jueves, 28 de mayo de 2009

HOMBRE, ESENCIA MINÚSCULA Y GIGANTE

Lúcida arcilla, que encierras en tu entraña
esencia de deidad y de demonio,
naturaleza minúscula
en la inmensidad del orbe,
brizna al vaivén de la fortuna
-chispa a la vez dominadora-,
amo y señor,
depredador que guarda el universo.

Invención magnífica de Dios -talla de barro-,
perpetuo constructor de sueños e ilusiones,
genio, bohemio, artífice virtuoso,
ingenio innovador, que como un atlas,
carga el apogeo de la Tierra en sus espaldas.

Entendimiento escrutador de lo absoluto,
enredado en los enigmas de la vida.

Espíritu sensible al mimo y al halago,
alma atormentada y despiadada,
con entraña utilitaria o de quijote,
conciencia colmada de dilemas,
al arbitrio del bien, del mal y las pasiones.

Disciernes, odias, amas,
juzgas, perdonas y condenas,
aciertas, te equivocas, yerras.
Trascendente y frívolo,
ruin y generoso
discurres por la vida,
hilando el tramado de la historia,
colonizando el tiempo y el espacio,
cual heredero de Dios
que imagina a su ambición
la creación en su totalidad subordinada.

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE POEMA

miércoles, 20 de mayo de 2009

LO QUE EL HOMBRE OCULTA

Hablando de la muerte terminé hablando de lo irremediable; y especulando sobre lo irremediable volví a ocuparme, cosa rara, de las relaciones de pareja. Advertí, para mostrar la conexión, que la relación entre el hombre y la mujer encierra verdades tan inexorables como el fin de la vida, a las que reaccionamos de la misma forma: creyendo que sólo aquejan a los demás y sorprendiéndonos cuando nos afectan.
Fernando y Nayibe, que eran los impresores de mis obras, me escuchaban. Nada era nuevo para ellos que vivían corrigiendo las artes de mis libros. Sin embargo muy pocas veces ponían en discusión su contenido. Su trabajo era ante todo técnico. Esta vez era una conversación de amigos. Fernando estuvo de acuerdo con la mayoría de mis razones. Yo afirmaba que el agotamiento del amor y la infidelidad son insalvables: «Están en nuestros genes. Ni los sermones del párroco, ni las prédicas moralistas prolongan el amor. ¡La infidelidad patente o latente, siempre está presente!». Fernando asintió, pero prefirió referirse a la infidelidad de pensamiento, sin descartar que algunos hombres definitivamente fueran fieles, creo que para no incitar las suspicacias de Nayibe.
–Muchos –dijo– proclaman su virtud, ¿cómo me atrevo yo a contradecirlos?
No me di sin embargo por vencido:
–La vida íntima, es íntima, Fernando. Tan secreta que sólo su dueño la conoce. Los hombres somos –no sabía hasta dónde era válido incluirme– farsantes expertos y consuetudinarios; magistrales cuando de cuestiones de moral se trata. Los hay capaces de desgarrar sus vestiduras en demostración de apego a costumbres que en realidad repudian. Hay que ver cuanto vende el mercado del sexo por ejemplo. Entre sus compradores están los mismos que en publico se ofenden con la imagen pornográfica que hambrientos en su intimidad devoran.
–A toda la humanidad cierta obscenidad le agrada –opinó Nayibe–, y es normal que sienta el pudor de confesarlo. Son deleites que no tienen que manifestarse en público.
–Que lo gocen en privado es lo mandado. Al fin y al cabo son placeres para disfrutar a solas. En público cohíben y avergüenzan. Tan odioso es en estos casos el cinismo como la afectación. Es la naturalidad lo más honesto. Yo no censuro lo que es un gozo universal, lo que critico es la doble moral de reprobar y disfrutar al mismo tiempo.
–Lo mismo se puede decir de los infieles –anotó Nayibe.
–Pero sin pretender defenderlos –arguyó Fernando–, ¿un infiel que otro camino tiene? Justificar la infidelidad es tanto como reconocer que se tienen amores clandestinos. El primer mandamiento del infiel es negar hasta la muerte.
–Negar hasta cuando los cogen in fraganti: «no es lo que parece mi amor», «no es lo que te imaginas» –dijo Nayibe en tono de reproche.
Entonces Fernando decidió poner a salvo su inocencia, y cuando concluyó con «nada tengo que ocultar», yo dije que tampoco, pero no con intención de negar, sino por el contrario, de proclamar mis infidelidades para dar prueba de mi transparencia. Y nada tengo que ocultar, porque ya son hechos confesados. Me doy cuenta sin embargo de que esa actitud corre el riesgo de ser tildada de cinismo, y en ese momento aunque no esperaba reproches por hechos del pasado, preferí no correr riesgos y planteé otro tema, el de la infidelidad en las mujeres, para poner a Nayibe en el banquillo.
–Es mucho menos notoria que la masculina –adujo– y si va en aumento es porque ustedes son nuestros maestros.
Me pareció ingeniosa su respuesta.
–Doy por cierto que progresa –dije–, pero no sé si nuestro ejemplo sea determinante. Un vestigio de nuestra evolución nos hizo infieles.
–No te tomes, José, el tiempo de explicarlo, que a punta de corregir las pruebas de tus obras casi puedo recitar de memoria tus razones.
Entonces parafraseando recordó que el hombre primitivo teniendo la responsabilidad noble y difícil de poblar la Tierra, debió hacer suya a cuanta hembra pasara por su lado. «Y les quedó gustando –anotó Nayibe de su propia iniciativa–. El resto es el cuento de las hormona masculinas que alebrestan a la mujer que se las toma».
–¿Sabes lo que me llama la atención, Nayibe? Que el hombre siempre ha sido infiel, pero la mujer, sólo hasta ahora lo declara y lo reclama. Yo me pregunto: ¿Si siempre los hombres hemos sido infieles, con quien entonces hemos practicado el adulterio?
–Con la misma mujer es imposible –dando pistas, respondió Fernando.
–Conclusión amigos míos, que muchas más mujeres que las que imaginábamos son las coautoras de nuestros resbalones. De pronto son más infieles que nosotros, pero más prudentes.
–De eso pueden estar seguros. Una mujer infiel no cae tan fácilmente –aseguró Nayibe.

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE ESCRITO

miércoles, 13 de mayo de 2009

MEDICINA, ¿APOSTOLADO O SACRIFICIO? *

Equivocamos, tal vez, la elección de nuestra profesión, quienes atados a la vocación por un apostolado elegimos la medicina como fuente de un sustento digno. Y habrán de entender las generaciones venideras, que sólo patrocinadas por actividades ajenas a la medicina, podrán dedicar su tiempo al ejercicio de su oficio humanitario.

Descontando los pocos médicos que holgadamente pueden vivir de su trabajo, porque sabiamente han conseguido esquivar el vínculo con las instituciones públicas, muchos son los que en instituciones del Estado (las que reflejan el verdadero estado de la medicina colombiana), cumplen una labor abnegada, sacrificando las comodidades que otro oficio menos exigente pudiera prodigarles; abocados a sueldos de miseria, ni siquiera equiparables al de una secretaria ejecutiva; a jornadas extenuantes, a riesgos médico-legales propiciados por una asistencia mal planeada, en la que es esquivo el presupuesto; a normas del estado que limitan su trabajo, a la desprotección contra los riesgos ocupacionales y cuando no, sometidos a la explotación de cuanto comerciante adivina en los servicios de salud la posibilidad de lucro. Y hasta huérfanos del trato humanitario que su vocación, en cambio, les obliga a prodigar a sus pacientes.

El médico, receptor otrora de las más altas distinciones y consideraciones, hoy debe ver con angustiosa nostalgia, que al ejercicio de su noble apostolado se opone la triste realidad de una profesión llena de riesgos y de responsabilidades como ninguna otra, y sin la recompensa siquiera de una vida digna.

Despreciado por gobiernos anteriores, el médico como supremo conocedor y orientador de las políticas de salud, hoy por fortuna advierte el acertado nombramiento del reconocido intensivista Alonso Gómez Duque como Ministro de Salud, designación que llena de agrado y esperanza a sus colegas, al intuir en su designación el renacer de una ilusión que devuelva a la salud y al médico la importancia que ha de tener en toda comunidad sensata.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* En el periódico colombiano El Espectador fue publicada esta epístola, el 14 de octubre de 1994 (pág. 4A). Varios ministros han pasado desde entonces por esa cartera, que terminó por fusionarse con la de Trabajo en el ministerio de Protección Social. Creo que ya no se añora la medicina de antaño, no porque haya retomado sus viejos ideales, sino porque paulatinamente van desapareciendo quienes la practicaron. Las nuevas generaciones de médicos no pueden extrañar lo que nunca conocieron. Hoy las leyes del mercado dirigen la salud; por eso nos corrigen cuando hablamos de pacientes: la designación correcta es la de clientes.

VOLVER AL ÍNDICE
VER SIGUIENTE ESCRITO

martes, 5 de mayo de 2009

CARTA XL: TU PIEL

Septiembre 7

Mi amor:

Que sensación más tierna la de tu piel, hermoso regalo de tu ser a mis sentidos.

No parece haber conocido tu piel el rayo abrasador del mediodía que eclipsa la belleza, marchitando los años juveniles. Tal vez la han cultivado los delicados destellos de la luna, tal vez en ella tu corazón ha prolongado la ternura y la bondad con que palpita.

Transpira tanto amor tu piel como tu alma, y como ésta, aquélla es generosa. De dolor sabe y de amargura y a cambio, sin embargo, entrega una plácida caricia. Adulta es por sus años, ingenua e infantil por su tersura.

Por tu piel sé que eres dulce, por tu piel que eres buena, por tu piel que eres pura. Me enamoró tu piel y mis manos jamás renunciarán a ese angelical contacto.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

VER SIGUIENTE CARTA
VOLVER AL ÍNDICE