viernes, 16 de diciembre de 2011

NUNCA SE PIERDE LA ESPERANZA

El doctor tomó el informe y me dijo que le encontraba inconsistencias. Que iba a pedir un nuevo dictamen de las muestras porque a su parecer me habían alarmado innecesariamente.
–¿Y los síntomas? –insistí yo.
–Son producto de sus malos hábitos. Cambiando la dieta sentirá la mejoría.
Y en efecto, al organizar el horario de comidas, suprimir las grasas e incrementar los vegetales, las molestias comenzaron a aplacarse. Eso me acrecentó la fe en el médico que me estaba devolviendo la esperanza. Cuando tuvo el nuevo informe en su poder me citó con urgencia al consultorio. En su rostro se adivinaba una noticia amable.
–Tal como lo esperaba. ¡Ese tumor nunca ha existido!
–¡Qué alivio! –exclamé–. Estaba preparado para lo peor, pero no le puedo ocultar que me emociona.
–Tampoco he dicho que el informe sea normal del todo.
En segundos me hizo acostar en la camilla para practicar un procedimiento que era a su juicio inaplazable. Pasó el endoscopio por mi boca. Era rojo, muy angosto y no causaba la menor molestia. Luego pasó sin anestesia por mi ombligo uno más grueso, con muchas bocas por las que introdujo un extraño instrumental con el que extrajo innumerables fragmentos de mi cuerpo, que daban el aspecto de una menudencia. Cuando terminó, no cogió puntos, apenas cubrió la herida con un esparadrapo. Me levanté y salí como si nada. De regreso a casa pensé en la inutilidad de tantos pensamientos dedicados a la muerte. Me pareció que era protagonista de un sueño con un desenlace afortunado.
Cuando abrí los ojos nada había cambiado. El hospital, el cuarto y el padecimiento eran los mismos. Descubrí a Natalia ensimismada en la lectura. Estaba sola. De inmediato evoqué las impertinencias de su hijo. Al verme despierto se acercó a saludarme con un beso en la mejilla. Pregunté por Carlitos y me dijo que estaba en el colegio. Le conté que Eleonora me tenía al tanto de las genialidades del chiquillo, y le revelé que me regocijaban las travesuras de los niños. Lo tomó como un cumplido, pero al despedirse, de tanto oírme salir en su defensa, estoy seguro de que mi avenimiento con ellos no lo puso en duda. Me comentó que la rigidez académica del colegio la estaba enloqueciendo y que no daba abasto con tantas exigencias. Que las tareas le robaban a ella y a sus hijos las horas del descanso. Con tantos lamentos me pareció que las afirmaciones de Joaquín serían muy oportunas. Le dije, entonces, que para un amigo mío los colegios se habían creado con la intención de tirarse la felicidad de los muchachos.
–Y razón tiene –dijo con seriedad–, porque a un estudiante responsable todo el tiempo se le va en tareas.
–Tareas inoficiosas –dije yo– que son para los padres.
–Claro –ratificó Natalia–, pues los colegios le devuelven a los padres la obligación por la que les están pagando.
–Creo que el sistema educativo es catastrófico y como en el «Traje Nuevo del Emperador» todos lo saben, pero nadie tiene el valor de denunciarlo. Nunca se perdió tanto tiempo y tanto esfuerzo en aprender unos conocimientos que nunca se recuerdan. Todos hemos sido víctimas de ese sistema inicuo.
–¿Te puedes imaginar, José, que por andar obsesionados con los conocimientos los profesores con frecuencia olvidan que hay en cada alumno un ser humano? Por eso es que los estudiantes terminan extraviados en la drogadicción, en los malos hábitos y hasta en la delincuencia sin que los colegios se den por enterados.
Comprendí su preocupación. Es la de todo padre con un hijo adolescente.
–Es penoso imaginar –le dije– que quien entrega a su hijo al cuidado de un colegio, da con ingenuidad por descontado que le devolverán un ser libre de vicios.
–Pero los profesores no van más allá de reportar la ausencia de clases de los chicos, sin dar razón de lo que hacen cuando desparecen. Todo por estar atosigando con sus conocimientos.
–Conocimientos que rebasan la cordura, porque la mente humana no tiene porque abarcarlos todos. Lo que cada niño aprenda ha de ser producto de su vocación y de sus gustos. ¿Cómo es posible que un muchacho con el germen de la literatura entre sus venas tenga que soportar el martirio de una clase de cálculo que para nada le servirá en la vida? ¿Mientras uno con disposición para la ingeniería debe desconcentrase de sus ejercicios de álgebra y trigonometría para hacer una tarea aburrida de sociales? ¿Por qué debe tener la clase de artes apenas una hora a la semana, si en el estudiante habita el genio de un artista? ¿Cómo es posible que se aplique a la diversidad humana un plan de estudios insensato y rígido, que supone a todos los niños semejantes?
–¿Qué ojo tan necio, José, puede negarse a ver que todos los niños aborrecen las actividades escolares?
–Creo, Natalia, que si para todo ser humano la enseñanza escolar resulta insoportable, no cabe duda que el pifiado es el sistema.
Pero también le dije que como un error no se puede mantener toda la vida, tarde o temprano se entendería que no están extraviados los muchachos que se resisten a las rutinas escolares, y que se admitiría que fue un error conservar con obstinación durante siglos un sistema absolutamente ineficaz para la formación del ser humano.
–Algún día todo cambiará, y los estudiantes aprenderán lo que les plazca. Entrarán a las clases de las materias que disfrutan y coronarán la enseñanza secundaria con más satisfacción y menos traumas; y con un cúmulo de conocimientos productivos. Y gozo sentirán los profesores dictando cátedra sólo a los muchachos que se sientan atraídos por sus asignaturas.
Quise contarle apartes de mi charla con Querubín Grisales, pero mi aliento estaba exhausto y hubiera sido incapaz de mantener una conversación más larga.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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domingo, 27 de noviembre de 2011

HOMBRE MORTAL Y TRASCENDENTE

Nadie sabe realmente qué es el hombre,
si un hito fugaz e intrascendente,
si la manifestación de una materia palpitante,
si una naturaleza inextinguible y trashumante.

Nadie sabe con certeza qué es la mente,
si el proceso químico de un órgano que piensa,
si un aliento, si un impulso, si un mágico misterio,
si la exteriorización del un alma que llevamos dentro.

Nadie sabe con certeza que es la muerte,
si el fin de la sustancia corruptible,
si un nuevo amanecer, si un nacimiento…
si un estado más grave y lastimero.

Algo más puede haber que eluda nuestra vista,
que supere la expresión de lo biológico,
algo que escape al conocimiento de la ciencia,
algo más que anime y que trascienda.

Por eso cuando la ruina de mi cuerpo sea inminente
presentiré el triunfo del alma… con la muerte.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Este no es mi mundo")

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viernes, 4 de noviembre de 2011

ESTE NO ES MI MUNDO - PRÓLOGO


Fiel a los conceptos sagrados inspirados por el dios délfico,dios de la pureza, Luis María Murillo Sarmiento ha dedicado su vida al cumplimiento de su juramento hipocrático. Así juró por Apolo, por Esculapio, por Higía y por Panacea y por todos los dioses y diosas, que cumpliría su misión de médico: “Si cumplo con este juramento y no lo violo, que pueda gozar de mi vida y de mi arte, honrado por la fama entre todos los hombres por todo el porvenir; pero si lo rompo y he jurado en falso, que lo opuesto sea mi suerte”. Será la historia de la medicina contemporánea la que haga perdurable su entrega y dedicación a la práctica de su especialidad en Ginecología y Obstetricia.

Protagonista y testigo de más de tres décadas de medicina colombiana, Luis María, afirma en la introducción a su obra "La deshumanización de la salud": contar con el privilegio de “haber visto desde primera fila sus transformaciones profundas e impensadas, y contar con el abatimiento y las satisfacciones que se sienten al ejercer el noble arte de aliviar y de curar”.

Infatigable en el desempeño de su profesión,Luis María recorre todavía los senderos de su disciplina, hoy,como nunca antes, controvertidos y discutidos, y lo hace con pureza y humildad, como le enseñó su padre, Luis María Murillo Quinche, pionero de la represión biológica de las plagas, iniciador en 1927 de la Entomología Económica en Colombia, y fundador del Servicio de Sanidad Vegetal en el País. En honor suyo, escribió y publicó: Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas, obra que dedicó: “A mis progenitores, artífices de mi devoción, a la historia y a la ciencia”.

No es entonces arrogante describir su noble existencia como la de un fiel pupilo de los grandes maestros griegos. Sócrates, maestro de Platón, quien a su vez fue el maestro de Aristóteles, debió haber sido el docente que en otros tiempos, cuando Luis María transitaba en años luz los caminos que lo conducirían hacia su vida terrenal, colocó en su ruta la estrella de su destino profesional.

Con Sócrates, y para ungirlo con el símbolo de la poesía, el periodismo y la investigación científica, sus otros talentos, Mnemosina preparó su memoria, Calíope, su perfil épico, Clío, su historia, Euterpe, el lirismo de sus versos, Melpómene, la tragedia de su tiempo futuro, Terpsícore, la música de sus rimas y Erato, el amoroso latir de las campanas de su alma. ¡Ah! Y no faltaron a su nacencia de siglos, las Gracias. Ellas quisieron acompañarlo y bautizarlo en el amanecer de un día de 1956, cuando posó su planta de viajero sideral en tierra bogotana.

No es imaginación mía. Estoy convencido del origen divino de toda criatura humana, confirmado en nuestra fe cristiana: Somos Hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza. Creyente fiel del dogma, también lo soy de la sabiduría del Creador como Poeta del Universo mismo, inspirador de nuestros sentimientos. De Él heredamos esa fuerza que debemos llamar sobrenatural, que nos asiste en nuestra gesta intelectual.

Hombre de contrastes y rarezas, Luis María lo es en el sentido estricto del significado de la palabra Poeta. Amigo sin condiciones ni exigencias, su afecto y sencillez raya en la candidez y la ingenuidad de un niño que aún no sabe pretender ser grande. Su timidez es de estrella que parpadea en el azul de su reino, sin nubes, pretende no ser visto. Su fuego interior, estalla en palabras justas y medidas, precisas en el halago, y creativas en el análisis que hace de la vida y obra de sus colegas. Lo hace con sabiduría de campesino viejo, modesto y justo. Es Poeta, no de aprendizaje casual de nuestro idioma. Lo es por ser estudioso formal de sus raíces y su estricta consonancia con los dictados académicos que señalan su pureza. De ello da prueba su prolífica obra literaria.

Cómo no viajar entonces por el escenario de sus fantasías de bardo sumergido en el dulce y provocador escenario de Paola en “Nuestra Primera Cita”, cuando sus labios estamparon en su mejilla un beso y él se halló buscando manantiales de esperanza.“Cartas a una Amante" (2004).

Cómo no viajar sus senderos de “Amor y ausencia”, esos que trazó en su poemario del mismo nombre, para dejar “Mis nostalgias y mis sueños” (…) “Bajo el arrollador influjo del amor…la realidad pierde su esencia (…)

Cómo no dar paso a la Razón y el sentimiento, "Intermezzo poético" (2008): “A mis hijos, la savia de mi vida”, “(…) cuando las fl ores cuides en mi camposanto / su fragancia exhalará mi aliento / para que sepas, hijo / que desde el cielo / por ti sigo velando”.

Cómo no perderse en los laberintos "Del Amor, de la razón y los sentidos" (1997), “para delectación de un paisaje, goce de un tono melodioso, placer de una caricia (…) dicha de un corazón que del amor se embriaga, elación de un pensamiento que afirma la razón".
Cómo no cuestionar a la muerte “Que por igual redime y entristece”, “Seguiré viviendo” (2007), y sentir que se es “ligero,como con alas volando al infinito… ¡Si muero… mis razones seguirán viviendo!”

Cómo no leer y releer su “Epistolario periodístico y otros escritos”,dedicado a “Luis David y Juan Felipe, maravillosa prolongación de mi existencia", obra en la que ejerce, en sus propias palabras:“El derecho inalienable a la opinión, íntima vocación personal y tradición de mis ancestros, (…) como testimonio del ambiente aún propicio a la difusión de las ideas (…) lúcido en la búsqueda de la verdad y altivo al expresar la exquisita rebeldía de la razón (…)”.

Cómo no abrir un nuevo capítulo y titularlo, en límpida consonancia con su trayectoria médica y literaria, ESTE NO ES MI MUNDO. No siendo el planeta Tierra la última parada de nuestra gran jornada de viajeros del tiempo, error sería considerarnos dueños suyos. No lo somos. Luis María Murillo lo interpreta así. Él cumple solamente con el deber que le impusieron los dioses en aquel instante de su concepción parnasiana, cuando asistido por las Gracias, emprendió el viaje que lo condujo a la estación Tierra, la más pequeña y pasajera de todas las estaciones de la vida, antes de emprender nuevamente el viaje de su continuidad y regreso a su origen.

"Este no es mi mundo", es el poemario más profundo y razonado de la vena poética de su autor. En su breve pero inmenso contenido filosófico, Luis María define al "Hombre mortal y trascendente"; cuestiona, "¿Dónde están las almas nobles que partieron de la tierra? ¿Por qué están tristes quienes este cuerpo miran? ¿Por qué hay tristeza ante esta masa inerte? ¿Por qué sufren cual si la vida de un soplo se apagara?"; explica el vehículo de su tránsito terrenal; quiere quitarle años a la vida; sueña "que se erija la paz entre los hombres"; lo ve como señor y esclavo; y cree que el tiempo de la hoz y del martillo quedó atrás, que todo es soberbia inane, apariencias y gozos solapados.

Nombro así algunos de los poemas de esta obra que otros escritores interpretan en las páginas de introducción y comentarios que se publica en esta primera edición del poemario citado.

Mi objetivo principal como su Editor, es ser universal en la presentación de la obra de Luis María. Dueño de un espíritu definido por él mismo, como reflexivo, sus creaciones “disciernen, critican y entran en controversia en defensa de sus propios valores, de un ideal, de una verdad, de un criterio moral, de un pensamiento”.

Consciente de ello, y para consagrar su pluma de médico y poeta, viajero del tiempo, "Este no es mi mundo" incluye la presentación gráfica descriptiva de la obra completa publicada por Luis María.

La lógica de su filosofía y la veracidad de sus afirmaciones, siempre presentes en su extensa obra literaria, siguen siendo oportunas y aplicables a la actual condición humana. “Mientras el hombre ignore el infinito que lo rodea, no tiene derecho a despojarse de Dios, y cuando sea dueño de la sabiduría que encierra ese infinito, entonces tendrá seguridad de Dios”.

Existen suficientes razones para considerar la sabiduría de esta manifestación de Luis María Murillo Sarmiento.Resume su sentido de paz y armonía para la humanidad y lo convierte en un hombre sabio y prudente que merece la perpetuidad de su credo.

JOSEPH BEROLO


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ESTE NO ES MI MUNDO - ÍNDICE


Prólogo

Hombre mortal y trascendente
Al vehículo de mi tránsito terreno
¿Dónde están las almas nobles que partieron de la Tierra?
Años le quitaría a la vida
En mi partida
II
Que se erija la paz entre los hombres
Libertad
El hombre entre señor y esclavo
Quedó atrás el tiempo de la hoz y del martillo
Soberbia inane
Apariencias y gozos solapados
III
Este no es mi mundo
IV
A un amor lejano
Tu cuerpo me llevará a tu alma
V
Soñar
¿Bella es la vida?
La paz de la mañana
VI
Estampa marinera
Al mar de los mágicos colores
A Medellín

Misión de sonadores

Comentarios a la obra


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miércoles, 26 de octubre de 2011

PALABRAS DEL AUTOR DE “ESTE NO ES MI MUNDO” EN EL LANZAMIENTO DE SU OBRA


He concebido la literatura como la creación que nos sorprende por la belleza de su forma y por la hondura de su contenido, y en el caso particular de la poesía por la expresión más sublime del sentimiento humano. 

En mi caso la poesía y la prosa han sido el vehículo de mi pensamiento. No pocos sentimientos han convertido en poema mis palabras, y no por ello han escapado al influjo de mi racionalidad. Diría entonces que mi poesía es la expresión de un sentimiento reflexivo y crítico. Mente y razón en unión inquebrantable. 


Y no es una confesión que realice con alarde, por el contrario, cierta contrición tiene mi confidencia, dado que independientemente de la misión que cumplan mis poemas, sigo concibiendo la poesía como la expresión más natural del sentimiento, la más exquisita, la más pura. Entonces pienso si es justo que pasen por el filtro de la razón los versos, y si debo considerar la poesía un fin o sólo un medio. Si es un fin, debo pedir perdón por haberme servido de ella. Al menos sé que en el ámbito popular es el verso sencillo, espontáneo, lleno de sentimiento, el de mejor recibo. Más lectores, al menos, tengo cuando siento que cuando filosofo. En fin, no está de más este debate, mas no es el objetivo de esta tarde. 


Volviendo al poemario que hoy presento, conjuga reflexión y sentimiento. Intromisión del afecto en el discernimiento, intrusión de la razón en el afecto. Hay sentimiento emocionado y nostálgico cuando le formulo al mundo mis reparos, en juicio intelectual y muy severo. Existe, en contraste, racionalidad, cuando le canto al desamor con tono de amante agradecido, ajeno a recriminaciones y rencores.


En ese aventurado ejercicio de mis sentimientos y de mis pensamientos debo decir que no percibo campo que pueda quedar vedado a mis poemas.


Expreso la pasión varonil confesando a la mujer que los hombres somos carnales ante todo:
“Necesito que tu carne palpitante me arrebate…” “Debo sentir la tentación de la materia / para descubrir lo inmaterial que en ti se alberga…” “Necesito, mujer, tu piel / para acceder a tu alma persuadido”.

Rindo homenaje a los amores idos, con la consigna de agradecer y no de recriminar los sentimientos:
“Fuiste felicidad, / promesa eterna, / y sin embargo… / la dicha -en un instante- te llevaste; / sin asomo de maldad / -yo lo presumo-". 
[…]  “En vez de condenarte / te venero, / no puedo dejar de agradecerte lo vivido”. […] “.., porque sólo cuentan en el amor las bendiciones; / las desgracias no merecen rencor, / sino el olvido”.

No dejo, ni en prosa ni en verso de reflexionar sobre el hombre, sobre su naturaleza y sus impulsos:
“Nadie sabe realmente qué es el hombre, / si un hito fugaz e intrascendente, / si la manifestación de una materia palpitante, / si una naturaleza inextinguible y trashumante”.

“Nadie sabe con certeza qué es la mente, / si el proceso químico de un órgano que piensa, / si un aliento, si un impulso, si un mágico misterio, / si la exteriorización de un alma que llevamos dentro”.
 


Ni pasa desapercibida por mi mente la hipocresía del hombre, de pronto prefiera su cinismo. Debo confesar que me entretiene poner el comportamiento oculto del hombre en evidencia. Producto de esa inclinación afirmo en un poema:
“Que en su piel se encumbra la lascivia / y en su carne se arruina la virtud”. […] “Pero a su lecho llega / el amo y el vasallo, / el señor, el letrado y el villano, / y el lúbrico abstinente, / que hipócrita y saciado, / disfraza con reproches / su doble condición”.

“Que todos los que sufren / merezcan el consuelo, / que haya más bondad / que hipócritas condenas. / Que haya más sonrojo / ante auténticas vilezas / que postizo rubor / ante los impulsos / de la naturaleza”.
 


¿Qué sentido tiene la ambición y la riqueza?:

“Tras la fortuna esquiva trajinamos / intuyendo alivio con los bienes. / ¡Oh ironía! / El hombre afortunado / cuidando su riqueza se desvela, / mientras el andrajoso, / que pide limosna en cada esquina, / sin nada que cuidar, / ni nada que perder, / y sin fortuna que lo vuelva esclavo, / en cualquier callejón / duerme tranquilo”. 

Ni soy puritano ni me agobia la manifestación de los placeres, veo en el cuerpo instinto y no pecado:
“Primitivo, incapaz de la mesura y poco austero, / el cuerpo es medio en que transito lo tangible. / Con él penetro el hedonismo y los excesos / proclives a su ser precipitado, / a su esencia mortal y pasajera / ajustada a este mundo intrascendente”.
“Pero el cuerpo en este mundo no es mortaja / para mi ser intemporal -viajero impenitente-. / Cuando fenezca su materia, / llegará el momento en que el alma anuncie la partida. / Y cuando en la desdicha de su ruina me libere, / -en la última exhalación de su agonía- / retornaré al refugio de lo eterno, / a lo exquisito, / a un paraje sin desgracias ni temores, / a los dominios de todo lo sereno”.


Apolítico no soy ni me declaro indiferente o neutral en los conflictos. Testigo he sido del comunismo, sus fracasadas ideas y sus desmanes. Frentero declaro en un poema que “Atrás quedaron los tiempos de la hoz y del martillo”:
“Hombres hay que por ignorancia / procuran ser vasallos / de déspotas que anuncian la igualdad / hermanando a todos como esclavos.” “Hombres que en la opresión nada protestan / y en la democracia por todo se resienten.”

"Hombres hay que agitan y perturban / propagando el odio entre las clases. / Hombres hay que proclaman redenciones / que terminan en peores opresiones”.


No me satisface el mundo, debo confesarlo. No como producto de mi misantropía sino como ausencia de su filantropía. No me satisface en la medida en que el hombre lo transformó en conflicto. De ahí la afirmación del poema central y título de la obra: “Este no es mi mundo”, una voz de protesta y rebeldía.


“Este no es mi mundo, / escenario de contiendas arraigadas / que eternamente repite sus errores, / conflicto de sumisión y desacato / que se niega a vivir en armonía”.

“Este no es mi mundo, / imperio del disfraz y la mentira, / de la afirmación inculta a la artimaña, / del engaño casual al dogma reiterado, / de absolutos que no pueden probarse”.

“Este no es mi mundo, / entorno apocado y temeroso, / en que suelen callar las voces probas, / en que afrentan audaces las perversas, / en que la bondad siempre es cobarde”.

“Este no es mi mundo, / porque no transige mi afán con sus valores, / porque su necedad no puede someterme, / porque no puedo enderezar su rumbo… / ¡Ya no me debe interesar su suerte!”.
 


Pero que no me satisfaga el comportamiento humano, no ensombrece mi arrobamiento por la creación y la naturaleza. Puedo así afirmar que:
“Amo el concierto / que las aves me regalan / en el sosiego de la creación dormida”.
“Y más los amo / cuando advierto la paz arrinconada, / la concordia vencida… / en retirada”.


Y amo la Patria, como el “Feudo grandioso que sin ser mi heredad me pertenece”. Por eso le canto, por ejemplo, a San Andrés y su mar de los mágicos colores:
“Sube el pincel del mar a la montaña / y baja con el verde de la loma, / arrastra el amarillo de la playa / y plasma su inspiración entre las olas”. “Es el mar de los mágicos colores / en que el azul se viste con todos los matices”.

Y siendo bogotano, le canto a Medellín, tierra pujante:
“Dejas, Medellín, en mi memoria / el recuerdo de tus hitos perdurables: / San Diego, Las Palmas, La Alpujarra, / Junín, La Playa y Carabobo. / Y un cortejo de flores en agosto, / de la calle San Juan a Santa Elena”.

“Más de tres centurias la historia te proclama, / y en vez de envejecer rejuveneces, / es el ímpetu juvenil, arranque de tu casta, / por el que cada amanecer / más bella te levantas”.
 


La muerte es un asunto médico, dirán ustedes, sí digo yo, pero desde lo material y biológico. Poco, me atrevo a asegurar, para el galeno, trascendental y filosófico. Pero inmerso en el mundo de la medicina, y del escritor que filosofa y hace versos, encuentro en la muerte una exquisita atracción, un delicioso encanto: el de la seducción de lo especulativo. Y qué más especulativo que lo desconocido, que la muerte de la que nadie sabe, de la que todo el mundo en su ignorancia habla. 


En mi novela “Seguiré viviendo”, que tiene por protagonista un moribundo planteo del más allá un escenario augusto con todas las creencias, desde las salvadoras hasta las punitivas e infernales. En mis poemas he querido compartir la ilusión amable de la muerte, por ello escribo:
“Nadie sabe con certeza que es la muerte, / si el fin de la sustancia corruptible, / si un nuevo amanecer, si un nacimiento…” “Por eso cuando la ruina de mi cuerpo sea inminente / presentiré el triunfo del alma… con la muerte”. 


La muerte es un universo de preguntas, por ejemplo el destino de las almas:
“¿Dónde están las almas que amaron a su prójimo / -prefiriendo a la dicha el sacrificio-? / ¿Dónde están sus sentimientos admirables? / ¿Dónde están sus conciencias impecables? / ¿Dónde están sus corazones indulgentes? / ¿Dónde sus razones intachables? / ¿Dónde están sus sublimes ideales? / En otro mundo han de albergarse, / porque una cripta es poco espacio / para el fruto inmaterial del hombre: / ¡En un sepulcro vulgar no cabe el alma!” “Su inmensidad demanda un universo / -que además compense sus cuitas terrenales-. / Un universo acorde a sus virtudes. / un universo que premie sus desvelos, / un universo en que la perfección no sea improbable”. 


De pronto mire con pedantería a la muerte, quien lea estos versos así podría explicarlo:
“Mas no quiero un cuerpo rendido por los años, / quiero dejar la imagen de mi enjundia, / no he de irme del mundo derrotado. / Años por eso le quitaría a la vida / para ser un muerto rozagante, / un cuerpo recio apenas por la parca dominado, / un cadáver robusto / sin seña de derrota, / sin surcos en la piel, sin torso arqueado”.

Y poniendo punto final a la presentación del libro, a manera de epílogo dejo un poema que puede llegar a ser un epitafio. ¿Por qué no ha de ser la muerte un triunfo del espíritu y la compensación por tantos apuros corporales?:
“¿Por qué hacéis de la arcilla menguada una derrota? / ¿Y de unos restos el fin inexorable? / ¿Es que no habéis visto mi vuelo al infinito, / liberado al fin de la atadura mortal que me postraba? / ¡Dirigid al cielo la mirada / y veréis en el cenit mi ser en su apogeo!”

Luis María Murillo Sarmiento MD

sábado, 24 de septiembre de 2011

CARTA LXI: NO PIENSO RENUNCIAR AL PLACER DE MIS SENTIDOS

Noviembre 16

Copito:

Cuando te abordó aquella mujer extravagante, creí que era tu amiga. Pocas veces he visto tanta familiaridad en un extraño. ¡A qué grado de atrevimiento llegan estos alborotadores! Hay que ver la temeridad con que pretendía cambiar tus convicciones. Si ella es el ejemplo de un miembro de su iglesia, suficientes razones tengo para repudiar su credo.

Evité cruzar palabra porque su discurso era apenas una retahíla sin sentido. Un remiendo de pensamientos mal cosidos. Personas como ésta se obsesionan con ideas fijas que no resisten prueba, en dogma las convierten y niegan toda razón a quien las interpela.

¡Qué disparate! Dizque exhortaba el amor al prójimo y la tolerancia, pero su prédica era una condena constante a la humanidad por todas sus acciones. Que tal llamar a los sentidos “las malditas ventanas al pecado”.

Por despreciarlas casi se va de bruces cuando el bus frenó en le paradero. Te cuento que ganas de reír no me faltaron. Pero volviendo al tema, ¿quién no anhela sensaciones placenteras? ¡Qué absurda interpretación pecaminosa del placer! ¿Serán honestos quienes la predican? ¿O más bien esconden tras de estas posturas sus excesos?

Los sentidos son en este aspecto indiferentes, por igual perciben el dolor y el placer. Su función escapa a cualquier juicio moral, sencillamente no es en ella en la que el bien o el mal tienen su asiento. Si los sentidos fuesen malos, Dios y la naturaleza, no el hombre, serían los encausados. ¡Qué despropósito!

¿Por qué negar que el Creador le dio al hombre la posibilidad de recrear su vista, de degustar sabores y de percibir olores exquisitos? ¿De deleitarse con el tacto y de extasiarse con sonidos bellos? ¿Que a cada sentido le proporcionó infinidad de estímulos que vivifican? ¿Y que no es renunciando a ellos como habrá el ser humano de ganarse el Cielo? No con la privación, no con el sacrificio inútil, sin motivo.

No se renuncia al placer por simple gusto, apenas por razones poderosas. Sólo cuando mi placer causa a otros un dolor tangible estoy en la obligación de restringirlo. Porque no es ético soportar sobre el mal de los demás mi gozo.

Tengo muy claro que el objetivo del hombre es ser feliz, y que la felicidad es un torrente de satisfacciones y placeres.


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 16 de septiembre de 2011

TUS ROSAS AMARILLAS

Nunca reparé en tu ser,
tantas veces a mi vista indiferente;
nunca imaginé tus pétalos al viento,
ni tus hojas cargadas de rocío,
ni tu flor entumecida al alba
y sedienta al sol del mediodía.

Sabía de la pasión
de tus flores encendidas
y el simbólico dolor de tus espinas.
Hoy sé que existen tus flores amarillas,
las que conmueven al ser
que anida en mis ensueños,
las que su corazón alegran,
las que me deparan
una mirada tierna,
las que la más bella sonrisa
me regalan,
por las que alcanzo a imaginar
una caricia.

Porque tú las prefieres,
yo las quiero,
rosas amarillas,
testigos,
cómplices de mis afectos,
símbolo de mi perenne sentimiento.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)


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viernes, 9 de septiembre de 2011

DESCUBRIDORES DE LA ANESTESIA*

Ciento cincuenta años han transcurrido desde aquel 16 de octubre de 1846, en el que el nacimiento de la anestesia confinó a la historia el horror de las intervenciones quirúrgicas. Hasta entonces el dolor se mitigaba con coñac y opio y la relajación propicia para la cirugía se obtenía con cocimientos de tabaco que administrados por el recto no pocas veces resultaban mortales.

Si para entonces eran de años conocidos el éter y el óxido nitroso o gas hilarante, quienes habían presenciado su efecto anestésico jamás a ellos le atribuyeron la milagrosa propiedad, la que creyeron producida por el opio, hasta cuando el dentista Horace Wells observó la resistencia al dolor de un traumatizado afectado por el gas de la risa y decidió someterse a un experimento que confirmó su descubrimiento: se dejó extraer de su ayudante Riggs, bajo el efecto del gas, una muela enferma, y no sintió dolor alguno. Era el 11 de diciembre de 1844.

Wells a través de su discípulo William T. G. Morton consiguió presentar su descubrimiento al Massachusetts General Hospital, pero la demostración terminó en fracaso: el dolor doblegó al paciente y Wells salió entre las risas de los asistentes, no provocadas por el gas de la risa sino por su rotundo fracaso.

Morton en cambio pasó a la historia como el afortunado descubridor de la anestesia. Tras confirmar las propiedades anestésicas del gas de Wells, repitió con éxito su experimento en aquél hospital, el 16 de octubre de 1846, fecha que marca el nacimiento de un descubrimiento que con inusitada rapidez se difundió por América y Europa.

Pero tan venturoso hallazgo no lo fue tanto para sus descubridores. Horace Wells, su incuestionable precursor no tuvo la fortuna de disfrutar el éxito de su descubrimiento, porque los laureles fueron para Morton. Recluido en una cárcel, acusado de rociar con ácido a unas mujeres mientras actuaba bajo efecto de los gases que seguía estudiando, se dio muerte el 22 de enero de 1848. Su mente se había trastornado por las sustancias a diario inhaladas. Morton, mundialmente famoso, nunca quiso compartir con Wells el éxito del descubrimiento y se trenzó por décadas en deshonrosa querella con Jackson otro de los descubridores. Aunque todos tuvieron un final sombrío, hoy sus nombres en el sesquicentenario del descubrimiento, merecen volver al presente para recibir el tributo de la humanidad agradecida.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Cuando en octubre de 1996 se cumplió el sesquicentenario del descubrimiento de la anestesia este artículo fue publicado por los diarios colombianos “El Espectador (noviembre 1 de 1996, pág. 4A) y “El Tiempo” (noviembre 7 de 1996, pág. 5A).
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domingo, 4 de septiembre de 2011

EN LAS ALTURAS

Fascinante dominio de las nubes,
que gráciles desnudan su etéreas formas,
de raudos tapices de esencia gaseosa
-ilusión de las mágicas alfombras del oriente-;
de mullidas colchas de blanco vaporoso,
 
níveos copos, algodonosos, densos.

Opacos filtros que refunden
los rayos luminosos:
atenuada e imprecisa incandescencia,
ansiada estrella en los confines
de los velos nubelosos que la encubren.

Caudalosos ríos convertidos en hilillos,
geométricas manchas vegetales,
verdes tintes de esperanza,
desérticos retazos amarillos,
extensas heridas de tierra erosionada,
tortuosos caminos que se pierden
hilvanando un paisaje terrenal en miniatura,

Relieves profundos que la lejanía confunde
en un extenso manto sin altura,
cimas majestuosas
que se besan con las nubes,
argénticos penachos congelados,
eterno azul,
sensación frenética inefable
que domina el orbe en las alturas.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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viernes, 19 de agosto de 2011

LOS PRODIGIOS DEL POEMA

Con una pluma por pincel
puede hacerse el cuadro más hermoso:
un paisaje a punta de vocablos,
un bodegón...
un fresco…
una obra maestra,
si se quiere.

Mezclando en la paleta palabras y colores,
proclama el bardo la emoción del lienzo.

Sin laúd ni clavicordio,
sin flauta, sin cítara y sin lira,
el verbo agita la cadencia
que le da musicalidad a las palabras:
brota un concierto con la armonía del verso.

Componiendo acordes con sílabas y frases,
puede el bardo musicalizar con los sintagmas.

El alma es muda por más que sufra,
por más que se estremezca;
por más amor que sienta,
por más odio que albergue.
Muda si los demás no pueden escucharla,
muda si no puede expresar sus sentimientos.

Trenzando afectos y palabras en el verso,
sublima el bardo la emoción humana.

Soy poeta,
y cantaré al amor y al sufrimiento
de la forma más elocuente y más sentida.
Construiré sueños,
tejeré ilusiones con mi verbo,
conmoveré la entraña pétrea,
aliviaré a los seres sin consuelo,
y encontraré en el verso
el camino perfecto para llegar al alma.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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viernes, 12 de agosto de 2011

UN PENSAMIENTO LLENO DE CONTRASTES

La enfermera estaba encantada con las confidencias que el paciente le contaba. No era para menos. Lo había imaginado distante y quisquilloso cuando se lo confió la jefe de la noche. Los pergaminos con que lo presentaron le provocó la misma desazón que le causaron otros «ilustres» que debió atender, insatisfechos a morir e inconformes por costumbre. Pero José era un caso diferente. Le pareció sorprendente estar departiendo con un desconocido cual si fuera un viejo camarada.
José le hablaba de la infidelidad, ilustrándola con su propio ejemplo, y le detallaba hechos que parecían muy personales. Le refirió que a falta de un sinónimo adecuado para la infidelidad, optó por denominarla «traición amorosa» cuando necesitaba un vocablo equivalente en sus escritos, pero enmarcándola en comillas para deslindarla del significado literal, pues nunca había aceptado que realmente lo fuera. Con esa aclaración abordó el tema de la fidelidad, sosteniendo que no le parecía una obligación tan evidente: «La fidelidad no es más que un dictado inconsciente del egoísmo de cada ser humano, dispuesto a apropiarse de las personas como hace con las cosas. Con la infidelidad lo que se quiebra es una promesa irreflexiva, muchas veces ni siquiera pronunciada, supuesta apenas por la fuerza de la irracionalidad y la costumbre». Y alegaba que en nombre del amor no debía tener un ser humano a otro por esclavo.
Del amor saltó a la fe, observando que el vínculo del hombre con la divinidad tenía que trascender la fábula, el relato fantasioso, la regla superflua y la práctica obsoleta. Pero la enfermera, por completo despistada, no comprendía lo que José quería decirle. Entonces le explicó su trillado discurso sobre el carácter profano de la Biblia: que era un invento humano y una mitología controvertible. Y cuando ella creyó que estaba escuchando las razones de un ateo, vino la aclaración de que sobre la autenticidad de los hechos y los personajes, prima lo esencial: los principios que prevalecen en el tiempo y que no riñen con la modernidad ni las costumbres. Le resaltó la bondad, el amor, la caridad y la justicia. Entonces lo supuso avenido con la Iglesia, hasta que enjuició el celibato, la infalibilidad del Papa, la exclusión de la mujer del sacerdocio y la oposición al control de la natalidad, ideas que le dijo, proceden de los hombre y nada tienen que ver con Jesucristo. Más habría de extrañarse al reconocer en los turnos por venir, un sacerdote entre las visitas cotidianas. Gloria descubrió en las opiniones de José un curioso y complejo entramado en que la razón amalgamaba posiciones que parecían incompatibles. «Lo imaginé ateo y me resultó creyente, lo creí libidinoso pero me parece espiritual», le dijo en la mañana a sus compañeras del piso, al despedirse.
No fueron muchos los cuidado que en el turno tuvo que brindarle, apenas acomodarlo en la cama, tomarle los signos vitales, pasarle el pato y revisar la venoclisis. De los medicamentos se encargó la jefe de enfermeras. La madrugada pasó rauda y sin dormir. Otras veces las noches de José habían tenido la eternidad de los insomnes, o habían sido interminables por rechazar de valiente un analgésico. Aunque a decir verdad esa era la excusa con que lo rechazaba, porque en el fondo el temor era volverse resistente a ellos en virtud de un fenómeno conocido como taquifilaxis. Pero si aquella vez vio clarear el día, fue por culpa de la simpática extroversión de su interlocutora que le robó con su charla amena las ganas de dormir. Hecha al pensamiento de José, sintonizó con su frecuencia, le tomó confianza y perdió el miedo para emitir sus juicios. Algo anotaba a cada afirmación del ilustrado enfermo. Hablaron de todo, a veces coincidieron como cuando ella dijo que no comulgaba con «los creyentes de misa de domingo», que se olvidaban de las buenas acciones al terminar la ceremonia; otras tranzaron, por ejemplo, cuando José, indulgente con la infidelidad, le admitió que hería sin importar cuan explicable fuera. Él se quejó de los celos de la mujer y ella criticó los celos de los hombres. Los calificó de cínicos por ser simultáneos con su infidelidad. José se puso a salvo: «Aunque infiel no fui celoso». Y rechazo los celos femeninos: «Son intolerables para el hombre: incómodos cuando son fundados, enojosos cuando no tienen motivo». Desmenuzaron la experiencia para concluir a las tres de mañana, que la ajena es invaluable, pero por gratuita es desdeñada. «Hay que admitir que los padecimientos propios son los que dejan huella», dijo José con desconsuelo.
El alba los sorprendió tratando la clandestinidad del hombre. Primero fueron abstractos los ejemplos, y al final tan concretos, que Gloria le confió un desliz que jamás a nadie había contado. José, con su reconocida tolerancia en esos casos, le aminoró su culpa, y le dijo que era propio de todos los mortales. «Todo ser humano tiene un lado oscuro, una faz secreta, un mundo recóndito y privado. Un rostro desconocido que oculta sus debilidades, su propensión al mal, sus sentimientos menos confesables, o simplemente las inclinaciones que la sociedad no admite. Allí se esconden desde triviales picardías hasta infamias y crímenes innominables». Y Gloria compartió ese juicio sin mayores comentarios, porque al examinar la hora se dio cuenta de que el turno había finalizado.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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sábado, 30 de julio de 2011

CARTA LX: TUS LÁGRIMAS

Noviembre 12

Paolita:

Un brillo enternecedor
hay en tus ojos,
un emotivo resplandor
que se deshace
por tus mejillas
en gotas de rocío.

Perlas límpidas,
extracto de nobles sentimientos,
destilación exquisita
de un alma generosa.

Inmaculadas gotas
que delatan un corazón piadoso,
una entraña estremecida
por la afectividad de un verso,
por la ternura,
por el amor,
por el dolor,
por la vida,
por el niño
o el anciano.


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 15 de julio de 2011

SENTIMIENTO ETERNO

No quiero prometerte
la dicha eterna
que ofrecen los amantes,
ilusión fugaz
que como el amor
se esfuma.

No quiero decirte
que la felicidad puedo brindarte,
- y por esa causa todo lo daría -
otra fue el alma
que escogió para ti
el destino inescrutable.

No quiero decirte
que te amo con ternura,
- imprudente confesión
que te sonroja-
quiero ofrecerte a cambio mi cariño,
amistad que con el tiempo crece;
mano extendida y generosa
que sin condición
por siempre se prodiga.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia")

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domingo, 10 de julio de 2011

LA ACTITUD DE HUMBERTO DE LA CALLE*

Si no tiene, como parece, el vicepresidente Humberto de la Calle la carga de una campaña vergonzosa, está bien, es su obligación y desde luego su derecho, que establezca claros límites en la que fue una absurda unión política, por conveniencia, mas no por comunión con proyectos y procedimientos del entonces candidato a la presidencia**.

Acaso se tilde de grave y peligroso el enfrentamiento entre el Presidente y el Vicepresidente (que no su subalterno), pero es un imperativo moral que muchos colombianos esperábamos desde hace mucho tiempo.

Tal vez no hayan cambiado tanto los colombianos desde aquellos días en los que el presidente Barco dejó del país la imagen de una nación martirizada y digna, pero hoy por la ambición personal y el descrédito de su gobernante se ha ensombrecido el buen nombre de Colombia.

Quisiéramos ver muchos colombianos en la actitud de Humberto de la Calle, la salida a una crisis intolerable; de lo contrario, el desgobierno, el preocupante estado de los indicadores económicos y las erradas políticas en el manejo del orden público, tal vez lleven a nuestro presidente, quien obsesivamente aferrado al poder no ha querido dejar el país en mejores manos, a capitular absurda y paradójicamente ante los jefes subversivos, porque la magnitud de las acciones guerrilleras en las últimas semanas representa más que el acto criminal de treinta mil delincuentes; es la sublevación de más de medio millón de campesinos, fuerza suficiente para desestabilizar un régimen.

¿Alcanzarán a disparar las Farc desde el Guardia Presidencial como lo presiente Osuna***?


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Publicado en El Espectador, octubre 15 de 1996, pág.4A
** Humberto de la Calle fue la fórmula vicepresidencial de Ernesto Samper en las elecciones de 1994, pero la crisis generada por el conocimiento del ingreso de dineros del narcotráfico a esa campaña -del que Humberto de la Calle fue ajeno- llevó a un estado de ingobernabilidad de la Nación, que inclusive favoreció uno de los más desmedidos y peligrosos crecimientos de la subversión, que llegó a amenazar con la toma de la capital del país. El vicepresidente sugirió la renuncia del Presidente para conjurar el trance, y terminó por renunciar a la Vicepresidencia en actitud decorosa.
*** Seudónimo del caricaturista y columnista Héctor Osuna. Su expresión se refería a la toma del Gobierno por las Farc.


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viernes, 1 de julio de 2011

A LA SOMBRA DEL ARBOL DE LA ESTANCIA

Tiene el árbol que me da su sombra
un tronco recio
de jibas pronunciadas,
y largos brazos
que ávidos de luz
escalan las alturas;
y una silueta de copa redondeada,
y un cuerpo frondoso
que delata en su tímida cadencia
el soplo de un viento imperceptible.

Entre el verde tamiz de su enramada
asoma el tono azul vivificante,
la inmensidad azul
de un cielo despejado.

Jirones de luz filtra el sol
en el trémulo ramaje,
luminosas briznas que salpican
la verde alfombra
de frescos pastos
que invitan al reposo,
rayos cálidos, atenuados
a la sombra de un pródigo follaje.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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domingo, 26 de junio de 2011

DECREPITUD

La eternidad de la vida
es un segundo.
La belleza un instante fugaz:
nostálgico recuerdo.

¡Avanza tiempo implacable
consumiendo en tu brasa la tersura!
Salpica de pátina la piel alabastrina.
¡Ájala, ultrájala y percúdela!

Muestra la decadencia a la piel juvenil de terciopelo;
que la tez rendida delate el ocaso en sus arrugas.
Húndete en las miradas vivaces y fulgentes,
y que se tornen los ojos encarnados y sin brillo;
que sombras tras las sombras aniden
en la opacidad de la mirada.

Que el roble se deshaga
y el acero se rinda ante los años,
que claudique el músculo vencido
y la osamenta colapse ante su peso,
que la carne otrora palpitante
esconda con vergüenza su lascivia.
Y por último,
que trémulo y corvado,
el cuerpo se hinque ante su tumba,
y en una visión fantasmagórica,
su macilento espectro
se abrace en las tinieblas con la muerte.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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viernes, 17 de junio de 2011

LO MEJOR, LA INFANCIA

La prudencia es la característica común de mis visitas. En su conversación suelen proceder con mucho tacto. Pero esta vez, sin el menor reparo, mi interlocutor me acribilló con una interpelación por completo inesperada:
–Como dicen que ya estás para morirte, debes saberlo todo. ¡No te mueras sin contarme que es lo más sabroso de esta vida!
La mirada de la mamá lo fulminó con su reproche. A mí no supo que decirme. Moviendo su cabeza de un lado para otro me hizo entender que estaba avergonzada.
–Esa es –le dije tomándolo con naturalidad– la franqueza de la infancia.
Con cinco años apenas, ese niño nunca hubiera podido entender la profundidad filosófica de la respuesta que intentaba darle. Pensé que el chiquillo tenía todo por conocer, yo todo por contarle. Hubiera podido darle aviso, por ejemplo, de las asechanzas que esperaban que él creciera para comenzar a derribarlo; hubiera podido aprovecharme de su solicitud para contarle toda mi experiencia. De otra parte pensé que el ser humano aprende más de sus propios yerros, y el acierto y el error son experiencias de las que no debe privarse. Reflexioné, al final, que cuando la infancia y la adolescencia se han marchado es que descubrimos en ellas los mejores años. No supe cuanto tiempo tardaron mis especulaciones, tampoco si mi respuesta iba a corresponder a su pegunta, pero tras el silencio, que de pronto imaginaron como desinterés por responderle, sin vacilar le contesté:
–La infancia. Y no te pierdas, Carlitos, ninguno de sus goces.
No es habitual que los niños me visiten, y si son ajenos menos. Los de la familia son muy pocos. Estas visitas, si me atengo a las que le hacíamos en mi niñez a Ernesto, deben ser para ellos muy aburridoras. Más novedoso encuentren, acaso, mi velorio.
Natalia estaba de afán, así que la visita duró poco. Me compuso las almohadas, verificó que no me hiciera falta nada, habló con las enfermeras, y creo que con los médicos, como buena mensajera que era de Eleonora; y se marchó a una cita que tenía con ella.
Apenas comienza la semana, pero si estuviera terminando tampoco importaría. En esta reclusión los días tienden a ser iguales. De diferente, encuentro que hay más visitas los fines de semana y que los turnos de las enfermeras los sábados y los domingos son más largos. Llegan a las siete de la mañana y se marchan en las primeras horas de la noche. Entre semana, en cambio, unas trabajan en la mañana y otras en la tarde. El turno nocturno es diferente, indefectiblemente de siete de la noche a siete de la mañana, y día por medio. Un trabajo irrazonable que requiere aguante.
En cuanto a mí, lo más destacable es que los síntomas de mi enfermedad están en calma. Hoy son un monstruo adormecido que me permite reflexionar y escribir con placidez, mi ejercicio favorito. Puedo compartir con la eternidad mis pensamientos. Tengo el aliento en el cenit. La ausencia de dolor y el hermoso día que entra por la ventana, me llenan de optimismo. ¿Optimismo? ¿Optimismo para qué?, diría Carlitos. ¿Optimismo para morir?. De pronto optimismo para enjuiciar mi vida.
Siempre rehuí juzgarme ante mis semejantes, porque mi fuerte ego me sobrevalora y la mesura me cohíbe de calificarme como realmente me creo. Ese ejercicio nunca fue conmigo. Preferí siempre el escrutinio ajeno, acaso porque creo que el balance es favorable. Pude resultar anatema para algunos, pero fui paradigma para muchos. Y si modelo debí haber sido para alguien, fue para Eleonora. Me creo buen padre, y no me amparo en el amor que mi hija me profesa; los lazos filiales generan afecto a pesar de los errores. Fui buen padre no obstante los juicios de mi esposa: «Ese consentimiento arruinará a Eleonora. [...] Con su mal ejemplos se tiró a la niña». Claro que mi condescendencia y mi sobreprotección sobrepasaron la cotidianidad, pero el efecto nunca fue nefasto. Los resultados lo demuestran. Mi empeño en hacerla feliz hizo de Eleonora una persona buena. Razón tenía Oscar Wilde: el secreto para formar seres buenos es hacerlos felices cuando niños.
Hasta que fui padre nunca los infantes me importaron. Sólo esa condición me descubrió a los niños como la expresión más tierna. Antes había adjudicado a la mujer ese atributo, sesgado por su atracción tan poderosa. No fue para mí difícil tolerarlos, por el contrario, gocé sus picardías, compartí sus gustos, comprendí sus necesidades, entendí sus razonamientos y tomé partido a su favor en desmedro de todos los adultos. ¡Qué pena que en ellos se transformen, que tristeza que adquieran sus sentimientos y sus vicios!
Batallé por la felicidad de los niños persuadido de sus buenos frutos en la formación del ser humano. También instado por cierto sentido de justicia al reconocer que no fue por su propia voluntad que se hicieron a la vida; que en muchos casos fueron traídos al mundo irresponsablemente; que en no pocos no fueron deseados. Estuve en pugna con el medio que les arruina su autenticidad y su virtud, que castiga sus equivocaciones excusables, que los enseña a callar la verdad, porque la confesión de una falta es más motivo de castigo que de premio.
Los arrebatos de ira de mi esposa con mi hija me cambiaron mi creencia sobre la bondad de la mujer y las virtudes maternales. Observé el comportamiento de las madres, vi actitudes desapercibidas hasta entonces, y llegué a una conclusión decepcionante: el impulso maternal expone al hijo a su violencia y sólo lo protege cuando las agresiones son de extraños. Definitivamente la imagen de mi madre, no era un modelo de dedicación y amor que se podía esperar de todas las mujeres. Me di cuenta de que la ternura femenina quedaba confinada a la tersura de la piel, a las facciones suaves, al semblante hermoso, a la sonrisa cautivante, al cuerpo armónico, al gesto seductor, más que a la condición dulce y sensible. Me convencí de que el instinto materno es entelequia. Lo desdice la realidad, que nos muestra el trato cruel que con frecuencia prodigan a sus hijos, y la forma en que los aborrecen desde el mismo vientre cuando les da por afirmar el dominio que tienen de su cuerpo.
Pero también la actitud del hombre depara cualquier cosa: la acción infame de quien abandona al hijo, la cruel de quien lo ignora o lo castiga, como la laudable de quien realmente lo ama. En ese paralelo entre los padres, muchas veces es el hombre el que consuela al niño, el que compensa los castigos injustos de la madre, el que soporta las travesuras que ella no resiste.
Dicen que mis mimos a Eleonora echaron mi matrimonio a pique porque ahondaron las diferencias con mi esposa. Pero el despotismo del ¡no hables!, ¡no te muevas!, ¡no juegues más!, ¡acuéstate enseguida!, ¡te lo comes aunque no te guste!, amén de los castigos físicos, tenía que ser enfrentado y compensado. Alcé mi voz e hice de Eleonora el centro de la casa y una pequeña dictadora, no la eterna subordinada, como imaginan a los niños todos los mayores. Encumbrarla trajo más disgustos. Todos, decía Elisa, por ella comenzaban.
Que me costó el matrimonio, no es tan cierto. La incompatibilidad y el enojo se delataban en todo nuestro trato. Los amigos me advirtieron que los hijos duran en el hogar sólo un suspiro, que en vez de pelear tanto por causa de Eleonora mejorara las relaciones con su madre, que el bálsamo para la vejez es la pareja y no la prole. Me negué al consejo, nadie más que Eleonora pesaba en mis afectos. «¡Salvo los padres, los hermanos y los hijos, todos son extraños; la esposa no se libra!», proclamé con arrogancia.
Claro que mi hija creció y partió de casa. Yo me marché primero. En la soledad encontré el respiro que anhelaba. Libre y con arrestos juveniles, comencé a vivir mi hedonismo reprimido. Me pregunto que pensará Eleonora de la crianza que le dimos, que más feliz hubiera sido si más armonía nos hubiera cobijado. A diferencia de otros niños tuvo en sus padres patrones enfrentados, pero hoy ella es un modelo que tomó los ingredientes que más la entusiasmaron. Creyó Elisa que las mortificaciones debían adaptar a la niña a las dificultades de la vida adulta, yo aunque di algún valor a ese argumento, estuve convencido de que la felicidad en la infancia es la mejor impronta, y no me atreví a cohibirla con ociosas frustraciones. La veo segura, la veo dichosa, creo que tiene en su personalidad más de mí que de su madre. Me envanezco al verla, me prodiga dicha su existencia. Más hoy, que mi ánimo está contagiado de optimismo; tanto que las limitaciones de mi materia no las siento. Cosas del biorritmo que juega con mi aliento.
A pesar de mi flaqueza noto que mi cuerpo ha resistido más de lo debido. Los médicos los expresan. Pero más que mi organismo, es mi ánimo el artífice de tanta resistencia. Y más que mi ánimo, mi forma de ser descomplicada y práctica. Ni la vejez ni la muerte han trastornado mi vida seriamente. La mejor forma de enfrentar lo inevitable es aceptarlo. Contra lo imposible no vale pataleo. Calculador y previsivo, desde mi juventud elaboré el duelo de mi propia muerte; mejor aún, preparé mi cuerpo para los peores achaques de la senectud. Me adapté mentalmente para recibir el coletazo físico sin aspavientos, a sabiendas de que la mente tiene demasiado ascendiente sobre el cuerpo, y lo que éste siente carece de valor si ella lo ignora. Así llegó el momento en se distendía mi abdomen pero lo ignoraba; en que el alimento se me devolvía en fastidiosas arcadas, pero igual seguía comiendo. «Es que el organismo se parece a las personas», le expliqué a quienes por mi dolencias comenzaron a restringirme todo. «Tanto menos le exiges menos hace. Articulación que no use, se anquilosa; si a mi corazón lo acostumbro a la quietud, se fatigará cuando lo exija; si contemplo mi estómago con comidas ligeras, cuando no lo haga me castigará con su dispepsia». De todas formas ya casi todos mis órganos están amotinados, también es justo; toda la vida los tuve sojuzgados. Desde joven habitué mi cuerpo a mis desmanes. «Si claudica que se muera», decía entonces, «de todas maneras al nacer inició su carrera hacia el sepulcro».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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viernes, 10 de junio de 2011

CARTA LIX: ESTE SENTIMIENTO INDOBLEGABLE

Noviembre 8

Paolita:

No existe, cielo mío, obstáculo que al amor detenga. Y si lo dudas, pregunta dónde quedaron mi prudencia y todos mis temores. Ese caprichoso sentimiento doblega toda voluntad, y de la razón da buena cuenta. Ese es sin remedio el sentimiento que nos une. Ubicuo, absorbente, insaciable, inatajable. Discurre como el agua, como el aire, colándose por el menor resquicio, expresándose sin rubores, burlando las normas y las conveniencias.

Pero tanto como embriaga, puede ahogar en la tristeza. ¡No importa! Asumo el precio. ¡Que el destino me cobre lo que quiera! Estoy dispuesto a disfrutar tu almíbar, a navegar tu cuerpo, a anclar en tu vientre, y a retozar en el lecho terso de tu piel tras mi aventura. Que eres la más maravillosa esencia que satisface mis placeres, lo proclamo. Obvio es el motivo para quienes tienen la suerte de admirarte.

Como este amor es verdadero, la satisfacción no va a ser tan sólo disfrutarte. Cuando de amor se trata en el sacrificio también hay alborozo. El bocado que más nos complace es justamente aquél que no probamos, aquél que rechazamos anhelando que lo deguste el ser que amamos.

Por efecto del amor los motivos de satisfacción son pardójicos. Recorren el camino del dolor al gozo y del gozo al dolor con ímpetu y agrado. Participaré tanto de tus dichas como de tus sufrimientos. Me exaltaré en tus alegrías y me estremeceré en tus aflicciones, sé que éstas también me depararán un goce: la felicidad de ser contigo inmensamente tierno y solidario.


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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sábado, 4 de junio de 2011

TU TRISTEZA

Es tu tristeza la bruma
en que mi alma se refunde,
la penumbra que mi ánimo doblega,
la ocasión que mi corazón
desborda de ternura

De tus sentimientos
soy alerta centinela
que sufre al tenor de tus pesares;
diapasón que en armonía perfecta
resuena con tu alma:
eco soy de tus gozos y tus penas.

Feliz quiero tu espíritu,
ajeno al pesar y al sufrimiento.
Por ti me atrevo a padecer tus penas,
compensando con cariño tus desdichas
y sufriendo tus dolores
en mi carne.



LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia")

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sábado, 28 de mayo de 2011

EL SEXAGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA ACADEMIA COLOMBIANA DE CIENCIAS*

Habiendo fundado en 1902 con José Manuel Marroquín la Academia Colombiana de Historia, José Joaquín Casas, ex ministro ante la república española, gestionó ante la Real Academia de Ciencias la creación de su correspondiente en Colombia.

Si la Expedición Botánica había unido a Mutis, el genio gaditano, con Caldas, el sabio granadino, quería el doctor Casas que la nueva academia perpetuara aquélla gesta científica formidable y los lazos con la Madre Patria, estrecho vínculo ya establecido entre la Real Academia de la Lengua con su correspondiente colombiana.

Aceptada la propuesta por la Academia Española, la ley 34 de 1933 le dio carácter oficial a la nueva corporación. Pero pasarían dos años hasta que el presidente López y su ministro de Educación Darío Echandía, al expedir el decreto 1218 del 28 de mayo de 1936 (que marca la fecha de su fundación), le confirieran su estatuto, su reglamento, los recursos necesarios para el desarrollo de su labor y la declararan oficialmente constituida. Fueron quince sus miembros fundadores, cinco en la sección de ciencias exactas: Jorge Acosta Villeveces, Julio Carrizosa Valenzuela, Victor E. Caro, Darío Rozo M. y Rafael Torres Mariño; cinco en la sección de ciencias naturales: Calixto Torres Umaña, Luis María Murillo, Enrique Pérez Arbeláez, Luis Cuervo Márquez y Federico Lleras Acosta; y cinco en la sección de ciencias físico-químicas: Antonio María Barriga Villalba, Alberto Borda Tanco, César Uribe Piedrahita, Ricardo Lleras Codazzi y Jorge Alvarez Lleras. El doctor José Joaquín Casas, sería, en justicia, reconocido como presidente honorario.

Albergada desde su nacimiento en el Observatorio Astronómico Nacional, incorporó a la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales, e inició desde su misma creación la publicación de su reconocida y prestigiosa revista.

Ha cumplido la Academia Colombiana de Ciencias el sexagésimo aniversario de su fundación, y su labor desconocida como casi todo el quehacer intelectual en nuestro medio, es suficientemente destacada como para recibir en este aniversario el reconocimiento nacional por su valiosa contribución al desarrollo de la ciencia.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Publicado en los diarios colombianos El Espectador (agosto 22 de 1996, pág. 4A) y El Tiempo (septiembre 22 de 1996, pág. 15A)


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viernes, 20 de mayo de 2011

LAS MANOS

Instrumentos que edifican o destruyen
al vaivén de la naturaleza humana.

Para labrar la tierra,
en recias se transforman
las manos tiernas
que acarician con dulzura.

Y aquéllas que unidas,
a Dios se elevan pidiendo bendiciones,
también enérgicas empuñan el acero,
lúbricas recorren un talle cautivante,
de razones llenas imprimen
con la pluma un pensamiento,
amorosas escriben un te quiero
o envilecidas se manchan
con la sangre del hermano.


Luis María Murillo Sarmiento ("Del amor, de la razón y los sentidos"

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sábado, 14 de mayo de 2011

ESE ES EL HOMBRE

El hombre es lo que siente,
y lo que siente es lo que agita
su alma y su materia.
El hombre es lo que sueña,
y lo que sueña
es su mundo de imposibles.
El hombre es lo que sufre,
y lo que sufre
una huella indeleble en su recuerdo.

El hombre es lo que goza,
y lo que goza
compensa su infortunio.
El hombre es lo que cree,
y lo que cree
explica lo absoluto.
El hombre es lo que oculta,
y lo que oculta
su faz aterradora.

El hombre es lo que niega,
y niega lo que lo deshonra.


El hombre es lo que crea,
y lo que crea
es lo que lo trasciende.
El hombre es lo que piensa,
y lo que piensa
lo que le sobrevive.

Lo que siente, lo que sueña y lo que sufre...
lo que goza...
lo que cree, lo que oculta y lo que niega,
con él se extingue
cuando la llama de su ser se apaga.

Lo que piensa y lo que crea nunca sucumbe,
es su forma de perdurar tras de la muerte.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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viernes, 6 de mayo de 2011

LA CAJA GRIS DE LAS AMANTES

Cuando José dio por descartada toda esperanza de vida, volvió sus ojos al pasado y terminó hurgando entre archivos empolvados en un ejercicio que se volvió rutina. «Siempre hay algo íntimo cuya huella debe borrar un moribundo», les decía con humor a quienes lo descubrían en esos quehaceres. Pero la verdad, eran ínfimos los testimonios que mandaba a la basura. La intención real del ejercicio era el placer de recordar.
Un día tomó de un baúl una caja gris y soltó el nudo del lazo que la mantenía cerrada. Al levantar la tapa el polvillo rancio lo hizo estornudar. Sacó un manojo de cartas, y del manojo una al azar que comenzó a leer.
«Atrás quedaron –le contaba a Alicia– los momentos más dichosos. Por fortuna, también pertenecen al pasado los más tristes... y las costosas inversiones. De todo se repone el hombre. El cuerpo como el alma cicatrizan. [...] Por ley natural el amor nace y muere en un ciclo más corto que la vida, por ello es que difícilmente un amor es para siempre. Tenemos que acostumbrarnos a amores que llegan y se marchan».
Aludía a Andrea, una mujer por la que casi pierde los cabales. Era exquisita, pero demasiado refinada. Rindiéndose a sus gustos, José estuvo a punto de acabar con su fortuna.
«Me comencé a sentir atraído por la gracia de tu cuerpo y los atributos de tu alma. Libre no soy, aunque me siento. Nada ataja mi pensamiento, nada encadena mis afectos. Me confieso infiel por vocación, y defensor de los amantes; de quienes aman sin más interés que el sentimiento. Infiel seré, y con la frente en alto, pregonando al viento mis afectos. Sin ocultarlos. Sólo se oculta lo que nos avergüenza. Soy culpable desde hace mucho tiempo, porque sin conocerte, ya gozaba de tu ser en mis ensueños».
No supo si era cursi, pero líneas como esa habían conseguido que Pilar se convirtiera en su primea amante. Releía los párrafos y se sobresaltaba, aún podía revivir la vacilación y la pasión con que los escribiera. En mucho se parecía la ingenuidad del primer amor al de la primera amante. Todo transparente, dispuesto a proclamar el nombre de la amada, a desafiar el mundo, a vencer imbatible todos los obstáculos. Pero finalmente el sentimiento se rindió ante la adversidad y nuevos amores le enseñaron el valor de la prudencia.
En el fondo de la caja encontró las cartas a Piedad.
«No provenimos del Olimpo, ni dioses ni héroes somos para doblegar nuestra naturaleza, nuestra materia es la misma que la de los demás mortales».
Era un párrafo que le escribió justificando las flaquezas de la carne. En otra carta le decía hablándole de Fanny:
«Tu mano diligente y generosa es el mejor bálsamo para las heridas que un amor mundano me ha causado. Sé que los brotes sicóticos del enamoramiento topan con el dolor al final de su camino, por ello celebro que el amor imposible que un día fuiste, sea hoy una amistad eterna... imperturbable. [...] Qué ojos tan diferentes a los de aquel fatídico pasado vuelven a ver el mundo. Guiados de nuevo por la razón descubren que el entorno no ha cambiado. De amor se sufre pero no se muere. Y el dolor de ayer pasa a mi vista como el relato de un extraño».
Sonreía para sí mientras leía. El recuerdo de Fanny ya era indiferente. ¿Quién hubiera imaginado que esa existencia le había sido tan imprescindible como el aire? José nunca volvió a saber de aquella secretaria.
Él llamaba «la caja gris» a aquel atado, no por su color, sino por la suerte gris de sus romances. Allí estaba contada en forma epistolar la suerte de todos sus idilios. De todos los que alguna cicatriz le habían dejado; de todos los que habían sido trascendentes, tan trascendentes, vaya ironía, que habían terminado en el ocaso. Repasarlos en aquellas cartas fortalecía su idea de la caducidad del amor y del destino fatídico de la pareja. Esas historias eran su visión personal, pues ni una sola letra guardaba allí de sus amantes, nada de lo poco que ellas le escribieron. Todas eran copias a mano de las cartas que él enviaba a sus amores, y copias de las que hacía llegar a Alicia y a Piedad, sus confidentes, con el obituario de los romances malogrados.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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viernes, 29 de abril de 2011

CARTA LVIII: UN LIBRO A LAS AMANTES

Noviembre 4

Enternecedor Copito:

Lo de ayer desborda toda palabra que pretenda describirlo. Fui feliz y sentí tu felicidad a flor de piel, en íntimo contacto con la mía. Mi memoria no admite en este instante evocación distinta a la hermosa celebración de tu cumpleaños. Y siento un arrebato, un impulso enorme de perpetuar los maravillosos momentos en tu compañía.

Ya no tengo duda, mi próximo libro, a ti, mujer adorable, habré de dedicarlo. No serán las “Cartas a mi amante”, ni las “Cartas de un amante”, porque lo que menos quiero es sonrojarte. Como por esos títulos nunca hubo simpatía, lo llamaré “Las cartas a mi amada”. Considero que quedas satisfecha. Variará su título mas no su esencia.

Exaltaré en sus páginas a aquella mujer que reúne las virtudes con que el hombre sueña. La mujer que ama y que es amada, la mujer que no necesita un documento legal para sentirse segura de su hombre. La mujer que hace de la pasión una aventura, la amante perfecta y la perfecta amada.

Sin amantes el amor no existe. En ellos aparte del afecto y la pasión todo es superfluo. Amor y amante, son términos que se confunden en una misma razón, en un mismo sentimiento.

Hablaré de ti y de mí, y a través nuestro de todos los amantes. Descubriré sus motivos, mostraré la condición humana que incita sus acciones, descubriré que en sus actos la bondad impera, expondré sus derechos, defenderé su causa.

Por ello, lleva amante mía la frente en alto. Sin aflicción y sin estigma. Que son otras, las que no aman, las que amargan, se amargan y atormentan, las que deben mirarse con desprecio.



Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 15 de abril de 2011

AUSENCIA

Ansío la nada...
la negación...
la ausencia...

La obscuridad en que se pierda
mi sombra y mi existencia.

Anhelo mi pensamiento en blanco
y mi memoria
sin huella de recuerdos.
Que mi corazón se aquiete
y en mis venas la sangre se detenga.

Y más allá...
plácido mi espíritu
sumido en la nada inagotable.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)

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lunes, 11 de abril de 2011

EL JUCIO AL PRESIDENTE SAMPER*

Han devuelto la tranquilidad al Presidente los más parcializados jueces; pero no han podido por su condición de solidarios simpatizantes, que con él comparten los secretos de una campaña indecorosa, restituirle su perdida imagen.

Los evidentes intereses de los juzgadores opacan la transparencia de su fallo y menoscaban el alcance de su veredicto. Han alejado para el encausado amenazantes efectos jurídicos, pero no han desvanecido del todo la inquietante sospecha sobre la moralidad de su conducta.

Obliga el apego a nuestras leyes al acatamiento de un contradictorio fallo, que demuestra sin embargo, la inconveniencia de convertir en jueces a sagaces dirigentes políticos; error histórico perpetuado por una constitución tan imperfecta como el hombre mismo, reflejo de nobles deseos pero también de oscuros intereses. Cuando alguna vez se modifique, serán las Cortes las que califiquen y juzguen a los altos funcionarios2. Otra sería la credibilidad del fallo si aquéllas hubieran participado en el proceso, más grandeza hubiera tenido para el presidente la absolución en esas condiciones. Por lo pronto sólo él es en su intimidad, el infalible juez de su conducta, porque solamente su conciencia guarda su verdadera responsabilidad en la financiación de la campaña.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Publicado en el diario colombiano “El Espectador”, el 12 de agosto de 1996, pág. 4ª. Se refiere al ingreso de dineros del narcotráfico a la campaña del entonces candidato presidencial Ernesto Samper, que llevó finalmente a un juicio en su contra, en el Congreso, durante el ejercicio de la primera Magistratura de la Nación. Aunque fue precluido el fallo fue motivo de graves suspicacias.
** 2 El juzgamiento de los altos funcionarios por las altas Cortes parece la más acertada de las decisiones, no obstante de entonces a hoy se percibe cierta ‘evolución’ en la majestad de justicia, y se descubre cierta propensión de las Cortes al protagonismo mediático, al fallo político y a la rivalidad con los demás poderes que me hacen dudar de sabiduría del juzgamiento que entonces predicaba.


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sábado, 2 de abril de 2011

EVOCACIÓN MARINA

Ondulante inmensidad
de enigmáticos encantos,
de verdes y azules fascinantes,
que en blanca explosión,
-baño espumoso y burbujeante-
se ofrece a las playas sedientas,
de arena calcinada.

Ondas trémulas mecidas por la brisa,
atomizadas briznas
que expanden su fragancia:
salino aroma que imprime en la memoria
el plácido recuerdo de las playas,
radiante cielo ,
aguas azules, límpidas y cálidas,
rumor de olas,
murmullo de palmeras que despeina el viento,
cortejo de alcatraces,
-certeros pescadores-
que arrebatan al mar la refundida presa.

Despertar marino
que entre desvanecidas brumas
ve emerger del horizonte
los rayos de la vida.
Áureo mar del poniente, en que naufraga
el incendiario cortejo que despide el día.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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sábado, 26 de marzo de 2011

PARA PODER VIVIR UN FIN INALCANZABLE

Voy en pos de un sueño que la realidad
no encuentre en esta vida.
Voy en pos de una verdad inalcanzable.
Busco una estrella que brille cada vez más lejos.
Busco una cuenta infinita de luceros,
que mi tiempo no alcance a enumerarlos.
Busco una mujer inmune al tiempo:
una piel tersa que nunca se marchite.
Anhelo una conquista surcada de imposibles,
una quimera que mantenga la llama de la vida;
un objetivo irrealizable
que distraiga mis días
hasta la muerte.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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sábado, 19 de marzo de 2011

IRMA Y EL CONOCIMIENTO DEL AMOR

En la segunda de mis tres hospitalizaciones por el cáncer, Irma se convirtió en mi enfermera predilecta. Su gracia, su figura menuda y proporcionada, y su juventud me devolvían a mis sueños juveniles.
Un día su ensimismamiento me puso al tanto de sus aflicciones amorosas. Su ánimo alegre y expresivo repentinamente estuvo ausente. Cuando le pregunté el motivo sus lágrimas se desgranaron y su mutismo se hizo trizas; estaba ávida de contar su desengaño. Con tanta fluidez y detalle me relató su noviazgo, que me llegué a sentir partícipe de su romance; y en cualquier calle que me hubiera cruzado con Carlos o Lucero, al momento los habría reconocido.
Días después me contó que le habían llamado la atención por haberse perdido del servicio esa mañana; pero el par de horas en que me contó su desventura, dijo, lo valía con creces; había sido una verdadera catarsis que le había hecho más llevadera su tragedia. De nuevo la consolé con ternura, y como un experto la conduje por las venturas y adversidades del amor. Comencé por leerle un texto que había escrito pensando en los neófitos:
«Amar con tranquilidad requiere conocer el sentimiento, disfrutar su dulzura y aceptar sus riesgos. Disfrutar no demanda instrucción mayor; no sufrir exige conocimiento y tolerancia. Quien ama se bate entre el gozo celestial y el averno abismal, entre la dicha sublime y la tristeza más profunda. El amante que desconoce el poder maléfico de los celos, que ignora el peligro siempre latente de la infidelidad, y no concibe el hastío y la extinción del amor, está expuesto a padecer sus desventuras. Para amar hay que conocer la realidad del amor, tomar ciertas precauciones y vivir intensamente».
Pero Irma buscaba más el diálogo y la relación personal que una lectura que resultaba fría. Confundida por su desengaño urdía contra el amor. Decía que lo iba a esquivar siempre, que acabaría con el hombre que la había engañado.
–Irma, hay promesas que jamás se cumplen. Nunca y siempre, las palabras predilectas del amor, habitualmente son mentira, aunque se digan con sinceridad. Nunca se ama para siempre, y nunca deja el amor de seducirnos. Las dichas del amor se pagan con espinas, mas no por ello hay que dejar de disfrutarlas. No porque la muerte aceche dejamos de vivir. Cuando toca, ahí me ves, aprendemos a convivir con ella. El amor es breve, más por lo menos que la vida. La pasión se agota, imperceptiblemente se evapora. Cuando te das cuenta no es más que una costumbre. Esa es la forma menos penosa de extinguirse. Pero también puede truncarse abruptamente, por la infidelidad o por la muerte.
–Pues muerto lo hubiera preferido, al menos me quedaría un mejor recuerdo.
–No puedes convertir en odio cada amor que se termine.
–No puedo sentir de otra manera.
–Debo advertirte que más hiere el odio a quien lo siente que a quien es el objeto de su embate. Un arma mejor es el olvido.
–Si pudiera olvidar no me vería sufriendo. No puedo sacar a Carlos de mi corazón ni de mi mente. No puedo imaginarlo al lado de Lucero.
–Sólo cuando te apacigües entenderás que el daño que el amor nos causa también es culpa nuestra.
Y me atreví a decirle que tenemos una naturaleza egoísta que no tolera la infidelidad. Le afirme, temiendo ser recriminado, que ese egoísmo nos insta a destruir al ser amado que no se nos somete y que el propósito del infiel no es causar daño. También que el infiel se debate entre aflicciones y dilemas por culpa de su instinto; que sufre, pero a diferencia de su víctima, no hay quien lo consuele, porque nadie siente compasión por el verdugo.
–Esa es su visión masculina –me dijo con tono de reproche.
–Indefectiblemente. Pero al igual que tú he vivido los mismos desengaños. La atracción entre hombres y mujeres parece proporcional a nuestras diferencias. Sentimos y actuamos de forma diferente y no es pretendiendo cambiarnos como logramos vivir en armonía. El enamoramiento nos cambia sin esfuerzo pero en forma tan fugaz, que termina por ser una ilusión que poco cuenta. Es comprendiendo y tolerando que le prolongamos al amor sus días. Ustedes sueñan con un prototipo masculino que no existe, y pese a la realidad que las golpea siguen cultivando la idea del hombre fiel, hogareño y detallista. Otra sería la suerte si la mujer se formara sabiendo lo que puede esperar de su pareja. Manzanero, el eterno compositor romántico, afirmó a pesar de lo que dicen sus canciones, que las mujeres encuentran en un solo hombre las virtudes que un hombre en una sola mujer no encuentra. Lo mismo que te estoy diciendo. No por atraernos vivimos afinados.
Irene asentía, pienso que más por respeto que por convencimiento, de pronto por un acto inconsciente, tal vez porque le hablaba con cariño.
–Habíamos hecho tantos planes juntos, ¿dónde quedan sus promesas?
–Los enamorados no mienten aunque sus juramentos sean irrealizables. Viven convencidos de sus promesas desmedidas. Su lenguaje está llenó de afirmaciones superlativas e infinitas, dichas de buena fe y con una ingenuidad de la que la realidad se burla.
Me acongojaba su dolor como si fuera propio, siempre había sucumbido a las lágrimas y a la tristeza femenina, hubiese querido acariciarla, pero mi cuerpo escuálido sentía vergüenza de aproximarse a su belleza. La suerte de mi impulso quedó sellada con la llegada de la jefe de enfermeras: de nuevo un llamado de atención.
Durante algunos días dejé de verla. Cuando volvió su pena era cosa del pasado.
–Señor Robayo, le hice caso y sacrifiqué mi orgullo. Dejé que mis sentimientos me llevaran. Como dice usted, somos contradictorias. Me moría por verlo pero me resistía con tal de castigarlo.
–Y fuiste tú quien más padeció con la venganza.
–De pronto sí –dijo enviándome un beso con la mano–. No deseo más llamados de atención.
Y se alejó del cuarto.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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viernes, 11 de marzo de 2011

CARTA LVII: FELIZ CUMPLEAÑOS

Noviembre 3

Mi amor:

Feliz cumpleaños puedo decir en este día, pero nunca expresaría con ello la multitud de sentimientos que me asaltan. Claro que ruego al Cielo por tu felicidad y pido que lluevan bendiciones, pero también doy gracias a Dios por tu existencia, por haber tenido la felicidad de conocerte y la dicha inmensa de hacerme a tus afectos. Esta fecha queda desde ya impresa en mi memoria, como todos los hitos memorables de mi vida.

El regocijo de este día es la alegría de un mundo que se siente feliz con tu existencia. Yo, el que más, quiero celebrarlo intensamente. A las cuatro paso a recogerte. El mejor hotel de la ciudad te aguarda. Di que tienes una práctica nocturna, para que del crepúsculo al amanecer el amor de cuenta de nosotros. Prometo amarte con ternura desmedida y cubrir tu cuerpo con mis besos sobre un lecho de tus flores favoritas. El vestido que te envío es el que siempre quise regalarte, desde aquella vez que lo viste exhibido en la vitrina y creíste que por su precio jamás lo lucirías. El baby doll y esos adminículos íntimos preciosos son un velado mensaje para una celebración inolvidable.

Copito, feliz cumpleaños. Te amo más que nunca.


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 25 de febrero de 2011

DESPEDIDA

Cuando me marche,
mi alma tenderá
a la libertad sus alas
traspasando la puerta de la muerte;
y la última ilusión
exhalaré de la felicidad,
ese sueño imposible de la vida.

Cuando me marche,
derramará la lluvia su llanto
sobre mi cuerpo gélido,
me arropará la arcilla
que me dio la vida
y compañero seré
de las sombras de la noche.

Cuando me marche,
una rosa amarilla
añorará mi tumba,
un símbolo
en que mi amor siga latiendo.

Cuando me marche,
que nadie por mi muerte se conduela:
¡No advierto con tristeza su llegada!

Decid que desee la parca,
también quise la vida;
que siempre desafié la muerte
y finalmente me marché con ella.

Decid que padecí la vida,
aunque le arrebaté sus goces,
y esclavo fui que al mundo
cuestionó sus normas.

Cuando me marche...
tal vez el mundo
no notará mi ausencia.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia”)

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viernes, 18 de febrero de 2011

EN LA CONMEMORACIÓN DEL CENTENARIO DEL NATALICIO DE LUIS MARÍA MURILLO QUINCHE, INICIADOR DE LA ENTOMOLOGIA EN COLOMBIA*

Los 23 años que nos separan del primer congreso de la Sociedad Colombiana de Entomología no desvanecen aún de mi memoria el recuerdo del homenaje que conmovido recibió mi padre en aquel evento coincidente con su penúltimo cumpleaños. Y tan fresca como aquella evocación, guardo la memoria del trascendente reconocimiento que nueve años después perpetuó en Tibaitatá su nombre al bautizar con el suyo la Colección Taxonómica Nacional. Demostraciones de aprecio que hoy me traen a conmemorar con ustedes el primer centenario de su nacimiento, a recibir con afecto y en su nombre el cálido homenaje de quienes han guardado con celo su memoria, de quienes han engrandecido una profesión y multiplicado los conocimientos de una disciplina de la que mi padre fuera uno de sus pioneros.

Aprendiz malogrado de la "alquimia", frustrado con la desaparición de un laboratorio destruido por un un temblor en 1917, Luis María Murillo prosiguió con Otto de Greiff con interés naturalista, en la búsqueda de fósiles por los cerros bogotanos. Claudicó a las excursiones el futuro famoso musicólogo y en Medellín dió inicio al estudio de su profesión en la Escuela Nacional de Minas; Murillo sin hallar un sólo fósil, descubrió a cambio entre el verdor de las montañas la riqueza de una fauna por su tamaño despreciada. Nació allí su vocación por los insectos, y en ausencia de esa disciplina en nuestro medio, se formó a sí mismo. Hizo de la naturaleza su universidad y transformó en ciencia aplicada el producto de sus descubrimientos.

Esas primeras décadas del presente siglo representan para el país el inicio de la entomología. Fueron dos sus grandes abanderados, Francisco Luis Gallego en el campo educativo y Luis Maria Murillo en el de la ciencia aplicada. Su quehacer admirable en medio de las dificultades, marcó la senda que muchos insignes colombianos émulos de su amor por la sabiduría y por el progreso de la patria han construido, asegurando un promisorio futuro a la disciplina que hace tan sólo sesenta años era excéntrica dedicación de empecinados idealistas. Por ello al abordar algunos sucesos históricos de la entomología en Colombia, deseo, aunque no sin el temor de olvidos de quien ha abrazado al ejercicio de otra profesión, rendir como lo haría mi padre, reconocimiento a la memoria de esos quijotes colombianos y extranjeros que sembraron con fructíferos resultados la semilla de la entomología; como Adriano Cabal, Amadeo Lagoeyte, Belisario Losada, Joaquín Santamaría, Vicente Velasco Llanos, Alvaro Verano, Charles H. Ballou, entomólogo norteamericano vinculado en 1929 a la estación experimental de Medellín, Edward Chapin, del Instituto Smithsoniano de Washington y jefe del Museo Nacional de los Estados Unidos, el hermano Apolinar María, fundador de la Sociedad Científica de la Salle, antecesora de la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales, Carlos Marín, Hernando Osorno Mesa y Francisco José Otoya, excelentes investigadores de los institutos de Biología y Ciencias Naturales, Ernesto Osorno Mesa, iniciador de la entomología médica en Colombia, Rene Paul Robat, entomólogo belga al servicio de la Federación Nacional de Cafeteros, y una generación más reciente, que antecede tal vez a la mayoría de los aquí reunidos, entre quienes podría mencionar no sin riesgo de equivocaciones, a Nelson Delgado, Iván Jiménez, Carl Knot, Rafael León García, a Hernán Alcaraz Vieco, presidente fundador de esta Sociedad, a Antonio Beltrán Rincón reconocido por sus aportes al conocimiento de las plagas del arroz y el algodón, a Luis Armando Bermúdez, Alex Bustillo, Lucrecio Lara, Lázaro Posada, Alfredo Saldarriaga y Raúl Vélez, abanderados de la entomología forestal, a Adalberto Figueroa, autor de "La Ruptura de un Equilibrio" y defensor del control biológico de las plagas, a Rafael González Mendoza, investigador de las moscas de la fruta, a Miguel A. Revelo, ganador en 1964 del premio Ángel Escobar y presidente de la Asociación Latinoamericana de Entomología, a Robert F. Ruppel científico de la asistencia técnica de la Fundación Rockefeller, a Isabel Sanabria de Arévalo, importante compiladora del "Catálogo de Insectos de Importancia Económica en Colombia", a Germán O. Valenzuela, fundador con Hernán Alcaraz, Hugo Calvache, Teodoro Daza, Adalberto Figueroa, Darío Galindo, Benigno Lozano, Jorge Menocal, Alfredo Saldarriaga y Raúl Vélez, entre otros, de la Sociedad Colombiana de Entomología.

¿Y cómo no rendir también tributo a todos los entomólogos que hoy en diferentes campos trabajan en el país con vocación admirable? Hagámoslo, entonces, a través de la distinguida junta directiva de la sociedad que los representa, del doctor Aristóbulo López Avila su presidente, y de los doctores Alfredo Acosta, Judith Sarmiento, Hugo Calvache, Jorge García, Rubén Restrepo, Miguel Benavides, Emilio Luque, Iván Zuluaga, Dora Alba Rodríguez y Raúl Pardo.

De este presente promisorio, permítanme retornar al pasado incierto, y reencontrarme con el bachiller-entomólogo que era mi padre en 1928. Encarnaba entonces una ciencia en el país desconocida, que oficialmente sólo disponía de este entomólogo en cierne, en un Ministerio de Industrias que contaba por todo presupuesto un millón y medio de pesos colombianos, cuando la entomología económica en Estados Unidos contaba con más de seiscientos entomólogos y varios millones de dólares al año. Acababa de nacer el 19 de octubre de 1927 la sección de Sanidad Vegetal bajo la dirección de Luis María Murillo, agrónomo ayudante (porque jamás fue nombrado un jefe) quien con sus propios recursos dotó la incipente sección, dividiéndola en los departamentos de botánica, fitopatología y entomología. Se hizo cargo de este último y dejó en manos del agrónomo Antonio Miranda el de fisiopatología y a cargo del padre Enrique Pérez Arbeláez, cuyo centenario de nacimiento se ha conmemorado en el pasado mes de marzo, el de botánica.

Pero la entomología, término desconocido para la época, era para los pocos que alguna noción tenían del vocablo, una chifladura, cuando no un gravísmo desperdicio del presupuesto nacional. No comprendían que "esos bichos insignificantes podían destruir millones de dólares anuales de la economía". Hasta el Senado de la República llegó el juicio al jóven entomólogo Murillo, pero sus jueces Carlos Uribe Echeverri y Emilio Robledo le dieron su confianza. "El bachiller entomólogo había sido pesado y hallado justo por la balanza de la democracia" diría en sus memorias el entonces encausado.

Los conocimientos entomológicos de otras latitudes, no aplicables a nuestro medio fueron estímulo decisivo a sus investigaciones. Y en medio de las precarias condiciones de la época recorrió el país entero aun a lomo de mula y por caminos polvorientos y en goletas hasta el archipiélago de San Andrés y Providencia, descubriendo plagas y describiendo sus hábitos, su relación con el ambiente, su distribución geográfica y nuevas fomas para combatirlas, e inició una colección que llegaría a más de 100.000 insectos y que sometida a constantes y lamentables pérdidas, encontró en Tibaitatá morada definitiva.

Temeroso del daño de los ecosistemas por los insecticidas, centró sus investigaciones en la lucha biológica de las plagas. La aplicó con éxito en la erradicación de los insectos nocivos, dejando enseñanzas que hoy constituyen ejemplos clásicos de represión biológica. Anteriores a los suyos, nuestra historia sólo consigna exitosos los experimentos de Federico Lleras Acosta (padre del presidente Lleras Restrepo) y Luis Zea Uribe, en 1913, cuando usando el método del profesor D'Herelle, inyectaron un hongo inocuo para el hombre, traído del Instituto Pasteur, a algunas langostas que pocas horas después presentaron una enfermedad diarreica que las extingió en tanto que sus deyecciones sirvieron para propagar la epidemia entre la plaga.

En la obra de Murillo encuentran los descubridores de la lucha biológica, Erasmo Darwin, Carlos de Geer, Alberto Koebele, René Antonio de Reaumur y Antonio Vallisnieri al primer gran abanderado de ella en nuestro medio. Sus cuatro décadas de servicios al estado, iniciadas en el entonces Ministerio de Industrias, fueron su lucha permanente contra el uso indiscriminado de los insecticidas y en favor de la represión de las plagas por sus predadores naturales, trabajos que le valieron su ingreso como miembro honorario a la Real Sociedad de Entomología de Bélgica y en Colombia el reconocimiento con la Cruz de Boyacá durante el gobierno de Alberto Lleras Camargo.

Utilizando la avispita Aphelinus Mali, Luis María Murillo controlaría al Eriosoma Lanígerus de los manzanos de Boyacá en 1929, se valdría del Criptolaemus Monstrousieri contra la palomilla del café, reprimiría a la Diatrea Sacharalis, gusano barrenador de la caña, mediante la Trichogramma Minutum, introduciría un hematófago originario de las Filipinas, la Spalangidae, para combatir la Lyperosia, mosca brava hematófaga, azote de los ganados en el Huila; haría objeto del más completo estudio al gusano rosado colombiano del algodón, Sacadodes Pyralis y a la Aphanteles Turbariae, avispa parásita de sus rosadas larvas, medio eficaz de reprimirlo y principal motivo de su obra "Sentido de una Lucha Biológica", y con Francisco José Otoya, Hernando Osorno y Carlos Marín, entonces sus colaboradores, en 1948 haría lo que calificaría como una espectacular lucha biológica, al erradicar la Icerya Purchasy, plaga de las plantas ornamentales con la Rodolia Cardinalis.

Pero aquéllas fascinantes gestas, son hoy quehacer cotidiano de los entomólogos, y no pretendo embebido por el pasado cautivante prolongar estos deshilvanados retazos de historia. Deseo en cambio dedicar las palabras finales, a expresar a esta sociedad, en nombre de toda mi familia, la profunda gratitud con que recibimos este homenaje que devuelve al presente el nombre de mi padre. La dedicación ejemplar y el entusiasmo de sus miembros que transluce de la organización de SOCOLEN y de la pulcritud de sus publicaciones, se convierten en certeza de que en medio del común desamparo de nuestras sociedades científicas por parte del Estado, la entomología se encuentra en las mejores manos y los frutos del mañana no serán menores a los que hoy apreciamos de sus adalides del pasado.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Discurso pronunciando en la inauguración del XXIV Congreso de la Sociedad Colombiana de Entomología, el 17 de julio de 1996, en Cartagena, en el que se rindió homenaje al pionero de esa disciplina.


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