Se oculta la felicidad
en la rutina
de los hechos
cotidianos,
pero la encuentra el
hombre
solo en la fastuosidad
de lo radiante.
Nunca está ausente:
hasta en la desgracia
está presente.
Pero necesita el humano
la euforia y deslumbrarse,
sentir la dicha vistosa
y abundante.
Siempre habrá en la
vida
más dichas que
desgracias,
porque hay felicidad en
ese bienestar
del que no nos damos
cuenta.
Hay dicha en la
ausencia de malestar y sufrimiento,
hay dicha en la
presencia del bocado que no falta,
en la capacidad de ver,
de sentir y de movernos.
Hay dicha en los quehaceres
que se llevan a cabo en
la necesidad y por rutina.
Hay felicidad hasta
cuando más nos quejamos de las penas.
Que falte todo aquello
en que no descubrimos
la dicha sino el tedio,
para que entonces aflore
en la vida la desgracia.
Cuán grande es la
felicidad de las dichas ignoradas,
el bienestar de la satisfacción
inaparente,
el de la ausencia de la
inquietud y la molestia;
el de los gozos que solo
se perciben cuando faltan.
Abramos las ventanas a
la aurora,
que su luz nos contagie
el optimismo,
agradezcamos al Creador
la dicha
de esa felicidad
constante,
que nos desampara un
solo instante.
LUIS MARÍA MURILLO SARMIENTO MD.
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