viernes, 25 de mayo de 2012

UNA SEÑAL DEL MÁS ALLÁ (IV)

Como no se trataba de volverse psicóticos con la idea del más allá, ni con el mundo de las cargas laborales, Adriana y Emilio se deleitaban con las bondades que la vida les brindaba. Gozaban lo espiritual y lo mundano, más tal vez lo terrenal, por tener una duración pasajera y un final inapelable. Satisficieron sus sentidos sin timidez y con derroche, de tal forma que esta vida no les debiera nada.

“Aquí disfruto tu cuerpo, allá disfrutaré tu espíritu. No imagino dos almas copulando. Hasta grotesco resulta el espectáculo. Por eso los cuerpos para buscar intimidad se ocultan. Normal en este mundo, pero creo que en esa excelsitud, en cambio, las manifestaciones del amor serán más pudorosas. Habrán de ser inigualables, habrán de ser auténticas, habrán de ser irreprochables. Sin absurdas posesiones, sin celos ni egoísmos, sin imposiciones de fidelidad, porque será el amor universal. Ya sabes que la fidelidad, aunque con cara de virtud, es más un vicio. Un vicio con que a mi voluntad someto a quien me quiere”.

Que todo en el más allá fuera perfecto le parecía a Adriana razonable. Podría ser que los amores egoístas -seudoamores- no existieran, y que todas las almas se quisieran. Lo que no era especulación, y le constaba, era que Emilio era coherente con sus críticas a los celos y a la fidelidad. La amaba, la trataba con ternura, la consentía, la disfrutaba, desprevenidamente, sin admitir sospechas, sin demandar exclusividad alguna. Sin pensar de qué proporción de su corazón era su dueño, Y ella correspondía: lo hacía sentirse libre y a la vez amado. De la única que temía se lo llevara era la muerte. Y aun así, aunque sin las elucubraciones de su amado, sentía tranquilidad ante la parca. “Será un hasta luego, mientras volvemos a encontrarnos”, vaya uno a saber con qué certeza, lo aseguraba Emilio. Pero obraba la gracia de la tranquilidad que todos anhelamos.

Con el tiempo la arrolladora personalidad de Emilio terminó por absorber la de su amante. Adriana se compenetró tanto con su pensamiento, que nunca más oso criticar los aparentes descuidos con su salud y con cuerpo. Entendió que todo su comportamiento era producto de una filosofía muy bien argumentada. Ella sabía que Emilio partiría primero, pero no la afligía el dolor que le debiera provocar su ausencia. Cierta o no, tanta especulación con la muerte los había familiarizado con el más allá. Gracias a ella le habían quitado a la muerte su significado trágico y le habían conferido un aire esperanzador y triunfalista. Pero mucho trecho podría haber entre la realidad y los anhelos.

Luis María Murillo Sarmiento (Primer relato de "Cuentos críticos y reflexivos")

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sábado, 12 de mayo de 2012

A QUIENES SÍ SON MADRES

Eres, mujer, tibio refugio de las almas
en trance de encarnarse,
acogedora matriz, entraña protectora,
presagio del amor sin condiciones,


Mas no,
no exalto a todas,
no canto a todas las mujeres.
tan solo a aquellas que saben
qué es ser madre.


No a aquellas que repudian
el fruto de su vientre,
no a aquellas que desprecian
la maternidad y la condenan,
no a aquellas que con su trato niegan
esa ternura que se supone innata.
..
Título excelso: ¡MADRE!
No a todas se concede.


Madre eres tú, no por brindar la vida,
que igual brota de entrañas desalmadas,
madre eres tú que te desvives
por el tesoro que nace de tu vientre.


Madre eres tú, que pones en su cielo
los rayos de un sol que lo ilumine.
Madre, porque su porvenir pincelas
con tintes de verdor y de esperanza.


Madre eres tú, que dejas huella
junto a su pie en sus primeros pasos,
y la impronta del bien como un prefacio
en el inédito registro de su vida.


Madre eres tú, impávida a tu propio dolor,
porque en el sacrificio maternal
encuentras recompensa.
Madre eres tú, que pones en su boca
hasta la necesaria ración que te alimenta.


Madre eres tú, que aprendiste a orar
para pedir al Cielo su ventura,
y apaciguar el sobresalto de su ausencia.
Tú, que la vida entregas
por el maravilloso prodigio de tu sangre.


Madre eres tú, perenne renuncia y abandono,
que sufres con sólo imaginar sus aflicciones,
tú que por cuidar su sueño
te desvelas.


Madre eres tú…
excelsa madre mía.
Tú, ejemplo de entrega,
tú que me prodigaste tu aliento
y me formaste.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO

domingo, 6 de mayo de 2012

UNA SEÑAL DEL MÁS ALLÁ (III)

Con propósito científico intentó Emilio encontrar la manera de comprobar su hipótesis. De demostrar el más allá y la escisión de cuerpo y alma. Pero el intento, lejos de demostrar alguna cosa, acrecentaba la complicada empresa con la carga de las nuevas teorías que generaba. Definitivamente el acceso al conocimiento de lo sobrenatural era inviolable.

Aunque imaginaba que una nítida ruptura entre el cuerpo y el espíritu se daba en el momento de la muerte, concebía la idea de que existieran antes momentos de separación entre el alma y la materia. Y le proponía a Adriana ejercicios como este: “Intenta cuando te acuestes atiborrar tu mente con pensamientos que te liberen de tu cuerpo, que te permitan elevarte en un viaje al infinito, que te hagan sentir etérea, liberada de las leyes de la física”. Adriana como dócil alumna lo intentaba, pero sin estar absolutamente persuadida del mundo que idealizaba Emilio, le contaba, tras despertar al otro día, que había tenido un sueño plácido y profundo, pero sin la más remota sombra de un recuerdo.

“No te concentras. No pones completamente de tu parte”. Y con ingenio, más por quedar bien que por convencimiento, refutaba: ”Yo creo que es todo lo contrario. Tanto me absorbo, que mi espíritu se desprende de mi cuerpo y no queda en mi mente, de su viaje, ni un recuerdo. Así ha de ser como funciona. No permite el Creador que tengamos en esta vida conocimiento de ese mundo reservado”. Podía ser cierto, pero él sí tenía experiencias por contarle: “Me dormí con la férrea convicción de adentrarme en el mundo exclusivo del espíritu y recuerdo que pese a mi apariencia corporal, floté ligero, y más liviano que una pluma fui impulsado, no sé si por el viento, a una altura en que lo dominaba todo. Y a mi voluntad subía y bajaba, e ingrávido desbordé la cúpula del cielo. Me hice etéreo y penetré los confines del espacio, debí llegar a Dios sin darme cuenta, porque por un instante tuve la sensación de conquistar el infinito y lo absoluto. De pronto el concierto del amanecer en mi ventana me volvió a la corporeidad del nuevo día”.

No era un deliro, en consecuencia aceptaba que así como podía haber sido una experiencia sobrenatural, también había podido corresponder a un sueño.

Muchas veces se repitió la sensación sin aclararle nada. Claro que otra intención en esos viajes era instalarse en el más allá definitivamente. Por eso hasta detalles de su funeral llegaban a su imaginación sin angustiarlo.

Luis María Murillo Sarmiento (Primer relato de "Cuentos críticos y reflexivos")

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