lunes, 9 de marzo de 2009

LA QUIMIOTERAPIA

La vida de Paul Ehrlich (1854-1915), médico y biólogo alemán, discípulo de Koch, giró siempre en torno a las propiedades y aplicaciones prácticas de los colorantes, que en su época de estudiante, recién habían sido introducidos en los cortes histológicos. Inclinado por la química y la histología, que en su mente convergían en el conocimiento de los microorganismos, y con una tesis doctoral que versaba sobre los colorantes y la práctica histológica, soñaba con la destrucción de las bacterias dentro del organismo, y estaba convencido de que los colorantes por su afinidad a ellas cumplirían tal objetivo. Pero la verdad era que sin éxito se habían utilizado aplicaciones intravenosas de colorantes de acridina, urotropina y sales de quinina.

Recuperándose de una tuberculosis pulmonar, Ehrlich regresó de Egipto y dirigió sus estudios al conocimiento de la inmunidad. Fue recibido por Koch, quien le confió en 1890 la supervisión de sus pacientes tratados con la tuberculina.

La afinidad selectiva de los colorantes, le hizo imaginar a Ehrlich la posibilidad de encontrar sustancias tóxicas, que afines a la bacterias, pero poco a las células humanas, permitieran, sin causar daños al huésped, tratar con éxito las enfermedades infecciosas.

Ehrlich inició sus experimentos con Shiga descubriendo el rojo tripán, con el que consiguió la curación de la tripanosomiasis en las ratas. Del parásito investigado derivó la sustancia su nombre. Aunque no resultó ser tan efectiva en el ser humano, fue precursor histórico del prontosil rojo de Gerhard Domagk y significó el inicio de exitosas investigaciones en la terapéutica antiparasitaria.

Las investigaciones de Ehrlich en 1905 en pos de un tratamiento para la sífilis, condujeron al hallazgo del compuesto arsenical arsfenamina o salvarsán, “la bala mágica”, verdadero inicio de la quimioterapia en el tratamiento de las infecciones. Se materializaba así la posibilidad de combatir mediante sustancias químicas sintéticas los microorganismos patógenos del hombre.

Fue estudiando el atoxil, compuesto arsenical empleado en el tratamiento de la enfermedad del sueño, como obtuvo al cabo de varios años, en 1910, el salvarsán, preparado 606 de la secuencia de sus experimentos. La nueva molécula, obtenida conjuntamente con Hata, aunque efectiva contra el Treponema pallidum, tuvo efectos tóxicos que limitaron su uso y lo llevaron a desarrolar en 1912 una nueva molécula, el neosalvarsán.

No sólo se beneficiaron los enfermos de sífilis con estos descubrimientos; al salvarsán fueron también sensibles el botón de oriente y la frambesia tropical, entre otras enfermedades. Complementando la acción del salvarsán contra la sífilis se introdujeron en 1941 los compuestos de bismuto. La toxicidad hepática del primero y renal de los segundos limitaron sin embargo su uso, afectando el tratamiento de la sífilis, aunque tan sólo el corto tiempo que tardó la introducción de la penicilina.

Los aportes de Ehrlich al conocimiento y tratamiento de las infecciones valieron a su autor el premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1908.

Observando el anatomopatólogo alemán Gerhard Domagk en 1932 la acción bactericida de un colorante, el prontosil rojo, descubrió la acción contra el estreptococo. Administraba a sus conejos y ratones de experimentación virulentos estreptococos y posteriormente los compuestos sulfaminados, descubriendo que los animales tratados sobrevivían, no así los tomados como control. En 1935 comunicó sus primeras experiencias. Enfermedades como la erisipela o la fiebre puerperal tenían por fin un tratamiento razonable. En el Instituto Pasteur se descubrió al año siguiente que era en realidad la sulfanilamida, en la que aquél se metabolizaba, la responsable de la acción antibacteriana. Había nacido con su descubrimiento la sulfamidoterapia. Como alguna vez lo hiciera Lister, Domagk también probó con éxito en un ser querido, su pequeña hija, el producto de sus experiencias. Le inyectó prontosil para curar con éxito una grave infección estreptocóccica originada en un pinchazo accidental con una aguja. En 1936 el medicamento salvaría la vida del hijo del presidente Roosevelt

Entusiasmado el mundo científico en Europa y en América comenzó a modificar las moléculas originales en pos de nuevos medicamentos, tanto o más eficaces que el descubierto por Domagk. Surgieron multitud de sulfas que en polvos y tabletas hicieron parte de las raciones de los soldados que marchaban a la guerra. Domagk fue galardonado en 1939 con el premio Nobel por su descubrimiento, pero sólo lo recibió hasta 1947, ya desaparecido Hitler, quien había ordenado a los alemanes abstenerse de recibir el Nobel.

Pero el medicamento más importante en la batalla contra las infecciones sería el que el médico y bacteriólogo inglés Alexander Fleming descubriera en 1928: la penicilina. Al hongo productor de la penicilina, seguirían los estreptomicetos como invaluable fuente de antibióticos. En uno venezolano descubrió en 1944 Selman Abraham Waksman, microbiólogo ucraniano residente en Estados Unidos, un nuevo antibiótico al que dio el nombre de estreptomicina. Su investigación le merecerían el Premio Nobel en 1952. En otro también hallado en Venezuela, Burkholder en 1947 descubriría el Cloramfenicol.

Una importante lista de antibióticos producida por los estreptomicetos como rifampicina, vancomicina, novobiocina, lincomicina y eritromicina se uniría en el trascurso de las investigaciones a estos decubrimientos, comenzando una industria a la vez próspera y esperanzadora.


BIBLIOGRAFÍA
1. Alsa Sua A. Antibióticos ß-lactámicos: penicilinas y cefalosporinas. En Farmacología. 16ª. Ed. Madrid: Interamericana-McGraw-Hill. 1996: 942
2. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966: 171-177
3. Ballester Escalas Rafael. Los forjadores del siglo XX. Barcelona: Gassó Hermanos Editores. 1964: 376-378
4. Farreras Valenti Medicina Interna. Barcelona: Editorial Marín S.A. 1967: Tomo II, 921
5. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 540
6. Iribarren Manuel. Los grandes hombres ante la muerte. Barcelona: Montaner y Simón S.A. 1951: 324
7. Jaffe Bernard. La química crea un mundo nuevo. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1964: 75-79
8. Jawetz Ernest, Manual de microbiología. México: Manual Moderno, 1975: 123, 142-146
9. Laín Estralgo Pedro. Historia universal de la medicina. 1a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1980: Tomo 7:170, 236-238, 277, 282
10. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI: 7
11. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
12. Phair S, Warren P. Enfermedades infecciosas. 5ª. Ed. México: Ed. McGraw Hill Interamericana. 1998: 3
13. Pujol Carlos. Forjadores del mundo contemporáneo. Barcelona: Editorial Planeta. 1979: Tomo 6, 339, 351
14. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 264, 264 (ilustración), 267
15. Thwaites J. C. Modernos descubrimientos en medicina. Madrid: Ediciones Aguilar. 1962: 60, 63, 73
16. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 153, 340-342



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

VER ÍNDICE
VER SIGUIENTE CAPÍTULO