miércoles, 30 de abril de 2008

CARTA XXIII: MIS MOTIVOS

Julio 18

Mi amor:

Hace mucho que mi infidelidad ha sido proclamada. Así que no te sientas culpable de acabar con una relación que había muerto cuando tú llegaste. Antes que se sorprendiera contigo mi mirada, ya le había anunciado a ella que me volvería infiel, hastiado de su enojo.

Su mal humor constante me lanza a los brazos de una amante. Y en mi desilusión comprendo a todos aquellos hombres frustrados por mujeres con corazón de piedra, y consiento no sólo sus amantes sino sus picardías galantes. Claro que aquellas cortesanas que acarician por dinero pueden ser más amorosas que las fieras que acechan en la intimidad de los hogares.

Conozco mis debilidades y el influjo seductor de las mujeres, pero creo que brazos más amorosos de mi debilidad me hubieran apartado. No fue así, y por el contrario, me abocaron a la determinación que estoy tomando.

Son los ambientes propicios los que el amante aprovecha como el delincuente. Son las circunstancias favorables las que hacen aflorar comportamientos que de otra forma permanecerían latentes.

Presiento que tu comprensión y tus caricias alejarán de mí la necesidad de continuar buscando las virtudes que en aquélla mujer jamás hallé y llenarán el vacío que me precipitó complacido al mundo de la infidelidad.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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RECLAMO DE UN NIÑO PORDIOSERO

No quise madre
el soplo de vida que me diste.
No quise ser de tus placeres
incómodo accidente.
Todo hubiese querido
si con amor me hubieses engendrado.

No quise ser el ser con quien compartes
el plato del alimento que no tienes.
No quise ser un niño sin sueños ni ilusiones…
el limosnero de la esquina,
astroso y maloliente.

Añoré los juguetes que no tuve,
tu abrigo y tu cuidado,
los estudios…
el tiempo que no me dedicaste.

¡Qué escasa dicha ofrece
la vida en la miseria!

Otro ha de ser el mundo de la infancia,
distinto de mi mundo de tristeza.
Un sueño lúdico de risas y de afecto,
al calor de unos padres protectores.
Un regazo maternal que desvanezca
los verdugones del juego,
la fiebre y los dolores.
El abono que nutra la semilla
de una existencia digna;
ejemplo paternal en que se mire
la vida que se está formando.

No son los hijos para la soledad remedio,
muñecos que curen el hastío,
mendigos que entreguen sus limosnas
a los mayores que deberían cuidarlos,
criaturas forzadas al trabajo,
siervos rendidos por las labores diarias.

Es preciosa la vida
que tan fácil puede plantar el hombre.
Al mundo viene para ser servida,
ajena al sacrifico de padres sin ventura,
aguardando una estrella prodigiosa
y confiando en la previsión de sus autores.

Porque los amo, hijos,
sin haber nacido,
no los traeré a mi mundo
para ofrecerles nada.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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