Mundo
añejo
latente
en los recuerdos de mi infancia
y
colosal en la memoria del infante.
Mundo
ciclópeo para los pequeños pasos
de
mis cortos años.
Mundo
para mi diminuta dimensión enorme:
ilusa
percepción
que
hacía ver grandes las calles
y
las casas de mi cuadra.
Universo
amado
que
la mágica paleta del recuerdo
vuelve
a pintar ante mis ojos
con
realidad de antaño.
Mundo
desvanecido,
por
la severidad del tiempo,
que
vuelve a cruzarse por mi lado.
Ya
no es el mismo que mora en mi recuerdo.
Las
calles amplias se volvieron callejones,
ya
no son mansiones las inmensas casas.
Y
siguen siendo, empero,
las
mismas construcciones.
No
cambio su perfil ni su tamaño,
solo
mi percepción turbada por el tiempo.
Creció
mi ser y se volvió de miniatura
el
orbe de mi infancia.
Otro,
hoy, es el hombre,
otros
son los actores del presente.
Pero
más allá de las fachadas vetustas
y
los frentes trastocados,
cual
fantasmas deambulan por mi mente,
los
seres de ese mundo remoto… envejecido.
Y
a pesar de sentirlo en franca decadencia
mi
corazón palpita con el ímpetu
de
los sueños que el ayer reviven.
En
su emoción mis ojos le devuelven
el
brillo del pasado
y
en su retina ensoñada
las
calles de mi niñez
vuelven
a ser doradas.
Regresan
de su descanso plácido las almas
y
de nuevo caminan a mi lado,
las
primaveras se desandan
y
vuelvo a jugar con los niños de mi cuadra,
de
nuevo repica la campana
que
invita a la iglesia de la esquina,
y
la pólvora que hacíamos tronar en las novenas
retumba
de nuevo para proclamar las nochebuenas.
Un
día el progreso
arrasará
ese mi mundo.
Se
perderá su huella,
se
perderá su historia.
Se
perderá el recuerdo
y
toda lágrima que exprese su nostalgia.
Testigo
y deudo
solo
seré un espectro:
un
espíritu más
que
en su ciclo mortal
atravesó
esas cuadras.
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