sábado, 28 de mayo de 2011

EL SEXAGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA ACADEMIA COLOMBIANA DE CIENCIAS*

Habiendo fundado en 1902 con José Manuel Marroquín la Academia Colombiana de Historia, José Joaquín Casas, ex ministro ante la república española, gestionó ante la Real Academia de Ciencias la creación de su correspondiente en Colombia.

Si la Expedición Botánica había unido a Mutis, el genio gaditano, con Caldas, el sabio granadino, quería el doctor Casas que la nueva academia perpetuara aquélla gesta científica formidable y los lazos con la Madre Patria, estrecho vínculo ya establecido entre la Real Academia de la Lengua con su correspondiente colombiana.

Aceptada la propuesta por la Academia Española, la ley 34 de 1933 le dio carácter oficial a la nueva corporación. Pero pasarían dos años hasta que el presidente López y su ministro de Educación Darío Echandía, al expedir el decreto 1218 del 28 de mayo de 1936 (que marca la fecha de su fundación), le confirieran su estatuto, su reglamento, los recursos necesarios para el desarrollo de su labor y la declararan oficialmente constituida. Fueron quince sus miembros fundadores, cinco en la sección de ciencias exactas: Jorge Acosta Villeveces, Julio Carrizosa Valenzuela, Victor E. Caro, Darío Rozo M. y Rafael Torres Mariño; cinco en la sección de ciencias naturales: Calixto Torres Umaña, Luis María Murillo, Enrique Pérez Arbeláez, Luis Cuervo Márquez y Federico Lleras Acosta; y cinco en la sección de ciencias físico-químicas: Antonio María Barriga Villalba, Alberto Borda Tanco, César Uribe Piedrahita, Ricardo Lleras Codazzi y Jorge Alvarez Lleras. El doctor José Joaquín Casas, sería, en justicia, reconocido como presidente honorario.

Albergada desde su nacimiento en el Observatorio Astronómico Nacional, incorporó a la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales, e inició desde su misma creación la publicación de su reconocida y prestigiosa revista.

Ha cumplido la Academia Colombiana de Ciencias el sexagésimo aniversario de su fundación, y su labor desconocida como casi todo el quehacer intelectual en nuestro medio, es suficientemente destacada como para recibir en este aniversario el reconocimiento nacional por su valiosa contribución al desarrollo de la ciencia.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Publicado en los diarios colombianos El Espectador (agosto 22 de 1996, pág. 4A) y El Tiempo (septiembre 22 de 1996, pág. 15A)


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viernes, 20 de mayo de 2011

LAS MANOS

Instrumentos que edifican o destruyen
al vaivén de la naturaleza humana.

Para labrar la tierra,
en recias se transforman
las manos tiernas
que acarician con dulzura.

Y aquéllas que unidas,
a Dios se elevan pidiendo bendiciones,
también enérgicas empuñan el acero,
lúbricas recorren un talle cautivante,
de razones llenas imprimen
con la pluma un pensamiento,
amorosas escriben un te quiero
o envilecidas se manchan
con la sangre del hermano.


Luis María Murillo Sarmiento ("Del amor, de la razón y los sentidos"

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sábado, 14 de mayo de 2011

ESE ES EL HOMBRE

El hombre es lo que siente,
y lo que siente es lo que agita
su alma y su materia.
El hombre es lo que sueña,
y lo que sueña
es su mundo de imposibles.
El hombre es lo que sufre,
y lo que sufre
una huella indeleble en su recuerdo.

El hombre es lo que goza,
y lo que goza
compensa su infortunio.
El hombre es lo que cree,
y lo que cree
explica lo absoluto.
El hombre es lo que oculta,
y lo que oculta
su faz aterradora.

El hombre es lo que niega,
y niega lo que lo deshonra.


El hombre es lo que crea,
y lo que crea
es lo que lo trasciende.
El hombre es lo que piensa,
y lo que piensa
lo que le sobrevive.

Lo que siente, lo que sueña y lo que sufre...
lo que goza...
lo que cree, lo que oculta y lo que niega,
con él se extingue
cuando la llama de su ser se apaga.

Lo que piensa y lo que crea nunca sucumbe,
es su forma de perdurar tras de la muerte.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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viernes, 6 de mayo de 2011

LA CAJA GRIS DE LAS AMANTES

Cuando José dio por descartada toda esperanza de vida, volvió sus ojos al pasado y terminó hurgando entre archivos empolvados en un ejercicio que se volvió rutina. «Siempre hay algo íntimo cuya huella debe borrar un moribundo», les decía con humor a quienes lo descubrían en esos quehaceres. Pero la verdad, eran ínfimos los testimonios que mandaba a la basura. La intención real del ejercicio era el placer de recordar.
Un día tomó de un baúl una caja gris y soltó el nudo del lazo que la mantenía cerrada. Al levantar la tapa el polvillo rancio lo hizo estornudar. Sacó un manojo de cartas, y del manojo una al azar que comenzó a leer.
«Atrás quedaron –le contaba a Alicia– los momentos más dichosos. Por fortuna, también pertenecen al pasado los más tristes... y las costosas inversiones. De todo se repone el hombre. El cuerpo como el alma cicatrizan. [...] Por ley natural el amor nace y muere en un ciclo más corto que la vida, por ello es que difícilmente un amor es para siempre. Tenemos que acostumbrarnos a amores que llegan y se marchan».
Aludía a Andrea, una mujer por la que casi pierde los cabales. Era exquisita, pero demasiado refinada. Rindiéndose a sus gustos, José estuvo a punto de acabar con su fortuna.
«Me comencé a sentir atraído por la gracia de tu cuerpo y los atributos de tu alma. Libre no soy, aunque me siento. Nada ataja mi pensamiento, nada encadena mis afectos. Me confieso infiel por vocación, y defensor de los amantes; de quienes aman sin más interés que el sentimiento. Infiel seré, y con la frente en alto, pregonando al viento mis afectos. Sin ocultarlos. Sólo se oculta lo que nos avergüenza. Soy culpable desde hace mucho tiempo, porque sin conocerte, ya gozaba de tu ser en mis ensueños».
No supo si era cursi, pero líneas como esa habían conseguido que Pilar se convirtiera en su primea amante. Releía los párrafos y se sobresaltaba, aún podía revivir la vacilación y la pasión con que los escribiera. En mucho se parecía la ingenuidad del primer amor al de la primera amante. Todo transparente, dispuesto a proclamar el nombre de la amada, a desafiar el mundo, a vencer imbatible todos los obstáculos. Pero finalmente el sentimiento se rindió ante la adversidad y nuevos amores le enseñaron el valor de la prudencia.
En el fondo de la caja encontró las cartas a Piedad.
«No provenimos del Olimpo, ni dioses ni héroes somos para doblegar nuestra naturaleza, nuestra materia es la misma que la de los demás mortales».
Era un párrafo que le escribió justificando las flaquezas de la carne. En otra carta le decía hablándole de Fanny:
«Tu mano diligente y generosa es el mejor bálsamo para las heridas que un amor mundano me ha causado. Sé que los brotes sicóticos del enamoramiento topan con el dolor al final de su camino, por ello celebro que el amor imposible que un día fuiste, sea hoy una amistad eterna... imperturbable. [...] Qué ojos tan diferentes a los de aquel fatídico pasado vuelven a ver el mundo. Guiados de nuevo por la razón descubren que el entorno no ha cambiado. De amor se sufre pero no se muere. Y el dolor de ayer pasa a mi vista como el relato de un extraño».
Sonreía para sí mientras leía. El recuerdo de Fanny ya era indiferente. ¿Quién hubiera imaginado que esa existencia le había sido tan imprescindible como el aire? José nunca volvió a saber de aquella secretaria.
Él llamaba «la caja gris» a aquel atado, no por su color, sino por la suerte gris de sus romances. Allí estaba contada en forma epistolar la suerte de todos sus idilios. De todos los que alguna cicatriz le habían dejado; de todos los que habían sido trascendentes, tan trascendentes, vaya ironía, que habían terminado en el ocaso. Repasarlos en aquellas cartas fortalecía su idea de la caducidad del amor y del destino fatídico de la pareja. Esas historias eran su visión personal, pues ni una sola letra guardaba allí de sus amantes, nada de lo poco que ellas le escribieron. Todas eran copias a mano de las cartas que él enviaba a sus amores, y copias de las que hacía llegar a Alicia y a Piedad, sus confidentes, con el obituario de los romances malogrados.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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