viernes, 22 de febrero de 2008

¿QUÉ ES EL PECADO?

«¿Qué es el pecado? ¿La rebeldía a la voluntad de Dios, una voluntad que poco conocemos? ¿O una absurda condición heredable como el pecado original, el curioso invento de San Agustín y Tertuliano? ¿Entonces el placer y el sexo, satanizados por la religión?». En ello pensaba José en el preámbulo del inventario moral de su existencia. Confrontaba su vida con los patrones que le habían proporcionado, y no encontraba un modelo que no contraviniera su razón. Que era tanto como hallar un modelo que no hubiera quebrantado.

Polémica había sido su vida amorosa, por lo que resultaba forzoso recordar a sus amantes. Alguna recóndita culpa debía sentir para que fuera tan reiterativo en su defensa. «¿Pero era censurable?» –se preguntaba–. «Claro que no». Porque no encontraba pecado en los amantes. «¡Ideas fanáticas de puritanos resabiados! Noción del bien y del mal que no comparto aunque esté a las puertas de la muerte».
Se negaba a transigir mientras pudiera demostrar que su existencia se había enmarcado dentro una moral tallada meticulosamente, muy personal y sólida; racional y práctica. «Los mayores males del hombre no provienen del amor –argumentaba pensando en los amantes–, sino del rencor, la ira, la envidia, la avaricia, el egoísmo y la soberbia. Ruindades que persiguen la desgracia ajena». Y guardaba para su tranquilidad la convicción de haber obrado siempre previniendo el daño de sus semejantes y examinando la bondad de sus acciones. Tenía la certeza de que el infierno nada tenía que ver con los instintos.

«Copular, comer y dormir son actos instintivos, pero fueron elevados a pecado; pecados pretenciosos, de la carne, la gula y la pereza. Ni muriéndome voy a reconocer como falta la fuente de mis dichas. Busquen en el abuso sexual, o en la paternidad irresponsable los verdaderos pecados de las carne. Más que pecados son verdaderos crímenes».

Su escrupuloso inventario también le exigía cuantificar la falta. «¿Se peca únicamente con la intención perversa, o sólo cuando se logra materializar el daño?». Y deducía que la injuria que no se cristaliza por motivos ajenos a quien la concibe no rebaja la condición pecaminosa; y que en cambio la responsabilidad se eclipsa con la sola renuncia a cometer la falta. «Se registrará en la conciencia como un pensamiento más, inocuo y censurable». Y exponía que la ejecución del acto malévolo es la falta realmente punible. «Para castigar no basta la ideación. A diario todos albergamos oscuros sentimientos. Atajarlos es ya un éxito de la virtud. Es la voluntad, que mueve al individuo a la cristalización del mal que ha imaginado, la que confiere el carácter pecaminoso a los deseos». Así llegaba a la conclusión de que no hay que pagar por los pensamientos reprochables. Y se juzgaba tan profundamente lógico, que no albergaba temor por lo que debiera responder en otra vida.
Cada deducción lo incitaba a un nuevo análisis; y cada análisis a nuevas conjeturas. «¿Y cuánto pesa en la tasación de la falta el sentimiento de quien fue agredido?». Parecía lógico que quien tasara el daño fuera el ofendido. Pero no todo evento percibido por la víctima como perjuicio lo era en realidad. Pensó en Elisa deliberadamente. Le bastó el recuerdo de su esposa para concluir que debía dejar a la conciencia el discernimiento de sus propios yerros. Alguna imparcialidad –se dijo– debía tener su conciencia, cuando era capaz de señalar sus faltas y de celebrar que contuviera sus impulsos ruines. «Es falta indiscutible agredir a quien no nos ha agredido; no tratar de impedir que alguien cauce daño a un tercero es moralmente cuestionable, ¿pero qué falta puede haber en no dar gusto o someterse a alguien?». Cerró ese capítulo y volcó su interés en el daño autoinfligido.

Se dijo que la agresión contra sí mismo no es pecado porque es un daño consentido por la víctima, y que además no había forma de castigar al agresor sin perjudicar al agraviado. Una graciosa encrucijada con la que desechaba de la noción de pecado todo comportamiento en que terceros no fueran afectados. Su argumento lo llevó a simplificar la relación consigo mismo. Reducido a un absurdo el comportamiento contrario a los propios deseos, pregonó el hedonismo: «Hago conmigo cuanto deseo y tolero, si yerro, no son censurables mis equivocaciones porque cuentan con mi consentimiento; a nadie más violentan».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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CARTA XIV: LAS PROMESAS DE AMOR. UNA PIZCA DE RAZÓN ANTES DE VOLVERNOS INSENSATOS

Julio 3

Querida mía:

Provengo de una relación que me atormenta, tengo una ilusión personificada en tu existencia, no soy novato en el amor y tengo un sentido demasiado crítico. No quiero engañarme ni engañarte, sé que el amor no dura eternamente, mas quiero que se vuelva duradero. No quiero llenarte de promesas, pero tampoco quiero negarte mis buenas intenciones. Te escribo esta carta con la razón, porque seguramente el corazón será el autor de las próximas que escriba.

Las promesas de amor suelen ser para nuestro pesar sólo promesas. No las obliga la vehemencia con que se pronuncian, la realidad no tiene relación con ellas. Y no se quebrantan por mala voluntad ni infames intenciones, sino por el efecto impredecible de los sentimientos, ajenos al deseo de quien pretende controlarlos.

¡Qué poco sentido tienen en el amor los juramentos! En el amor sólo se podría jurar a posteriori: sobre hechos consumados. Como quien da solemne testimonio de que una determinada circunstancia existe o ya ha pasado. Pero comprometer el futuro en juramento, el futuro incierto y lleno de avatares, no es más que arriesgarse a no cumplir con lo pactado. Jurar para la posteridad es apenas un deseo, es abrigar la esperanza de poder cumplir una promesa, ¿Si se incumple en lo racional y calculado, que se podrá decir sobre los pactos impensados que ofrecen los amantes?

Siempre y jamás, palabras del exquisito lenguaje del amor, no tienen en la realidad cabida. Se expresan sin certeza, apenas con candor, con la efervescencia del momento.

Otras serán probablemente mis palabras cuando sucumba del todo mi razón al influjo de este nuevo sentimiento. A cada instante siento que tú y yo actuamos con menos objetividad y menos calma. No quiero arrebatar tu libertad, tampoco comprometer la mía. Pero también anhelo amar y ser amado.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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CARTA XIII: ¿ENCARNAS ACASO MI UTOPÍA?

Julio 2

Paolita:

Siempre en la mujer imaginé la sublimación de los más delicados sentimientos. ¡Qué pocas veces he confirmado que puede ser realidad esa utopía!

Confiado en la imagen maternal de la mujer, que sólo despide amor en su regazo, concebí la ternura como el don característico de la feminidad, pero ahora sé que esa virtud escasamente al hijo pertenece. ¡Qué pocas mujeres he encontrado en esencia dulces y sensibles!

Hoy que tu ser parece materializar mi fantasía, se asoman mis sentidos a una realidad que parecía imposible. Admiro y adoro tu temperamento sensible, suave como tu piel, que trasmite la ternura de un infante. Gozo con tu figura de mujer menuda y frágil, que proyecta un espíritu bello que rebosa de bondad. Los trazos de tu cuerpo me obsesionan, y sin embargo no son más hermosos que tu alma. Ésta es el objeto de mis anhelos más sentidos, aquél, objeto de mis gozos terrenales.

Tu esencia frágil condensa la naturaleza femenina, que para proteger, mis brazos reclamaban.

Que el destino no endurezca tus facciones, ni el tiempo me vuelva refractario a tus virtudes.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Cartas a una amante")

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ROBERT KOCH

Pocas figuras trascienden tanto como Koch en la historia de la ciencia. Perdido para la medicina clínica, Robert Koch (1843-1910), hizo a cambio los más importantes aportes al conocimiento de las enfermedades infecciosas. Además de sus estudios sobre el carbunco, descubrió el bacilo tuberculoso y el vibrión colérico, e introdujo las técnicas de incubación de microorganismos al calor y el cultivo en gelatina, así como los procedimientos de fijación y coloración con anilinas de las preparaciones bacterianas, basado en su descubrimiento de la afinidad de las bacterias por ciertos colorantes, con lo que fue posible distinguirlas. Trabajos que serían precursores de las técnicas de tinción de Weigert, Gram y Löffler, tan importantes en el descubrimiento y estudio de los agentes infecciosos.

Fue Koch quien reemplazó los líquidos de cultivo, en los que las bacterias se mezclaban haciendo difícil la identificación de las especies, por una gelatina en un comienzo y después por un producto de las algas, el agar-agar, que hizo sencillo el aislamiento de los microorganismos. A sus placas de vidrio las reemplazaron las hoy conocidas cajas de Petri, introducidas por su discípulo Richard Petri (1852-1921).

Sus estudios también demostraron que no era cierto que las bacterias bajo algunos efectos se transformaran unas en otras. La semejanza morfológica de muchas de ellas y la calidad deficiente de muchos microscopios hacía incurrir con frecuencia en el error.

Establecido a sus veintiocho años como médico de la comarca de Wollstein, llamó su atención un problema eminentemente veterinario en apariencia, la extrema mortalidad de vacas y ovejas a causa del carbunco. Tantas observaciones y descubrimientos no habían conseguido hasta entonces esclarecer su origen y mucho menos proporcionar un tratamiento eficaz. La aplicación de Koch al estudio del carbunco fue el inicio de una exitosa vida dedicada a la investigación, que lo llevó por Asia, Africa y Oceanía tras el cólera, la peste bubónica, el paludismo y la enfermedad del sueño, en pos de los agentes causales y atraído por el estudio de las enfermedades que azotaban esos continentes.


BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966: 127-130
2. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
3. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 469
4. Laín Estralgo Pedro. Historia universal de la medicina. 1a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1980: Tomo 7, 169
5. Nordenskiöld Erik. Evolución histórica de las ciencias biológicas. Buenos Aires: Espasa – Calpe Argentina S.A. 1949: 613-614
6. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p (ilustración)
7. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI, 5, 6
8. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
9. Pujol Carlos. Forjadores del mundo contemporáneo. Barcelona: Editorial Planeta. 1979: Tomo 3, 408
10. Singer Charles. Historia de la biología. Buenos Aires: Espasa - Calpe Argentina S.A. 1947: 429-434
11. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 239, 240, 251, 252, 254
12. ToPley W. C, Wilson G. S, Miles A. A. Bacteriología e inmunidad 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1949: 1, 2, 9
13. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 306-309
14. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 147, 148, 165-185, 254


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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EL CONCEPTO DE CONTAGIO Y EL AISLAMIENTO DE LOS MICROORGANISMOS

El hombre había observado que la transmisión de muchos padecimientos tenía relación con objetos pertenecientes a los enfermos, e intuía cierto efecto perjudicial en el ambiente que lo instó en las epidemias a utilizar hogueras con la intención de purificar el aire.

De oriente provenía el concepto de la difusión de las epidemias por contagio, pero no era clara la forma de evitarlas. En Italia, Fracastoro de Verona (1478-1553) alcanzó a sospechar un "contagium vivium" en la génesis de las enfermedades.

Las "Investigaciones patológicas" del alemán Jakob Henle fueron un interesante aporte al estudio de las infecciones. Señalaba a los miasmas como la materia infecciosa que causaba enfermedad y que provenía del ambiente, a diferencia del contagio, que provenía del hombre. Por miasmas, según la teoría, se diseminaba el paludismo, por contagio la sífilis. Para Henle los agentes causantes de las enfermedades infecciosas eran semejante a las levaduras, pero nunca pudo demostrarlos y sus ideas no fueron acogidas.

En el siglo XIX, caracterizado por la lucha exitosa contra las epidemias, se dio el salto de la interpretación divina a la explicación científica de las enfermedades. No obstante el concepto tiene muy antiguos precursores, por ejemplo Varro, quien en el siglo I a. C. afirmaba que "En lugares húmedos crecen animalitos muy pequeños, que no se pueden percibir con la vista, y que entran en el cuerpo con el aire a través de la boca y la nariz provocando graves enfermedades". Pero su creencia sólo tuvo visos de verdad dieciséis siglos después, cuando el jesuita Athanasius Kircher observó bajo el microscopio pequeños organismos en la pus y en la sangre de los enfermos con peste. Realmente no eran bacterias, pero Kircher los asoció con la enfermedad bajo la idea del "contagium animatum". Eran apenas leucocitos y hematíes, pero cumplían la importante misión de preservar la valiosa la idea.

Más adelante los trabajos de Megendie, Rayer y Davaine sobre la rabia, el muermo y el carbunco respectivamente, demostraron que estas enfermedades podían inocularse experimentalmente. Pero serían las investigaciones de Robert Koch sobre el carbunco las que darían total claridad al conocimiento de las enfermedades contagiosas.

BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov Isaac. Breve historia de la biología. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires. 1966: 127-130
2. Diccionario terminológico de ciencias médicas. 11ª. Ed. Barcelona: Salvat Editores S.A. 1974: 1073p
3. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 469
4. Laín Estralgo Pedro. Historia universal de la medicina. 1a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1980: Tomo 7, 169
5. Nordenskiöld Erik. Evolución histórica de las ciencias biológicas. Buenos Aires: Espasa – Calpe Argentina S.A. 1949: 613-614
6. Nuevo Espasa ilustrado 2000, España: Espasa - Calpe S.A. 1999: 1832p (ilustración)
7. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI, 5, 6
8. Pequeño Larousse Ilustrado, Bogotá: Ed. Larousse. 1999: 1830p
9. Pujol Carlos. Forjadores del mundo contemporáneo. Barcelona: Editorial Planeta. 1979: Tomo 3, 408
10. Singer Charles. Historia de la biología. Buenos Aires: Espasa - Calpe Argentina S.A. 1947: 429-434
11. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 239, 240, 251, 252, 254
12. ToPley W. C, Wilson G. S, Miles A. A. Bacteriología e inmunidad 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1949: 1, 2, 9
13. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 306-309
14. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 147, 148, 165-185, 254

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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EL CORAJE EJEMPLAR DE "EL ESPECTADOR" *

Con la degradación de las costumbres, hoy lo incuestionable y natural se vuelve exótico, y la defensa de la moral y de las leyes parece ser la empresa de unos cuantos quijotes valerosos.

Aún así, dichosos quienes crecimos al abrigo de rígidos principios, persuadidos por la necesidad y las bondades del camino recto, y convencidos de anteponer el deber hasta a la misma vida. Pero una patria cuya juventud se forja sin el apego a sanos ideales, resultado de padres y maestros negligentes o que también de ellos carecieron, es una patria que sus males multiplica, víctima postrada por el delito que se agigante con su permisividad y tolerancia.

La salud de la nación exige el concurso urgente de la educación y la justicia, para que forme la una ciudadanos rectos, para que la otra todo su rigor aplique.


En esta patria agobiada por quienes perdieron de ella su calidad de hijos, la noble lucha de la familia Cano es paradigma. No están, ni deben estar solos en una batalla que a todos compromete, en una guerra en la que la neutralidad no existe, porque cómplice es de los delitos quien manifieste debilidad, indiferencia o cobardía.

Señores directores, la actitud valerosa de El Espectador, enorgullece a la Colombia honrada que solidaria quiere combatir a su lado en pos del órden, el bien y la justicia.


* El Espectador periódico colombiano fundado en 1889, padeció como ninguno otro su postura vertical contra Pablo Escobar y contra el narcotráfico. Consecuencia de ello fue el asesinato de su director, don Guillermo Cano, y la destrucción de su sede en un atentado dinamitero. Esta carta fue dirigida a Juan Guillermo y a Fernando Cano Busquets, con motivo del atentado a las instalaciones del diario.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

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ANHELO IMPOSIBLE

Si no puedes amarme,
no lo intentes.
¡De amar no somos libres!

Dejar de amarte,
tampoco yo podría,
aunque otro sea tu mundo...
tan ajeno al mío.

Al cielo por tu ventura pido,
mas me angustia
que con otro
la dicha te conceda.

La luz del día
tu ausencia me compensa,
pero el atardecer
me invade de nostalgia
y la noche me sume
entre tinieblas abismales.

Añoro espontánea tu presencia,
el mayor bien que el cielo me depare,
la inspiración por quien la vida es bella,
consuelo a mis tristezas y a mis males.

Cada momento en tu existencia pienso,
de tu recuerdo vivo
para no buscarte,
útil quiero ser a tu ser
mas nunca importunarte.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia")

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EL VERDADERO AMOR NO LO CONOCES

Estás enamorado cuando tu corazón
que sólo palpitaba,
necesita el estímulo del amor
para seguir latiendo;
cuando la vida sonríe y aún en la obscuridad
el sol sigue brillando;
cuando sólo virtudes descubres
en el ser querido,
cuando su ausencia duele
como la misma muerte,
cuando con nadie puedes compartirlo.

¿Pero acaso amas?
¿Es acaso amor ese fuego intenso
tan poco duradero?
¿Esa llama que obnubila el pensamiento
y anula las razones?

No digas que es amor
esa psicosis pasajera
que a todos nos abrasa.

El verdadero amor nunca se extingue,
es dicha por la felicidad ajena,
perdón y tolerancia,
sublime sentimiento excento de egoísmo,
dar sin recibir a cambio,
exaltación de la ternura,
expresión de la bondad,
respeto a la libertad del ser amado,
albedrío para ser,
para pensar y amar sin restricciones.

¡Pobre humanidad
que por el enamoramiento seducida,
hecha jirones despierta
de ese embrujo sin haber amado!


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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