sábado, 29 de mayo de 2010

PARA PODER VIVIR: UN FIN INALCANZABLE

Voy en pos de un sueño que la realidad
no encuentre en esta vida.
Voy en pos de una verdad inalcanzable.
Busco una estrella que brille cada vez más lejos.
Busco una cuenta infinita de luceros,
que mi tiempo no alcance a enumerarlos.
Busco una mujer inmune al tiempo:
una piel tersa que nunca se marchite.
Anhelo una conquista surcada de imposibles,
una quimera que mantenga la llama de la vida;
un objetivo irrealizable
que distraiga mis días
hasta la muerte.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético")

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miércoles, 19 de mayo de 2010

MI SUPERYÓ ONÍRICO

Mi vista no pudo resistir venus tan exquisita. Mi mirada se deslizaba turbada desde su talle hasta sus glúteos adorables. Ceñidos por un pantalón blanco que dejaba traslucir la seductora tanga, me habían quitado todo interés en el sermón del párroco. Había comenzado viéndolos de reojo y había terminado mirándolos con descaro. Estaba en éxtasis; en un éxtasis mundano. Gozaba con cuanto me dejaba ver, pero mucho más, con cuanto mi imaginación me prodigaba. A mi lado los feligreses abstraídos en el rito repararon tarde en mi conducta. Cuando lo hicieron comenzaron a verme con asombro; y llegó el momento en que todos me clavaron su mirada. Había ira y admoniciones fuertes. Yo gritaba: «¡Hipócritas! ¡Allá ustedes y sus posturas moralistas!» «El cuerpo no es para fornicar», me replicaban, apoyándose en palabras de San Pablo. «¡Desafiaría a la ley natural si no me atrajeran esas hermosas nalgas! ¿No ven que es el instinto?». La iglesia se quedó en silencio y mis palabras retumbaron: «¡Pecador sería si intentara poseerlas por la fuerza! ¡Reclámenle al Creador mi instinto! A Él que imprimió en el hombre estos impulsos». Del púlpito bajó el padre con cara descompuesta, caminaba intimidante hacia mí, rodeado por la turba. Me arrollaron física y verbalmente hasta expulsarme. Peca de obra, consideraban unos; de pensamiento, otros. «¡Mis pensamientos son los mismos que pasan por su mente, pero ustedes, farsantes, los encubren!». En la algarabía mi alegato se perdió. Me dispuse a la lapidación: «¡Arrójenme si son tan castos al menos una piedra!». Sin darme cuenta estaba en plena calle, cegado por la claridad del día.
Cuando mi vista se acomodó a la luz, abrí los ojos, todo estaba en paz, y la enfermera frente a la ventana abriendo las cortinas. Venía de allí la luz que deslumbraba. No había pecado, ni párroco, ni muchedumbre; una pesadilla apenas que se aprovechaba de mis conflictos inconscientes. Eran mis sueños librando batallas que percibía en la realidad resueltas. De pronto la seguridad que exteriorizaba estaba siendo puesta a prueba en mis sopores. Pensé que el superyó de mis delirios quería erigirse como mi contendiente.
En mis visiones oníricas lo fantástico, lo místico o lo lujurioso había estado siempre presente, pero ahora tenía una connotación filosófica, moral y religiosa que nunca le había dado. Era tal vez la incertidumbre en el momento de la muerte en confrontación con la seguridad de los razonamientos que habían guiado mi vida. Al fin y al cabo de lo absoluto no hay certeza, pero con la cercanía de la muerte estaba irrumpiendo en lo absoluto.
Volví a mi sueño y lo encontré gracioso. El amor, el sexo, la pasión, la reflexión intelectual, el esparcimiento, el culto, todas me resultaban actividades decorosas de un individuo sano. Ninguna era pecado. Imágenes surrealistas incómodas llegaron a mi mente: una Biblia sobre el pubis desnudo de la amante, una broma en un sepelio, una blasfemia infiltrada en un rezo fervoroso, de pronto un sentimiento ardorosamente lúbrico en plena eucaristía, recordándome que todo tiene su lugar y su momento. Todo eso es lícito dependiendo del entorno en donde se realice; censurable si se lleva a cabo cuando y donde no se debe.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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domingo, 9 de mayo de 2010

MEGALOMANÍA DE UNA DESCERTIFICACIÓN *

Asiste a los Estados Unidos todo su derecho para ofrecer y retirar ayudas a gobiernos extranjeros, para abrir o cerrar sus mercados a los competidores, para fijar sus políticas arancelarias, para cerrar sus fronteras a ciudadanos indeseables, para determinar su inversión en el extranjero, mas no para juzgar y condenar al mundo en el caprichoso ejercicio de una autoridad que nadie les ha conferido. Megalomanía de una nación afectada por un alto consumo de alucinógenos, ridícula pretensión que ha llegado en el caso particular que nos ocupa, al extremo de avergonzar ante el mundo a una nación amiga, trato injusto e indigno que desborda todas las consideraciones de la diplomacia y que consigue a cambio atenuar en gran medida la simpatía que muchos colombianos hemos tenido hacia esa gran nación americana.

Enfrentado por el país el absurdo proceso de la certificación con más altivez y dignidad, menos penosa hubiese sido la decisión para Colombia, porque tan censurable como la actitud de los Estados Unidos, fue en Colombia, la de quienes con su súplicas la alimentaron, lastimando el orgullo y la soberanía de la nación.

Ojalá aprenda Colombia a actuar por fidelidad y apego a sus principios y no por temor a sanciones de quienes moralmente no tienen competencia para imponerlas.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Los diarios colombianos El Espectador (marzo 9 de 1996, pág. 4A) y El Tiempo (marzo 12 de 1996, pág. 4A) publicaron esta nota. Eran los tiempos en que el gobierno colombiano no era bien visto por el norteamericano por el ingreso de dineros del narcotráfico a la campaña presidencial de Ernesto Samper, quien dirigió los destinos de Colombia de 1994 a 1998. Con los cambios de gobierno y las sucesivas administraciones de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, el país suramericano y Estados Unidos estrecharon sus vínculos y Colombia no fue más descertificada. Pese a la admiración que el autor sigue profesando por la nación del norte, se mantiene en el criterio de que ningún país puede ser el juez del universo.


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domingo, 2 de mayo de 2010

LA ESPERANZA DE AMAR NUNCA SUCUMBE

En la nostálgica evocación de mis pasiones,
una estampa de mujer
revive los goces más sublimes.
En la añoranza de sus dichas
los gozos amenazan mi prudencia:
la promesa de reprimir mis sentimientos.

¿De qué vale ante el llamado del amor
la intención de escapar a sus espinas?
Los juramentos en el amor son insensatos:
en un arrebato de placer somos perjuros.
Más pesan las ansias de amar
que las acerbas cicatrices del pasado.

Entonces tú,
que te imaginas a mi vista indiferente
comienzas a obrar el milagro del romance:
siento tu voz anidada en mis silencios
y advierto de tu imagen los fulgores
-los destellos que arrasen mi sino de tinieblas-,
y veo tu ser paliando mis congojas,
en la maravillosa invención de mi esperanza.

Siento entonces que en tus ojos expiran mis afanes,
porque breve presiento la eternidad
para extasiarme en ellos.
Y advierto que mi sed precisa de tus labios,
-de un manantial que sacie las dichas postergadas-,
y adivino en tu cuerpo el calor
que un día se marchó con el olvido.
Y vuelvo a percibir el aura tibia,
de las almas que ayer me enamoraron.

Estoy vencido:
siento tu ausencia y nunca has sido mía,
siento tus besos, ilusión tan solo:
ardiente pretensión de mi utopía.
Y te hablo sin pudor,
resuelto y temerario,
al abrigo de las fantasías
que audaces en mis sueños te reclaman,
porque en la realidad mi arrojo es indeciso,
temen mis suspiros quedar al descubierto,
los goces de tu piel me están vedados,
debo aquietar de reojo las ansias de mirarte.

¡Crece entonces, prodigiosa ilusión,
para que pueda por fin
proclamar mi sentimiento!


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético")

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