viernes, 25 de septiembre de 2009

IDEARIO DEL MORIBUNDO, SUS MÁXIMAS Y FRASES INCISIVAS

Eleonora iba apenas por unos pijamas para llevárselas a José, pero se tropezó con tanto desorden en la habitación, que decidió primero organizarlo. Así había quedado el cuarto cuando tuvieron que salir con celeridad para la clínica. Había ropa arrugada y sin doblar sobre la cama, un par de camisas en la silla, y sobre ellas un par de corbatas y una bata. Las pantuflas a la entrada del baño; libros, periódicos doblados, lapiceros, discos compactos, hojas impresas y manuscritos, esparcidos sobre la mesa de noche, en un montículo a punto de caer. Con paciencia Eleonora cambió la cara de aquél cuarto caótico. Por último se dedicó a guardar en una carpeta los escritos de su padre, ojeando una que otra línea con curiosidad, luego examinando párrafos y por último devorando los documentos por completo. Entre sollozos volvió a su infancia en un artículo dedicado a la niñez.
«Cuánto menospreciamos los adultos el mundo de la infancia, la etapa más propicia para la felicidad del hombre. No es menos el mundo infantil que el del adulto, no son menos sus insatisfacciones ni sus padecimientos. Tan seria es la contrariedad del niño que no recibió el dulce que anhelaba, como la del adulto que perdió su empleo. Los sufrimientos del infante son pequeños para el adulto que los desestima, nunca para él que los soporta. El buen padre sabe valorar las necesidades y las angustias de sus hijos, y es capaz de sumergirse en su universo compartiendo todos los elementos de su pequeño mundo. La vida del niño debe ser feliz. Ese debe ser el mínimo propósito de quienes no le pidieron su consentimiento para traerlo al mundo». Nadie, pensó Eleonora, lo hubiera dicho con más autoridad. Lo allí plasmado era el reflejo de lo que José había sido como padre. Ante todo un hombre dedicado y amoroso.
Había también apuntes sobre la infidelidad y el matrimonio. No los leyó, no lo creyó prudente. No estaba interesada en encontrar revelaciones que probaran los reproches de su madre. Por amor y por respeto siempre se mantuvo al margen de aquéllas discusiones. No le concernían los comentarios que hacía Elisa sobre las amantes de su padre. «No soy quien para juzgarlo». Alguna solidaridad de género le debía a su madre, pero la gratitud con José, quien por ella se había resignado a la vida de perros que le daba Elisa, era más grande. Sabía que la aventura con Pilar era creíble; aunque parco, su padre la aceptaba. Las demás, no tenían a su parecer mucho asidero. Tampoco le importaba. Hasta mejor que fueran ciertas, decía su corazón, en medio escabrosos pensamientos: «Mejor que alguien le haya dado amor y comprensión. La ortodoxia es lo de menos». E imaginaba, viendo que Claudia, Piedad, Alicia y Carolina con tanta solicitud lo visitaban, que alguna o tal vez todas habían tenido con él algún idilio: «Ojalá haya sido menos infeliz que lo que yo pensaba».
Desterrando de su mente tanto pensamiento improcedente, se concretó por fin en la finalidad de su mandado. Tomó los pijamas, y acosada por la hora, salió para el hospital de prisa. José la aguardada de buen ánimo. Estaba plácido, con los síntomas aplacados por los medicamentos, disfrutando en el sofá el sol que atravesaba la ventana. Eleonora dejó el paquete sobre la cama y se sentó su lado. Con paciencia le dio el caldo que trajo la enfermera. Sorbiendo con lentitud y pasando con trabajo cada cucharada, no alcanzó a tomar ni media taza. «Si tomo más el dolor me arruina este momento». Eleonora puso el pocillo en el charol, y el charol en la mesita. Y con su padre revisaron un maletín cargado de lecturas. A Eleonora le llamó la atención una. «Es otro escrito –imaginó– de papá sobre la muerte», y lo leyó en voz alta: «Me he habituado tanto a ella, que su imagen no sólo no tiene nada de espantoso para mí, sino precisamente, mucho de tranquilidad y de consuelo. Nunca me acuesto en mi cama sin pensar en que aún siendo tan joven, quizá ya no vea el siguiente día; y sin embargo, ninguna de las personas que me conocen podrá decir que mi trato sea hosco o triste». «Lo escribió en su juventud –pensó–, cuando batalló con ella hasta aceptarla». «No es mío», le contó José. «Pertenece a Mozart, y lo conservo por la extraordinaria coincidencia de nuestros pensamientos. No es frecuente pensar en la vejez, en las enfermedades y en la muerte mientras hay salud y lozanía. Parece un ejercicio innecesario, pero no lo fue para el gran compositor que murió de 35 años; tampoco para mí, que quería prepararme para el trance».
Sus planes juveniles no aceptaban que la muerte le pudiera perturbar la vida; buscando subyugarla, terminó conociendo la actitud de los grandes hombres frente a ella. Hecha la explicación, Eleonora le planteó una aspiración de vieja data: «Papá, ¿qué dirías de una publicación que resumiera en sentencias todo tu ideario? ¿Qué diera idea de tus razonamientos magistrales y tus enseñanzas?». A José lo primero que se le vino en mente fue la ausencia de tiempo para hacerlo. Pero no alcanzó a exponerle su motivo, cuando Eleonora le manifestó que sería ella quien lo hiciera. Y le esbozó todo el proyecto. Fue una sorpresa para José enterarse de que su hija venía compilando desde hacía rato sus frases incisivas. «¿Te puedes imaginar que me he puesto en la tarea de descubrir las frases más tajantes de todos tus escritos? ¿Me autorizas a que las publique? Haré un libro que sintetice tus mejores pensamientos». Los ojos de José brillaron con humedad vidriosa, empañados al ritmo de su corazón acelerado. Llevó a Eleonora contra su pecho y la beso en la frente. Sin saberlo ella, estaba por hacer algo con lo que José soñaba.
–Hija, nadie tiene más derecho que tú sobre mis bienes, nadie más que tú sobre mis obras. ¿Quién cuidaría mejor mi pensamiento?
–Sabía de antemano tu respuesta –respondió Eleonora.
Y sacando de su portafolio un borrador lo puso entre sus manos: «JOSÉ ROBAYO - MÁXIMAS Y PENSAMIENTOS». Tras el título se aglomeraban sin orden las frases anunciadas:

«El único inconveniente de la libertad es que nos toca responder por todo lo que hacemos».
«Debe respetarse la diversidad, pero no dejarse someter por ella».
«Los adultos somos un cúmulo de maldades que crece con los años».
«Sólo creo en la inocencia de los niños».
«El niño ve con naturalidad lo que el moralizador ve con malicia».
«Para la justicia humana más importante que esclarecer la verdad, es beneficiar a quien con más sagacidad utiliza sus recursos».
«Nada más peligroso que las minorías, que procuran someter a la mayoría con el pretexto de su desventaja».
«La rebeldía juvenil es la respuesta obvia a la intransigencia del adulto, siempre poseedor de la verdad, siempre dueño de las normas».
«Si Dios quisiera que el proceder humano se ciñera a un modelo inquebrantable, no hubiera infundido en el hombre la razón, la voluntad y la conciencia».
«Los mandatos de Dios se conocen descubriendo las leyes de la naturaleza».
«Reconocer los derechos de la mujer no es conferirle cuotas burocráticas que sólo toman en consideración los genitales. Es reconocerles, sin excepción, su dignidad humana, para que sus méritos compitan con los del hombre en igualdad de condiciones».
«Tan despiadada se tornó la humanidad, que sin sonrojo mide las incapacidades y las muertes en términos de producción perdida. ¡Ah tiempos en que el hombre sin tener que producir era valioso!».
«Gracias a la productividad el hombre va en camino de su propia destrucción».
«La mujer burlada es implacable».
«La fe sin demostraciones de benevolencia no conduce a nada».
«No todo en la vida es trascendente, dejemos de posar de serios».
«Las hieles del rencor sólo amargan a quienes lo pretenden, y casi nada a quienes son su objeto».
«No se tiene autoridad moral para sentenciar a quienes cometen nuestras mismas faltas».
«Quien desconoce el amor y el perdón ha de ser buen huésped del infierno».
«El placer sólo es malo cuando ocasiona un daño manifiesto».
«Sin intención de daño no hay pecado».
«Tanta maldad concibe el hombre, que no le hace falta demonio que lo inspire».
«El demonio es el hombre, el diablo es la disculpa para excusar sus faltas».
«Las mayorías nunca pretenden tantos derechos como las minorías. Las minorías son insaciables».
«El idealista está dispuesto a morir por sus ideas, el revolucionario, a asesinar por ellas».
«Al igual que todos los humanos, no soy poseedor de la verdad, apenas soy dueño de la mía».
«Defender las creencias es lícito, imponerlas censurable».
«La verdad absoluta es ignota para el hombre».
«Los comunistas son fósiles y su combustible mortal para la democracia».
«Tan peligrosas como el totalitarismo, llegan a ser la religión y la moral, para la libertad del hombre».
«Es cuestión de tiempo, para que los temperamentos tiránicos y envanecidos luzcan disminuidos y en desgracia».
«Creen las empresas a sus trabajadores artículos de su inventario. Los cohíben y disponen de ellos en un auténtico secuestro laboral».
«A los movimientos totalitarios, como el comunismo, se les deben proscribir los derechos que da la democracia. Se valen de ella para acceder al poder y luego exterminarla».
«La justicia es una ruleta rusa: por igual acierta o se equivoca».
«La verdad es lo que satisface la razón. Luego es apenas una certeza personal cuando existen millones de razones».
«La irracionalidad del placer reside en terminar siendo esclavo del estímulo que lo propicia».
«Es la honestidad en la búsqueda de lo correcto, más que el acierto en la consecución de la verdad, lo que ennoblece la conducta de los hombres».
«La justicia es ciega... porque no le importa donde quede el fiel de su balanza».
«Dios es universal, no puede ser apenas la deidad de unos creyentes. Dios es uno y el mismo para todos».
«¿Violentar, sojuzgar o matar en nombre de la fe, qué tiene de divino?».
«Las guerras santas son malignas, de virtud no tienen nada. Son obra de ciegos fundamentalistas que en su estupidez no se dan cuenta de que ofenden al dios por el que luchan».
«La felicidad no es un regalo, es una obligación con todo ser humano. ¿Hacen felices los padres a los hijos? ¿Hacen felices los colegios a los niños? ¿Hacen felices las empresas sus trabajadores?».
«Los niños a estudiar y los adultos a trabajar: ¡Qué vida tan miserable la del ser humano!».
«Todo lo vanguardista muere como retardatario».
«La aplanadora del sexo y el instinto no se ataja con principios y valores, pero intentarlo es lo sensato».
«Quien incurre en lo que juzga, termina enjuiciando con más benevolencia».
«Para el hombre, frente a la mujer sólo existen deberes; para la mujer, frente al hombre sólo existen derechos ».
«Lo que muchas mujeres ansían no es un hombre, sino una mascota bien domesticada».
«Los esposos no son más que extraños que se creen con derechos el uno sobre el otro».
«Nunca como en el colegio se pierde tanto tiempo y tanto esfuerzo en adquirir conocimientos que nunca se recuerdan».
«Si la socialización es lo poco rescatable de la vida escolar, los colegios deberían transformarse en clubes para niños».
«Sólo la crítica supera en subjetividad al arte y al artista».
«Los críticos creen conocer a artistas y escritores mejor que lo que ellos mismos se conocen. Saben más de las obras que quienes las crearon».
«Ser fiel demanda ser perfecto. Que la pareja sea perfecta, aunque ayuda, no garantiza nada».
«Quien ama, encuentra gratos motivos para vivir y profundas satisfacciones para morir tranquilo».
«Las únicas normas imperiosas son las que previenen el daño que un ser humano puede causar a otro. Las que sólo pretenden subyugarlo con frecuencia deben transgredirse».
«En materia sexual lo único reprobable es lo abusivo. En lo consentido, la intromisión es la indebida.
«Para la sociedad es más importante el castigo de la falta que el arrepentimiento del culpable; más la condena que lastime, que la rehabilitación del infractor».
«Nuestra naturaleza humana y vulnerable yerra fácil; se agita entre el bien y el mal, entre el pecado y el perdón; y absuelve para ser absuelta».
«Los políticos no suelen representar al pueblo: representan sus propios intereses».
«El enamoramiento es una psicosis deliciosa que cura el matrimonio».
«Hay que ser demasiado tonto para creer en el amor eterno».
«La fidelidad no es una obligación tan obvia. Se anhela como un dictado inconsciente del egoísmo de cada ser humano, dispuesto a apropiarse de las personas como hace con las cosas».
«Entendí la rebeldía juvenil, porque vi en ella una respuesta honesta a un mundo discutible, en el que la verdad a nadie pertenece».
«La rebeldía del joven termina en la resignación del adulto; y el conformismo del adulto en la intolerancia del anciano, al final doblegado por el tiempo».
«La sociedad siempre ha manipulado la verdad, la ética y las normas al amaño de sus propia conveniencia».
«No debemos sentirnos culpables de no poder cambiar lo inevitable, sino satisfechos de haber realizado lo debido».
«No hay nada más rebatible y siniestro que las afirmaciones de una mujer que ha sido traicionada».
«El enamoramiento es el más imperfecto de todos los amores».
«Hay dos etapas sucesivas e indefectibles en la relación de la pareja: la del amor y la del resentimiento».
«Los instintos buscan la preservación del individuo y de la especie. Simplemente existen. Ponerlos al escrutinio del bien y el mal es realizarle un juicio al creador del universo».
«La moral debe ser respetuosa del instinto. Su campo es lo sujeto a la voluntad y el albedrío».
«La mujer es para el hombre lo que el juguete es para el niño».
«La concepción humana suele ser un accidente inesperado y no pocas veces un suceso indeseado. Así que es la crianza y no la vida la que merece el agradecimiento de los hijos».
«Disfruta el placer sin permitirle convertirse en vicio. Sé medido con el gozo para que nunca pueda someterte».
«Dejarnos subyugar por cuanto más nos gusta termina por cansarnos, o por forjar una costumbre que duele cuando no se sacia».
«Los valores del hombre son mentira, todos los violenta, todos los incumple. Los proclama en publico, y los vuelve añicos en privado».
«El hombre cree por naturaleza; en su esencia está Dios, y nada lo acerca más a Él que sus penas y sus sobresaltos».
«El ser humano es contradictorio. Se somete al jefe opresor, pero desacata al jefe bondadoso. Eterno inconforme, encuentra desasosiego en la paz y propicia la guerra; víctima de la guerra, implora la paz».

Eran tantas sentencias, que la tarde se fue sin abarcarlas todas. Cada cual tenía su historia, en cada una un recuerdo se anunciaba. Muchas eran sus expresiones cotidianas, otras producto del rebusque de Eleonora. José, como en sus buenos tiempos de corrector de pruebas, se quedó toda la noche arreglando el documento, poniendo notas al margen, corrigiendo y resaltando; con tal ensimismamiento que no supo la enfermera si su sosiego era producto de la concentración o del calmante.

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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jueves, 17 de septiembre de 2009

CARTA XLIII: ESA FORMA DE SER TAN EXQUISITA

Septiembre 18

Copito:

Me asombra tu ser tan juvenil, lleno de sorpresas, colmado a la vez de experiencia y de virtudes, de cualidades que únicamente se forjan con los años y sólo se dan en corazones nobles.

Eres el ser exquisito que buscaba, la hermosa imagen que anhelaba mi corazón para inspirarse, el espíritu comprensivo y amoroso para llenar de placidez mi vida.

Inconmensurable es tu dulzura, un mar inmenso en que se ahogan todas mis desdichas.

Tu corazón es bondadoso, libre de resentimiento a pesar de tantas amarguras.

Sabes ser madre, sembrando amor en el corazón de tus pequeños. Tu mano no sabe de castigos, porque tu sabio instinto maternal conoce la expresión de las caricias. Tus reproches son alentadores y efectivos porque inculcas el amor e induces el respeto. ¡Ay de aquéllos que forman sin ingenio, que someten por temor, sembrando en los hijos el germen de la rebeldía!

No todo el que recibe amor puede tornarlo, pero quien nunca lo ha tenido con dificultad podrá expresarlo. Fomentar el amor es una obligación ineludible de los padres con la sociedad y con los hijos. No hay ingrediente más efectivo que el amor para la convivencia.

Me fascina ver que concedes a tus hijos toda su importancia, que no le demeritas, por pequeños, sus razones. Que escapas a la torpeza de quienes consideran que la mente y la afectividad del niño corren a la par que su pequeño cuerpo. Que consideran que sus derechos, sus emociones y deseos son frente a los de los adultos menos importantes. Que sus aspiraciones y sus sueños pueden postergarse. Que su pequeño mundo tiene escasa trascendencia.

Creo que tu forma de ser me ha rendido para siempre: Eres en todo cuanto haces, todo lo que busco.

Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 11 de septiembre de 2009

LA HIGIENE PÚBLICA

En el siglo VI a. C. ya los romanos mediante la construcción de canales recogían las aguas negras de la ciudad para verterlas en el Tíber. En el siglo IV también llevaban, mediante acueducto, agua pura de la montaña a la ciudad.

Griegos y romanos consiguieron un gran desarrollo de la higiene en la antigüedad, pero al llegar la Edad Media, con la supremacía del alma, fue tornándose en innecesario el baño, el ejercicio y los cuidados corporales y los acueductos perdieron su importancia. Pero las grandes epidemias obligaron de nuevo a Europa a la acción sanitaria. La tuberculosis, el sarampión, la peste, la viruela, la malaria, el tifus exantemático, la fiebre puerperal fueron flagelos bien recordados de la época.

Abanderado del razonable criterio de prevenir en vez de curar fue Johann Peter Frank (1745-1821), médico relevante de la ciencia del siglo XVIII. Propuso la idea de una policía sanitaria, de un estado que dictara normas para proteger a sus súbditos, criterio que riñó con las concepciones filosóficas de la época, ansiosas de libertad en los albores de la revolución francesa. Filósofos, como Rousseau, se opusieron a aquél parecer convencidos de que “de arriba no puede venir nada bueno.” Apreciado en Baden, Göttingen, Pavía, Viena, San Petesburgo, también recibió Frank, de Napoleón, el ofrecimiento para instalarse en Paris.

La obra de Frank tocó muchos temas, molestó a ciertas clases sociales y agredió la libertad con sus normas rigurosas.

Convencido de la necesidad del control de las enfermedades venéreas, aceptadas como inevitables, e interpretadas entonces como las “flechas envenenadas de Venus, cuyas heridas cura Cupido”, propuso poner a las prostitutas bajo vigilancia en los cuarteles y obligarlas a recibir tratamiento, aunque efectivo no había ninguno. También instó a que toda persona con este tipo de enfermedades viviera separada hasta ofrecer la seguridad de su curación. Lo seis tomos de su obra, sucedidos unos a otros en el transcurso de muchos años, no dejaron materia de higiene por tratar. Pero muerto Frank, el poder policíaco se debilitó y el movimiento higiénico vio encumbrase una nueva revolución que lo eclipsaba, la revolución industrial.

La revolución industrial llevó al hacinamiento del hombre en los sitios de trabajo y propició con tan pésimas condiciones higiénicas la reactivación de las enfermedades contagiosas y de las grandes epidemias. Inglaterra, el país más industrializado, debió convertirse también en pionero de la higiene pública. Así promulgó en 1848 la “Ley para la mejora de la sanidad pública”, construyó acueductos y canales, y dio inicio a la vigilancia de los alimentos.

El estudio del agua fue fundamental en el control de las infecciones. Koch había demostrado como el cólera, la enfermedad que más hacía tomar conciencia de la higiene, se diseminaba por el agua. Las heces del enfermo contaminaban la tierra, ésta al agua y el agua a las personas.

Max Josef von Pettenkofer (1818 – 1901), químico de Múnich y padre de la higiene experimental, estudio las vestimentas, los alimentos, las viviendas, la iluminación, los excrementos, las inhumaciones y muchos otros factores en busca de la influencia del ambiente sobre la salud del hombre. Sin embargo, se opuso a la teoría de Koch sobre la propagación del cólera. Mientras Koch y los ‘contagionistas’ defendían la desinfección de los excrementos, el aislamiento del enfermo y la vigilancia del agua potable, los ‘localistas’ con Pettenkofer a la cabeza proponían el saneamiento del suelo al que consideraban punto de partida de la enfermedad. Era el suelo, según la teoría localista, más que el enfermo de cólera, el origen de las epidemias. “Las bacterias debían madurar en el exterior antes de causar enfermedades en el hombre”. Ellas pasan al suelo, explicaba Pettenkofer, donde maduran si está seco y elevándose al aire con el polvo, terminaban infectando al ser humano. No cabía en su teoría posibilidad alguna para que la enfermedad se trasmitiera directamente del individuo enfermo al individuo sano. Queriendo controvertir la hipótesis de Koch según la cual los bacilos coléricos debían ser la única causa de la enfermedad, Pettenkofer pidió a aquél un cultivo puro de cólera, Koch intuyendo sus intenciones le proporcionó el menos virulento, y Pettenkofer ingirió un centímetro cúbico de bacilos, con tan buena suerte que que solamente enfermó de poca gravedad. Ya había padecido el cólera en 1854. Con el experimento retrasó el triunfo de la teoría contagionista. Definitivamente había fenómenos naturales en el huésped que ayudaban a resistir la infección.

El papel del agua infectada era indiscutible, sin embrago Pettenkofer trataba de explicar el extraño comportamiento del cólera que a veces se propagaba con inusitada celeridad y en otros no desarrollaba epidemia. Al fin y al cabo ya se había demostrado que en la fiebre tifoidea, las aguas y el suelo podían aparecer libres del germen causal a pesar de haber sido contaminadas, como si ellas mismas se hubieran purificado.

Por su extensa difusión como por la mortalidad tan elevada que causaba, el cólera fue el prototipo de enfermedad que más urgentes medidas exigió a la salud pública. Esclarecido su origen y su epidemiología, qué fáciles parecieron las medidas para prevenirlo. Surgido el brote, se debía proceder a la búsqueda del foco, al aislamiento de los enfermos y a la desinfección de sus excrementos, medidas que debían ser complementadas con la sana costumbre de hervir el agua y con la construcción de acueductos que transportaran agua potable y alcantarillados para recoger las aguas negras. Todas estas normas propuestas por Koch fueron paulatinamente incorporadas por los países en sus leyes contra las epidemias; convirtiéndose en ocasiones, en reglamentaciones severas y estrictas, de las que Koch, a diferencia de Frank, era poco amigo, respetuoso como fue de no fastidiar a las personas.


BIBLIOGRAFÍA
1. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 782, 979
2. Encyclopédie pur l’image, Pasteur. París: Librairie Hachette. 1950:108
3. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 32 (ilustración),
4. Morus Richard L. Revelación del futuro. Barcelona: Ediciones Destino. 1962: 212
5. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 167, 170, 174, 267-270
6. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 219-221, 275 (ilustración)


Luis María Murillo Sarmiento ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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viernes, 4 de septiembre de 2009

UNA SECRETARÍA INEFICIENTE *

En una ciudad tan caótica como la capital de la República, nada resulta tan exasperante como la ineptitud de sus autoridades.

Las de tránsito, por ejemplo, incapaces de resolver las congestiones, se han aplicado con ahínco a exigir el cinturón de seguridad en los trancones. Disciplinados y enérgicos los agentes en tan peligrosa misión, son en cambio flexibles (¿temerosos?) a la hora de reprimir los desmanes de cuanto rufián en Bogotá conduce los vehículos de servicio público. Seguros han de ser esos cinturones en nuestras congestionadas calles; seguros para entregar atada la víctima a los atracadores que merodean en los atascos.

Materia de seguridad para la Secretaría, en cambio, no parece, puesto que no se ve que se sancione, tanta buseta sin puerta trasera, ni tanto bus ejecutivo, de aquéllos que no llevan pasajeros de pie, repletos en horas pico de pasajeros sin asiento. ¿Cuántas personas más tendrán que calcinarse?

Lo prioritario no se hace, porque no existe racionalidad ni planeación; se despilfarra, por el contrario, el presupuesto, invadiendo la ciudad con señales que no parecen necesarias, que imponen absurdamente -si no es que hay de por medio un contrato lucrativo- sentido único a vías sin flujo o a las calles interiores de los barrios, para dificultar su acceso e incrementar el uso de combustible en recorridos que no se justifican; se señaliza lo obvio y se colocan semáforos donde no los recomienda la prudencia. Otras medidas, como las reglas para la recolección de pasajeros, las restricciones al tráfico pesado, y la prohibición de cruces, incapaz la Secretaría de Tránsito de hacerlas respetar, debería recogerlas en provecho de su propia imagen. ¿Para qué propiciar su propia burla?

No hay autoridad para impedir que buses, camiones y carrozas fúnebres se apropien con paso lento de los carriles rápidos de las autopistas, No hay imaginación para imponer una velocidad mínima, pero sí derroche de ingenio para anunciar sanciones al excéntrico chofer contraventor del programa “Locos Videos”, cuando cualquier mente lúcida no descubre más que una graciosa e ingenua manifestación de humor en la extravagancia de aquel conductor que no hace más que una caricaturesca censura de la indisciplina social. Contrasta tanta severidad con la negligencia para sancionar con rigor a cuanto vehículo público hace cruces indebidos, hace caso omiso de los semáforos en rojo, transita por calles que le son vedadas y obstruye, recogiendo pasajeros, los puentes que deberían agilizar el tránsito. Si no respetan al agente –indiferente- que debería sancionar el irrespeto de la norma, menos la señal que lo prohíbe.

Los contribuyentes demandamos de la Secretaría de Tránsito una gestión más eficiente y un uso más racional de los recursos. Antes que derrochar el presupuesto colocando alocadamente los semáforos y las señales, se debe ejercer la autoridad con valentía, sancionando al conductor en proporción directa a la gravedad de su infracción y no al estilo de nuestras justicia: en relación inversa a la peligrosidad del delincuente.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* La carta enviada el 21 de enero de 1995 a Antanas Mockus, Alcalde Mayor de Santafé de Bogotá, consignaba parte de los males del tráfico de la urbe colombiana. El programa de cultura ciudadana del ingenioso alcalde propició el respeto por las normas y la consideración por las personas. Su sucesor, Enrique Peñalosa se apuntó con la inauguración de “Transmilenio”, sistema masivo de transporte, un éxito rotundo. Pero el sistema ágil, cómodo, seguro y ordenado, con la masificación ha perdido sus virtudes. Su sobrecupo ya es peor que el de aquellos buses que en la carta criticaba, y de la seguridad tan pregonada se ha pasado a la desconfianza que generan los atracos. Se impuso el “Pico y Placa”, restricción para que los vehículos circulen ciertos días, pero hoy los que transitan (60%) son más que todos los que existían cuando se impuso la medida. En conclusión los males no han desaparecido, apenas han cambiado.

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