La democracia a la fuerza es un exabrupto que no tolera la razón, y adversa ha de ser en consecuencia, la reacción al voto obligatorio que se tramita en el congreso. Proyecto que solamente cabe en la mente de políticos sedientos de poder y pletóricos de ambiciones personales.
No es auténtica, sin libertad, la democracia, como tampoco es calificable por el caudal de votos; lo es por el respeto universal a la determinación que por mayoría adoptan los votantes, porque hasta quienes se abstienen de votar la acatan.
Y paradójicamente no es mejor la decisión cuando todos participan, porque es de elemental conocimiento que las personas intelectualmente más preparadas para decidir constituyen apenas el vértice de la pirámide, y que es en cambio la muchedumbre manipulable y sin ilustración la que elige finalmente: insalvable imperfección de la democracia.
¿Será que el proyecto contempla que el candidato ganador deba tener la mayoría de votos contabilizando los blancos y los nulos? Si éstos como se espera se nutren de la franja abstencionista, nunca un candidato podrá ser elegido. Y se entenderá sin duda que el abstencionista más que un ser indiferente, es un ciudadano profundamente defraudado, que moralmente no puede ser atropellado con la obligación del voto; castigo que le imponen los causantes mismos de su apatía.
El sufragio obligatorio esclaviza a quienes anteponemos a la vida el derecho a la libertad; a quienes no aceptamos más dictados que los de la razón; a quienes sentimos innato al hombre el derecho a pensar y a disentir; a quienes consideramos el voto un derecho y no un deber.
El asiduo elector que estas líneas escribe promete si el monstruoso proyecto se hace ley, votar en blanco cuantas veces se coarte su libre decisión de ir a las urnas.
Lo más cautivante de la libertad no es disfrutar sus beneficios, sino saber que existe.
LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")
* Esta opinión fue publicada en el diario colombiano El Espectador el 9 de noviembre de 1996 (pág. 3A). Periódicamente revive en Colombia la propuesta, pero por fortuna, hasta la fecha no ha tenido la acogida suficiente. Diez y seis años mantengo mi posición inalterable.
VOLVER AL ÍNDICENo es auténtica, sin libertad, la democracia, como tampoco es calificable por el caudal de votos; lo es por el respeto universal a la determinación que por mayoría adoptan los votantes, porque hasta quienes se abstienen de votar la acatan.
Y paradójicamente no es mejor la decisión cuando todos participan, porque es de elemental conocimiento que las personas intelectualmente más preparadas para decidir constituyen apenas el vértice de la pirámide, y que es en cambio la muchedumbre manipulable y sin ilustración la que elige finalmente: insalvable imperfección de la democracia.
¿Será que el proyecto contempla que el candidato ganador deba tener la mayoría de votos contabilizando los blancos y los nulos? Si éstos como se espera se nutren de la franja abstencionista, nunca un candidato podrá ser elegido. Y se entenderá sin duda que el abstencionista más que un ser indiferente, es un ciudadano profundamente defraudado, que moralmente no puede ser atropellado con la obligación del voto; castigo que le imponen los causantes mismos de su apatía.
El sufragio obligatorio esclaviza a quienes anteponemos a la vida el derecho a la libertad; a quienes no aceptamos más dictados que los de la razón; a quienes sentimos innato al hombre el derecho a pensar y a disentir; a quienes consideramos el voto un derecho y no un deber.
El asiduo elector que estas líneas escribe promete si el monstruoso proyecto se hace ley, votar en blanco cuantas veces se coarte su libre decisión de ir a las urnas.
Lo más cautivante de la libertad no es disfrutar sus beneficios, sino saber que existe.
LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Epistolario periodístico y otros escritos")
* Esta opinión fue publicada en el diario colombiano El Espectador el 9 de noviembre de 1996 (pág. 3A). Periódicamente revive en Colombia la propuesta, pero por fortuna, hasta la fecha no ha tenido la acogida suficiente. Diez y seis años mantengo mi posición inalterable.
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