viernes, 4 de abril de 2008

LA SÍFILIS

Considerada una enfermedad pecaminosa nacida del placer, no generó como otras compasión, sino que condujo, por el contrario, a la deshonra a quienes la padecieron. Europa como América negaron ser la fuente de la infección, y aún hoy, su origen geográfico sigue siendo incierto. Las lesiones sifilíticas en fósiles americanos anteriores a la llegada de Colón cuentan a favor de su origen en el Nuevo Mundo, pero no falta quien sostenga que fue sólo en Europa, bajo la influencia de un clima y de un medio ambiente diferente que la sífilis se volvió venérea.

Durante 1495 la sífilis comenzó a propagarse por Europa. En la campaña de Carlos VIII de Francia contra Nápoles, la sífilis apareció como epidemia. La enfermedad se difundió durante el Renacimiento y miles de muertes provocó en Europa durante los siglos XV y XVI.

Europa culpó a América de la llegada de la Sífilis. Se dijo que los soldados españoles que con Gonzalo de Córdoba y en defensa de Nápoles había enviado la corona, difundieron la enfermedad. También se cuenta como cierto, acaso para inculpar al Nuevo Mundo, que los marinos de Colón en el primer viaje adquirieron de los indios una enfermedad ulcerativa genital que curaba aparentemente sola. Según esa versión los hombres de Colón la transmitieron en España, de allí pasó a Nápoles, de Nápoles a toda Europa y de Europa a China, a la India y al mundo entero.

Expulsadas de Nápoles las más hermosas y jóvenes mujeres con el pretexto de la hambruna por el sitio, los franceses las recibieron con tanto amor y desenfreno que pronto todos se vieron cubiertos por la roséola sifilítica. Terminada la expedición se disolvieron los ejércitos, esparciendo la enfermedad por todas partes. Cada país le daba el nombre del vecino de donde procedía; enfermedad de Nápoles la llamaban los franceses, enfermedad de los franceses decían los alemanes, de enfermedad alemana la tildaban los polacos y como enfermedad polaca fue en Rusia conocida.

Perfectamente un centenar de nombres recibió la enfermedad. Sin embargo los dos nombres que trascendieron la historia fueron dados casi simultáneamente por Jacob de Bethencourt que la denominó lúes venérea (mal venéreo), y por el veronés Girolamo Fracastoro quien en un poema aparecido en 1530, dio cuenta de Sifilos, pastor griego quien pagó con la enfermedad su insolencia con el dios Helios, al construir en la montaña altares prohibidos. En 1546 el mismo Fracastoro escribía sobre su origen: “la sífilis no es causada por una sombra misteriosa o miasma, ni tampoco por humores obstruidos, sino por algún tipo de semilla”. Semillas pequeñas e invisibles que se propagaban de una a otra persona produciendo la enfermedad. Y postuló tres mecanismos para el contagio de la sífilis, por contacto directo, a través de vestidos y sábanas, y a distancia.

La enfermedad la padecieron pobres, ricos, genios, nobles, plebeyos y hasta reyes. La sufrieron Carlos VIII, quien murió de sífilis en 1498, Carlos V, Enrique VIII, Felipe II, Alejandro VI y Julio II. Pero hipócritamente el mundo se avergonzaba de la enfermedad. Hubo leyes que le prohibieron a los enfermos el trato con el resto del mundo. Erasmo por ejemplo propuso la castración como medida punitiva contra los cónyuges enfermos. Pensar que a él la sífilis le fue diagnosticada tras su muerte.

Los médicos poco podían hacer para tratarla. Se hicieron plegarias, se exhortó a la abstinencia, se persiguió a las prostitutas, y se buscó a San Dionisio como patrono de los sifilíticos. El mal venéreo era un castigo contra los excesos sexuales, por ellos se afirmaba “el cuerpo se debilita y finalmente enferma”.

Nada se sabía aún de los organismos infecciosos. Se llegó inclusive a confundir la blenorragia con la sífilis. Se pensaba que aquélla era un síntoma precoz de ésta. Hunter, quien en el siglo XVIII defendió esta idea, se inoculó secreciones uretrales gonocóccicas, adquirió la sífilis y murió de un aneurisma convencido de su error. Solamente hasta 1800 Philip Reicort estudiando en París más de mil casos, demostró que lúes y gonorrea eran enfermedades diferentes.

Las casas de baño, que las había para el pueblo y para nobles y caballeros, fueron sitio ideal de transmisión y terminaron por cerrarse: los europeos no volvieron a bañarse.

Clasificada la sífilis como sarna maligna o venenosa, encontró un primer tratamiento en las pomadas mercuriales que se usaban contra la escabiosis. Se aplicaban por todo el cuerpo en "cámaras de sudor" llegando hasta la intoxicación. Eran los síntomas generales de ésta tan severos, que muchos afectados por la enfermedad Gálica preferían la muerte.

Si en el Nuevo Mundo, se pensaba, se encontró el mal, en él podía estar el remedio. Las infusiones con madera del guaiac, usadas por los indios, pronto fueron importadas. Aunque de nada sirvieron, grandes cargamentos del árbol llegaron a Europa a considerable precio. La prescribían los médicos, mientras los barberos, trataban a los pobres con la pomada mercurial.

Para los inmigrantes enfermos se impuso la expulsión, para los naturales la reclusión en lazaretos. Por primera vez los leprosos podían sentir repulsión de los afectados por otra enfermedad. Nacieron entonces para no juntarlos, las "casas de viruelas".

La primera oleada de sífilis fue maligna y mortal, luego se atenuó llegando a ser su curso clínico semejante al de nuestros días. Por ello tardó en relacionarse su presencia con las graves afecciones de la enfermedad tardía. Se le perdió el miedo por "curar" espontáneamente. En el siglo XVII se le llamó la "enfermedad galante" y hasta cierto orgullo se sintió al sufrirla: "Si hasta el mismo Rey Sol la había padecido...". Con guantes, pelucas y maquillaje se ocultaban sus estigmas. Pero la mala salud y el envejecimiento y la muerte prematura causaron de nuevo alarma: "si no temes a Dios, témele a la sífilis".

Tras muchos intentos frustrados por descubrir el agente causal, en 1905 Fritz Schaudinn presentó a la Sociedad Médica de Berlín al responsable: la espiroqueta. Era tan pálida y pequeña, y se teñía tan poco, que había escapado a la vista de quienes hasta entonces trataban de encontrarla. Sólo la vista más aguda, valida de la coloración de Gimsa y de los mejores microscopios podía observarla. De su aspecto tenue derivó el nombre de la especie: Pallida. Wassermann, Neisser y Bruck en 1906 describieron la primera reacción serológica para diagnosticar la sífilis. Paul Ehrlich introdujo cuatro años después el Salvarsán, que aunque no curaba, si impedía el contagio y eliminaba las lesiones cutáneas. Pero la enfermedad tardía finalmente emergía llevando a la demencia; pasando antes, como se afirmaba al ver la producción magnífica de tantos pintores, músicos, poetas y pensadores que la padecieron, por un período de genialidad.

El control llegó finalmente con la Penicilina. Su advenimiento fue recibido con júbilo, tanto, que el American Journal of Veneral Disease, dejó por "innecesario" de publicarse en los años cincuenta. Pero la enfermedad arremetió de nuevo, un año después.


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LUIS MARIA MURILLO SARMIENTO ("Del oscurantismo al conocimiento de las enfermedades infecciosas")

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