jueves, 8 de octubre de 2009

EL TRISTE CALVARIO DE LA SALUD EN COLOMBIA *

No alcanzan a imaginar los jóvenes que hoy tocan las puertas de las universidades el delicado paso que pueden dar sus vidas al cruzar el umbral equivocado, o al abrazar con vocación y mística una profesión cuya realidad trunca sueños e ilusiones.

Quienes fieles a la idea de un apostolado que los inclina al cuidado de la salud y de la vida consiguen derrotar una adversidad pródiga en dificultades para el ingreso a una facultad, que demanda las matrículas más costosas, que obliga a profundos y prolongados estudios y a sacrificadas prácticas, que exigen desde el primer momento la responsabilidad suprema que no consiente el humano derecho a errar ni la fatiga, desconocen aún, a pesar de tantas pruebas, el tortuoso ejercicio en el país, de las profesiones consagradas al cuidado de la vida.

Los trágicos sucesos que por azar le han correspondido al Hospital de Kennedy**, merecen un análisis más juicioso que el derivado del espectacular despliegue periodístico y de la ejemplar severidad de una justicia que acaso oculta en su rigor con una enfermera que tiene tras las rejas, sin aún haber sido condenada, la debilidad que le permite conceder el beneficio de excarcelación a verdaderos delincuentes.

Podrá ser tranquilizador para la opinión pública que se encuentre un responsable material de tan penosa falla humana y que reciba todo el peso de la ley, pero no será honesto con la comunidad que se sirve de los hospitales del Estado, que se ignoren las verdaderas fallas que hacen riesgosa la asistencia y condenan a muchas instituciones hospitalarias a repetir fatales accidentes.

El error inherente a la condición humana de médicos y enfermeras, podrá tener connotación más grave tratándose del cuidado de la vida humana, pero no podrá interpretarse jamás como el malintencionado descuido, impensable en quienes por fortuna son dueños de una moral muy bien introyectada.

Pero ese error, posible en mínima proporción, se acrecienta en la medida en que se hacen precarias las condiciones para la labor asistencial. Por eso debemos recordarles a nuestros gobernantes, que acaso complacidos con la voluminosa e ilusoria estadística de pacientes atendidos, olvidan la poca calidad de esa atención, la penosa realidad que con contadas excepciones se oculta tras la puerta de los hospitales: recursos físicos, técnicos y humanos insuficientes; enfermos graves que se reciben sin contar con los medios adecuados para su tratamiento; pacientes que tienen que compartir su lecho, o recibir en el suelo los cuidados médicos; medios diagnósticos insuficientes; médicos y enfermeras que en contra de normas universalmente aceptadas, deben atender una multitud de pacientes que desborda su capacidad y da al traste con todo sentido de humanización; profesionales que enfrentan extenuantes jornadas sin descanso, que deben trabajar 16 horas diarias, repartidas en dos o más instituciones para mejorar sus míseros salarios, o que incapaces de multiplicarse tienen que dejar en las manos inexpertas de los estudiantes que deberían supervisar la delicada atención de los pacientes.

Circunstancias que tienen común origen en el desamparo presupuestal de la salud por parte del Estado, y que se perpetuará en la medida en que los gobernantes sin pleno convencimiento del valor sagrado de la vida humana, despojen a los programas de salud de su carácter prioritario.

Si en pos de una modernización mal entendida se aplican las nuevas tendencias en administración que obligan a las instituciones de asistencia pública a dejar utilidades, se habrá convertido al enfermo en un producto más, que vale por lo rentable y no por cuanto su existencia tiene de espiritual e inconmensurable, así se esperará en los hospitales mayor atención al menor costo, mayor cobertura con pésima asistencia, con escaso personal mal remunerado, medicina masificada que racionará al paciente lo poco que hoy puede prodigarle, medicina definitivamente deshumanizada y deshumanizadora.

La afrentosa mancha ya traducida en agresiones físicas que en contra del personal de la salud ha propiciado el apresurado juzgamiento extrajudicial de los sucesos del Hospital de Kennedy, merece el enfático rechazo del cuerpo médico, que no puede concebir que paulatinamente las fallas institucionales originadas en erradas políticas del Estado, socaven un apostolado transmutado ahora en práctica riesgosa que amenaza con perder su sentido humanitario.

A la hora de rectificar políticas de salud mal encauzadas, queremos ofrecer los médicos nuestro incondicional servicio, nuestra experiencia y nuestras luces y convocar a la comunidad y a las autoridades en pro de una causa que merece un mejor destino por sus nobles ideales.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Artículo del autor del blog publicado en el diario Colombiano “El Espectador”, mayo 25 de 1995, pág. 4A, y reproducido también en el Boletín del Hospital Kennedy, Vol.3, No.2, julio 1995
** La muerte de varios recién nacidos en el citado hospital por un error asistencial.

Catorce años han pasado desde aquéllos sucesos, y sigue siendo inquietante el panorama de la salud en Colombia, y probablemente en todos los países. La deshumanización campea en un mundo que tiene la mente fija en la productividad.


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