pero José apenas acogió el consejo cerca de su final, cuando se dispuso a disfrutar hasta la saciedad los placeres que se había negado.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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UNA ASAMBLEA CONSTITUYENTE RENDIDA AL NARCOTRÁFICO *

Hoy Colombia debe perder la confianza en sus reformadores. Quienes por cobardía renuncian a la razón y a la justicia beneficiando oscuros delincuentes, no pueden legarle a Colombia principios fundados en la diafanidad de sus virtudes.

Quienes debían remediar los males del Congreso, se han contagiado de sus mismas perversiones, y ahora entregan la dignidad y la honra de la patria con el falaz pretexto de restituirle la tranquilidad perdida.

Atropellando el Derecho Internacional, los constituyentes hincados ante el narcotráfico han demostrado más abyección que los artífices de aquel frustrado “camarazo” que en buena hora frustró la acción valerosa del ministro Lemos.

Lloremos pues con El Espectador, con Lemos, con Parejo, con Galán –el padre del caudillo- y con los pocos valientes que le quedan a Colombia, el golpe artero con que saluda al país la nueva Carta Magna.



1. La Asamblea Constituyente que promulgó la Constitución Política de Colombia en 1991 abolió en su artículo 35 la extradición de nacionales. La prohibición no duró mucho: quienes se empecinaron en ella lograron revivirla. Hoy como nunca se extraditan delincuentes que aun tras de rejas en Colombia son incontrolables.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

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sábado, 10 de mayo de 2008

PATRIA

Eres el suelo que guarda
el polvo de mis muertos,
y que hace temblar mi corazón
en la distancia.

Eres la historia que se confunde
con la historia de mi casta
y el porvenir que aguarda
la savia de mis deudos.

Eres la emoción que una nota marcial
convierte en lágrima;
ausencia hecha nostalgia
en la orfandad que nace en el exilio.

Eres el aire que se escapa en mis suspiros,
el mismo que aspiro en mis mañanas,
y el soplo vital que corre por mis venas.

Eres mi cuna y potencial mortaja,
feudo grandioso
que sin ser mi heredad
me pertenece.

Eres mi tradición y mis creencias,
mi forma de ser y de expresarme,
impronta y troquel,
mi sello hasta la muerte.

Eres el cielo que imagino propio
y el suelo en que no me siento extraño;
eres la exaltación que me convierte en héroe:
mártir dispuesto a lucir tu pabellón como sudario.

Eres urdimbre de recuerdos rancios,
memoria de gestas que me jactan,
invocación de mitos y leyendas,
evocación de infortunios y calvarios.

Eres la estirpe en que se hermana
el prohombre del busto patinado
y la humanidad del humilde ciudadano.

Eres en últimas…
el alma del terruño
confundida con su par en mis entrañas.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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ABSURDO

Estrictos preceptos,
rígidas rutinas
se aprenden en la infancia
para que el mundo
nos haga prisioneros.

A disfrutar obliga
la hipócrita sociedad
que nos reprime
las disciplinas
que causan frustraciones.

Anteponer por siempre
al placer, el deber
sin motivos
que la razón sustente.

Vocación absurda
al sacrificio inútil,
apego a un orden
arbitrario y necio,
desquiciadoras normas
impuestas por los hombres,
expresiones fanáticas
a Dios atribuidas,
mandatos sin bondad
-fin esencial que todo justifica-
que del hombre atropellan
dignidad, libertad y sentimientos.

Vivir para el trabajo,
trabajar para vivir,
círculo sinfín,
absurdo de la vida.

Para el deber se vive
siempre postergando
satisfacciones íntimas,
goces profundos
que nutren
al espíritu sediento.

¿Por el trabajo sometido
puede el hombre
cultivar su espíritu?
¿Dedicarlo a la reflexión,
a la contemplación
de lo creado?
¿A la expresión
de sus íntimos talentos?
¿Nutrirlo con las cosas bellas?
Placeres elevados
o mundanos cercenados
por reglas sin sentido.

Que se extinga la flama de la vida,
que rechaza una existencia sojuzgada,
que perviva si a mi ser
permite realizarse.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")


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LA TUBERCULOSIS

Temeroso de las enfermedades que no podía controlar, el hombre antiguo, con frecuencia repudió a las víctimas de los padecimientos y tendió sobre ellas un manto de culpabilidad. No ha de extrañarnos por tanto que una enfermedad como la tuberculosis, en la India fuera considerada impura y que a los enfermos se les proscribiera con la intención de que no transmitieran su impudicia.

La tuberculosis fue conocida por muchos siglos como tisis y fue confundida por los médicos griegos con la malaria. No contagiosa ésta según ellos, tampoco debía serlo "su forma pulmonar", la verdadera tuberculosis. Otra era sin embargo la creencia popular que llevaba a apartarse de los tuberculosos. No obstante la tuberculosis nunca fue epidemia.

Aceptando la teoría hipocrática de que el aspecto característico del tuberculoso era heredado, hasta los trabajos de Koch vivió el mundo de ciencia en el error de considerar hereditaria una enfermedad que era contagiosa. Hasta él, muchos dudaron, pero nadie fue capaz de sepultar el dogma. Personas que nunca enfermaron a pesar de vivir entre tuberculosos hacían dudar de su transmisibilidad.

Fracastoro, convencido de su carácter contagioso, pregonaba que los utensilios del paciente podían por años trasmitir la enfermedad, y consiguió que las autoridades italianas dispusieran en 1537 el aislamiento de los tuberculosos y la destrucción al fuego de sus pertenencias tras su muerte. En contraste con el pueblo que lo aceptaba y comprendía, los médicos ciegamente aferrados a los conceptos hipocráticos se negaron, a pesar de la evidencia, a aceptar que la tisis fuera contagiosa y resistieron la medida.

Poco consuelo hubo para los enfermos de "la peste blanca" hasta nuestro siglo. Galeno consideraba casi imposible tratar la enfermedad. ¿Cómo curarla si el reposo imprescindible no se conseguía en un órgano en permanente movimiento? Siglos después Forlanini (1882) produjo el neumotórax terapéutico, inmovilizó el pulmón y detuvo la actividad de la enfermedad.

En tanto sangrías e inútiles curas de aguas minerales se prescribían a los enfermos, anatomistas y patólogos hacían grandes descubrimientos. A los "tuberculum" que descubriera en los pulmones, Sylvius (1614-1672) les atribuyó la causa de la enfermedad. Ellos fueron en 1695 los que dieron a la tisis el nombre de tuberculosis. Morton describió las etapas clínicas, Laennec demostró que era enfermedad sistémica y Virchow la hizo objeto de detallado estudio al microscopio.

Al descubrir Pasteur que los microorganismos podían por su rápido crecimiento provocar enfermedades y causar la muerte, se atrevió a postular que la tuberculosis podía ser un padecimiento bacteriano; pero los médicos lo menospreciaron: ¿Qué podía saber un químico de tuberculosis?

Koch creyó en el origen infeccioso de la enfermedad y se dio a la tarea de descubrir su agente, pero las técnicas de cultivo y coloración resultaron infructuosas hasta que el destino hizo que en un portaobjetos con material tuberculoso olvidado en azul de metileno aparecieran los bacilos que nunca pudo observar al prepararlos con azul de metileno fresco. A los 39 años, el 24 de marzo de 1882, Koch presentó su trabajo a una comunidad médica que no podía aplaudir un descubrimiento que echaba por tierra sus conocimientos. Pero el microscopio estaba allí, disponible para confirmarlo. Se demostraba por primera vez la naturaleza parasitaria y contagiosa de las enfermedades infecciosas del hombre. La relación causal hasta entonces sólo había sido demostrada en el carbunco de los animales.

El aislamiento del bacilo parecía imposible, pero al final los resistentes cultivos terminaron por someterse al ingenio de Koch. En el cobayo descubrió el medio ideal para conseguir su crecimiento.

Con el descubrimiento del bacilo de la tuberculosis que llevaría su nombre, también demostró Koch que no obedecía la enfermedad a un problema alimenticio.

La enfermedad era transmisible, pero el aislamiento del enfermo a la usanza de la Edad Media era impracticable. Por lo pronto se buscó el control de los esputos en recipientes con desinfectantes en lugares públicos y se ordenaron curas de reposo en las montañas. Entre tanto llegó la era industrial, que contribuyó notablemente a la difusión de la enfermedad. Al descubrir Koch el bacilo, la enfermedad causaba una de cada siete muertes.

Los trabajos del sabio alemán prosiguieron hasta obtener en 1910 un extracto de toxinas del bacilo, "la tuberculina de Koch". Desde 1890 había anunciado el investigador los halagadores resultados de sus experimentos en cobayos, que sugerían la posibilidad de curar la temida enfermedad y que recibieron una publicidad tan inesperada, que instituciones científicas, universidades, gobernantes de muchos países y todo tipo de celebridades lo hicieron objeto de sus homenajes. Lister lo visitó en Berlín, Pasteur recibió en París, entusiasmado, una muestra de su vacuna, muchos científicos visitaron su laboratorio, y Prusia le construyó el Instituto de Enfermedades Infecciosas, hoy de Koch, a semejanza del de Pasteur, como reconocimiento y estímulo a su obra. Fueron primero dosis débiles de bacilos tuberculosos y luego cultivos muertos los que confirieron a los cobayos resistencia contra la infección. Pero esos mismos bacilos muertos inyectados en la misma dosis a los cobayos enfermos, les causaban la muerte; en una ínfima concentración, por el contrario, hacía que los cobayos curaran. Los animales enfermos eran hipersensibles a los bacilos tuberculosos, el éxito de los resultados dependía de la concentración administrada. ¿Qué pasaría en el hombre? Obtuvo Koch un extracto de toxinas del bacilo en glicerina, que llamó tuberculina y la experimentó en sí mismo, padeciendo una breve pero intensa reacción, pues el hombre resultó ser mucho más sensible que el cobayo. Conseguida así una dosis de referencia para el ser humano, utilizó la tuberculina en sus pacientes, en dosis progresivas y pequeñas. El mundo convencido de que curaría la enfermedad la recibió esperanzado, pero a los halagadores resultados iniciales, siguió desafortunadamente el desencanto. Pero la tuberculina se convirtió de todas maneras en un valioso aporte al diagnóstico de la tuberculosis, y la idea de Koch retomada en el Instituto Pasteur por Albert Calmette, condujo a la elaboración de una vacuna efectiva. Los noventa lactantes que por error murieron en la ciudad de Lübeck tras la aplicación de la vacuna, no consiguieron desvanecer su fama, y en la leche se siguió administrando a miles de recién nacidos. Trece años de cultivos e inoculaciones sucesivas le habían tomado a Calmette para despojar al bacilo de su virulencia.

El genio inagotable de Koch trató también de explicar la escasa frecuencia de la tuberculosis intestinal a pesar del consumo habitual de leche contaminada, y en 1901 explicó a los asistentes al Congreso Internacional de Tuberculosis en Londres el motivo: los bacilos de la tuberculosis bovina y humana eran diferentes y los peligros para las especie diferían, solamente para el huésped habitual eran considerables.


BIBLIOGRAFÍA
1. Dietz David. Historia de la ciencia. Buenos Aires: Santiago Rueda – Editor. 1943: 302
2. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
3. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 49 (ilustración), 51-65
4. Laín Estralgo Pedro. Historia universal de la medicina. 1a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1980: Tomo 7, 507p
5. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p
6. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
7. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 250 (ilustración), 251-257
8. Thorwald Jürgen. El Triunfo de la cirugía. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1960: 359
9. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 202-210, 233-234, 264-270, 331-332

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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