viernes, 15 de febrero de 2008

LA GENERACIÓN ESPONTÁNEA O ABIOGÉNESIS

Creían sus defensores en la génesis de los seres vivos a partir de la materia descompuesta. Y tal era su convencimiento, que Helmholtz en el siglo XVI presentó una formula para hacer ratones.

Aristóteles, más teórico que práctico, acogió la creencia primitiva de que espontáneamente de la materia en descomposición surgía la vida.

La oposición a la teoría, finalmente derrotada por Pasteur, se inició con Harvey en 1650. Fueron dos siglos de alternativos avances y retrocesos. Francesco Redi (1621-1698), médico, naturalista y poeta florentino, con un sencillo experimento en 1688 creyó sepultar la teoría. Impidiendo mediante una tela el acceso de las moscas a la carne putrefacta, enseñó que era de los huevos puestos en la tela y no de la carne, donde se generaban los gusanos. Pero su descubrimiento sólo le valió un proceso por herejía en 1674. “En la Biblia está escrito que del cadáver de un león salió todo un enjambre de abejas, por lo tanto es falso lo de las moscas y los huevos”, se escribió en el proceso contra el ateo.

El asunto de la generación espontánea enfrentó por mucho tiempo las teorías mecanicista y vitalista. La primera, defendida por el filósofo francés René Descartes (1596-1650) y por el médico y botánico holandés Hermann Boerhaave (1668-1738), entre otros, promulgaba unas mismas leyes para el mundo viviente y el inanimado; la vitalista, sostenida por el médico alemán Georg Ernst Stahl (1660-1734), proponía leyes diferentes para esos dos mundos. La existencia de la abiogénesis era fundamental para las dos teorías. Si de lo inanimado podía surgir la vida la teoría mecanicista se confirmaba, si no era asi, la brecha entre lo animado y lo inanimado corroboraba los postulados de la filosofía vitalista.

Años después, en 1745 o 1748, el sacerdote católico irlandés John Turberville Needham (1713-1781) seguro de haber destruido con el calor todo vestigio de vida en los matraces de su laboratorio, fortaleció la idea de la abiogénesis, al convencerse de la generación espontánea en el líquido putrescible que ellos contenían. Needham y el biólogo francés Buffon postularon la teoría de la fuerza vital, que consideraba a los organismos vistos bajo el microscopio como la fuerza particular que “vitalizaba la vida”. Para Lazzaro Spallanzani (1729-1799) el calentamiento y el aislamiento de los frascos para asegurar la esterilidad había sido insuficiente, así lo afirmaba al no obtener en experimentos semejantes, iguales resultados.

La aparición del microscopio, paradójicamente en sus inicios, llegó a fortalecer la idea de la generación espontánea al mostrar nuevas formas vivas que no se sabía de donde procedían. Aunque Anton van Leeuwenhoek descubrió con su microscopio los diminutos organismos de las materias orgánicas descompuestas, nunca defendió la teoría de la abiogénesis, siempre creyó que procedían del aire.

Enemigo de la teoría, Theodor Schwann, pregonaba en 1834 sin hallar eco a sus palabras, que la carne sólo se corrompía cuando la contaminaban impurezas como las portadas por el aire. Pasteur siempre pensó que tales organismos debían proceder de otros semejante: "omnis cellula e cellula". Pero la resistencia a Pasteur llevó a afirmar que los microbios no eran los responsables de las infecciones sino otros gérmenes surgidos de la abiogénesis. Sus ingeniosos experimentos deshicieron finalmente y por siempre tal creencia. Confirmó primero la presencia de microorganismos en el aire, luego esterilizó soluciones orgánicas con calor y las expuso al aire filtrado (libre de contaminación) demostrando que no surgía en ellas la vida, a diferencia de aquéllas sometidas al aire corriente. Fueron el último y temporal escollo las bacterias más resistentes al calor, aquéllas capaces de formar esporas. Bajo el amparo de esa circunstancia pudieron rebatir por más tiempo los amigos de la teoría, como Bastián o Félix Pouchet, los conceptos en contra de la generación espontánea expuestos por Pasteur. Pero esterilizando bajo presión y a 120 grados centígrados, el sabio francés destruyó no sólo las formas bacterianas resistentes, sino la resistente teoría de la abiogénesis.

Los dos siglos de enfrentamiento entre defensores y opositores de la teoría llevaron a la Academia de Ciencias de Francia a ofrecer en 1860 un premio a quien resolviera las dudas sobre el controvertido fenómeno. En las manos del químico francés quedó la recompensa.


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LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")


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