sábado, 5 de octubre de 2013

NUESTRO MUNDO, LO QUE TENEMOS MÁS A MANO

«Nuestro mundo es lo que tenemos más a mano», se repitió José cuantas veces vio desfilar ante su lecho a los extraños. Se sorprendía de que llegaran a visitarlo personas que en sus afectos parecían distantes, pero que eran próximos porque bajo el mismo techo trabajaban, porque se daban a diario con él los buenos días, porque se cruzaban a toda hora en los pasillos, o se topaban en el ascensor del edificio al comienzo o al término de la jornada. Sus familiares, en cambio, se hacían notar: porque jamás llegaban, salvo Eleonora que era la sombra que no lo abandonaba.
Mariana, su hermana menor, lo llamaba una o dos veces al mes a saludarlo, pero se informaba más de su salud por boca de Eleonora. Decía que las clínicas la deprimían, y no estuvo más que un par de veces en la pieza de su hermano. José la comprendía, era un viejo problema de su personalidad que la hacía sentir aversión por los extraños, por la vida social y por las muchedumbres. La hermana mayor de José era Mercedes, y estaba en el confín del mundo. Eduardo era un recuerdo.
Mercedes estudiaba en la universidad literatura cuando un intercambio cultural trajo a Colombia a un checoeslovaco. Se llamaba Javi y no vivía en su patria. Había emigrado a Australia con su padre cuando la Unión Soviética aplastó la Primavera de Praga de Dubcek, que quiso darle al comunismo un rostro humano. Mercedes se enamoró de Javi, Javi cayó en sus redes, y casi sin noviazgo se casaron. El matrimonio intempestivo, apresurado por el afán de regresar de Javi, sumió a la familia en la tristeza. Mercedes, desde entonces la señora Suk, se marchó del país, y para siempre. Al despedirse se comprometió a terminar en Australia su carrera. Se estableció en Townsville, y allí nacieron sus hijos y sus nietos. Cartas, postales, llamadas e internet suplieron los viajes que se quedó debiendo. Alguna vez envió a sus hijos Eduardo y Jeroslav a conocer a sus parientes colombianos. Aunque los muchachos quedaron de volver, nunca lo hicieron. Resultó más fácil que José los visitara. Incluso quiso regresar con el deseo de despedirse cuando le hicieron el diagnóstico mortal, pero el dinero lo gastó en un tour mejor aprovechado. Con el sobresalto de la enfermedad, las nuevas de Mercedes se hicieron más frecuentes, pero menguaron cuando el mal, por crónico, dejó de ser noticia.
Eduardo fue su único hermano. El ser con el que compartía los juegos, el cómplice de sus diabluras, el consejero al que también aconsejaba. Pero un sarcoma se lo llevó en plena adolescencia. Si un hijo hubiera tenido José, lo hubiera bautizado Eduardo. Como no lo tuvo, fue Mercedes quien perpetuó en su primogénito el nombre de su hermano.
Los demás familiares eran más bien lejanos, unos por parentesco, otros porque poco los veía. Estaban los hijos de Mariana, unos cuantos primos y una camada de sobrinos nietos. Sus tíos y sus padres ya habían muerto. Sin embargo José no le hacía reclamos al destino por los escasos familiares que llegaban a su lecho. Con las esporádicas apariciones de Alfonso quedaba satisfecho.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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viernes, 6 de septiembre de 2013

CARTA LXIV: TU EXPLICACIÓN ME BASTA

Noviembre 24

Mi amor:

No te esfuerces en reunir pruebas que no te estoy pidiendo. Lo justo es confiar en tus palabras. Una noche te quedaste con Amalia y otra con Eunice. Esa explicación me basta. También acepto que la buena compañía que mencionó la inquilina es la patota de compañeras de estudios que viven en tu barrio.

Conozco el valor de la libertad y le rindo culto como nadie. No permitiría que me controlen, ni osaría jamás arrebatar su independencia a alguien. Estarás a mi lado sin presiones, mientras ese sea tu anhelo, mientras mi compañía recibas con agrado, mientras sea fuente de placer y de momentos gratos. Eres libre para volar, para actuar sin permiso, para soltar a tu voluntad las riendas, a la luz del día, sin ocultarte, sin disimulos ni mentiras.

Creo haber encontrado en tu corazón el mejor de los rincones. Allí quiero permanecer por siempre. No pretendo que tu amor con mi rigor se espante. Ese convencimiento me distingue de los hombres corrientes que llegan a tu vida.


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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domingo, 30 de junio de 2013

NO ES LA MUERTE, MADRE, MÁS QUE UNA TRANSITORIA DESPEDIDA

(A la memoria de mi madre. Saturia (1930-2013)

Una puerta, en mis sueños,
se abre del mundo mortal al paraíso.
Van cruzando por ella mis mayores
van desfilando a un reino
exento de amargura y de dolores.
Van dejando nostalgias en la Tierra,
y un raudal de afectos y de amores.

No reclamo el dolor de su partida,
me conforta su paso por mi vida:
¡La dicha de haber sido fracción
de su espacio y de su tiempo!

Fueron ellos origen de mi historia,
ternura y mimo en el albor de mi existencia,
sombra que resguardó mi infancia,
faro que dirigió mis pasos,
tierra firme en que asentó mi planta.

Suele afligir la ausencia
cuando el ser al infinito viaja,
mas la ausencia no existe en la memoria:
viven en mí mis deudos a salvo del olvido,
crece incluso el amor que les tenía.

Es una alucinada percepción la ausencia,
basta evocar para tenerlos cerca.
Solo fue la efímera materia el ropaje
que albergó su espíritu perenne,
luego en la cima del Cielo seguiré su rastro
nunca en sus cenizas en la Tierra.

No es la muerte más que una transitoria despedida
sin lugar a una lágrima egoísta
que cohíba al que zarpa su partida.
Es la muerte un viaje con valija ligera, solamente,
pletórica de lo inmaterial y lo intangible.
Una separación efímera:

¡Que con una sonrisa tierna al emigrante se despida!

No digo adiós
porque en tránsito estamos de encontrarnos.
¡No es la muerte, madre, más que una transitoria despedida!

Luis María Murillo Sarmiento Junio 28 del 2013

lunes, 3 de junio de 2013

ANTIGUOS CONCEPTOS SOBRE LA ENFERMEDAD: LA TEORÍA DE LOS HUMORES

Tal vez para el hombre pocos horrores fueron comparables al devastador azote de las epidemias. El conocimiento de la transmisibilidad de estas enfermedades, tan evidente en apariencia, tardó en darse en la antigüedad.

En primera instancia buscó el hombre en la divinidad la causa de ese inexplicable y doloroso exterminio colectivo. Sin embargo conociendo la contagiosidad de las epidemias Hipócrates (460-377 a. C.) se opuso a concebirlas como castigo de los dioses y culpó al aire como responsable de su propagación. Galeno(130-210) perpetuaría este pensamiento. El historiador griego Tucídides (465-395 a. C.), contemporáneo de Hipócrates, había percibido la transmisibilidad de las infecciones de una a otra persona al observar el comportamiento de la peste en Atenas. Arataeus sostenía el concepto del organismo infectante invisible.

Otras culturas y probablemente toda la humanidad buscaron explicaciones y remedios a la peste. Medidas contra las epidemias y las enfermedades se conocieron en la antigüedad entre chinos, árabes, egipcios y judíos. Recordemos tan sólo la inspección de las carnes, la prohibición del cerdo y el pescado, la limpieza del vestido y las normas para la vida sexual. Entre los aborígenes de América la acción mágica y el embrujamiento dominaron la idea de la enfermedad, y en ellos basaron su tratamiento.

La avidez del hombre por conocer y dominar su mundo, hizo brotar innumerables teorías, entre las cuales la de los humores persistió hasta la proximidad de nuestra era. Ella se nutría de la doctrina defendida por Empédocles (siglo V a. C) sobre los cuatro elementos.

Los médicos antiguos explicaban la vida por la existencia de cuatro hieles o humores: el rojo de la sangre, el amarillo de la hiel, el blanco de las secreciones nasales y pulmonares y el negro del bazo. El exceso de cualquiera de ellos conducía a la enfermedad. Veían el exceso de la bilis blanca en los resfriados y concluían que las enfermedades por enfriamiento eran provocadas por el exceso de esa bilis. La fiebre de las infecciones era interpretada como la cocción del humor nocivo, eliminado a través del sudor. La fiebre era por tanto curativa. Una cocción más duradera daba lugar a la formación de pus.

Cuatro puertas de salida también describían para los cuatro humores: el sudor, la orina, la defecación y la sangría; ésta propiciada por el médico. Su bondad era defendida por un proceso natural: el período menstrual. La sangría fue procedimiento inherente a la medicina en muchas y distantes civilizaciones, como Babilonia, Egipto, Grecia y México. Para expulsar la enfermedad, a las sanguijuelas se unieron las lavativas, con la intención de expulsar por el intestino los humores excesivos. Terminaron por usarse en forma preventiva.

Intactas llegaron hasta el siglo XVIII estas prácticas antiguas. Sangrías y lavativas serían por muchos siglos el único tratamiento sin importar el origen y la naturaleza de la enfermedad. Fueron ellas obviamente la elección en todas las enfermedades infecciosas. Tan arraigada estuvo hasta el siglo XIX la práctica de la sangría, que entre 5 y 6 millones de sanguijuelas entre 1827 y 1836 fueron empleadas por los hospitales de París.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

BIBLIOGRAFÍA
1. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
2. Enciclopedia Barsa. Editores Encyclopaedia Britannica, INC. 1960: Tomo 1, 179, 212
3. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 61
4. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 157-172, 203
5. Morus Richard L. Revelación del futuro. Barcelona: Ediciones Destino. 1962: 206 (ilustración)
6. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p
7. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI, 5
8. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
9. Phair S, Warren P. Enfermedades infecciosas. 5ª. Ed. México: Ed. McGraw Hill Interamericana. 1998: 3
10. Singer Charles. Historia de la biología. Buenos Aires: Espasa - Calpe Argentina S.A. 1947: 52-54, 53 (ilustración)
11. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor: 108


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sábado, 11 de mayo de 2013

A QUIENES SÍ SON MADRES

Eres, mujer, tibio refugio de las almas
en trance de encarnarse,
acogedora matriz, entraña protectora,
presagio del amor sin condiciones,

Mas no,
no exalto a todas,
no canto a todas las mujeres,
tan solo a aquellas que saben
qué es ser madre.

No a aquellas que repudian
el fruto de su vientre,
no a aquellas que desprecian
la maternidad y la condenan,
no a aquellas que con su trato niegan
esa ternura que se supone innata.

Título excelso: ¡MADRE!
No a todas se concede.

Madre eres tú, no por brindar la vida,
que igual brota de entrañas desalmadas,
madre eres tú que te desvives
por el tesoro que nace de tu vientre.

Madre eres tú, que pones en su cielo
los rayos de un sol que lo ilumine.
Madre, porque su porvenir pincelas
con tintes de verdor y de esperanza.

Madre eres tú, que dejas huella
junto a su pie en sus primeros pasos,
y la impronta del bien como un prefacio
en el inédito registro de su vida.

Madre eres tú, impávida a tu propio dolor,
porque en el sacrificio maternal
encuentras recompensa.
Madre eres tú, que pones en su boca
hasta la necesaria ración que te alimenta.

Madre eres tú, que aprendiste a orar
para pedir al Cielo su ventura,
y apaciguar el sobresalto de su ausencia.
Tú, que la vida entregas
por el maravilloso prodigio de tu sangre.

Madre eres tú, perenne renuncia y abandono,
que sufres con sólo imaginar sus aflicciones,
tú que por cuidar su sueño
te desvelas.

Madre eres tú…
excelsa madre mía.
Tú, ejemplo de entrega,
tú que me prodigaste tu aliento
y me formaste.

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO

jueves, 25 de abril de 2013

UN RECORRIDO POR MIS LETRAS


EN EL CICLO DE LECTURAS “CAMINOS LATENTES”  
DEL CENTRO POÉTICO COLOMBIANO - BIBLIOTECA NACIONAL DE COLOMBIA 
(Jueves 25 de abril del 2013)

Si de presentarme se trata debo decir que mi oficio es escribir y atender señoras -soy médico ginecólogo-. Es exaltarme para calmarme con el último renglón de lo dicho o de lo escrito. Puedo sintetizar mi vida diciendo que se debate entre la pluma y el escalpelo, entre la prosa y el verso, entre la razón y el sentimiento, entre la existencia y la nada, entre la vida y la muerte.

La pluma me ha servido para criticar, para ensalzar, para especular, para proponer, para imaginar, para rebatir, para desafiar… para soñar. Mi literatura es un ejercicio que aunque tenga muchos protagonistas, todos son uno: el autor que anhela confesarse. El autor que anhela compartir su pensamiento, más nunca el autor que espera congraciarse.

En mi obra no todo es para degustar, mucho es para reflexionar y debatir. En mis obras más importantes que los hechos es la reflexión. Más que mostrar las tramas procuro abordar asuntos filosóficos. Se puede percibir en mis poemarios, pero sobre todo en mis novelas o en los ensayos y columnas.

He dicho que procuro retratarme en mis escritos y en mis personajes. En  “Seguiré viviendo” (2007), novela sobre un moribundo, el autor, quien les habla, se retrata en José, el protagonista, y al desnudar a su personaje, se desnuda a sí mismo:
“Sintió un apremiante deseo de conciliarse, pues a pesar de cuanto proclamaba su insolencia, anhelaba el sosiego de su alma para llegar al sepulcro sin angustias.
Flaqueaba por momentos en lo íntimo de su ser cuando juzgaba sus acciones. […] Deducía que el bien era el sometimiento de su proceder a sus principios. Actuar mal no era bajo esa perspectiva no seguir el camino por otros señalado, sino actuar en contra de sus propios valores.
Entonces lo entusiasmaba pensar que había sido un poco quijote defendiendo las causas de los abandonados, de los inermes, de los agredidos, de los sometidos; que había librado batallas contra la injusticia, que no había sentido vergüenza de haber dado su mano a los menesterosos o de haber entablado amistad con prostitutas; y que más que títulos, fortuna y poder, había visto seres humanos en sus semejantes. Pero también existía el envés de la moneda: la cara rígida y sombría de furias y sentimientos de venganza, disculpados siempre por fugaces, y en ocasiones por el anhelo de justicia, que se manifestaba en el deseo de someter al que somete, de condenar al que se niega a perdonar, de herir al que hiere, de torturar al que tortura, de esclavizar al que esclaviza, para brindar satisfacción a los hombres maltratados; y casi nunca para satisfacer agravios personales.

Su faz autoritaria provenía de su anhelo de enfrentar con rigor el instinto dañino del hombre y el delito. La defensa del capital y de la propiedad privada, la libre empresa como motor de desarrollo, y el comercio sin fronteras, lo hacían compartir con la derecha; ni qué decir su aversión al comunismo. Su inclinación a las causas sociales y su consideración con los pobres lo compenetraban con cierto socialismo. […] Defendía la familia, por los hijos, pero arremetía contra el matrimonio, por los cónyuges. Era pragmático, pero idealista en ocasiones. Era rebelde contra la normatividad rígida y excesiva, y enérgico contra la anarquía. Era sumiso a las buenas maneras, pero insurgente e incendiario ante las cohibiciones de la libertad. Su vida tendía al centro, pero no siempre como expresión de criterios moderados, sino como sumatoria de todos sus extremos”.

 « “Ninguna ideología lo explica o lo resuelve todo… Sólo sigo por entero mi propio pensamiento”. Enjuiciaba las normas, pero las cumplía. Era un crítico mas no un antisocial».

Pero hoy hemos venido con un espíritu ávido de versos, así que para otro día postergaré mi prosa. Y haremos tránsito a lo lírico con una prosa poética de la novela epistolar “Cartas a una amante” (2004), que dice en sus cartas XVI y XLI:

“Me he perdido en tu rostro angelical porque refleja la ternura con que sueño... Entre versos pareces concebida. […] No quiero hoy ruido ni luz que me distraiga, sólo silencio... un espacio y un tiempo infinitos para que tú lo llenes. Quiero soñar contigo, quiero imaginarme frente a frente, inmóviles mis ojos en tus ojos, subyugados ambos, los tuyos y los míos, en un lenguaje explícito y silente. […] Aproximando mis labios a tu boca, escasamente con candor rozándolos. Besando sin malicia, sin violencia, ni pasión, apenas con ternura. Adivinarme cerca de ti, inhalando el aire que respiras; junto a ti sintiendo la tibieza de tu cuerpo, a ti abrazado, ciñendo tu cintura, descansando en tu pecho, al arrullo de tus rítmicos latidos. […] Durmiendo a tu lado y despertando contigo entre mis brazos. Irrumpiendo en tus sueños y guiando tus quimeras, haciéndome imperceptiblemente a tu cuerpo y a tu alma, con la suavidad de un dulce sentimiento”.
(CARTA XVI: “Me haces soñar despierto. Es hora de que sepas que te amo”)

Amo el tono de tu voz que no arrasa los silencios, la expresión  suave de tu espíritu tranquilo y sin rencores. Adoro la mansa cascada de tus palabras que me vuelve dócil cuando brota mi temperamento tempestuoso.
En mis noches, selladas con tu llamada cotidiana, las frases amorosas creadas con la sedosa entonación  de tus palabras, se convierten en el grato susurro que me va dejando adormecido. Pero también tu acento sutil es la transición exquisita que me transporta  de los sueños a la hermosa realidad del día”.
(CARTA XLI: “Tu voz”)

La primera compulsión del poeta es el amor y su ímpetu nos arranca palabras como estas:
Amo tus labios
que me hablan con dulzura,
alimentando mis sueños
de esperanzas.

Amo tu voz
que rompe los silencios
cargados de ausencia
y de nostalgia.

Amo tus ojos,
en que añora perderse
mi mirada.

“Amo” (“Poemas de amor y ausencia” 1999)

Y el amor nos hace tocar el Cielo ennobleciendo todo sentimiento. “He sido”, es un poema incrustado en la novela epistolar que titulé “Cartas a una amante”. Aunque novela, no escapó al influjo de los versos. ¿Podría hacerlo cuando de amor se trata?

Un hombre he sido
sin ilusión y sin futuro;
un hombre que anticipó con su tristeza
el pago de una dicha duradera.

Un hombre receloso,
ante el destino incrédulo,
que espera de la providencia un desagravio,
que se pague con gozo y con ternura.

Un hombre confundido
por la realidad  y la quimera,
sediento de una voz amable
y esclavo de una imagen tierna.

Un hombre que anhelando un destino generoso,
construyó en sus sueños
la mujer perfecta.

Un hombre en pos
de una utopía,
de una esperanza que ronde el infinito,
de una ilusión inédita
que presumo alcanzar
cuando cruzo mi brazo
por tu talle.

Hay en esos versos un sentimiento ardiente pero casto, una pasión contenida por la timidez. Espiritual y tierno, como todo amor que nace, se expresará más tarde apasionado, rompiendo las barreas del pudor. Entonces los versos se transformarán en estos:

Deshojar tu intimidad anhelo
como el alba,
que a la noche arranca
sus cómplices secretos.

“Intimidad” (“Poemas de amor y ausencia” 1999)

Haré que el frenesí se funda con el arrullo tierno
y tu pudor se rinda a mi tímido arrebato.
Deshojaré cual pétalos tus velos
y expondré tu perfección desnuda:
tibia piel, inédita y radiante.

“Así he de amarte” (“Intermezzo poético” 2008)

Y en el recién enamorado el deseo tiene un único destinatario. En esta etapa el ser amado es único y perfecto. Por eso afirmo que “Eres como ninguna” (“Intermezzo poético” 2008)

Semejante y diferente a todas,
sólo tu agitas en mi ser
el mundo de los gozos.
Más hermosas que tú
no refulgen igual ante mis ojos...
Ante otros ojos pasarás sin que te adviertan,
no ante los míos,
ansiosos de mirarte.
Una más podrás ser sobre la faz del mundo,
pero no en mi cosmos
que en ti tiene su estrella;
no en mi orbe,
atento a tus suspiros,
que gira con el ímpetu que le da tu vida,
que vibra con tu cuerpo y se alboroza
mientras sueña la dicha de tenerte,
que sufre y se atormenta
cuando la realidad advierte
que esa dicha acabará
cuando tu faltes.

Pero todo comienzo tiene un final inexorable y el amor suele acabar por infidelidad, de pronto por rutina. Es más efímero cuanto más intenso. Y una traición lo puede hacer huir despavorido:

¡Estoy exhausto!
Una traición tan sólo y se esfumó mi aliento.
… Las ganas de vivir, contigo se marcharon.
… Si fui tuyo,
que mis restos exánimes también te pertenezcan.
Te entrego el desecho que dejas de mi vida.

“Te entrego mis despojos” (“Cartas a una amante” 2004)

Pero en un buen corazón esa explosión no debe ser más que una detonación instantánea e impulsiva, que en la serenidad puede afirmar sin odio:

Fuiste felicidad,
promesa eterna,
y sin embargo…
la dicha -en un instante- te llevaste;
sin asomo de maldad
-yo lo presumo-:
porque sólo cuentan en el amor las bendiciones;
las desgracias no merecen rencor,
sino el olvido.
Por eso en cada evocación yo te bendigo.
¡Hoy debo agradecer cuanto me diste!

“A un amor lejano” (“Este no es mi mundo” 2011)

Y a pesar de los dolores más pueden en el amor los encantos que las penas. El amor es una psicosis con frecuentes recaídas. Por eso digo en “La esperanza de amar nunca sucumbe” (“Intermezzo poético” 2008):


¿De qué vale ante el llamado del amor
la intención de escapar a sus espinas?
Los juramentos en el amor son insensatos:
en un arrebato de placer somos perjuros.
Más pesan  las ansias de amar
que las acerbas cicatrices del pasado…
Estoy vencido:
siento tu ausencia y nunca has sido mía,
siento tus besos, ilusión tan solo:
ardiente pretensión de mi utopía.


Y con el amor convive la nostalgia, el sentimiento de ausencia, de soledad y de abandono. Siempre te voy a amar porque siempre serás inalcanzable, dije en un poema. Y ese amor pesimista que vive  eternamente esperanzado da para estos versos:

Y las tibias arenas de la noche,
por el rumor del mar adormecidas,
mi planta solitaria sienten,
una sombra soy
en la inmensidad del mar,
que tu sombra busca inútilmente.

“Cartagena ausente”  (“Poemas de amor y ausencia” 1999)

Pienso en ti
cuando las tardes grises,
cargadas de nostalgia,
reviven la tristeza
que me da tu ausencia.

Cuando la lluvia
se confunde con el llanto,
y se estremece el alma
añorando tus caricias
Pienso en ti
cuando la soledad me asalta.
!Congoja tan profunda
que nace de un amor sin esperanza!

“Pienso en ti” (“Del amor, de la razón y los sentidos” 1997)

En ocasiones la realidad nos obliga, ante lo inalcanzable, a escribir con tono resignado como en “Sentimiento eterno” y en “Anhelo imposible” de  “Poemas de amor y ausencia” (1999):

No quiero prometerte
la dicha eterna
que ofrecen los amantes,
ilusión fugaz
que como el amor
se esfuma.

Si no puedes amarme,
no lo intentes.
¡De amar no somos libres!
Dejar de amarte,
tampoco yo podría.

Otras veces somos nosotros quienes queremos poner las condiciones. ¿Serán, en el amor, las instrucciones insensatas? En “Si quieres ser mi amante” (“Intermezzo poético” 2008) me atrevo a formularlas:

Si quieres ser mi amante,
destierra los celos de tu vida,
vive para el amor y nunca intentes
encadenar los sentimientos.

Deja el pudor
y reclama mi cuerpo sin recato.
No finjas emociones que no sientas
ni despiertes con celos mis pasiones.

No coartes mi libertad
ni me satures.
No pienses que soy tu posesión
ni me controles.

Sé femenina y tierna,
angelical y dócil,
sé bálsamo que sane mis heridas,
y lecho en que mi esencia se refunda.

Si sabes ser mi amante, no menos seré yo;
¡Aun sin prometerlo te lo auguro!

Embebidos en el amor pocas veces reflexionamos objetivamente. El análisis sereno nos revela que el amor es una ensoñación que busca lo imposible, una sicosis que distorsiona la realidad y una sublimación que inspira sin remedio. En “Cartas a una amante”, escribo en la epístola titulada “Una pizca de razón antes de volvernos insensatos”:

“Las promesas de amor suelen ser para nuestro pesar sólo promesas. No las obliga la vehemencia con que se pronuncian, no se quebrantan por mala voluntad ni infames intenciones, sino por el efecto impredecible de los sentimientos, ajenos al deseo de controlarlos. ¡Qué poco sentido tienen en el amor los juramentos! Comprometer en juramento, el futuro incierto y lleno de avatares, no es más que arriesgarse a no cumplir con lo pactado. Jurar para la posteridad es apenas un deseo, es abrigar la esperanza de poder cumplir una promesa. ¿Si se incumple en lo racional y calculado, que se podrá decir sobre los pactos impensados que ofrecen los amantes?
Siempre y jamás, palabras del exquisito lenguaje del amor, no tienen en la realidad cabida”.

Y si de reflexionar sobre el amor se trata, debo concluir que el amor de pareja por egoísta e interesado sale en mis especulaciones mal librado. Por eso escribí, hace ya unos cuantos años en “Del amor, de la razón y los sentidos” 1997: “El verdadero amor no lo conoces”:

Estás enamorado cuando tu corazón
que sólo palpitaba,
necesita el estímulo del amor
para seguir latiendo;
cuando la vida sonríe
y en la oscuridad
el sol sigue brillando;
cuando sólo virtudes descubres
en el ser querido;
cuando en otros brazos
no puedes aceptarlo.

¿Pero acaso amas?
¿Es acaso amor ese fuego intenso
y poco duradero?
¿Esa llama que obnubila el pensamiento
y anula las razones?

No digas que es amor
esa psicosis pasajera
que a todos nos abrasa.

El verdadero amor nunca se extingue,
es dicha por la felicidad ajena,
perdón y tolerancia,
sublime sentimiento exento de egoísmo,
dar -sin recibir a cambio-,
exaltación de la ternura,
expresión de la bondad,
respeto a la libertad del ser amado,
albedrío para ser,
para pensar y amar sin restricciones.

¡Pobre humanidad
que por el enamoramiento seducida,
hecha jirones despierta
de ese embrujo sin haber amado!


Se han ido los minutos hablando del amor, pero el odio también puede ser objeto del poeta, al fin y al cabo con el amor está, como una maldición, relacionado:
Estás cargando la cruz
que tu misma forjaste,
el peso de un recuerdo
que merecía el olvido.

Has desafiado al tiempo que sana las heridas
-el recuerdo de un mal no dura eternamente-,
como una maldición cargas la tuya,
una llaga que no dejas sanar,
una llaga que sólo a ti te duele.

Eres un juez brutal...
así serás juzgada.

No tienes paz.
¡Infeliz serás hasta la muerte!

“Con el odio tu felicidad huyó despavorida” (“Intermezzo poético” 2008)

Y sin dejar de lado el dulce sentimiento de los enamorados, también hago objeto de mi pluma otros amores. ¿Qué amor es más auténtico que el que los padres sienten por los hijos?

“Amor paterno” (“Intermezzo poético” 2008):

Eres la prolongación de mi existencia,
y sin embargo en nada te pareces:
menudo y frágil
contrastas con mi imagen recia;
incontaminado y puro,
distas de mi savia contagiada.

Eres un suspiro sublime
que debiera durar eternamente.
Mas no basta el sentimiento
para que este instante feliz nunca termine:
los años pasarán sin que se paralice el tiempo

Hoy cuido tu sueño,
embebido, absorto,
imaginando de adulto
tu rostro y tus facciones,
proyectando a tu sino la mejor estrella,
hilvanando tu vida a mi vida
sin barreras de tiempo ni de espacio.

Mañana serás tú
quien me sientas quebradizo y frágil,
pero obsesionado aún con tu ventura.
Y cuando las flores cuides en mi camposanto,
su fragancia exhalará mi aliento,
para que sepas hijo,
que desde el Cielo,
por ti sigo velando.

La mujer, ya no la amante solamente, sigue siendo para el poeta el más obligado de todos los motivos, por eso en “Mujer” en “Del amor de la razón y los sentidos” (1997) le escribo:

Criatura ensoñadora en quien florecen
los más tiernos afectos…
eterno fuego que enciende las pasiones.
instinto maternal y dulce entraña
en la que quiso el Cielo
perpetuar al hombre.
Eres bálsamo que se lleva los dolores
esencia angelical y calma
que prodiga el edén sobre la tierra.

Del amor, la frustración y la tristeza de las primeras cuartillas, pasó mi inspiración a través de sucesivos libros por otros motivos que habían sido materia fundamentalmente de mi prosa. De un momento a otro los temas de inspiración fueron diversos, y a la vez motivo de razón y sentimiento.

Lo negativo, por ejemplo, también inflama la pluma de este autor: las injusticias, el avasallamiento humano, los malos sentimientos, los celos, la irresponsabilidad de los padres, volviéndose la literatura un instrumento de reflexión y crítica.

Los instintos, el comportamiento sexual, el bien y el mal, el cuerpo, el alma y la naturaleza humana son temas reiterados en la mayoría de mis escritos. En prosa o en verso son para mí tema obligado. Convencido estoy de que mucho de lo que en ellos toco debe ser desatanizado.  De pronto es la influencia del médico sobre el escritor como profundo conocedor que es del ser humano. Los médicos vemos con indulgencia las debilidades del hombre, ni nos sorprenden ni nos escandalizan.

En esos cuestionamientos termino censurando que el hombre se haya olvidado de vivir y en pos de una productividad desenfrenada su dicha se refunda.

En “Absurdo” (“Del amor, de la razón y los sentidos” 1997) siento mi protesta contra las rutinas que atentan contra la felicidad.

A disfrutar obliga
la hipócrita sociedad
que nos reprime
las disciplinas
que causan frustraciones.

Anteponer por siempre
al placer el deber,
sin motivos
que la razón sustente.
Vocación absurda
al sacrificio inútil,
apego a un orden
arbitrario y necio,
desquiciadoras normas
impuestas por los hombres,
expresiones fanáticas
a Dios atribuidas…

Vivir para el trabajo,
trabajar para vivir,
círculo sin fin,
absurdo de la vida…

¿Por el trabajo sometido
puede el hombre
cultivar su espíritu?
¿Dedicarlo
a la contemplación
de lo creado?
¿A la expresión
de sus íntimos talentos?
¿Nutrirlo con las cosas bellas?
Placeres elevados
o mundanos cercenados
por reglas sin sentido.

Que se extinga la flama de la vida,
que rechaza una existencia sojuzgada,
que perviva si a mi ser
permite realizarse.


Los reclamos sociales resultan obligados, aunque en su solución no comparto el criterio asistencialista de mermadas pretensiones, para sobrevivir apenas, sino la generación de riqueza que encumbre a quienes nada tienen, que promueva al pobre a las alturas del hombre con fortuna, que haga de los pobres empresarios, que no rebaje el capital sino lo multiplique.  

Los niños de la calle representan una tragedia inadmisible, que no ocurriría si pobres y opulentos actuaran con responsabilidad y sensatez, si la autoridad se apersonara… si a todos nos doliera. Pensando en ellos escribí en  “Reclamo de un niño pordiosero” (“Intermezzo poético” 2008):

No quise madre
el soplo de vida que me diste.
No quise ser de tus placeres
incómodo accidente.
Todo hubiese querido
si con amor me hubieses engendrado.

No quise ser el ser con quien compartes
el plato del alimento que no tienes.
No quise ser un niño sin sueños ni ilusiones…
el limosnero de la esquina,
astroso y maloliente.

Otro ha de ser el mundo de la infancia,
distinto de mi mundo de tristeza.
Un sueño lúdico de risas y de afecto,
al calor de unos padres protectores.
Un regazo maternal que desvanezca
los verdugones del juego,
la fiebre y los dolores.

 

No son los hijos para la soledad remedio,
muñecos que curen el hastío,
mendigos que entreguen sus limosnas
a los mayores que deberían cuidarlos,
criaturas forzadas al trabajo,
siervos rendidos por las labores diarias.

Es preciosa la vida
que tan fácil puede plantar el hombre.
Al mundo viene para ser servida,
ajena al sacrifico de padres sin ventura,
aguardando una estrella prodigiosa
y confiando en la previsión de sus autores.

Porque los amo, hijos,
sin haber nacido,
no los traeré a mi mundo
para ofrecerles nada.

Pero la síntesis de mis reclamos le corresponde definitivamente a “Este no es mundo” (2011), mi última publicación. Más que por no tener carácter de morada permanente, “Este no es mi mundo” lo es por las diferencias que me distancian de él. Bastan unos versos del extenso poema para entender el título.


Este no es mi mundo,
imperio del disfraz y la mentira,
de la afirmación inculta a la artimaña,
del engaño casual al dogma reiterado,
de absolutos que no pueden probarse.

Este no es mi mundo,
extraviado en la búsqueda de Dios,
cuyo amor traduce en guerras santas,
púlpito entre sereno y desquiciado
al vaivén del bien y la malicia.

Este no es mi mundo,
entorno apocado y temeroso,
en que suelen callar las voces probas,
en que afrentan audaces las perversas,
en que la bondad siempre es cobarde.

Este no es mi mundo,
empresa obsesionada en producir sin tregua,
que ni a los niños deja ser felices,
fábrica de seres insensibles, severa y desalmada,
mundo de máquinas: el hombre la primera.

Este no es mi mundo
naturaleza espléndida de dones exquisitos
violentada por la ambición humana,
amenazada por quien debía cuidarla,
arrasada por su mano desquiciada.

Este no es mi mundo,
que cercena la vida desde el vientre,
que celebra el exterminio y la tortura,
que disfruta el horror de la sevicia,
que retrata el pavor sin conmoverse.

Este no es mi mundo,
porque no transige mi afán con sus valores,
porque su necedad no puede someterme,
porque no puedo enderezar su rumbo…
¡Ya no me debe interesar su suerte!

“Este no es mi mundo” se vale también de ese título para explorar la muerte, y con el subtítulo “Poemas de cuerpo y alma” se sumerge en reflexiones sobre el cuerpo y el alma.

El cuerpo en este mundo es mi morada,
vehículo de dichas y dolores,
medio que intima con el quehacer mundano
y me permite gozar lo intrascendente.

No es instrumento de pecado
-que angustia al puritano-,
es la envoltura perecedera y frágil
un armazón que se doblega al tiempo
inerme ante el trajín y el sufrimiento.

Al vehículo de mi tránsito terreno” (“Este no es mi mundo” 2011)


Y especulo en “Hombre mortal y trascendente”:

Nadie sabe realmente qué es el hombre,
si un hito fugaz e intrascendente,
si la manifestación de una materia palpitante,
si una naturaleza inextinguible y trashumante.

Nadie sabe con certeza qué es la mente,
si el proceso químico de un órgano que piensa,
si un aliento, si un impulso, si un mágico misterio,
si la exteriorización de un alma que llevamos dentro.

Algo más puede haber que eluda nuestra vista,
que supere la expresión de lo biológico,
algo que escape al conocimiento de la ciencia,
algo más que anime y que trascienda.

Por eso cuando la ruina de mi cuerpo sea inminente
presentiré el triunfo del alma… con la muerte.


La muerte es tema reiterado en esta y en otras de mis obras. La medicina me compenetra con ella, pero mi interés va más allá de lo biológico. La muerte redime, la muerte seduce, es una pregunta sin respuesta, o un interrogante con millones de respuestas. La muerte puede abordarse como un sentimiento, triunfal en ocasiones, de pronto heroico, triste con frecuencia, pero también como una reflexión filosófica. Por eso escribí En los umbrales de la muerte” en “Del amor de la razón y los sentidos” (1997):

… te presiento
el sueño más plácido y profundo
y refugio en las tormentas de la vida.
¡En ti burla el hombre sometido,
las cadenas que lo hacen prisionero!
Tus brazos he buscado en mis tristezas,
tus umbrales he soñado queriendo conocerte,
Tu visita llegará sin sorprenderme.
¡Tu sentencia acepto, perenne compañera!


La muerte puede ser una esperanza, un anhelo sereno, como en “Ausencia” de “Poemas de amor y ausencia” (1999):

Ansío la nada...
la negación...
la ausencia...

La obscuridad en que se pierda
mi sombra y mi existencia.

Anhelo mi pensamiento en blanco
y mi memoria
sin huella de recuerdos.
Que mi corazón se aquiete
y en mis venas la sangre se detenga.

Y más allá...
plácido mi espíritu
sumido en la nada inagotable.

Convencido de la trascendencia del más allá que se abre tras la muerte, rotundo afirmo:

Una cripta es poco espacio
para el fruto inmaterial del hombre:
¡En un sepulcro vulgar no cabe el alma!
Su inmensidad demanda un universo
acorde a sus virtudes.
un universo que premie sus desvelos.

“¿Dónde están las almas nobles que partieron de la tierra?” (“Este no es mi mundo” 2011)


Y quitándole a la muerte su connotación funesta digo:

¿Por qué hay tristeza ante esta masa inerte?
¿Por qué esa sensación de ausencia irremediable?
¿Por qué hacéis de unos restos el fin inexorable?
¿Es que no habéis visto mi vuelo al infinito,
liberado al fin de la atadura mortal que me postraba?
¡Dirigid al cielo la mirada
y veréis en el cenit mi ser en su apogeo!

“En mi partida” (“Este no es mi mundo” 2011)

¿Será la muerte más sencilla que la vida? Por lo menos la vida necesita motivos que la animen. Así lo expreso en  “Para poder vivir: un fin inalcanzable” (“Intermezzo poético” 2008):

Voy en pos de un sueño que la realidad
no encuentre en esta vida.

Voy en pos de una verdad inalcanzable.
Busco una estrella que brille cada vez más lejos.
Busco una cuenta infinita de luceros,
que mi tiempo no alcance a enumerarlos.
Busco una mujer inmune al tiempo:
una piel tersa que nunca se marchite.
Anhelo una conquista surcada de imposibles,
una quimera que mantenga la llama de la vida;
un objetivo irrealizable
que distraiga mis días
hasta la muerte.

El afán existencial ya existía en los escritos de mi adolescencia y se plasmó en mi primera obra “Del amor de la razón y los sentidos” (1997). Entonces, antes que adaptar mi vida a unos motivos, me preguntaba en un poema cuál era la finalidad de la existencia y para qué la vida. Escribía en “Busco en vano el sentido de la vida”:

Tras el fin real de mi existencia
busco incesante el sentido de la vida.
No ideales que finjan trascendencia,
ni simples motivos para seguir viviendo.

No concibo la vida un accidente
sin razón y por inercia mantenido,
que se agota en la búsqueda
de un mísero mendrugo.

¡Busco incesante el sentido de la vida!

¿Qué finalidad tiene la vida?
¿Expiar acaso un pasado sin memoria?
¿Abrazar el sufrimiento
persiguiendo en la perpetuidad
la incierta recompensa?
¿Aferrarse a la esperanza
que con la felicidad nos ilusiona?
¿Entregar a los sentidos
el goce de placeres terrenales?
¿Será tan sólo la guarda de la especie?

¿Podrá ser el amor,
entrega pura y generosa
que del Calvario baja
hasta perderse en pétreos corazones?
¿Acaso la fuerza cegadora del poder,
en que se forjan perversas ambiciones?

De las múltiples funciones de la literatura hay una que yo destaco y que puede pasar desapercibida: la afirmación del ser. Y se convierte en mis versos en una explosión de mi lado fogoso e impulsivo. Una explosión de la personalidad que irrumpe en las páginas en blanco.

Llama soy de libertad ardiente
que no teme en cenizas transformarse,
sangre hirviente,
defensor suicida de ideales.

Soy voluntad inquebrantable,
aleación de principios y razones,
corazón que el déspota subleva,
doblega el débil,
y embriaga la mujer
con su ternura.

Corcel soy en que el valor cabalga,
encontrando el riesgo apetecido,
alma atraída por la parca,
tempestad en la lucha,
tenacidad
que no se detiene ante el abismo.

“Soy”  (“Poemas de amor y ausencia” 1999)

Necesito alzar mi voz al infinito,
que mi pensamiento vuele por los aires,
que cause desazón y que subleve,
que interrumpa el letargo de los hombres,
que aceptan las verdades sin juzgarlas,
que derribe los bastiones de la infamia,
que derrumbe a los déspotas,
que ensalce a los humildes,
que inflame el corazón de los cobardes,
que aliente el corazón de los valientes,
que redima al hombre resignado
arrasando con toda servidumbre.

“Mi pensamiento, un grito que subleva” (“Intermezzo poético” 2008)

La historia también puede colarse en un poema. Al recordar el desembarco de Morillo en Santa Marta y el “Régimen del Terror” escribí en “Al morro que adorna la bahía” (“Intermezzo poético” 2008):

Oteaste a su paso los bajeles
que inquietaron las aguas sosegadas,
y debiste presentir con su llegada
el anuncio de la tromba de la muerte.
Mas no existe opresión que dure eternamente
y pudo más la libertad que los horrores.

Aunque los sueño me sumergen en sensaciones oníricas fantásticas, pocas veces plasmo ese surrealismo. Sin embargo en “Levedad” (“Intermezzo poético” 2008) lo hice:

Que flote ligero mi cuerpo sobre el agua,
sumido en el susurro sedante de las olas;
que se remonte como la pluma mecida por el viento,
como la hoja que de la fronda el céfiro desprende.

Que vuele mi cuerpo al infinito,
y por los aires ingrávido se alce;
que conquiste la dicha de las aves,
y la levedad de las almas trashumantes.
Que escale vaporoso cual las sombras,
y viaje con la presteza de las ondas.
Que corone las cimas,
y desborde la cúpula del cielo.

Que extienda sin temor sus alas,
y marche al encuentro con la nada.
Que ronde lo inmaterial y lo absoluto,
y allende penetre en sus raíces:
en el origen del tiempo y de lo eterno.


Aproximándome al final de mi exposición debo dejar constancia de mi fascinación por la naturaleza. ¿Cómo puede uno no conmoverse con la belleza que prodiga? Con el atardecer por ejemplo:

De gris se tiñe el infinito azul en el ocaso
y a ras del horizonte el sol estalla en llamarada.

Trazos caprichosos pincela la ardorosa flama,
acuarela fantástica que encierra
del naranja al rojo todos los matices.
Cortejo que despide el día
que comienza a morir entre tinieblas.

En la tenuidad se pierde la lucidez de las figuras,
y entre penumbras,
las siluetas se confunden con sus sombras,
mientras Selene despliega su apacible manto
sobre una creación adormecida.

“Atardecer” (“Del amor de la razón y los sentidos” 1997)

O como no impresionarse con el capricho ensoñador de las nubes, de esos

Copos purísimos,
que crecen
y se esfuman al querer del viento.

Habitantes volátiles del cielo
de caprichosas formas
que la imaginación recrean.

Eterno rincón de soñadores,
refugio de poéticas quimeras,
balcones a los que asciende el alma
queriendo dominar el infinito.

“Las nubes” (“Del amor de la razón y los sentidos” 1997)

Y qué decir del mar:

Ondulante inmensidad
de verdes y azules fascinantes,
que en blanca explosión,
-baño espumoso y burbujeante-
se ofrece a las playas sedientas
de arena calcinada.

“Evocación marina” (“Del amor de la razón y los sentidos” 1997)

Terminaré dedicando a la patria unos segundos. La patria es un azar: por casualidad nacemos, somos de aquí, pero de otro terruño podríamos haber sido. Podría ser por ello un hecho despreciable... intrascendente. No es así, la patria es nuestro arraigo, es nuestra historia, y puede ser un amor como la madre. Con ese sentimiento le cante a mi patria, en un canto, con que termino esta intervención, y que dice en sus apartes:

Eres el suelo que guarda
el polvo de mis muertos,
y que hace temblar mi corazón
en la distancia.

Eres el aire que se escapa en mis suspiros,
el mismo que aspiro en mis mañanas,
y el soplo vital que corre por mis venas.

Eres mi cuna y potencial mortaja,
feudo grandioso
que sin ser mi heredad
me pertenece.

Eres mi tradición y mis creencias,
mi forma de ser y de expresarme,
impronta y troquel,
mi sello hasta la muerte.

Eres el cielo que imagino propio
y el suelo en que no me siento extraño;
eres la exaltación que me convierte en héroe:
mártir dispuesto a lucir tu pabellón como sudario.

Eres en últimas…
el alma del terruño
confundida con su par en mis entrañas.

“Patria” (“Intermezzo poético” 2008)



LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO