sábado, 22 de enero de 2011

CARTA LVI: LO QUE ESCONDEN LAS MIRADAS DE LOS HOMBRES

Octubre 30

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Lo íntimo y mundano que hay en el instinto femenino probablemente nunca lo sepa de tu boca, pero como macho atrevido no siento sonrojo al confesarte las características volcánicas de la naturaleza masculina.

Hoy he sentido el impulso de contarte lo que esconden las miradas de los hombres.

Toda mirada lasciva, furtiva, prudente, descarada o tímida, esconde un mismo antojo. Aunque todos tengamos una apariencia diferente, por igual nos consumimos de pasión al ver una mujer que atrae. El deseo es idéntico, siempre gozamos los hombres lo carnal. La posibilidad de poseer nos arrebata.

Unos glúteos que atraen, una pelvis que fascina, unos muslos bien torneados, unos senos hermosos, se llevan tras de sí nuestra mirada, como arrastra un imán la limadura. El interés en el resto vendrá luego, llegará el momento en que nos demos cuenta de la inteligencia, de los sentimientos nobles y de otras cualidades de la mujer que no lucen con la misma intensidad que los atributos que la hacen sexualmente apetecible.

Eso somos en la intimidad los machos. Expertos en desnudar a la mujer con la mirada. Pocos congéneres tendrán el valor de confesarlo: puro temor a poner en riesgo la conquista; a veces por prudencia o por recato.

Ese comportamiento infame a los ojos de la mujer inexperta y candorosa, es ni más ni menos que la expresión irremediable de nuestra naturaleza masculina Y no ha de ser motivo para que no surjan relaciones hermosas de pareja que en aras del amor transforman nuestro descaro en tímidas miradas.

Me gusta la franqueza y ofrecí mostrarme a ti con trasparencia. Por eso descubro ante ti los secretos de la especie. Enigmas que para las damnificadas del amor confirman apenas sus severas conjeturas. Además tiene para mi no sé que recóndito deleite esta insolencia. Gozo desenmascarando al mundo, revelando lo que finge, mostrando lo que oculta, haciendo públicos sus reales sentimientos: esas debilidades que a todos nos hermanan. ¡Que nadie se proclame de mejor sustancia!


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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