sábado, 6 de febrero de 2010

CARTA XLVII: OJALÁ NO EXISTIERAN INFIDELIDAD NI CELOS

Octubre 3

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Para hacer caso omiso de los celos y dar muestras de fidelidad sólo requiere el hombre, tan evolucionado y lúcido, controlar lo más primitivo e irracional de su conducta. ¡Qué paradoja! Es lo que más le cuesta. De todas sus proezas, es la que parece menos realizable.

Tal vez se puedan dominar los celos; hablo por mí. Experimento por ti la confianza de quien lo ha logrado. No sé si una fidelidad inagotable se consiga, pero constancia si doy de que mientras el amor subsiste hay a la infidelidad muy poca tolerancia. El absolutamente enamorado es refractario a los todos los deslices.

La capacidad para dominar estos instintos depende sin embargo más de características innatas que de perseverancia. Quien carece de ese don, diría la humanidad entera, sólo convertirá su obstinación en permanente, insostenible e infructuoso sufrimiento. No todo el que se propone ser fiel, ni todo el que evita ser celoso lo consigue. Contra los instintos la voluntad no basta.

Soñamos con la fidelidad y nos martirizamos con los celos, que son la antítesis del amor y el peor de los instintos. Otra sería la historia de la humanidad si el enamoramiento durara para siempre.

Hoy mi pecho palpita de fidelidad y amor, y mi corazón no abriga desconfianza. ¿Habrá escrito el destino para siempre serenidad semejante en nuestras vidas? Así, de todo corazón, lo aguardo.



Luis María Murillo Sarmiento ("Cartas a una amante")

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