A
MI CIUDAD DE HISTORIA Y DE LEYENDA
(A
Bogotá en sus 476 años)
Doce chozas y tres conquistadores,
en la memoria de mi tierna infancia
encendieron la devoción por la ciudad
del blasón del águila negra, el oro y
la granada.
En mis noveles caminos, de pasos
imprecisos,
el suelo de Gonzalo pasó bajo mi
planta,
impresionó mi vista la luna de los
muiscas,
y sus cielos grises trazaron mi
nostalgia.
Fueron las calles tendidas
al pie de la montaña albergue de mi
huella,
afines a mis pasos.
La Bogotá histórica fue la de mi
infancia,
la de mi mocedad,
la del Agustiniano…
allá en la Candelaria.
Callejones coloniales, en ires y
venires,
fueron como mi palma.
Familiares, la Plaza Mayor,
la Plaza de las Yerbas -con nombre
renovado-,
el Chorro de Quevedo, la iglesia de
Las Aguas,
aquella que recuerda
la del Humilladero.
Indios, conquistadores, realistas y
patriotas,
sucesión de dominios cruzan ante mis
ojos.
En procesión los tiempos regresan del
pasado,
los redime la historia del olvido
y de nuevo caminan a mi lado.
A cada paso se vuelve de mi entraña
la memoria en adobe modelada:
el colegio mayor de Fray Cristóbal,
la casa de Pombo y la de Silva;
San Francisco, La Veracruz y La
Tercera;
La Catedral, el Capitolio, la Plaza de
Bolívar;
el observatorio de Mutis y de Caldas,
el Camarín del Carmen, el Teatro
Colón,
la Casa de la Moneda;
el Palacio de la Carrera
-en predios en que nació Nariño-,
el palacio de la “noche septembrina”…
Y unos miradores en los cerros,
Guadalupe, La Peña y Monserrate,
centinelas de historia milenaria.
La Bogotá de ahora, la Bogotá moderna
es un canto al futuro que todo nos
prodiga,
pero en mi pecho late la rancia,
aquella añeja,
española y mestiza,
que de niño se metió en mis venas.
LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO
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