viernes, 11 de abril de 2008

CARTA XXII: QUE LAS SOMBRAS DE LA INFIDELIDAD NO NOS PERTURBEN

Julio 15

Mi amor:

Donde haya luz siempre habrá sombras, y donde asome la felicidad, temores. No podemos ignorar que los sentimientos son más efímeros que nuestra vida a pesar de nuestras buenas e infructuosas intenciones.

Muchas veces he afirmado que la monogamia no está escrita en los genes de la especie humana; que instituirla ha sido probablemente un disparate. Más con matrimonios que se fraguan para siempre. La poligamia o la monogamia cambiando de pareja son soluciones sociales a la infidelidad del hombre. Practicar la fidelidad es un tormento cuando el amor se ha ido. Que la traición acecha, he pensado en medio de la soledad y del despecho. Hoy que me vuelvo a ilusionar con el amor quisiera no pensar en ello. ¡Es imposible!

Cuando se inicia una relación hermosa quisiera que fuera para siempre, mas el amor a la voluntad no se doblega. ¡Mísero destino! Nadie ama porque la voluntad lo mande. La voluntad puede perpetuar una relación pero nunca un sentimiento. Y contra lo que dictan los cánones sociales, me opongo a que por la fuerza se mantenga una unión sin la chispa del afecto.

Víctimas somos del mandato natural que rige los sentidos, por ello no condeno a quien sucumbe a esa ley natural que involuntariamente lleva a la apatía por el ser que un día se quiso, más aún, que aviva simultáneamente el interés por otro. Una vez saturados los sentidos, pierden interés por el estímulo que los excita, por eso una criatura inédita embelesa. Habré de dosificar el placer que me prodigas para que siempre algo nuevo perciban mis sentidos.

¿Qué seguridad puedo ofrecerte?, preguntas con el sobresalto de quien vacila en emprender una aventura. Y solamente atino a contestarte que tantas como tú a mí puedas brindarme. No somos nosotros quienes guiamos al amor, sino él, el que a su antojo nos gobierna. Sólo actuemos con honestidad, sin el deseo de hacer o hacernos daño, así nunca habremos de sentir reproche.

Las promesas del enamorado son auténticas, pero no eternas como su juramento las proclama. No tienen más existencia que el amor que las inspira.

¿Pero no debemos, por ello, albergar siquiera una esperanza? ¿Por qué no disfrutar la dicha del presente si el futuro se nos presenta incierto?

Razón tienes al dudar del sentimiento que te atrae a mis brazos. Al fin y al cabo renuncio para amarte a otra relación, que en algún momento creí maravillosa. Hoy eres favorecida por mi infidelidad, no pensemos que mañana puedas por ella ser sacrificada. Mis palabras son sinceras, mi motivación honrada y mi corazón tan sólo alberga buenos sentimientos.

El temor a ser herido impide afectos profundos; genera desconfianza. Podría ser mejor para mí una relación superficial que nada arriesga. No lo anhelo así, por ti corro el peligro. En materia de infidelidad puede por igual ser uno víctima o verdugo.

No presientas que es menos mi cariño porque mis palabras rehuyen al amor eterno que juran los amantes. Con la mitad de mis años sería con ingenuidad perjuro, pues a ti me hubiera ofrecido para siempre. Con los que hoy me colman, por experiencia, únicamente te ofrezco con honestidad mi presente, y mi deseo porque la dicha pueda indefinidamente prolongarse.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

VER SIGUIENTE CARTA
VOLVER AL ÍNDICE

POR TEMOR A LA MUERTE SE AMA LA VIDA

Con la enfermedad llegó el momento de las confrontaciones, de saber si la muerte era la misma presentida en la distancia que vista cara a cara. En medio de su aplomo, José vivía momentos de inquietud. La incertidumbre del trance y la eventualidad del más allá incitaban su curiosidad. La desaparición de la vida como si fuera un bien intrascendente ya no lo conmovía.

«No aborrecí la vida, tampoco afirmo que la amaba». Y era verdad; por ser un bien impuesto siempre la cuestionó. «No me agrada que el individuo nazca sin intervención de su voluntad, y menos que cuando ha aceptado la existencia y se ha acostumbrado a vivir, se le arrebate la vida de forma inexorable. Cómo me hubiera gustado expresar mi anuencia de venir al mundo». No le encontraba sentido a llegar a la vida porque sí, a la fuerza, sin proyectos; a buscar una razón a la existencia; a improvisar estrategias para soportarla y a obrar como un sobreviviente. Sopesaba la hostilidad y las dificultades, las tristezas y los sacrificios, y los hallaba desproporcionados frente a los gozos y las satisfacciones. «¡Y sin embargo la gente se aferra a la existencia!». Coligió que era más por el temor a la muerte que por amar la vida. Él en cambio se ufanaba de que con el mismo ánimo que aceptó la vida, se sometía a morir. «A la parca la incorporé a mi mundo, la armonicé con mis afectos y la volví mi aliada. La percibí como una fuerza redentora en los momentos de dificultad y hastío». La sentía una puerta de escape, un último recurso que lo volvía altivo en la dificultad, porque le permitía burlarse de la vida hostil. Pero no era más que especular, porque de antemano sabía que nunca de esa alternativa se valdría.

Dedujo que si la vida, el bien preciado, desaparecía como un desecho, ningún capital menor que ella merecía un mayor esfuerzo. Que si la vida no era trascendente, nada podía serlo en este mundo. Luego no debía sacrificar su vida por en pos de desmedidas ambiciones terrenales. Y fue coherente: ni poder ni fortuna fueron objeto de sus sacrificios. Abolió los esfuerzos estériles; se volvió enemigo de las normas impuestas por los mismos hombres para desagrado de sus semejantes; anatematizó los mandatos sin bondad evidente y suplicio manifiesto; buscó la satisfacción de sus sentidos; y se olvidó de tantos cuidados con su cuerpo. Asumió comportamientos de riesgo bajo la concepción de que el mayor costo era apenas adelantar la muerte.

De manera que fue la pugna con la muerte la que le enseñó a vivir, la que le simplificó el arte difícil de existir. Sin descuidar sus principios dio vía libre a sus deseos, se hizo proclive al placer, pero sin asentarlo en el perjuicio ajeno. Ahora a punto de morir pensaba que muchas satisfacciones inmateriales fueron trascendentes, pues eran en su último viaje su único equipaje. «Me marcho con la dicha de la gratitud y el amor que me profesan, reconocimiento enorme a actitudes sencillas, a palabras amables, a gestos considerados, tan elementales que nunca creí que se tasaran tanto».

Eleonora advertía esa serenidad: «Mi papá hace ver sencillo el proceso de la muerte. El dominio de sí mismo y su impavidez desconcertante hacen pensar que nada ocurre». «Hija, cuando la muerte llega en el momento justo se la está aguardando; no tiene razón el sobresalto». Aunque era cierto el argumento, en el caso de José se había anunciado en un momento vital de su existencia, no era el momento justo por lo tanto. Haber tenido cada día una reflexión sobre la muerte hasta convertirla en parte de la vida, era el auténtico motivo de su serenidad. «Morir es cuestión de tiempo, y se puede morir hasta sin haber nacido», solía afirmar resaltando su carácter natural y perentorio. Haber peleado desde joven contra ella ahora le servía para aceptarla. Y así fue con la vida, con ella también libró duras contiendas. La disfrutó, pese a considerarla una carga insoportable. «El nacimiento es la primera contrariedad del hombre, que tiene que inventarse una razón que le quite el tedio por la vida, y paradójicamente es el pavor a la muerte la razón buscada. Por temerla, el hombre se somete a existir, sin importar las circunstancias». Pero su ánimo alegre y sibarita desdecía sus expresiones, más aplicables a los demás mortales; pues en él parecían apenas el producto pasajero de sus desencantos. Pretextos para vivir los tuvo siempre; fueron sus pensamientos, el mundo que criticaba –que le daba en abundancia motivos a su pluma– y fue su hija. Nunca fue la muerte. Con razón decía Piedad: «Convencido como está de que el destino es contrario a nuestras pretensiones, para retrasar su llegada siempre dice que la está aguardando».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE ESCRITO

BUSCO EN VANO EL SENTIDO DE LA VIDA

Un final que aterra
obliga al hombre a desear la vida
y a perseguir motivos
que justifiquen su gozo y su tristeza.

Tras el fin real de mi existencia
busco incesante el sentido de la vida,
no ideales que finjan trascendencia,
ni simples motivos para seguir viviendo

No concibo la vida un accidente
sin razón y por inercia mantenido,
que se agota en la búsqueda
de un mísero mendrugo.

¡Busco incesante el sentido de la vida!

¿Qué finalidad tiene la vida?
¿Expiar acaso un pasado sin memoria?
¿Abrazar el sufrimiento
persiguiendo en la perpetuidad
la incierta recompensa?
¿Aferrarse a la esperanza
que con la felicidad nos ilusiona?
¿Entregar a los sentidos
el goce de placeres terrenales?
¿Será tan sólo la guarda de la especie?

¡Busco escéptico el sentido de la vida!

¿Podrá ser el amor,
entrega pura y generosa
que del Calvario baja
hasta perderse en pétreos corazones?
¿Acaso la fuerza enceguecedora del poder,
en que se forjan perversas ambiciones?.
¿Podrá ser la floración del pensamiento?
¿La busca de la perfección inalcanzable?
¿La contemplación filosófica del mundo?
¿El conocimiento científico
que al universo arrebata
sus íntimos secretos?,
¿La desprevenida búsqueda de Dios?
¿La prejuiciosa que todo sataniza?

¡Busco en vano el sentido de la vida!

¿Es el hombre un destino trashumante
sin memoria del tiempo y del espacio?
¿Una esencia surgida de la nada?
¿Una voluntad desestimada
sembrada sin querer en un mundo,
que abandonará también
sin desearlo?

¿Si es efímera la vida,
qué sentido tienen tantos esfuerzos
burlados por la muerte?
¿Qué trascendencia tiene
toda expresión que se esfuma con el tiempo?
¡Oh tránsito inútil por la tierra!
que ni siquiera deja la certeza
de esa eternidad que alivia la partida.

¡Busqué en vano el sentido de la vida!


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE POEMA