sábado, 25 de diciembre de 2010

ADVERSIDADES DE LA LEY 100*

Tal parece que las leyes las hacen quienes menos conocimiento tienen de los temas que discuten. Por ello no es extraño, que la bondad que en su esencia tiene la ley 100 sobre seguridad social, en la práctica esté convirtiendo en víctimas a quienes hoy son sus protagonistas.

Del debate que a esa ley hemos hecho la Asociación de Médicos Rosaristas y la Sociedad Colombiana de Anestesiología y Reanimación, queda la preocupante sensación de que so pena de practicarle profundas reformas acordes con la realidad, estará condenada al fracaso de sus bien intencionados fines.

¿Estimaron, acaso, los ponentes y legisladores que con exiguos presupuestos las deslumbrantes estadísticas de cobertura sólo se conseguirían con el sacrificio de la calidad asistencial? ¿Se previó tal vez la insatisfacción de los pacientes con la atención deficiente, o la de los trabajadores de la salud con los irrisorios honorarios? ¿Tuvieron tal vez ilustración alguna sobre las profundas diferencias que no pocas veces se presentan en el comportamiento biológico de los fármacos genéricos frente a los originales?

Definitivamente la sana idea de la competencia ha dado al traste con su más vergonzosa aplicación en el bien preciado de la salud humana, al competirse por la disminución de costos, mas no por la supremacía en la calidad de los servicios médicos. Por ello cada vez habrá en los consultorios menos tiempo para los enfermos, medicinas más baratas pero menos buenas, reactivos económicos de calidad dudosa, limitación de exámenes y procedimientos; verdadero negocio en que el hospital se transformó en empresa y el enfermo en cliente, y hasta la Superintendencia de Industria y Comercio, y no la de Salud -porque al comercio de la salud nos referimos-, sanciona a las sociedades científicas por establecer tarifas que afectan la "libre competencia" de las EPS**.

A que penosa situación hemos llegado al contribuir todos a la extinción de la medicina como apostolado, y a que el estado entregando a terceros el manejo de la salud, se deshaga de sus obligaciones. Conoce acaso la opinión pública que los hospitales públicos - verdadero alivio de los pobres- si no hacen brotar de su estrechez los recursos para sostenerse, estarán en 1997 en otras manos porque el Estado no piensa mantenerlos?

¿Cuando entenderán nuestros neoliberales que la salud da pérdidas, no es negocio y debe subsidiarse?


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Esta columna fue publicada en la Revista Colombiana de Responsabilidad Médico Legal (Vol 2 No.2, jul-dic. 1996).
Han pasado más de catorce años, pero sus afirmaciones a muchos parecerán que son de ahora; más cuando el gobierno del Presidente Santos acaba de presentar al Congreso colombiano un proyecto para reformar la salud, volviendo el tema nuevamente polémico y de actualidad.
Lo cierto es que el sistema recibe más de 35 billones de pesos al año, que pese a ser una cifra astronómica sigue resultando insuficiente. Y seguirán siéndolo en la medida en que la corrupción siga enquistada el sistema. Todos sus actores alguna responsabilidad tenemos en sus males. Ni qué decir de los funcionarios que asaltan al sistema o de las empresas de salud cuando pasan sobre la dignidad de los pacientes. Pero también los médicos, que muchas veces no damos un uso más racional a los recursos; y aquéllos pacientes, que son millones, y que rehúsan los pagos que les corresponden y fingen las condiciones requeridas para la salud subsidiada pese a contar con ingresos laborales.
¡Deplorable que todo el mundo busque la salud gratuita, mientras para el jolgorio no le faltan medios!
** Empresas Promotoras de Salud.


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viernes, 17 de diciembre de 2010

AMOR INALCANZABLE

Amor,
ensoñación de celestiales gozos,
añorada plenitud
que colma el alma,
enajenación de los sentidos
que al tiempo quisiéramos
arrebatar por siempre.

Expresión sublime,
divino mandamiento,
esquiva bendición,
que merecer quisiera
un sólo instante;
dulcísimo espejismo
del que a manos llenas,
atrapo la ternura,
sueño amoroso de un tacto femenino,
y de unos labios que enamorados
se juntan con los míos,
ilusión de un cuerpo grácil
que anhela mis caricias,
de una mujer...

Impertinente corazón,
¡no te ilusiones,
que ese edén no existe!
Es un amor imposible,
una gloria inalcanzable.

¡Mayor es el dolor
que la alegría soñada,
y menor la tristeza
cuando el alma ignora
que la dicha existe!

Angelical mujer que colmas mis sentidos,
a cambio de mi amor
nada pretendo,
el tierno reflejo de tu alma,
es suficiente para animar mi vida,
mientras la muerte advierte que la aguardo.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")


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sábado, 11 de diciembre de 2010

PATRIA

Eres el suelo que guarda
el polvo de mis muertos,
y que hace temblar mi corazón
en la distancia.

Eres la historia que se confunde
con la historia de mi casta
y el porvenir que aguarda
la savia de mis deudos.

Eres la emoción que una nota marcial
convierte en lágrima;
ausencia hecha nostalgia
en la orfandad que nace en el exilio.

Eres el aire que se escapa en mis suspiros,
el mismo que aspiro en mis mañanas,
y el soplo vital que corre por mis venas.

Eres mi cuna y potencial mortaja,
feudo grandioso
que sin ser mi heredad
me pertenece.

Eres mi tradición y mis creencias,
mi forma de ser y de expresarme,
impronta y troquel,
mi sello hasta la muerte.

Eres el cielo que imagino propio
y el suelo en que no me siento extraño;
eres la exaltación que me convierte en héroe:
mártir dispuesto a lucir tu pabellón como sudario.

Eres urdimbre de recuerdos rancios,
memoria de gestas que me jactan,
invocación de mitos y leyendas,
evocación de infortunios y calvarios.

Eres la estirpe en que se hermana
el prohombre del busto patinado
y la humanidad del humilde ciudadano.

Eres en últimas…
el alma del terruño
confundida con su par en mis entrañas.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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viernes, 3 de diciembre de 2010

JUICIOS DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

«Aunque te hayas equivocado, si hubo por lo menos un motivo noble en tus acciones no tienes que afligirte». Le planteé de qué valían los sacrificios que otros practicaban y a los que me había rehusado por no considerarlos pertinentes. «No son inútiles –me dijo–. En este reino toda acción hecha con el convencimiento de estar actuando rectamente será recompensada. Pero las recompensas son íntimas y personales. Satisfacción es el nombre de la felicidad para quienes habitan este mundo. Desasosiego el de la desventura y la condena». Y me explicó que a más malos en la Tierra, más justos seríamos en el paraíso. «Las faltas se expían con el remordimiento, ese es aquí el único tormento. Ningún alma perversa es destruida. La contrición engendra bondad donde antes hubo infamia. El mundo no es cada vez peor, como presientes. Las almas que no comprenden allá el valor de la bondad, lo entienden aquí cuando el arrepentimiento les llega inexorablemente. Así los malos se vuelven virtuosos y los buenos siguen siendo buenos, porque el universo tiende a la perfección, aunque el alma en su dimensión humana no lo vea ni lo comprenda. Y recuerda que nada vale tanto como la intención, el resultado es algo secundario».
Desperté con la palabra intención entre los labios. También eso diferenciaba la justicia humana y la divina, pues ¿qué juez conoce en este mundo el sentimiento real de quienes juzga? ¿Y cuántos hombres están dispuestos a perdonar un daño sin intención causado, cuando habitamos un mundo en que la expiación vengadora y la compensación económica son los medios para lavar las faltas? El sueño parecía una revelación divina que daba tranquilidad a cualquier mortal que debiera responder por los actos de toda su existencia. La condenación eterna a las tinieblas no tenía sustento. En mi visión pocos eran tan malos, pocos tan buenos, casi todos estaban en un espectro gris, oscilando entre los dos extremos.
Sentí satisfacción. No por haber pensado diferente, un poco en contravía de lo aceptado –que también me complacía–, sino por haber actuado en coherencia con mis pensamientos. Imaginé que igual de complacidos podrían estar mis contradictores más férreos en razón de su convencimiento. Parecía razonable: todos gracias a esa fidelidad estábamos a salvo. Era la sabiduría y la magnanimidad de Dios. Pero pensando en el origen de los sueños, creí que más que Dios, en ellos hablaba mi inconsciente. De todas maneras confronté el juicio del Creador con el de sus criaturas. Y me sirvió de ejemplo la intolerancia que algunos de mis lectores exhibían.
«Usted blasfema porque se siente a salvo. No lo imagino defendiendo con vehemencia sus incendiarios pensamientos cuando le llegue el momento de rendirle cuentas». Así decía el correo electrónico de un lector horrorizado con mis opiniones, que habría creído en la efectividad de su conjuro de haberse enterado de que meses después de su advertencia estaba lidiando con una enfermedad mortífera. Y a no ser que las notas fueran todas suyas, eran varios los interlocutores virtuales que afirmaban que tentaba la ira de Dios con mis ideas y que mis juicios me tenían más cerca del averno que del Cielo. Son los gajes de escribir. Y la muerte y la condena eterna son perfectas para intimidar a ingenuos y cobardes.
Contrario a lo que deseaba aquel lector, mi dolencia mortal no me hizo arrepentirme de mis pensamientos. Controvertir, poner en duda, más que un pecado es un don que no da Dios a todos los mortales. Dirán entonces que soy ante la muerte cínico, pero no voy a desdecirme. Buenas o malas mis acciones corrieron a la par con mis principios. ¡A pesar de mis errores he de marcharme con la mirada al frente! Tal vez encuentre en el más allá el premio o el castigo... mejor la nada, que aunque puede privarme de mejores cosas, me libra de riesgos más aciagos.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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sábado, 27 de noviembre de 2010

CARTA XLVI: LA INFIDELIDAD, ESA ADVERSIDAD QUE TE ATORMENTA

Septiembre 30

Cielo mío:

No sufras por hechos que no son por nosotros controlables.

Los celos y la infidelidad, son expresiones del hombre primitivo, pero son tan vigorosamente instintivos que ni el más lúcido intelecto los domina. Más aún, la infidelidad ha sido la marca de los hombres más geniales.

Escritores, políticos, pintores, escultores, científicos, monarcas, dieron fama a sus amantes, y a las esposas que lo toleraron -por interés seguramente- supremacía y privilegios. Breve no es la lista, por ejemplo, de primeras damas premeditadamente ciegas a las andanzas de sus lúbricos maridos a cambio de los honores del Estado.

Sé que no es de tu agrado el tema de la infidelidad y los amantes, acaso porque no has resuelto la pugna que hay entre tu comportamiento y tu conciencia. Yo en cambio he encontrado la luz en esa horrible gruta y anhelo que mis reflexiones ayuden a resolver tus confusos sentimientos.

Ni los celos ni la infidelidad son ideales, como tampoco lo son el envejecimiento, la enfermedad… la muerte. Pero existen y son inevitables. Con prontitud o con retraso llegan por más que resistamos. Tal vez cuando los genes de la especie sean modificados, se perderán de vista todos sus estragos.

La infidelidad se puede dar por un impulso necio, ¿pero cuantas veces por causa valedera? ¿Cuántas veces por maltrato y desamor? ¿Cuántas por una rutina destructiva?

No debe la infidelidad atormentarte, fuiste infiel y con motivo, hoy no lo eres. Aquel vínculo, aunque no legalmente, sí de hecho está disuelto. Amante si lo eres, pero por culpa mía. Soy yo quien hace técnicamente ilícita la relación -por ser casado-. Si no lo fuera, no más dirían que soy tu novio. Tecnicismos necios que en nada alteran la realidad ni nuestro gozo, apenas le ponen otro nombre. Me siento feliz contigo y sé que soy correspondido. No enturbiemos nuestra felicidad por ese qué dirán que en la primera cita me diste a entender que no te perturbaba.

No pretendo que nuestra condición se glorifique, ni que para disculparla busques argumentos. Sólo mira en la superficie trasparente de nuestros destinos para encontrar en nuestra condición de amantes motivos evidentes.


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 19 de noviembre de 2010

TU SONRISA

Hay una sonrisa
en que la belleza se quedó atrapada,
hay una sonrisa que me trae la dicha
que siempre he soñado.
Hay una sonrisa de rojo encendido
que es pasión y amor...
es fuego en los labios.
Hay una sonrisa tan suave,
tan tierna
que tiene en esencia
el encanto de niña.
Hay una sonrisa
que guarda en los labios
la expresión más dulce...
toda venturanza.
Hay una sonrisa tan iluminada
que mi ser deslumbra,
es una sonrisa que con su ternura
devuelve a la vida toda la esperanza.
Hay una sonrisa que mi amor revive,
por la que mis sueños parecen reales.
Hay una sonrisa en que se dibuja
toda la hermosura del género humano.
Hay una sonrisa que vive en mi alma
que el dolor aleja en horas amargas.

Hay una sonrisa por la que yo vivo,
hay una sonrisa que yo quiero tanto,
hay una sonrisa...
por la que yo aguardo.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia)


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lunes, 15 de noviembre de 2010

LA ENTOMOLOGÍA Y EL DOCTOR MURILLO QUINCHE *

La referencia de Marta Morales al pionero de la entomología en el país, en su interesante artículo sobre los insectos en la edición del pasado 27 de junio, me insta a complementar la reseña con datos de incuestionable valor histórico.

La entomología de hoy representa la continuidad de una tarea iniciada por Luis María Murillo Q. en 1927, con la creación de los Servicios de Sanidad Vegetal y de Entomología Económica, primer e inevitable eslabón en la historia de la ciencia de los insectos en Colombia.

Con la Sanidad Vegetal, se constituía un importante filtro para la introducción de devastadoras plagas en nuestra agricultura y con la Entomología Económica se iniciaba el control de los insectos dañinos. Pero la referencia pasaría desapercibida si no comprendiéramos que esos seres minúsculos causan millonarias pérdidas a la economía y que en aquel año de 1927 el Ministerio de Industrias con millón y medio de pesos por todo presupuesto, no contaba más que con aquel entomólogo, frente a los seiscientos de la entomología económica de los Estados Unidos, y a los millones de dólares asignados allí a cada programa de erradicación de plagas.

Receloso del uso indiscriminado de los pesticidas y defensor de la lucha biológica, la aplicó con éxito en la erradicación de los insectos nocivos, dejando enseñanzas que hoy constituyen ejemplos clásicos de la represión biológica de las plagas. Anteriores a los suyos, nuestra historia sólo consigna exitosos, los experimentos de Federico Lleras Acosta (padre del presidente Lleras Restrepo) y Luis Zea Uribe, en 1913, cuando usando el método del profesor D'Herelle, inyectaron un hongo inocuo para el hombre, traído del Instituto Pasteur, a algunas langostas que pocas horas después presentaron una enfermedad diarreica que las extinguió en tanto que sus deyecciones servieron para propagar la epidemia entre la plaga.

Por ausencia de Sanidad Vegetal, llegó al país el pulgón lanígero de los manzanos en 1925 y afectó sin excepción a todos los huertos del país. Invadió el insecto los tallos y raíces y chupó la savia inyectando fermentos nocivos que produjeron tumefacciones, deformaciones y finalmente la muerte de los manzanos. Murillo consiguió con la introducción de la Aphelinus Mali (1929) erradicar la plaga en pocos meses. Era aquélla una avispita microscópica, entomófaga o destructora de los pulgones, los que perforaba con un estilete inyectándoles sus huevos. Las larvas resultantes se alimentaban devorándolo, y convirtiendo al pulgón en un cascarón negro. Terminada su labor la avispita volaba a los huertos, para reiniciar el ciclo. En tallitos ricos en pulgones parasitados diseminaba el científico las avispitas en las plantaciones enfermas.

También un predador descubierto por él y que lleva su nombre, la Neda murilloi, pequeño cucarroncito cuyas larvas cual caimanes diminutos se alimentan del pulgón, sirvieron para controlarlo.

En forma semejante combatió con éxito al gusano rosado del algodón con la avispita Aphanteles thurberiae, a las moscas chupadoras de sangre de las vacas con la avipa Spalangidae (1942), al gusano barrenador de la caña de azúcar con la avispa Trichogramma minutum destructora de sus huevos, y a la plaga de las plantas ornamentales de Bogotá con la Rodolia Cardinalis (1948).

Desde campesinos hasta ministros y senadores recibieron de él la enseñanza de qué son las plagas y como combatirlas. Entregó a la taxonomía nuevas especies, describió sus hábitos, su relación con el ambiente, su distribución geográfica y las formas para reprimirlas. La Cruz de Boyacá en 1962 y su elección como único latinoamericano miembros de honor de la Real Sociedad de Entomología de Bélgica fueron parte del justo reconocimiento a su labor científica.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Publicado en el diario El Espectador de Bogotá el julio 10 de 1996 (pág. 4A), como complemento a un artículo periodístico sobre la entomología colombiana.

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sábado, 6 de noviembre de 2010

Has revivido mi alma
y has hecho renacer
mis sentimientos.

El nubarrón del cielo
lo extinguiste,
y el insondable azul
ha vuelto a ser resplandeciente.

No es más la noche
oscuridad que aterra,
sino refulgir
de estrellas y luceros.

De la vida he vuelto
a conocer las ilusiones,
de los sentimientos,
la ternura;
y mis penas...

Mis penas
a tu sonrisa
se han rendido.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")


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viernes, 29 de octubre de 2010

AMOR PATERNO

En tu sueño,
plácido y profundo me detengo,
contemplando el soplo prodigioso que te anima,
y veo la réplica perfecta de un hombre en miniatura,
una brizna que mueve los corazones pétreos,
una enorme pequeñez que agita sentimientos tiernos.

Eres la prolongación de mi existencia,
y sin embargo en nada te pareces:
menudo y frágil
contrastas con mi imagen recia;
incontaminado y puro,
distas de mi savia contagiada.

Eres un suspiro sublime
que debiera durar eternamente.
Mas no basta el sentimiento
para que este instante feliz nunca termine:
los años pasarán sin que se paralice el tiempo.

Hoy cuido tu sueño,
embebido, absorto,
imaginando de adulto
tu rostro y tus facciones,
proyectando a tu sino la mejor estrella,
hilvanando tu vida a mi vida
sin barreras de tiempo ni de espacio.

Mañana serás tú
quien me sientas quebradizo y frágil,
pero obsesionado aún con tu ventura.
Y cuando las flores cuides en mi camposanto,
su fragancia exhalará mi aliento,
para que sepas hijo,
que desde el cielo,
por ti sigo velando.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético – Razón y sentimiento")

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viernes, 22 de octubre de 2010

FUSTIGAR AL PODER, COMO DEFENDER LA AUTORIDAD, ES NECESARIO

José reconocía su conflicto con el poder, aunque con prudencia y diplomacia manejaba las relaciones con los poderosos. Sus escritos sin atacar personalmente a nadie, embestían en forma general contra la jerarquía. Pero no eran anárquicos, por el contrario, privilegiaban el orden sobre el caos. Eran una crítica pertinente contra los excesos o la desidia de la autoridad. Enjuiciaba la dominación de los ignorantes apoyados en la fuerza y el confinamiento de la inteligencia en el manejo del Estado, pues aducía que «son más brutos que sabios los que nos gobiernan»; y fustigaba el uso del poder para saciar intereses personales y para tomar revancha. Llegó a afirmar en los momentos de más ofuscación que «el poder es para joder a los demás, nunca para servirles. Y para exacerbar la vanidad de los ineptos que lo ejercen». De los poderosos escribía con soberbia, como queriendo doblegar sus ínfulas: «Me tildarán de prepotente por mis crudas críticas, pero no tengo otra opción. Me ensoberbece la iniquidad y tener que aceptar que no dominaran los mejores. ¿En qué principio se fundamenta la pérdida de la igualdad; en cuál que unos manden y otros obedezcan? Moriré con la mortificación de no haberlo entendido».
Pero también lo apenaban sus reacciones explosivas y sus momentos de ira, pero precipitados por manifestaciones de injusticia –ese era su consuelo–. Podía ser implacable contra la autoridad porque se desmandaba, o se confabulaba con los males que debía atajar; pero igual con decisión la defendía; porque sin ella los derechos podían quedar desamparados. Le fascinaba la polémica, y la encendía con afirmaciones perentorias; pero no era raro que tras el fogonazo inicial su discurso tomara un rumbo sereno y razonado, capaz de llevar a sus contradictores por el camino de la conciliación. En ocasiones los choques eran fuertes, pero los epílogos amables. Por eso, como una sentencia, predicaba que los espíritus siempre se reconcilian cuando hay una disposición respetuosa a las opiniones de los contradictores.
Aleyda, la auxiliar de enfermería que lo atendía por la mañana, confesaba su debilidad por los coloquios que se daban en aquélla pieza. Sus compañeras recriminaban sus demoras y le preguntaban si era que se había enamorado del paciente, pues ella pasaba más tiempo que el rutinario en aquel cuarto. Si al entrar adivinaba alguna controversia, enlentecía sus labores y las desarrollaba con toda cautela para no distraer a quien estuviera argumentando. Jamás interrumpía, jamás opinaba, apenas fisgoneaba con prudencia, cual si realmente ignorara la conversación ajena.
Aquel día José planteaba que los derechos no podían ser los mismos para el buen ciudadano que para el delincuente, y proponía una correspondencia entre los derechos y el comportamiento en sociedad. Plenos para los buenos, restringidos para los bribones. Instaba a ser rudo con el criminal y a no negociar con delincuentes:
–Ante la menor flaqueza la víctima y la autoridad están perdidas. Cada transacción es un paso a la capitulación, una ventaja que aprovechan los bandidos. Al criminal hay que darle de su propia medicina. Quien no respeta los derechos de los demás, no puede exigir respeto por los suyos.
–Profesor –el interlocutor era un discípulo–, invocar la ley del Talión me parece un retroceso.
–Y no la invoco, ya que no propongo repetir la acción del delincuente, sino hacerlo blanco de las consecuencias de sus actos; aminorar sus prerrogativas, porque no encuentro fácil su sometimiento en medio de tantas garantías. Tú dirás si miento al afirmar que muchos de los peores criminales andan sueltos, acogiéndose a la letra menuda de los códigos y aprovechando los resquicios de las leyes. Emboscan y no pueden emboscarlos; secuestran, pero privarlos de la libertad requiere mil formalidades; torturan, y tienen que ser tratados con mil contemplaciones.
–Es un proceder pragmático. Sin embargo las garantías que usted restringe son un rasgo de civilidad. No puedo imaginar a quienes juzgan cometiendo los mismos desafueros que quienes son juzgados. A la autoridad comportándose igual que el delincuente.
–Así presumas que son las mismas prácticas, en nada se parecen. Las del Estado son la reacción a la acción del delincuente; las de éste son causa, las del Estado consecuencia; las del criminal injustificadas, perversas en esencia; las de la autoridad forzosas, persiguen un objetivo provechoso. Que el criminal termine mal, esta contabilizado en su propio presupuesto, hace parte de sus riesgos, lo tiene que tener entre sus cálculos. Sin demostraciones fehacientes del ejercicio de la autoridad no se detiene al delincuente. Reconozco virtud en tu idealismo, pero la experiencia enseña que con las concesiones a los malhechores el temor a la autoridad desaparece, amén de que los privilegios ultrajan el principio de justicia.
–Con tal severidad con los criminales, no llego a comprender que sea usted la misma persona que alguna vez se mostró partidaria de conceder beneficios a integrantes de grupos armados al margen de la ley. ¿Quién entiende que sus atrocidades apenas merecieran una condena leve?
–Parecía una incongruencia de mi pensamiento y no lo era. Se trataba de negociar la rendición de unos bandidos. La autoridad que da ventaja al delincuente corre el riesgo de quedar sometida a su poder. Al criminal cuanto más pequeño, con más facilidad se le domina. En este caso se le dejó crecer hasta terminar equiparando su fuerza a la fuerza del Estado. Y por costumbre se negocia para conjurar un conflicto cuando el enemigo no vence ni es vencido. ¿A cambio de qué se entregan unos malandrines que se saben a salvo del imperio del Estado? Son concesiones que dejan el sabor de la impunidad y la derrota, y son el costo de una sociedad permisiva, que consintió en su momento lo que no debía. Queda la lección de que la autoridad debe ser inquebrantable, para que siempre someta y nunca tenga, por débil, que pactar con los bandidos.
–Yo peco por idealista, usted por demasiado práctico. Pero en cierta medida acepto sus razones.
–Que las víctimas se resignen me parece más penoso que el daño que les causen sus verdugos. Soy radical porque no tolero a los justos sometidos por los malos.
–¿Y hasta dónde puede llegar el Estado en defensa de las potenciales víctimas?
–El límite lo da la efectividad de sus medidas: la rehabilitación, la cárcel, la cadena perpetua... la pena capital, si es necesario.
–Asunto delicado. No es sólo el cuestionamiento de la potestad sobre la vida, sino la condición irreparable que tienen los errores cuando la pena de muerte es el castigo.
–Siempre lo he pensado, pero hay criminales a los que ni la prisión aquieta; que desde las cárceles siguen delinquiendo; que a través de los muros despliegan sus tentáculos. ¿Qué se puede hacer con un delincuente irreformable? ¡Aplicarle una medida excepcional y terminante! Pero también yo dudo, como tú, de la justicia, y no vacilo al calificarla de ruleta rusa, porque por igual acierta o se equivoca. Y no sólo me refiero a errores de buena fe al identificar los hechos, sino a su capacidad de maquinación, y a sus desaciertos en materia de métodos y penas. Para la sociedad es más importante el castigo de la falta que el arrepentimiento del culpable, más la condena que lastime, que la rehabilitación del infractor. El encarcelamiento no siempre es para proteger a la sociedad de un criminal, ni para rehabilitar a un reo, es para cobrar venganza en nombre de la ley.
–¿Cómo negar que las cárceles son escuelas del delito?
El tiempo se agotó antes que el tema, y el visitante que había llegado a aquélla habitación más por la curiosidad que por el deseo de saludar a su maestro, tenía ahora un mejor conocimiento del hombre que le había enseñado; una percepción más completa en tan breve trato personal, que en tantos años oyéndolo en las aulas.
–Al escucharlo, profesor, me asombro del contraste entre su magnanimidad y su dureza; entre su exaltación del perdón y su inclinación por la pena capital; entre sus sentimientos de clemencia y su disposición al aniquilamiento.
–No encuentres en ello incoherencia. Mi vida estuvo marcada por mi vocación hacia la gente buena y el repudio al comportamiento despiadado. Luego no puedo ver igual la pena para el delincuente realmente arrepentido, que para el que arrincona a la sociedad sin inmutarse.
–A pesar de lo que expresan sus palabras –dijo el estudiante–, tengo la convicción de que no segaría usted la vida de un delincuente con sus propias manos.
–Eso no me exime, igual el jurado es más responsable que el verdugo. Pero no habiéndose aplicado durante esta vida mi proyecto, queda de testimonio de cuanto me inflamaban las conductas criminales. Nunca soporté ver a la sociedad acorralada. Aunque me marche, y se diga que ya este asunto no es de mi incumbencia, sigo invocando una justicia con procedimientos expeditos, con estrategias como la extinción de derechos que ponga al delincuente en inferioridad de condiciones. Sólo así será capaz la sociedad de doblegarlo.
El discípulo se despidió manifestándole la extraña sensación de hasta ese instante haberlo conocido. Le dijo estar impresionado de su disposición a disculpar, como de su determinación a arremeter. José pensó que su posición podía caber en una eslogan: bueno con los buenos y rudo con los malos. Desde luego, con los malos contumaces, con los que rebasan los límites de toda tolerancia. Y malos para él no eran todos los que causan daño, sino los que lo ocasionan albergando las intenciones de causarlo. Y la indulgencia definitivamente le parecía importante. «Nuestra naturaleza humana yerra fácil, se agita entre el bien y el mal, entre el pecado y el perdón, luego absuelve para ser absuelta».


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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viernes, 15 de octubre de 2010

CARTA LV: DEFINITIVAMENTE SOMOS OBJETOS HOMBRES Y MUJERES

Octubre 25

Primoroso Copito:

Que no se diga que no eres un fascinante objeto de deseo. Lo disfrutas. Lo leo en la picardía que detecto en tu mirada.

Objetos somos tú y yo, sencilla y llanamente. Tú, objeto de pasión para los hombres, yo, objeto que apasiona a las mujeres.

¿De dónde, habrás de preguntarte, surge afirmación tan imprevista? Ocurre amor, que acabo de encontrar a cierta dama, que feminista se proclama, y se niega a ser objeto sexual de los varones. ¡Qué fatalidad! Las reglas de la naturaleza no cambiarán con su disgusto.

Detesto la tonta rivalidad entre los sexos. Cuán diferentes somos, pero no para actuar como bandos que anhelan doblegarse; para hacer, por el contrario, de esa diferencia un motivo exquisito que lleve a la mujer y al hombre a poseerse. Cambiar la manera de ser de cada sexo es un intento vano. No hay poder humano que le quite al macho su lujuria o a la mujer su propensión a los detalles. El re-sentimiento contra el comportamiento natural de cada sexo es un trastorno serio.

Considerar al otro objeto sexual, no es un insulto. Estoy seguro: es un halago. Un anhelo íntimo que algunos no confiesan. Ser deseado vivifica.

La propensión a despertar deseo es característica primordial de la autoestima de toda persona saludable. ¿No tendrá la mujer que lo rechaza conflictos con su feminidad y una sexualidad muy mal resuelta?

La naturaleza impone su mandato: que un género inspire en el otro la pasión, en juego encantador y delicioso, que compensa en buena parte los disgustos de la vida.

Afortunados objetos del placer somos nosotros, y no por ello menos intelectuales, ni menos espirituales, ni menos afectuosos.


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 8 de octubre de 2010

TU SONRISA

Hay una sonrisa
en que la belleza se quedó atrapada,
hay una sonrisa que me trae la dicha
que siempre he soñado.
Hay una sonrisa de rojo encendido
que es pasión y amor...
es fuego en los labios.
Hay una sonrisa tan suave,
tan tierna
que tiene en esencia
el encanto de niña.
Hay una sonrisa
que guarda en los labios
la expresión más dulce...
toda venturanza.
Hay una sonrisa tan iluminada
que mi ser deslumbra,
es una sonrisa que con su ternura
devuelve a la vida toda la esperanza.
Hay una sonrisa que mi amor revive,
por la que mis sueños parecen reales.
Hay una sonrisa en que se dibuja
toda la hermosura del género humano.
Hay una sonrisa que vive en mi alma
que el dolor aleja en horas amargas.

Hay una sonrisa por la que yo vivo,
hay una sonrisa que yo quiero tanto,
hay una sonrisa...
por la que yo aguardo.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia)


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jueves, 30 de septiembre de 2010

EN DEFENSA DE UN PERIODISMO IMPARCIAL*

La identidad de El Espectador con los principios de su fundador, constituyen para el lector la mejor garantía de su imparcialidad. En un momento crucial para el destino del país, su actitud prudente confirma su fidelidad en la defensa de la Patria y de los principios liberales.

Entre los encontrados sentimientos de Antonio Panneso** y ‘Lorenzo Madrigal’***, encarnación de las inclinaciones más opuestas, hay tal diversidad de respetables pareceres sobre el comportamiento del primer magistrado, que su acogida en las páginas de El Espectador lo reafirman como tribuna objetiva y libre del pensamiento.

La presentación de los hechos, por vergonzosos que sean, sin deformaciones maliciosas, no constituye desafuero periodístico que pueda censurarse, menos aún la difusión de las encontradas opiniones de los colaboradores del periódico. En los lectores ofendidos con el tratamiento imparcial de la opinión y la noticia descubro en cambio cierta ofuscación divorciada de todo intelectual razonamiento y precedida por apasionados sentimientos.

El penoso proceso que se sigue al presidente no debe entenderse como el enjuiciamiento al ideario de un partido sino como el juicio a un ciudadano en quien recaen graves indicios de haber transgredido normas éticas y legales, juicio que por el alto cargo que ocupa el encausado tocará con su fallo el prestigio de Colombia.

Para todo liberal sensato, pesa hoy más la suerte y el buen nombre de la Patria, que el destino de su presidente. Ojalá la Cámara de Representantes a pesar de su pobreza conceptual, jurídica y oratoria permita a la verdad salir de su laberinto.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Esta nota fue publicada en el diario colombiano El Espectador, el 12 junio de 1996 (pág. 4A), y hacía referencia al trato periodístico del juzgamiento del entonces presidente Samper por los aportes de dinero del narcotráfico a su campaña. El suceso polarizó al país y enfrentó agriamente a defensores como a fustigadores del presidente. El Espectador fue generoso al ceder espacio a las diferentes opiniones, imparcial y respetuoso con tantos pareceres.

** Columnista de El Espectador

*** Seudónimo del columnista y caricaturista de El Espectador Héctor Osuna.


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viernes, 24 de septiembre de 2010

CUANDO A MI LADO ESTÁS

Cuando a mi lado estás,
nada me falta,
eres aliento para seguir viviendo.

Cuando a mi lado estás,
mis pugnas olvido con el mundo,
tu cercanía calma mis ansias
de rebelión y de pendencia.

Cuando a mi lado estás,
hasta la muerte pierde trascendencia,
¿Para que anhelar su paz,
si la felicidad puedes brindarme?

Cuando a mi lado estás,
no existe el dolor ni el sufrimiento:
mi mayor dolor es añorarte.

Cuando a mi lado estás,
mis sentidos todo lo perciben bello,
y en tu ausencia
el mundo
no tiene fundamento.

Cuando a mi lado estás,
la insatisfacción no existe,
se olvida la razón de mis reparos,
sólo sueña el corazón en poseerte.

Cuando a mi lado estás,
todo es sereno,
eres la calma que domina
la tempestad de mis afectos.

Cuando a mi lado estás...
¡ Nada me falta !

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia")

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viernes, 17 de septiembre de 2010

MI PENSAMIENTO, UN GRITO QUE SUBLEVA

Necesito alzar mi voz al infinito,
que mi pensamiento vuele por los aires,
que la conciencia cósmica lo abrigue,
que cause desazón y que subleve,
que interrumpa el letargo de los hombres,
que aceptan las verdades sin juzgarlas,
que derribe los bastiones de la infamia,
que derrumbe a los déspotas,
que ensalce a los humildes,
que inflame el corazón de los cobardes,
que aliente el corazón de los valientes,
que redima al hombre resignado
arrasando con toda servidumbre.
Que exalte la libertad y la razón,
rebajadas por los amos
del poder y la fortuna.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético")

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viernes, 10 de septiembre de 2010

¿TERMINÉ AMANDO LA VIDA?

Si todo estaba siendo objeto de mi análisis, no estaba de más que juzgara mi culpa en la enfermedad que me llevaría a la muerte. Inobjetable era mi falta, había abandonado por años los controles. ¿Pero acaso no tenía motivo para hacerlo cuando tantas biopsias benignas me habían tranquilizado? Tarde vine a saber que la metaplasia colónica del último fragmento de estómago que me estudiaron era un paso al cáncer gástrico. El especialista me habría alertado si en vez de archivar el informe se lo hubiera presentado. Y no lo hice porque también decía que no había malignidad en la muestra examinada. En fin, ¡así debían pasar las cosas! Pues hasta las verduras que poco me gustaban las incluí en mi dieta. Y los medicamentos nunca me faltaron. La cimetidina, la ranitidina, el omeprazol, el sucralfate, la metoclopramida y todos los antiácidos daban fe de que tampoco fui tan negligente. En ausencia de controles yo mismo me los formulaba. Y aunque me recriminaron la autoformulación, ningún médico pudo refutarme que la prescripción fuera correcta. «Se creyó tan docto recetándose –me dijo alguno– que pasó por alto que sólo una parte del manejo de la enfermedad era la fórmula».
De todas formas, no tenía porque quejarme; muchas veces había expresado el desprecio por la vida. No había sido grande mi apego a la existencia, hasta recuerdo cuando recitaba con rebeldía los versos de León de Greiff, como si fueran míos:
«Juego mi vida,
cambio mi vida.
De todos modos
la llevo perdida.»
Los repetí mil veces, considerándola un bien sin importancia. Pero a fuerza de vivir terminé cogiéndole cariño. La había colmado de pretextos y motivos, y sentía tristeza de dejarlos huérfanos. Ahora me ataban los quehaceres a que me había entregado para entretenerme, mientras llegaba la hora de partir. Había sido un buen discípulo de Chalmers para quien la dicha consistía en tener qué hacer, a quién amar y algo qué esperar.
Pensé en la muerte de mis seres queridos, en las hipotéticas y en las reales. Y particularmente recordé el accidente de mi hija, cuando creí que la perdía. Qué alegría que las cosas se dieron al derecho. No tienen porque anteceder en la muerte los hijos a los padres. Pasado la angustia inicial del accidente, mi dolor se fue atenuando al entender que no era yo Dios para cambiar los hilos del destino, y que todo ser humano tiene un final inexorable, del que ni Eleonora escaparía. Entendí que mi dolor más que por ella era por mí. Sufría porque ella pudiera abandonarme. ¡Y con ese egoísmo nos atrevemos a decir que sufrimos porque amamos! Para que hubiera amor auténtico en ese instante amargo, lo que debía importarme era haberle dado afecto, haber cumplido a cabalidad mis obligaciones como padre, haberla hecho feliz, haberle dado amor todos los días. Y si tenía que marcharse, que lo hiciera con la alegría de haber contado con un ser que no le había fallado. Pensé que podía sentirme triste si el destino se la llevaba para siempre, pero no abatido, pues a Dios gracias, creía que mi comportamiento era admirable. Que fuera lo que el Cielo dispusiera, al menos había paz en mi conciencia.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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sábado, 4 de septiembre de 2010

CARTA LIV: LA ESTUDIANTE RESULTÓ APLICADA

Octubre 20

Mi amor:

No alcanzo a imaginar en que puesto te tendría el destino si el matrimonio no hubiese cruzado por tu vida. Por él abandonaste lo que más querías, por su culpa tus estudios se quedaron truncos.

Tantos años después vuelves al dominio de los libros. Y te encuentro con más gusto y constancia que una aplicada adolescente. Que buen ejemplo tienen tus niños al tener una madre que anhela cultivarse. Te siento grandiosa, interpretando términos que son del dominio de los médicos. Te veo hermosa vistiendo ese uniforme blanco que te hace lucir tan diferente. Te veo importante maniobrando tu tensiómetro, practicando con sondas y jeringas o cargando libros de título llamativo bajo el brazo.

Y he de amarte mucho para disfrutar tanto como tú todas esas actividades que a la hora de la verdad le roban tiempo a nuestros arrumacos. Ese es un buen síntoma, porque el verdadero amor se mide en términos de desprendimiento.


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 27 de agosto de 2010

CUANDO A MI LADO ESTÁS

Cuando a mi lado estás,
nada me falta,
eres aliento para seguir viviendo.

Cuando a mi lado estás,
mis pugnas olvido con el mundo,
tu cercanía calma mis ansias
de rebelión y de pendencia.

Cuando a mi lado estás,
hasta la muerte pierde trascendencia,
¿Para que anhelar su paz,
si la felicidad puedes brindarme?

Cuando a mi lado estás,
no existe el dolor ni el sufrimiento:
mi mayor dolor es añorarte.

Cuando a mi lado estás,
mis sentidos todo lo perciben bello,
y en tu ausencia
el mundo
no tiene fundamento.

Cuando a mi lado estás,
la insatisfacción no existe,
se olvida la razón de mis reparos,
sólo sueña el corazón en poseerte.

Cuando a mi lado estás,
todo es sereno,
eres la calma que domina
la tempestad de mis afectos.

Cuando a mi lado estás...
¡ Nada me falta !

LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Poemas de amor y ausencia")

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viernes, 20 de agosto de 2010

EL INICIADOR DE LA ENTOMOLOGÍA EN COLOMBIA*

La afable referencia que ha hecho El Espectador en su edición del pasado 6 de junio al centenario del natalicio de Luis María Murillo Quinche, ha vuelto a transportarme a las gestas fascinantes de nuestra ciencia en un pasado seguramente para la patria más amable.

Aprendices malogrados de la alquimia, frustrados con la desaparición de un laboratorio destruido por un temblor en 1917, Otto de Greiff y Luis María Murillo, prosiguieron con interés naturalista en la búsqueda de fósiles por los cerros bogotanos. Claudicó a las excursiones el primero y en Medellín dio inicio en la Escuela Nacional de Minas al estudio de su profesión; el segundo sin hallar un sólo fósil, descubrió a cambio entre el verdor de las montañas la riqueza de una fauna por su tamaño despreciada. Nació allí su vocación por los insectos, y en ausencia de esa disciplina en nuestro medio, se formó a sí mismo. Hizo de la naturaleza su universidad y transformó en ciencia aplicada el producto de sus descubrimientos. A lomo de mula recorrió el país entero, identificando las plagas de nuestra agricultura, descubrió sus hábitos, su ciclo vital, su distribución y sus debilidades con el ánimo de combatirlas, enriqueció la taxonomía universal con nuevos ejemplares y desde las escuelas rurales, desde la cátedra universitaria, desde las academias, desde su ministerio, primero de Industrias, después de Agricultura, desde sus columnas en revistas y periódicos, instruyó desde analfabetos campesinos hasta senadores y ministros sobre la importancia de esos seres diminutos que no por pequeños menos estragos causaban a la economía. Miles de millones de pesos ahorraron al país sus enseñanzas.

Y temeroso del daño indiscriminado que causan los insecticidas, propuso y ensayó con éxito la destrucción de las plagas por sus enemigos naturales. Con insectos útiles controló insectos dañinos, sin causar estragos en los ecosistemas. Estudios científicos valiosos que le merecieron ser el único latinoamericano miembro de honor en la centenaria Sociedad de Entomología de Bélgica.

Fue como lo expresara Juan Lozano y Lozano ante su tumba abierta, "un hombre adorable por virtud y generosidad, el mejor de los amigos, un patriota, un sabio, un poeta y un alma pura como la de un niño".

Señores directores, la vieja amistad que unió al iniciador de la entomología en Colombia, con la familia Cano y El Espectador, se prolonga hoy en la gratitud y en el afecto que sus descendientes sentimos por ese diario centenario.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* A los directores del diario colombiano El Espectador, Juan Guillermo Cano Busquets y Fernando Cano Busquets, dirigió el autor esta epístola el junio 10 de 1996


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viernes, 13 de agosto de 2010

PORQUE LLEGASTE

De pronto se negó mi alma
a proseguir sola
la senda de la vida.

De repente mi paso seguro
se ha vuelto vacilante
y mi aquietado corazón
se ha rebelado.

A los sentimientos
mi juicio ha sucumbido;
está mi ser desnudo,
desprotegido, inerme...

Definitivamente el corazón
no sabe de razones,
ni la razón
comprende sentimientos.

Ya no tengo felicidad
sin tu presencia.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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viernes, 6 de agosto de 2010

EL MUNDO POR DESCUBRIR NO ES EL SOÑADO

Cuando el dolor y el agotamiento progresivos hicieron sentir a José enfermo de verdad, todas sus actividades decayeron, y muchas desaparecieron para siempre. Su fortaleza física, conservada por el esfuerzo admirable de su voluntad, se derrumbó. Consciente de su debilidad optó por no salir del edificio. Y para compensar su encierro, puso al frente del ventanal de su alcoba una mullida mecedora, en la que se le iban las horas, hamaqueado entre su siesta y sus lecturas; entre la abstracción en sus escritos y la dispersión que le provocaba el mundo agitado de la calle. Ese cosmos del otro lado del cristal de la ventana era su contacto más importante con la realidad; todos los demás eran virtuales. En sus excursiones por la biblioteca, que era un cuarto grande, adaptado para tal destino con siete pisos de estantería que forraba de libros las paredes, José se aprovisionaba de obras y documentos que le hacían más llevaderas las horas del encierro.
Solía revisar alguna de las carpetas con borradores de sus publicaciones. Siempre le deparaban alguna novedad, a pesar de ser él, el autor de los escritos. Leyéndolos podía ufanarse de que el prodigio hubiera salido de su pluma, o ruborizarse de haberlos publicado. En ocasiones los juzgaba tímidos, en otras le sorprendía su arrojo. Mezclados con ellos, propio de su desorden, había párrafos sueltos que esperaban un lugar en un libro que ya no llegaría. Hojas dispersas que tal vez serían las primeras en llegar a la basura cuando se aseara la biblioteca tras su muerte. De pronto a su hija le diera por leerlas y terminara publicando algún ensayo. Había mucho sobre la muerte, las relaciones de pareja, el comportamiento sexual, la infidelidad, la libertad, el avasallamiento del hombre, la injusticia, el bien y el pecado, temas que habían sido en sus obras recurrentes. Pero ordenar sus notas y llenar de coherencia las ideas dispersas, no era tarea fácil. No lo era para él, menos para un extraño. Entre suspiros pensaba que terminarían en el fondo de la caneca, pues muchas notas estaban escritas en recibos ajados, en servilletas dobladas, al respaldo de tarjetas de presentación o en fragmentos de papel rasgado de la esquina de un periódico. Todo con tal de no dejar escapar una idea en el esplendoroso instante de su nacimiento. Así había sido siempre. Algún día el escrito pasaba del sitio improvisado al procesador de texto de su computador, y comenzaba la fase de crear, de dar forma a su obra con la paciencia de un sastre, hilvanando párrafos y remendando ideas. Así habían nacido muchas de sus publicaciones. Ahora, por desgracia, abundaban los pensamientos y escaseaba el tiempo.
Aquella tarde tomó una carpeta atestada de documentos, que lo obligó a pasarse de la mecedora al escritorio para poder manipularla. Ojeó uno tras otro los textos, hasta fijar en uno su mirada: «El instinto atrae a la mujer y al hombre. El retrato de un instante de pasión hace presumir que en la naturaleza más perfección no existe, pero tras de esa efímera armonía se esconden descomunales desacuerdos. […] El hombre y la mujer hablan del amor y el sexo en lenguas diferentes. El deseo y el amor que los atraen, es la causa a la vez que los repele. […] Puede que la mujer experimente el sexo con agrado, pero nunca con el entusiasmo enloquecedor con que lo busca el hombre. El macho humano es un animal carnívoro y su presa todas las mujeres. Son las leyes de la naturaleza, que persistirán a pesar del disgusto femenino empeñado en transformar el comportamiento de los hombres. […] Puede amar con exclusividad el hombre, pero sacia en muchos cuerpos su deseo: la eterna paradoja de amar a una y desear a cientos. Y no es maldad, porque el objetivo de la infidelidad no contempla que sufra la pareja. Son las hormonas, son los genes. Igual de libidinosa se torna la mujer con los andrógenos. Y el macho fue inundado por el Creador con las hormonas del deseo».
Entonces llegó el recuerdo de Eleonora, porque justo esos párrafos se le revelaron accidentalmente en su tierna adolescencia.
Eleonora se había criado a la sombra de los libros. Cuando pequeña se entretenía sacándolos de los estantes y apilándolos de diferente forma hasta construir estructuras que algún significado tenían en su mente fantasiosa. Pocas veces examinaba su interior, pues a diferencia de los suyos, llenos de color e ilustraciones, los de José estaban atiborrados de ininteligibles y aburridos caracteres; pero el inusual cuidado con que los trataba se había ganado la confianza de su padre, quien se los dejaba tocar sin el menor reclamo. Pasado su interés en ellos, la pequeña Eleonora terminó por olvidarlos. Se le volvieron un objeto monótono de la decoración. Tal vez por eso, José se olvidó de que su hija se pudiera concentrar en su lectura. Pero Eleonora creció y se convirtió en una adolescente interesada en el mentado ingenio literario su padre. Una mañana aprovechando que la habían dejado sola, se dedicó a buscar en la inmensa biblioteca las obras de José: «Inflamado por a libertad», «¿Por qué no funcionan las parejas?»,. «El manual de los amantes», «Contradicciones religiosas», «Del intelecto a los sentidos», «Moral e instinto», y muchas otras. Al azar se quedó con el segundo título, y comenzó a ojear hasta que el sugestivo encabezamiento de un capítulo, «Así somos los hombres, no lo que esperan las mujeres», la hizo a leer entusiasmada: «A la infidelidad y a la promiscuidad somos proclives. [...] Que todos somos iguales afirman las mujeres. ¡Y lo somos! Nuestras pasiones son las mismas. Víctimas de la norma o la etiqueta las ocultamos, pero no renunciamos al deseo: el cuerpo de la mujer es el mejor platillo. En la imaginación lo hacemos nuestro, desarropamos sus formas, fantaseamos con su intimidad y dejamos en libertad nuestros sentidos. Encubrimos nuestra lujuria para tejer la red que las atrapa. Con detalles tiernos y frases delicadas alcanzamos con docilidad lo que nos negarían si conocieran las verdaderas intenciones. ¡No es maldad, es el instinto! Si el enamoramiento se presenta, bloquea nuestra atención a otras embriagadoras tentaciones, pero apenas de forma pasajera. Los hombres, seductores pertinaces, pronto volvemos a soñar con la próxima conquista, real o imaginada, furtiva o manifiesta». Eleonora devoraba con afán las líneas. Cada párrafo era una revelación desconcertante, un cúmulo de datos para digerir, una realidad cruda, inesperada. Y ante todo una verdad rubricada por la firma de su padre. «No oculto nuestro carácter, si imperfecto, corresponde a nuestra naturaleza y no al dominio arbitrario de nuestra voluntad. [...] A cualquier edad la carne joven nos incita; la conquistamos en los años mozos, ya viejos, si es del caso, la compramos. ¡Qué indolencia! Pero el cuerpo ajado de la mujer no nos atrae. Sin embargo, al olvidar la fascinación de lo carnal, nos queda de la mujer la imagen de la madre y de la abuela... llenas de virtudes». Los ojos de Eleonora saltaban de párrafo en párrafo. Pasaba las hojas de prisa buscando frenéticamente otro encabezamiento. Un nuevo título: «La infidelidad», y un nuevo texto: «Si somos sin motivo propensos a la infidelidad, ¿cuán no seremos cuando la mujer nos somete a sus torturas? Sus agravios, sus celos, sus cantaletas, desbordan la tolerancia de todo hombre y lo lanzan indefectiblemente a los brazos de una amante». Y otro capítulo: «Las edades de la mujer según el hombre». «Desde la niña hasta la anciana pasan las mujeres por el mundo afectivo de los hombres suscitando infinidad de sensaciones. Desencadena la niña la protección y la ternura, enciende la mujer joven la pasión, inspira la anciana el respeto y la piedad. [...] Hay en las edades de la mujer, una en que vale sólo por su cuerpo, aquélla en que es la entretención suprema para el hombre. ¡Poco dura!. Y otra madura y menos breve, en que la seducción por su cuerpo poco importa. [...] La mujer tiene los años de su lozanía. Cuando es joven y atractiva nos domina». Cambió de párrafo: «Indignadas protestan las mujeres por el trato denigrante que las hace un objeto sexual de los varones, no obstante sufren cuando los años desvanecen los atributos por la que son objeto. En lo más recóndito de su ser todo ser humano quiere ser apetecido. [...] Cuando esos años pasan, sin la sombra de lo lúbrico, puede verlas el hombre en la plenitud de sus virtudes». Más adelante el libro intentaba aproximarse a lo moral. «Las relaciones de familia imponen en cualquier hombre decente barreras a lo erótico. La idea del incesto congela sus instintos. [...] Los juicios que los géneros formulan de su contraparte son sesgados. Juzgan bajo la perspectiva de su propio sexo, ignorando la naturaleza del contrario; así pierden la posibilidad de comprenderlo. La mujer, por ejemplo, que casi siempre liga amor y deseo en un mismo sentimiento, no alcanza a comprender que su compañero la ame, cuando acaba de compartir el lecho con una mujer desconocida».
Por un instante Eleonora cerró el libro, y se topó con la foto del autor en la cubierta. La pareció otro, diferente al hombre que la consentía. Cruel o pesimista, visionario de desastres, profeta de un mundo dominado por el desencanto. Pensó en él como un anunciador apocalíptico que revelaba que el verdadero amor no existe, y lo imaginó notificando con descaro que la mujer debía ser un juguete eternamente traicionado. No sabía si sentirse alertada o agraviada.
En su ensimismamiento no escuchó los goznes oxidados de la puerta que anunciaban la llegada de su padre. Demasiado tarde se apresuró a dejar la obra en el estante.
–¿Te convertiste en otro más de mis lectores? –le preguntó José con la certeza de que el que ponía en su sitio era uno de sus libros.
–Me pescaste papá.
Y sacando el libro de la biblioteca lo puso con sus dos manos frente a los ojos de su padre.
–Esa no es literatura para niños.
–Pues ya no soy tan niña. Y seré yo quien haga las preguntas. ¡Papá, tu libro es repugnante! ¡Nada hay en él del ser me consiente!
–Hija ese era el libro menos indicado para comenzar a entender mi pensamiento. Claro que soy el hombre hogareño y afectuoso que siempre has observado, pero también soy el crítico implacable que en las noches se encierra en el estudio a develar sobre el papel el universo que se esconde bajo el superficial que conocemos. El mundo que estás por descubrir será diferente al que has soñado. «La búsqueda de la felicidad, testimonio de quien la ha encontrado», hubiera sido para una adolescente la primera aproximación a mis escritos; con «Critica a la vida» hubieras dado el primer paso a los textos que encienden el debate.
En tono paternal fue desvaneciendo José, con amor y con razones, la fuerte impresión que había dejado en Eleonora la lectura.
–Pero papá, siento que te expresas de las mujeres con desprecio. ¿Desde cuando somos objeto para divertir al hombre? Llegué a imaginar, mientras leía, una risa mordaz inundando mi salón de clases, haciendo trizas el mundo que me habían mostrado.
–Comenzaré por explicarte que los hombres somos soñadores, y por soñar la realidad nos decepciona. Somos críticos, y por críticos vemos la vida y las personas de distinta forma. Lo mismo a la vista de tantos resulta diferente. Lo que te enseñan tal vez sea distinto a lo que yo te cuento, y diferente a lo que descubras por tus propios medios. Puntos de vista que no cambian la esencia de las cosas. No es más grande la mujer por más que se la ensalce, ni más odioso el hombre por más que se le recrimine. La realidad, como la verdad, es sólo una, pero cada cual la interpreta a su manera. Me gusta escribir sobre el lado conflictivo de las cosas, por lo que no resulta amable todo lo que digo. Es otra cara de la realidad que no niega cuanto de bueno hay en el mundo. Creo en la igualdad entre los sexos y proclamo los mismos derechos para ambos, pero toco las diferencias, la forma en que cada uno ve las cosas, la manera de sentir y de expresarse. Describo en detalle la personalidad de la mujer y el hombre, busco explicación a su conducta, hurgo en la filosofía y la ciencia, y encuentro que mucho hay de instintivo y natural, y no tanto de voluntario y reprobable. Llamo la atención sobre la realidad de las cosas, porque a veces la sociedad, con una venda encima, se opone a lo evidente. Mi libro te cuenta como son los muchachos que comienzan a gustarte. Debes saber que los hombres somos sensuales en extremo. Que vamos tras del placer, tras de los gozos que deparan los sentidos. ¿Y sabes cuál es la sensación más formidable?
–La mujer, si me atengo a lo leído.
–Exactamente.
–Y es por eso que el hombre la somete.
–Vaya uno a saber cuál es el sexo que somete y cuál el sometido. Yo siento que sólo con seducir, la mujer consigue doblegarnos. Buen tema para tratar en clase. Pero en las aulas falta resolución para mostrar la imperfección humana y para revelar la realidad con su crudeza. A veces se evita chocar con el romanticismo de la vida que se le vende al niño. Se habla de la magnificencia del amor como prolongación de los cuentos de hadas que se aprenden en la infancia. A mí me gusta que a las cosas se las llame por su nombre, que se las tenga por lo que son, sin maquillaje. Por eso sin tapujos me refiero al deleite egoísta que por naturaleza, no por maldad, buscamos en la mujer los hombres. También enaltezco el amor y valoro el ideal que pretende al hombre y la mujer unidos para siempre. Unidos por el conocimiento mutuo y trasparente, más realista y menos soñador, más objetivo y menos propenso al desengaño. La mujer que lea mis libros se podrá enamorar de un hombre real con todos sus defectos, sabrá cómo y por qué actuamos, conocerá nuestra naturaleza, y con ella nuestras debilidades y virtudes. Si acepta la aventura, no se llevará sorpresas. Desmitifico al príncipe azul para que no rompa en lo sucesivo corazones. A una adolescente, debe al menos enseñarle el valor de la prudencia. De pronto le dé elementos que la hagan inmune al desencanto.
Fue entonces cuando Eleonora sorprendió a José con su pregunta.
–¿Tú nunca fuiste feliz con mi mamá? ¿Por eso escribes como escribes?
–Todo no fue tan malo. Nuestra relación comenzó con muchas ilusiones, tantas que nos ocultaron la contravía en que viajaban nuestros intereses.
–¿La has traicionado?
–Me niego a contestarte.
–No es para juzgarte.
–Juzgar es muy difícil. Se peca por exceso o por defecto. No sé si exista maldad en los infieles. A unos los espolea el hastío, a otros el instinto los instiga; algunos buscan las cualidades que en su pareja están ausentes, algotros se empeñan en compensar algún maltrato.
–Si me das más argumentos pensaré que tuviste alguna amante.
–Muchas: Es lo que tu madre afirma –y se contuvo.
No era a su hija a la que debía resaltarle los defectos de su esposa. Prefirió volver al libro para poner punto final al tema.
–Hija, si te has llevado una mala imagen de mi obra, es porque tu percepción aún es idealista. El libro no intenta ser moral ni libertino. No hace un juicio a la conducta humana, apenas presenta su comportamiento sin engaños. Al escribirlo, quise mostrar la realidad, como un fotógrafo la capta, sin eufemismos ni retoques. Sólo a mis años dirás si estuve equivocado; porque para criticar la vida hay que vivirla. De pronto es más lo que decimos que lo que padecemos.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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viernes, 30 de julio de 2010

CARTA LIII: LA EXPLICACIÓN Y TU REGRESO

Octubre 18

Copito:

Sólo quiero contarte que tanta dicha como por tu regreso adviertes, fue la aflicción que me hizo padecer tu ausencia.

Que decidiste un viaje de forma sorpresiva, que de afán recogiste a tu mamá, que corriendo llegaste a la estación de buses, y aun así el autobús casi te deja. Todo lo comprendo, pero me niego a aceptar que en ese maratónico periplo no hubieses conseguido el medio para darme parte. Al menos un pensamiento me hubieras dedicado. Acepto cuanto afirmas y no insistiré en conocer el motivo por el que no crucé ni un instante por tu mente.

Si la excursión no se hubiera organizado con urgencia, hubiéramos planeado todos un viaje placentero. No es cierto como tú piensas que me hubiera molestado viajar con tu mamá y los niños. La limitación es más de tiempo y coartada. La próxima vez no habrá disculpa que me margine del paseo. Un supuesto viaje de negocios puede ser la coartada perfecta que permita que tú y yo viajemos juntos. Y si has de viajar sin mí, recuerda para no tener remordí-mientos, que sólo basta que me anuncies tu partida.


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 23 de julio de 2010

REFLEXIÓN SOBRE EL PROCESO 8000 *

A riesgo de que la eficiente labor del fiscal Alfonso Valdivieso en contra de las corruptas costumbres políticas del país conduzca como producto de nuestra idiosincrasia a la erección de un ente incontrolable -el único en la actualidad capaz de ejercer la autoridad con ejemplar firmeza- debemos brindar los colombianos a la Fiscalía todo nuestro respaldo y demandar que el ejemplo moralizador impuesto por esa institución se extienda a otras entidades del Estado.

Buen tránsito tendría por ejemplo la Procuraduría si pasara de las manos de un político cuestionado -Orlando Vásquez Velásquez**- a las del vice fiscal Adolfo Salamanca, honesto, altivo y valeroso funcionario, no contaminado aún por la vacilante y permisiva cobardía propia de nuestros amedrentados coterráneos.

En medio de la controvertida permanencia de nuestro presidente*** en el poder, son más quizás los frutos dados por el proceso, al someter al imperio de la ley a políticos de reprochable condición moral. Más que la cabeza de un dignatario, urgía al país el aniquilamiento de una maquinaria desvergonzadamente entronizada.

Del presidente quisiéramos esperar los colombianos un juicio ceñido a la verdad y a la justicia****, ante instancias preferiblemente de naturaleza judicial que le confirieran al fallo una credibilidad incuestionable, conveniente aun, para el mismo procesado, ante la eventualidad de un veredicto absolutorio.

No obligado, el presidente, a dejar el poder sin fallo previo en contra, la delicadeza de quien asume tan alta investidura aconseja el retiro voluntario, porque tan importante como la pureza de sus actos es el convencimiento público de que han sido transparentes.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Esta epístola fue escrita el 12 de mayo de 1996. Aludía al proceso abierto contra el presidente Ernesto Samper y los políticos que recibieron dineros del Cartel de Cali para sus campañas políticas.

** Finalmente encausado dentro del proceso 8000

*** Ernesto Samper Pizano

**** El presidente Samper fue juzgado por la Cámara de Representantes cuyos miembros precluyeron el proceso.



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domingo, 18 de julio de 2010

¿DEL AMOR QUE DICHA HE CONOCIDO?

¿Del amor que dicha he conocido,
si el único destello
se convirtió en tortura?
¿Si la sombra del desdén
persigue mis afectos?
¿Si a fuerza de tristezas
se volvió mi corazón de piedra?
¿Si de la felicidad ambicionada
sólo existen las fantasías
que fabricó mi mente?
¿Si me acostumbré a soñar
-en pos de una quimera-
y a despertar
en una realidad sin esperanza?

¿Si las mujeres que amé
son un recuerdo triste y doloroso?
¿Si las semillas que esparcí
en sus tiernos corazones
murieron sin mostrar
el brote más sutil
de un puro sentimiento?
¿Si hube de soñar
pagando los placeres
que a otros da el amor,
gratuito y generoso?

Aún hoy, postrados mis afectos,
como quisiera conseguir un amor...

El amor que me quisiera.



LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del amor, de la razón y los sentidos")

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sábado, 10 de julio de 2010

MUJER, SEXO Y TERNURA

Joaquín ha sido otra voz en mi conciencia. La que aminoró los obstáculos a la fogosidad de mis instintos; la voz que estimulaba mi arrojo y echaba por la borda la templanza. Es un buen hombre; honesto, amable, muy libidinoso y poco refinado; y no porque le hubiera faltado formación, sino porque le sobró, al decir de sus palabras. «Era –dice– la reacción a una instrucción insoportable, a una etiqueta y a unas maneras que no van conmigo». No es mi antítesis, al fin y al cabo yo era como él, un hedonista convencido; él, desenfrenado y lenguaraz, yo más pulcro y contenido.
Recuerdo que pocos como Joaquín cuestionaron la apología que hice de la ternura femenina:
–¿Tiernas dices tú, con la intensidad tan desmedida con que odian? ¿Con la rudeza con que tratan a los hijos? Tiernos nosotros, que sabemos consentir, que como padres somos verdaderas madres. Y no lo digo con enfado, tampoco por despecho. Tu sabes que no podría vivir sin ellas. Sin las mujeres mis mayores placeres estarían proscritos.
Tenía razón. Bastaba ver las estadísticas de la violencia en los hogares para saber que hay más maltrato de la mujer contra sus hijos que del hombre contra ellas. Rectifiqué. Más que en las mujeres, la ternura estaba en mí imaginación, como una cualidad que esperaba materializar en alguien, y que brotaba en la proximidad de esos seres exquisitos. Tal vez no fueran los entes encantados con que yo soñaba, pero ningún otro me hubiera embriagado tan intensamente.
–Las mujeres son a la vez dulces y amargas –terminé afirmando.
–¡Pero adorables! –apuntó Joaquín– dándole la razón a mis razones.
–¡Adorables mas no para casarte! –le dije a sabiendas de su fobia.
–¡Qué observación más necia! No soy de los que con una sola mujer se satisface. No hay además hechizo que aguante un matrimonio. Para casarse se necesita una vocación como la tuya.
–¿Así de estoica?
–Desde luego. Harías prodigios con una mujer menos rabiosa.
Fui entonces yo quien protesté contra tamaña idea:
–No me tiraría con un matrimonio la dicha de un romance.
–Te podrías casar con una amante. De paso te sacarías el clavo.
–¿Sólo por el placer de la venganza? ¡Nunca! No quiero ser materia de rencores.
Sin embargo me asaltó una idea descabellada y le dije que tal vez lo haría cuando la muerte me rondara.
–Digna de ti tamaña extravagancia.
–Inaudita en verdad. Pero un matrimonio cuando la muerte acecha es tan fugaz que no da tiempo al desengaño.
–Ese sí «hasta que la muerte los separe».
–Y más allá, porque el recuerdo de la relación estará libre de agravios, y sublimado por la compasión y la ternura.
–¿Si no es para agriar la placidez de Elisa, qué razón tendrías para casarte?.
–Asegurar una compañera en mis peores días y compensar a las amantes. Enaltecer a una para hacerle un reconocimiento a todas. Escarmentar a quienes las humillan, haciéndolas partícipes de los privilegios de que gozan las señoras «dignas».
–Aunque romántico, tu gesto pasaría sin advertirse. Para llamar la atención tendrías que vivir en la era victoriana. Ya nada escandaliza. Hoy novias, esposas o amantes son la misma cosa. Para colmo de males desde tu separación tus queridas perdieron la condición de amantes.
–Desafortunadamente las amantes no existen en la agenda de los hombres libres. Me tocará llamarlas novias; son las consecuencias de romper mis ataduras.
–Lo dices con nostalgia porque el matrimonio te dejó marcado. La novia tiene el hedor de la consorte, la amante la holgura de los amores clandestinos.
–No me atrevo a ser tan descarnado, pero el vocablo esposa algo desagradable produce en mis entrañas, a sabiendas de que las puede haber maravillosas.
Finalmente me he visto de cara con la muerte, y sin la intención de proponerle a nadie matrimonio. ¿Cómo habría de plantear tamaño disparate? Se lo acabo de recordar a Joaquín, quien ya ni se acordaba. Y aunque retomamos la conversación de tantos años, terminamos hablando de la connotación que tiene el sexo para el ser humano. Le expuse mi teoría de que el sexo es para el hombre un fin y para la mujer un medio. Un medio para halagar o asegurar a su pareja, y no pocas veces para escalar y asegurar el éxito.
–No es vital para la mujer –me dijo Joaquín al despedirse–. Pero sin él, en cambio, sería impensable la vida para el hombre.
Esa afirmación inobjetable me obligó a pensar cuán importante había sido en mi existencia. Me remonté a mi adolescencia, en que por juzgarlo poco intelectual y demasiado maquinal le dedique muy pocos pensamientos. Y aunque no fue motivo de mis reflexiones, sí sucumbí entre contrito y apenado a sus momentáneos arrebatos. Del sexo tan solo me molestaba que sólo fuera instinto. ¡Quién hubiera pensado que terminaría librando batallas en su nombre!
De tanto observar, llegué a la conclusión de que el apareamiento no surge solamente del deseo, pues la frustración y la ansiedad son otras fuentes que lo determinan. Pensando en mí, recordé que las embestidas de Elisa me impulsaban a los brazos de mi amante; no como expresión de venganza, sino en busca de un bienestar que anulara la desazón y la tristeza. Era una fuerza refleja y repentina que surgía tras el disgusto. ¡Ah, maravillosas endorfinas! Si no hubiera invertido en el amor la energía reprimida de mis furias, cuántos males hubieran sido causados por mi ira. Debo afirmar que desde mi temprana adolescencia intuí que el sexo calmaba la ansiedad, que era una salida por la que escapaban las tensiones. Y no fue el producto de un caso personal; el efecto colectivo lo deduje al apreciar el índice de nacimientos en una población sometida a situaciones críticas.
Cuando me vieron disociar el sexo del amor en mis escritos mis contradictores opinaron que era el efecto de la malograda experiencia de mi matrimonio. No entendían que pudiera quitarle a la actividad sexual el aura romántica con que siempre ha sido maquillada para que no parezca el instinto animal que es verdaderamente. Fue en efecto mi experiencia, pero también la observación de mis congéneres, la que me dio elementos para llegar a tan provocadoras conclusiones. Estando más allá del bien y el mal, me mantengo en que la actividad sexual es una práctica que se relaciona más que con el amor con la ansiedad, y que actúa más como una válvula de escape, que como demostración de afecto. Es una práctica egoísta, que por saciarse mutuamente, como tal no alcanza a percibirse. Pero utilitaria o generosa, es de todas formas un resarcimiento delicioso por todas las agresiones de la vida.
Nada como las ideas sobre la sexualidad reflejan mi trasformación del niño timorato al adulto irreverente. ¡A qué punto llegué a rebelarme contra las prédicas que el sexo satanizan! ¡Cuántas veces sentí deseos de mandar a Javier a los infiernos!. La vida sexual es un asunto privado, privado hasta para la religión, quise decirle. ¿Cómo osa un sacerdote inmiscuir sus narices en lo que sólo concierne al individuo? Pero siempre me controlé, nunca supo él las centellas que me desencadenaban sus rígidos conceptos.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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sábado, 3 de julio de 2010

CARTAS LII: UNA TARDE GRIS

Octubre 16

Paolita:

No es ésta una tarde corriente, así esté sentado, como siempre, frente al computador, tratando de escribirte. No es la alegría, sino la soledad y el desconcierto, los motivos que animan este escrito. Sé al menos, por una vecina, que viajaste.

Un vacío estremece mis sentidos. Mi mirada vuela al infinito. Ni siquiera el cielo me brinda su azul reconfortante, las nubes tras su espesura lo refunden. Sus caprichosas formas tiñen de un gris de ausencia la tarde y se anuncia una noche prematura.

Adivino el viento por la forma en que desplaza y compacta los densos nubarrones. El ambiente es hostil y de nostalgia. Esos acariciantes copos que tanto me alegran cuando levitan en el cielo iluminado, están ausentes. Hoy son cúmulos negros, presagio de tormenta.

Mi mirada termina en el infinito, absorta, ausente. Escasamente repara en la realidad que tras el cristal asoma. Ya no está pendiente de los árboles, ni de las nubes, ni de las calles, ni de los transeúntes. Cuanto más ensimismada parece mi atención en ese mundo externo, más sumida está en realidad en el universo de mis sobresaltos. El vidrio de la ventana, martillado por la lluvia, opaco y sudoroso, ofrece tan poca nitidez del mundo, que toda mi atención naufraga irremediablemente en mis presentimientos.

Que hermosa es la certeza de saber que me piensas aunque te encuentres lejos, que alegre es saber serenamente que tu cariño es mío. Qué desesperante, en cambio, esta incertidumbre; este dolor -acaso apresurado- que te presiente perdida sin remedio, que teme que tus sentimientos estén en retirada.

Creo que escribo más para mí que para ti. ¿Será que llega a tus manos esta carta?



Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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viernes, 25 de junio de 2010

RECORDANDO UN CENTENARIO*

Queriendo arrebatar del olvido una existencia dedicada al humanismo y a la ciencia, que vio la luz hace 100 años, el mismo día en que se extinguía trágicamente la del poeta Silva, deseo traer al presente el recuerdo de Luis María Murillo Quinche (1896-1974), pionero en el estudio de los insectos y en la represión biológica de las plagas en el país, y fundador el 19 de Octubre de 1927 de los servicios de Sanidad Vegetal y de Entomología Económica en Colombia.

Aunque fue esa su mayor contribución al progreso de la nación, su mente inquieta, fascinada con todas las expresiones del entendimiento, desarrolló su afición hacia muchas disciplinas. Por ello podemos descubrirlo como el naturalista autodidacta que recorría los cerros bogotanos con Otto de Greiff y Rigoberto Eslaba; como el entusiasta intelectual que conformó con sus entrañables amigos Carlos y Juan Lozano y Lozano, y Augusto Ramírez Moreno la Sociedad Literaria Rufino Cuervo; como el estudioso de la química, la física y las ciencias nucleares, bajo la influencia de su sabio maestro Antonio María Barriga Villalba; como escritor y como periodista; como ávido lector, como profundo conocer del arte y virtuoso del pincel y la pluma, aplicados primordialmente a su labor científica; y como consagrado académico y profesor universitario, miembro o fundador de academias e institutos nacionales.

Los conocimientos entomológicos de otras latitudes, no aplicables a nuestro medio fueron estímulo decisivo a sus investigaciones. Recorrió el país entero descubriendo plagas y describiendo sus hábitos, su relación con el ambiente, su distribución geográfica y nuevas formas para combatirlas; e inició en 1918 una colección que llegaría a más de 100.000 insectos, y que sometida a constantes y lamentables pérdidas, encontró morada definitiva en Tibaitatá, donde conforma la Colección Nacional de Insectos. Al Museo Nacional de Washington llegaron también duplicados de sus especímenes, como manifestación del aprecio del científico norteamericano Edward Chapin por su obra.

Temeroso del daño de los ecosistemas por los insecticidas, centró sus investigaciones en la lucha biológica de las plagas, cuya primera aplicación conoció el país en 1913 cuando Federico Lleras Acosta y Luis Zea Uribe combatieron la langosta invasora con un cocobacilo. En la obra de Murillo reverdecen los estudios del sabio Caldas, se agiganta la obra del geógrafo Francisco Javier Vergara y Velasco, y encuentran los descubridores de la lucha biológica, Erasmo Darwin y Vallisniere, al primer gran abanderado de ella en nuestro medio. Sus cuatro décadas de servicio al Estado iniciadas en el entonces Ministerio de Industrias, fueron su lucha permanente contra el uso indiscriminado de insecticidas y en favor de la represión de las plagas por sus predadores naturales; trabajos que le valieron su ingreso como miembro honorario a la Real Sociedad de Entomología de Bélgica y en Colombia el reconocimiento con la Cruz de Boyacá durante el gobierno de Alberto Lleras Camargo.

Utilizando la avispita Aphelinus Mali, Luis María Murillo controlaría al Eriosoma Lanígerus de los manzanos de Boyacá en 1929; se valdría del Critolaemus Monstrousieri contra la palomilla del café; reprimiría a la Diatrea Sacharalis, gusano barrenador de la caña, mediante la Trichogramma Minutum; introduciría un hematófago originario de las Filipinas, la Spalangidae, para combatir la Lyperosia, mosca brava hematófaga, azote de los ganados en el Huila; haría objeto del más completo estudio al gusano rosado colombiano del algodón, Sacadodes Pyralis y a la Aphanteles Turbariae, avispa parásita de sus rosadas larvas, medio eficaz de reprimirlo y principal motivo de su obra "Sentido de una Lucha Biológica"; y con Francisco José Otoya, Hernando Osorno y Carlos Marín, eminentes colombianos, entonces sus colaboradores, en 1948 haría lo que calificaría como una espectacular lucha biológica, al erradicar la Icerya Purchasy, plaga de las plantas ornamentales con la Rodolia Cardinalis.

Miembro de la Academia Colombiana de Historia, de la Sociedad Geográfica de Colombia, del Ateneo de Altos Estudios, de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales, de la Real Sociedad de Entomología de Bélgica y de la Real Academia de Ciencias de España, tuvo su mayor vínculo y dedicación con la Academia Colombiana de Ciencias Exactas Físicas y Naturales de la cual fue miembro fundador. Constituida mediante decreto del presidente López Pumarejo en 1936, fue la materialización del deseo de José Joaquín Casas, quien gestionó en Madrid ante la Real Academia de Ciencias la creación de su correspondiente en Colombia. Se perpetuaba así la obra de Mutis y de Caldas, y también la Sociedad Científica de la Salle, antecesora de la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales, fundada por el sabio francés Hermano Apolinar María, en la que había iniciado Murillo su vocación científica.

Como subsecretario de la corporación, Luis María Murillo propició en 1949 el renacimiento de la vida académica cuando la institución parecía extinguirse a la vez que la vida de su primer presidente. Con Belisario Ruiz Wilches en la presidencia, la academia reencontró su rumbo. Desde entonces y por varios años Murillo se encargó de la edición y dirección de su revista, publicación que gozó desde su nacimiento de prestigio dentro y fuera de nuestras fronteras.

Contemporáneo y amigo de don Gabriel Cano y de Eduardo y Enrique Santos Montejo, no escapó a la influencia del periodismo; así se vinculó a El Tiempo durante 15 años con su columna "Desde mi Universidad", tuvo a su cargo la sección de agricultura de El Diario Nacional, y fue colaborador de El Espectador en su sección agrícola. Guardan aquellas páginas prácticas lecciones de entomología y la expresión de su vena literaria.

De su fértil pluma, quedaron entre otras publicaciones: "Los insectos y el clima", "Treinta años de sanidad vegetal", "La sanidad vegetal en Colombia", "El amor y la sabiduría de Caldas", "Francisco José de Caldas y los principios científicos del federalismo", y sus obras más importantes: "Sentido de una lucha biológica", "Colombia un archipiélago biológico" y el "Cantar de los cantares".

Señor presidente al repasar de nuevo la vida de mi padre, los innumerables documentos que han pasado por mis manos, amarillos ya por el paso de los años, han confirmado la trascendencia de los hombres a pesar de su efímero paso por el mundo.

Al confundirse la vida de Luis María Murillo Quinche con el origen de nuestra entomología, he querido compartir la celebración del primer centenario de su nacimiento con la Sociedad Colombiana de Entomología, animado por la simpatía que él profesó a la floreciente sociedad y con el convencimiento de que ella será la mejor depositaria de su quehacer científico, como celosa guarda ha de ser de la historia de esa disciplina.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")

* Este artículo fue escrito en homenaje a la memoria de mi padre al cumplirse el centenario de su nacimiento el 24 de mayo de 1996. Como carta, su destinatario fue el doctor Aristóbulo López, Presidente de la SOCIEDAD COLOMBIANA DE ENTOMOLOGIA, Sociedad científica que conmemoró en su Congreso en Cartagena (Colombia) el natalicio.


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viernes, 18 de junio de 2010

LEVEDAD

Que flote ligero mi cuerpo sobre el agua,
sumido en el susurro sedante de las olas;
que se remonte como la pluma mecida por el viento,
como la hoja que de la fronda el céfiro desprende.

Que vuele mi cuerpo al infinito,
y por los aires ingrávido se alce;
que conquiste la dicha de las aves,
y la levedad de las almas trashumantes.

Que escale vaporoso cual las sombras,
y viaje con la presteza de las ondas.
Que corone las cimas,
y desborde la cúpula del cielo.

Que extienda sin temor sus alas,
y marche al encuentro con la nada.
Que ronde lo inmaterial y lo absoluto,
y allende penetre en sus raíces:
en el origen del tiempo y de lo eterno.

Que se haga etéreo
y escape a los confines,
a los dominios de Dios,
en los feudos infinitos del espacio.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético")

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viernes, 11 de junio de 2010

EL DEMONIO ES EL HOMBRE

A diferencia de todas las enfermeras de la clínica, Aminta sí disponía de todo el tiempo para escuchar y de no poco para hablar. Era su oficio. Eleonora le pagaba el turno para acompañar a su padre las noches en que más decaído lo veía. Con Irma, José no necesitaba hablar, que no sobraba, pero su dicha mayor era admirar su figura menuda, seductora y tierna. Con Aminta bastaban el diálogo en la penumbra de la alcoba, nada de ella le interesaba ver, era al fin y al cabo una mujer entrada en años.
«En el diablo, Aminta, yo no creo, y es bien osado que lo diga cuando puedo estar a punto de ser recibido en el infierno». Aminta se rió con la ocurrencia de José, pero algo le advirtió que no hablaba con la ironía siempre. Entonces amplió su explicación: «El demonio es el hombre mismo. Él, que concibe sus propias maldades; él, que por su propia voluntad decide causar daño. Pero como lleva en su ser la inclinación de achacar a otros sus errores, se inventó la tentación del diablo y lo hizo responsable de sus faltas». A Aminta le extraño su tono; con otra entonación hubiera entendido que algo de humor guardaban sus palabras. No era así. El paciente de aquel día estaba agrio. Y como su diatriba estaba encaminada, continuó diciendo: «Es que es fácil desacreditar a nuestra especie. Porque soy hombre no creo en los hombres ciegamente, conozco nuestras debilidades, nuestro egoísmo, nuestra tendencia al mal. Bueno –dijo como arrepentido–, también sé que somos presas de temores, y sensibles al amor y la tristeza. A punto de partir debo afirmar que encontré una creación maravillosa, pero con un depredador espeluznante: el hombre; criatura egoísta, capaz de los más perversos sentimientos; inteligente, mas no lo suficiente como para armonizar su felicidad con el progreso. Lo veo esclavo de la productividad y de las normas; sepultando su dicha en una carrera desbocada de producir sin tregua. A buena hora me marcho y sin ganas de volver. Jamás regresaría a un mundo que pueda someterme». Aminta estaba sorprendida, esa animosidad no se la conocía. Cosas del ánimo, pensó, que saca a relucir su lado negativo. ¿Y es que se le podía pedir a un enfermo más control que el que José mostraba? Tampoco podía estar eternamente sonriéndole a la desgracia y a la muerte. Su estado era más que lamentable y su contrariedad tenía todo el derecho de expresarse.
José recapacitó en su fugaz misantropía y le pareció que debía apaciguar su juicio. Con la intención de ser ecuánime le dijo a Aminta: «El hombre genera todo tipo de pasiones. A veces conmueve con su solidaridad y su bondad; otras impresiona por su maldad, erigiéndose como el ser más dañino de la Tierra, que causa dolor por el sólo placer de disfrutarlo. “Arcilla maldita” lo llamé algún día; pero qué hubiera sido de mi felicidad sin los seres maravillosos que llegaron a mi vida. En aras de la verdad, del ser humano por igual derivan venturas y tristezas».
Su sentimiento era lábil, y la acritud finalizó en tristeza, y la tristeza terminó en vergüenza cuando para evacuar tuvo que pedir ayuda. Tras de pedir el pato a la enfermera, lo cohibió la inmundicia cuando tuvo que entregarlo. Lleno de heces olorosas, lo avergonzó en forma desmedida. Aminta consciente de su incomodidad procuró tranquilizarlo: «Es algo muy natural señor Robayo, miles de esos recipientes he tenido que vaciar y lavar en tantos años de practicar la enfermería». Pero lejos de tranquilizarlo, le acrecentó su pena.


LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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sábado, 5 de junio de 2010

CARTA LI: ¿DÓNDE TE ENCUENTRAS?

Octubre 14

Mi amor:

Nadie da razón de ti. Los vecinos dicen que saliste en carrera con tus niños, que cargabas afán, pero no angustia, que lucías apresurada pero saludable. ¿Adónde condujo tanta prisa que no permitió ni un mísero mensaje?

Aunque no siento el asedio de los celos, ni temo que tu salud esté en peligro, el germen de la soledad ya horadó toda mi calma.

Cuánto siento tu ausencia. Es un silencio inexplicable que me desgarra el alma, un vacío insondable colmado de tristezas, una oscuridad aterradora en que infructuosamente mi corazón te busca.

Se acostumbró mi vida a tu presencia, se acostumbró mi piel a tus caricias, a tu compañía mi soledad, a tus besos mis labios y a tu ternura mi alma.

¿Cómo no extrañarte, cómo no sufrir por ti, si tanto te amo?


Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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sábado, 29 de mayo de 2010

PARA PODER VIVIR: UN FIN INALCANZABLE

Voy en pos de un sueño que la realidad
no encuentre en esta vida.
Voy en pos de una verdad inalcanzable.
Busco una estrella que brille cada vez más lejos.
Busco una cuenta infinita de luceros,
que mi tiempo no alcance a enumerarlos.
Busco una mujer inmune al tiempo:
una piel tersa que nunca se marchite.
Anhelo una conquista surcada de imposibles,
una quimera que mantenga la llama de la vida;
un objetivo irrealizable
que distraiga mis días
hasta la muerte.


LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO ("Intermezzo poético")

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miércoles, 19 de mayo de 2010

MI SUPERYÓ ONÍRICO

Mi vista no pudo resistir venus tan exquisita. Mi mirada se deslizaba turbada desde su talle hasta sus glúteos adorables. Ceñidos por un pantalón blanco que dejaba traslucir la seductora tanga, me habían quitado todo interés en el sermón del párroco. Había comenzado viéndolos de reojo y había terminado mirándolos con descaro. Estaba en éxtasis; en un éxtasis mundano. Gozaba con cuanto me dejaba ver, pero mucho más, con cuanto mi imaginación me prodigaba. A mi lado los feligreses abstraídos en el rito repararon tarde en mi conducta. Cuando lo hicieron comenzaron a verme con asombro; y llegó el momento en que todos me clavaron su mirada. Había ira y admoniciones fuertes. Yo gritaba: «¡Hipócritas! ¡Allá ustedes y sus posturas moralistas!» «El cuerpo no es para fornicar», me replicaban, apoyándose en palabras de San Pablo. «¡Desafiaría a la ley natural si no me atrajeran esas hermosas nalgas! ¿No ven que es el instinto?». La iglesia se quedó en silencio y mis palabras retumbaron: «¡Pecador sería si intentara poseerlas por la fuerza! ¡Reclámenle al Creador mi instinto! A Él que imprimió en el hombre estos impulsos». Del púlpito bajó el padre con cara descompuesta, caminaba intimidante hacia mí, rodeado por la turba. Me arrollaron física y verbalmente hasta expulsarme. Peca de obra, consideraban unos; de pensamiento, otros. «¡Mis pensamientos son los mismos que pasan por su mente, pero ustedes, farsantes, los encubren!». En la algarabía mi alegato se perdió. Me dispuse a la lapidación: «¡Arrójenme si son tan castos al menos una piedra!». Sin darme cuenta estaba en plena calle, cegado por la claridad del día.
Cuando mi vista se acomodó a la luz, abrí los ojos, todo estaba en paz, y la enfermera frente a la ventana abriendo las cortinas. Venía de allí la luz que deslumbraba. No había pecado, ni párroco, ni muchedumbre; una pesadilla apenas que se aprovechaba de mis conflictos inconscientes. Eran mis sueños librando batallas que percibía en la realidad resueltas. De pronto la seguridad que exteriorizaba estaba siendo puesta a prueba en mis sopores. Pensé que el superyó de mis delirios quería erigirse como mi contendiente.
En mis visiones oníricas lo fantástico, lo místico o lo lujurioso había estado siempre presente, pero ahora tenía una connotación filosófica, moral y religiosa que nunca le había dado. Era tal vez la incertidumbre en el momento de la muerte en confrontación con la seguridad de los razonamientos que habían guiado mi vida. Al fin y al cabo de lo absoluto no hay certeza, pero con la cercanía de la muerte estaba irrumpiendo en lo absoluto.
Volví a mi sueño y lo encontré gracioso. El amor, el sexo, la pasión, la reflexión intelectual, el esparcimiento, el culto, todas me resultaban actividades decorosas de un individuo sano. Ninguna era pecado. Imágenes surrealistas incómodas llegaron a mi mente: una Biblia sobre el pubis desnudo de la amante, una broma en un sepelio, una blasfemia infiltrada en un rezo fervoroso, de pronto un sentimiento ardorosamente lúbrico en plena eucaristía, recordándome que todo tiene su lugar y su momento. Todo eso es lícito dependiendo del entorno en donde se realice; censurable si se lleva a cabo cuando y donde no se debe.

LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Seguiré viviendo")

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