martes, 29 de enero de 2008

EL MORIBUNDO PIENSA EN CONCILIARSE

El tiempo de disfrutar terminó para José con la última visita a la montaña. El verdor, el aire límpido, el olor a leña, la casa campesina y el canto de las aves refundido entre el follaje, habían sido para él un gozo extraordinario. Pero de haberse prolongado se habría convertido en la rutina que pugna con lo placentero.
Allí percibió con claridad que la muerte rondaba ya muy cerca, y renunció, por incapaz, a exprimirle más gozos a la vida. Sintió a la vez un apremiante deseo de conciliarse, pues a pesar de cuanto proclamaba su insolencia, anhelaba el sosiego de su alma para llegar al sepulcro sin angustias.
Disipaba su ansiedad con argumentos intelectuales poderosos que le daban la razón de su proceder a lo largo de su vida, pero era inevitable cierta desazón por un remordimiento inexplicable. Flaqueaba por momentos en lo íntimo de su ser cuando juzgaba sus acciones, porque a la hora de la muerte la certeza de sus buenas obras resultaba para sí un hecho discutible: no había absoluto para confrontarlas. Pero para su tranquilidad contaba con la coherencia entre sus acciones y su pensamiento. Deducía que el bien era el sometimiento de su proceder a sus principios, y que su dialéctica del bien y el mal era la lucha entre sus deseos y el deber autoimpuesto. Actuar mal no era bajo esa perspectiva no seguir el camino por otros señalado, sino actuar en contra de sus propios valores. Desde ese punto de vista se sentía sereno. Nunca sus actos habían sido inicuos, pocas veces había ido en contra de los dictados de su conciencia, nunca su comportamiento había contradicho en forma grave sus principios. Ahora más que nunca se veía dispuesto a admitir la bondad de sus semejantes y a ser magnánimo con quienes discrepaban con su modelo moral y religioso. Así esperaba que sus contradictores, de pronto Dios entre ellos, lo juzgaran. No era una rendición, sino sentido de justicia.
El examen que advertía sus faltas lo mostraba tan proclive al error como los mortales que eran el blanco de su crítica; luego si él era merecedor de comprensión, también aquéllos debían serlo. Pero su ánimo fluctuaba entre la magnanimidad y la firmeza, pues ni todo era tan fácilmente perdonable, ni todo absolutamente condenable.
Unas veces era él, otras eran los demás el objeto de sus reflexiones. Unas veces se sentía dueño de grandes conclusiones, otras pensaba que a nada conducían tantas cavilaciones. Del instante supremo colegía que todo lo que se dijera carecía de validez. Estaba seguro de que la realidad derrumbaría todo pronóstico. No era más que un anhelo que ese lugar desconocido fuese como lo había pensado, amable al menos, en últimas, el encuentro con la nada, en que terminara para siempre toda sensación y el más imperceptible vestigio de existencia. Seguramente tendría que rendir cuenta de sus acciones, por lo que resultaba imposible dejar de confrontarlas con los preceptos morales que lo habían encaminado, y a su pesar también, con el cúmulo absurdo de mandatos de los que había sido crítico inclemente. Normas que según la tradición eran imprescindibles para esquivar la brasa del infierno. Entonces lo entusiasmaba pensar que había sido un poco quijote defendiendo las causas de los abandonados, de los inermes, de los agredidos, de los sometidos; que había librado batallas contra la injusticia, que no había sentido vergüenza de haber dado su mano a los menesterosos o de haber entablado amistad con prostitutas; y que más que títulos, fortuna y poder, había visto seres humanos en sus semejantes. «Más apreciables a veces los de abajo que los consentidos por la ventura, tan banales e insensibles». Esa podía ser una buena carta para encarar un juicio; pero se preguntaba que mérito había en un comportamiento que aunque lo envanecía, no había demandado esfuerzo de su parte. Así había nacido, esa era su naturaleza. El sacrificio, vaya paradoja, hubiera sido el proceder opuesto. Sus actos eran estimables, su esfuerzo imperceptible. Pero también existía el envés de la moneda: la cara rígida y sombría de furias y sentimientos de venganza, disculpados siempre por fugaces, y en ocasiones por el anhelo de justicia, que se manifestaba en el deseo de someter al que somete, de condenar al que se niega a perdonar, de herir al que hiere, de torturar al que tortura, de esclavizar al que esclaviza, para brindar satisfacción a los hombres maltratados; y casi nunca para satisfacer agravios personales.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")


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HEDONISMO ANTE LA MUERTE

Antonio esperaba con paciencia el ascensor que lo debía llevar al piso en que José estaba hospitalizado. Miraba su reloj, exploraba el espacio circundante, pasaba su vista sobre los avisos de bronce aplicados al mármol de los muros y sonreía a las personas que al igual que él aguardaban el elevador. Y repetía ese ciclo indefinidamente en vista de la lenta aproximación del aparato. El ascensor llegó por fin, y con la misma pesadez se llevó los pasajeros. En el octavo piso Antonio descendió, y cual si conociera el sitio, se dirigió con precisión al cuarto del amigo. Un abrazo efusivo, de dos años de ausencia, los puso en sintonía. José le contó pormenores de su padecimiento y le hizo un recuento de trances de amigos moribundos.
–Entre la serenidad y el pánico, entre la extravagancia y la naturalidad, querido Antonio, fluctúa la respuesta humana ante la muerte.
Le contó que Enrique, casi un hereje, fue convertido por la muerte en místico. Primero en espera de la gracia que le devolviera la existencia, luego, en pos de una agonía tranquila, finalmente tras del perdón que lo salvara del infierno. Daniel, quien nunca aceptó que se lo llevaría la muerte, recorrió hospitales, visitó templos, probó nuevos credos, acudió a pitonisas, pagó a hierbateros y se refugió en la magia, en una espiral descendente de lástima y sobrecogimiento.
–De pronto –dijo José con sorna– siga en el otro mundo suplicando por su vida
Recordó a Gabriel, de quien pocos supieron que se suicidó para ganarle al cáncer la partida. Quiso morir antes de que la enfermedad corroyera sus entrañas. Y le contó que Ricardo tomó con tanta naturalidad la muerte que ni una aguja permitió que entrara por sus venas.
–El único médico que se acercó a su lecho fue el que firmó el certificado con que lo inhumaron. Preparó de tal manera a su familia, que la sonrisa serena que en el funeral advertimos en sus deudos era de gratitud con la vida y de reconciliación con el destino. Así me gustaría que fuera el momento crucial de mi partida.
José esperaba una agonía así de plácida, pero resultó demasiado intervenida por haberse entregado a los cuidados médicos. Pero más que pensar en el instante de la separación del mundo, se preocupó del tiempo precedente.
–Quise ser feliz y prodigarle al cuerpo el placer que le faltaba.
Y Antonio escuchó fascinado el comportamiento hedonista de un hombre atrapado por la muerte. Oyó confesiones de su peregrinaje en busca del placer, aunque parcas en los detalles licenciosos. Qué le iba a contar que sin tiempo para vivir romances se había rendido a los ofrecimientos lúbricos. Qué le iba a revelar relaciones lujuriosas que de pronto tacharía de poco edificantes. Pero no iba a enamorar a una mujer para dejarla viuda. Por eso le pareció correcto. Casarse con Pilar no había pasado de ser un impulsivo pensamiento.
–Hay que gastar la vida –le expuso a Antonio–. Se esfuma por más que la cuidemos. Protegerla es un esfuerzo improductivo que deja el mal sabor de no haberla aprovechado.
Con todo, el cuidado de la vida era para José contradictorio. Su pregonada desidia era válida apenas para su propia humanidad, pues había que ver el celo con que protegía la vida de su hija. Pero se empecinaba en resaltar que había un momento en que las restricciones ya no tenían sentido, ni el desenfreno consecuencias.
–La calidad de vida, me dijeron, está en todas las actividades del cuidado paliativo. Pero ese era un programa muy prematuro para un muerto que se sentía con vida. Por eso me incliné primero por los hoteles y los restaurantes. Me ayudaron, claro está, los medicamentos que atenuaron las molestias gástricas. Disfruté por semanas manjares antes declinados y mandé al diablo, por absurdas, todas las recomendaciones del cardiólogo. Supo mi paladar, sin inhibiciones, lo que era el hedonismo. Pero llegó pronto el tiempo de la bocanada, del dolor y la náusea; de la dificultad para tragar, que convirtió en aversión lo que antes era el placer por la comida. Lo poco que hoy me alimenta, pasa Antonio, por esta miserable sonda.
El visitante miró conmovido el tubo que el enfermo señalaba, y sin palabras, agradeció que José no le diera tiempo para hacer un comentario. Inalterable, José prosiguió con el periplo de sus viajes: su travesía en crucero, sus trayectos por tierra y sus viajes en avión en pos de lugares que creyó que no conocería. Turismo intensivo que se llevó más de la mitad de sus ahorro.
–Al comienzo viajaba solo, luego mi hija procuraba acompañarme, y cuando no podía me buscaba una asistente.
Y por primera vez le confió a alguien, como epílogo de sus andanzas, la pesadilla que venció con su peregrinaje. Le reveló un sueño reiterado que lo llevaba a una ciudad maravillosa bañada por un mar de aguas multicolores.
–Sabía que su arquitectura preservaba una historia milenaria. Pero en mi sueño pasaba los días encerrado en el auditorio de un hotel, añorando el mundo que al otro lado del ventanal me reclamaba. Cuando por fin podía librarme de las obligaciones para disfrutar los atractivos de ese lugar de ensueño, el viaje terminaba. Cuando supe que iba a morir, como un reflejo, vino a mi mente el sueño torturante, y me propuse evitar que de la misma forma el final de mis días se malograra. Me propuse disfrutar con intensidad y lo logré. No asisto con frustración a mi agonía, sino colmado de recuerdos gratos.
–Viviste tus restos para el placer –por fin pudo decir Antonio–. Es eso lo que cuenta
–De lo que quedó por hacer poca es la deuda. Como algún día lo planteé, sólo me arrepentiré de cuanto hice.
Pero tampoco se arrepintió de cuanto hizo porque siempre le sobraron argumentos para defender sus actos. El mismo lo decía: «La conciencia se aplaca con razones».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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PAZ EN LA TUMBA DEL CAUDILLO *

De un antiguo archivo de documentos familiares, ha llegado a mis manos una carta del entonces presidente de Ecopetrol, doctor Mario Galán Gómez a su viejo amigo de juventud, mi padre. “ Los hjos - dicen aquellas líneas - son siempre la prolongación de la vida y cuanto en ellos vibra la misma inquietud trascendente de nosotros mismos, tenemos que aceptar que en el caso tuyo como en el mío los dioses han sido muy propicios y la vida muy generosa. Lo importante ahora, es que esa llama se acreciente y la puedan llevar ellos muy en alto”.

Hoy cuando lloramos una patria criminalmente destrozada, sabemos cuanto se acrecentó esa flama, que el carácter de lo eterno ha conquistado. Porque el pensamiento de ese hombre virtuoso, valiente y honesto que fue Luis Carlos Galán, está llamado a perdurar como modelo del buen ciudadano. Sus principios ingresarán a la historia como la doctrina del político honorable, como la norma para el servidor responsable, estudioso, reflexivo y pulcro.

Hoy cuando sufrimos su partida, su inmortalidad y su gloria deben consolarnos, porque Galán vive hoy más que nunca en el corazón de los buenos colombianos y sobre todo en su ideario, que debe sobrevivir aun a quienes fuimos testigos de su lucha. Por eso su dolorosa desaparición no sólo no representa una llama que se extingue, sino que se constituye en nueva luz, eterna, perdurable, que habrá de guiar los destinos de la patria.

Y deja también una prolongación de vida, en la que creemos ver un sucesor auténtico. Sus florecientes ideas, joven Juan Manuel, parecen mostrar ya la continuidad de un mismo pensamiento. La buena semilla también germina, también crece, también se multiplica. Con usted comparto su decisión y sus conceptos: No puede haber vacilación ni cobardía cuando de combatir se trata a los que bien llama “criminales sin patria”, verdaderos prófugos del mundo.

Luis Carlos Galán pasará a la historia hermanado con Gaitán en el fín trágico de su vida, mas nunca como la réplica de quél caudillo. No fue Galán el soberbio enardecerdor de ánimos, fue ante todo el conductor reflexivo en quien podían converger todas las tendencias que buscaran el imperio de la moral y la justicia. A Galán no se podía seguir por fanatismo, solamente en razón de sus ideas. Por ello, el pueblo que el 20 de agosto le tributó su despedida, fue en pueblo adolorido, pero pacífico, respetuoso de las instituciones a las que clamaba la aplicación de la justicia, no la turba irracional, enardecida y vengativa que la aplicara con sus manos.

Don Juan Manuel, el dolor de la familia Galán es del de toda Colombia, particularmente, el mío y el de mi familia.


* A Juan Manuel Galán (hijo del caudillo, ahora senador de la República) septiembre 9 de 1989.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

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NUESTRA POLICÍA NACIONAL*

En momentos aciagos de la patria, mi fervoroso sentimiento nacionalista se exalta con la actitud heroica y valerosa de la Policía Nacional y de todas nuestras Fuerzas Armadas. Sentimiento entrañable de patria, que se acrecienta en la grandeza de esta tierra y se hace trémulo ante el terror y la maldad que siembran los malos e indeseables hijos de Colombia.

Al rememorar los tristes y trágicos sucesos de noviembre** y la muerte cobarde de tantos miembros de la Fuerza Pública, me convenzo de que en nadie más que en ellos reposa el verdadero heroismo y el más auténtico patriotismo.

En el mundo actual, en que naufragan los valores más trascendentales, en que se pierde la noción de patria y sacrificio para condenar a las Fuerzas Armadas por la defensa de nuestras instituciones y se antepone así el bienestar personal a la vida de la nación, sólo aquéllas continúan siendo las legítimas herederas del heroismo de nuestras gestas libertarias, sólo sus filas albergan al verdadero mártir que acepta ofrendar la vida por la patria.

Quiero por ello, hacer llegar a la Policía Nacional a través de su distinguido director, mi sentida admiración y mi reconocimiento como miembro de la Institución que profesa por ella un natural afecto y ante todo como colombiano agradecido que ve a su amparo fortificarse el órden, la paz y la justicia, y bajo su sombre abriga nuevamente la esperanza de una patria en que se pueda vivir sin sobresalto.



* Al general Víctor Delgado Mallarino, director de la Policía Nacional de Colombia.
** La toma del Palacio de Justicia por el M-19 (Noviembre de 1985)



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolarios periodístico y otros escritos")

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¿DEL AMOR QUE DICHA HE CONOCIDO?

¿Del amor que dicha he conocido,
si el único destello
se convirtió en tortura?
¿Si la sombra del desdén
persigue mis afectos?
¿Si a fuerza de tristezas
prefirió ser mi corazón de piedra?
¿Si de la felicidad tan deseada
sólo existen las fantasías
que fabricó mi mente?
¿Si me acostumbré a soñar
en pos de una quimera
y a despertar siempre
a una realidad sin esperanza?

¿Si las mujeres que amé
son un recuerdo triste y doloroso?
¿Si las semillas que esparcí
en sus tiernos corazones
murieron sin mostrar siquiera
el brote más sutil
de un puro sentimiento?
¿Si hube de soñar
pagando los placeres
que a otros da el amor,
gratuito y generoso?

Aún hoy, postrados mis afectos,
como quisiera conseguir un amor...
un amor que me quisiera.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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TU TRISTEZA

Es tu tristeza la bruma
en que mi alma se refunde,
la penumbra que mi ánimo doblega,
la ocasión que mi corazón
desborda de ternura

De tus sentimientos
soy alerta centinela
que sufre al tenor de tus pesares;
diapasón que en armonía perfecta
resuena con tu alma:
eco soy de tus gozos y tus penas.

Feliz quiero tu espíritu,
ajeno al pesar y al sufrimiento.
Por ti me atrevo a padecer tus penas,
compensando con cariño tus desdichas
y sufriendo tus dolores
en mi carne.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia")

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