sábado, 27 de diciembre de 2008

EVOCACIÓN MARINA

Ondulante inmensidad
de enigmáticos encantos,
de verdes y azules fascinantes,
que en blanca explosión,
-baño espumoso y burbujeante-
se ofrece a las playas sedientas,
de arena calcinada.

Ondas trémulas mecidas por la brisa,
atomizadas briznas
que expanden su fragancia:
salino aroma que imprime en la memoria
el plácido recuerdo de las playas,
radiante cielo ,
aguas azules, límpidas y cálidas,
rumor de olas,
murmullo de palmeras que despeina el viento,
cortejo de alcatraces,
-certeros pescadores-
que arrebatan al mar la refundida presa.

Despertar marino
que entre desvanecidas brumas
ve emerger del horizonte
los rayos de la vida.
Áureo mar del poniente, en que naufraga
el incendiario cortejo que despide el día.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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sábado, 20 de diciembre de 2008

LOS GUANTES DE CIRUGÍA

Johannes de Mikulicz, célebre cirujano alemán, contribuyó a la asepsia con el vestido blanco que impuso en el quirófano: gorra, mascarilla, bata, pantalones y zapatos de goma. Enseñaba que los elementos quirúrgicos solamente con pinzas esterilizadas debían manipularse.

Para esterilizar los instrumentos el calor era excelente, pero ¿qué hacer para controlar los gérmenes de las manos de los cirujanos? El fenol a muchos les causaba dermatitis, y tal vez más eficiente que el mismo fenol era la exhaustiva limpieza con agua y jabón para retirarlo.

Mickulicz quien practicaba exámenes microscópicos de los residuos bajo las uñas y advertía públicamente a los cirujanos de su mala desinfección, estaba convencido de la insuficiente asepsia de las manos con el jabón, el alcohol y la solución de sublimado. Por ello introdujo los guantes esterilizados de hilo para las intervenciones. Pero siendo de algodón, se humedecían y debían cambiarse con frecuencia en una misma operación.

En 1890 William Steward Halsted, profesor de cirugía en Baltimore, introdujo los guantes de goma, no propiamente con fines asépticos, sino procurando preservar de la dermatitis provocada por el sublimado corrosivo de las salas de cirugía a la enfermera Carolina Hampton, su futura esposa. De la Good Year Rubber Company obtuvo la fabricación de unos guantes tan delicados que parecían una segunda piel. Fueron los ayudantes de Halsted menos románticos y más científicos quienes terminaron por imponerlos en las cirugías. Mickulicz llevaría a Breslau los guantes de goma inventados por Halsted.


BIBLIOGRAFÍA
1. García Font Juan. Historia de la ciencia. Barcelona: Ediciones Danae. 1964: 220-221
2. Glascheib H.S. El Laberinto de la medicina. Barcelona: Ediciones Destino. 1964: 113-116, 124, 132
3. Laín Estralgo Pedro. Historia universal de la medicina. 1a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1980: Tomo 7: 405
4. Phair S, Warren P. Enfermedades infecciosas. 5ª. Ed. México: Ed. McGraw Hill Interamericana. 1998: 118
5. Pedro-Pons Agustin. Tratado de patología y clínica médicas. 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores, 1960: Tomo VI: 6, 405
6. Sigerist Henry. Los grandes médicos. Barcelona: Ediciones Ave. 1949: 92, 97 (ilustración), 253, 258, 260
7. ToPley W. C, Wilson G. S, Miles A. A. Bacteriología e inmunidad 2a. Ed. Barcelona: Salvat Editores. 1949: 100, 106-108, 110, 111, 118-128
8. Thorwald Jürgen. El Siglo de los cirujanos. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1958: 23, 272-273, 272 (ilustración), 317, 318, 320 (ilustración), 323
9. Thorwald Jürgen. El Triunfo de la cirugía. 1a. Ed. Barcelona: Ediciones Destino. 1960: 256, 377-378
10. Thwaites J. C. Modernos descubrimientos en medicina. Madrid: Ediciones Aguilar. 1962: 59
11. Von Drigalski, Wilhelm. Hombres contra microbios. Barcelona: Editorial Labor. 197-198


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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viernes, 12 de diciembre de 2008

LOS PELIGROS DE LA SOCIEDAD Y DEL ESTADO

José podía parecer inalterable, pero era temperamental y apasionado. Un hombre de pasiones intelectuales y afectivas, pero conciliador: «Soy amigo de tolerar lo tolerable». Y en efecto, en el trato personal buscaba más la concordia que el conflicto. Tras una explosión de ira podía albergar sentimientos de destrucción y de venganza, pero al igual que una tormenta terminaba en calma, con un pensamiento despejado, convencido de que las hieles del rencor sólo amargan a quienes lo pretenden, y casi nada a quienes son su objeto.
Su apasionamiento contra la altivez era un clamor contra las injusticias, traducido a veces en un manifiesto de su pluma, otras en el deseo de una contienda a muerte, que sabía de antemano que nunca libraría, y en últimas, en una pretensión mágica en que imaginaba que su espíritu volvería a este mundo convertido en ángel justiciero. «No para cobrar afrentas personales, pues no soy rencoroso, sino para causar suplicio a quienes se ensañan con quienes no tienen posibilidad de defenderse».
Lo social lo apasionaba. Le permitía expresar el rasgo filantrópico de su personalidad. «No hablo por mí, que jamás padecí el rigor de la pobreza». Y sus columnas podían convertirse en un emotivo discurso social en que exponía la voracidad del hombre y la indolencia de las clases dirigentes. Que contrastaba con el énfasis que podía darle a la autoridad, a la globalización y a la libre empresa, que lo hacía percibir como un hombre de derecha. «¿Dónde quedaron tus concepciones izquierdistas?», decían unos. «¿Dónde quedaron tus ideas conservadoras?», se preguntaban otros. «Ni lo uno, ni lo otro», contestaba. «Ninguna ideología lo explica o lo resuelve todo. Menos cuando se sitúan en los extremos. Ni siempre blanco, ni siempre negro; las tonalidades de gris condensan mejor la sabiduría y la prudencia. No me caso con ideologías ajenas, apenas en parte las acepto. Sólo sigo por entero mi propio pensamiento. ¿Cómo pueden dudar que soy ecléctico?».
La libertad y la bondad eran el eje de su filosofía. Actuando sin atropellarse debían –según él– conseguir un punto de equilibrio en el que la sociedad y el hombre encontraran la máxima felicidad factible. Era un modelo que armonizaba el interés propio y el interés ajeno, pero que sólo podía surgir del convencimiento de todos los mortales. Pero algo tan elemental para su mente no había sido obvio para sus semejantes. Era la historia de la humanidad rendida a la codicia. José así lo percibía: «En el principio la Tierra tuvo que pertenecer a todos. ¿Cómo pudieron tan pocos acumular tanto y demasiados quedar desamparados? La selección natural en nuestra especie fue más allá de la supervivencia, hipertrofiando la ambición y estimulando a los más aprovechados a acaparar más que lo necesario. [...] Surgieron la familia, la sociedad y el Estado, todos tocados por el egoísmo. La autoridad, llamada a restablecer el equilibrio, terminó en la mira de los codiciosos que debía aquietar. Símbolo de supremacía y dominio, vive dispuesta a servir al poder y a la ambición. […] El poder que da el ejercicio de la autoridad hace perder al hombre la sensibilidad, lo hace olvidar la obligación de servir y lo lleva a actuar en su propio beneficio. ¡Desconfiad de quien busca el ejercicio del poder! Es sospechoso hasta que se demuestre lo contrario. Pocos se someten a tantos sacrificios sin recompensa diferente a la satisfacción de su servicio. [...] El hombre con poder ambiciona los bienes que tiene a su cuidado, es negligente con las necesidades de sus gobernados, desconoce de ellos sus penurias, y arbitrario, pasa temerariamente sobre sus deseos; imagina la realidad, porque la desconoce, de ahí sus normas absurdas, de ahí sus yerros en inversiones y proyectos. [...] La persecución de los vendedores ambulantes, la desidia con los desplazados, la reducción de la nómina para dejar a miles sin empleo, prueba la falta de sensibilidad de los hombres con poder, ciegos de jactancia al drama que causan sus déspotas medidas. El Estado en esas manos se corrompe. Tal vez la organización tradicional del Estado y el poder deban ser objeto de la reingeniería más drástica».
Veía que la asociación era forzosa, pero no por ello se olvidaba de sus riegos. «La sociedad es pertinente para progresar, pero el hombre organizado socialmente también es peligroso. Fácil intimida y anula a quienes sospecha en disidencia. Lo hacen desde hombres que parecen santos, hasta los peores engendros criminales. Desde las organizaciones que mediante sanciones amordazan a sus miembros, hasta las mafias que acallan con la muerte. La fuerza de muchos fácilmente arrasa la resistencia de unos pocos. Y sobran los ejemplos: sacerdotes extrañados por sus superiores, militares confinados a las peores guarniciones, trabajadores arrojados de su empleo, opositores de gobiernos tras las rejas, fustigadores de la corrupción ultimados en las calles. Si el hombre fuera por instinto recto, las organizaciones más rígidas, como el Estado, la mayor amenaza para la libertad, jamás tendrían sentido».
Le parecía el Estado una estructura a la vez necesaria y peligrosa. Su naturaleza era una de sus preocupaciones, y examinando modelos, se quedaba con el capitalismo. «Aunque lejos de la perfección, genera riqueza y honra la libertad. Concentrará el capital en quienes más lo tienen, pero de alguna manera llega a los que más lo necesitan. Otros como el comunismo no generan riqueza, reparten pobreza y silencian las ideas. ¿Y qué hombre vive con dignidad cuando se le controla el alma?». Claro que hacía una nítida distinción entre la izquierda democrática y la totalitaria; contra ésta le parecían lícitos todos los medios para aniquilarla: «Porque es artera y le niega a sus opositores las prerrogativas que exige para sí. Cuando un totalitarismo asienta en el poder no existe forma pacífica para deponerlo». Pensando en ello, recordaba la lucha de clases del marxismo: «torpe engendro de ingenuos o malintencionados comunistas».
Odiaba la polarización entre patronos y trabajadores, y preguntaba: «Si la prosperidad de unos está en el esfuerzo de los otros, ¿de dónde el absurdo enfrentamiento? ¿Por qué no entender que sin empresarios no hay capital; sin capital, industria; y sin industria, empleo? ¿Y que sin los trabajadores no hay producción ni empresa que perdure? ¿Cómo contradecir un planteamiento tan sencillo?».


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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sábado, 6 de diciembre de 2008

ESE ES EL HOMBRE

El hombre es lo que siente,
y lo que siente es lo que agita
su alma y su materia.
El hombre es lo que sueña,
y lo que sueña
es su mundo de imposibles.
El hombre es lo que sufre,
y lo que sufre
una huella indeleble en su recuerdo.

El hombre es lo que goza,
y lo que goza
compensa su infortunio.
El hombre es lo que cree,
y lo que cree
explica lo absoluto.
El hombre es lo que oculta,
y lo que oculta
su faz aterradora.

El hombre es lo que niega,
y niega lo que lo deshonra.


El hombre es lo que crea,
y lo que crea
es lo que lo trasciende.
El hombre es lo que piensa,
y lo que piensa
lo que le sobrevive.

Lo que siente, lo que sueña y lo que sufre...
lo que goza...
lo que cree, lo que oculta y lo que niega,
con él se extingue
cuando la llama de su ser se apaga.

Lo que piensa y lo que crea nunca sucumbe,
es su forma de perdurar tras de la muerte.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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