martes, 29 de enero de 2008

EL MORIBUNDO PIENSA EN CONCILIARSE

El tiempo de disfrutar terminó para José con la última visita a la montaña. El verdor, el aire límpido, el olor a leña, la casa campesina y el canto de las aves refundido entre el follaje, habían sido para él un gozo extraordinario. Pero de haberse prolongado se habría convertido en la rutina que pugna con lo placentero.
Allí percibió con claridad que la muerte rondaba ya muy cerca, y renunció, por incapaz, a exprimirle más gozos a la vida. Sintió a la vez un apremiante deseo de conciliarse, pues a pesar de cuanto proclamaba su insolencia, anhelaba el sosiego de su alma para llegar al sepulcro sin angustias.
Disipaba su ansiedad con argumentos intelectuales poderosos que le daban la razón de su proceder a lo largo de su vida, pero era inevitable cierta desazón por un remordimiento inexplicable. Flaqueaba por momentos en lo íntimo de su ser cuando juzgaba sus acciones, porque a la hora de la muerte la certeza de sus buenas obras resultaba para sí un hecho discutible: no había absoluto para confrontarlas. Pero para su tranquilidad contaba con la coherencia entre sus acciones y su pensamiento. Deducía que el bien era el sometimiento de su proceder a sus principios, y que su dialéctica del bien y el mal era la lucha entre sus deseos y el deber autoimpuesto. Actuar mal no era bajo esa perspectiva no seguir el camino por otros señalado, sino actuar en contra de sus propios valores. Desde ese punto de vista se sentía sereno. Nunca sus actos habían sido inicuos, pocas veces había ido en contra de los dictados de su conciencia, nunca su comportamiento había contradicho en forma grave sus principios. Ahora más que nunca se veía dispuesto a admitir la bondad de sus semejantes y a ser magnánimo con quienes discrepaban con su modelo moral y religioso. Así esperaba que sus contradictores, de pronto Dios entre ellos, lo juzgaran. No era una rendición, sino sentido de justicia.
El examen que advertía sus faltas lo mostraba tan proclive al error como los mortales que eran el blanco de su crítica; luego si él era merecedor de comprensión, también aquéllos debían serlo. Pero su ánimo fluctuaba entre la magnanimidad y la firmeza, pues ni todo era tan fácilmente perdonable, ni todo absolutamente condenable.
Unas veces era él, otras eran los demás el objeto de sus reflexiones. Unas veces se sentía dueño de grandes conclusiones, otras pensaba que a nada conducían tantas cavilaciones. Del instante supremo colegía que todo lo que se dijera carecía de validez. Estaba seguro de que la realidad derrumbaría todo pronóstico. No era más que un anhelo que ese lugar desconocido fuese como lo había pensado, amable al menos, en últimas, el encuentro con la nada, en que terminara para siempre toda sensación y el más imperceptible vestigio de existencia. Seguramente tendría que rendir cuenta de sus acciones, por lo que resultaba imposible dejar de confrontarlas con los preceptos morales que lo habían encaminado, y a su pesar también, con el cúmulo absurdo de mandatos de los que había sido crítico inclemente. Normas que según la tradición eran imprescindibles para esquivar la brasa del infierno. Entonces lo entusiasmaba pensar que había sido un poco quijote defendiendo las causas de los abandonados, de los inermes, de los agredidos, de los sometidos; que había librado batallas contra la injusticia, que no había sentido vergüenza de haber dado su mano a los menesterosos o de haber entablado amistad con prostitutas; y que más que títulos, fortuna y poder, había visto seres humanos en sus semejantes. «Más apreciables a veces los de abajo que los consentidos por la ventura, tan banales e insensibles». Esa podía ser una buena carta para encarar un juicio; pero se preguntaba que mérito había en un comportamiento que aunque lo envanecía, no había demandado esfuerzo de su parte. Así había nacido, esa era su naturaleza. El sacrificio, vaya paradoja, hubiera sido el proceder opuesto. Sus actos eran estimables, su esfuerzo imperceptible. Pero también existía el envés de la moneda: la cara rígida y sombría de furias y sentimientos de venganza, disculpados siempre por fugaces, y en ocasiones por el anhelo de justicia, que se manifestaba en el deseo de someter al que somete, de condenar al que se niega a perdonar, de herir al que hiere, de torturar al que tortura, de esclavizar al que esclaviza, para brindar satisfacción a los hombres maltratados; y casi nunca para satisfacer agravios personales.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")


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HEDONISMO ANTE LA MUERTE

Antonio esperaba con paciencia el ascensor que lo debía llevar al piso en que José estaba hospitalizado. Miraba su reloj, exploraba el espacio circundante, pasaba su vista sobre los avisos de bronce aplicados al mármol de los muros y sonreía a las personas que al igual que él aguardaban el elevador. Y repetía ese ciclo indefinidamente en vista de la lenta aproximación del aparato. El ascensor llegó por fin, y con la misma pesadez se llevó los pasajeros. En el octavo piso Antonio descendió, y cual si conociera el sitio, se dirigió con precisión al cuarto del amigo. Un abrazo efusivo, de dos años de ausencia, los puso en sintonía. José le contó pormenores de su padecimiento y le hizo un recuento de trances de amigos moribundos.
–Entre la serenidad y el pánico, entre la extravagancia y la naturalidad, querido Antonio, fluctúa la respuesta humana ante la muerte.
Le contó que Enrique, casi un hereje, fue convertido por la muerte en místico. Primero en espera de la gracia que le devolviera la existencia, luego, en pos de una agonía tranquila, finalmente tras del perdón que lo salvara del infierno. Daniel, quien nunca aceptó que se lo llevaría la muerte, recorrió hospitales, visitó templos, probó nuevos credos, acudió a pitonisas, pagó a hierbateros y se refugió en la magia, en una espiral descendente de lástima y sobrecogimiento.
–De pronto –dijo José con sorna– siga en el otro mundo suplicando por su vida
Recordó a Gabriel, de quien pocos supieron que se suicidó para ganarle al cáncer la partida. Quiso morir antes de que la enfermedad corroyera sus entrañas. Y le contó que Ricardo tomó con tanta naturalidad la muerte que ni una aguja permitió que entrara por sus venas.
–El único médico que se acercó a su lecho fue el que firmó el certificado con que lo inhumaron. Preparó de tal manera a su familia, que la sonrisa serena que en el funeral advertimos en sus deudos era de gratitud con la vida y de reconciliación con el destino. Así me gustaría que fuera el momento crucial de mi partida.
José esperaba una agonía así de plácida, pero resultó demasiado intervenida por haberse entregado a los cuidados médicos. Pero más que pensar en el instante de la separación del mundo, se preocupó del tiempo precedente.
–Quise ser feliz y prodigarle al cuerpo el placer que le faltaba.
Y Antonio escuchó fascinado el comportamiento hedonista de un hombre atrapado por la muerte. Oyó confesiones de su peregrinaje en busca del placer, aunque parcas en los detalles licenciosos. Qué le iba a contar que sin tiempo para vivir romances se había rendido a los ofrecimientos lúbricos. Qué le iba a revelar relaciones lujuriosas que de pronto tacharía de poco edificantes. Pero no iba a enamorar a una mujer para dejarla viuda. Por eso le pareció correcto. Casarse con Pilar no había pasado de ser un impulsivo pensamiento.
–Hay que gastar la vida –le expuso a Antonio–. Se esfuma por más que la cuidemos. Protegerla es un esfuerzo improductivo que deja el mal sabor de no haberla aprovechado.
Con todo, el cuidado de la vida era para José contradictorio. Su pregonada desidia era válida apenas para su propia humanidad, pues había que ver el celo con que protegía la vida de su hija. Pero se empecinaba en resaltar que había un momento en que las restricciones ya no tenían sentido, ni el desenfreno consecuencias.
–La calidad de vida, me dijeron, está en todas las actividades del cuidado paliativo. Pero ese era un programa muy prematuro para un muerto que se sentía con vida. Por eso me incliné primero por los hoteles y los restaurantes. Me ayudaron, claro está, los medicamentos que atenuaron las molestias gástricas. Disfruté por semanas manjares antes declinados y mandé al diablo, por absurdas, todas las recomendaciones del cardiólogo. Supo mi paladar, sin inhibiciones, lo que era el hedonismo. Pero llegó pronto el tiempo de la bocanada, del dolor y la náusea; de la dificultad para tragar, que convirtió en aversión lo que antes era el placer por la comida. Lo poco que hoy me alimenta, pasa Antonio, por esta miserable sonda.
El visitante miró conmovido el tubo que el enfermo señalaba, y sin palabras, agradeció que José no le diera tiempo para hacer un comentario. Inalterable, José prosiguió con el periplo de sus viajes: su travesía en crucero, sus trayectos por tierra y sus viajes en avión en pos de lugares que creyó que no conocería. Turismo intensivo que se llevó más de la mitad de sus ahorro.
–Al comienzo viajaba solo, luego mi hija procuraba acompañarme, y cuando no podía me buscaba una asistente.
Y por primera vez le confió a alguien, como epílogo de sus andanzas, la pesadilla que venció con su peregrinaje. Le reveló un sueño reiterado que lo llevaba a una ciudad maravillosa bañada por un mar de aguas multicolores.
–Sabía que su arquitectura preservaba una historia milenaria. Pero en mi sueño pasaba los días encerrado en el auditorio de un hotel, añorando el mundo que al otro lado del ventanal me reclamaba. Cuando por fin podía librarme de las obligaciones para disfrutar los atractivos de ese lugar de ensueño, el viaje terminaba. Cuando supe que iba a morir, como un reflejo, vino a mi mente el sueño torturante, y me propuse evitar que de la misma forma el final de mis días se malograra. Me propuse disfrutar con intensidad y lo logré. No asisto con frustración a mi agonía, sino colmado de recuerdos gratos.
–Viviste tus restos para el placer –por fin pudo decir Antonio–. Es eso lo que cuenta
–De lo que quedó por hacer poca es la deuda. Como algún día lo planteé, sólo me arrepentiré de cuanto hice.
Pero tampoco se arrepintió de cuanto hizo porque siempre le sobraron argumentos para defender sus actos. El mismo lo decía: «La conciencia se aplaca con razones».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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PAZ EN LA TUMBA DEL CAUDILLO *

De un antiguo archivo de documentos familiares, ha llegado a mis manos una carta del entonces presidente de Ecopetrol, doctor Mario Galán Gómez a su viejo amigo de juventud, mi padre. “ Los hjos - dicen aquellas líneas - son siempre la prolongación de la vida y cuanto en ellos vibra la misma inquietud trascendente de nosotros mismos, tenemos que aceptar que en el caso tuyo como en el mío los dioses han sido muy propicios y la vida muy generosa. Lo importante ahora, es que esa llama se acreciente y la puedan llevar ellos muy en alto”.

Hoy cuando lloramos una patria criminalmente destrozada, sabemos cuanto se acrecentó esa flama, que el carácter de lo eterno ha conquistado. Porque el pensamiento de ese hombre virtuoso, valiente y honesto que fue Luis Carlos Galán, está llamado a perdurar como modelo del buen ciudadano. Sus principios ingresarán a la historia como la doctrina del político honorable, como la norma para el servidor responsable, estudioso, reflexivo y pulcro.

Hoy cuando sufrimos su partida, su inmortalidad y su gloria deben consolarnos, porque Galán vive hoy más que nunca en el corazón de los buenos colombianos y sobre todo en su ideario, que debe sobrevivir aun a quienes fuimos testigos de su lucha. Por eso su dolorosa desaparición no sólo no representa una llama que se extingue, sino que se constituye en nueva luz, eterna, perdurable, que habrá de guiar los destinos de la patria.

Y deja también una prolongación de vida, en la que creemos ver un sucesor auténtico. Sus florecientes ideas, joven Juan Manuel, parecen mostrar ya la continuidad de un mismo pensamiento. La buena semilla también germina, también crece, también se multiplica. Con usted comparto su decisión y sus conceptos: No puede haber vacilación ni cobardía cuando de combatir se trata a los que bien llama “criminales sin patria”, verdaderos prófugos del mundo.

Luis Carlos Galán pasará a la historia hermanado con Gaitán en el fín trágico de su vida, mas nunca como la réplica de quél caudillo. No fue Galán el soberbio enardecerdor de ánimos, fue ante todo el conductor reflexivo en quien podían converger todas las tendencias que buscaran el imperio de la moral y la justicia. A Galán no se podía seguir por fanatismo, solamente en razón de sus ideas. Por ello, el pueblo que el 20 de agosto le tributó su despedida, fue en pueblo adolorido, pero pacífico, respetuoso de las instituciones a las que clamaba la aplicación de la justicia, no la turba irracional, enardecida y vengativa que la aplicara con sus manos.

Don Juan Manuel, el dolor de la familia Galán es del de toda Colombia, particularmente, el mío y el de mi familia.


* A Juan Manuel Galán (hijo del caudillo, ahora senador de la República) septiembre 9 de 1989.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

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NUESTRA POLICÍA NACIONAL*

En momentos aciagos de la patria, mi fervoroso sentimiento nacionalista se exalta con la actitud heroica y valerosa de la Policía Nacional y de todas nuestras Fuerzas Armadas. Sentimiento entrañable de patria, que se acrecienta en la grandeza de esta tierra y se hace trémulo ante el terror y la maldad que siembran los malos e indeseables hijos de Colombia.

Al rememorar los tristes y trágicos sucesos de noviembre** y la muerte cobarde de tantos miembros de la Fuerza Pública, me convenzo de que en nadie más que en ellos reposa el verdadero heroismo y el más auténtico patriotismo.

En el mundo actual, en que naufragan los valores más trascendentales, en que se pierde la noción de patria y sacrificio para condenar a las Fuerzas Armadas por la defensa de nuestras instituciones y se antepone así el bienestar personal a la vida de la nación, sólo aquéllas continúan siendo las legítimas herederas del heroismo de nuestras gestas libertarias, sólo sus filas albergan al verdadero mártir que acepta ofrendar la vida por la patria.

Quiero por ello, hacer llegar a la Policía Nacional a través de su distinguido director, mi sentida admiración y mi reconocimiento como miembro de la Institución que profesa por ella un natural afecto y ante todo como colombiano agradecido que ve a su amparo fortificarse el órden, la paz y la justicia, y bajo su sombre abriga nuevamente la esperanza de una patria en que se pueda vivir sin sobresalto.



* Al general Víctor Delgado Mallarino, director de la Policía Nacional de Colombia.
** La toma del Palacio de Justicia por el M-19 (Noviembre de 1985)



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolarios periodístico y otros escritos")

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¿DEL AMOR QUE DICHA HE CONOCIDO?

¿Del amor que dicha he conocido,
si el único destello
se convirtió en tortura?
¿Si la sombra del desdén
persigue mis afectos?
¿Si a fuerza de tristezas
prefirió ser mi corazón de piedra?
¿Si de la felicidad tan deseada
sólo existen las fantasías
que fabricó mi mente?
¿Si me acostumbré a soñar
en pos de una quimera
y a despertar siempre
a una realidad sin esperanza?

¿Si las mujeres que amé
son un recuerdo triste y doloroso?
¿Si las semillas que esparcí
en sus tiernos corazones
murieron sin mostrar siquiera
el brote más sutil
de un puro sentimiento?
¿Si hube de soñar
pagando los placeres
que a otros da el amor,
gratuito y generoso?

Aún hoy, postrados mis afectos,
como quisiera conseguir un amor...
un amor que me quisiera.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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TU TRISTEZA

Es tu tristeza la bruma
en que mi alma se refunde,
la penumbra que mi ánimo doblega,
la ocasión que mi corazón
desborda de ternura

De tus sentimientos
soy alerta centinela
que sufre al tenor de tus pesares;
diapasón que en armonía perfecta
resuena con tu alma:
eco soy de tus gozos y tus penas.

Feliz quiero tu espíritu,
ajeno al pesar y al sufrimiento.
Por ti me atrevo a padecer tus penas,
compensando con cariño tus desdichas
y sufriendo tus dolores
en mi carne.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia")

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jueves, 24 de enero de 2008

A ENFRENTAR LA MUERTE Y A DISFRUTAR LA VIDA

José presintió que pronto moriría cuando el doctor Mendoza dio el dictamen de un cáncer infiltrante. Sabía que la profundización del cáncer en la pared del estómago ensombrecía el pronóstico, además todos los miembros de su familia que lo padecieron murieron irremediablemente. Sin que una sola de las palabras del médico lo llevara a deducir el desenlace, dio por hecho que el destino le había puesto fecha al final de su existencia. Así lo hizo vivir a quienes lo rodeaban. Fue apresurado, porque hacían falta otros exámenes para dar por cierto el fatal convencimiento; con la sola infiltración muchos son los pacientes que se curan.
Su corazonada, sin embargo, comenzó a cumplirse cuando la tomografía mostró ganglios linfáticos periaórticos comprometidos. Entonces se afirmó en su rechazo a medidas extremas salvadoras. El doctor le propuso una laparoscopia para hacer un diagnóstico preciso. Le respondió, sin intención de volver, que después decidiría. Las posibilidades reales de sobrevivir con los hallazgos disponibles le parecían ridículas. No quería afectar su estado favorable. Temía que cualquier intervención afectara sus buenas condiciones y trastornara los planes que tenía para el trecho final de su existencia. No quiso oír a los amigos que lo instaban a un tratamiento sin demoras; sabía que los pocos síntomas no desmentían la severidad de la dolencia. Meses después, cuando a su juicio había hecho lo que tenía que hacer, se enteró de que retoños del tumor echaban raíces en el hígado.
Prefirió aprovechar su buen estado y disfrutar la vida. «No permitiré que el presente se arruine con los nubarrones del mañana, ni que mueran primero mis ilusiones que mi cuerpo». Ni esperar resignadamente la llegada de la muerte, ni luchar decididamente contra ella estaba en sus proyectos. Previsivo y metódico, había planeado con muchos años de anticipación el derrotero de sus días finales. Algunas lecturas sobre su enfermedad lo habían hecho desechar toda esperanza. Tenía certeza absoluta sobre la muerte próxima.
A la desazón natural se contraponían las ventajas de su trance. De repente todas las cargas de este mundo resultaban despreciables, le valían un comino los problemas y las exigencias de la vida; no porque el dolor de morir le impidiera concentrase en otra cosa, sino porque se sentía con potestad de renegar de todo, de eludir obligaciones, de repudiar cuanto quisiera, sin temer sus consecuencias en la Tierra. Podía ser más provocador que nunca contra las exigencias estúpidas y las normas sin sentido; podía hasta prescindir de los racionales consejos de sus médicos. Ya no tenía que rechazar los suculentos platos que le aumentaban el colesterol y amenazaban matarlo de un infarto. «¡Cuanto me perdí pensando en la vida, pensando en la muerte voy a recuperarlo!». Se sintió con derecho al placer, a probar y a practicar todo lo prohibido; aunque todo, tratándose de José, no era hasta el tope.
No obstante su clamor por la libertad, llegaría al sepulcro más contenido que desenfrenado. Pero sí hizo realidad ciertos placeres. Los culinarios fueron los primeros, los más urgentes: estaba suficientemente ilustrado de la anorexia que vendría y de la incapacidad para pasar el más minúsculo bocado.
Pensó que si el objetivo de su vida había sido la afirmación de su personalidad, derribando mitos y sembrando la duda contra lo establecido, su carrera hacia la muerte no podía seguir un curso pasivo y rutinario. Sentía la necesidad de ser distinto, de obrar diferente a los demás mortales, de convertir en victoria la derrota.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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TU SONRISA

Hay una sonrisa
en que la belleza se quedó atrapada,
hay una sonrisa que me trae la dicha
que siempre he soñado.
Hay una sonrisa de rojo encendido
que es pasión y amor...
es fuego en los labios.
Hay una sonrisa tan suave,
tan tierna
que tiene en esencia
el encanto de niña.
Hay una sonrisa
que guarda en los labios
la expresión más dulce...
toda venturanza.
Hay una sonrisa tan iluminada
que mi ser deslumbra,
es una sonrisa que con su ternura
devuelve a la vida toda la esperanza.
Hay una sonrisa que mi amor revive,
por la que mis sueños parecen reales.
Hay una sonrisa en que se dibuja
toda la hermosura del género humano.
Hay una sonrisa que vive en mi alma
que el dolor aleja en horas amargas.

Hay una sonrisa por la que yo vivo,
hay una sonrisa que yo quiero tanto,
hay una sonrisa...
por la que yo aguardo.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia)


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EL MUNDO ACTUAL Y LOS VALORES TERRENALES* (El hombre y Dios)

El mundo actual vive una época de grandes transformaciones, con adelantos que prometen acentuarse con el correr de los años. Los conceptos e ideas se tratan y expresan con mayor amplitud, con mayor libertad, desapareciendo las severas restricciones de antaño, que hacían de principios morales, hoy discutibles, verdaderos dogmas.

No es, por lo tanto, errado afirmar que el mundo contemporáneo se caracteriza por un gran escepticismo que se acrecienta de acuerdo con los estatutos sociales y sobre todo los culturales. Concretando estas ideas, podemos decir que el hombre actual quiere vivir de realidades, cuyo verdadero valor es discutible, porque son realidades terrenales, cuya naturaleza es todavía desconocida por el físico y por el biólogo, quienes apenas han descorrido una ínfima porción de su infinito misterio.

La fe es para el hombre la línea de menor resistencia y se acomoda más a las soluciones fáciles. Intuitivamente puede desconfiar de estas “verdades” y prefiere la razón, que infortunadamente opone grandes obstáculos a su inteligencia.

Sin embargo tenemos razones para ser optimistas. El hombre se ha introducido en el dilatado mundo del átomo e incluso ha llegado a dominarlo, aunque se sienta incapacitado todavía para hallar el verdadero valor de su existencia.

Estas circunstancias hacen que el hombre se debata entre la razón y la fe y busque a Dios. Mientras el hombre ignore el infinito que le rodea, no tiene derecho a despojarse de Dios, y cuando sea dueño de la sabiduría que encierra ese infinito, entonces tendrá seguridad de Dios.

¿Hasta que punto es censurable la actitud del hombre actual ? No sabría decirlo, pero termino estas reflexiones con una afirmación que no me admite dudas: a medida que el hombre evoluciona y su lógica se hace más brillante, la afirmación de la existencia de Dios, se hace imperativa.



* Punto de vista de un bachiller: lo que era el autor del blog en 1974

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

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Has revivido mi alma
y has hecho renacer
mis sentimientos.

El nubarrón del cielo
lo extinguiste,
y el insondable azul
ha vuelto a ser resplandeciente.

No es más la noche
obscuridad que aterra,
sino refulgir
de estrellas y luceros.

De la vida he vuelto
a conocer las ilusiones,
de los sentimientos,
la ternura;
y mis penas...

Mis penas
a tu sonrisa
se han rendido.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")


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lunes, 21 de enero de 2008

DEL OSCURANTISMO AL CONOCIMIENTO DE LAS ENFERMEDADES INFECCIOSAS - INTRODUCCIÓN


Temible e inseparable compañera ha sido la enfermedad de la humanidad. La viruela, la lepra, el tifus, el cólera y la peste figuran entre los azotes más antiguos y temidos, pero igual de mortales fueron la difteria, la sífilis, la tuberculosis, el sarampión, la malaria y la fiebre puerperal. Fueron enfermedades contagiosas, de evolución lenta unas, otras de curso fulminante de las que por milenios el hombre desconoció su carácter infeccioso. En su ignorancia las atribuyó a castigo de los dioses, a demonios, a poderes invisibles, a fenómenos astronómicos, a inundaciones, a sequías y hasta a manos criminales. Bien pudieron ser interpretadas como los males de la caja de Pandora, con los que Júpiter quiso someter al hombre.

Las epidemias, por todo el mundo padecidas, fueron más devastadoras que cualquier otro flagelo. Pueblos enteros fueron por ellas arrasados, guerras ganadas o perdidas, poderosos ejércitos vencidos.

Fue probablemente Fracastoro en el siglo XVI quien primero intuyó el carácter contagioso y micoorgánico de las enfermedades infecciosas. Su libro "De Contagione", (1546), contiene el fundamento de su teoría sobre estas enfermedades. Sin embargo habían ya pasado más de dos mil años desde que los egipcios imaginaran que diminutos gusanos causaban las enfermedades, y unos seiscientos desde que los romanos atribuyeran el origen del paludismo a animales invisibles de los pantanos.

La descripción clínica de las enfermedades se enriqueció con la importancia que a la observación clínica se dio en el siglo XVII. Se pusieron en duda desde entonces antiguas creencias y las concepciones médicas se aproximaron más a la verdad. Así, por ejemplo, la erisipela, enfermedad típicamente infecciosa, interpretada por Galeno (siglo II) como afección hepática, fue finalmente sospechada como contagiosa por Hunter y Gregory al final del siglo XVIII, y su carácter infeccioso fue claramente demostrado con el aislamiento del estreptococo en 1882.

El valor de la determinación periódica de la temperatura fue enfatizado por Santorio Santorio al aplicar el termómetro a la clínica. Sus mediciones en el siglo XVI encontraron eco en el uso del termómetro por Hermann Boerhaave (1668-1738), lo que conduciría a la interpretación de las curvas térmicas en el siglo XIX por Carl August Wunderlich (1815-1877), quien enseñó su correlación con la evolución de la enfermedad en el libro "El comportamiento del calor propio de las enfermedades" en 1868.

Pero a pesar de los progresos en el conocimiento clínico de las enfermedades, con poco podía contribuir, en aquellos tiempos, la medicina a la salud de los pacientes. Hasta Molière llegó a afirmar en su “Enfermo imaginario” (1673) que "la mayor parte de las personas mueren a causa de los remedios y no de la enfermedad". La realidad es que ni los agentes infecciosos se conocían entonces, menos las armas para derrotarlos. Tendría que esperar el mundo la llegada de Louis Pasteur (1822-1895) y de Robert Koch (1843-1910) para resolver de las infecciones tantos interrogantes.

Fueron ellos, figuras culminantes de la ciencia en Francia y Alemania, quienes demostraron la acción patógena de los microorganismos y dieron inicio a la microbiología. Pasteur demostró el origen bacteriano de las enfermedades infecciosas y su transmisibilidad, y sentó los fundamentos sobre la naturaleza de la infección. Koch estableció las bases para el estudio de las enfermedades infecciosas e introdujo las técnicas de aislamiento y de cultivo. Era el inicio de una nueva era que muchos dieron en tildar de "pasteurinana".

Pero no todos los gérmenes causantes de las enfermedades infecciosas eran las minúsculas bacterias de Koch y de Pasteur. El descubrimiento en 1850 por el médico militar Charles Louis Alphonse Laveran del agente del paludismo, demostró la acción patógena de los protozoarios en el hombre y Ronald Ross (1857-1932) al descubrir el plasmodium en los anofeles por él disecados, confirmó sin lugar a dudas en 1897, la capacidad de los mosquitos para transmitir infecciones que no se propagaban por el contacto directo entre los hombres. Notablemente más pequeños fueron los virus descubiertos por Iwanowsky en 1892 cuando estudiaba el mosaico del tabaco. Y más grandes que los virus pero menos que las bacterias, resultaron los agentes infecciosos descritos por Howard Taylos Ricketts (1871-1911) al estudiar la fiebre de las montañas Rocosas, las rickettsias, transmitidas también por la picadura de un insecto.

Después de muchos siglos de vivir entre tinieblas, por fin emergió la medicina a la luz de los acelerados y sorprendentes adelantos del siglo XIX. Unos tras otros se sucedieron los descubrimientos de la antisepsia por Joseph Lister (1827-1912), de la asepsia por Ignaz Philipp Semmelweiss (1818-1865), de la inmunización activa por Edward Jenner (1749-1823) y Louis Pasteur (1822-1895), y de la pasiva por Emil von Behring. (1854-1917) Pero la gran conquista de la medicina, derrotar la infección establecida, sólo se consiguió en la primera mitad del siglo XX, con la introducción de la quimioterapia por Emil von Behring con el salvarsán y de la antibioticoterapia por Alexander Fleming (1881-1955) con la penicilina.

En aquella carrera por develar el misterio de las enfermedades infecciosas muchas bajas padeció la ciencia. Por accidente, o voluntariamente expuestos a los gérmenes fatales, muchos investigadores tributaron sus vidas a la muerte. Entre aquellos mártires de la microbiología están Thuillier, muerto en 1863 en Egipto cuando estudiaba el cólera, Daniel Alcides Carrión, estudiante de medicina peruano quien investigando la fiebre de Oroya (1885) se hizo inocular sangre contaminada con el germen de la enfermedad que lo hizo célebre pero le causó la muerte cuando apenas contaba 27 años, Howard Tylor Ricketts, muerto de tifus en 1910 cuando investigaba la etiología de la enfernmedad, a la que heredó su nombre, el médico Jesse Wiilliam Lazear, quien con la picadura del Aedes egypty quiso confirmar la teoría de Walter Reed sobre la transmisión de la fiebre amarilla y Fritz Schaudinn descubridor del Treponema pallidum, a quien la Entamoeba histolítica le cobró con la muerte los experimentos de que la hizo objeto.

La humanidad que en tiempo de las grandes epidemias difícilmente conoció un promedio de vida mayor de 35 años, pudo por fin mirar sin fatalismo a la mayoría de las enfermedades infecciosas. Dramática fue la reducción de las muertes que causaban. La escarlatina ya sólo cobraba en los años sesenta del siglo pasado el 1% de las vidas que en 1901, la difteria reducía en período semejante en 200% su mortalidad, y la devastadora viruela desaparecía del mundo veinte años antes de terminar el siglo.

Paulatinamente en el estudio de las infecciones se incorporaron el aislamiento de los gérmenes, los cultivos, las determinaciones de antígenos y de anticuerpos. Se descubrieron el complemento y los mecanismos íntimos de la inmunidad, y se inició con el advenimiento de la medicina actual la investigación a escala molecular.

Del estudio de las temibles epidemias, también nació la epidemiología. Surgió primero como parte del estudio de las enfermedades infecciosas, pero finalmente se volvió inseparable de todo cuadro morboso, convertida en la ciencia de los factores que condicionan la enfermedad, su frecuencia y su distribución en la población, con objeto de combatirla y prevenirla.

Fue este un trasegar de milenios en que el ingenio del hombre fue tejiendo una maravillosa historia atiborrada de espléndidas conquistas. Historia que reúne el accidente afortunado y develador, pero también la constancia admirable y la genialidad de quienes se resistieron a dejar pasar desapercibidos fenómenos ya advertidos, pero indiferentes al común de los mortales, permitiendo así que se pudieran aprovechar en beneficio de la humanidad. En el recuerdo de aquellos momentos y personajes estelares, invito al lector a abordar este recuento, que en aras de una brevedad que difícilmente, se consigue, se centrará en el quehacer de los pioneros, pero rindiendo siempre el emocionado homenaje a quienes condujeron a la medicina al triunfo sobre las enfermedades infecciosas.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO.

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DEL AMOR, DE LA RAZÓN Y LOS SENTIDOS - PRÓLOGO


Eclipsa el deber al ser irremediablemente, y tras su sombra, aletargados yacen los sentidos, adormecida la razón y los sentimientos olvidados.

Pero el ser tantas veces subyugado, tiene instantes de felices rebeldías; momentos que para el filósofo y para el poeta, deben ser eternos, como para todo aquél que logre dejar sin rienda su genio creativo y reflexivo.

Sano placer que no debe dejarse arrebatar el hombre; delectación de un paisaje, goce de un tono melodioso, placer de una caricia que exalta los sentidos, dicha de un corazón que del amor se embriaga, de un pensamiento que afirma la razón.

Esos estímulos cotidianamente relegados, que constituyen la maravillosa esencia de la vida, he querido recordar en las siguientes páginas, creación espontánea del afecto a la que dócil se entregó mi pluma y que sólo me atrevo a verter en este libro bajo el aliento de quienes la saludaron con gesto generoso.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO

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EPISTOLARIO PERIODÍSTICO - PRÓLOGO

Es el ejercicio de la razón la afirmación del hombre como expresión superior de lo creado. Su mente creativa escruta el mundo, esclarece su constitución y las leyes que lo rigen, descubre, inventa y pone paulatinamente bajo su dominio la naturaleza entera. Dueño de un espíritu reflexivo, discierne, critica y entra en controversia en defensa de sus propios valores, de un ideal, de una verdad, de un criterio moral, de un pensamiento.

Es una esencia sedienta de libertad, que a su sombra se manifiesta plena y en su ausencia contra la opresión se rebela sin que exista tiranía que pueda encadenar su pensamiento. Las ideas trascienden el periplo fugaz de los humanos.

Ese derecho inalienable a la opinión, íntima vocación personal y tradición de mis ancestros, he querido exaltar, en esta modesta obra, como testimonio del ambiente aún propicio a la difusión de las ideas, en un país convulsionado, y con el deseo de perpetuar mi pensamiento en mis pequeños hijos y de estimular en ellos como en todos aquellos forjadores del mañana, un sentido crítico, sublevado a la ciega imposición, lúcido en la búsqueda de la verdad y altivo al expresar la exquisita rebeldía de la razón, antagonista natural del dogma, la sumisión y el fanatismo.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO


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SEGUIRÉ VIVIENDO - PRÓLOGO


Muchos de nosotros estamos casi seguros de no confundir la ficción con la realidad, y sobrevivimos con esta aparente seguridad durante muchos años de nuestra vida. Algunos novelistas se dan el privilegio de mezclarlas sin que nos demos cuenta y, en más de una ocasión, logran hacerlas indistinguibles, con lo que nos muestran verdadera su historia narrada, incluso más verdadera, más penetrante, más sugestiva y vivaz que la que todos llevamos a cuestas.

La historia que aquí se narra tiene la particularidad de ser esta mezcla indistinguible. Posee todas las dimensiones de una realidad sobre la que no puede dejarse de pensar. Se trata de una invitación a pensar la enfermedad y la muerte, también nuestra propia muerte y todo lo que podría suceder alrededor, antes y después de ella: miedo, amor, odio, placer.

Se ha dicho que la única tragedia que hay en el mundo es estar dormidos o no ser conscientes. De ello viene el miedo, y del miedo viene todo lo demás; pero la muerte no es una tragedia. Morir también puede ser algo maravilloso; sólo es horrible la muerte para las personas que nunca comprendieron la vida, para aquéllas que no se dieron a la tarea de pensar su muerte y aprender de ella. Solamente cuando se le tiene miedo a la vida se le tiene miedo a la muerte. En realidad, si pudiéramos morir muchas veces, viviríamos más plenamente.

Este impresionante relato, probablemente, me ha enseñado a vivir y a morir mejor. En las vivencias de sus personajes se pueden encontrar las preguntas más interesantes y los cuestionamientos más profundos y emancipadores. Se trata de un recorrido en el que saltan a la vista infinidad de perlas conceptuales cuyo contenido hace reflexionar a todos: desde el más filósofo, hasta el más iletrado. Poderosos conceptos incuestionables por su permanente verdad asaltan al lector más cuidadoso y también al más desprevenido.

Todo este trabajo intelectual con verdadero sabor de libertad es presentado con la más elegante de las prosas. Luis María Murillo, célebre hombre de letras, médico por accidente y sincero amigo por convicción, ha puesto en nuestras manos otra obra que atesora el privilegio de sus reflexiones más personales y profundas no sólo sobre esta realidad inexorable de la muerte y sobre la reacción que suscita en nosotros y nuestros seres queridos: también sobre la vida y todo lo que significa vivir. Esta obra es el resultado de una intensa y profunda actividad existencial e intelectual; está llena de cuestionamientos, de vivencias, emociones y dificultades que acompañan la experiencia personal e intransferible de estar vivos y afrontar la enfermedad y la muerte. Verdaderamente, es imposible quedar ileso con ella.


PEDRO J. SARMIENTO M.

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ÍNDICE DE CARTAS A UNA AMANTE

Prólogo
Las primeras impresiones
Esta nota si me atrevo a enviarla
Nuestra primera cita
¡Ignoras cuánto vales!
Contra el matrimonio, una diatriba llena de razones
Comienzo a creer que encajas en mis sueños
El libre albedrío en el amor no existe. a mi vida te doy la bienvenida
Más allá de las formas
¿Cómo no he de ser infiel?
Un complicado paradigma
Éste soy, debes conocerme
Antes de ser derrotado por Cupido
¿Encarnas acaso mi utopía?
Las promesas de amor. Una pizca de razón antes de volvernos insensatos
Me haces soñar despierto. Es hora de que sepas que te amo
Que mis palabras no las borre el viento
¿El enamorado ama?
Confío en ti: no imagino daño que de ti provenga
Para ti, mi primer poema: He sido
Cuenta conmigo en tus apuros
La infidelidad sí es mi tema predilecto
Que las sombras de la infidelidad no nos perturben
Mis motivos
De hoy en adelante te llamaré Copito
Otro poema: Mi nívea realidad
Nuestra distancia
Vuelve a las aulas
Indiscutiblemente te amo
Después de nuestro encuentro
Estoy enamorado
Lo que otros desean, yo a mis anchas lo disfruto
Tu sentido de justicia
Que tu ex marido no te embauque
Las virtudes de la amante
Otro poema: Soñar de nuevo
Soy hedonista, pero para mí el placer no es desenfreno
La felicidad no es imposible
Del amor y los amantes
No eres la otra, siempre la primera
Tu piel
Tu voz
¿Qué tan lejos de Dios nos encontramos?
Esa forma de ser tan exquisita
Tu ausencia
El poder carece de nobleza
La infidelidad, esa adversidad que te atormenta
Ojalá no existieran infidelidad ni celos
La libertad
Tu amigo Roberto
Se volvieron mis cartas numerosas
¿Dónde te encuentras?
Una tarde gris
La explicación y tu regreso
La estudiante resultó aplicada
Definitivamente somos objetos hombres y mujeres
Lo que esconden las miradas de los hombres
Feliz cumpleaños
Un libro a las amantes
Este sentimiento indoblegable
Tus lágrimas (poema)
No pienso renunciar al placer ni a mis sentidos
El asunto de los instintos me entretiene
Tus estudios y mis celos
Tu explicación me basta
No demando juramentos ni testigos. a disfrutar la vida
Después de la zarzuela
Qué curiosos extravíos
Vivamos esta navidad sin sobresaltos
Navidad en un poema
Preparando los regalos
Nochebuena hermosa, para recordar
Te siento tan distante
Has desvirtuado mis temores
Tu bondad
Esto es felicidad: Soy feliz (poema)
Del matrimonio estoy hastiado, al hogar sólo los hijos lo rescatan
Entre lo ideal y lo pragmático
Me haces feliz cuando me escribes
Una tarde hablando de mujeres
El hogar ideal, una quimera
Mas que por amor sobrevive el matrimonio
¿Imposiciones sociales al amor? ¡Qué tontería!
De nuevo te perdiste
Te invito a refrendar los sentimientos
No soy apologista de la infidelidad, te advierto
¿El hombre hace perverso al hombre?
Repartiendo pobreza y sufrimiento
Amores, tantos, tan distintos
Añorando los encantos de la infancia
La intimidad, un goce estético
Nuestro pecado
El amor y los pecados
Entender el amor
Respondo tu reclamo: No he pretendido sembrar de espinas el camino
La tierra fue de todos, la desigualdad la forjó el hombre
El sexo: lo instintivo, lo moral y lo fisiológico
El sentido de la vida
¿Por qué debe sufrir el hombre?
La formación del niño poco garantiza
La paternidad nada tiene de proeza
El matrimonio y el arte de la doble vida
El juego interesado entre los sexos
El inaudito pecado original
Hablar de Dios sin amor es un engaño
Un atardecer sombrío y prematuro
Tus palabras la vida me devuelven
Mi pensamiento (poema)
Las sombras (poema)
Presiento algo terrible
Estoy desconcertado y sin consuelo
Cuando en el rostro no refleja el alma
La miseria del comportamiento humano
¿Quién eres?
Más que la infidelidad me duele el desamor
¿Qué crees que pienso del amor ahora?
Por fin he resuelto tus enigmas
Versos de un alma desgarrada: Te entrego mis despojos
Después del dolor viene la calma
Como siempre, el amor falló
No volveré amar como te quise
Tu amante he conocido
Más sobre mi encuentro con tu amante
Qué difícil es descifrar los sentimientos, a dos hombres amabas simultáneamente
El adiós es necesario
Tan sólo un pensamiento
¡Qué bueno es volver a escribirte sin resentimiento!
La despedida
Dice tu mami
Realidad, ¿o sólo fantasía?
De nuestro amor quedan las cartas
Dos años después: A la hora de la verdad nada ha cambiado

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POEMAS DE AMOR Y AUSENCIA - PRÓLOGO

Bajo el arrollador influjo del amor, la realidad pierde su esencia y sólo perviven las fantasías que el corazón recrea en sus alegrías, en su dolor y en sus tristezas.

El indescriptible paraíso del amor correspondido como la ausencia insondable del desamor, la misma noche tornan mágica y engalanada, ansiada y soñadora, o llena de sombras y agonía, de soledad que espanta y que en la muerte busca compañía.

El espíritu dichoso es feliz como el sol del medio día; el que sufre, de gris está impregnado, como un día de obscuras nubes que anuncian la tormenta.

Un objeto, una flor pueden no decir nada, pero pueden significarlo todo cuando son la llave que abre la puerta del corazón del ser amado. ¡Cuánto vale la vida cuando se ama y se es amado!, Qué poco en cambio, y en que difícil carga se transforma, cuando de aquel sentimiento sólo existen anhelos imposibles.

Con quienes aman, con quienes sufren, con quienes actúan con bondad y sin engaños, quiero compartir estas páginas inspiradas en un afecto auténtico.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO

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CARTA V: CONTRA EL MATRIMONIO, UNA DIATRIBA LLENA DE RAZONES

Junio 10

Paolita:

No fue el matrimonio para ti ni para mí la fuente de la felicidad que ambicionamos. Mi interés en él no existe, existió sí, y me dejó decepcionado. Por eso será siempre el blanco de mi pensamiento.

Concibo el hogar como la cuna ideal para los hijos, el matrimonio, apenas como una formalidad, una forma más de dar vida a los hogares. Veo el modelo hogar y matrimonio como un ideal inalcanzable. Ni a la fuerza se mantiene unido. Poco funciona hoy. Armónicamente tal vez nunca ha funcionado. Qué ironía que pueda el hogar marchar mejor cuando no existe matrimonio que lo aflija.

El matrimonio es probablemente el último error de los enamorados, una decisión que no se funda en el conocimiento pleno de sus consecuencias. Debería ser una elección lúcida y tranquila, producto de la cordura, cordura de que no gozan los que aman.

Si con el matrimonio el enamoramiento caduca, ¿para qué tomar en cuenta el amor a la hora de casarse? ¡Que primen las garantías económicas y sociales sobre los sentimientos! ¡Que se piense en detalles que aseguren la supervivencia, el bienestar, un futuro sin aprietos! Que se desarrolle, pensando en la estabilidad, un proceso de selección, como el que tan eficaz resulta a las empresas, estableciendo el perfil ideal de la pareja. Al fin y al cabo el matrimonio es un contrato. ¿Exclusivamente para el amor quién vive? Los amantes.

Objetivamente creo, en contra de todo parecer social y religioso, que el matrimonio no es más que una forma de organización social, independiente del amor, incapaz de mantenerlo vivo, que lo usa apenas de carnada para atraer a su red a la pareja. Que cuando se mantiene, lo hace más por ataduras religiosas o legales, por la costumbre, y muchas veces por un amor sublime, aquél que nos deslumbra cuando somos padres. Ese sin parangón en toda nuestra vida.

No creo justo que en aras de la convivencia se renuncie al don preciado de la libertad. Ni que la exigente vida en común con un extraño ocasione mayores cohibiciones que cuando estuvimos subordinados al hogar paterno, más generoso en abrigo y en cuidados. Nada justifica la pérdida de la libertad que se da cuando se formalizan las uniones. Es en gran medida por su culpa que el amor se acaba.

Para que el matrimonio y uniones parecidas se conserven, la afinidad, la solidaridad, la comprensión, la tolerancia y la libertad deben primar sobre la atadura esclavizante y egoísta. Todo está perdido cuando no acepta el uno al otro tal cual es, cuando uno se obstina en cambiarle al otro su forma de ser y sus defectos.

Los celos y la infidelidad, que socavan el amor, no debieran aquí tener cabida. Pero hay que aceptarlos: son irremediables. La fidelidad no existe, es un valor apenas relativo, un deseo, una virtud que por egoísmo se exige a quien amamos. Una cualidad para predicar en el desierto, un atributo que se lleva el viento. Lo sabe quien intenta dominar sus tentaciones: sólo las posterga. Al final no sobreviven ni las buenas intenciones. Menos en el ambiente hostil al amor del matrimonio. ¿Y los celos? Los celos te aseguro, no son menos letales. Quien presta sus oídos a las intrigas de los celos, acaba con el amor en forma prematura. No son sus suspicacias más que otra manifestación del egoísmo ocioso.

Al igual que todos soy culpable, he sido infiel y he celado. He sido del matrimonio víctima y verdugo.

¡Cuántas cosas buenas derivarían de la vida estable de pareja! Otra sería la historia de la humanidad si el enamoramiento durara para siempre. Otra es la realidad. Defraudado del matrimonio, me declaro de él en retirada. Deseo el amor libre y perdurable, buscaré por ello el amor en una institución vilipendiada: he vuelto a soñar con una amante.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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CARTA IV: ¡IGNORAS CUÁNTO VALES!

Junio 6

Querida amiga:

No imagines más que por tus hijos dejarán los hombres de interesarse en ti honradamente. Quien por ti se apasione, abrazará tu mundo con todo cuanto entraña. No eres un producto que para ser aceptado debe salir intacto de su empaque.

Yo que sueño aún con ideales, no me dejo seducir por los prejuicios. Sé más que nadie, que la perfección en la realidad no existe. Sólo nos resultan perfectas las personas cuando nuestra percepción por el filtro del amor se distorsiona.

Amiga mía, a pesar de tu infortunado origen, de tus desventuras, de tu pobreza, de tus frustradas relaciones, de tu separación y de tus hijos, me sigues atrayendo. Tus problemas difícilmente impedirán que me aproxime. Los tiempos en que soñé con mujeres vírgenes y sin pasado, años ha, los sepulté, hastiado de creencias obsoletas.

La dicha que las mujeres más dignas y encumbradas me dejaron fue paradójicamente tasada en proporción inversa a sus virtudes. Tal vez la castidad y la bondad son antagónicas. Las que se proclamaron intachables poca bondad me demostraron. Tanta pureza no garantiza los buenos sentimientos.

Es propio del hombre ser presa de la forma, interesarse demasiado por lo externo, ostentar, no ser; vivir subyugado a la apariencia. Quien más proclama su virtud, menos la tiene. Los años me dieron perspicacia, y en la castidad lo primero que encuentro es apariencia.

No hay cuerpo humano por perfecto que parezca en que la virtud pueda habitar intacta.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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martes, 15 de enero de 2008

CARTA III: NUESTRA PRIMERA CITA

Junio 3

Querida Paola:

Estoy feliz de haberte conocido. Temí que no llegaras a la cita.

Te ves tan diferente sin el uniforme elegante que exige tu trabajo, pero tan hermosa y tierna como siempre. ¡Qué agradable eres! Tu sencillez y la bondad con la que hablas me tienen conmovido. Nunca creí que nos hermanaran las mismas desventuras. Gracias por revelarme cosas tan privadas de tu vida. Gracias por abrir tu corazón a mis desdichas.

Tus facciones tan suaves y tranquilas me habían hecho pensar que todo en tu vida era armonía. ¡Qué iba a imaginar tu pecho desgarrado y tus penurias! Mas no hay mal que dure eternamente. Tengo la certeza de que tu vida tendrá un cambio favorable. En tus virtudes puedo adivinarlo.

Me regocijó oírte hablar del amor tan animadamente, sin cohibiciones, sin prejuicios, con libertad y convicción rotunda. Parecía que mi pensamiento rondaba por tu boca. ¡Qué comunión tan exquisita! En busca del amor somos audaces. Lo dices tú y yo lo ratifico, el matrimonio nos entregó del amor sólo migajas. Ha de encontrase en otros manantiales, y olvidando prejuicios nos tocará buscarlo.

Llegué al encuentro ayer como un desconocido; cuando tomé tu mano al partir, no me sentía un extraño; cuando tus labios, como en una posdata de la despedida, volvieron para estampar en mi mejilla un beso, tuve la sensación de que no era la primera vez que te tenía tan cerca.

Siento que de siempre te conozco.

Sé que el nuevo día me dará el placer de salir contigo nuevamente. Sólo dime la hora, paso a recogerte.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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CARTA II: ESTA NOTA SÍ ME ATREVO A ENVIARLA

Junio 1

Paolita:

Me fascina sorprenderte cuando me estás mirando, porque ya tus ojos no huyen de los míos. Cautivadoramente parpadean invitando a que te atrape. Mas no sólo invita tu mirada, hay una sonrisa entre tímida y coqueta que advierte que te encanta el juego. Todo es subliminal, discreto, para los demás por completo imperceptible. No es mi imaginación, estoy seguro.

Algo hay que me atrae, algo en esas miradas me emociona: el presentimiento de que únicamente a mí me las regalas.

He resuelto deslizar a tus manos esta nota, pidiendo que me des la opción de conocerte. Si mis apreciaciones se equivocan, al leerla muéstrame el ceño fruncido para que toda ilusión se desvanezca.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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CARTAS A UNA AMANTE - PRÓLOGO


No es común encontrar en la profesión médica la sensibilidad propia del artista. El hecho, quizá, de estar en perma­nente contacto con la vida y la muerte, pero no en el senti­do sublime y hermoso que la poesía conlleva, sino en su presentación más animal y biológica, hace que entre los hijos de Asclepios y Galeno nazca, por razones inherentes a tan noble oficio, una visión técnica, racional y, si se quiere, fría, de lo que es el hombre y su ciclo vital. Sin embargo, cuando en algún médico brota la vena artística, y en parti­cular la poética, sucede lo que sucede con la flor del cac­tus: nace en medio de la aridez y las carencias pero es bella, con esa belleza natural y arrogante que brinda el contraste y la rareza.
El doctor Luis María Murillo se atreve a desnudar su alma por medio de las cartas a una amante. A medida que se leen estas epístolas cargadas de sentimientos y ternuras, de pasiones y mezclas de amores y desamores, se adentra el lector, sin proponérselo, en un océano de vivencias enmar­cadas por la sinceridad y la soberbia de un corazón que ama. También se experimenta la sensación de ser un espec­tador silente de un drama que es común a muchos seres humanos de este mundo moderno y urbano en que nos tocó vivir. Aunque el amor es eterno, sus manifestaciones cambian con el entorno, y es allí donde Luis María Murillo encuentra el escenario perfecto para llevarnos de la mano, con ingenuidad y sin prisa, a un paseo por el sendero del amor y sus esguinces.

Se leen las cartas a una amante con la perplejidad del niño, con la seriedad del adulto y con la sensación de inventario del anciano. Desfilan en las cartas los sentimientos del autor, matizados con la belleza secuencial de una relación marcada por la espontaneidad y los difíciles recodos del amor en proceso de creación. Es tajante el autor en su sen­timiento y es dubitativo en sus decisiones. Tal cual el amor: se sabe que existe, pero se ignora su destino. Como una borrasca en alta mar: se sienten sus coletazos pero se des­conocen sus consecuencias.
Así, sencillamente, Luis María Murillo nos lleva de la mano a mostrarnos sus sentimientos y nos deja solos para que tomemos con libertad, sin juicios ni veleidades inquisidoras, la posición que ante su amor profundo queramos, en razón de nuestras propias vivencias y nuestras ocultas vicisitudes.


DAVID VÁSQUEZ AWAD.

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domingo, 13 de enero de 2008

CARTA I: LAS PRIMERAS IMPRESIONES*

Mayo 20

Paolita:

Hoy ha vuelto a encontrarse mi mirada con el motivo de mis últimos desvelos. Confinado a la única mesa libre que encontré en la fonda, calmé contigo mi impaciencia, entretenido en tu ir y venir, en el ágil desplazamiento de tu cuerpo, de la mesa al mostrador, en cadencioso movimiento. ¡Qué delicioso y lúbrico ejercicio! Gracias a ti la aborrecida espera, se ha vuelto deseada.

Fueron mis ojos de tu negra cabellera al bermellón de tus labios; de tu nariz de suaves líneas, a tu sonrisa tierna; de la delicada eminencia de tus senos a tu ceñido talle; de tus caderas insinuantes a tus torneados muslos. Y repetí mil veces, sin cansancio ni sonrojo, esa excursión tan placentera.

Sé que tu mirada por timidez me esquiva, pero curiosa me persigue cuando no teme encontrarse con mis ojos.
¡Despójate de tu pudor y tus temores! ¡No finjas ignorar que me fascinas! ¡Palpita mi corazón de ansiedad por conocerte!

* Fue este el primer impulso epistolar que me inspiró Paola, no sin embargo el primero que sus manos conocieran. Varias cartas llegaron a ellas antes. Ésta sólo cuando al pudor lo venció la picardía. Suelen ser los gajes del decoro.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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viernes, 4 de enero de 2008

CUANDO A MI LADO ESTÁS

Cuando a mi lado estás,
nada me falta,
eres aliento para seguir viviendo.

Cuando a mi lado estás,
mis pugnas olvido con el mundo,
tu cercanía calma mis ansias
de rebelión y de pendencia.

Cuando a mi lado estás,
hasta la muerte pierde trascendencia,
¿Para que anhelar su paz,
si la felicidad puedes brindarme?

Cuando a mi lado estás,
no existe el dolor ni el sufrimiento:
mi mayor dolor es añorarte.

Cuando a mi lado estás,
mis sentidos todo lo perciben bello,
y en tu ausencia
el mundo
no tiene fundamento.

Cuando a mi lado estás,
la insatisfacción no existe,
se olvida la razón de mis reparos,
sólo sueña el corazón en poseerte.

Cuando a mi lado estás,
todo es sereno,
eres la calma que domina
la tempestad de mis afectos.

Cuando a mi lado estás...
¡ Nada me falta !

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia")

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PORQUE LLEGASTE

De pronto se negó mi alma
a proseguir sola
la senda de la vida.

De repente mi paso seguro
se ha vuelto vacilante
y mi aquietado corazón
se ha rebelado.

A los sentimientos
mi juicio ha sucumbido;
está mi ser desnudo,
desprotegido, inerme...

Definitivamente el corazón
no sabe de razones,
ni la razón
comprende sentimientos.

Ya no existe la felicidad ...
sin tu presencia.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

ANTIGUOS CONCEPTOS SOBRE LA ENFERMEDAD - La teoría de los humores

Tal vez para el hombre pocos horrores fueron comparables al devastador azote de las epidemias. El conocimiento de la transmisibilidad de estas enfermedades, tan evidente en apariencia, tardó en darse en la antigüedad.

En primera instancia buscó el hombre en la divinidad la causa de ese inexplicable y doloroso exterminio colectivo. Sin embargo conociendo la contagiosidad de las epidemias Hipócrates (460-377 a. C.) se opuso a concebirlas como castigo de los dioses y culpó al aire como responsable de su propagación. Galeno(130-210) perpetuaría este pensamiento. El historiador griego Tucídides (465-395 a. C.), contemporáneo de Hipócrates, había percibido la transmisibilidad de las infecciones de una a otra persona al observar el comportamiento de la peste en Atenas. Arataeus sostenía el concepto del organismo infectante invisible.

Otras culturas y probablemente toda la humanidad buscaron explicaciones y remedios a la peste. Medidas contra las epidemias y las enfermedades se conocieron en la antigüedad entre chinos, árabes, egipcios y judíos. Recordemos tan sólo la inspección de las carnes, la prohibición del cerdo y el pescado, la limpieza del vestido y las normas para la vida sexual. Entre los aborígenes de América la acción mágica y el embrujamiento dominaron la idea de la enfermedad, y en ellos basaron su tratamiento.

La avidez del hombre por conocer y dominar su mundo, hizo brotar innumerables teorías, entre las cuales la de los humores persistió hasta la proximidad de nuestra era. Ella se nutría de la doctrina defendida por Empédocles (siglo V a. C) sobre los cuatro elementos.

Los médicos antiguos explicaban la vida por la existencia de cuatro hieles o humores: el rojo de la sangre, el amarillo de la hiel, el blanco de las secreciones nasales y pulmonares y el negro del bazo. El exceso de cualquiera de ellos conducía a la enfermedad. Veían el exceso de la bilis blanca en los resfriados y concluían que las enfermedades por enfriamiento eran provocadas por el exceso de esa bilis. La fiebre de las infecciones era interpretada como la cocción del humor nocivo, eliminado a través del sudor. La fiebre era por tanto curativa. Una cocción más duradera daba lugar a la formación de pus.

Cuatro puertas de salida también describían para los cuatro humores: el sudor, la orina, la defecación y la sangría; ésta propiciada por el médico. Su bondad era defendida por un proceso natural: el período menstrual. La sangría fue procedimiento inherente a la medicina en muchas y distantes civilizaciones, como Babilonia, Egipto, Grecia y México. Para expulsar la enfermedad, a las sanguijuelas se unieron las lavativas, con la intención de expulsar por el intestino los humores excesivos. Terminaron por usarse en forma preventiva.

Intactas llegaron hasta el siglo XVIII estas prácticas antiguas. Sangrías y lavativas serían por muchos siglos el único tratamiento sin importar el origen y la naturaleza de la enfermedad. Fueron ellas obviamente la elección en todas las enfermedades infecciosas. Tan arraigada estuvo hasta el siglo XIX la práctica de la sangría, que entre 5 y 6 millones de sanguijuelas entre 1827 y 1836 fueron empleadas por los hospitales de París.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

BIBLIOGRAFÍA
1. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
2. Enciclopedia Barsa. Editores Encyclopaedia Britannica, INC. 1960: Tomo 1, 179, 212
3. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 61
4. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 157-172, 203
5. Morus Richard L. Revelación del futuro. Barcelona: Ediciones Destino. 1962: 206 (ilustración)
6. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p
7. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI, 5
8. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
9. Phair S, Warren P. Enfermedades infecciosas. 5ª. Ed. México: Ed. McGraw Hill Interamericana. 1998: 3
10. Singer Charles. Historia de la biología. Buenos Aires: Espasa - Calpe Argentina S.A. 1947: 52-54, 53 (ilustración)
11. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor: 108


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A ENCARAR LA MUERTE

José presintió que pronto moriría cuando el doctor Mendoza dio el dictamen de un cáncer infiltrante. Sabía que la profundización del cáncer en la pared del estómago ensombrecía el pronóstico, además todos los miembros de su familia que lo padecieron murieron irremediablemente. Sin que una sola de las palabras del médico lo llevara a deducir el desenlace, dio por hecho que el destino le había puesto fecha al final de su existencia. Así lo hizo vivir a quienes lo rodeaban. Fue apresurado, porque hacían falta otros exámenes para dar por cierto el fatal convencimiento; con la sola infiltración muchos son los pacientes que se curan.
Su corazonada, sin embargo, comenzó a cumplirse cuando la tomografía mostró ganglios linfáticos periaórticos comprometidos. Entonces se afirmó en su rechazo a medidas extremas salvadoras. El doctor le propuso una laparoscopia para hacer un diagnóstico preciso. Le respondió, sin intención de volver, que después decidiría. Las posibilidades reales de sobrevivir con los hallazgos disponibles le parecían ridículas. No quería afectar su estado favorable. Temía que cualquier intervención afectara sus buenas condiciones y trastornara los planes que tenía para el trecho final de su existencia. No quiso oír a los amigos que lo instaban a un tratamiento sin demoras; sabía que los pocos síntomas no desmentían la severidad de la dolencia. Meses después, cuando a su juicio había hecho lo que tenía que hacer, se enteró de que retoños del tumor echaban raíces en el hígado.
Prefirió aprovechar su buen estado y disfrutar la vida. «No permitiré que el presente se arruine con los nubarrones del mañana, ni que mueran primero mis ilusiones que mi cuerpo». Ni esperar resignadamente la llegada de la muerte, ni luchar decididamente contra ella estaba en sus proyectos. Previsivo y metódico, había planeado con muchos años de anticipación el derrotero de sus días finales. Algunas lecturas sobre su enfermedad lo habían hecho desechar toda esperanza. Tenía certeza absoluta sobre la muerte próxima.
A la desazón natural se contraponían las ventajas de su trance. De repente todas las cargas de este mundo resultaban despreciables, le valían un comino los problemas y las exigencias de la vida; no porque el dolor de morir le impidiera concentrase en otra cosa, sino porque se sentía con potestad de renegar de todo, de eludir obligaciones, de repudiar cuanto quisiera, sin temer sus consecuencias en la Tierra. Podía ser más provocador que nunca contra las exigencias estúpidas y las normas sin sentido; podía hasta prescindir de los racionales consejos de sus médicos. Ya no tenía que rechazar los suculentos platos que le aumentaban el colesterol y amenazaban matarlo de un infarto. «¡Cuanto me perdí pensando en la vida, pensando en la muerte voy a recuperarlo!». Se sintió con derecho al placer, a probar y a practicar todo lo prohibido; aunque todo, tratándose de José, no era hasta el tope.
No obstante su clamor por la libertad, llegaría al sepulcro más contenido que desenfrenado. Pero sí hizo realidad ciertos placeres. Los culinarios fueron los primeros, los más urgentes: estaba suficientemente ilustrado de la anorexia que vendría y de la incapacidad para pasar el más minúsculo bocado.
Pensó que si el objetivo de su vida había sido la afirmación de su personalidad, derribando mitos y sembrando la duda contra lo establecido, su carrera hacia la muerte no podía seguir un curso pasivo y rutinario. Sentía la necesidad de ser distinto, de obrar diferente a los demás mortales, de convertir en victoria la derrota.
LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguré viviendo")