EN EL CICLO DE LECTURAS “CAMINOS LATENTES”
DEL CENTRO POÉTICO COLOMBIANO - BIBLIOTECA NACIONAL DE COLOMBIA
(Jueves 25 de abril del 2013)
Si
de presentarme se trata debo decir que mi oficio es escribir y atender señoras
-soy médico ginecólogo-. Es exaltarme para calmarme con el último renglón de lo
dicho o de lo escrito. Puedo sintetizar mi vida diciendo que se debate entre la
pluma y el escalpelo, entre la prosa y el verso, entre la razón y el sentimiento,
entre la existencia y la nada, entre la vida y la muerte.
La
pluma me ha servido para criticar, para ensalzar, para especular, para
proponer, para imaginar, para rebatir, para desafiar… para soñar. Mi literatura
es un ejercicio que aunque tenga muchos protagonistas, todos son uno: el autor que
anhela confesarse. El autor que anhela compartir su pensamiento, más nunca el
autor que espera congraciarse.
En mi obra no todo
es para degustar, mucho es para reflexionar y debatir. En mis obras más
importantes que los hechos es la reflexión. Más que mostrar las tramas procuro
abordar asuntos filosóficos. Se puede percibir en mis poemarios, pero sobre
todo en mis novelas o en los ensayos y columnas.
He
dicho que procuro retratarme en mis escritos y en mis personajes. En “Seguiré viviendo” (2007), novela sobre un
moribundo, el autor, quien les habla, se retrata en José, el protagonista, y al
desnudar a su personaje, se desnuda a sí mismo:
“Sintió un apremiante
deseo de conciliarse, pues a pesar de cuanto proclamaba su insolencia, anhelaba
el sosiego de su alma para llegar al sepulcro sin angustias.
Flaqueaba por
momentos en lo íntimo de su ser cuando juzgaba sus acciones. […] Deducía que el
bien era el sometimiento de su proceder a sus principios. Actuar mal no era
bajo esa perspectiva no seguir el camino por otros señalado, sino actuar en
contra de sus propios valores.
Entonces lo entusiasmaba pensar que había
sido un poco quijote defendiendo las causas de los abandonados, de los inermes,
de los agredidos, de los sometidos; que había librado batallas contra la
injusticia, que no había sentido vergüenza de haber dado su mano a los
menesterosos o de haber entablado amistad con prostitutas; y que más que
títulos, fortuna y poder, había visto seres humanos en sus semejantes. Pero
también existía el envés de la moneda: la cara rígida y sombría de furias y
sentimientos de venganza, disculpados siempre por fugaces, y en ocasiones por
el anhelo de justicia, que se manifestaba en el deseo de someter al que somete,
de condenar al que se niega a perdonar, de herir al que hiere, de torturar al
que tortura, de esclavizar al que esclaviza, para brindar satisfacción a los
hombres maltratados; y casi nunca para satisfacer agravios personales.
Su faz autoritaria provenía de su anhelo de
enfrentar con rigor el instinto dañino del hombre y el delito. La defensa del
capital y de la propiedad privada, la libre empresa como motor de desarrollo, y
el comercio sin fronteras, lo hacían compartir con la derecha; ni qué decir su
aversión al comunismo. Su inclinación a las causas sociales y su consideración
con los pobres lo compenetraban con cierto socialismo. […] Defendía la familia,
por los hijos, pero arremetía contra el matrimonio, por los cónyuges. Era
pragmático, pero idealista en ocasiones. Era rebelde contra la normatividad
rígida y excesiva, y enérgico contra la anarquía. Era sumiso a las buenas
maneras, pero insurgente e incendiario ante las cohibiciones de la libertad. Su
vida tendía al centro, pero no siempre como expresión de criterios moderados,
sino como sumatoria de todos sus extremos”.
« “Ninguna ideología lo explica o lo resuelve
todo… Sólo sigo por entero mi propio pensamiento”. Enjuiciaba las normas, pero
las cumplía. Era un crítico mas no un antisocial».
Pero
hoy hemos venido con un espíritu ávido de versos, así que para otro día postergaré
mi prosa. Y haremos tránsito a lo lírico con una prosa poética de la novela
epistolar “Cartas a una amante” (2004), que dice en sus cartas XVI y XLI:
“Me he perdido en tu
rostro angelical porque refleja la ternura con que sueño... Entre versos
pareces concebida. […] No quiero hoy ruido ni luz que me distraiga, sólo
silencio... un espacio y un tiempo infinitos para que tú lo llenes. Quiero
soñar contigo, quiero imaginarme frente a frente, inmóviles mis ojos en tus
ojos, subyugados ambos, los tuyos y los míos, en un lenguaje explícito y
silente. […] Aproximando mis labios a tu boca, escasamente con candor
rozándolos. Besando sin malicia, sin violencia, ni pasión, apenas con ternura.
Adivinarme cerca de ti, inhalando el aire que respiras; junto a ti sintiendo la
tibieza de tu cuerpo, a ti abrazado, ciñendo tu cintura, descansando en tu
pecho, al arrullo de tus rítmicos latidos. […] Durmiendo a tu lado y despertando
contigo entre mis brazos. Irrumpiendo en tus sueños y guiando tus quimeras,
haciéndome imperceptiblemente a tu cuerpo y a tu alma, con la suavidad de un
dulce sentimiento”.
(CARTA XVI: “Me haces soñar despierto. Es hora de que sepas que te
amo”)
“Amo el tono de tu voz que no arrasa los
silencios, la expresión suave de tu
espíritu tranquilo y sin rencores. Adoro la mansa cascada de tus palabras que
me vuelve dócil cuando brota mi temperamento tempestuoso.
En mis noches,
selladas con tu llamada cotidiana, las frases amorosas creadas con la sedosa
entonación de tus palabras, se
convierten en el grato susurro que me va dejando adormecido. Pero también tu
acento sutil es la transición exquisita que me transporta de los sueños a la hermosa realidad del día”.
(CARTA XLI: “Tu
voz”)
La
primera compulsión del poeta es el amor y su ímpetu nos arranca palabras como
estas:
Amo tus labios
que me hablan con dulzura,
alimentando mis sueños
de esperanzas.
Amo tu voz
que rompe los silencios
cargados de ausencia
y de nostalgia.
Amo tus ojos,
en que añora perderse
mi mirada.
“Amo” (“Poemas
de amor y ausencia” 1999)
Y
el amor nos hace tocar el Cielo ennobleciendo todo sentimiento. “He sido”, es
un poema incrustado en la novela epistolar que titulé “Cartas a una amante”. Aunque
novela, no escapó al influjo de los versos. ¿Podría hacerlo cuando de amor se
trata?
Un hombre he sido
sin ilusión y sin futuro;
sin ilusión y sin futuro;
un hombre que
anticipó con su tristeza
el pago de una dicha
duradera.
Un hombre receloso,
ante el destino
incrédulo,
que espera de la providencia
un desagravio,
que se pague con gozo
y con ternura.
Un hombre confundido
por la realidad y la quimera,
sediento de una voz
amable
y esclavo de una
imagen tierna.
Un hombre que
anhelando un destino generoso,
construyó en sus
sueños
la mujer perfecta.
Un hombre en pos
de una utopía,
de una esperanza que
ronde el infinito,
de una ilusión
inédita
que presumo alcanzar
cuando cruzo mi brazo
por tu talle.
Hay
en esos versos un sentimiento ardiente pero casto, una pasión contenida por la timidez.
Espiritual y tierno, como todo amor que nace, se expresará más tarde apasionado,
rompiendo las barreas del pudor. Entonces los versos se transformarán en estos:
Deshojar tu intimidad anhelo
como el alba,
que a la noche arranca
sus cómplices secretos.
“Intimidad” (“Poemas
de amor y ausencia” 1999)
Haré que el frenesí se funda con el arrullo
tierno
y tu pudor se rinda a mi tímido arrebato.
Deshojaré cual pétalos tus velos
y expondré tu perfección desnuda:
tibia piel, inédita y radiante.
“Así he de amarte” (“Intermezzo poético” 2008)
Y
en el recién enamorado el deseo tiene un único destinatario. En esta etapa el
ser amado es único y perfecto. Por eso afirmo que
“Eres como ninguna” (“Intermezzo poético” 2008)
Semejante
y diferente a todas,
sólo
tu agitas en mi ser
el
mundo de los gozos.
Más
hermosas que tú
no
refulgen igual ante mis ojos...
Ante
otros ojos pasarás sin que te adviertan,
no
ante los míos,
ansiosos
de mirarte.
Una
más podrás ser sobre la faz del mundo,
pero
no en mi cosmos
que
en ti tiene su estrella;
no
en mi orbe,
atento a tus
suspiros,
que gira con el ímpetu que le da tu vida,
que vibra con tu cuerpo y se alboroza
mientras sueña la dicha de tenerte,
que sufre y se atormenta
cuando la realidad advierte
que esa dicha acabará
cuando tu faltes.
Pero todo comienzo tiene un final inexorable y el amor suele
acabar por infidelidad, de pronto por rutina. Es más efímero cuanto más
intenso. Y una traición lo puede hacer huir despavorido:
¡Estoy exhausto!
Una traición tan sólo
y se esfumó mi aliento.
… Las ganas de vivir,
contigo se marcharon.
… Si fui tuyo,
que mis restos
exánimes también te pertenezcan.
Te entrego el desecho
que dejas de mi vida.
“Te entrego mis
despojos” (“Cartas
a una amante” 2004)
Pero en un buen corazón esa
explosión no debe ser más que una detonación instantánea e impulsiva, que en la
serenidad puede afirmar sin odio:
Fuiste felicidad,
promesa eterna,
y sin embargo…
la dicha -en un instante- te llevaste;
sin asomo de maldad
-yo lo presumo-:
porque sólo cuentan en el amor las bendiciones;
las desgracias no merecen rencor,
sino el olvido.
Por eso en cada evocación yo te bendigo.
¡Hoy debo agradecer cuanto me diste!
“A un amor lejano” (“Este no es mi
mundo” 2011)
Y
a pesar de los dolores más pueden en el amor los encantos que las penas. El
amor es una psicosis con frecuentes recaídas. Por eso digo en “La esperanza de
amar nunca sucumbe” (“Intermezzo poético”
2008):
¿De qué vale ante el llamado del
amor
la intención de escapar a sus
espinas?
Los juramentos en el amor son
insensatos:
en un arrebato de placer somos
perjuros.
Más pesan las ansias de amar
que las acerbas cicatrices del
pasado…
Estoy vencido:
siento tu ausencia y nunca has
sido mía,
siento tus besos, ilusión tan
solo:
ardiente pretensión de mi
utopía.
Y
con el amor convive la nostalgia, el sentimiento de ausencia, de soledad y de abandono.
Siempre te voy a amar porque siempre serás inalcanzable, dije en un poema. Y
ese amor pesimista que vive eternamente
esperanzado da para estos versos:
Y las tibias arenas de la noche,
por el rumor del mar adormecidas,
mi planta solitaria sienten,
una sombra soy
en la inmensidad del mar,
que tu sombra busca
inútilmente.
“Cartagena
ausente” (“Poemas de amor y
ausencia” 1999)
Pienso en ti
cuando las tardes grises,
cargadas de nostalgia,
reviven la tristeza
que me da tu ausencia.
Cuando la lluvia
se confunde con el llanto,
y se estremece el alma
añorando tus caricias
Pienso en ti
cuando la soledad me asalta.
!Congoja tan profunda
que nace de un amor sin esperanza!
“Pienso en ti” (“Del amor, de la
razón y los sentidos” 1997)
En ocasiones la
realidad nos obliga, ante lo inalcanzable, a escribir con tono resignado como
en “Sentimiento eterno” y en
“Anhelo imposible” de “Poemas de
amor y ausencia” (1999):
No quiero prometerte
la dicha eterna
que ofrecen los amantes,
ilusión fugaz
que como el amor
se esfuma.
Si no puedes amarme,
no lo intentes.
¡De amar no somos libres!
Dejar de amarte,
tampoco yo podría.
Otras
veces somos nosotros quienes queremos poner las condiciones. ¿Serán, en el amor,
las instrucciones insensatas? En “Si quieres ser mi amante” (“Intermezzo
poético” 2008) me atrevo a formularlas:
Si quieres ser mi amante,
destierra los celos de tu vida,
vive para el amor y nunca intentes
encadenar los sentimientos.
Deja el pudor
y reclama mi cuerpo sin recato.
No finjas emociones que no sientas
ni despiertes con celos mis pasiones.
No coartes mi libertad
ni me satures.
No pienses que soy tu
posesión
ni me controles.
Sé femenina y tierna,
angelical y dócil,
sé bálsamo que sane
mis heridas,
y lecho en que mi
esencia se refunda.
Si sabes ser mi
amante, no menos seré yo;
¡Aun sin
prometerlo te lo auguro!
Embebidos
en el amor pocas veces reflexionamos objetivamente. El análisis sereno nos
revela que el amor es una ensoñación que busca lo imposible, una sicosis que
distorsiona la realidad y una sublimación que inspira sin remedio. En “Cartas a
una amante”, escribo en la epístola titulada “Una pizca de razón antes de volvernos insensatos”:
“Las promesas de amor
suelen ser para nuestro pesar sólo promesas. No las obliga la vehemencia con
que se pronuncian, no se quebrantan por mala voluntad ni infames intenciones,
sino por el efecto impredecible de los sentimientos, ajenos al deseo de
controlarlos. ¡Qué poco sentido tienen en el amor los juramentos! Comprometer
en juramento, el futuro incierto y lleno de avatares, no es más que arriesgarse
a no cumplir con lo pactado. Jurar para la posteridad es apenas un deseo, es
abrigar la esperanza de poder cumplir una promesa. ¿Si se incumple en lo racional
y calculado, que se podrá decir sobre los pactos impensados que ofrecen los
amantes?
Siempre y jamás,
palabras del exquisito lenguaje del amor, no tienen en la realidad cabida”.
Y
si de reflexionar sobre el amor se trata, debo concluir que el amor de pareja
por egoísta e interesado sale en mis especulaciones mal librado. Por eso
escribí, hace ya unos cuantos años en “Del amor, de
la razón y los sentidos” 1997: “El
verdadero amor no lo conoces”:
Estás enamorado cuando tu corazón
que sólo palpitaba,
necesita el estímulo del amor
para seguir latiendo;
cuando la vida sonríe
y en la oscuridad
el sol sigue brillando;
cuando sólo virtudes descubres
en el ser querido;
cuando en otros brazos
no puedes aceptarlo.
¿Pero acaso amas?
¿Es acaso amor ese fuego intenso
y poco duradero?
¿Esa llama que obnubila el pensamiento
y anula las razones?
No digas que es amor
esa psicosis pasajera
que a todos nos abrasa.
El verdadero amor nunca se extingue,
es dicha por la felicidad ajena,
perdón y tolerancia,
sublime sentimiento exento de egoísmo,
dar -sin recibir a cambio-,
exaltación de la ternura,
expresión de la bondad,
respeto a la libertad del ser amado,
albedrío para ser,
para pensar y amar sin restricciones.
¡Pobre humanidad
que por el enamoramiento seducida,
hecha jirones despierta
de ese embrujo sin
haber amado!
Se
han ido los minutos hablando del amor, pero el odio también puede ser objeto
del poeta, al fin y al cabo con el amor está, como una maldición, relacionado:
Estás
cargando la cruz
que
tu misma forjaste,
el
peso de un recuerdo
que
merecía el olvido.
Has
desafiado al tiempo que sana las heridas
-el
recuerdo de un mal no dura eternamente-,
como
una maldición cargas la tuya,
una
llaga que no dejas sanar,
una
llaga que sólo a ti te duele.
Eres
un juez brutal...
así
serás juzgada.
No
tienes paz.
¡Infeliz
serás hasta la muerte!
“Con el odio tu felicidad huyó despavorida” (“Intermezzo poético” 2008)
Y
sin dejar de lado el dulce sentimiento de los enamorados, también hago objeto
de mi pluma otros amores. ¿Qué amor es más auténtico que el que los padres
sienten por los hijos?
“Amor paterno” (“Intermezzo poético”
2008):
Eres
la prolongación de mi existencia,
y
sin embargo en nada te pareces:
menudo
y frágil
contrastas
con mi imagen recia;
incontaminado
y puro,
distas de mi savia
contagiada.
Eres
un suspiro sublime
que
debiera durar eternamente.
Mas
no basta el sentimiento
para
que este instante feliz nunca termine:
los
años pasarán sin que se paralice el tiempo
Hoy
cuido tu sueño,
embebido, absorto,
imaginando de adulto
tu rostro y tus facciones,
proyectando
a tu sino la mejor estrella,
hilvanando
tu vida a mi vida
sin
barreras de tiempo ni de espacio.
Mañana
serás tú
quien
me sientas quebradizo y frágil,
pero
obsesionado aún con tu ventura.
Y
cuando las flores cuides en mi camposanto,
su
fragancia exhalará mi aliento,
para
que sepas hijo,
que
desde el Cielo,
por ti sigo velando.
La
mujer, ya no la amante solamente, sigue siendo para el poeta el más obligado de
todos los motivos, por eso en “Mujer”
en “Del amor de la razón y los sentidos” (1997) le escribo:
Criatura ensoñadora en quien florecen
los más tiernos afectos…
eterno fuego que enciende las pasiones.
instinto maternal y dulce entraña
en la que quiso el Cielo
perpetuar al hombre.
Eres bálsamo que se lleva los dolores
esencia angelical y calma
que prodiga el edén sobre la tierra.
Del
amor, la frustración y la tristeza de las primeras cuartillas, pasó mi
inspiración a través de sucesivos libros por otros motivos que habían sido
materia fundamentalmente de mi prosa. De un momento a otro los temas de
inspiración fueron diversos, y a la vez motivo de razón y sentimiento.
Lo
negativo, por ejemplo, también inflama la pluma de este autor: las injusticias,
el avasallamiento humano, los malos sentimientos, los celos, la
irresponsabilidad de los padres, volviéndose la literatura un instrumento de
reflexión y crítica.
Los
instintos, el comportamiento sexual, el bien y el mal, el cuerpo, el alma y la
naturaleza humana son temas reiterados en la mayoría de mis escritos. En prosa
o en verso son para mí tema obligado. Convencido estoy de que mucho de lo que en
ellos toco debe ser desatanizado. De pronto es la influencia del médico sobre el
escritor como profundo conocedor que es del ser humano. Los médicos vemos con
indulgencia las debilidades del hombre, ni nos sorprenden ni nos escandalizan.
En
esos cuestionamientos termino censurando que el hombre se haya olvidado de
vivir y en pos de una productividad desenfrenada su dicha se refunda.
En
“Absurdo” (“Del amor, de la razón y los sentidos” 1997) siento mi protesta contra las rutinas que atentan contra la felicidad.
A disfrutar obliga
la hipócrita sociedad
que nos reprime
las disciplinas
que causan frustraciones.
Anteponer por siempre
al placer el deber,
sin motivos
que la razón sustente.
Vocación absurda
al sacrificio inútil,
apego a un orden
arbitrario y necio,
desquiciadoras normas
impuestas por los hombres,
expresiones fanáticas
a Dios atribuidas…
Vivir para el trabajo,
trabajar para vivir,
círculo sin fin,
absurdo de la vida…
¿Por el trabajo sometido
puede el hombre
cultivar su espíritu?
¿Dedicarlo
a la contemplación
de lo creado?
¿A la expresión
de sus íntimos talentos?
¿Nutrirlo con las cosas bellas?
Placeres elevados
o mundanos cercenados
por reglas sin sentido.
Que se extinga la flama de la vida,
que rechaza una existencia sojuzgada,
que perviva si a mi ser
permite realizarse.
Los reclamos sociales
resultan obligados, aunque en su solución no comparto el criterio
asistencialista de mermadas pretensiones, para sobrevivir apenas, sino la
generación de riqueza que encumbre a quienes nada tienen, que promueva al pobre
a las alturas del hombre con fortuna, que haga de los pobres empresarios, que
no rebaje el capital sino lo multiplique.
Los niños de la calle
representan una tragedia inadmisible, que no ocurriría si pobres y opulentos actuaran
con responsabilidad y sensatez, si la autoridad se apersonara… si a todos nos
doliera. Pensando en ellos escribí en “Reclamo de un niño pordiosero”
(“Intermezzo poético” 2008):
No quise madre
el soplo de vida que me diste.
No quise ser de tus placeres
incómodo accidente.
Todo hubiese querido
si con amor me hubieses engendrado.
No quise ser el ser con quien compartes
el plato del alimento que no tienes.
No quise ser un niño sin sueños ni ilusiones…
el limosnero de la esquina,
astroso y maloliente.
Otro ha de ser el mundo de la infancia,
distinto de mi mundo de tristeza.
Un sueño lúdico de risas y de afecto,
al calor de unos padres protectores.
Un regazo maternal que desvanezca
los verdugones del juego,
la fiebre y los dolores.
No son los hijos para la soledad remedio,
muñecos que curen el hastío,
mendigos que entreguen sus limosnas
a los mayores que deberían cuidarlos,
criaturas forzadas al trabajo,
siervos rendidos por las labores diarias.
Es preciosa la vida
que tan fácil puede plantar el hombre.
Al mundo viene para ser servida,
ajena al sacrifico de padres sin ventura,
aguardando una estrella prodigiosa
y confiando en la previsión de sus autores.
Porque los amo, hijos,
sin haber nacido,
no los traeré a mi mundo
para ofrecerles nada.
Pero
la síntesis de mis reclamos le corresponde definitivamente a “Este no es mundo”
(2011), mi última publicación. Más que por no tener carácter de morada
permanente, “Este no es mi mundo” lo es por las diferencias que me distancian
de él. Bastan unos versos del extenso poema para entender el título.
Este no es mi mundo,
imperio del disfraz y la mentira,
de la afirmación inculta a la artimaña,
del engaño casual al dogma reiterado,
de absolutos que no pueden probarse.
Este no es mi mundo,
extraviado en la búsqueda de Dios,
cuyo amor traduce en guerras santas,
púlpito entre sereno y desquiciado
al vaivén del bien y la malicia.
Este no es mi mundo,
entorno apocado y temeroso,
en que suelen callar las voces probas,
en que afrentan audaces las perversas,
en que la bondad siempre es cobarde.
Este no es mi mundo,
empresa obsesionada en producir sin tregua,
que ni a los niños deja ser felices,
fábrica de seres insensibles, severa y desalmada,
mundo de máquinas: el hombre la primera.
Este no es mi mundo
naturaleza espléndida de dones exquisitos
violentada por la ambición humana,
amenazada por quien debía cuidarla,
arrasada por su mano desquiciada.
Este no es mi mundo,
que cercena la vida desde el vientre,
que celebra el exterminio y la tortura,
que disfruta el horror de la sevicia,
que retrata el pavor sin conmoverse.
Este no es mi mundo,
porque no transige mi afán con sus valores,
porque su necedad no puede someterme,
porque no puedo enderezar su rumbo…
¡Ya no me debe interesar su suerte!
“Este no es mi mundo” se vale también de ese título
para explorar la muerte, y con el subtítulo “Poemas de cuerpo y alma” se
sumerge en reflexiones sobre el cuerpo y el alma.
El cuerpo en este mundo es mi morada,
vehículo de dichas y dolores,
medio que intima con el quehacer mundano
y me permite gozar lo intrascendente.
No es instrumento de pecado
-que angustia al puritano-,
es la envoltura perecedera y frágil
un armazón que se doblega al tiempo
inerme ante el trajín y el sufrimiento.
“Al vehículo de mi tránsito terreno” (“Este
no es mi mundo” 2011)
Y especulo en “Hombre
mortal y trascendente”:
Nadie sabe realmente qué es el hombre,
si un hito fugaz e intrascendente,
si la manifestación de una materia
palpitante,
si una naturaleza inextinguible y
trashumante.
Nadie sabe con certeza qué es la mente,
si el proceso químico de un órgano que
piensa,
si un aliento, si un impulso, si un mágico
misterio,
si la exteriorización de un alma que llevamos
dentro.
Algo más puede haber que eluda nuestra vista,
que supere la expresión de lo biológico,
algo que escape al conocimiento de la
ciencia,
algo más que anime y que trascienda.
Por eso cuando la ruina de mi cuerpo sea
inminente
presentiré el triunfo del alma… con la
muerte.
La muerte es tema reiterado en esta y en otras de
mis obras. La
medicina me compenetra con ella, pero mi interés va más allá de lo biológico.
La muerte redime, la muerte seduce, es una pregunta sin
respuesta, o un interrogante con millones de respuestas. La muerte puede
abordarse como un sentimiento, triunfal en ocasiones, de pronto heroico, triste
con frecuencia, pero también como una reflexión filosófica. Por eso escribí “En los umbrales de la muerte” en “Del amor de la razón
y los sentidos” (1997):
… te presiento
el sueño más plácido y profundo
y refugio en las tormentas de la vida.
¡En ti burla el hombre sometido,
las cadenas que lo hacen prisionero!
Tus brazos he buscado en mis tristezas,
tus umbrales he soñado queriendo conocerte,
Tu visita llegará sin sorprenderme.
¡Tu sentencia acepto, perenne compañera!
La muerte puede ser una esperanza, un anhelo sereno,
como en “Ausencia” de “Poemas de amor y
ausencia” (1999):
Ansío la nada...
la negación...
la ausencia...
La obscuridad en que se pierda
mi sombra y mi existencia.
Anhelo mi pensamiento en blanco
y mi memoria
sin huella de recuerdos.
Que mi corazón se aquiete
y en mis venas la sangre se detenga.
Y más allá...
plácido mi espíritu
sumido en la nada inagotable.
Convencido de la trascendencia del más allá que se abre
tras la muerte, rotundo afirmo:
Una cripta es poco espacio
para el fruto inmaterial del hombre:
¡En un sepulcro vulgar no cabe el alma!
Su inmensidad demanda un universo
acorde a sus virtudes.
un universo que premie sus desvelos.
“¿Dónde
están las almas nobles que partieron de la tierra?” (“Este
no es mi mundo” 2011)
Y quitándole a la muerte su connotación funesta digo:
¿Por qué hay tristeza ante esta masa inerte?
¿Por qué esa sensación de ausencia irremediable?
¿Por qué hacéis de unos restos el fin
inexorable?
¿Es que no habéis visto mi vuelo al infinito,
liberado al fin de la atadura mortal que me
postraba?
¡Dirigid al cielo la mirada
y veréis en el cenit mi ser en su apogeo!
“En mi partida” (“Este no es mi
mundo” 2011)
¿Será la muerte más
sencilla que la vida? Por lo menos la vida necesita motivos que la animen. Así
lo expreso en “Para
poder vivir: un fin inalcanzable” (“Intermezzo poético” 2008):
Voy en pos de un sueño que la realidad
no encuentre en esta vida.
Voy en pos de una verdad inalcanzable.
Busco una estrella que brille cada vez más
lejos.
Busco una cuenta infinita de luceros,
que mi tiempo no alcance a enumerarlos.
Busco una mujer inmune al tiempo:
una piel tersa que nunca se marchite.
Anhelo una conquista surcada de imposibles,
una quimera que mantenga la llama de la vida;
un objetivo irrealizable
que distraiga mis días
hasta la muerte.
El afán existencial
ya existía en los escritos de mi adolescencia y se plasmó en mi primera obra “Del amor de la razón
y los sentidos” (1997). Entonces, antes que adaptar mi vida a unos motivos, me preguntaba en un poema cuál era la finalidad
de la existencia y para qué la vida. Escribía en “Busco en vano el sentido de la vida”:
Tras el fin real de mi existencia
busco incesante el sentido de la vida.
No ideales que finjan trascendencia,
ni simples motivos para seguir viviendo.
No concibo la vida un accidente
sin razón y por inercia mantenido,
que se agota en la búsqueda
de un mísero mendrugo.
¡Busco incesante el sentido de la vida!
¿Qué finalidad tiene la vida?
¿Expiar acaso un pasado sin memoria?
¿Abrazar el sufrimiento
persiguiendo en la perpetuidad
la incierta recompensa?
¿Aferrarse a la esperanza
que con la felicidad nos ilusiona?
¿Entregar a los sentidos
el goce de placeres terrenales?
¿Será tan sólo la guarda de la especie?
¿Podrá ser el amor,
entrega pura y generosa
que del Calvario baja
hasta perderse en pétreos corazones?
¿Acaso la fuerza cegadora del poder,
en que se forjan perversas ambiciones?
De
las múltiples funciones de la literatura hay una que yo destaco y que puede
pasar desapercibida: la afirmación del ser. Y se convierte en mis versos en una
explosión de mi lado fogoso e impulsivo. Una explosión de la personalidad que
irrumpe en las páginas en blanco.
Llama soy de libertad ardiente
que no teme en cenizas transformarse,
sangre hirviente,
defensor suicida de ideales.
Soy voluntad inquebrantable,
aleación de principios y razones,
corazón que el déspota subleva,
doblega el débil,
y embriaga la mujer
con su ternura.
Corcel soy en que el valor cabalga,
encontrando el riesgo apetecido,
alma atraída por la parca,
tempestad en la lucha,
tenacidad
que no se detiene ante el abismo.
“Soy” (“Poemas de amor y
ausencia” 1999)
Necesito alzar mi voz al infinito,
que mi pensamiento vuele por los aires,
que cause desazón y que subleve,
que interrumpa el letargo de los hombres,
que aceptan las verdades sin juzgarlas,
que derribe los bastiones de la infamia,
que derrumbe a los déspotas,
que ensalce a los humildes,
que inflame el corazón de los cobardes,
que aliente el corazón de los valientes,
que redima al hombre resignado
arrasando con toda servidumbre.
“Mi pensamiento, un grito que subleva” (“Intermezzo poético” 2008)
La
historia también puede colarse en un poema. Al recordar el desembarco de
Morillo en Santa Marta y el “Régimen del Terror” escribí en “Al morro que adorna
la bahía” (“Intermezzo poético” 2008):
Oteaste
a su paso los bajeles
que
inquietaron las aguas sosegadas,
y
debiste presentir con su llegada
el
anuncio de la tromba de la muerte.
Mas
no existe opresión que dure eternamente
y
pudo más la libertad que los horrores.
Aunque
los sueño me sumergen en sensaciones oníricas fantásticas, pocas veces plasmo
ese surrealismo. Sin embargo en “Levedad” (“Intermezzo poético” 2008) lo
hice:
Que flote ligero mi
cuerpo sobre el agua,
sumido en el susurro
sedante de las olas;
que se remonte como
la pluma mecida por el viento,
como la hoja que de
la fronda el céfiro desprende.
Que vuele mi cuerpo
al infinito,
y por los aires
ingrávido se alce;
que conquiste la
dicha de las aves,
y la levedad de las
almas trashumantes.
Que escale vaporoso cual las sombras,
y viaje con la presteza de las ondas.
Que corone las cimas,
y desborde la cúpula
del cielo.
Que extienda sin temor
sus alas,
y marche al encuentro
con la nada.
Que ronde lo
inmaterial y lo absoluto,
y allende penetre en
sus raíces:
en el origen del
tiempo y de lo eterno.
Aproximándome
al final de mi exposición debo dejar constancia de mi fascinación por la
naturaleza. ¿Cómo puede uno no conmoverse con la belleza que prodiga? Con el
atardecer por ejemplo:
De gris se tiñe el infinito azul en el ocaso
y a ras del horizonte el sol estalla en llamarada.
Trazos caprichosos pincela la ardorosa flama,
acuarela fantástica que encierra
del naranja al rojo todos los matices.
Cortejo que despide el día
que comienza a morir entre tinieblas.
En la tenuidad se pierde la lucidez de las figuras,
y entre penumbras,
las siluetas se confunden con sus sombras,
mientras Selene despliega su apacible manto
sobre una creación adormecida.
“Atardecer” (“Del amor de la
razón y los sentidos” 1997)
O
como no impresionarse con el capricho ensoñador de las nubes, de esos
Copos purísimos,
que crecen
y se esfuman al querer del viento.
Habitantes volátiles del cielo
de caprichosas formas
que la imaginación recrean.
Eterno rincón de soñadores,
refugio de poéticas quimeras,
balcones a los que asciende el alma
queriendo dominar el infinito.
“Las nubes” (“Del amor de la
razón y los sentidos” 1997)
Y
qué decir del mar:
Ondulante inmensidad
de verdes y azules fascinantes,
que en blanca explosión,
-baño espumoso y burbujeante-
se ofrece a las playas sedientas
de arena calcinada.
“Evocación marina” (“Del amor de la
razón y los sentidos” 1997)
Terminaré dedicando a
la patria unos segundos. La patria es un azar: por casualidad nacemos, somos de
aquí, pero de otro terruño podríamos haber sido. Podría ser por ello un hecho
despreciable... intrascendente. No es así, la patria es nuestro arraigo, es
nuestra historia, y puede ser un amor como la madre. Con ese sentimiento le
cante a mi patria, en un canto,
con que termino esta intervención, y que dice en sus apartes:
Eres
el suelo que guarda
el
polvo de mis muertos,
y
que hace temblar mi corazón
en
la distancia.
Eres
el aire que se escapa en mis suspiros,
el
mismo que aspiro en mis mañanas,
y
el soplo vital que corre por mis venas.
Eres
mi cuna y potencial mortaja,
feudo
grandioso
que
sin ser mi heredad
me
pertenece.
Eres
mi tradición y mis creencias,
mi
forma de ser y de expresarme,
impronta
y troquel,
mi
sello hasta la muerte.
Eres
el cielo que imagino propio
y
el suelo en que no me siento extraño;
eres
la exaltación que me convierte en héroe:
mártir
dispuesto a lucir tu pabellón como sudario.
Eres en últimas…
el alma del terruño
confundida con su par en mis
entrañas.
“Patria” (“Intermezzo poético” 2008)
LUIS
MARÍA MURILLO SARMIENTO
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