domingo, 29 de junio de 2008

LA SEPSIS PUERPERAL

A mediados del siglo XIX, aún en las clínicas de París, Londres y Berlín una de cada tres o cuatro parturientas sufrían la fiebre puerperal. Para la respetable Escuela Superior de Medicina de Viena, haber alcanzado incidencia tan alta cuando con el profesor Boer llegaba apenas a 1.25%, era verdaderamente vergonzoso. Por ello la clínica de parturientas se convirtió en el lunar de la Escuela.

Ignaz Philipp Semmelweis, médico alemán nacido en Hungría llegó como ayudante de obstetricia al Hospital General de Viena y en su primer mes vio morir de fiebre puerperal a 36 de 208 maternas. Había en aquéllas muertes algo absurdo: afectaba primordialmente a la sección de los estudiantes de medicina, mientras la mortalidad en la sección de las comadronas era diez veces menor, apenas de 1-3%.

Las explicaciones no convencían. Todas eran mujeres pobres, las únicas que acudían al Hospital; las de alcurnia tenían a sus hijos en la casa.

Se invocaban los miasmas del aire, los cambios atmosféricos, la leche descompuesta, la ruina de la edificación. Se culpó a las pacientes, como a la exploración brutal de los estudiantes. Herido el pudor de las mujeres por las manos masculinas, aquéllas se hacían más susceptibles a la epidemia, explicaba el profesor Klein. Pero la causa de las muertes continuaba en el misterio. A Semmelweis explicaciones tan poco razonables no le podían satisfacer. Al fin y al cabo las dos secciones compartían las mismas condiciones. Tan válido era lo que se afirmara para una como para la otra. Semmelweis se volvería finalmente incómodo para el profesor Klein.

Entre tanto, las pacientes imploraban no ser enviadas a la primera sección, que simbolizaba la muerte, sino a la de las parteras. Alternándose los días para la admisión entre los dos pabellones, las pacientes resistían sus dolores esperando que llegase el nuevo día en que serían admitidas en la sección de las comadronas.

"Podían verse escenas que destrozaban el corazón, cuando las mujeres arrodilladas, suplicaban que las dejasen marchar antes de ser destinadas a la clínica primera en vez de la clínica segunda, en donde querían entrar... Mujeres parturientas, con temperatura muy alta y lengua seca, es decir, gravemente afectadas por la fiebre puerperal, afirmaban pocas horas antes de su muerte, estar completamente sanas, sólo porque no querían ser tratadas por los médicos, ya que sabían que el tratamiento de éstos significaba la muerte", escribía Semmelweis.

En un intento por arrancar de la fiebre puerperal a las pacientes, Semmelweis hizo a los estudiantes repetir con exactitud los procedimientos de las comadronas durante el parto, pero igual murieron las maternas. Cada vez había más sepsis, más cadáveres y más autopsias buscando la resolución del enigma. Intuyendo un miasma venenoso transportado por los estudiantes, exigió el lavado de manos. Todos se revelaron y Klein lo despidió. Pero a los dos meses estuvo de vuelta, en el mes de marzo de 1847.

La muerte del profesor Kolletschka, su amigo, le brindaría la posibilidad de develar el misterio. Kolletschka había fallecido tras ser pinchado en una autopsia por uno de sus discípulos. Sus síntomas habían sido los de la infección puerperal. Semmelweis revisó el acta de su autopsia, encontrando las mismas supuraciones generales que las de los cadáveres de las parturientas que él disecaba. Los mismos que los estudiantes manipulaban antes de atender los partos. Eran ellos quienes estaban diseminando la fiebre puerperal. No lo hacían las comadronas porque no asistían a las autopsias. Esto explicaba porqué en los partos rápidos y en período de vacaciones era menor la frecuencia de la fiebre puerperal. Para demostrar su hipótesis, y no teniendo cabida en la sección de Klein, entró a la de las comadronas, a cargo del profesor Bartch, y consiguió con su ayuda que estudiantes y parteras intercambiaran los pabellones. La mortalidad entonces se invirtió. ¡Sí eran responsables los estudiantes! Semmelweis ordenó entonces la desinfección de las manos con cloruro de calcio. Nadie podía salir de la sala de autopsias para atender partos sin lavarse con la solución. La mortalidad descendió al 3%. Había puesto por primera vez en evidencia la infección por contacto.

Relacionando la sorpresiva muerte de varias maternas con la proximidad de su cama con la de otra paciente con un tumor infectado, concluyó que también entre enfermas, y no solamente de cadáver a paciente se transmitía la enfermedad. Exigió por tanto más limpieza, y consiguió por fin que la mortalidad igualara a la de la sección de las comadronas (0.25%). Pero sus exigentes medidas terminaron por odiosas en su relevo. El cuerpo médico que aún no comprendía su descubrimiento, insistía tercamente en purgas y sangrías.

Sintiéndose responsable por aquéllas muertes, su conquista lejos de alegrarlo lo atormentó y hasta pensó en suicidarse. "Sólo Dios conoce el número de parturientas que por mi culpa bajaron antes de tiempo a la tumba" afirmaba conmovido. Hizo enfáticas afirmaciones sobre la responsabilidad médica en la muerte de las pacientes, granjeándose la enemistad de los tocólogos, quienes llegaron a sentirse tratados como criminales. Gustav Adolf Michaelis, profesor de obstetricia en Kiel, atormentado por las muertes que Semmelweis atribuía a la falta de asepsia de los obstetras puso fin a sus días. "Hay que acabar con la matanza", insistía Semmelweis; e increpaba a Scanzoni: "Si sigue usted, señor consejero de la corte, educando a sus discípulos en la enseñanza de la fiebre puerperal epidémica, sin haber refutado mi tesis, le declararé ante Dios y el mundo un asesino, y la historia de la fiebre puerperal no será injusta al denominarle el Nerón de la medicina por haber sido el primero en oponerse a mi enseñanza salvadora".

Desanimado viajó a su ciudad natal, Budapest y en su hospital repitió los ensayos. Demostró además que la ropa sucia, con secreciones purulentas ayudaba a transmitir las infecciones. Hasta entonces eran habituales los delantales negros para el cirujano, acaso para ocultar la mugre. Impuso también allí el lavado de manos con agua clorada. Pero sus seguidores eran muy escasos, y sus recomendaciones despreciadas.

Iracundo siguió escribiendo a los grandes profesores de la obstetricia como Späth, Siebold y Scanzoni. Los trataba de asesinos. Su mente se había trastornado.

En agosto de 1865 quiso la ironía del destino que cortándose en una intervención quirúrgica, Semmelweis terminara sus días a los 47 años víctima de una de septicemia. Cuatro años antes había aparecido su obra "Etiología, concepto y profilaxis de la fiebre puerperal".

Semmelweiss siempre intuyó un agente venenoso en la etiología pero no tuvo un conocimiento de los microorganismos como lo tendrían Pasteur o Koch. El sabio francés quien también hizo objeto de su estudio a la sepsis puerperal, clasificó a los futuros estreptococos, agentes de la infección como "microbios en rosario de granos". Semmelweiss pasaría a la historia como el "salvador de las madres", luego de haber demostrado las características endémicas y contagiosas de la fiebre puerperal y de haber formulado las normas para prevenirla.


BIBLIOGRAFÍA
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LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")


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