sábado, 11 de abril de 2009

LA PENICILINA

Pocos agentes efectivos contra las enfermedades infecciosas existieron hasta el hallazgo de la penicilina. Tal vez sólo deban destacarse la quina, importada del Nuevo Mundo, efectiva contra la malaria y la emetina usada en el tratamiento de la amebiasis desde 1912.

Del efecto inhibidor del crecimiento bacteriano por gérmenes del suelo ya había conocimiento en época de Pasteur. El científico francés había descrito en 1877 la destrucción del Bacillus anthracis cuando el cultivo era contaminado por microorganismos del aire, y había informado la resistencia al carbunco de los animales inoculados con el bacilo e inyectados con gérmenes comunes. Así escribió: “Estos hechos autorizan a concebir acaso las más grandes esperanzas desde el punto de vista terapéutico”. Pero fue sólo la preocupación de Alexander Fleming por el fenómeno la que permitió su aprovechamiento. Trabajando en el laboratorio bacteriológico del Saint Mary´s Hospital de Londres, descubrió Fleming en 1928 que un cultivo bacteriano de estafilococo, contaminado por un hongo vulgar y abundante -al olvidar tapar la caja del cultivo-, comenzaba a disolverse en la vecindad del moho. Su interés por el hongo lo llevó a aislarlo. Los micólogos concluyeron que el moho era el Penicilliun notatum, y a la sustancia por él producida le dio Fleming el nombre de Penicilina.

Sería catalogado mucho después, en 1942, como antibiótico, cuando el profesor Selman Waskman, profesor de bacteriología en los Estados Unidos, introdujo tal denominación para las sustancias producidas por microorganismos con capacidad de inhibir el crecimiento de los microbios, acaso en recuerdo del término antibiosis de Vuillemin, quien lo propuso en 1899 para designar la inhibición del bacilo del carbunco por los gérmenes contaminantes.

El trabajo de Fleming fue por mucho tiempo solitario. Aislar el moho no fue fácil, más cuando había poco interés por él. Sin embargo los resultados clínicos con la sulfamida, presentados en 1935, despertaron el interés por los antibacterianos y con él, por el descubrimiento de Fleming. Pronto el Penicillium fue desarrollado en medios sintéticos. Se iniciaba así la era de los antibióticos.

Habiendo participado como médico en la gran guerra del catorce, Fleming conocía muy bien la infección de las heridas y ante todo el cuadro mortal de la gangrena gaseosa, en cuya prevención poco papel jugaban los antisépticos. Su ilusión era encontrar una sustancia que destruyese en la sangre las bacterias. Antisépticos como el mercurocromo no admitían la administración sistémica. La penicilina en cambio, aún a grandes dosis resultaba inocua.

La mortalidad por heridas ascendió en la I Guerra Mundial al 85%, infecciones como la gangrena gaseosa y el tétanos fueron las grandes responsables. La vuelta a las técnicas de Lister, el debridamiento de las heridas y otras medidas procuraron y consiguieron en parte el control de la sepsis. Faltaba aún la aplicación del gran descubrimiento de Fleming. Pero su utilización se retrasó doce años. Primero debía purificarse y concentrase.
Patrocinados por la Fundación Rockefeller, Fleming, Florey y Chain emprendieron los estudios sobre el antibiótico en 1939. Sir Howard Walter Florey profesor de patología en Oxford retomó el descubrimiento de Fleming, animado por el deseo de obtener un antibiótico eficaz para aplicación clínica. El bioquímico Erns Boris Chain, judío alemán exiliado en Inglaterra por la persecución nazi, se unió al esfuerzo. Así se obtuvo un extracto purificado de Penicilina. La primera inyección realizada por Barnes con 30 mg resultó atóxica al ratón. Finalmente el 25 de mayo de 1940 se probó en tres ratones con estafilococo, estreptococo y Clostridium septicum respectivamente. Todos los animales sobrevivieron.

El 12 de febrero de 1941 la penicilina se aplicó por primera vez a un enfermo, pero el medicamento milagroso con que se intentó salvar la vida de un policía londinense afectado por la sepsis, se agotó a los cinco días de tratamiento, cuando el paciente ya mostraba franca mejoría. La recaída y la muerte ensombrecieron este primer intento. Pero el éxito coronó el segundo ensayo, cuando un joven de 15 años fue salvado de una mortal infección estreptocóccica con que se complicó la herida de su muslo lesionado.

Absorbida por la guerra, no fue la patria de Fleming la que inició la producción de las enormes cantidades de antibiótico que la humanidad requería, sino Estados Unidos, nación aún en paz, que unió el apoyo gubernamental al de los grandes laboratorios farmacéuticos de la nación, Merck, Pfizer y Squibb, para producir el moho, en gigantes e innovadores tanques, en ingentes cantidades. Terminada la II Guerra Mundial salieron incalculables dosis de antibiótico de las fábricas de las dos naciones aliadas a los campos de batalla. En 1957 tras el descubrimiento de la estructura molecular por Dorothy Crowfoot Hodking, John C. Sheehan y K. R. Henery-Logan del IMT consiguieron sintetizar la penicilina.

Como pocas veces, el mundo rápidamente reconoció a Fleming todos sus méritos. Jorge VI en 1944 lo armó caballero y el Premio Nobel en 1945 llegó a sus manos, en honor compartido con Florey y Chain.

La exitosa utilización del medicamento, se encontró sin embargo con la resistencia bacteriana, aún con la de los mismos estafilococos que un día contribuyeron a su descubrimiento. En 1944 se reportó el primer caso de estafilococo productor de penicilinasa, y en 1948 65 a 85% de los estafilococos aureus hospitalarios eran resistentes a la penicilina.

Inefectiva resultó la penicilina contra la fiebre tifoidea, pero lo fue en cambio el cloramfenicol, no lo fue tampoco contra la tuberculosis, pero apareció la estreptomicina. Y la molécula fundamental ante el fenómeno de la resistencia, dio muy cerca de nuestros días origen a penicilinas semisintéticas y penicilinasa resistentes, que por primera vez aparecieron en 1960.


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LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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